martes, 10 de febrero de 2015

CAPITULO 124





Una vez que hemos dicho nuestros adioses, caminamos hacia el coche.


—Toma. —Pedro me arroja las llaves del R8—. No lo desvíes —añade todo seriedad—, o estaré jodidamente enfadado.


Mi boca se seca. ¿Él está dejándome conducir su coche? Mi diosa interna se agita en sus guantes de cuero de conducción y zapatos planos. ¡Oh sí!


Grita.


—¿Estás seguro? —pronuncio, aturdida.


—Sí, antes de que cambie de opinión.


No creo que nunca haya sonreído tan duro. Él rueda sus ojos y abre la puerta del conductor para que así pueda subir. Enciendo el motor antes de que él siquiera haya llegado al lado del pasajero y salta rápidamente.


—¿Impaciente Sra. Alfonso —pregunta con una sonrisa irónica.


—Mucho.


Lentamente, salgo marcha atrás con cuidado y lo giro en el camino. He conseguido no calarlo, sorprendiéndome a mí misma. Chico, el embrague es sensible. Conduzco cuidadosamente, miro en mi espejo retrovisor y veo a Salazar y Gutierrez subir en el Audi SUV. No tenía ni idea de que nuestra seguridad nos ha seguido hasta aquí. Me detengo antes de salir a la carretera principal.


—¿Estás seguro de esto?


—Sí —dice Pedro duramente, diciéndome que él no está seguro sobre esto en absoluto. Oh mi pobre, pobre Cincuenta. Quiero reírme de ambos, de él y de mí misma porque estoy nerviosa y emocionada. Una pequeña parte de mí quiere perder a Salazar y Gutierrez sólo por placer. 


Reviso el tráfico luego muevo lentamente el R8 afuera hacia la carretera. Pedro se enrosca en tensión y no puedo resistirlo. El camino está despejado. Dejo mi pie bajar sobre el acelerador y nos dispara hacia adelante.


—¡Caray! ¡Paula! —grita Pedro—. ¡Baja la velocidad… vas a matarnos!


Inmediatamente alivio el gas. Guau, ¡este coche se puede mover!


—Lo siento —murmuro, tratando de sonar arrepentida y fallando miserablemente. Pedro me da una sonrisita, para esconder su alivio, creo.


—Bueno, eso cuenta como mal comportamiento —dice casualmente y desacelero más.


Miro por el espejo retrovisor. No hay señal del Audi, sólo un solitario coche oscuro con cristales polarizados detrás de nosotros. Imagino que Salazar y Gutierrez se pusieron nerviosos, frenéticos para ponerse al día y por alguna
razón esto me hace estremecer. Pero no quiero darle a mi querido esposo un infarto, decido comportarme y conducir constantemente con creciente confianza hacia el puente 520.


Repentinamente, Pedro jura y forcejea para sacar su BlackBerry del bolsillo de sus jeans


—¿Qué? —chasquea airadamente a quién sea que esté en el otro extremo de la línea—. No —dice él y mira detrás de nosotros—. Sí, ella está conduciendo.


Compruebo brevemente el espejo retrovisor, pero no veo nada extraño, sólo unos pocos coches detrás de nosotros. 


El SUV está cerca de cuatro coches atrás y todos estamos avanzando al mismo ritmo.


—Ya veo. —Pedro suspira largo y duro, y toca su frente con sus dedos, la tensión irradia de él. Algo está mal.


—Sí… no lo sé. —Me mira y baja el teléfono de su oreja—. Estamos bien.Sigue adelante —dice calmadamente, sonriéndome, pero la sonrisa no toca sus ojos. ¡Mierda! La adrenalina pincha a través de mi sistema. Él toma el teléfono nuevamente.
—De acuerdo en el 520. Tan pronto como lo alcancemos… Sí… lo haré.


Él encaja el teléfono en la horquilla del altavoz, poniéndolo en manos libres.


—¿Qué está mal Pedro?


—Simplemente ve a dónde vas nena —dice suavemente.
Estoy dirigiéndome a la rampa del 520 en dirección a Seattle. Cuando miro Pedro, él está mirando fijamente hacia adelante.


—No quiero que entres en pánico —dice calmadamente—. Pero tan pronto como estemos propiamente en el 520, quiero que pises el acelerador.Estamos siendo seguidos.


¡Seguidos! Santa mierda. Mi corazón da bandazos en mi boca, pulsando, mi cuero cabelludo pica y mi garganta se contrae con pánico. ¿Seguidos por quién? Mis ojos se lanzan al espejo retrovisor y efectivamente, el coche oscuro que vi más temprano todavía está detrás de nosotros. ¡Joder! ¿Es ese? Entrecierro los ojos a través del parabrisas tintado para ver quién está conduciendo, pero no veo nada.


—Mantén tus ojos en la carretera, nena —dice Pedro gentilmente, no en el truculento tono que usa normalmente cuando se trata de mi conducción.


¡Contrólate! Mentalmente me abofeteo a mí misma para someter el pavor que amenaza con hundirme. ¿Se supone que quién sea que nos sigue está armado? ¡Armado y detrás de Pedro! ¡Mierda! Soy golpeada por una ola de náuseas.


—¿Cómo sabemos que estamos siendo seguidos? —Mi voz es un susurro chirriante entrecortado.


—El Dodge detrás de nosotros lleva matrículas falsas.


¿Cómo sabe eso?


Señalo mientras nos aproximamos al 520 desde la vía de acceso.


Es el final de la tarde y aunque la lluvia ha cesado, la carretera está mojada. Afortunadamente el tráfico es razonablemente ligero.


La voz de Reinaldo resuena en mi cabeza de una de sus muchas clases de autodefensa. “Es el pánico lo que te va a matar o conseguirte quedar seriamente herida, Pau”.


Tomo un profundo aliento, tratando de traer mi respiración bajo control.


Quién sea que nos está siguiendo está detrás de Pedro


Mientras tomo otro profundo aliento estabilizador, mi mente empieza a aclararse y mi estomago se calma. Tengo que mantener a Pedro a salvo. Quería conducir este coche y quería conducirlo rápido. Bueno, aquí está mi oportunidad. 


Agarro el volante y tomo un último vistazo en mi espejo
retrovisor. El Dodge está acercándose.


Ralentizo más, ignorando el repentino vistazo que me da Pedro y programo mi entrada en el 520 para que así el Dodge tenga que frenar y detenerse para esperar una brecha en el tráfico. Suelto la marcha y lo piso.


El R8 se dispara hacia adelante, golpeándonos a ambos en las espaldas de nuestros asientos. El velocímetro se levanta hasta ciento veinte k/h.


—Tranquila nena —dice Pedro calmadamente, aunque estoy segura de que él está todo menos calmado.


Zigzagueo entre dos líneas de tráfico como una ficha negra en un juego de damas, saltando efectivamente los coches y camiones. Estamos tan cerca del lago en este puente, es como si estuviéramos conduciendo en el agua.


Pedro aprieta sus manos juntas en su regazo, manteniéndose tan tranquilo como sea posible y a pesar de mis enfebrecidos pensamientos, me pregunto vagamente si él está haciéndolo para así no distraerme.


—Buena chica —respira en ánimo. Echa un vistazo detrás de él—. No puedo ver el Dodge.


—Estamos justo detrás del sudes Sr. Alfonso —La voz de Salazar viene a través del manos libres—. Está tratando de alcanzarlos, señor. Vamos a intentar alcanzarlo y pasarlo a un lado, poniéndonos entre su coche y el Dodge.


¿Sudes? ¿Qué significa eso?


—Bien. Sra. Alfonso lo está haciendo bien. A este ritmo, siempre y cuando el trafico permanezca ligero, y desde lo que puedo ver lo está, estaremos fuera del puente en pocos minutos.


—Señor.


Parpadeamos pasando la torre de control del puente y sé que estamos a medio camino atravesando el Lago Washington. Cuando reviso mi velocidad, sigo a ciento veinte.


—Lo estás haciendo realmente bien Paula —murmura Pedro otra vez mientras mira fijamente hacia la parte posterior del R8. Por un momento fugaz, su tono me recuerda a nuestro primer encuentro en su sala de juegos cuando él pacientemente me alentó a través de nuestra primera escena.


El pensamiento me distrae y lo despido inmediatamente.


—¿A dónde me dirijo? —pregunto, moderadamente más calmada. Tengo el control del coche ahora. Es una alegría conducirlo, tan silencioso y fácil de manejar que es difícil de creer cuán rápido estamos yendo.


Conducir a esta velocidad en este coche es fácil.


—Sra. Alfonsodiríjase por la I-5 y después al sur. Queremos ver si el Dodge los sigue todo el camino —dice Salazar en el manos libres. Los semáforos en el puente están verdes, gracias al cielo, y corro hacia adelante.


Miro nerviosamente a Pedro y él me sonríe tranquilizadoramente.


Luego su rostro cae.


—¡Mierda! —jura suavemente.


Hay una línea de tráfico delante mientras salimos del puente, tengo que frenar. Mirando ansiosamente en el espejo una vez más, creo que diviso al Dodge.


—¿Más o menos 10 coches atrás?


—Sí, lo veo —dice Pedro, asomándose a través de la estrecha ventana trasera—. Me pregunto ¿quién coño es?


—Yo también. ¿Sabemos si conduce un hombre? —suelto hacia la horquilla del BlackBerry.


—No Sra. Alfonso. Puede ser un hombre o una mujer. La tintura es demasiado oscura.


—¿Una mujer? —dice Pedro.


Me encojo de hombros. —¿Tu Sra. Robinson? —sugiero, sin quitar mis ojos de la carretera.


Pedro se tensa y levanta el BlackBerry de su horquilla. —Ella no es mi Sra. Robinson —gruñe—. No he hablado con ella desde mi cumpleaños. Y Eleonora no haría esto. No es su estilo.


—¿Lorena?


—Ella está en Connecticut con sus padres. Te lo dije.


—¿Estás seguro?


Él hace una pausa. —No. Pero si ella huyó, estoy seguro de que su gente se lo habría hecho saber a Flynn. Vamos a discutir esto cuando estemos en casa. Concéntrate en lo que estás haciendo.


—Pero podría ser simplemente algún coche aleatorio.


—No voy a tomar ningún riesgo. No cuando tú estés afectada — chasquea. Vuelve a poner el BlackBerry en su horquilla así que estamos de vuelta en contacto con nuestro equipo de seguridad.


Oh mierda. No quiero poner nervioso a Pedro justo ahora… quizás después. Sostengo mi lengua. Afortunadamente, el tráfico está disminuyendo un poco. Soy capaz de acelerar en la intersección de Mountlake hacia la I-5, zigzagueando nuevamente a través de los coches.


—¿Qué pasa si nos detiene la policía? —pregunto.


—Eso sería una buena cosa.


—No para mi licencia.


—No te preocupes por eso —dice él. Inesperadamente, escucho humor en su voz.


Pongo mi pie hacia abajo otra vez y llego a ciento veinte.


Chico, este coche se puede mover. Me encanta… ella es tan fácil. Toco ciento treinta y siete. No creo que ni siquiera haya conducido así de rápido. Tenía suerte si mi Beetle siquiera llegaba a ochenta k/h.


—Él ha despejado el tráfico y cogido velocidad —La voz incorpórea de Salazar es calmada e informativa—. Va a ciento cuarenta y cinco.


¡Mierda! ¡Más rápido! Presiono el acelerador y el coche ronronea a ciento cincuenta y tres k/h mientras nos aproximamos a la intersección de la I-5.


—Mantenlo arriba Paula —murmura Pedro.


Freno momentáneamente mientras me deslizo en la I-5.


La interestatal está bastante tranquila, y soy capaz de cruzar directamente a la vía rápida en una fracción de segundo. 


Mientras pongo mi pie abajo, el glorioso R8 pasa zumbando hacia adelante y derribamos el carril izquierdo, mortales menores haciéndose a un lado para dejarnos pasar. Si no estuviera tan asustada, realmente podría disfrutar de esto.


—Él ha golpeado ciento sesenta y un k/h, señor.


—Quédate con él, Sebastian —ladra Pedro a Salazar.
¿Sebastian?


Un camión da bandazos en el carril rápido ¡Mierda! y tengo que pegar un frenazo.


—¡Jodido idiota! —maldice Pedro al conductor mientras nos
tambaleamos hacia adelante en nuestros asientos. Estoy agradecida por los cinturones de seguridad.


—Ve alrededor de él nena —dice Pedro a través de los dientes apretados. Reviso mis espejos y corto en tres carriles. Aceleramos pasando los vehículos más lentos y luego cambio de vuelta al carril rápido.


—Bonito movimiento Sra. Alfonso —murmura Pedro apreciativamente—. ¿Dónde están los policías cuando los necesitas?


—No quiero una multa Christian —murmuro, concentrada en la autopista por delante—. ¿Has tenido una multa de velocidad conduciendo esto?


—No —dice, pero mirándolo rápidamente, puedo ver su sonrisita de suficiencia.


—¿Has sido detenido?


—Sí.


—Oh.


—Encanto Sra. Alfonso. Todo se viene abajo con encanto. Ahora concéntrate.¿Dónde está el Dodge, Salazar?


—Acaba de conseguir ciento setenta y siete, señor —dice Salazar.


¡Santa mierda! Mi corazón salta una vez más a mi boca. 


¿Puedo conducir un poco más rápido? Empujo mi pie abajo una vez más y pasamos como un rayo entre el tráfico.


—Destella los faros —ordena Pedro cuando un Ford Mustang no avanza.


—Pero eso me haría una idiota.


—¡Entonces sé una idiota! —chasquea él.


Caray. ¡De acuerdo! —Uhm… ¿dónde están los faros?


—El indicador. Tíralo hacia ti.


Lo hago y el Mustang se mueve a un lado aunque no antes de que el conductor ondeé su dedo hacia mí en una manera no muy cortés. Lo paso zumbando.


—Idiota —dice Pedro en voz baja, luego me ladra—. Baja en Stewart.


¡Sí señor!


—Estamos tomando la salida a la Calle Stewart —dice Pedro a Salazar.


—Diríjanse directo a la Escala señor.


Bajo la velocidad, reviso mis espejos, señales, luego me muevo con sorprendente facilidad a través de cuatro líneas de la autopista y tomo la rampa de salida. Emergiendo en la calle Stewart, nos dirigimos hacia el sur. La calle tranquila, con algunos pocos vehículos. ¿Dónde está todo el mundo?


—Eso significa que hemos sido malditamente afortunados con el tráfico pero eso significa que también lo ha sido el Dodge. No bajes la velocidad,Paula. Llévanos a casa.


—No puedo recordar el camino —murmuré, aterrada por el hecho de que el Dodge todavía estaba siguiéndonos la pista.


—Dirígete hacia el sur de Stewart. Continúa hasta que yo te lo diga. — Pedro suena ansioso de nuevo. Paso rápidamente tres bloques pero las luces cambian a amarillo en la avenida Yale.


—Pásatelas Paula —grita Pedro. Salto alto y presiono a fondo el acelerador, tirándonos a ambos hacia atrás en nuestras sillas, acelerando y pasando el ahora semáforo rojo.


—Está tomando Stewart —dice Salazar.


—Quédate con él, Sebastian.


—¿Sebastian?


—Ese es su nombre.


Una mirada rápida y puedo ver a Pedro mirándome como si estuviera loca.


—¡Ojos en la carretera! —espeta.


Ignoro su tono.


—Sebastian Salazar.


—¡Sí! —suena desesperado.


—Ah. —¿Cómo no lo supe? El hombre me había estado siguiendo al trabajo durante las últimas seis semanas, y ni siquiera sabía su primer nombre.


—Ese soy yo señora —dice Salazar, sobresaltándome, aunque está hablando en la calmada y monótona voz que siempre usa—. El sujeto desconocido está bajando por la Calle Stewart, señor. En serio aumentó su velocidad.


—Vamos, Paula. Menos jodido parloteo —gruñe Pedro.


—Hemos sido detenidos en el primer semáforo en Stewart —nos informa Salazar.


—Paula rápido entra ahí —grita Pedro, señalando al estacionamiento en el lado sur de la avenida Boren. Giro, las llantas chirriando en protesta me desvío al interior del atestado aparcamiento.


—Da la vuelta rápido —ordena Pedro. Conduzco tan rápido como puedo hacia la parte de atrás, fuera de la vista de la calle—, ahí. — Pedro señala un espacio. ¡Mierda! Quiere que aparque. ¡Joder!


—Simplemente hazlo maldita sea —dice. Y así lo hago… perfectamente.


Probablemente la única vez que me he estacionado de manera perfecta.


—Estamos escondidos en el estacionamiento entre Stewart y Boren — dice Pedro a través de la BlackBerry.


—De acuerdo señor —Salazar suena irritado—. Quédense donde están; seguiremos al sujeto desconocido.


Pedro se gira hacia mí, sus ojos examinando mi rostro. —¿Estás bien?


—Seguro —susurro.


Pedro sonríe. —Sabes, quienquiera que esté manejando el Dodge no nos puede oír ahora.


Y yo río.


—Estamos pasando Stewart y Boren ahora señor. Veo el estacionamiento, ha pasado de largo por donde están, señor.


Ambos nos relajamos a la vez por el alivio.


—Bien hecho Sra.Alfonso. Conduce bien. 


Pedro suavemente acaricia mi rostro con la punta de sus dedos y salto al contacto, inhalando profundamente. No tengo idea de que estaba conteniendo mi respiración.


—¿Eso significa que dejaras de quejarte por mi forma de conducir? — pregunto. Él ríe, una alta y catártica risa.


—No iría tan lejos para decir eso.


—Gracias por dejarme conducir tu coche. Bajo tales emocionantes circunstancias, también. —Trato de mantener mi voz leve.


—Quizás ahora yo debería conducir.


—Para ser honestos, no creo que pueda levantarme de aquí en este momento para dejar que te sientes. Mis piernas se sienten como gelatina. —De pronto estoy estremecida y temblando.


—Es la adrenalina nena —dice—, lo hiciste asombrosamente bien, como siempre. Me sorprendes, Paula. Nunca me decepcionas. —Toca mi mejilla cariñosamente con la parte de atrás de su mano, su rostro lleno de amor,miedo, arrepentimiento, muchas emociones en una, y sus palabras son mi perdición.


Abrumada, un estrangulado sollozo escapa de mi apretada garganta,empiezo a llorar.


—No, nena, no. Por favor no llores. —Se acerca y, a pesar del limitado espacio entre nosotros, me pasa sobre el freno de mano para acunarme en su regazo. Alejando mi cabello de mi rostro, me besa en los ojos, luego en las mejillas, y envuelvo mis brazos alrededor de él y sollozo en silencio en su cuello. Hunde su nariz en mi cabello y me toma en sus brazos, sosteniéndome con fuerza y luego nos sentamos, ninguno de los dos dice nada, sólo nos sostenemos el uno al otro.


La voz de Salazar nos sobresalta a ambos.



—El sospechoso ha reducido su velocidad fuera de la Escala. Está tomando la unión.


—Síguelo —espeta Pedro.


Limpio mi nariz con la parte de atrás de mi mano y tomo un estabilizante respiro profundo.


—Usa mi camisa. —Pedro besa mi sien.


—Lo siento —murmuro, apenada por estar llorando.


—¿Por qué? No lo hagas.


Limpio de nuevo mi nariz. Alza mi barbilla y pone un suave beso en mis labios.


—Tus labios son tan suaves cuando lloras, mi hermosa y valiente chica — susurra.


—Bésame de nuevo.


Pedro se inmoviliza, una mano en mi espalda, la otra en mi trasero.


—Bésame —digo con un respiro, y veo sus labios separarse al respirar con fuerza. Inclinándose sobre mí, toma la BlackBerry y la tira hacia el asiento del conductor junto a mis pies calzados con sandalias. Luego su boca está en la mía mientras mueve su mano derecha a mi cabello, sosteniéndome ahí, y levanta la izquierda para acunar mi rostro. Su lengua invade mi boca y yo la acepto. La adrenalina se convierte en lujuria recorriendo a lo largo de mi cuerpo. Acerco su rostro, deslizando mis dedos por sus
patillas, disfrutando su sabor. Gruñe hacia mi afiebrada respuesta, bajo y profundo en su garganta, y mi vientre se aprieta rápido y con fuerza lleno de deseo carnal. Su mano se desliza por mi cuerpo, frotando mis pechos, mi cadera y directo a mi trasero. Me muevo poco a poco.


—¡Ah! —dice y se aleja de mí, sin aliento.


—¿Qué? —murmuro contra sus labios.


—Paula, estamos en un aparcamiento de Seattle.


—¿Y?


—Bueno, en este momento quiero follarte, y te estás moviendo sobre mí…es incomodo.


Mis ansias se salen de control hacia sus palabras, apretando todos mis músculos debajo de mi cadera una vez más.


—Fóllame entonces. —Beso la esquina de su boca. Lo deseo. Ahora. La persecución en el coche fue muy emocionante. Demasiado emocionante, aterradora… y el miedo se ha convertido en libido. Se aleja para mirarme, sus ojos oscuros y entrecerrados.


—¿Aquí? —Su voz es ronca.


Mi boca se seca. ¿Cómo puede excitarme con tal sólo una palabra?


—Sí, te deseo. Ahora.


Inclina su cabeza hacia un lado y me mira fijamente por unos segundos. — Señorita Alfonso, qué descarada —susurra, y después de lo que se siente como una eternidad. Sus manos aprietan con fuerza mi cabello en mi nuca, sosteniéndome firme en ese lugar, y su boca está de nuevo en la mía, con más fuerza esta vez. Su otra mano se desliza hacia mi cuerpo,hacia la parte de atrás y un poco más abajo hacia la mitad de mi muslo.


Mis dedos se enroscan en su muy largo cabello.


—Estoy muy agradecido de que estés usando una falda —murmura mientras desliza su mano bajo de mi falda con estampados blanco y azul para acariciar mi muslo. Me retuerzo una vez más en su regazo y el aire silba entre sus dientes.


—No te muevas —gruñe. Toca mi sexo con su mano, y me quedo paralizada de inmediato. Su pulgar se desliza sobre mi clítoris, y mi aliento es capturado en mi garganta, mientras el placer se sacude como electricidad, muy, muy, muy en mi interior.


—Quieta —susurra. Me besa una vez más y su pulgar hace círculos suavemente en mí sobre el suave encaje de mi ropa interior de diseñador.


Lentamente facilita dos dedos a través de mis bragas y los desliza en mi interior. Gruño y flexiono mis caderas hacia su mano.


—Por favor —susurro.


—Oh, Sra.Alfonso. Está lista —dice sacando y metiendo sus dedos, tortuosamente lento—. ¿Le excitan las persecuciones Automovilísticas?


—Tú me excitas…


Muestra una sonrisa lobuna y retira sus dedos de repente, dejándome deseando más. Pone su brazo bajo mis rodillas, tomándome por sorpresa, y me alza y me gira para ponerme de frente al parabrisas.


—Pon tus piernas a cada lado —ordena, poniendo sus piernas juntas en la mitad del lugar para los pies. Hago lo que se me dice, poniendo mis pies en el suelo a cada lado de las suyas. Desliza sus manos hacia mis caderas, luego hacia atrás, alzando mi falda.


—Manos en mis rodillas, nena. Inclínate, alza ese glorioso culo al aire.Cuidado con tu cabeza.


¡Mierda! En serio vamos a hacerlo, en un aparcamiento público.


Rápidamente chequeo el área en frente de nosotros y no veo a nadie, pero siento un escalofrió recorrerme. ¡Estoy en un aparcamiento público! ¡Esto es tan excitante! Pedro se mueve debajo de mi, y escucho el revelador sonido de su cremallera. Poniendo una mano en mi cadera y la otra mano
tirando mis bragas de encaje a un lado, me penetra con un movimiento rápido.


—¡Ah! —grito, siendo machacada por él, y su aliento sisea entre sus dientes. Su brazo se desliza hasta mi cuello y toma la parte de debajo de mi barbilla. Su mano se extiende a lo largo de mi cuello, tirándome hacia atrás e inclina mi cabeza hacia un lado de esta manera puede besarme. Su otra mano agarra mi cadera y juntos empezamos a movernos.


Me levanto en mis pies, y él entra y sale de mí a toda velocidad. La sensación es… gruño con fuerza. Es demasiado profundo de esta manera.


Mi mano izquierda se enrolla alrededor del freno de mano, mi mano derecha agarrada de mi puerta. Sus dientes se acercan al lóbulo de mi oreja y tiran de él, es casi doloroso. 


Entra una vez y otra en mí. Me levanto y caigo, y como cuando hemos establecido un ritmo, mueve su mano debajo de mi falda hacia el vértice de mis muslos, y sus dedos incitan suavemente a través de mis bragas de encaje.


—¡Ah!


—Sé rápida —respira en mi oído a través de sus apretados dientes, su mano aún enroscada en mi cuello debajo de mi barbilla—. Tenemos que hacer esto rápido Paula. —He incrementa la presión de sus dedos contra mi sexo.


—¡Ah! —Siento el familiar aumento de placer, apretándose profunda y gruesamente en mi interior.


—Vamos nena —dice con aspereza en mi oído—, quiero escucharte.


Gimo de nuevo, y soy toda sensación, mis ojos se cierran con fuerza. Su voz en mi oído, su aliento en mi cuello, placer irradiando de donde sus dedos excitan mi cuerpo y donde presiona con fuerza en mi interior, estoy perdida. Mi cuerpo toma el control, ansiando la liberación.


—Sí —Pedro sisea en mi oído y abro mis ojos brevemente, mirando frenéticamente el techo de tela del R8, y los cierro con fuerza otra vez mientras me vengo en él.


—Oh, Paula —murmura con asombro, y envuelve sus brazos alrededor de mí y se clava una vez más en mi interior y se paraliza mientras culmina en mi interior.


Desliza su nariz a lo largo de mi quijada y suavemente besa mi garganta, mi mejilla, mi sien mientras me recuesto en él, mi cabeza recortada en su cuello.


—¿Tensión aliviada, Sra. Alfonso? —Pedro cierra una vez más sus dientes alrededor del lóbulo de mi oreja y aprieta. 


Mi cuerpo está vacío, totalmente exhausto, y lloriqueo. 


Siento su sonrisa contra mí.


—Ciertamente ayude con la mía —añade, moviéndome de él—. ¿Perdiste tu voz?


—Sí —murmuro.


—¿Bueno no eres una criatura juguetona? No tenía idea que fueras una exhibicionista.


Me siento inmediatamente, alarmada. Él se tensa.


—Nadie está observado, ¿cierto? —Miro ansiosamente alrededor del estacionamiento.


—¿Crees que dejaría a alguien viera a mi esposa teniendo un orgasmo? —Acaricia mi espalda con su mano tranquilizadoramente, pero el tono de su voz envía escalofríos a lo largo de mi columna. Me giro para mirarlo fijamente y sonrió con picardía.


—¡Sexo en el coche! —exclamo.


Él sonríe y pone un mechón de cabello detrás de mi oreja.


—Regresemos. Yo conduciré.


Abre la puerta para dejarme bajar de su regazo y salir al aparcamiento.


Cuando bajo la mirada rápidamente está subiendo su cierre. 

Me sigue y luego tiene la puerta abierta para que pueda entrar. Caminando lentamente hacia la puerta del conductor, se monta a mi lado, recupera la BlackBerry y hace una llamada.


—¿Dónde está Salazar? —dice bruscamente—. ¿Y el Dodge? ¿Cómo que Salazar no está contigo?


Escucha atentamente a Gutierrez, asumo.


—¿Ella? —jadea—, quédate con ella. —Pedro cuelga y me mira.


¡Ella! ¿La conductora del coche? ¿Quién podría ser Eleonora? ¿Lorena?


—¿El conductor del coche es una mujer?


—Eso parece —dice en voz baja, su boca presionada en una delgada línea de enojo—, te llevaré a casa —murmura. Enciende el R8 con un rugido y sale sin problemas del lugar.


—¿Dónde está, eh… el sujeto desconocido? ¿Qué significa eso de paso? Suena muy BDSM.


Pedro sonríe brevemente mientras saca el coche del aparcamiento y regresa a la calle Stewart.


—Se refiere a un objeto desconocido. Gutierrez es un ex Federal.


—¿Ex Federal?


—No preguntes. —Pedro agita su cabeza. Es obvio que está en profundo pensamiento.


—Bueno, ¿dónde está la desconocida?


—En la Interestatal 5, dirigiéndose hacia el sur. —Me mira fijamente, sus ojos sombríos.


Dios… de apasionada calma a ansioso en un espacio de pocos segundos.


Me acerco y acaricio su muslo, recorriendo con mis dedos la costura interior de sus vaqueros, esperando mejorar su humor. Quita su mano del volante y detiene el lento ascenso de mi mano.


—No —dice—, ya hemos llegado muy lejos. No querrás que tenga un accidente a tres calles de casa. —Levanta mi mano hasta sus labios y planta un fresco beso en mi índice para aligerar su reprimenda. Fresco, calmado, Autoritario… mi Cincuenta. Y por primera vez en un tiempo me hace sentir como una niña rebelde. Alejo mi mano y me siento en silencio por un momento.


—¿Mujer?


—Aparentemente —suspira, gira en el garaje subterráneo en la Escala, e introduce el código de acceso en el teclado de seguridad. La puerta se abre y entra, sin problemas estacionando el R8 en su espacio designado.


—En serio me gusta este coche —murmuro.


—A mi también. Y me gusta como lo condujiste, y como lograste no romperlo.


—Puedes comprarme uno para mi cumpleaños. —Le sonrío.


La boca de Pedro se abre mientras salgo del coche.


—Uno blanco, creo —añado, agachándome y sonriéndole.


Él sonríe. —Paula Chaves, nunca dejas de sorprenderme.


Cierro la puerta y camino hasta el final del coche para esperarlo.


Agraciadamente sale, observándome con esa mirada… aquella que llama a algo profundo en mi interior. Conozco muy bien esa mirada. Una vez está en frente mío, se inclina y susurra:
—Te gusta el coche. Me gusta el coche. Te he follado dentro de él… quizás debería follarte sobre él.


Jadeo. Y un elegante BMW plateado entra al garaje. Pedro lo mira ansioso, luego molesto y me sonríe.


—Pero parece que tenemos compañía. Ven.


Toma mi mano y me dirige al ascensor del garaje. Presiona el botón de llamado y mientras esperamos, el conductor del BMW se nos une. Es joven, viste ropa casual, con un largo cabello oscuro de capas negras.


Parece que trabaja en los medios de comunicación.


—Oigan —dice, sonriéndonos a ambos cálidamente.


 Pedro pone su brazo alrededor mío y asiente educadamente.


—Acabo de mudarme. Apartamento dieciséis.


—Hola. —Le regreso la sonrisa. Tiene unos agradables y suaves ojos marrones.


El ascensor llega y entramos.Pedro me mira, su expresión es indescifrable.


—Eres Pedro Alfonso —dice el joven.


Pedro le dirige una sonrisa forzada.


—Noah Logan. —Extiende su mano. De mala gana, Pedro la aprieta—.¿Cuál piso? —pregunta Noah.


—Tengo que teclear un código.


—Oh.


—Penthouse.


—Oh —Noah sonríe ampliamente—. Por supuesto. —Él presiona el botón del octavo piso y la puerta se cierra—. La Sra. Alfonso, supongo.


—Sí. —Le dirijo una educada sonrisa y un apretón de manos. Noah se ruboriza un poco cuando me mira por una fracción muy larga. Reflejo su rubor y el brazo de Pedro se aprieta a mí alrededor.


—¿Cuándo te mudaste? —pregunto.


—El fin de semana pasado. Me encanta este sitio.


Hay una incómoda pausa antes de que el elevador se detenga en el piso de Noah.


—Un gusto conocerlos a ambos —dice sonando aliviado y sale. Las puertas se cierran en silencio detrás de él. Pedro teclea el código de entrada y el ascensor asciende de nuevo.


—Parece agradable —murmuro—. No he visto antes a ninguno de los vecinos.


Pedro frunce el ceño.


—Lo prefiero así.


—Eso es porque eres un ermitaño. Creo que es bastante agradable.


—¿Ermitaño?


—Ermitaño. Atrapado en su torre de marfil. —Declaro con toda naturalidad. Los labios de Pedro se contraen por la diversión.


—Nuestras torre de marfil. Y creo que tienes otro nombre que agregar a tu lista de admiradores, Sra. Alfonso.


Pongo mis ojos en blanco. —Pedro, crees que todo el mundo es mi admirador.


—¿Acabas de poner tus ojos en blanco?


Mi pulso se acelera. —Seguro que lo hice —susurro, mi aliento atrapado en mi garganta.


Ladea su cabeza, usando su ardiente, arrogante e impresionada expresión.


—¿Qué haremos respecto a eso?


—Algo rudo.


Parpadea para esconder su sorpresa. —¿Rudo?


—Por favor.


—¿Quieres más?


Asiento lentamente. Las puertas del elevador se abren y estamos en casa.


—¿Cómo de duro? —respira, sus ojos oscureciéndose.


Lo miro fijamente, sin decir nada. Cierra sus ojos por un momento, y luego toma mi mano y me arrastra al vestíbulo.


Cuando irrumpimos a través de las puertas dobles, Salazar está de pie en el pasillo, mirándonos expectante.


—Salazar. Me gustaría ser interrogado en una hora —dice Pedro.


—Sí señor. —Dando vuelta, Salazar se dirige de nuevo a la oficina de Taylor.


¡Tenemos una hora!


Pedro baja su mirada hasta mí.


—¿Rudo?


Asiento.


—Bueno, Sra. Alfonso, es afortunada. Estoy tomado peticiones hoy.