miércoles, 4 de febrero de 2015
CAPITULO 106
Pedro se detiene fuera de la sala de juegos.
—¿Estás segura de esto? —pregunta, sin embargo, su mirada se calienta ansiosa.
—Sí —murmuro, sonriendo tímidamente hacia él.
Sus ojos se ablandan.
—¿Hay alguna cosa que no quieres hacer?
Estoy confusa por su inesperada pregunta, y mi mente va a toda marcha. Un pensamiento se me ocurre.
—No quiero que tomes fotos de mí.
Él permanece quieto, y su expresión se endurece cuando ladea la cabeza hacia un lado y me mira especulativamente.
Oh, mierda. Creo que me va a preguntar por qué, pero afortunadamente no lo hace.
—Está bien —murmura. Frunce el ceño mientras abre la puerta, luego se para a un lado para darme paso a la habitación. Siento sus ojos en mí cuando me sigue dentro y cierra la puerta.
Colocando la caja de regalo en la cómoda, saca el iPod, lo enciende, y entonces se mueve hasta el centro de música en la pared de modo que las puertas de cristal ahumado se abren deslizándose silenciosamente. Aprieta algunos botones, y después de un momento, el sonido de un tren subterráneo hace eco por la habitación. Él le baja el volumen de modo que el ritmo lento, hipnótico electrónico
que sigue entra en ambiente. Una mujer comienza a cantar, no sé quién es ella, pero su voz es suave y ronca, y el ritmo es desmesurado, deliberado… erótico. Oh.
Es música para hacer el amor.
Pedro se vuelve hacia mí mientras yo permanezco en el centro de la habitación, mi corazón late con fuerza, mi sangre canta en mis venas, palpitando —o es lo que siento— coordinado al ritmo de la música seductora. Él se pasea casualmente hacia mí y me tira de la barbilla, de modo que ya no me muerda el labio.
—¿Qué es lo que quieres hacer, Paula? —murmura, plantando un casto beso suave en la comisura de mis labios, sus dedos sin soltar mi barbilla.
—Es tu cumpleaños. Lo que tú quieras —le susurro. Traza su pulgar a lo largo de mi labio inferior, su ceño fruncido, una vez más.
—¿Estamos aquí porque crees que quiero estar aquí? —Sus palabras son suaves, pero él me mira intensamente.
—No —le susurro—. Quiero estar aquí, también.
Su mirada se oscurece, cada vez más audaz mientras valora mi respuesta. Después de lo que parece una eternidad, habla:
—Oh, hay tantas posibilidades, señorita Chaves. —Su voz es baja, excitante—. Pero vamos a empezar con conseguir que te desnudes. —Él saca el cinturón de mi bata de modo que cae abierta, revelando mi camisón de seda, y luego da un paso atrás y se sienta tranquilamente en el brazo del sofá—. Quítate la ropa. Poco a poco. —Me da una mirada sensual y desafiante.
Trago compulsivamente, presionando mis muslos juntos. Ya estoy húmeda entre mis piernas. Mi Diosa interior está totalmente desnuda y de pie en línea, lista y esperando, y rogándome ponerse al día. Empujo la bata fuera de mis hombros, nunca dejando mis ojos los suyos, y encogiéndome de hombros, la dejo caer al suelo ondulando.
Sus fascinantes ojos grises arden, y recorre su dedo índice sobre sus labios mientras me mira.
Deslizando los tirantes de mi camisón fuera de mis hombros, lo miro fijamente por impulso, y luego los libero. Mi camisón pasa rozando y ondeando suavemente por mi cuerpo, apiñándose a mis pies. Estoy desnuda y casi jadeando y tan lista.
Pedro se detiene por un momento, y me maravillo ante la franca apreciación carnal en su expresión. De pie, se dirige hacia la cómoda y toma su corbata gris plateado… mi corbata favorita. La toma a través de sus dedos mientras se da vuelta y pasea casualmente hacia mí, con una sonrisa en los labios. Cuando se pone delante de mí, espero que me pida las manos, pero no lo hace.
—Creo que estás mal vestida, señorita Chaves —murmura.
Coloca la corbata alrededor de mi cuello, y poco a poco, pero hábilmente, la ata en lo que supongo que es un buen nudo Windsor. A medida que ajusta el nudo, sus dedos rozan la base de mi garganta y electricidad brota a través de mí, haciéndome jadear. Él deja la parte ancha de la corbata larga, lo suficientemente largo para que la punta roce mi vello púbico.
—Te ves muy bien ahora, señorita Chaves —dice y se inclina para darme un beso suavemente en los labios. Se trata de un beso rápido, y quiero más, el deseo envolviéndose desenfrenadamente a través de mi cuerpo.
—¿Qué vamos a hacer contigo ahora? —dice, y luego recogiendo la corbata, tira fuertemente de manera que me veo obligada a ir hacia adelante en sus brazos. Sus manos se sumergen en mi cabello y tira mi cabeza hacia atrás, y realmente me besa, duro, su lengua implacable y despiadada. Una de sus manos ronda suelta por mi
espalda hasta acunar mi trasero. Cuando él se retira, está jadeando también y mirando hacia mí, con los ojos gris fundido; y me quedo con ganas, sin aliento, mi ingenio totalmente disperso. Estoy segura de que mis labios se hinchan después de su asalto sensual.
—Date la vuelta —ordena suavemente y yo obedezco.
Empujando mi cabello libre de la corbata, rápidamente lo trenza y asegura. Tira de la trenza de modo que mi cabeza se inclina en alto.
—Tienes un cabello hermoso, Paula —murmura y me besa la garganta, enviándome escalofríos corriendo arriba y abajo por mi espina dorsal—. Sólo tienes que decir basta. Ya lo sabes, ¿no? —susurra contra mi garganta.
Asiento con la cabeza, los ojos cerrados, y saboreo sus labios sobre mí. Me da la vuelta una vez más y recoge el final de la corbata.
—Ven —dice, tirando con suavidad, llevándome hacia la cómoda donde el resto del contenido de la caja está desplegado.
—Paula, estos objetos. —Levanta el obturador de trasero—. Este es de una talla demasiado grande. Como una virgen anal que eres, no querrás comenzar con esto. Queremos empezar con esto. —Levanta su dedo meñique, y yo jadeo, sorprendida.
Dedos… ¿allí? Él sonríe hacia mí, y la idea desagradable de la puñalada anal mencionada en el contrato me viene a la mente.
—Sólo dedo… en singular —dice en voz baja con la extraña habilidad que tiene de leer mi mente. Mis ojos se lanzan a los suyos. ¿Cómo hace eso?
—Estas pinzas son perversas. —Él prueba las pinzas de pezones—. Utilizaremos estas. —Él pone otro par de pinzas diferentes en la cómoda. Parecen gigantes horquillas negras para el cabello, pero con pequeñas joyas que cuelgan de ellas—. Son ajustables —murmulla Pedro, su voz mezclada con dulce preocupación.
Parpadeo hacia él, con los ojos abiertos. Pedro, mi mentor sexual. Sabe mucho más sobre todo esto que yo. Nunca me pondré al día. Frunzo el ceño. Él sabe más que yo de la mayoría de las cosas… excepto cocinar.
—¿Entendido? —pregunta.
—Sí —digo en voz baja, la boca seca—. ¿Vas a decirme lo que piensas hacer?
—No. Me lo estoy inventando sobre la marcha. Esto no es una escena, Paula.
—¿Cómo debo comportarme?
Su frente se arruga.
—Como quieras hacerlo.
¡Oh!
—¿Esperabas mi alter ego, Paula? —pregunta, con un tono vagamente burlón y desconcertado a la vez. Parpadeo hacia él.
—Bueno, sí. Me gusta —murmuro. Él sonríe con su sonrisa reservada y se estira para pasar su pulgar por mi mejilla.
—Sabes, ahora —suspira y roza su pulgar por mi labio inferior—, soy tu amante, Paula, no tu Dominante. Me encanta escuchar tu carcajada y tu risita tonta de niña. Me gusta verte relajada y feliz, como lo eras en las fotos de José. Esa es la chica que apareció en mi oficina. Esa es la chica de la que me enamoré.
Santo cielo. Mi boca cae abierta, y florece una cálida bienvenida en mi corazón. Es alegría… pura alegría.
—Pero habiendo dicho todo esto, también me gusta hacer cosas rudas contigo, señorita Chaves; y mi alter ego sabe un truco o dos. Por lo tanto, haz lo que te diga y da la vuelta. —Sus ojos brillan de maldad, y la alegría se mueve bruscamente hacia el sur, agarrándome con fuerza y apretándome todos los tendones debajo de mi cintura. Hago lo que me dice. Detrás de mí, él abre uno de los cajones y un momento después está delante de mí otra vez.
—Ven —ordena y me remolca por la corbata, llevándome hasta la mesa. A medida que caminamos junto al sofá, me doy cuenta por primera vez que todas las varas se han desvanecido. Me distrae. ¿Estaban allí ayer, cuando entré?
No me acuerdo.
¿Pedro las había movido? ¿La Señora Jones? Pedro interrumpe mi línea de pensamiento.
—Quiero que te arrodilles en esto —dice cuando estamos en la mesa.
Oh, está bien. ¿Qué tiene en mente? Mi Diosa interna no puede esperar para saber; ya se ha echado con las piernas abiertas sobre la mesa y lo miraba con adoración.
Él me levanta suavemente sobre la mesa, y yo doblo las piernas por debajo de mí y me arrodillo delante de él, sorprendida por mi propia gracia. Ahora estamos cara a cara. Él pasa sus manos por mis muslos, agarra mis rodillas, empuja mis piernas abriéndolas, y se pone de pie justo en frente de mí. Se ve muy serio, sus ojos más oscuros, encubiertos... lujurioso.
—Brazos a tus espaldas. Voy a esposarte.
Él saca unas esposas de cuero de su bolsillo de atrás y se estira a mi alrededor. Esto es todo. ¿A dónde me va a llevar esta vez?
Su cercanía es intoxicante. Este hombre va a ser mi marido.
¿Puede una desear a un marido así? No recuerdo haber leído algo así en ningún lugar. No lo puedo resistir, y rozo mis labios entreabiertos por su mandíbula, sintiendo su barba incipiente, una embriagadora combinación de rastrojo y suavidad, bajo mi lengua. Él se queda inmóvil y cierra los ojos. Su respiración se tambalea y se retira.
—Detente. O esto será más mucho más rápido de lo que cualquiera de nosotros quiere —me advierte. Por un momento, creo que podría estar enfadado, pero luego sonríe y sus ardientes ojos se iluminan con diversión.
—Eres irresistible —digo haciendo puchero.
—¿Lo soy ahora? —dice secamente.
Asiento con la cabeza.
—Bueno… no me distraigas, o te voy amordazar.
—Me gusta distraerte —susurro, mirándolo tercamente, y ladea una ceja hacia mí.
—O serán nalgadas.
¡Oh! Trato de ocultar mi sonrisa. Hubo una vez, no hace mucho tiempo, cuando había sido sometida por esta amenaza. Nunca habría tenido el valor de besarlo, de forma espontánea, mientras se encontraba en esta habitación. Me doy cuenta ahora, que ya no estoy intimidada por él. Esto es una revelación. Sonrío maliciosamente, y él me sonríe.
—Compórtate —gruñe y se hace para atrás, mirándome y golpeando las esposas de cuero en su palma. Y la advertencia está ahí, implícita en sus acciones. Trato de
lucir arrepentida, y creo que tengo éxito. Él se me acerca de nuevo.
—Eso es mejor —susurra y se inclina detrás de mí una vez más con las esposas. Me resisto a tocarlo, pero inhalo su aroma glorioso de Pedro, aún fresco de la ducha la noche anterior. Hmm… Debería embotellar esto.
Espero a que espose mis muñecas, pero sujeta cada esposa por encima de mis codos. Eso me hace arquear la espalda, empujando mis pechos hacia adelante, a pesar de que mis codos no están de ningún modo entre sí. Cuando ha terminado, se para hacia atrás para admirarme.
—¿Se siente bien? —pregunta. No es la más cómoda de las posiciones, pero estoy tan conectada con anticipación para ver a dónde va con esto que asiento, débil con deseo.
—Bien. —Él saca la máscara de su bolsillo trasero.
—Creo que has visto suficiente por ahora —murmura.
Desliza la máscara sobre mi cabeza, tapándome los ojos.
Mis respiraciones repuntan. Dios. ¿Por qué no ser capaz de ver lo erótico? Estoy aquí, atada y de rodillas sobre una mesa, a la espera… dulce anticipación caliente y pesada dentro de mi vientre. Todavía puedo oír, sin embargo, y sigue el ritmo melódico constante de la pista. Resuena a través de mi cuerpo. No lo había notado antes. Debe tenerlo en repetición.
Pedro retrocede. ¿Qué está haciendo? Se mueve de nuevo hacia la cómoda y abre un cajón, luego lo cierra de nuevo.
Un momento más tarde está de vuelta, y lo siento delante de mí. Hay un picante, rico olor, almizclado en el aire. Es delicioso, casi se me hace la boca agua.
—No quiero arruinar mi corbata favorita —murmura. Poco a poco lo dice mientras la deshace.
Inhalo con fuerza cuando la punta de la corbata viaja hasta arriba por mi cuerpo, haciéndome cosquillas a su paso.
¿Arruinar su corbata? Escucho agudamente para determinar lo que va a hacer. Él está frotándose las manos entre sí.
Sus nudillos de repente se deslizan sobre mi mejilla, hasta llegar a mi mandíbula siguiendo mi línea de la mandíbula.
Mi cuerpo salta a la atención a medida que su contacto envía un delicioso escalofrío a través de mí. Su mano se flexiona sobre mi cuello, y éste resbala con el dulce aroma de aceite de modo que su mano se desliza suavemente hacia abajo por mi garganta, a través de mi clavícula, y hasta mi hombro, sus dedos masajeando con cuidado a medida que avanzan. Oh, estoy recibiendo un masaje. No es lo que esperaba.
Él coloca su otra mano en mi otro hombro y comienza un nuevo viaje burlón lento a través de mi clavícula. Gimo en voz baja mientras él se abre camino hacia abajo, hacia mis pechos cada vez más doloridos, doliendo por su tacto. Es tentador.
Arqueo más mi cuerpo bajo su excelente toque, pero sus manos se deslizan a mis lados, lentas y medidas, al ritmo de la música, y evitan calculadamente mis pechos.
Gimo, pero no sé si es de placer o frustración.
—Eres tan hermosa, Paula ―murmura en voz baja y ronca, con la boca junto a mi oído. Su nariz sigue a lo largo de mi mandíbula, mientras continúa masajeándome, debajo de mis pechos, a través de mi vientre, hacia abajo… Me besa fugazmente en los labios, luego corre su nariz a lo largo de mi cuello, mi garganta. Santo cielo, estoy en llamas… Su cercanía, sus manos, sus palabras.
—Y muy pronto vas a ser mi esposa para tener y mantener —susurra.
Oh mi...
—Para amar y cuidar.
Jesús.
—Con mi cuerpo, te voy a adorar.
Inclino mi cabeza hacia atrás y gimo. Sus dedos se deslizan a través de mi vello púbico, por encima de mi sexo, y frota la palma de su mano contra mi clítoris.
—Señora Alfonso ―susurra mientras la palma de su mano trabaja en contra de mí.
Jadeo.
—Sí —respira mientras su palma de la mano sigue atormentándome—. Abre tu boca.
Mi boca ya está abierta dado que estoy jadeando. La abro más, y él desliza un objeto grande de metal frío entre mis labios. Con la forma de un chupete de bebé de gran tamaño, tiene pequeños surcos o tallas, y lo que se siente como una cadena al final. Es grande.
—Succiona —me ordena en voz baja—. Voy a poner esto en tu interior.
¿Dentro de mí? ¿Dentro de mí, dónde? Mi corazón se tambalea en mi boca.
—Succiona —repite y detiene las palmas de sus manos.
No. No te detengas, me dan ganas de gritar, pero mi boca está llena. Sus manos aceitadas se deslizan de vuelta a mi cuerpo y, finalmente, ahuecan mis pechos olvidados.
—No dejes de succionar.
Suavemente enrolla mis pezones entre sus dedos pulgar e índice, y se endurecen y alargan bajo su toque experto, enviando ondas sinápticas de placer hasta llegar a mi ingle.
—Tienes esos hermosos pechos, Paula —murmura y mis pezones se endurecen aún más en respuesta. Murmura su aprobación y yo jadeo. Sus labios se mueven hacia abajo desde mi cuello hacia un pecho, dejando suaves mordiscos y succionando una y otra vez, hacia abajo hasta mi pezón, y de repente siento la presión de la pinza.
—¡Ah! ―Ahogo mi gemido a través del dispositivo en mi boca. Santo cielo, la sensación es exquisita, en bruto, doloroso, placentero… oh… el pellizco. Con suavidad, lame el pezón sobrio con su lengua, y cuando lo hace, se aplica al otro.
La mordedura de la segunda pinza es igual de dura. Pero igual de buena. Gimo ruidosamente.
—Siéntelo —susurra.
¡Oh, sí. Lo hago. Lo hago.
—Dame esto. —Él tira suavemente del chupete ornamentado de metal en mi boca, y yo lo suelto. Sus manos una vez más viajan por mi cuerpo, hacia mi sexo. Se ha re-aceitado las manos. Se deslizan en torno a mi espalda.
Se me corta la respiración. ¿Qué va a hacer? Me pongo tensa en mis rodillas mientras pasa sus dedos entre mis nalgas.
—Calla, tranquila —respira junto a mi oído y me besa en el cuello mientras sus dedos me golpean y juegan conmigo
¿Qué va a hacer? Su otra mano se desliza por mi vientre hacia mi sexo, palmeándome una vez más. Adentra sus dedos en mi interior, y me quejo ruidosamente, con aprecio.
—Voy a poner esto en tu interior —murmura—. No aquí. —Sus dedos se arrastran entre mis nalgas, extendiendo el aceite—. Sino aquí. —Mueve sus dedos de ida y vuelta, una y otra vez, dentro y fuera, golpeando la pared frontal de mi vagina.
Gimo y mis refrenados pezones se hinchan.
—Ah.
—Calla. —Pedro quita sus dedos y desliza el objeto dentro de mí. Él acuna mi cara y me besa, su boca invadiendo la mía, y oigo un chasquido muy débil. Al instante el artefacto dentro de mí empieza a vibrar… ¡allá abajo! Jadeo. La sensación es extraordinaria; más allá de cualquier cosa que haya sentido antes.
—¡Ah!
—Tranquila —me calma Pedro, ahogando mis jadeos con su boca. Sus manos se mueven hacia abajo y tiran con mucha suavidad de las pinzas. Grito en voz alta.
—¡Pedro, por favor!
—Silencio, nena. Aguanta ahí.
Esto es demasiado —todo esta sobre estimulación— en todas partes. Mi cuerpo empieza a elevarse, y de rodillas, soy incapaz de controlar la acumulación. Oh mi…
¿Seré capaz de manejar esto?
—Buena chica —me tranquiliza.
—Pedro —jadeo, sonando desesperada, incluso a mis propios oídos.
—Silencio, siéntelo, Paula. No tengas miedo. —Sus manos están ahora en mi cintura, sosteniéndome, pero no me puedo concentrarme en sus manos, lo que hay dentro
de mí, y las pinzas, también. Mi cuerpo se está erigiendo, preparando una explosión… con las vibraciones incesantes y la tortura dulce, deliciosa de mis pezones. Santo infierno.
Va a ser muy intenso. Sus manos se mueven de mis caderas, hacia abajo y alrededor, suaves y aceitadas, tocando, sintiendo, amasando mi piel… amasando mi trasero.
—Tan hermosa —murmura y de repente empuja suavemente un dedo ungido dentro de mí… ¡allí! En mi trasero. Mierda. Se siente extraño, lleno, prohibido.
Pero, oh, tan, bueno. Y se mueve lentamente, deslizándose dentro y fuera, mientras que sus dientes pacen por mi barbilla elevada.
—Tan hermosa, Paula.
Estoy suspendida en lo alto, muy por encima de un barranco ancho, muy amplio, y estoy volando luego cayendo vertiginosamente al mismo tiempo, sumiendo a la Tierra. No puedo sostenerlo más, y grito mientras mi cuerpo convulsiona y culmina en la plenitud abrumadora. A medida que mi cuerpo estalla, no soy nada más que sensación… en todas partes. Pedro libera primero una y luego la otra pinza, causando que mis pezones canten con una oleada de dulce, deliciosa sensación dolorosa, pero es oh-tan-buena que hace que mi orgasmo, este orgasmo, siga y siga. Su dedo permanece donde está, con suavidad deslizándose dentro y fuera.
—¡Argh! —grito, y Pedro se envuelve alrededor de mí, sosteniéndome, a medida que mi cuerpo sigue vibrando sin piedad en mi interior.
—¡No! ―grito una vez más, rogando, y esta vez retira el vibrador de mí, y su dedo, también, mientras que mi cuerpo sigue convulsionando.
Desata una de las esposas de modo que mis brazos caen libres. Mi cabeza cuelga en su hombro y estoy perdida, perdida en toda esta sensación abrumadora. Soy toda
aliento agotado, deseo exhausto y un dulce y bienvenido olvido.
Vagamente, me doy cuenta que Pedro me levanta, me lleva a la cama y me acuesta en las frías sábanas de satén.
Después de un momento, sus manos, todavía con aceite, frotan gentilmente la parte trasera de mis muslos, mis rodillas, mis pantorrillas y mis hombros. Siento la cama descender cuando él se extiende a mi lado.
Me quita la máscara, pero no tengo la energía para abrir los ojos. Encontrando mi trenza, él deshace el nudo de cabello y se inclina, besándome suavemente en los labios. Sólo mi errática respiración perturba el silencio en la habitación y se
equilibra mientras floto lentamente de vuelta a la Tierra. La música se ha detenido.
—Tan hermosa —murmura.
Cuando logro abrir un ojo, él me está mirando, sonriendo suavemente.
—Hola —dice. Me las arreglo para gruñir una respuesta, y su sonrisa se amplía—. ¿Lo suficientemente brusco para ti?
Asiento y le doy una sonrisa a regañadientes. Caray, más rudo y tendría que dar palmadas a los dos.
—Creo que estás intentando asesinarme —murmuro.
—Muerte por orgasmo. —Sonríe con suficiencia—. Hay formas mucho peores — dice, pero luego frunce el ceño ligeramente mientras un pensamiento poco placentero cruza su mente. Me angustia. Me estiro y acaricio su cara.
—Puedes matarme así en cualquier momento —susurro.
Noto que está gloriosamente desnudo y listo para la acción.
Cuando toma mi mano y besa mis nudillos, me inclino y capturo su rostro entre mis manos y empujo su boca contra
la mía. Me besa un momento, luego se detiene.
—Esto es lo que quiero hacer —murmura y se estira bajo su almohada en busca del control remoto de la música.
Presiona un botón y los suaves acordes de una guitarra hacen eco en las paredes.
—Quiero hacerte el amor —dice, mirándome, sus ojos grises brillando intensamente, amando con sinceridad. De fondo, suavemente, una voz familiar empieza a cantar “La Primera Vez que Vi tu Rostro”, y sus labios encuentran los míos.
CAPITULO 105
Estoy sentada en la cama. Pedro insistió en secar mi cabello, es algo hábil en eso. Cómo eso ocurrió es un pensamiento desagradable, así que lo desecho inmediatamente. Son pasadas las dos de la mañana, y estoy lista para dormir.
Pedro baja su mirada hacia mí y vuelve a examinar el llavero antes de subir a la cama. Sacude su cabeza, de nuevo incrédulo.
—Esto es tan increíble. El mejor regalo de cumpleaños que he tenido. —Me mira, sus ojos suaves y cálidos—. Mejor que mi cartel autografiado de Guiseppe DeNatale.
—Te habría dicho antes, pero como era tu cumpleaños… ¿Qué le das al hombre que tiene todo? Pensé en darte… a mí.
Pone el llavero en la mesita de noche y se arrima atrás de mí, atrayéndome a sus brazos contra su pecho, así estamos en cucharita.
—Es perfecto. Como tú.
Sonrío con suficiencia, a pesar de que no puede ver mi expresión.
—Estoy lejos de la perfección, Pedro.
—¿Está sonriendo, señorita Chaves?
¿Cómo sabe?
—Tal vez. —Río tontamente—. ¿Puedo preguntarte algo?
—Por supuesto. —Me acaricia el cuello.
—No necesitabas tu viaje de vuelta a Portland. ¿En realidad lo hiciste por José? ¿Estabas preocupada de que estuviera sola con él?
Pedro no dice nada. Me giro para verlo, y sus ojos están anchos por mi reproche.
—¿Sabes cuán ridículo es eso? ¿En cuánto estrés nos pusiste a tu familia y a mí? Todos te amamos mucho.
Pestañea un par de veces y luego me da su tímida sonrisa.
—No tenía idea de que estarían todos tan preocupados.
Frunzo mis labios.
—¿Cuándo vas a hacer atravesar por tu grueso cráneo que eres amado?
—¿Grueso cráneo? —Sus ojos se ensanchan con sorpresa.
Asiento.
—Sí. Grueso cráneo.
—No creo que la densidad ósea de mi cabeza sea significantemente mayor a la de ninguna en mi cuerpo.
—¡Hablo en serio! Deja de intentar hacerme reír. Sigo un poco enojada contigo, aunque está un poco eclipsado por el hecho de que estás en casa sano y salvo cuando pensé… —Mi voz se desvanece al recordar esas ansiosas horas—. Bueno, sabes lo que pensé.
Sus ojos se suavizan cuando alcanza a acunar mi rostro.
—Lo siento. Bien.
—También tu pobre mamá. Fue bastante conmovedor, verte con ella —susurro.
Sonríe tímidamente.
—Nunca la había visto de esa manera. —Pestañea con el recuerdo—. Sí, eso fue realmente algo. Normalmente está tan compuesta. Fue una sorpresa.
—¿Ves? Todos te aman. —Sonrío—. Tal vez ahora vas a comenzar a creerlo. — Me inclino y lo beso suavemente—. Feliz cumpleaños,Pedro. Estoy feliz de que estés aquí para compartir tu día conmigo. Y no has visto lo que tengo para ti mañana um… hoy. —Sonrío con suficiencia.
—¿Hay más? —dice, atónito, y su cara cambia a una sonrisa que quita el aliento.
—Oh sí, Señor Alfonso, pero vas a tener que esperar hasta entonces.
* * *
La habitación está inundada con luz. Son después de las ocho. Pedro nunca duerme hasta tan tarde. Me recuesto y calmo mi acelerado corazón. ¿Por qué la ansiedad? ¿Es la secuela de anoche?
Me giro y lo miro fijamente. Está allí. Está a salvo. Tomo una profunda y tranquilizadora respiración y observo su bello rostro. Un rostro que ahora es tan familiar, todas sus hendiduras y sombras eternamente grabadas en mi mente.
Luce mucho más joven cuando está dormido, y sonrío porque hoy es todo un año más viejo. Me abrazo, pensando en mi regalo. Oooh… ¿qué hará? Tal vez debería comenzar por traerle el desayuno a la cama. Aparte, José tal vez todavía esté aquí.
Encuentro a José en el mostrador, comiendo un plato de cereal. No puedo evitar sonrojarme cuando lo veo. Él sabe que he pasado la noche con Pedro. ¿Por qué me siento repentinamente tan tímida? No es como si estuviera desnuda ni nada.
Estoy usando mi bata de seda larga hasta el suelo.
—Buenas, José. —Sonrío vergüenza fuera.
—¡Hola, Paula! —Su rostro se ilumina, genuinamente feliz de verme. No hay pista de bromas o desdén lascivo en su expresión.
—¿Dormiste bien? —pregunto.
—Claro. Qué vista desde aquí arriba.
—Sí. Es algo especial. —Como el dueño de este departamento—. ¿Quieres un desayuno de hombre real? —bromeo.
—Me encantaría.
—Es el cumpleaños de Pedro hoy, le haré el desayuno en la cama.
—¿Está despierto?
—No, creo que está frito por ayer. —Rápidamente giro la mirada lejos de él y me dirijo al refrigerador para que no pueda ver mi sonrojo. Jesús, es sólo José. Cuando tomo los huevos y tocino del refrigerador, José me está sonriendo abiertamente.
—Realmente te gusta, ¿no?
Frunzo mis labios.
—Lo amo, José.
Sus ojos se ensanchan momentáneamente y luego sonríe.
—¿Qué hay para no amar? —pregunta haciendo gestos alrededor de la habitación.
Frunzo el ceño.
—Dios, ¡gracias!
—Oye, Paula, solo bromeo.
Hmm… ¿siempre tendré este prejuicio? ¿Que me caso con Pedro por su dinero?
—En serio, estoy bromeando. Nunca has sido ese tipo de chica.
—¿Está bien el omelet para ti? —pregunto, cambiando el tema. No quiero discutir.
—Claro.
—Y a mí —dice Pedro mientras entra a la habitación.
¡Santa mierda, está usando solo los pantalones de su pijama que cuelgan de esa manera totalmente ardiente de sus caderas, Jesús!
—José. —Asiente.
—Pedro —José devuelve solemnemente su asentimiento.
Pedro se gira hacia mí y sonríe con suficiencia mientras lo observo. Ha cumplido su propósito. Entrecierro mis ojos hacia él, desesperadamente intentando recuperar mi equilibrio, y la expresión de Pedro cambia sutilmente.
Sabe que sé lo que trama, y no le importa.
—Iba a llevarte el desayuno a la cama.
Pavoneándose, envuelve su brazo alrededor de mí, levanta mi barbilla, y planta un sonoro y húmedo beso en mis labios. ¡Muy no Cincuenta!
—Buenos días, Paula —dice. Quiero fruncirle el ceño y decirle que se comporte, pero es su cumpleaños. Me sonrojo. ¿Por qué es tan territorial?
—Buenos días, Pedro. Feliz cumpleaños. —Le doy una sonrisa, y me sonríe complacido.
—Estoy esperando mi otro regalo —dice y eso es. Me sonrojo del color de la Habitación Roja del Dolor y miro nerviosamente a José, quien luce como si hubiera tragado algo desagradable. Me giro y comienzo a preparar la comida.
—Así que, ¿cuáles son tus planes hoy, José? —pregunta Pedro, aparentemente casual mientras se sienta en un taburete.
—Me dirijo a ver a mi papá y Reinaldo, el papá de Paula.
Pedro frunce el ceño.
—¿Se conocen?
—Sí, estuvieron en el ejército juntos. Perdieron el contacto hasta que Paula y yo estuvimos en la universidad juntos. Es algo tierno. Son mejores amigos ahora. Se van a un viaje de pesca.
—¿Pesca? —Pedro está genuinamente interesado.
—Sí, hay buenas atrapadas en estas aguas de costa. Los salmones y truchas pueden crecer muy grandes.
—Cierto. Mi hermano Gustavo y yo sacamos a uno de quince y medio kilos una vez.
¿Están hablando de pesca? ¿Qué tiene la pesca? Nunca lo he entendido.
—¿Quince y medio kilos? Nada mal. El papá de Paula, sin embargo, mantiene el record. Uno de diecinueve y medio kilos.
—¡Estás bromeando! Nunca lo dijo.
—Feliz cumpleaños, de todas formas.
—Gracias. Así que, ¿dónde te gusta pescar?
Me desconecto. No necesito saber esto. Pero al mismo tiempo estoy aliviada. ¿Lo ves, Pedro? José no es tan malo.
* * *¨
Pedro se cambia rápidamente a una camiseta y unos jeans y descalzo nos acompaña a José y a mí al vestíbulo.
—Gracias por dejarme irrumpir aquí —dice José a Pedro mientras estrechan manos.
—En cualquier momento. —Pedro sonríe.
José me abraza rápidamente.
—Cuídate, Paula.
—Seguro. Fue genial verte. La próxima vez tendremos una noche fuera apropiada.
—Te haré mantenerlo. —Nos despide con la mano desde dentro del elevador, y entonces se ha ido.
—Ves, no es tan malo.
—Aún quiere estar dentro de tu ropa interior, Paula. Pero no puedo decir que lo culpe.
—Pedro, ¡eso no es verdad!
—No tienes idea, ¿o sí? —Me sonríe hacia abajo—. Te ha deseado. Mucho tiempo.
Frunzo el ceño.
—Pedro, es solo un amigo, un buen amigo. —Repentinamente me doy cuenta de que sueno como Pedro cuando está hablando de la Sra. Robinson.
El pensamiento es inquietante.
Pedro extiende sus manos en un gesto aplacador.
—No quiero pelear —dice suavemente.
¡Oh! No estamos peleando… ¿o sí?
—Tampoco yo.
—No le dijiste que nos vamos a casar.
—No. Pensé que debería decírselo primero a mamá y a Reinaldo. —Mierda. Es la primera vez que pienso en esto desde que dije que sí. Jesús; ¿qué van a decir mis padres?
Pedro asiente.
—Sí, estás en lo cierto. Y yo… um, debería preguntarle a tu padre.
Me río.
—Oh, Pedro; no estamos en el siglo dieciocho.
Santa mierda. ¿Qué dirá Reinaldo? El imaginarme esa conversación me llena de horror.
—Es tradicional. —Pedro se encoge de hombros.
—Hablemos de eso más tarde. Quiero darte tu otro regalo. —Mi intención es distraerlo. El pensar en mi regalo es como un agujero quemando en mi conciencia.
Necesito dárselo y ver cómo reacciona.
Me da su sonrisa tímida, y mi corazón se salta un latido.
Tanto tiempo como viva, nunca me cansaré de ver esa sonrisa.
—Estas mordiendo tu labio —dice y tira de mi barbilla.
Un estremecimiento recorre mi cuerpo mientras sus dedos me tocan. Sin una palabra, y mientras aún tengo un poco de coraje, tomo su mano y lo llevo de vuelta a la habitación.
Suelto su mano, dejándolo parado por la cama, y de debajo de mi lado de la cama, saco las dos cajas de regalo restantes.
—¿Dos? —dice, sorprendido.
Tomo una respiración profunda.
—Compré esta antes del, um… incidente de ayer. No estoy segura de ello ahora. — Rápidamente le entrego uno de los paquetes antes de cambiar de opinión. Me mira, intrigado, sintiendo mi vacilación.
—¿Estás segura de que quieres que lo abra?
Asiento, ansiosamente.
Pedro rompe la envoltura del paquete y mira sorprendido la caja.
—Charlie Tango —susurro.
Sonríe. La caja contiene un pequeño helicóptero de madera con un gran rotor de hélices a energía solar. Lo abre.
—A energía solar —murmura—. Wow. —Y, antes de que lo sepa, está sentado sobre la cama ensamblándolo. Encaja junto rápidamente, y Pedro lo sostiene sobre la palma de su mano.
Un helicóptero de madera azul. Levanta su mirada hacia mí dándome su sonrisa gloriosa de chico americano, entonces se dirige a la ventana de manera que el pequeño helicóptero es bañado en la luz solar y el rotor empieza a girar.
—Mira eso —exhala, examinándolo de cerca—. Lo que podemos hacer con esta tecnología. —Lo sostiene al nivel de sus ojos, mirando las aspas girar. Esta fascinado y es fascinante de ver cómo se pierde a sí mismo en sus pensamientos, mirando el pequeño helicóptero ¿Qué está pensando?
—¿Te gusta?
—Paula, lo amo. Gracias. —Me agarra y me besa rápidamente, entonces se gira para mirar el rotor girar—. Lo agregaré al planeador en mi oficina —dice distraídamente, mirando las hélices girar. Mueve su mano fuera de la luz del sol, y las hélices lentamente giran más lento hasta detenerse.
No puedo esconder mi sonrisa divide-rostro, y quiero abrazarme a mí misma. Lo ama. Por supuesto, es acerca de tecnología alternativa. Lo olvidé al momento de comprarlo.
Colocándolo sobre la cómoda, se gira para encararme.
—Me hará compañía hasta que salvemos a Charlie Tango.
—¿Es salvable?
—No lo sé. Eso espero. Lo extrañaré, de otra forma.
¿Lo? Me sorprendo a mí misma por la pequeña punzada de celos que siento por un objeto inanimado. Mi subconsciente resopla con una risa burlona. La ignoro.
—¿Qué hay en la otra caja? —pregunta, sus ojos amplios con entusiasmo casi infantil.
Santo joder.
—No estoy segura si este regalo es para ti o para mí.
—¿De veras? —pregunta, y sé que he picado su interés.
Nerviosamente le entrego la segunda caja. La sacude gentilmente y ambos oímos el pesado traqueteo.
Levanta la mirada hacia mí—. ¿Por qué estás tan nerviosa? —pregunta perplejo. Me encojo de hombros, avergonzada y excitada mientras me sonrojo.
Levanta una ceja hacia mí—. Me tienes intrigado, señorita Chaves —susurra, y su voz corre directo a través de mí, deseo y anticipación reproduciéndose en mi vientre—. Tengo que decir que disfruto tu reacción. ¿Qué has estado haciendo? — Entrecierra sus ojos especulativamente.
Sigo con los labios apretados mientras contengo la respiración.
Remueve la tapa de la caja y saca una pequeña tarjeta. El resto del contenido está envuelto en papel tisú. Abre la tarjeta, y sus ojos se oscurecen rápidamente hacia los míos; abriéndose con shock o sorpresa. Simplemente no lo sé.
—¿Hacer cosas rudas contigo? —murmura. Asiento y trago.
Inclina su cabeza a un lado con cautela, evaluando mi reacción, y frunce el ceño. Entonces vuelve su atención de regreso a la caja. Desgarra a través del papel tisú azul pálido y saca una máscara de ojos, algunas pinzas para pezones, un tapón anal, su iPod, su corbata gris-plata; y por último pero no menos importante, las llaves de su sala de juegos.
Me observa, su expresión oscura, ilegible. Oh mierda. ¿Es un mal movimiento?
—¿Quieres jugar? —pregunta suavemente.
—Sí —suspiro.
—¿Por mi cumpleaños?
—Sí. —¿Puede sonar mi voz más pequeña?
Una mirada de emociones cruza su rostro, ninguna de las cuales puedo situar, pero se decide por ansioso. Hmm… No exactamente la reacción que esperaba.
—¿Estás segura? —pregunta.
—No los látigos y esas cosas.
—Lo entiendo.
—Sí, entonces. Estoy segura.
Sacude se cabeza y mira hacia abajo al contenido de la caja.
—Sexo loco e insaciable. Bien, creo que podemos hacer algo con este lote — murmura casi para sí mismo, entonces pone el contenido de regreso en la caja.
Cuando me mira otra vez, su expresión ha cambiado completamente. Cielo santo, sus ojos grises queman, y su boca se eleva en una sonrisa lenta y erótica. Extiende su mano—. Ahora —dice, y no es una petición. Mi vientre se contrae, apretado y duro, profundo, profundamente abajo.
Pongo mi mano en la suya.
—Ven —ordena, y lo sigo fuera de la habitación, mi corazón en mi boca. Deseo corriendo espeso y caliente a través de mi sangre y mi interior se aprieta con hambrienta anticipación. Mi Diosa interior se levanta alrededor de su chaise longue. ¡Finalmente!
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