miércoles, 21 de enero de 2015

CAPITULO 60




El día avanza y avanza, lentamente, y Jeronimo está inusualmente atento. Sospecho que es el vestido ciruela de Lourdes y las botas de tacón alto negras que he tomado de su armario, pero no me detengo en el pensamiento. Resolví ir a comprar ropa con mi primer cheque de pago. El vestido me queda más suelto de lo que estaba. Pero pretendo no notarlo.


Finalmente, son las cinco treinta, recojo mi chaqueta y mi bolso, tratando de calmar mis nervios. ¡Voy a verlo!


—¿Tienes una cita esta noche? —Jeronimo pregunta mientras pasea más allá de mi escritorio en su camino hacia afuera.


—Sí. No. No realmente.


Me arquea una ceja, su interés claramente abierto.


—¿Novio?


Me sonrojo.


—No, un amigo. Un exnovio.


—Quizás mañana te gustaría tomar una bebida después del trabajo. Has tenido una estelar primera semana, Paula. Deberíamos celebrar. —Sonríe y una desconocida emoción revolotea sobre su rostro, haciéndome sentir incómoda.


Colocando sus manos en los bolsillos, pasa a través de las puertas dobles. Frunzo el ceño a su espalda. Beber con el jefe, ¿es esa una buena idea?


Sacudo mi cabeza. Tengo una tarde con Pedro Alfonso por la que pasar primero.


¿Cómo voy a hacer esto? Me apresuro a los servicios para hacer unos retoques de último minuto.


En el gran espejo en la pared, le doy una larga y dura mirada a mi rostro. Tengo mi palidez habitual, círculos oscuros alrededor de mis muy grandes ojos. Me veo desolada, obsesionada.


Jesús, desearía saber cómo usar maquillaje. Aplico una máscara y delineador de ojos, y pellizco mis mejillas, esperando traer algo de color en ellas. Ordenando mi cabello de forma que cuelgue artísticamente hacia abajo por mi espalda, tomo una profunda respiración. Esto tiene que lograrlo.


Nerviosamente camino a través del vestíbulo con una sonrisa y un ondeo de mano hacia Carola en recepción. 


Pienso que ella y yo podríamos ser amigas. Jeronimo está
hablando a Elisa mientras me encamino hacia las puertas. 


Sonriendo ampliamente, se apresura hacia afuera para abrir las puertas para mí.


—Después de ti, Paula—murmura.


—Gracias. —Sonrío, avergonzada.


Afuera en la cuneta, Taylor está esperando. Abre la puerta trasera del auto. Miro vacilante a Jeronimo, quien me ha seguido afuera. Está mirando hacia el Audi Sub con desdén. Giro y entro en la parte de atrás, y ahí está sentado, Pedro Alfonsovistiendo su traje gris, sin corbata, su camisa blanca abierta en el cuello. Sus ojos grises resplandecen.


Mi boca se seca. Se ve glorioso excepto porque está frunciéndome el ceño. ¡Oh, no!


—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —chasquea mientras Taylor cierra la puerta detrás de mí.


Mierda.


—Hola,Pedro. Sí, es bueno verte también.


—No quiero tu boca rápida ahora. Respóndeme. —Sus ojos llamean.


Santa cielo.


—Uhm… tomé un yogurt a la hora de almuerzo. Ah, y un plátano.


—¿Cuándo fue la última vez que tuviste una comida apropiada? —pregunta ásperamente.


Taylor se desliza en el asiento del conductor y enciende el auto, y nos pone en el tráfico.


Miró hacia arriba y Jeronimo está ondeando una mano hacia mí, como si pudiera verme a través del vidrio oscuro, no sé.



 Ondeo una mano de vuelta.


—¿Quién es ese? —chasquea Pedro.


—Mi jefe. —Espío al hermoso hombre a mi lado, y su boca está presionada en una dura línea.


—¿Y bien? ¿Tu última comida?


Pedro, eso realmente no te concierne —murmuro, sintiéndome extraordinariamente valiente.


—Cualquier cosa que hagas me concierne. Dime.


No, esto no lo hace. Gimo en frustración, rodando mis ojos hacia el cielo, y Pedro entrecierra los ojos. Y por primera vez en mucho tiempo, quiero reír. Trato fuertemente de contener la risa nerviosa que trata de burbujear hacia arriba. El rostro de Pedro se suaviza mientras me esfuerzo por mantener el rostro serio, y veo un trazo de sonrisa besando sus esculpidos labios.


—¿Y bien? —pregunta, su voz más suave.


—Pasta alla vongole, el viernes pasado —susurro.


Cierra los ojos mientras la furia y posiblemente remordimiento, barren a través de su rostro.


—Ya veo —dice, su voz inexpresiva—. Parece que has perdido al menos dos kilos posiblemente más desde entonces. Por favor come, Paula. —Reprende.


Miro fijamente mis dedos entrelazados en mi regazo. ¿Por qué siempre me hace sentir como una niña errante?


Cambia de posición y gira hacia mí.


—¿Cómo estás? —pregunta, su voz aún suave.


Bien, como la mierda realmente… trago.


—Si te dijera que he estado bien, estaría mintiendo.


Inhala bruscamente.


—Yo también —murmura, se acerca y toma mi mano—. Te extraño —agrega.


Oh no. Piel contra piel.


Pedro, yo…


—Paula, por favor. Necesitamos hablar.


Voy a llorar. No.


Pedro, yo… por favor… ya he llorado mucho —murmuro, tratando de mantener mis emociones bajo control.


—Oh, nena, no. —Jala mi mano, y antes de que me dé cuenta, estoy sobre su regazo. Tiene sus brazos a mi alrededor, y su nariz está en mi cabello—. Te he extrañado demasiado, Paula. —Respira.


Quiero forcejear fuera de su agarre, mantener alguna distancia, pero sus brazos están envueltos alrededor de mí. 


Me presiona contra su pecho. Me derrito. Oh, aquí es donde quiero estar.


Descanso mi cabeza junto a la suya, y el besa mi cabello repetidamente. Este es el hogar. Huele a lino, suavizante de ropa, gel de baño, y mi olor favorito, Pedro.


Por un momento, me permito la ilusión de que todo va a estar bien, y eso alivia mi alma devastada.


Algunos minutos más tarde, Taylor se detiene en el borde de la acera, aunque todavía estamos en la ciudad.


—Vamos. —Pedro me mueve fuera de su regazo—. Estamos aquí.


¿Qué?


—Helipuerto en lo alto de este edificio. —Pedro mira hacía el edificio a moda de explicación.


Por supuesto. Charlie Tango. Taylor abre la puerta y me deslizo fuera. Me da una sonrisa cálida, como la de un tío que hace que me sienta segura. Le sonrío de vuelta.


—Debería devolverte el pañuelo.


—Consérvelo, señorita Chaves, con mis mejores deseos.


Me sonrojo mientras Pedro viene alrededor del auto y toma mi mano. Mira enigmáticamente a Taylor, quien le devuelve la mirada impasiblemente, sin revelar nada.


—¿A las nueve? —le dice Pedro.


—Sí, señor.


Pedro asiente mientras gira y me conduce a través de las puertas dobles dentro del grandioso vestíbulo. Reparo en la sensación de sus grandes manos y sus largos y expertos dedos curvados alrededor de la mía. Siento la familiar presión. Estoy atraída, como Ícaro hacia su sol. Me he quemado ya, y aun así estoy aquí nuevamente.


Alcanzando los elevadores, presiona el botón de llamada.


 Doy una mirada hacia él y está vistiendo su enigmática media sonrisa. Mientras las puertas se abren, suelta
mi mano y me conduce dentro.


Las puertas se cierran y arriesgo una segunda mirada. Él mira hacia mí, vivos ojos grises, y ahí está en el aire entre nosotros, esa electricidad. Es palpable. Puedo incluso probarla, pulsando entre nosotros, jalándonos juntos.


—Oh mi… —Jadeo mientras me deleito brevemente en la intensidad de esta atracción visceral, primitiva.


—Lo siento también —dice, sus ojos nublados e intensos.


El deseo pulsa oscura y letalmente en mi ingle. Toma mi mano y roza mis nudillos con su pulgar, y todos mis músculos se contraen tensándose, deliciosa y profundamente en mi interior.


Santo cielo. ¿Cómo puede seguir haciéndome esto?


—Por favor no muerdas tu labio, Paula —susurra.


Miro hacia él, liberando mi labio. Lo deseo. Aquí, ahora, en el elevador. ¿Cómo no podría?


—Sabes lo que eso me hace —murmura.


Oh, sigo afectándolo. Mi Diosa interior despierta de su enfado de cinco días.


Abruptamente la puerta se abre, rompiendo el hechizo, y estamos en la azotea.


Hace viento, y a pesar de mi chaqueta negra, estoy fría. 


Pedro pone su brazo a mi alrededor, jalándome a su lado, y nos apresuramos al otro lado donde Charlie Tango está en el centro del helipuerto con sus hélices girando lentamente.


Un hombre alto, rubio, de mandíbula cuadrada en un traje oscuro brinca fuera y agachándose, lentamente corre hacia nosotros. Estrechando manos con Pedrogrita por encima del ruido de las hélices.


—Listo para irse, señor. ¡Es todo suyo!


—¿Todas las verificaciones hechas?


—Sí, señor.


—¿Lo recogerás alrededor de las ocho treinta?


—Sí, señor.


—Taylor está esperando por ti afuera en el frente.


—Gracias, Sr. Alfonso. Viaje a salvo a Portland. Señora. —Me saluda. Sin soltarme,


Pedro asiente, se agacha y me conduce a la puerta del helicóptero.


Una vez dentro me abrocha firmemente el arnés. Ciñendo las correas apretadamente. Me da una mirada conocedora y su sonrisa secreta.


—Esto te mantendrá en tu lugar —murmura—. Debo decir que me gusta este arnés en ti. No toques nada.


Me sonrojo de un profundo carmesí, y corre su dedo índice hacia abajo por mi mejilla antes de colgarme los audífonos. 


Me gustaría tocarte también, pero no vas a dejarme. Le frunzo el ceño. Además ha puesto las correas tan ceñidas que apenas puedo moverme.


Se sienta en su lugar y se pone las correas a sí mismo. 


Entonces empieza a hacer todas sus comprobaciones antes del vuelo. Es simplemente tan competente. Es muy atrayente. Se pone sus audífonos, enciende el interruptor y las hélices aceleran, aturdiéndome.


Girando, me mira.


—¿Lista, nena? —Su voz hace eco a través de los audífonos.


—Sí.


Sonríe con su sonrisa de niño. Wow, no la he visto desde hace mucho.


—Torre Sea-Tac, aquí Charlie Tango–Tango Eco Hotel, permiso para partir de Portland vía PDX, Por favor confirme, cambio.


La voz incorpórea del controlador de tráfico aéreo contesta, dando instrucciones.


—Roger, torre, Charlie Tango lista, Cambio y fuera. —Pedro enciende dos interruptores, aferra la palanca, y el helicóptero se eleva lenta y suavemente hacia el cielo del crepúsculo.


Seattle y mi estómago caen lejos de nosotros, y hay tanto que ver.


—Perseguimos el amanecer, Paula, ahora el crepúsculo. —Su voz viene a través de los audífonos. Me giro para mirarlo sorprendida.


¿A qué se refiere? ¿Cómo es que puede decir las cosas más románticas? Sonríe, y no puede evitarlo, pero le sonrío de vuelta, tímidamente.


—Aunque con el sol de la tarde, hay mucho más que ver esta vez —dice.


La última vez que volamos a Seattle estaba oscuro, pero esta tarde, la vista es espectacular, literalmente fuera de este mundo. Estamos por encima de los edificios más altos, yendo más y más alto.


—Escala está ahí fuera. —Señala hacia el edificio—. Desde allí puedes ver la aguja espacial3. —Estiro mi cabeza


—Nunca he ido.


—Te llevaré, podemos comer ahí.


¿Qué?


Pedro, rompimos.


—Lo sé. Aún puedo llevarte ahí y alimentarte. —Me mira encolerizado.


Sacudo mi cabeza y me sonrojo antes de tomar un método menos confrontacional.


—Es muy hermoso aquí arriba, gracias.


—Impresionante, ¿no?


—Es impresionante que puedas hacer esto.


—¿Halagos de usted, señorita Chaves? Pero soy un hombre de muchos talentos.


—Estoy completamente consciente de eso, Sr. Alfonso.


Gira y me sonríe, y por primera vez en cinco días. Me relajo un poco, quizás esto no será tan malo.


—¿Cómo es el nuevo trabajo?


—Bien, gracias por el interés.


—¿Cómo es tu nuevo jefe?


—Oh, está bien. —¿Cómo puede decirle a Pedro que Jeronimo me hace sentir incómoda? Pedro se gira y me mira atentamente.


—¿Qué está mal? —pregunta.


—Aparte de lo obvio, nada.


—¿Lo obvio?


—Oh, Pedro, realmente a veces eres muy obtuso.


—¿Obtuso? ¿Yo? No estoy seguro de apreciar su tono, señorita Chaves.


—Bien, entonces no lo hagas.


Sus labios se curvan en una sonrisa.


—He extrañado tu rápida boca.


Jadeo y quiero gritar: ¡Yo te extrañé —todo de ti— no solo tu boca! Pero me callo y miro fijamente hacia fuera del vidrio de pecera que es el parabrisas de Charlie Tango mientras continuamos hacia el sur. El crepúsculo está hacia nuestra derecha, el sol bajo en el horizonte, —grande, resplandeciendo con un llameante naranja— y soy Ícaro nuevamente, volando demasiado cerca.



* * *


El crepúsculo nos ha seguido desde Seattle, y el cielo está bañado de ópalo, rosas y aguamarinas entretejidos juntos como solo la madre naturaleza sabe hacer. Es una despejada y vivificante tarde, y las luces de Portland centellean y titilan, dándonos la bienvenida mientras Pedro maneja el helicóptero hacia abajo en el helipuerto.


Estamos en lo alto de una extraña construcción de ladrillos marrones en Portland que dejamos tres semanas atrás.


Jesús, no ha sido hace demasiado tiempo. Aún siento como si conociera a Pedro de toda una vida.


Apaga a Charlie Tango, deslizando varios interruptores entonces las hélices se detienen, y eventualmente todo lo que oigo es mi respiración a través de los audífonos. Hmm. 


Esto me recuerda brevemente mi experiencia Thomas Tallis.
Palidezco. Simplemente no quiero ir ahí justo ahora.


—¿Buen paseo, señorita Chaves? —pregunta, su voz como la miel, sus ojos grises centelleando.


—Sí, gracias, Sr. Alfonso —le respondo educadamente.


—Bien, vamos a ver las fotos del chico. —Extiende su mano hacia mí y tomándola, salgo de Charlie Tango.


Un hombre de cabello gris con barba, camina a nuestro encuentro, sonriendo ampliamente, y lo reconozco como el anciano de la última vez que estuvimos aquí.


—Joe. —Pedro sonríe y suelta mi mano para sacudir la de Joe cálidamente—. Mantenlo a salvo para Stephan. Estará aquí alrededor de las ocho o nueve.


—Lo haré, Sr. Grey, señora —dice, asintiendo hacia mí—. Su auto espera bajando las escaleras, señor. Oh, y el elevador está fuera de servicio; tiene que usar las escaleras.


—Gracias, Joe.


Pedro toma mi mano y nos encaminamos a las escaleras de emergencia.


—Es bueno para ti que solo sean tres pisos, en esos tacones —murmura él hacia mí en desaprobación.


No es broma.


—¿No te gustan las botas?


—Me gustan mucho, Paula. —Su mirada se oscurece y creo que podría decir algo más pero se detiene—. Vamos. Lo tomaremos con calma. No quiero que caigas y te rompas el cuello.



* * *


Nos sentamos en silencio mientras nuestro chofer nos lleva a la galería. Mi ansiedad había retornado con más fuerza, y me doy cuenta de que nuestro tiempo en Charlie Tango ha sido el ojo de la tormenta. Pedro está quieto y cavilando… aprehensivo incluso; nuestro humor luminoso de más temprano ha desaparecido.


Hay mucho que quiero decir, pero este viaje es demasiado corto. Pedro mira pensativo por la ventana.


—José es solo un amigo —murmuro.


Pedro voltea y me mira fijamente, sus ojos oscuros y protegidos, sin dar nada.


Su boca, oh, su boca es distrayente, y espontáneamente. La recuerdo sobre mí, en todas partes. Mi piel palpita. Cambia de posición en su asiento y frunce el ceño.


—Esos hermosos ojos se ven demasiado grandes en tu rostro, Paula. Por favor, dime que comerás.


—Sí, Pedro, comeré —respondo automáticamente, una trivialidad.


—Lo digo en serio.


—¿Lo haces? —No puedo mantener el desdén fuera de mi voz. Honestamente, la audacia de este hombre; este hombre quien me ha puesto a través del infierno sobre los pasados días. No, eso no es cierto. Yo me he puesto a mí misma a través de un infierno. No, es él. Sacudo mi cabeza, confundida.


—No quiero pelear contigo, Paula. Te quiero de regreso, y te quiero a salvo — dice suavemente.


¿Qué? ¿A qué se refiere?


—Pero nada ha cambiado. —Aún eres cincuenta tonos.


—Hablaremos en el camino de regreso. Estamos aquí.


El auto se detiene en frente de la galería, y Pedro baja, dejándome sin palabras.


Abre la puerta del auto para mí, y salgo.


—¿Por qué haces eso? —Mi voz es más fuerte de lo que esperaba.


—¿Hacer qué? —Pedro es tomado por sorpresa.


—Decir algo como eso y entonces simplemente paras.


—Paula, estamos aquí. Donde querías estar. Hagamos esto y entonces hablamos. Particularmente, no quiero una escena en la calle.


Me sonrojo y echo un vistazo alrededor. Está en lo correcto. 


Es demasiado público.


Presiono mis labios juntos mientras él me mira hacia abajo
—Está bien —murmuro de mala gana. Tomando mi mano, me conduce al interior del edificio.


Estamos en un almacén reconvertido, paredes de ladrillo, oscuros pisos de madera, techos blancos, y tuberías blancas. Es de aire moderno, y hay muchas personas deambulando por el piso de la galería. Probando vino y admirando el trabajo de José. Por un momento, mis problemas se derriten lejos mientras me doy cuenta de que José ha realizado su sueño. ¡Así se hace, José!


—Buenas tardes y bienvenidos al espectáculo de José Rodríguez. —Una mujer joven vestida de negro con un muy corto cabello marrón, usando lápiz labial rojo, y grandes pendientes de aro, nos recibe.


Echa un breve vistazo hacia mí; entonces uno mucho más largo de lo que es estrictamente necesario a Pedro,entonces gira de regreso hacia mí,parpadeando mientras se sonroja.


Mi frente se arruga. Él es mío, o lo era. Trato fuertemente de no fruncirle el ceño.


Mientras sus ojos recuperan su enfoque, vuelve a parpadear.


—Oh, eres tú, Paula. Queremos tu opinión en todo esto, también. —Sonriendo, me entrega un folleto y me dirige a una mesa llena con bebidas y bocadillos.


¿Cómo sabe mi nombre?


—¿La conoces? —Pedro frunce el ceño.


Sacudo mi cabeza, igualmente desconcertada.


Se encoge de hombros, distraído.


—¿Qué te gustaría de beber?


—Tomaré una copa de vino blanco, gracias.


Su entrecejo se frunce, pero contiene su lengua y se dirige a la barra libre.


—¡Paula!


José viene disparado atravesando una multitud de personas.


¡Santo cielo! Está vistiendo un traje. Se ve bien y está sonriéndome radiante. Me envuelve en sus brazos, abrazándome fuertemente. Y es todo lo que puedo hacer para no estallar en lágrimas. Mi amigo, mi único amigo mientras que Lourdes está lejos. Lágrimas llenan mis ojos.


—Paula, estoy tan contento de que lo hayas hecho. —Suspira en mi oído, entonces se detiene y abruptamente me extiende a un brazo de distancia, mirándome fijamente.


—¿Qué?


—Hey, ¿estás bien? Luces tan, bien, extraña. Dios mío, ¿has perdido peso?


Pestañeo alejando mis lágrimas.


—José, estoy bien. Solo estoy tan feliz por ti. —Mierda, no él, también—.Felicitaciones por el espectáculo. —Mi voz tiembla mientras veo la preocupación grabada en su oh-tan familiar rostro, pero tengo que mantenerme unida.


—¿Cómo llegaste hasta aquí? —pregunta.


Pedro me trajo —digo repentinamente aprehensiva.


—Oh. —El rostro de José cae y me suelta—. ¿Dónde está? —Su expresión se oscurece.


—Ahí fuera, consiguiendo bebidas. —Señalo con la cabeza en dirección a Pedro y veo que está intercambiando comentarios amables con alguien esperando en la línea. Pedro mira hacia arriba cuando miro en su dirección y nuestros ojos se traban. Y por un breve momento nos quedamos mirando el uno al otro.


Santo cielo… Este hermoso hombre me quiere de vuelta, y profundamente dentro de mí, una dulce alegría se despliega como una gloriosa mañana en la madrugada.


—¡Paula! —José me distrae, y soy arrastrada nuevamente al aquí y ahora—. Estoy tan contento de que vinieras, escucha, debo advertirte…


Repentinamente, la señorita “muy corta cabellera y lápiz labial rojo” lo corta.


—José, la periodista del Portland Printz está aquí para verte. Vamos. —Me da una sonrisa educada.


—¿Cuán genial es esto? La fama. —Sonríe y no puedo resistirme así que sonrío de vuelta; es tan feliz—. Te atraparé luego, Paula. —Besa mi mejilla, y lo miro pasear hasta una mujer joven parada junto a un alto y larguirucho fotógrafo.


Las fotografías de José están por todas partes, y en algunos casos magnificadas sobre grandes lienzos. Hay de ambas; a blanco y negro y a color. Hay una belleza etérea en muchos de los paisajes. En una te lleva a un lago en Vancouver, es de tarde y nubes rosa se reflejan sobre el agua. 


Brevemente, soy transportada por la tranquilidad y la paz. 


Es impresionante.


Pedro se une a mí, y tomo una respiración profunda y trago, tratando de recobrar algo de mi equilibro anterior. Me alcanza una copa de vino blanco.


—¿Está a la altura? —mi voz suena más normal.


Me mira con curiosidad.


—El vino.


—No. Raramente lo hace en esta clase de eventos. El chico aquí tiene talento, ¿no? Pedro está admirando también la foto del lago.


—¿Por qué crees que le pedí a él que tomara tu foto? —No puedo ocultar el orgullo en mi voz. Sus ojos se deslizan impasibles de la fotografía hacia mí.


—¿Pedro Alfonso? —El fotógrafo del Portland Printz enfoca a Pedro—. ¿Puedo tomar una foto, señor?


—Seguro. —Pedro esconde su ceño fruncido. Doy un paso hacia atrás, pero él sujeta mi mano y me jala a su lado. 


El fotógrafo nos ve juntos y no puede ocultar su sorpresa.


—Sr. Alfonso, gracias. —Toma un par de fotos—. ¿Señorita…? —pregunta.


—Chaves —replico.


—Gracias, señorita Chaves. —Se escabulle.


—Busqué fotos tuyas en citas en internet. No había ninguna. Es por eso que Lourdes pensó que eras gay.


La boca de Pedro se curva con una sonrisa.


—Eso explica tu inapropiada pregunta. No, no tengo citas, Paula; sólo contigo. Pero tú lo sabes. —Sus ojos queman con sinceridad.


—Entonces, ¿nunca llevaste a tus… —Miro alrededor nerviosamente para verificar que nadie puede oírnos—… sumisas fuera?


—A veces, no en citas. De compras, ya sabes. —Se encoje de hombros. Sus ojos no dejan los míos.


Oh, entonces sólo en el cuarto de juegos; su cuarto rojo del dolor y su apartamento.


No sé cómo sentirme acerca de ello.


—Sólo tú, Paula. —Suspira.


Me sonrojo y miro fijamente hacia abajo, a mis dedos. A su propia manera, se preocupa por mí.


—Tu amigo aquí parece más un hombre de paisajes, no retratos. Vamos a ver alrededor. —Extiende su mano hacia mí, y la tomo.


Vagamos pasando algunas fotos más y me doy cuenta de un par asintiendo hacia mí, sonriendo ampliamente como si me conocieran. Debe ser porque estoy con Pedro, pero un hombre joven esta mirándome descaradamente. Raro.


Giramos la esquina, y puedo ver por qué he estado recibiendo miradas extrañas.


Colgando de una pared lejana hay siete enormes portarretratos… de mí.


Los miro en blanco, estupefacta, la sangre drenándose de mi rostro. Yo: haciendo pucheros, riendo, frunciendo el ceño, seria, divertida. Todas en súper close up4todas en blanco y negro.


¡Santa mierda! Recuerdo a José jugando con la cámara en un par de ocasiones cuando se encontraba de visita y cuando había estado conduciendo con él y su asistente de fotografía. Había tomado instantáneas, o eso pensé. No estas abiertamente invasivas.


Miro hacia arriba a Pedro, quien está mirando fijamente, transfigurado, a cada uno de los cuadros por turno.


—Parece que no soy el único —murmura crípticamente, su boca puesta en una dura línea.


Pienso que está enojado. Oh, no.


—Discúlpame —dice, sujetándome con su brillante mirada gris por un momento.


Se gira y se dirige al escritorio de recepción.


¿Cuál es el problema ahora? Miro hipnotizada mientras habla animadamente con la señorita “muy corta cabellera y lápiz labial rojo” Pesca su billetera y saca su tarjeta de crédito.


Mierda. Debe haber comprado una de ellas.


—Hey. Tú eres la musa. Esas fotografías son estupendas. —Un hombre joven con una mata de cabello rubio brillante me sobresalta. Siento una mano en mi codo y Pedro está de regreso.


—Eres un chico con suerte. —Mata rubia sonríe a Pedro, quien le dedica una fría mirada.


—Lo soy —murmura oscuramente, mientras me jala a su lado.


—¿Acabas de comprar una de ellas?


—¿Una de ellas? —resopla sin quitar los ojos de ellas.


—¿Compraste más de una?


Él rueda los ojos.


—Las compré todas, Paula. No quiero a algún extraño comiéndote con los ojos en la privacidad de su hogar.


Mi primera inclinación es reír.


—Prefieres hacerlo tú —me burlo.


Me mira hacia abajo, sorprendido con la guardia baja por mi audacia, pienso, pero está tratando de ocultar su diversión.


—Francamente, sí.


—Pervertido —boqueo hacia él y muerdo mi labio inferior para prevenir mi sonrisa.


Su boca cae abierta, y ahora su diversión es obvia. Sujeta su barbilla pensativamente.


—No puedo discutir esa afirmación,Paula. —Sacude su cabeza, y sus ojos se suavizan con humor.


—Podría discutirlo en otra ocasión contigo, pero he firmado un CND5.


Suspira, mirándome, y sus ojos se oscurecen.


—Lo que me gustaría hacer con tu boca rápida —murmura.


Jadeo, sabiendo a qué se refiere.


—Eres muy grosero. —Trato de sonar en shock y fracaso. 


¿Acaso no tiene límites?


Me sonríe, divertido, y luego frunce el ceño.


—Te ves muy relajada en esas fotos, Paula. No te veo así muy a menudo.


¿Qué? ¡Whoa! Cambio de tema —hablando de incongruencias— de divertido a serio.


Me sonrojo y echo un vistazo hacia abajo a mis dedos. Él inclina mi cabeza hacia atrás, e inhalo bruscamente al contacto con sus largos dedos.


—Te quiero así de relajada conmigo —susurra. Todo trazo de humor se ha ido.


Profundamente en mi interior esa alegría se agita de nuevo.


 Pero, ¿cómo puede ser eso? Tenemos asuntos pendientes.


—Debes parar de intimidarme si quieres eso —chasqueo.


—Debes aprender a comunicarte y decirme cómo te sientes —chasquea de vuelta,sus ojos llameando.


Tomo una respiración profunda.


Pedro, tú me quieres como sumisa. Ahí es donde radica el problema. Creo que los sinónimos eran y cito: “obediente, flexible, manejable, tratable, pasiva, sometida, resignada, paciente, dócil, mansa y sumisa. No se suponía que te mirara.No hablarte a menos que me dieras permiso de hacerlo”. ¿Qué esperas? —le siseo.


Parpadea, y su ceño se profundiza a medida que continúo.


—Es muy confuso estar contigo. No quieres que te desafíe, pero entonces te gusta mi “boca rápida”. Quieres obediencia, excepto que cuando no lo hago, entonces puedes castigarme. Simplemente no sé qué camino tomar cuando estoy contigo.


Entorna los ojos.


—Buen punto bien hecho, como de costumbre, señorita Chaves —Su voz es fría—. Ven, vamos a comer.


—Solo hemos estado aquí por media hora.


—Has visto las fotos, has hablado con el chico.


—Su nombre es José.


—Has hablado con José; el hombre que, la última vez que vi, estaba tratando de poner su lengua en tu renuente boca mientras estabas borracha y enferma — gruñe.


—Él nunca me ha golpeado —escupo hacia él.


Pedro me frunce el ceño, furia emanando de cada poro.


—Ese es un golpe bajo, Paula —susurra amenazante.


Me sonrojo y Pedro pasa sus dedos a través de su cabello, tensándose con rabia apenas contenida. Lo miro ferozmente de regreso.


—Te estoy llevando por algo de comer, te estás desvaneciendo en frente de mí.Encuentra al chico, di adiós.


—Por favor, ¿podremos quedarnos más tiempo?


—No. Ve. Ahora. Dile adiós.


Lo miro ferozmente, mi sangre hirviendo. El Sr. maldito fanático del control es bueno. Enojada es mejor que llorosa.


Arrastro mi mirada de él y exploro la habitación por José. Él está hablando a un grupo de mujeres jóvenes. Camino en dirección a él y lejos de Cincuenta. ¿Sólo porque me trajo aquí tengo que hacer lo que dice? ¿Quién infiernos piensa que es?


Las chicas están pendientes de cada palabra de José. Una de ellas jadea mientras me acerco, sin duda reconociéndome de los portarretratos.


—José.


—Paula. Disculpen, chicas. —José les sonríe y pone su brazo a mi alrededor, y en algún nivel me divierte. José todo suave, impresionando a las damas.


—Luces enojada —dice.


—Tengo que irme —murmuro tercamente.


—Acabas de llegar.


—Lo sé, pero Pedro necesita regresar. Las fotos son fantásticas José, eres muy talentoso. —Sonríe con alegría.


—Fue tan genial verte.


José me arrastra en un gran abrazo de oso, girándome, así puedo ver a Pedro en la galería. Está frunciendo el ceño, y noto que es porque estoy en los brazos de José. Entonces en un movimiento bien calculado, envuelvo mis brazos alrededor del cuello de José. Pienso que Pedro se va a morir. Su mirada feroz se oscurece a algo muy siniestro, y lentamente hace su camino hacia nosotros.


—Gracias por avisar acerca de las fotos que me tomaste —balbuceo.


—Mierda, disculpa. Paula. Debería habértelo dicho. ¿Te gustan?


—Um… No lo sé —respondo sinceramente, momentáneamente perdiendo el balance por su pregunta.


—Bueno, están todas vendidas, así que a alguien le gustaron. ¿Cuán genial es eso? Eres una chica de póster. 
—Me abraza más estrechamente mientras que Pedro
nos alcanza mirándome. Frunciéndome el ceño ahora, aunque afortunadamente,José no lo ve.


José me suelta.


—No seas una extraña, Paula. Oh, Sr. Alfonso, Buenas noches.


—Sr. Rodriguez, muy impresionante. —Pedro suena glacialmente cortés—. Me disculpo porque no podamos quedarnos más tiempo, pero ambos necesitamos dirigirnos de regreso a Seattle, ¿Paula? —Hace hincapié en “ambos” de manera sutil y toma mi mano mientras lo hace.


—Adiós José. Felicitaciones otra vez. —Le doy un rápido beso en la mejilla y antes de que lo sepa Pedro me está arrastrando fuera del edificio. Sé que esta hirviendo con silenciosa ira, pero también yo.







5 CND: Contrato de no divulgación.