Pedro duerme plácidamente a mi lado mientras miro las vetas rosas y doradas de un nuevo amanecer por las enormes ventanas. Su brazo está sobre mis pechos sin presionar, e intento emparejar su respiración en un intento de volver a dormir, pero es imposible. Estoy muy despierta, mi reloj interno en la hora de Greenwich, mi mente corre.
Ha pasado tanto en las últimas tres semanas, a quién engaño, en los últimos tres meses, que siento que mis pies no han tocado la tierra. Y ahora aquí soy la Sra. Paula Alfonso, casada con el magnate más delicioso, sexy, filantrópico, absurdamente adinerado que cualquier mujer podría encontrarse. ¿Cómo pasó todo esto tan rápido?
Giro sobre mi lado para mirarlo, valorando su belleza. Sé que él me mira dormir pero yo raramente tengo la oportunidad de devolver el cumplido.
Parece tan joven y despreocupado en sus sueños, sus pestañas largas sobre sus mejillas, una pequeña sombra de rastrojo cubriendo su mandíbula y sus esculturales labios ligeramente separados, relajados mientras respira profundo.
Quiero besarlo, empujar mi lengua entre sus labios, deslizar mis dedos por su suave rastrojo áspero. Realmente tengo
que pelear con el impulso de tocarlo, no molestarlo. Hmm...
Podría sólo provocar el lóbulo de su oreja con mis dientes y chupar. Mi subconsciente me mira por arriba de sus gafas de media luna, distraída del volumen dos de Las Obras Completas de Charles Dickens y me castiga mentalmente.
Deja al pobre hombre sólo, Paula.
Regreso al trabajo el lunes. Tenemos hoy para volver a aclimatarnos, luego regresamos a nuestras rutinas. Será extraño no ver a Pedro por un día entero después de pasar casi cada minuto juntos durante las últimas tres semanas.
Me recuesto mirando al techo. Uno pensaría que pasar tanto
tiempo juntos nos sofocaría, pero no era el caso. Amé cada uno y todos los minutos, incluso nuestra pelea. Cada minuto... excepto la noticia del incendio en la casa Alfonso.
Mi sangre se enfría. ¿Quién querría lastimar a Pedro? Mi mente roe este misterio de nuevo. ¿Alguien en su negocio? ¿Una ex? ¿Un empleado disgustado? No tengo idea, y Pedro permanece hermético sobre ello, el goteo alimentándome con la menor información con la que puede escapar en un intento de protegerme. Suspiro. Mi brillante caballero blanco-ynegro siempre tratando de protegerme.
¿Cómo voy a hacer que se abra más?
Se mueve y me quedo quieta, sin querer despertarlo, pero tiene el efecto contrario. ¡Maldición! Dos ojos brillantes me miran.
—¿Qué está mal?
—Nada. Vuelve a dormir. —Intento con mi sonrisa tranquilizadora. Él se estira, frota su cara y luego me sonríe.
—¿Cansancio de vuelo?
—¿Es eso lo que es? No puedo dormir.
—Tengo la solución universal justo aquí, sólo para ti, nena. —Sonríe como un chico de secundaria, haciéndome rodar los ojos y reír al mismo tiempo.
Y sólo así mis pensamientos oscuros son dejados de lado y mis dientes encuentran el lóbulo de su oreja.
* * *
—¿Me dejarás conducir? —pregunto, sorprendida de decir las palabras en voz alta.
—Por supuesto —contesta Pedro, sonriendo—. Lo que es mío, es tuyo. Aunque si lo abollas, te llevaré a la Habitación roja del Dolor. —Me mira rápidamente con una sonrisa malévola.
¡Mierda! Me quedo boquiabierta. ¿Es una broma?
—Estás bromeando. ¿Me castigarías por abollar tu coche? ¿Amas a tu coche más que a mí? —me burlo.
—Casi —dice, y se estira para apretar mi rodilla—. Pero ella no me mantiene cálido en la noche.
—Estoy segura de que puede arreglarse. Puedes dormir en ella —escupo.
Pedro se ríe.
—¿No hemos estado un día en casa y ya me estás echando? —Parece encantado. Lo miro y me da una gran sonrisa, y aunque quiero estar enfadada con él, es imposible cuando está de este humor. Ahora que pienso en ello, ha estado de mejor estado de ánimo desde que dejó su estudio esta mañana. Y caigo en la realidad de que estoy siendo petulante porque tenemos que volver a la realidad, y no sé si él va a volver al Pedro más parecido a antes de la luna de miel, o si podré conservar esta nueva versión mejorada.
—¿Por qué estás tan complacido? —pregunto.
Él me dirige otra sonrisa.
—Porque está conversación es muy... normal.
—¡Normal! —resoplo—. ¡No después de tres semanas de matrimonio!Seguro.
Su sonrisa desaparece.
—Estoy bromeando,Pedro —murmuro rápido, sin querer matar su estado de ánimo. Me choca cuan inseguro es sobre sí mismo a veces.
Sospecho que siempre ha sido así, pero ha escondido su incertidumbre bajo un exterior intimidante. Es muy fácil hacerle bromas, probablemente porque no está acostumbrado. Es una revelación y me maravillo de nuevo de que todavía tenemos tanto que aprender del otro.
—No te preocupes, me atendré al Saab —murmuro y me giro para mirar por la ventana, tratando de alejar mi mal humor.
—Oye. ¿Qué está mal?
—Nada.
—Eres tan frustrante a veces, Paula. Dímelo.
Me doy vuelta y le sonrió.
—Tú más, Alfonso.
Él frunce el ceño.
—Estoy intentándolo —dice suavemente.
—Lo sé. Yo también. —Sonrío y mi humor mejora un poco.
* * *
interrogan sobre nuestra luna de miel. Pedro sigue sosteniendo mi mano, sus dedos jugando con mis anillos de boda y compromiso.
—Entonces si puedes conseguir finalizar los planos con Georgina, tengo una ventana en Septiembre hasta mediados de Noviembre y puedo obtener el equipo completo en ello —dice Gustavo mientras se estira y deja caer un brazo alrededor del hombro de Lourdes, haciéndola sonreír.
—Georgina espera venir a discutir los planos mañana por la noche —responde Pedro—. Espero que podamos finalizar todo entonces. —Se vuelve y mira expectante hacia mí.
Oh… esto es una noticia.
—Seguro. —Le sonrío, en su mayoría para el beneficio de su familia, pero mi espíritu baja en picada otra vez. ¿Por qué él hace esas decisiones sin decirme? ¿O es el pensamiento de Geprgina, toda caderas exuberantes, pechos llenos, ropa y perfume de diseñadores costosos, sonriendo demasiado
provocativamente a mi esposo? Mi subconsciente me fulmina con la mirada. Él no te ha dado ningún motivo para estar celosa. Mierda, estoy arriba y abajo hoy. ¿Qué está mal conmigo?
—Paula —exclama Lourdes, sacándome bruscamente de mi ensoñación—. ¿Todavía en el Sur de Francia?
—Sí —respondo con una sonrisa.
—Te ves tan bien —dice ella, aunque frunce el ceño mientras lo dice.
—Ambos lo hacen. —Sonríe Gabriela mientras Gustavo rellena nuestras copas.
—Por la feliz pareja. —Sonríe Manuel y alza su copa, y todo el mundo alrededor de la mesa se hace eco del sentimiento.
—Y felicitaciones para Lucas por conseguir entrar en el programa de psicología en Seattle —contribuye Malena orgullosamente. Ella le da una sonrisa adoradora a Lucas.
Me pregunto ociosamente si ella ha hecho algún progreso con él. Es difícil de decir.
Escucho las bromas alrededor de la mesa, Pedro está corriendo a través de nuestro extenso itinerario durante las pasadas tres semanas,embelleciendo aquí y allá.
Él suena relajado y controlado, la preocupación por el pirómano olvidada.
Por otro lado, yo no parezco ser capaz de agitar mi estado de ánimo. Escojo en mi comida. Pedro dijo que estaba gorda ayer. ¡Él estaba bromeando!
Mi subconsciente me fulmina con la mirada otra vez. Gustavo accidentalmente golpea su copa en la terraza, asustando a todo el mundo, y hay una repentina ráfaga de actividad para limpiarla.
—Voy a llevarte al cobertizo de botes y finalmente darte unas nalgadas ahí si no sales de este estado de ánimo —susurra Pedro hacia mí.
Jadeo con el shock, giro y lo miro boquiabierta.
¿Qué? ¿Se está burlando de mí?
—¡No te atreverías! —gruño hacia él y desde lo más profundo de mí ser, siento una emoción familiar bienvenida.
Él enarca una ceja hacia mí. Por supuesto que lo haría. Miro rápidamente a Lourdes a través de la mesa.
Ella está mirándonos con interés. Giro de vuelta a Pedro, estrechando mis ojos hacia él.
—Tendrías que atraparme primero… y estoy usando zapatillas —siseo.
—Sería divertido intentarlo —susurra con una sonrisa licenciosa y creo que está bromeando. Me ruborizo.
Confusamente, me siento mejor.
Mientras terminamos nuestro postre de fresas con crema, los cielos se abren e inesperadamente nos empapan. Todos saltamos para recoger los platos y copas de la mesa, depositándolos en la cocina.
—Es bueno que el clima se mantuvo hasta que terminamos —dice Gabriela satisfecha, mientras derivamos dentro de la habitación de estar trasera.
Pedro se sienta en el brillante piano vertical negro, presiona
suavemente el pedal y comienza a tocar una melodía que no puedo ubicar inmediatamente.
Gabriela me pregunta mis impresiones de Saint Paul de Vence. Ella y Manuel fueron hace años, durante su luna de miel y se me ocurre que eso es un buen presagio, viendo cuán felices están juntos ahora. Lourdes y Gustavo están acurrucándose en uno de los grandes sillones mullidos, mientras Lucas, Malena y Manuel están en una profunda conversación acerca de la psicología, creo.
Repentinamente, como uno, todos los Alfonso dejan de hablar y miran boquiabiertos a Pedro.
¿Qué?
Pedro está cantando suavemente para sí mismo en el piano.
El silencio desciende sobre todos nosotros mientras aguzamos el oído para escuchar su voz suave y lírica. Yo lo he escuchado cantar antes ¿ellos no?
Él se detiene, repentinamente consciente del silencio sepulcral que ha caído sobre la habitación. Lourdes me mira de manera inquisidora y me encojo de hombros. Pedro gira el banquillo y frunce el ceño, avergonzado al darse cuenta que se ha convertido en el centro de atención.
—Continúa —urge Gabriela suavemente—. Nunca te he escuchado cantar, Pedro. Jamás. —Ella lo mira maravillada.
Él sentado en el taburete del piano, mirando distraídamente hacia ella, y después de un latido, se encoge de hombros.
Sus ojos parpadean nerviosamente hacia mí, luego sobre las ventanas francesas. El resto de la habitación estalla repentinamente en un parloteo Inconsciente y yo me quedo observando a mi querido esposo.
Gabriela me distrae, agarrando mis manos luego repentinamente envolviéndome en sus brazos.
—¡Oh querida niña! Gracias, gracias —susurra ella, de modo que sólo yo puedo escucharlo. Trae un bulto a mi garganta.
—Uhm… —La abrazo de vuelta, no muy segura de por qué estoy siendo agradecida. Gabriela sonríe, sus ojos brillantes y besa mi mejilla. Oh Dios…
¿Qué he hecho?
—Voy a hacer algo de té —dice ella, su voz ronca con lágrimas no derramadas.
Deambulo hacia Pedro quien está ahora de pie, mirando a través de las ventanas francesas.
—Hola —murmuro.
—Hola. Él pone su brazo alrededor de mi cintura, jalándome hacia él, y yo deslizo mi mano en el bolsillo trasero de sus jeans. Contemplamos la lluvia.
—¿Te sientes mejor?
Asiento.
—Bien.
—Tú ciertamente sabes cómo silenciar una habitación.
—Lo hago todo el tiempo —dice y me sonríe.
—En el trabajo, sí, pero no aquí.
—Cierto, no aquí.
—¿Nadie te ha escuchado cantar? ¿Nunca?
—Parece que no —dice secamente—. ¿Nos vamos?
Miro hacia él, tratando de evaluar su estado de ánimo. Sus ojos son suaves, cálidos y ligeramente perplejos. Decido cambiar de tema.
—¿Vas a darme nalgadas? —susurro, y repentinamente hay mariposas en mi estómago. Quizás esto es lo que necesito… esto es lo que he estado extrañando.
Él mira abajo hacia mí, sus ojos oscureciéndose.
—No quiero herirte, pero estoy más que feliz de jugar.
Miro nerviosamente alrededor de la gran habitación, pero estamos fuera del alcance del oído.
—Sólo si se porta mal Sra. Alfonso —se inclina y murmura en mi oreja.
¿Cómo puede poner tanta promesa sexual en siete palabras?
—Veré que puedo hacer. —Sonrío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario