jueves, 12 de febrero de 2015

CAPITULO 132






—¿No lo vas a terminar?


—No. —Miro mi plato apenas tocado de fettuccini para evitar la oscura mirada de Pedro. Antes de que él pudiera decir algo, me pongo de pie y llevo nuestros platos de la mesa.


—Georgina estará con nosotros en poco tiempo —murmuro.


 La boca de Pedro forma una mueca de descontento, pero no dice nada.


—Yo haré eso, Sra.Alfonso—dice la Sra. Jones cuando entro en la cocina.


—Gracias.


—¿Acaso no le gustó? —pregunta preocupada.


—Estaba delicioso. Simplemente no tengo hambre.


Dándome una pequeña sonrisa simpática, ella se da vuelta para limpiar mi plato y pone todo en el lavavajillas.


—Voy a hacer un par de llamadas —anuncia Pedro, dándome una mirada asesina antes de desaparecer en su estudio.


Suspiro aliviada y me dirijo a nuestro cuarto. La cena fue incómoda. Sigo enfadada con Pedro, y él piensa que no hizo nada malo. ¿Lo hizo? Mi subconsciente arquea una ceja y me mira benignamente sobre sus anteojos de media luna. Sí, lo ha hecho. Me ha hecho incluso más complicado el trabajar. Él no esperó a discutir el asunto en la relativa privacidad de nuestra casa. ¿Cómo se sentiría si yo irrumpiera en su oficina, ignorando la ley? ¡Y encima de todo, quiere darme AIPS! ¿Cómo demonios voy a dirigir una compañía? No sé nada de negocios.


Miro el cielo de Seattle bañado en la luz rosada del ocaso. Y como siempre, él quiere arreglar nuestras diferencias en el cuarto… vestíbulo… cuarto de juegos... sala de televisión… aparadores de la cocina… ¡Basta! Todo siempre se reduce a sexo con él. El sexo es su mecanismo para enfrentar las situaciones.


Voy al baño y veo mi reflejo en el espejo. Volver al mundo real es difícil.


Nos las arreglamos para evitar nuestras diferencias mientras estábamos en nuestra burbuja porque estábamos muy necesitados el uno del otro. ¿Pero ahora? Recuerdo mi boda, recuerdo mis preocupaciones del día, una boda apresurada… No, no debo pensar así. Sabía que era Cincuenta Sombras cuando me casé con él. Sólo tengo que aguantar un poco y hablar con él.


Hago una mueca en el espejo. Me veo pálida, y ahora tengo que lidiar con esta mujer.


Estoy usando mi falda de lápiz gris y una blusa sin mangas. ¡Claro! Mi diosa interior saca su esmalte de uñas rojo. 


Desabrocho dos botones, exponiendo algo de escote. Me lavo el rostro y vuelvo a aplicarme el maquillaje, aplicando más máscara de pestañas que lo usual y poniéndome extra brillo de labios. Inclinándome, luego me esponjo el cabello vigorosamente desde la raíz a las puntas. Cuando me vuelvo a erguir, mi pelo es una melena que me rodea hasta los pechos. Me lo acomodo levemente detrás de las orejas y voy a buscar mis tacos, en lugar de mis zapatos planos.


Cuando vuelvo a emerger en el gran cuarto, Pedro tiene los planos de la casa esparcidos en la mesa del comedor. 


Hay música de fondo. Me detengo en seco.


—Sra. Alfonso—dice cálidamente y luego me mira curiosamente.


—¿Qué es eso? —pregunto. La música es sorprendente.


—Réquiem de Fauré. Te ves diferente —dice, distraído.


—Oh. Nunca la había oído.


—Es muy tranquilizante, relajante —dice y alza una ceja—. ¿Le hiciste algo a tu cabello?


—Me lo peiné —murmuro. Las voces hechizantes me cautivan.


Abandonando los planos en la mesa, camina hacia mí, lento, a tono con la melodía.


—¿Bailarías conmigo? —murmura.


—¿Esto? Es un réquiem —digo sorprendida.


—Sí. —Me lleva a sus brazos y me sostiene, enterrando su nariz en mi cabello y deslizándose suavemente de lado a lado. Tiene su propio olor celestial.


Oh… lo extrañé. Lo rodeo con mis brazos y lucho contra las ganas de llorar. ¿Por qué eres tan exasperante?


—Odio pelar contigo —susurra.


—Bueno, entonces deja de actuar como un asno.


Ríe y el cautivante sonido resuena en su pecho. Me aferra con más fuerza.


—¿Asno?


—Imbécil.


—Prefiero asno.


—Deberías. Te sienta bien.


Vuelve a reírse y besa mi cabeza.


—¿Un réquiem? —murmuro sorprendida de que realmente lo bailemos.


Se encoge de hombros. —Es sólo una hermosa melodía, Paula.


Taylor tose discretamente en la entrada, y Pedro me deja ir.


—La señorita Matteo está aquí —dice.


¡Oh qué alegría!


—Haz que pase —dice Pedro. Se acerca y toma mi mano mientras Georgina Matteo entra en el cuarto



* * *


Georgina Matteo es una mujer guapa una alta, y guapa mujer. 


Lleva su cabello rubio corto, de peluquería en capas como una sofisticada corona. Esta vestida con un pantalón gris pálido, y una ajustada chaqueta que abrazan sus exuberantes curvas. Su ropa luce costosa. En la base de su garganta, un solitario diamante brilla, combinando con los pendientes de un quilate en sus orejas. Está bien arreglada, una de esas mujeres que crecieron con dinero y de buena educación, aunque su educación parece haberse evaporado esta tarde; su pálida blusa azul esta desabotonada muy abajo. Como la mía. Me sonrojo.


Pedro. Paula. —Saluda con una radiante sonrisa, mostrando perfectos dientes blancos, y extiende una arreglada mano para sacudir primero la de Pedro, luego mi mano. Significa que tengo que dejar la mano de Pedro para responderle. Ella es de una fracción más baja que Pedro, pero entonces esta en unos asesinos zapatos de tacón alto.


—Georgina —dice Pedro cortésmente. Sonrío fríamente.


—Lucen fantásticos después de su luna de miel —dice suavemente, sus marrones ojos mirando a Pedro a través de largas pestañas. Pedro coloca su brazo alrededor de mí, sosteniéndome cerca.


—Tuvimos un tiempo fantástico, gracias. —Cepilla sus labios contra mi sien, tomándome por sorpresa.


Ves… es mío. Molesto—irritante, incluso—pero mío. Sonrío. 


Justo ahora realmente te amo, Pedro Alfonso. Deslizo mi mano alrededor de su cintura luego dentro de su bolsillo trasero y lo aprieto. Georgina nos da una débil sonrisa.


—¿Han conseguido echar un vistazo a los planos?


—Lo hemos hecho —murmuro. Miro hacia arriba a Pedro, que sonríe hacia mí, una ceja levantada con diversión irónica. ¿Diversión a que? ¿Mi reacción hacia Georgina o por haber apretado su trasero?


—Por favor —dice Pedro—. Los planos están aquí. —Hace un gesto a través de la mesa del comedor. Tomando mi mano, me guía a ella, Georgina siguiendo nuestro paso. 


Finalmente recuerdo mis modales.


—¿Te gustaría algo de tomar? —pregunto—. ¿Una copa de vino?


—Eso sería encantador —dice Georgina—. Vino blanco seco si tienes.


¡Mierda! Sauvignon blanc—ese es uno blanco seco, ¿Cierto? De mala gana dejando a mi esposo a un lado, me dirijo a la cocina. Escucho el iPod sisear mientras Pedro apaga la música.


—¿Te gustaría más vino, Pedro? —llamo.


—Por favor, nena —canta con voz suave, sonriendo hacia mí. Wow, puede ser tan derretidoramente digno a veces, sin embargo tan irritante otras.


Alcanzando a abrir el armario, estoy consciente de sus ojos sobre mí, y estoy atrapada por la extraña sensación de que Pedro y yo estamos armando un espectáculo, jugando un juego juntos, pero esta vez estamos en el mismo lado contra la Srta. Matteo. ¿Sabe que ella está atraída por él y esta siendo muy obvia al respecto? Me da una pequeña sobrecarga de placer cuando me doy cuenta que él esta tratando de tranquilizarme. O quizás sólo esta enviando un mensaje alto y claro a esta mujer que él esta tomado.


Mío. Si, perra mío. Mi diosa interior esta vistiendo su ropa de gladiadora, y no esta tomando prisioneros. Sonriendo para mí junto tres copas del armario, tomo la botella abierta de Sauvignon Blanc del refrigerador, y coloco todo en la barra del desayuno. Georgina esta apoyándose sobre la mesa mientras Pedro esta de pie al lado de ella y señala algo en los planos.


—Creo que Paula tiene algunas opiniones sobre la pared de cristal, pero en general ambos estamos complacidos con las ideas que nos has dado.


—Oh, me alegra —Georgina habla con un exagerado entusiasmo, obviamente aliviada, y mientras lo dice, brevemente toca su brazo en un pequeño, coqueto gesto. 


Pedro se pone rígido inmediatamente pero sutilmente.


Ella ni siquiera parece notarlo.


Maldición solo déjalo en paz, mujer. No le gusta que lo toquen.


Retrocediendo casualmente a un lado así él esta fuera de su alcance,Pedro se gira hacia mí.


—Sediento aquí —dice.


—Viniendo en seguida. —Él está jugando el juego. Ella lo pone incómodo.


¿Por qué no vi eso antes? Ese es el por qué no me gusta. 


Él esta acostumbrado a como las mujeres reaccionan a él. 


Lo he visto muy seguido, y usualmente no le presta atención. Tocar es algo más. Bueno, la Sra. Alfonso al rescate.


Precipitadamente vierto el vino, reuniendo las tres copas en mis manos,  apresurándome de regreso a mi caballero angustiado. Ofreciéndole una copa a Georgina, deliberadamente me posiciono entre ellos. Ella sonríe cortésmente mientras acepta. Extiendo la segunda a Pedro, que la toma con entusiasmo, su expresión una de divertida gratitud.


—Salud —Pedro dijo para ambas, pero mirándome a mí. 


Georgina y yo alzamos nuestras copas y respondemos al unísono. Tomo un bienvenido trago de vino.


—Paula, ¿Tienes algunos problemas con la pared de cristal? —pregunta Georgina.


—Si. Me encanta, no me malinterpretes. Pero estaba esperando que pudiéramos incorporarlo de manera más orgánica en la casa. Después de todo, me enamore de la casa como era, y no quiero hacer ningún cambio radical.


—Ya veo.


—Sólo quiero que el diseño sea compasivo, ya sabes… más acorde manteniéndolo con el original de la casa. —Echo un vistazo a Pedro, que esta mirándome pensativamente.


—¿No mayores renovaciones? —murmuro él.


—No. —Sacudí mi cabeza para enfatizar mi punto.


—¿Te gusta como es?


—Mayormente, si. Siempre supe que sólo necesitaba algo de tierno y amoroso cuidado.


Los ojos de Pedro brillaron cálidamente.


Georgina miro a los dos, y sus mejillas se pusieron de color rosa.


—Okey —dijo ella—. Creo que entiendo de dónde vienes, Paula. Que te parece si conservamos la pared de cristal, pero abrimos un poco más la cubierta manteniendo el estilo mediterráneo. Tenemos la terraza de piedra allí ya. Podemos colocarlas en pilares combinando la piedra, ampliamente espaciada así todavía tendrás la vista. Añade un techo de cristal, o azulejo por el resto de la casa. También hacer un refugio para cenar al fresco9 y área de jardín.


Tienes que darle a la mujer lo que merece… es buena.


—O en vez de la cubierta, podemos incorporar una madera de un color de tu elección en la puerta de cristal, eso quizás ayude a mantener el espíritu mediterráneo —continuo ella.


—Como las brillantes persianas azules en el Sur de Francia —murmuro a Pedro, que me esta viendo atentamente. Toma un trago de vino y traga, muy evasivo. Hmm. No le gusta esa idea pero no me desautoriza, o me lanza hacia abajo, o me hace sentir estúpida. Dios, este hombre es un manojo de contradicciones. Las palabras que dijo ayer vienen a mi mente “Quiero que esta casa sea de la manera que quieres. Lo que tú quieras. Es tuyo.” Él quiere que yo sea feliz… feliz en todo lo que haga. En el fondo creo que sé esto. Es sólo.. que me contengo a mi misma. No pienses sobre nuestro argumento ahora. Mi subconsciente me mira.


Georgina esta mirando a Pedro, esperando por él para tomar la decisión.


Observo mientras sus pupilas se dilatan y sus brillantes labios se parten.


Su lengua se dispara rápido sobre su labio superior antes de tomar un trago de vino. Cuando me giro hacia Pedro, todavía está viéndome—no a ella para nada. ¡Si! mi diosa interior alza un puño al aire. Voy a tener unas palabras con la Srta. Matteo.


—Paula, ¿Qué quieres hacer? —murmura Pedro, muy claramente dejándome decidir.


—Me gusta la idea de la cubierta.


—A mí, también.


Me giro hacia Georgina. Ey, señorita, míreme a mí. No a él. Soy la que esta tomando las decisiones en esto.


—Creo que me gustaría dar un vistazo a los dibujos mostrando la cubierta más grande y los pilares que están acordes con la casa.


De mala gana, Georgina arrastra sus ávidos ojos lejos de mi esposo y sonríe hacia mí. ¿Ella piensa que no me voy a dar cuenta?


—Seguro —Asiente gratamente—. ¿Algún otro problema?


¿Otro aparte de ti comiéndote con los ojos a mi esposo?


Pedro quiere remodelar la habitación principal —murmuro.


Hay una discreta tos desde la entrada de la gran habitación. 


Los tres nos giramos para encontrar a Taylor de pie allí.


—¿Taylor? —pregunta Pedro.


—Necesito a hablar con usted un asunto urgente, Sr. Alfonso.


Pedro aprieta mis hombros desde atrás y se dirige a Georgina.


—La Sra.Alfonso esta a cargo de este proyecto. Ella tiene total autoridad. Lo que ella quiera, es de ella. Confío completamente en sus instintos. Ella es muy perspicaz. —Su voz se altera sutilmente. En ella escucho orgullo y una velada advertencia, ¿una advertencia para Georgina?


¿Confía en mis instintos? Oh, este hombre es exasperante. 


Mis instintos le permitieron atropellar a mis sentimientos esta tarde. Sacudo mi cabeza en frustración pero estoy agradecida que le esté diciendo a la Señorita Provocativa-y-desafortunadamente-buena-en-su-trabajo quien esta a
cargo. Acaricio su mano que descansa en mi hombro.


—Si me disculpan. —Pedro aprieta mis hombros antes de seguir a Taylor. Me pregunto vanamente que esta pasando.


—¿Así que… la habitación principal? —pregunta Georgina nerviosamente.


Levanto mi mirada hacia ella, pausando por un momento para asegurarme que Pedro y Taylor están fuera de nuestro alcance del oído. Luego llamando toda mi fuerza interior y el hecho de que he estado seriamente picada por las últimas cinco horas, lo deje salir.


—Tienes razón de estar nerviosa, Georgina, porque ahora mismo tu trabajo en este proyecto esta colgando en la balanza. Pero estoy segura que estaremos bien mientras mantengas tus manos fuera de mi esposo.


Ella jadeo.


—De otra forma, estarás despedida. ¿Entendido? —enuncie cada palabra claramente.


Ella parpadeo rápidamente, completamente fuera de si. Ella no podía creer lo que había dicho. Yo no podía creer lo que acababa de decir. Pero me mantuve firme, mirando impasible a sus ojos marrones cada vez más amplios.


No te retractes. ¡No te retractes! He aprendido esta exasperante expresión impasible de Pedro que las hace como nadie más. Sé que la renovación de la residencia principal de los Alfonso es un prestigioso proyecto para la firma de arquitectura de Georgina, un resplandeciente triunfo personal en su trabajo. Ella no puede perder esta comisión. Y justo ahora no me importa en absoluto que ella es amiga de Gustavo.


—Paula… Sra.Alfonso… y-yo lo lamento mucho. Yo nunca… —Se sonrojo,insegura de que más puede decir.


—Déjame ser clara. Mi esposo no esta interesado en ti.


—Por supuesto —murmura, la sangre drenando de su cara.


—Como dije, sólo quería ser clara.


—Sra.Alfonso, sinceramente me disculpo si pensó… que tengo… —Ella se detuvo, tambaleando por algo que decir.


—Bien. Mientras nos entendamos la una a la otra, estaremos bien. Ahora, te dejare saber que tenemos en mente para la habitación principal, luego me gustaría recorrer en todos los materiales que piensas utilizar. Como sabes, Pedro y yo estamos determinados en que esta casa deber ser ecológicamente sustentable, y me gustaría asegurarle de dónde vienen y cómo son los materiales.


—P-por supuesto —tartamudea, ojos bien abiertos francamente un poco intimidada por mí. Esta es la primera vez. Mi diosa interior corre alrededor de la arena, saludando a la frenética multitud.


Georgina arregla su cabello en su lugar, y me doy cuenta que es un gesto nervioso.


—¿La habitación principal? —pide con ansiedad, su voz un débil susurro.


Ahora que tengo la delantera, me siento relajarme por primera vez desde mi reunión con Pedro esta tarde. 


Puedo hacer esto. Mi diosa interior esta celebrando su perra interna.


*****


Pedro se nos une justo cuando estamos terminando.


—¿Todo listo? —pregunta. Pone su brazo alrededor de mi cintura y se gira hacia Georgina.


—Si, Sr. Alfonso —Georgina sonríe alegremente, aunque su sonrisa luce frágil—. Voy a tener los cambios realizados para usted en un par de días.


—Excelente. ¿Estás feliz? —me pregunta directamente, sus ojos cálidos y penetrantes. Asiento sonrojándome por alguna razón que no entiendo.


—Será mejor que me vaya —dice Georgina otra vez muy alegre. 


Ella ofrece su mano a mi primero esta vez, luego a Pedro.


—Hasta la próxima, Georgina —murmuro.


—Si, Sra. Alfonso. Sr. Alfonso.


Taylor aparece en la entrada de la gran habitación.


—Taylor te llevara afuera. —Mi voz es lo suficiente alta para que él escuche. Arreglando su cabello una vez más, se gira en sus zapatos altos y deja la gran habitación, seguida de cerca por Taylor.


—Ella estaba notablemente más fría —dice Pedro mirando hacia mí con curiosidad.


—¿Lo estaba? No lo note. —Me encojo de hombros, tratando de seguir neutral—. ¿Qué quería Taylor? —pregunto en parte porque estoy curiosa y también porque quiero cambiar de tema.


Frunciendo el ceño, Pedro me suelta y empieza a enrollar los planos en la mesa.


—Era sobre Hernandez.


—¿Qué sobre Hernandez? —susurro.


—No es nada para preocuparse, Paula. —Abandonando los planos, Pedro me arrastra a sus brazos—. Resulta que él no ha estado es su apartamento por semanas, eso es todo. —Besa mi cabello, luego me deja ir y termina su tarea.


—Así que, ¿qué decidiste? —pregunta, y sé que es porque no quiere que continúe con las preguntas de Hernandez.


—Sólo lo que habíamos discutido. Creo que a ella le gustas —digo tranquilamente.


Él resopla. —¿Le dijiste algo a ella? —pregunta y me sonrojo. ¿Cómo sabe?


Sin saber que decir, miro hacia abajo a mis dedos.


—Éramos Pedro y Paula cuando ella llego, y Sr. y Sra. Alfonso cuando se fue. —Su tono es seco.


—Quizás dije algo —mascullo. Cuando miro hacia él, me esta mirando calidamente, y por un momento de descuido él luce… complacido. Deja caer su mirada, sacudiendo su cabeza, y su expresión cambia.


—Ella sólo esta reaccionando a esta cara. —Él suena vagamente amargo, asqueado incluso.


¡Oh, Cincuenta, no!


—¿Qué? —Esta confundido por mi expresión perpleja. Sus ojos se abre con alarma—. ¿No estas celosa, cierto? —pregunta, horrorizado.


Me sonrojo y trago, luego miro hacia a mis nudillos. ¿Lo estoy?


—Paula, ella es un depredador sexual. No mi tipo para nada. ¿Cómo puedes estar celosa de ella? ¿De cualquiera? Nada sobre ella me interesa. — Cuando miro hacia arriba, me esta viendo como si me hubiese crecido otro miembro. El pasa su mano por el cabello—. Eres sólo tú,Paula —dice suavemente—. Siempre serás solo tú.


Oh mi. Abandonando los planos una vez más, Pedro se mueve hacia mí y aferra mi mentón entre su pulgar y dedo índice.


—¿Cómo puedes pensar lo contrario? ¿Te he dado alguna vez cualquier indicación que podría estar remotamente interesado en alguien más? — sus ojos ardiendo mientras ve los míos.


—No —susurro—. Estoy siendo una tonta. Es sólo que hoy… tú… —todas mis emociones contradictorias de antes surgen de nuevo a la superficie.


¿Cómo puedo decirle cuán confundida estoy? He estado confundida y frustrada por su conducta esta tarde en mi oficina. Un minuto quiere que me quede en casa, al siguiente esta regalándome una compañía. ¿Cómo se
supone que mantenga el paso?


—¿Qué sobre mí?


—Oh, Pedro —mi labio inferior tiembla—. Estoy tratando de adaptarme a esta nueva vida que jamás había imaginado para mí. Todo me ha sido entregado en un plato, el trabajo, tú, mi hermoso esposo, quien nunca… yo nunca supe que amaría de esta manera, tan fuerte, tan rápido, tan…
indeleblemente. —Tomo un profundo y tranquilizador respiro, mientras su boca cae abierta.


—Pero eres como un tren con carga, y no quiero que me condenen injustamente porque la chica de la que te enamoraste será aplastada. ¿Y que será todo lo que quede? Todo lo que quedara es un vacío social de rayos X, revoloteando de función de caridad a función de caridad. —Me detengo una vez más, luchando para encontrar las palabras para transmitir lo que siento—. Y ahora quieres que sea Gerente General de una compañía, que nunca ha estado siquiera en mi radar. Estoy saltando entre todas estás ideas, luchando. Me quieres en casa. Me quieres dirigiendo una compañía. Es tan confuso. —Me detengo lágrimas amenazando, y fuerzo a detener un sollozo.


—Tienes que dejarme hacer mis propias decisiones, tomar mis propios riesgos, y cometer mis propios errores, y dejarme aprender de ellos.
Necesito caminar antes de que pueda correr, Pedro, no lo ves. Quiero algo de independencia. Eso es lo que mi nombre significa para mí. —Ahí, eso es lo que quería decir esta tarde.


—¿Te sientes condenada injustamente? —susurra.


Asiento.


Él cierra sus ojos y pasa su mano a través de su cabello en agitación.


—Yo solo quiero darte el mundo, Paula, todo y cualquier cosa que quieras. Y cuidarte de ello, también. Mantenerte segura. Pero también quiero que todos sepan que eres mía. Entre en pánico hoy cuando me llego tu e-mail.¿Por qué no me dijiste acerca de tu nombre?


Me sonroje. Tenía un punto.


—Sólo lo pensé por un tiempo mientras estábamos de luna de miel, y bueno, no quería explotar la burbuja, y me olvide de ello. Sólo lo recordé ayer por la noche. Y luego Jeronimo… ya sabes, fue una distracción. Lo siento, debí haberte dicho o discutido contigo, pero no podía encontrar el momento adecuado.


La intensa mirada de Pedro es desconcertante. Es como si estuviera tratando de hacer su voluntad haciendo camino hacia mí cráneo, pero no dice nada.


—¿Por qué entraste en pánico? —pregunte.


—Yo sólo no quiero que te deslices a través de mis dedos.


—Por amor de Dios, no me voy a ningún lado. ¿Cuándo vas a conseguir que eso entre en tu grueso cráneo? Yo. Te. Amo. —Sacudo mi mano en el aire como él hace a veces para enfatizar mi punto—. “Más que… la vista, el espacio, o la libertad10


Sus ojos se ensanchan. —¿El amor de una hija? —me da una sonrisa irónica.


—No —me rio, a pesar de mí—. Es la única cita que me vino a la cabeza.—¿El Loco Rey Lear?—


—Querido, querido Loco Rey Lear.—Acaricio su cara, y él se inclina a mi toque, cerrando sus ojos—. ¿Cambiarias tu nombre a Pedro Chaves así todos sabrían que me perteneces?


Los ojos de Pedro se abren, y me mira como si acabara de decir que la tierra es plana. Frunce el ceño.


—¿Qué te pertenezco? —murmura, probando las palabras.


—Mío.


—Tuyo —dice, repitiendo las palabras que dijimos en la habitación de juegos apenas ayer—. Si, lo haría. Si significa tanto para ti.


Oh mi.


—¿Significa tanto para ti?


—Si. —Él es indiscutible.


—Okey —Hare esto por él. Le daré la tranquilidad que todavía necesita.


—Pensé que ya habías accedido a esto.


—Si lo había hecho, pero ahora que lo discutimos más, estoy feliz con mi decisión.


—Oh —murmura, sorprendido. Luego sonríe su hermosa, juvenil si-soyrealmente-un-poco-joven sonrisa, y me quita el aliento. Agarrándome por mi cintura, me balancea alrededor. 


Yo chillo y empiezo a reír, y no sé si él sólo esta feliz o aliviado o… ¿Qué?


—Sra. Alfonso, ¿Sabes lo que esto significa para mí?


—Lo sé ahora.


Se inclina hacia abajo y me besa, sus dedos moviéndose en mi cabello, sosteniéndome en mi lugar.


—Significa siete tonos de Domingo —murmura contra mis labios, y pasa su nariz a lo largo de la mía.


—¿Tú crees? —me inclino hacia atrás para mirarlo.


—Algunas promesas fueron hechas. Un ofrecimiento, un acuerdo negociado —susurra, sus ojos brillando con placer malvado


—Um… —Estoy reponiendome, intentando seguir su humor.


—¿Estás renegando de mí? —pregunta incierto, y una mirada especulativa cruza su rostro—. Tengo una idea. —Añade.


¿Oh, qué clase de sexo pervertido es este?


—Un asunto realmente importante que atender. —Continúa, de repente serio otra vez—. Sí, señora Alfonso. Un asunto de extrema importancia.


Un momento, se está burlando de mí.


—¿Qué? —Suspiro.


—Necesito que cortes mi cabello. Aparentemente está muy largo, y a mi esposa no le gusta.


—¡No puedo cortarte el cabello!


—Sí puedes. —Pedro sonríe y sacude la cabeza para que su cabello largo le cubra los ojos.


—Bueno, pero si la señora Jones tiene un bol de ensalada. —Me río.


Se ríe. —De acuerdo, un buen punto. Haré que Franco lo haga.


¡No! ¿Franco trabaja para ella? Quizás podría intentarlo. Después de todo, pasé años cortándole el cabello a Reinaldo, y nunca se quejó.


—Ven. —Tomo su mano. Abre los ojos de par en par. Lo llevo hasta el baño donde lo suelto y tomo la silla blanca de madera de la esquina. La pongo frente al lavabo. Cuando miro a Pedro me está mirando con una diversión molesta, con los pulgares en los bolsillos de sus vaqueros pero una mirada ardiente.


—Siéntate. —Señalo la silla, intentando mantenerme firme.


—¿Vas a lavar mi cabello?


Asiento. Alza una ceja sorprendido, y por un momento creo que va a echarse atrás.


—De acuerdo. —Lentamente comienza a desabotonarse cada botón de su camisa blanca, comenzando por el que está bajo su garganta. Largos dedos se mueven ágilmente en cada botón hasta que su camisa está abierta.


Oh mi… mi diosa interior hace una pausa en su podio junto a la arena.




9 Al fresco en italiano original, quiere decir al aire libre.
10 Rey Lear, Acto 1, Escena 1. Es una de las principales tragedias de WilliamShakespeare, fue escrita en su segundo periodo.

CAPITULO 131






Como cada lunes, Juliana entra a mi oficina con un plato para mi almuerzo empacado, cortesía de la Sra. Jones, nos sentamos y comemos nuestros almuerzos juntas, discutiendo lo que queremos lograr esta semana. Ella me pone al día con el cotilleo de la oficina, también, lo cual,considerando que he estado fuera por tres semanas, escasea bastante.


Mientras estamos conversando, alguien golpea la puerta.


—Pase.


Roach abre la puerta, y parado a lado de él está Pedro


Estoy momentáneamente estupefacta. Pedro me lanza una mirada abrasadora y entra, antes de sonreírle cortésmente a Juliana


—Hola, tú debes ser Juliana. Soy Pedro Alfonso—dice. 


Juliana se pone de pie apresuradamente y extiende su mano.


—Sr. Alfonso. En… encantada de conocerlo —balbucea mientras se dan la mano—. ¿Puedo traerle un café?


—Por favor —dice cordialmente. Con una rápida mirada de perplejidad hacia mí, ella se escabulle fuera de la oficina pasando a Roach, quien está de pie tan estupefacto como yo en el umbral de mi oficina.


—Si me disculpas, Roach, me gustaría hablar con la Sra. Chaves.


Pedro pronuncia la C sibilantemente… sarcásticamente.


Es por esto que está aquí… Oh mierda.


—Por supuesto, Sr Alfonso. Paula —murmura Roach, cerrando la puerta de mi oficina mientras sale. Recupero el habla.


—Sr. Alfonso. Que agradable verlo —sonrió, con demasiada dulzura.


—Sra. Chaves, ¿me puedo sentar?


—Es tu compañía. —Señalo la silla que Juliana dejó libre.


—Sí, lo es. —Me sonríe de una manera lobuna, la sonrisa no alcanzando sus ojos. Su tono es entrecortado. Se está encrespando de tensión, puedo sentirla alrededor mío. Mierda. Mi corazón se hunde.


—Tu oficina es muy pequeña —dice mientras se sienta frente a mi escritorio.


—Me viene bien.


Me contempla neutralmente, pero sé que está enfadado. 


Respiro profundo.


Esto no va a ser divertido.


—¿Entonces qué puedo hacer por ti, Pedro?


—Sólo estoy inspeccionando mis activos.


—¿Tu activos? ¿Todo ellos?


—Todos ellos. Algunos necesitan reposicionamiento.


—¿Reposicionamiento? ¿De qué forma?


—Creo que lo sabes. —Su voz es amenazadoramente suave.


—Por favor, no me digas que has interrumpido tu día después de tres semanas fuera para venir aquí y pelear conmigo por mi nombre. —¡No soy un maldito activo!


Él se mueve y cruza las piernas.


—No exactamente para pelear. No.


Pedro, estoy trabajando.


—Me pareció que estabas chismoseando con tu asistente.
Mis mejillas se calientan. 


—Estábamos repasando nuestros horarios —digo
bruscamente—. Y no has respondido a mi pregunta.


Hay un golpe en la puerta.


—¡Adelante! —grito, demasiado fuerte.


Juliana abre la puerta y trae una pequeña bandeja. Una jarra de leche, una azucarera, café en una cafetera francesa, ella ha hecho todo lo posible. Coloca la bandeja en mi escritorio.


—Gracias Juliana —murmuro, avergonzada de que haya gritado tan fuerte.


—¿Necesita algo más, Sr. Alfonso? —pregunta ella jadeando. Quiero ponerle mis ojos en blanco.


—No, gracias. Eso es todo. —Él le lanza su sonrisa deslumbrante, bajabragas.


Ella se sonroja y sale con una sonrisa tonta en su cara. Pedro dirige su atención de vuelta hacia mí.


—Ahora, Sra. Chaves, ¿dónde estábamos?


—Estabas interrumpiendo groseramente mi jornada laboral para pelear conmigo por mi nombre.


Pedro parpadea una vez, sorprendido, creo yo, por la intensidad de mi voz. Con destreza, él recoge una pelusa invisible sobre su rodilla con dedos hábiles y largos. Distrae la atención. Lo está haciendo a propósito.


Le entrecierro mis ojos.


—Me gusta hacer alguna que otra visita improvisada. Mantiene a los directivos alertas, esposas en su lugar… Ya sabes. —Se encoge de hombros, su boca se extiende en una arrogante línea.


¡Esposas en su lugar!


—No tenía idea de que pudieras perder el tiempo —digo bruscamente.


Sus ojos se congelan. —¿Por qué no quieres cambiar tu nombre aquí? — pregunta, su voz mortalmente suave.


Pedro, ¿tenemos que discutir esto ahora?


—Estoy aquí. No veo por qué no.


—Tengo un montón de trabajo que hacer, habiendo estado fuera las últimas tres semanas.


Él me mira fijamente, sus ojos fríos y evaluadores, incluso distantes. Me maravilla el que pueda parecer tan frío después de anoche, después de las últimas tres semanas. 


Mierda. Debe estar muy enfadado, realmente enfadado. ¿Cuándo aprenderá a no sobreactuar?


—¿Te avergüenzo? —pregunta, su voz es aparentemente suave.


—¡No! Pedro, por supuesto que no. —Le frunzo el ceño—. Esto es sobre mí, no sobre ti. Caray, eres exasperante algunas veces. Idiota megalómano Autoritario.


—¿Cómo es que esto no es por mí? —Inclina su cabeza a un costado, genuinamente perplejo, algo de su indiferencia deslizándose mientras me mira fijamente con los ojos muy abiertos, y me doy cuenta que está herido.


Sagrada mierda. He herido sus sentimientos. Oh no… él es la última persona a la que quiero herir. Tengo que hacerlo ver mi lógica. Tengo que explicar mi razonamiento para mi decisión.


Pedro, cuando acepté este trabajo, sólo acababa de conocerte —digo pacientemente, luchando para encontrar las palabras correctas—. No sabía que ibas a comprar esta compañía…


¿Qué puedo decir sobre ese evento en nuestra breve historia? Sus desquiciadas razones para hacerlo, su manía controladora, sus tendencias acosadoras empeorando, dándole rienda suelta porque es millonario. Sé que quiere mantenerme segura, pero es su propiedad de la AIPS el principal problema aquí. Si nunca hubiera interferido, podría continuar como siempre y no tener que enfrentar las recriminaciones descontentas susurradas por mis colegas. 


Pongo mi cabeza en mis manos sólo para romper el contacto visual.


—¿Por qué es tan importante para ti? —pregunto, tratando
desesperadamente de contener mi temperamento exaltado. 


Levanto la vista hacia su mirada imperturbable, sus ojos luminosos, sin delatar nada, su pena anterior ahora escondida. Pero aun mientras hago la pregunta, en el fondo sé la respuesta antes de que la diga.


—Quiero que todo el mundo sepa que eres mía.


—Soy tuya, mira. —Levanto mi mano izquierda, mostrando mis anillos de compromiso y matrimonio.


—No es suficiente.


—¿No es suficiente el que me haya casado contigo? —Mi voz es apenas un susurro.


Él reacciona a lo que digo, registrando el horror en mi cara. 


¿A dónde puedo ir desde aquí? ¿Qué más puedo hacer?


—No es eso a lo que me refiero —dice bruscamente y pasa una mano por su pelo demasiado largo y este cae sobre su frente.


—¿A qué te refieres?


Él traga. —Quiero que tu mundo empiece y termine conmigo —dice, su expresión vulnerable. Su comentario me desbarata totalmente. Es como si me hubiera golpeado duro en el estómago, dejándome sin aliento e hiriéndome. Y la visión que me viene a la mente es la de un niño pequeño,
asustado, con cabello cobrizo y de ojos grises con ropas sucias, desiguales y que no le entallan correctamente.


—Lo hace —digo sin engañarlo, porque es la verdad—. Sólo estoy tratando de establecer una carrera y no quiero explotar tu nombre. Tengo que hacer algo, Pedro. No me puedo quedar encerrada en Escala o en la nueva casa sin hacer nada. Enloqueceré. Me asfixiaré. Siempre he trabajado, y disfruto de esto. Éste es el trabajo de mis sueños; es todo lo que alguna vez he querido. Pero hacer esto no significa que te ame menos. Tú eres mi mundo. —Mi garganta duele y las lágrimas pican en mis ojos. No debo
llorar, no aquí. Lo repito una y otra vez en mi cabeza. No debo llorar. No debo llorar.


Él me mira fijamente, no diciendo nada. Después frunce el ceño como si estuviera considerando lo que he dicho.


—¿Te asfixio? —Su voz es sombría, y es el eco de una pregunta que me ha hecho antes.


—No… si… no. —Esta es una conversación tan exasperante, no es una que quiera tener ahora, aquí. Cierro mis ojos y masajeo mi frente, tratando de entender cómo llegamos a esto—. Mira, estábamos hablando de mi
nombre. Quiero mantener mi nombre aquí porque pone cierta distancia entre tú y yo… pero sólo aquí, eso es todo. Sabes que todo el mundo piensa que conseguí el trabajo por ti, cuando la realidad es… —Me detengo, cuando sus ojos se agradan. Oh no… ¿es por él?


—¿Quieres saber porqué conseguiste el trabajo,Paula?


—¿Qué? ¿A qué te refieres?


Él se remueve en la silla como si se estuviera armándose de valor. ¿Quiero saber?


—Los directivos te dieron el trabajo de Hernandez para cuidarse. Ellos no querían el gasto de contratar una ejecutiva senior cuando la compañía estaba en plena venta. No tenían idea de que haría el nuevo dueño con eso una vez que pasara a ser de su propiedad, y sabiamente, no querían un despido caro. Así que te dieron el trabajo de Hernandez para que lo mantuvieras hasta que el nuevo dueño —se detiene, y sus labios se tuercen en una sonrisa irónica— o sea yo, tomara el mando.


¡Mierda! —¿Que estás diciendo? —Entonces fue por él. 


¡Joder! Estoy horrorizada.


Él sonríe y sacude su cabeza por mi preocupación. —Relájate. Has superado el desafío. Lo has hecho muy bien. —Hay la más pequeña señal de orgullo en su voz, y es casi mi perdición.


—Oh —murmuro incoherentemente, tambaleándome por estas noticias.


Me siento de vuelta en mi silla, boquiabierta, mirándolo. Él se remueve en su silla de nuevo.


—No quiero asfixiarte, Paula. No quiero ponerte en una jaula de oro. Bueno… —Se detiene, su cara ensombreciéndose—. Bueno, mi parte racional no. —Él acaricia su barbilla pensativamente mientras su mente trama algún plan.


Oh, ¿a dónde quiere llegar con esto? Pedro levanta la mirada repentinamente, como si hubiera tenido un momento eureka.


—Así que una de las razones del por qué estoy aquí, aparte de lidiar con mi esposa errante —dice él, entrecerrando sus ojos—, es para discutir qué voy a hacer con esta compañía.


¡Esposa errante! ¡No soy errante, no soy un activo! Le frunzo el ceño a Pedro de nuevo y la amenaza de lágrimas decae.


—¿Entonces cuáles son tus planes? —Inclino mi cabeza para un lado, imitándolo, y no puedo evitar mi tono sarcástico. Sus labios se retuercen con el indicio de una sonrisa. Caray, ¡cambia de humor, de nuevo! ¿Cómo
es que alguna vez podré mantenerle el ritmo al Sr. Voluble?


—Voy a darle un nuevo nombre a la compañía, Editorial Alfonso


Mierda.


—Y al cabo de un año, será tuya.


¿Qué? Mi boca se abre una vez más, más abierta esta vez.


—Es mi regalo de bodas para ti.


Cierro mi boca después la abro, tratando de articular algo, pero no hay nada. Mi mente esta en blanco


—¿Entonces, necesito cambiar el nombre a Editorial Chaves?


Él está hablando en serio. Joder.


Pedro —susurro cuando mi cerebro finalmente se reconecta con mi boca—. Me diste un reloj… no puedo dirigir un negocio.


Se inclina su cabeza a un costado de nuevo y me da un ceño reprobatorio.


—Dirijo mi propio negocio desde que tenía veintiún años.


—Pero tú eres… tú. Controlador y un joven genio extraordinario. Caray Pedro, te especializaste en economía en Harvard antes de dejarlo. Al menos tienes una idea. Yo vendí pintura y abrazaderas plásticas por tres años en un trabajo a medio tiempo, por amor de Dios. He visto tan poco
del mundo, ¡y no sé casi nada! —Mi voz se levanta, haciéndose más fuerte y alta, mientras completo mi discurso.


—También eres la persona más culta que conozco —contesta él con seriedad—. Amas un buen libro. No podías dejar de hacer tu trabajo mientras estábamos de luna de miel. ¿Cuántos manuscritos leíste? ¿Cuatro?


—Cinco —susurro


—Y escribiste reportes completos de todos ellos. Eres una mujer muy inteligente, Paula. Estoy seguro que lo lograrás.


—¿Estás loco?


—Loco por ti —susurra él


Suelto una risotada porque es lo único que mi cuerpo puede hacer. Él entrecierra sus ojos.


—Serás el hazmerreír. Comprar una compañía para la pequeña mujer que sólo ha tenido un trabajo de tiempo completo por pocos meses de su vida adulta.


—¿Crees que me importa un bledo lo que piensa la gente? Además, no estarás por tu cuenta.


Lo miro boquiabierta. Realmente le falta un tornillo esta vez.


Pedro, yo… —Pongo mi cabeza en mis manos, mis emociones han pasado por un exprimidor. ¿Está loco? Y en algún lugar oscuro y profundo dentro de mi, tengo la repentina, inapropiada necesidad de reír. Cuando levanto la mirada hacia él de nuevo, sus ojos están muy abiertos.


—¿Algo divertido para usted, Sra. Chaves?


—Sí. Tú.


Sus ojos se abren aún más, sorprendido pero también divertido.


—¿Riéndote de tu esposo? Eso nunca se hace. Y estás mordiendo tu labio. —Sus ojos se ensombrecen… de esa manera. Oh no, conozco esa mirada. Sensual, seductora, lasciva… ¡No, no, no! No aquí.


—Ni siquiera lo pienses —advierto, la alarma clara en mi voz.


—¿Pensar en qué, Paula?


—Conozco esa mirada. Estamos en el trabajo.


Él se inclina hacia adelante, sus ojos pegados a los míos, hambrientos y de color gris líquido. ¡Mierda! Trago instintivamente


—Estamos en una oficina pequeña, a prueba de sonidos con una puerta que puede ser cerrada con llave.


—Inmoralidad obscena —digo cada palabra cuidadosamente.


—No con tu esposo.


—Con el jefe del jefe de mi jefe —siseo.


—Eres mi esposa.


—Pedro, no. Lo digo en serio. Puedes follarme hasta dejarme de siete tonos distintos esta noche. Pero no ahora. ¡No aquí!


Él parpadea y entrecierra sus ojos una vez más. Después
inesperadamente se ríe.


—¿Siete tonos distintos? —Él arquea una ceja, intrigado—. Tal vez le tome la palabra, Sra. Chaves.


—¡Oh, detén eso de Sra. Chaves! —digo bruscamente y golpeo el escritorio, sobresaltándonos—. Por amor de Dios, Pedro. Si significa tanto para ti, ¡cambiaré mi nombre!


Su boca se abre mientras inhala bruscamente. Y después sonríe, una radiante, feliz y completa sonrisa. Wow…


—Bien. —Él da una palmada de alegría, y de repente se pone de pie.


¿Ahora qué?


—Misión cumplida. Ahora, tengo trabajo que hacer. Si me disculpa, Sra. Alfonso.


Gah, ¡este hombre es tan exasperante!


—Pero…


—¿Pero qué, Sra.Alfonso?


Flaqueo. —Sólo vete.


—Eso intento. Te veré esta noche. Estoy esperando ponerte de siete tonos distintos.


Frunzo el ceño.


—Oh, y tengo un montón de compromisos sociales relacionados con la empresa en camino, y me gustaría que me acompañases.


Lo miro boquiabierta. ¿Simplemente se irá?


—Haré que Andrea llame a Juliana para que ponga las fechas en tu calendario. Hay algunas personas a las que necesitas conocer. Deberías hacer que Juliana repasara tu calendario de ahora en adelante.


—Está bien —mascullo, completamente perpleja, desconcertada y traumatizada.


Él se inclina sobre mi escritorio. ¿Ahora qué? Estoy atrapada en su mirada hipnotizante.


—Amo hacer negocios con usted, Sra. Alfonso. —Se inclina más cerca mientras yo me siento paralizada, y planta un suave y tierno beso en mis labios.


—Nos vemos, nena —murmura. Se pone de pie abruptamente, me guiña el ojo y se va.


Apoyo la cabeza en el escritorio, sintiendo que he sido arrollada por un tren de alta velocidad, un tren de alta velocidad que resulta ser mi amado esposo. Debe ser el más frustrante, molesto, y mandatario hombre en la tierra. 


Me enderezo y me froto los ojos con fuerza. ¿A qué acabo de acceder? De acuerdo, Paula Alfonso directora de AIPS, quiero decir, Publicaciones Alfonso. El hombre está loco. 


Alguien golpea la puerta, y Juliana mete la cabeza.


—¿Estás bien? —pregunta.


Simplemente la miro. Hace una mueca.


—Sé que esto no te gusta, ¿pero quieres que te haga una taza de té?


Asiento.


—¿Twinings English Breakfast, débil y negro?


Asiento.


—Está enseguida, Paula.


Miro la pantalla de mi ordenador en blanco, aún anonadada.


 ¿Cómo puedo hacer que entienda? ¡Un Email!


De: Paula Chaves.

Asunto: ¡NO SOY UN ACTIVO!

Fecha: 22 de agosto de 2014, 14:23

Para: Pedro Alfonso.


Señor Alfonso.
La próxima vez que venga a verme, pide una cita, así al menos puedo tener una advertencia previa de tu megalomanía dominante adolescente.
Tuya, Paula Alfonso<----- por favor nota el nombre.
Coordinadora Editorial, AIPS




De: Pedro Alfonso.

Asunto: De siete tonos diferentes.

Fecha: 22 de agosto de 2014, 14:34

Para: Paula Chaves.


Mi querida Sra. Alfonso (con énfasis en Mi)
¿Qué puedo decir en mi defensa? Estaba por la zona.
Y no, no eres un activo, eres mi amada esposa.
Como siempre, me alegraste el día.


Pedro Alfonso

Gerente General y megalomaníaco dominante, Alfonso Enterprises HoldingInc.


Está tratando de ser gracioso, pero no estoy de humor para reír. Inspiro hondo y vuelvo a mi correspondencia.



* * *


Pedro está callado cuando subo al coche esa tarde.


—Hola —murmuro.


—Hola —responde, cautelosamente, como debería.


—¿Has interrumpido el trabajo de alguien más hoy? —pregunto demasiado dulcemente.


El fantasma de una sonrisa cruza su rostro. —Sólo el de Flynn.


Oh.


—La próxima vez que lo veas, te daré una lista de temas que quiero cubiertos —le siseo.


—Parece de mal humor, Sra. Alfonso.


Miro fijamente las nucas de Gutierrez y Salazar frente a mí.


Pedro se remueve a mi lado.


—Hey —dice suavemente y busca mi mano. Toda la tarde, cuando debería haberme concentrado en mi trabajo, me dediqué a pensar en qué decirle.


Pero me enfadaba más y más a cada hora. Había tenido suficiente de su arrogante, petulante, y estúpidamente infantil comportamiento. Alejo mi mano de la suya, en un estilo muy arrogante, petulante, y estúpidamente infantil.


—¿Estás enfadada conmigo? —susurra.


—Sí —siseo. Cruzándome de brazos protectoramente, miro por la ventanilla. Vuelve a removerse a mi lado, pero me obligo a no mirarlo. No entiendo por qué estoy tan enfadada con él, pero lo estoy. Jodidamente enfadada.


Tan pronto llegamos a Escala, rompo el protocolo y salgo del coche con mi maletín. Entro en el edificio, sin mirar quién está siguiéndome. Gutierrez se escabulle conmigo y se apresura para llamar al elevador.


—¿Qué? —espeto cuando estoy a su lado. Sus mejillas enrojecen.


—Mis disculpas, señora —murmura.


Pedro viene y se para a mi lado a esperar el elevador, y Salazar cierra la comitiva.


—¿Así que no es sólo conmigo con quien estás enfadada? —murmura secamente Pedro. Lo miro y veo un rastro de sonrisa en su rostro.


—¿Te estás riendo de mí? —Entrecierro los ojos.


—No me atrevería a ello —dice alzando las manos como si lo estuviera apuntando con un arma. Está usando su traje azul marino, viéndose fresco y limpio con su alborotado cabello sexy y una expresión libre de culpa.


—Necesitas un corte de pelo —murmuro. Alejándome de él, entro en el elevador.


—¿Enserio? —dice quitándose mechones de la frente. Me sigue adentro.


—Sí. —Tecleo la contraseña de nuestro piso.


—¿Entonces ahora sí me hablas?


—Apenas.


—¿Y por qué, exactamente, estás enfadada? Necesito alguna pista —pregunta cuidadosamente.


Me doy vuelta y lo enfrento.


—¿Realmente no tienes ninguna idea? Seguramente, siendo alguien tan inteligente, ¿deberías tener una indicación? No puedo creer que seas tan obtuso.


Retrocede un paso alarmado. —Realmente estás enfadada. Creí que habíamos solucionado todo en tu oficina —murmura, perplejo.


Pedro, sólo recapitulé tus petulantes demandas. Eso es todo.


Las puertas del elevador se abren y salgo hecha una furia. 


Taylor está de pie en el pasillo. Retrocede un paso y cierra la boca mientras me cruzo con él.


—Hola Taylor —murmuro.


—Sra. Alfonso —murmura.


Dejando caer el maletín en el pasillo, me voy al gran cuarto. 


La Sra. Jones está en la cocina.


—Buenas tardes, Sra. Alfonso.


—Hola, Sra. Jones —murmuro una vez más. Voy directamente a la heladera y saco una botella de vino blanco. Pedro me sigue a la cocina y me mira como un halcón mientras tomo una copa del estante. Se quita la
chaqueta y la deja casualmente en el respaldo de la silla.


—¿Quieres una bebida? —pregunto muy dulcemente.


—No, gracias —responde sin quitarme los ojos de encima, y sé que está desorientado. No sabe qué hacer conmigo. Es cómico en un nivel y trágico en otro. Bueno, ¡que se joda! 


Tengo problemas en encontrar mi lado compasivo después del encuentro de esta tarde. Lentamente, se quita la
corbata y desabotona el primer botón de su camisa. Me sirvo una gran copa de sauvignon blanco, y Pedro se pasa una mano por el cabello.


Cuando me doy la vuelta, la Sra. Jones ha desaparecido. 


¡Mierda! Ella es mi escudo humano. Bebo un trago de vino. Hmm. Sabe bien.


—Para ya con esto —susurra Pedro. Hace los dos pasos que nos separan y queda frente a mí. Suavemente coloca un mechón de mi cabello detrás de mi oreja y acaricia mi lóbulo con sus dedos, enviando escalofríos por mi cuerpo. 


¿Es esto lo que extrañé todo el día? ¿Su toque? Sacudo la
cabeza, haciendo que suelte mí oreja y lo miro.


—Háblame —murmura.


—¿Cuál es el punto? Tú no me escuchas.


—Sí que lo hago. Eres una de las pocas personas a las que escucho.


Bebo otro trago de vino.


—¿Esto es sobre tu nombre?


—Sí y no. Es la forma en que lidias con el hecho de que no esté de acuerdo contigo. —Lo miro, esperando que se enfade.


Frunce el ceño. —Paula, tú sabes que tengo… problemas. Me es difícil dejarlo pasar cuando estás involucrada. Sabes eso.


—Pero no soy una niña y no soy un activo.


—Lo sé. —Suspira.


—Entonces deja de tratarme como si lo fuera —susurro, rogándole.


Pasa sus dedos por mi mejilla y delinea mi labio inferior con su pulgar.


—No te enfades. Eres tan valiosa para mí. Como un activo invaluable, como un niño —susurra, con una expresión reverente en el rostro. Sus palabras me distraen. Como un niño. Invaluable como un niño… ¡Un niño es invaluable para él!


—No soy ninguna de esas cosas, Pedro. Soy tu esposa. Si te sentiste dolido porque no quise tomar tu apellido, deberías haberlo dicho.


—¿Dolido? —Frunce aún más el ceño, y sé que está explorando la posibilidad. De repente se tensa, aún con el ceño fruncido, y mira su reloj—. El arquitecto llegará en menos de una hora. Deberíamos comer.


Oh no. Gimo involuntariamente. No me ha respondido, y ahora tengo que lidiar con Georgina Matteo. Mi día de mierda sigue empeorando. Miro a Pedro.


—Esta discusión aún no se ha acabado —murmuro.


—¿Qué más hay que discutir?


—Podrías vender la compañía.


Pedro bufa. —¿Venderla?


—Sí.


—¿Y crees que encontraría un comprador con el mercado actual?


—¿Cuánto te costó?


—Fue relativamente barata. —Suena precavido.


—¿Y si va a la quiebra?


Sonríe. —Sobreviviremos. Pero no dejaré que quiebre, Paula. No mientras tú estés allí.


—¿Y si me voy?


—¿Y qué harás?


—No lo sé. Otra cosa.


—Tú ya has dicho que es el empleo de tus sueños. Y perdóname si me equivoco, pero prometí ante Dios, el Reverendo Walsh, y una congregación de nuestros seres más cercanos y queridos, apoyar tus sueños y esperanzas, y mantenerte a salvo a mi lado.


—Citarme tus votos de bodas es hacer trampa.


—Jamás prometí jugar limpio en lo que a ti concierne. Además —añade—, tú has usado tus votos como un arma en mi contra antes.


Hago una mueca. Es verdad.


—Paula, si sigues enfadada conmigo, desquítate más tarde en la cama. —Su voz es de repente baja y llena de deseo sensual, sus ojos calientes.


¿Qué? ¿Cama? ¿Cómo?


Sonríe indulgentemente al ver mi expresión. ¿Acaso espera que lo amarre?


¡Santa mierda! Mi diosa interior se quita los auriculares de su iPod y comienza a escuchar con gran atención.


—Siete tonos diferentes —susurra—. Lo espero con ansias.


¡Guau!


—¡Marta! —grita abruptamente, y cuatro segundos más tarde, la Sra. Jones reaparece. ¿Dónde estaba? ¿En la oficina de Taylor? ¿Acaso escuchó? Oh Dios.


—¿Sr. Alfonso?


—Nos gustaría comer ahora mismo, por favor.


—Muy bien, señor.


Pedro no saca sus ojos de mí. Me vigila como si fuera una criatura exótica a punto de salir corriendo. Bebo un trago de vino.


—Creo que te acompañaré con una copa —dice, suspirando, y vuelve a pasarse una mano por el cabello.