Recién salida de mi baño, lavada, afeitada y sintiéndome mimada, me siento en el borde de la cama y pongo en marcha el secador de pelo.
Pedro se pasea en el dormitorio. Creo que ha estado trabajando.
—Ven, déjame —dice, señalando la silla delante del tocador.
—¿Secarme el pelo?
Asiente con la cabeza. Cierro los ojos ante él.
—Ven —dice, mirándome fijamente. Conozco esa expresión, y la conozco muy bien como para desobedecer. Lenta y metódicamente, seca mi pelo, un mechón a la vez.
Obviamente, ha hecho esto antes... a menudo.
—No eres nuevo en esto —me quejo. Su sonrisa se refleja en el espejo, pero no dice nada y sigue con el cepillo por mi pelo. Hmm... Es muy relajante.
*****
Cuando entramos en el ascensor de camino a la cena, no estamos solos.
Pedro se ve delicioso, con su camisa de firma de lino blanca, jeans negros y una chaqueta. Sin corbata. Las dos mujeres dentro disparan miradas de admiración hacía él y menos generosas en mí. Escondo mi sonrisa. Sí, señoras, es mío.
Pedro toma mi mano y tira de mí más cerca mientras viajamos en silencio hasta el nivel de entresuelo.
Está ocupado, lleno de gente vestida de noche, sentados alrededor charlando y bebiendo, comenzando su noche de sábado. Estoy agradecida de encajar. El vestido me abraza, deslizándose sobre mis curvas y lo mantiene todo en su lugar. Tengo que decirlo, me siento... atractiva con lo que llevo. Sé que Pedro lo aprueba.
En un primer momento, creo que vamos hacia el comedor privado donde discutimos por primera vez el contrato, pero me lleva más allá de esa puerta y en el otro extremo se abre la puerta a otra habitación con paneles de madera.
—¡Sorpresa!
¡Oh, por Dios!
Lourdes y Gustavo, Lucas y Malena, Manuel y Gabriela, el Sr. Rodríguez y José, y mi madre y Roberto están todos ahí alzando sus copas. Me quedo boquiabierta ante ellos, sin palabras. ¿Cómo? ¿Cuándo? Me giro con consternación
hacía Pedro, y me aprieta la mano. Mi madre se adelanta y envuelve sus brazos alrededor de mí. ¡Oh, mamá!
—Cariño, te ves hermosa. Feliz cumpleaños.
—¡Mamá! —chillo abrazándola. Oh, mami. Las lágrimas caen por mi rostro a pesar de la audiencia, y entierro mi cara en su cuello.
—Cariño, querida. No llores. Reinaldo va a estar bien. Él es un hombre fuerte. No llores. No en el día de tu cumpleaños. —Su voz se quiebra, pero mantiene la compostura. Agarra mi cara entre sus manos y con los pulgares enjuga las lágrimas.
—Creí que te habías olvidado.
—¡Oh, Paula! ¿Cómo podría? Diecisiete horas de parto no es algo que olvidamos con facilidad.
Me río a través de mis lágrimas, y ella sonríe.
—Seca tus ojos, cariño. Hay mucha gente que está aquí para compartir tu día especial.
Sollocé, sin querer mirar a nadie más en la habitación, avergonzada y muy contenta de que todo el mundo haya hecho tanto esfuerzo para venir a verme.
—¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Cuándo llegaste?
—Tu marido envió a su avión, querida. —Ella sonríe, impresionada.
Y yo me río. —Gracias por venir, mamá. —Me limpia la nariz con un pañuelo como sólo una madre lo haría—. ¡Mamá! —la regaño, componiéndome a mí misma.
—Eso está mejor. Feliz cumpleaños, cariño. —Ella se hace a un lado mientras todo el mundo se alinea para abrazarme y desearme feliz cumpleaños.
—Lo está haciendo bien, Paula. El Dr. Sluder es uno de los mejores en el país. Feliz cumpleaños, ángel. —Gabriela me abraza.
—Llora todo lo que quieras Paula, es tu fiesta. —José me abraza.
—Feliz cumpleaños, querida niña. —Manuel me sonríe, ahuecando mi cara
—¿Qué pasa nena? Tu viejo va a estar bien. —Gustavo me envuelve en sus brazos—. Feliz cumpleaños.
—Está bien. —Tomando mi mano, Pedro me tira de los brazos de Gustavo—. Basta ya de acariciar a mi esposa. Ve a acariciar a tu prometida.
Gustavo sonríe maliciosamente y le guiña el ojo a Lourdes.
Un camarero que no había notado antes se presenta ante mí y Pedro con copas de champaña rosado.
Pedro se aclara la garganta. —Esto sería un día perfecto si Reinaldo estuviera aquí con nosotros, pero él no está lejos. Lo está haciendo bien, y sé que le gustaría que disfrutes, Paula. A todos ustedes, gracias por venir a compartir el cumpleaños de mi bella esposa, el primero de muchos por venir. Feliz cumpleaños, mi amor. —Pedro levanta su copa hacía mí en medio de un coro de feliz cumpleaños y tengo que luchar otra vez para mantener a raya mis lágrimas.
*****
Observo las animadas conversaciones en la mesa de la cena. Es extraño estar envuelta en el seno de mi familia, sabiendo que el hombre que yo considero mi padre está en un equipo de soporte de vida en los fríos alrededores clínicos de la UCI. Estoy separada de la reunión, pero agradecida de que están todos aquí.
Mirando el combate entre Gustavo y Pedro, el listo ingenio tibio de José, el entusiasmo de Malena y su entusiasmo por la comida, Lucas disimuladamente mirándola. Creo que le gusta... aunque es difícil de decir.
El Sr. Rodríguez está sentado hacia atrás, como yo, disfrutando de las conversaciones. Él se ve mejor. Reposado. José está muy atento a él, cortando su comida, manteniendo el vaso lleno. Tener a su padre sobreviviendo de haber estado tan cerca de la muerte ha hecho que José aprecié más al Sr. Rodríguez... Lo sé.
Miro a mamá. Ella está en su elemento, encantadora, ingeniosa y cálida.
La amo demasiado. Tengo que acordarme de decirle. La vida es tan preciosa, me doy cuenta ahora.
—¿Estás bien? —me pregunta Lourdes con una voz extrañamente suave.
Asiento con la cabeza y la tomo de la mano. —Sí. Gracias por venir.
—¿Crees que el Sr. Mega dólares podría alejarme de ti en tu cumpleaños? ¡Llegamos a volar en el helicóptero! —Sonríe.
—¿En serio?
—Sí. Todos nosotros. Y pensar que Pedro puede volarlo.
Asiento con la cabeza.
—Eso es un poco caliente.
—Sí, creo que sí.
Sonreímos.
—¿Te quedas aquí esta noche? —pregunto.
—Sí. Todos lo hacemos, creo. ¿No sabías nada acerca de esto?
Niego con la cabeza.
—Zalamero, ¿o no?
Asiento con la cabeza.
—¿Qué te regaló por tu cumpleaños?
—Esto. —Alzo mi pulsera.
—¡Oh, linda!
—Sí.
—Londres, París... ¿helado?
—No quieres saber.
—Puedo adivinar.
Nos reímos, y me sonrojo al recordar, Ben & Jerry’s & Ana.
—Oh... y un R8.
Lourdes escupe su vino cayendo con poco atractivo por su barbilla, haciendo que ambas nos riamos un poco más.
—Un bastardo de altura, ¿no? —se ríe.
*****
Para el postre se me presenta una tarta de chocolate con suntuosas veintidós velas plateadas ardiendo y un creciente coro de “Feliz Cumpleaños”. Gabriela observa a Pedro cantando con el resto de mis amigos y familiares, y sus ojos brillan con amor. Atrapándome viendo, me tira un beso.
—Pide un deseo —me susurra Pedro. En un instante soplo todas las velas, deseando fervientemente que mi padre esté mejor. Papi, mejórate.
Por favor, ponte bien. Te amo tanto.
*****
A medianoche, el Sr. Rodríguez y José se despiden.
—Muchas gracias por venir. —Abrazo a José con fuerza.
—No me lo perdería por nada del mundo. Me alegro de que Reinaldo se dirija en la dirección correcta.
—Sí. Tú, el señor Rodríguez, y Reinaldo tienen que venir a pescar con Pedro en Aspen.
—¿Sí? Suena bien. —Sonríe José antes de irse a buscar el abrigo de su padre, y me agacho para decir adiós al Sr. Rodríguez.
—Tú sabes Paula, hubo un tiempo… bueno, pensé que tú y José... —Su voz se desvanece, y él me mira, su intensa mirada oscura, pero de amor.
¡Oh, no!
—Le tengo mucho cariño de su hijo, Sr. Rodríguez, pero él es como un hermano para mí.
—Hubieras sido una buena hija, por parentesco. Y lo eres. Para los Alfonso.
—Sonríe con tristeza y me ruborizo.
—Espero que se conforme con una amiga.
—Por supuesto. Tu marido es un buen hombre. Elegiste bien, Paula.
—Yo creo que sí —le susurro—. Lo amo demasiado. —Abrazo al Sr. Rodríguez.
—Trátalo bien, Paula.
—Lo haré —prometo.
*****
Pedro cierra la puerta de nuestra suite.
—Al fin solos —murmura, echándose hacia atrás contra la puerta, mirándome.
Doy un paso hacia él y corro mis dedos por encima de las solapas de su chaqueta.
—Gracias por un maravilloso cumpleaños. De verdad eres el más reflexivo, atento y generoso marido.
—Un placer.
—Sí... un placer. Vamos a hacer algo al respecto —le susurro. Apretando mis manos alrededor de sus solapas, tiro de sus labios a los míos.
La condición de Reinaldo era la misma. Verlo así me hace reconsiderar el viaje aquí. Realmente debería conducir con más cuidado. No puedes legislar por cada conductor ebrio de este mundo. Debo preguntarle a Pedro que fue del imbécil que chocó a Reinaldo, estoy segura de que sabe. A pesar de los tubos, mi papá se ve algo cómodo, y creo que tiene algo más de color en las mejillas. Mientras le cuento sobre mi mañana, Pedro va a la sala de espera a hacer llamadas.
La enfermera Kellie viene, chequeando los monitores de Reinaldo y tomando nota. —Todos sus signos se ven bien, Sra.Alfonso —me sonríe amablemente.
—Eso es muy alentador.
Un ratito después aparece el Dr. Crowe con dos enfermeras y dicecálidamente. —Señora Alfonso, es hora de llevar a su padre a radiología.
Vamos a hacerle una tomografía computarizada. Para ver el progreso de su cerebro.
—¿Tomará mucho?
—Hasta una hora.
—Esperaré. Me gustaría saber.
—Eso seguro, Sra. Alfonso.
Voy a la afortunadamente vacía sala de espera donde Pedro se está paseando hablando por teléfono. Mientras habla, mira por la ventana a la vista panorámica de Portland. Se vuelve hacia mí cuando cierro la puerta,
y parece enfadado.
—¿Cuánto sobre el límite?... Ya veo… todos los cargos, todo. El papá de Paula está en terapia intensiva, quiero que le arrojes el maldito libro a él papá… bien. Mantenme al tanto. —Cuelga.
—¿El otro conductor?
Asiente. —Algún estúpido camionero borracho del Sureste de Portland — bufa, y me sorprende su terminología y tono desconsiderado. Camina hacia mí, y se suaviza.
—¿Terminaste con Reinaldo? ¿Quieres irte?
—Em… no. —Lo miro, aún atemorizada por lo que acaba de pasar.
—¿Qué ocurre?
—Nada. A Reinaldo lo llevaron a radiología para una tomografía computada para comprobar el derrame en su cerebro. Me gustaría esperar por los resultados.
—De acuerdo. Esperaremos. —Se sienta y estira los brazos. Ya que estamos solos, me acurruco felizmente en su regazo.
—Así no imaginaba pasar el día de hoy —murmura en mi cabello.
—Yo tampoco, pero ahora me estoy sintiendo más positiva. Tu madre fue muy tranquilizadora. Fue muy amable de su parte venir anoche.
Pedro acaricia mi espalda y apoya su barbilla en mi cabeza.
—Mi madre es una mujer increíble.
—Lo es. Eres afortunado de tenerla. —Pedro asiente.
—Debería llamar a mi madre. Decirle lo de Reinaldo —murmuro y Pedro se tensa—. Estoy sorprendida de que no me haya llamado. —Me congelo un momento comprendiendo. De hecho, me siento dolida. Es mi cumpleaños después de todo, y ella estuvo cuando nací. ¿Por qué no llamó?
—Quizá lo hizo —dice Pedro. Saco mi BlackBerry de mi bolsillo. No hay llamadas perdidas, pero sí varios mensajes: deseos de cumpleaños de Lourdes, José, Malena, y Lucas. Nada de mi madre. Sacudo la cabeza.
—Llámala ahora —sugiere suavemente. Lo hago, pero no responde, sólo el contestador automático. No dejo un mensaje. ¿Cómo pudo mi propia madre olvidar mi cumpleaños?
—No está allí. Llamaré más tarde cuando sepa los resultados del escaneo del cerebro.
Pedro refuerza su agarre en mí, volviendo a acariciar mi cabello, y no hace comentarios por el poco amor maternal de mi madre. Siento más que escucho el zumbido de su BlackBerry. No me deja ponerme de pie sino que lo pesca incómodamente de su bolsillo.
—Andrea —espeta, otra vez todo negocios. Vuelvo a intentar ponerme de pie y me detiene, frunciendo el ceño y manteniéndome sentada por mi cintura. Me apoyo en su pecho y oigo su conversación.
—Bien… ¿ETA32 a qué hora?... ¿Y los otros… eh, paquetes? —Pedro mira su reloj—. ¿El Healthman ya tiene los detalles?… Bien… Sí. Puede esperar hasta el lunes por la mañana, pero envía un e-mail sólo por si acaso, lo imprimiré, firmaré, y te lo enviaré de regreso… Pueden esperar.
Ve a casa Andrea… No, estamos bien… Gracias. —Cuelga.
—¿Está todo bien?
—Sí.
—¿Es esto tu asunto de Taiwán?
—Sí. —Se mueve debajo de mí.
—¿Peso mucho?
Bufa. —No amor.
—¿Te preocupa la cosa de Taiwán?
—No.
—Creí que era importante.
—Lo es. El negocio depende de esto. Muchos trabajos están en riesgo.
¡Oh!
—Sólo tenemos que venderlos a las uniones. Ése es el trabajo de Sam y Rosario. Por la forma en que está la economía, ninguno de nosotros tiene muchas opciones.
Bostezo.
—¿Te estoy aburriendo, Sra. Alfonso? —Vuelve a acariciar mi cabello, divertido.
—¡No! Eso nunca… es que estoy muy cómoda en tu regazo. Me gusta escuchar sobre tus negocios.
—¿Ah sí? —Suena sorprendido.
—Por supuesto. —Me muevo para mirarlo—. Me gusta escuchar sobre cualquier pedazo de información que te dignes a compartir conmigo. — Sonrío, y me contempla con diversión y sacude la cabeza.
—Siempre hambrienta por más información, Sra. Alfonso.
—Dime —lo presiono mientras vuelvo a reclinarme en su pecho.
—¿Que te diga qué?
—Por qué lo haces.
—¿Hacer qué?
—Trabajar de la forma en que lo haces.
—Un chico tiene que ganarse la vida. —Sigue divertido.
—Pedro, haces más que ganarte la vida. —Sueno muy irónica. Frunce el ceño y se queda en silencio por un momento. Creo que no piensa divulgar más secretos, pero me sorprende.
—No quiero ser pobre —dice en voz baja—. He hecho eso. No pienso volver ahí. Además… es un juego —murmura—. Es todo sobre ganar. Un juego que siempre se me hizo fácil.
—No como la vida —murmuro para mí misma. Luego comprendo que lo dije en voz alta.
—Sí, supongo. —Frunce el ceño—. Aunque es más fácil contigo.
¿Más fácil conmigo? Lo abrazo más estrechamente. —No todo puede ser un juego. Eres muy filantrópico.
Se encoge de hombros, y sé que se está poniendo incómodo. —Respecto a algunas cosas, quizás —dice en voz baja.
—Amo al Pedro filántropo —murmuro.
—¿Sólo a él?
—Oh, amo al Pedro megalomaníaco, también, y al Pedro
obsesionado por el control, al sexperto Pedro, al Pedro pervertido, al Pedro romántico, al Pedro tímido… la lista es interminable.
—Esos son muchos Pedro.
—Diría que al menos cincuenta.
Se ríe. —Cincuenta sombras —murmura contra mi cabello.
—Mis Cincuenta Sombras.
Se endereza, toma mi cara, y me besa. —Bueno, señora Sombras, veamos cómo lo está haciendo tu padre.
—De acuerdo.
*****
—¿Podemos ir a dar una vuelta?
Pedro y yo estamos de regreso en el R8, y me siento vertiginosamente optimista. El cerebro de Reinaldo está volviendo a la normalidad, toda la hinchazón se ha ido. La Dra. Sluder ha decidido despertarlo de su estado de coma mañana. Ella dice que está contenta con su progreso.
—Claro —Pedro sonríe hacia mí—. Es tu cumpleaños, podemos hacer lo que sea que quieras.
¡Oh! Su tono me hace dar la vuelta y mirarlo. Sus ojos están oscuros.
—¿Lo que sea?
—Lo que sea.
¿Cuánta promesa puede cargar en una sola palabra? —Bueno, quiero conducir.
—Entonces, conduce, cariño —dice sonriendo, y yo sonrío de vuelta.
Mi coche se maneja como un sueño, y mientras llegamos a la I-5, sutilmente pongo mi pie en el suelo, lo que nos obliga a ambos a estar de nuevo en nuestros asientos.
—Tranquila, nena —advierte Pedro.
*****
Mientras nos dirigimos de regreso a Portland, una idea se me ocurre.
—¿Has planificado almorzar? —le pregunto a Pedro tentativamente.
—No. ¿Tienes hambre? —Suena esperanzador.
—Sí.
—¿A dónde quieres ir? Es tu día, Paula.
—Conozco justo el lugar.
Me pongo cerca de la galería donde José exhibió su obra y me estaciono justo afuera del restaurante “Le Picotin” a donde fuimos después de la exposición de José.
Pedro sonríe. —Por un minuto pensé que me ibas a llevar a ese horrible bar desde donde me llamaste borracha.
—¿Por qué iba a hacer eso?
—Para comprobar que las azaleas todavía están vivas. —Él arquea una ceja sardónica.
Me sonrojo. —¡No me lo recuerdes! Además... todavía me llevaste a tu habitación de hotel. —Sonrío.
—La mejor decisión que he tomado —dice, con los ojos suaves y cálidos.
—Sí. Lo fue. —Me inclino y lo beso.
—¿Crees que ese hijo de puta arrogante todavía está esperando en las mesas? —Pedro.
—¿Arrogante? Pensé que estaba bien.
—Estaba tratando de impresionarte.
—Bueno, tuvo éxito.
La boca de Pedro gira con divertida repugnancia.
—¿Vamos a ir a ver? —ofrezco.
—Adelante, Sra. Alfonso.
*****
Después del almuerzo y un rápido desvío a Heathman para recoger el portátil de Pedro, regresamos al hospital. Me paso la tarde con Reinaldo, leyendo en voz alta uno de los manuscritos que he enviado. Mi único acompañamiento es el sonido de la maquinaria manteniéndolo vivo, manteniéndolo conmigo.
Ahora que sé que está haciendo progresos, puedo respirar un poco más fácil y relajarme. Estoy esperanzada. Sólo necesita tiempo para recuperarse. Tengo tiempo, yo puedo darle eso. Me pregunto de brazos cruzados si debería intentar llamar a mamá otra vez, pero decido hacerlo más tarde. Sostengo la mano de Reinaldo holgadamente mientras le leo, apretándola de vez en cuando, deseando que esté bien. Sus dedos se sienten suaves y calientes por debajo de mi tacto. Él todavía tiene la huella en su dedo donde llevaba su anillo de boda, incluso después de todo este tiempo.
Una o dos horas más tarde, no sé cuánto tiempo, echo un vistazo para ver a Pedro, ordenador portátil en la mano, de pie al final de la cama de Reinaldo con la enfermera Kellie.
—Es hora de irse, Paula.
Oh. Aprieto la mano de Reinaldo con fuerza. No quiero dejarlo.
—Quiero alimentarte. Ven. Ya es tarde. —Pedro suena insistente.
—Estoy a punto de darle un baño de esponja al señor Chaves —dice la enfermera Kellie.
—Está bien —concedo—. Estaremos de vuelta mañana por la mañana.
Beso a Reinaldo en la mejilla, sintiendo su no familiar barba bajo mis labios. No me gusta eso. Mantente cada vez mejor, papi. Te amo.
—Pensé que podíamos a comer a la planta baja. En una habitación privada —dice Pedro, un brillo en sus ojos mientras abre la puerta a nuestra suite.
—¿En serio? ¿Finalmente terminarás lo que empezaste hace unos meses?
Él sonríe.
—Si tienes mucha suerte, Sra. Alfonso.
Yo me río.
—Pedro, no tengo nada elegante que ponerme.
Él sonríe, extiende la mano y me lleva al dormitorio. Abre el armario para revelar una gran bolsa blanca de vestido colgando dentro.
—¿Taylor? —pregunto.
—Pedro —responde, contundente y herido a la vez. Su tono me hace reír. Bajando la cremallera de la bolsa, encuentro un vestido de satén azul marino y lo saco. Es precioso, equipado con finos tirantes. Se ve pequeño.
—Es precioso. Gracias. Espero que me quede bien.
—Lo hará —dice con confianza—. Y aquí —recoge una caja de zapatos—,zapatos a juego. —Él me da una sonrisa lobuna.
—Piensas en todo. Gracias. —Me estiro hacia arriba y lo beso.
—Lo hago. —Me da otra bolsa.
Miro hacia él con curiosidad. Dentro un traje negro sin tirantes con un panel central de encaje. Él acaricia mi rostro, inclina mi mentón, y me besa.
—Estoy ansioso de sacarte esto más tarde.
32 ETA: Tiempo Estimado de Llegada (Estimated Time of Arrival).