jueves, 26 de febrero de 2015
CAPITULO 178
Me despierto de repente, momentáneamente desorientada…
Oh sí; estoy en el cuarto de juegos. Porque no hay ventanas, no tengo idea de qué hora es.
El pomo de la puerta se agita.
—¡Paula! —grita Pedro del otro lado de la puerta. Me congelo, pero no entra. Oigo voces ahogadas, pero se alejan. Exhalo y reviso la hora en mi BlackBerry. Son las siete cincuenta, y tengo cuatro llamadas perdidas y dos mensajes de voz. Las llamadas perdidas son mayormente de Pedro, pero también hay una de Lourdes. Oh, no. Él debe haberla llamado. No tengo tiempo para escucharlos. No quiero llegar tarde al trabajo.
Me envuelvo con el cobertor y levanto mi bolso antes de hacer mi camino hacia la puerta. Abriéndola lentamente, espío afuera. No hay señales de nadie. Oh, mierda… Quizás esto es un poco melodramático. Pongo los ojos, respiro profundamente, y me dirijo abajo.
Taylor, Salazar,Gutierrez, la Sra. Jones y Pedro están todos parados en la entrada del gran salón, y Pedro está dando rápidas instrucciones.
Como si fueran uno, todos se vuelven y me miran con la boca abierta.
Pedro todavía viste la ropa con la que durmió anoche. Luce tan desaliñado, pálido y hermoso que detiene el corazón.
Sus ojos grises están muy abiertos, y no sé si está atemorizado o enfadado. Es difícil de decir.
—Salazar, estaré lista para salir en más o menos veinte minutos — murmuro, envolviendo el cobertor alrededor de mí más apretadamente para protección.
Él asiente, y todos los ojos se vuelven a Pedro, quién todavía me mira intensamente.
—¿Le gustaría algo de desayuno, Sra. Alfonso? —pregunta la Sra. Jones.
Sacudo la cabeza.
—No tengo hambre, gracias. —Ella presiona los labios pero no dice nada.
—¿Dónde estabas? —pregunta Pedro, su voz baja y ronca.
De repente Salazar, Taylor, Gutierrez y la Sra. Jones se dispersan, escurriéndose hacia la oficina de Taylor, el vestíbulo y la cocina como ratas aterrorizadas huyendo de un barco que se hunde.
Ignoro a Pedro y marcho hacia nuestra habitación.
—Paula —me llama—, respóndeme —oigo sus pasos detrás de mí mientras camino hacia la habitación y continúo hacia nuestro baño. Rápidamente, cierro la puerta con llave.
—¡Paula! —Pedro golpea la puerta con fuerza. Abro la ducha. La puerta suena bruscamente—. Paula, abre la maldita puerta.
—¡Vete!
—No me voy a ir a ningún lado.
—Como quieras.
—Paula, por favor.
Me meto en la ducha, bloqueándolo con éxito. Oh, está tibio.
El agua curativa cae como una cascada sobre mí, limpiando el agotamiento de la noche de mi piel. Oh Dios. Se siente tan bien. Por un momento, un momento corto, puedo pretender que todo está bien. Lavo mi cabello y para cuando he terminado, me siento mejor, más fuerte, lista para enfrentarme al tren sin control que es Pedro Alfonso.
Envuelvo mi cabello en una toalla, enérgicamente me seco con otra, y la envuelvo alrededor de mí.
Abro la cerradura y la puerta para encontrar a Pedro apoyado contra la pared opuesta, las manos detrás de la espalda. Su expresión es cautelosa, la de un predador de caza. Paso a grandes zancadas frente a él y hacia nuestro guardarropa.
—¿Me estás ignorando? —pregunta Pedro sin poder creerlo a la vez que se para en la puerta del guardarropa.
—¿Perceptivo, verdad? —murmuro distraídamente mientras busco algo que ponerme. Ah, sí; mi vestido color ciruela. Lo saco de la percha, elijo mis botas negras de taco aguja, y me dirijo hacia la habitación. Hago una pausa para que Pedro salga de mi camino, lo cual hace, eventualmente; sus buenos modales intrínsecos apoderándose de él.
Siento sus ojos penetrándome mientras camino hacia mi cómoda, y lo espío por el espejo, de pie inmóvil en la puerta, observándome. En un acto digno de una ganadora del Oscar, dejo caer la toalla al suelo y pretendo que soy inconsciente de mi cuerpo desnudo. Oigo su jadeo ahogado y lo ignoro.
—¿Por qué estás haciendo esto? —pregunta. Su voz es baja.
—¿Por qué crees? —Mi voz es suave como el terciopelo mientras saco un bonito par de bragas negras de encaje de La Perla.
—Paula… —se detiene mientras me las pongo.
—Ve y pregúntale a tu Sra. Robinson. Estoy segura de que ella tendrá una explicación para ti —murmuro mientras busco el corpiño que hace juego.
—Paula, te lo he dicho antes, ella no es mi…
—No quiero oírlo, Pedro —hago un gesto desdeñoso con la mano—. El momento para hablar fue ayer, pero en su lugar decidiste despotricar y emborracharte con la mujer que abusó de ti durante años. Llámala. Estoy segura de que estará más que deseosa de escucharte ahora. —Encuentro el corpiño que hace juego y lentamente me lo pongo y lo prendo. Pedro entra más en la habitación y pone las manos en sus caderas.
—¿Por qué estuviste fisgoneando? —dice.
A pesar de mi decisión me ruborizo.
—Ese no es el punto, Pedro —estallo—. El hecho es que las cosas se ponen difíciles, y tú corres a ella.
Su boca forma una línea sombría.
—No fue así.
—No estoy interesada. —Tomando un par de medias negras hasta el muslo con encaje en la parte superior, retrocedo hacia la cama. Me siento, enderezo el pie, y suavemente deslizo la tela de gasa por mi muslo.
—¿Dónde estabas? —pregunta, sus ojos siguiendo mis manos por mis piernas, pero continúo ignorándolo mientras hago rodar la otra media.
Poniéndome de pie, me inclino para secar mi cabello con la toalla. Por entre mis muslos separados, puedo ver sus pies desnudos, y siento su intensa mirada. Cuando he terminado, me pongo de pie y retrocedo hacia la cómoda de donde tomo mi secador de cabello.
—Respóndeme. —La voz de Pedro es baja y ronca.
Enciendo el secador de cabello para no poder oírlo más y lo observo por entre mis pestañas en el espejo mientras seco mi cabello con los dedos. Él me da una mirada feroz, los ojos entrecerrados y fríos, helados incluso.
Alejo la mirada, concentrándome en la tarea que estoy haciendo e intentando reprimir el escalofrío que corre a través de mí. Trago con fuerza y me concentro en secar mi cabello. Todavía está enfadado.
Sale con esa maldita mujer, ¿y está enfadado conmigo?
¡Cómo se atreve!
Cuando mi cabello luce salvaje e indomable, me detengo.
Sí… me gusta.
Apago el secador.
—¿Dónde estabas? —susurra, su tono ártico.
—¿Qué te importa?
—Paula, detente. Ahora.
Me encojo de hombros, y Pedro se mueve rápidamente a través de la habitación hacia mí. Me vuelvo enseguida, alejándome cuando él extiende sus manos.
—No me toques —siseo y él se congela.
—¿Dónde estabas? —demanda. Sus manos forman puños a los lados.
—No estaba afuera emborrachándome con mi ex —digo furiosa—. ¿Te acostaste con ella?
Él jadea.
—¿Qué? ¡No! —me mira con la boca abierta y tiene el coraje de lucir herido y enfadado a la vez. Mi subconsciente exhala un pequeño, bienvenido suspiro de alivio.
—¿Crees que te engañaría? —su tono es uno de ultraje moral.
—Lo hiciste —gruño—. Al tomar nuestra vida privada y contarle tu debilidad a esa mujer.
Su boca se abre.
—Debilidad. ¿Eso es lo que crees? —Sus ojos arden.
—Pedro, vi el mensaje. Eso es lo que sé.
—Ese mensaje no era para ti —gruñe.
—Bueno, el hecho es que lo vi cuando tu BlackBerry cayó de tu chaqueta mientras te desvestía porque estabas demasiado borracho para desvestirte solo. ¿Tienes una idea de cuánto me has lastimado al ir a ver a esa mujer?
Él palidece momentáneamente, pero estoy en una racha, mi perra interna se desata.
—¿Recuerdas anoche cuando volviste a casa? ¿Recuerdas lo que dijiste?
Me mira en blanco, su rostro congelado.
—Bueno, pues tenías razón. Elijo a este bebé indefenso en lugar de ti. Eso es lo que cualquier padre cariñoso haría. Eso es lo que tu madre debería haber hecho por ti. Y lamento que no lo haya hecho… porque no estaríamos teniendo esta conversación ahora mismo si lo hubiera hecho.
Pero ahora eres un adulto… necesitas crecer y abrir los ojos y dejar de comportarte como un adolescente malhumorado. Puede que no estés feliz con este bebé. Yo no estoy eufórica al respecto, dado el momento y tu respuesta menos que tibia a esta nueva vida, esta carne de tu carne. Pero bien puedes hacer esto conmigo, o lo haré sola. La decisión es tuya.
Mientras te revuelcas en tu hoyo de autocompasión y odio por ti mismo, yo voy a ir a trabajar. Y cuando vuelva llevaré mis pertenencias a la habitación de arriba.
Parpadea hacia mí, impactado.
—Ahora, si me disculpas, me gustaría terminar de vestirme. —Estoy respirando fuerte.
Muy lentamente, Pedro se retira un paso, su conducta endureciéndose.
—¿Es lo que quieres? —susurra.
—Ya no sé lo que quiero. —Mi tono refleja el suyo, y toma un esfuerzo monumental fingir desinterés mientras casualmente meto las puntas de los dedos en mi crema hidratante y las esparzo suavemente sobre mi cara.
Me miro en el espejo. Ojos azules abiertos, cara pálida, pero mejillas sonrojadas. Lo estás haciendo bien. No te eches atrás ahora. No te eches atrás ahora.
—¿No me quieres? —murmura.
Oh, no… oh no, no lo hagas, Alfonso.
—Estoy aquí todavía, ¿no? —replico. Cogiendo mi máscara, aplico un poco primero a mi ojo derecho.
—¿Has pensado en irte? —Sus palabras son apenas audibles.
—Cuando el marido de una prefiere la compañía de su ex-amante, normalmente no es una buena señal. —Puse el desdén al nivel justo, evadiendo su pregunta. Ahora pintalabios. Hago un puchero con mis brillantes labios a la imagen del espejo. Mantente fuerte, Chaves… um, Alfonso.
Jodida mierda, ni siquiera puedo recordar mi nombre.
Recojo mis botas, me dirijo a la cama a zancadas una vez más, y rápidamente me las pongo, tirando de ellas hasta mi rodilla. Síp. Me veo bien sólo en ropa interior y botas. Lo sé.
De pie, lo miro desapasionadamente. Parpadea hacia mí, y sus ojos viajan rápidamente y avariciosamente por mi cuerpo.
—Sé lo que estás haciendo —murmura, y su voz ha adquirido un borde caliente y seductor.
—¿Sí? —Y mi voz se parte. No, Paula… aguanta.
Él traga y da un paso adelante. Doy un paso atrás y pongo mis manos en alto.
—Ni lo pienses, Alfonso—susurro amenazadoramente.
—Eres mi esposa —dice suavemente, en tono amenazador.
—Soy la mujer embarazada que abandonaste ayer, y si me tocas gritaré hasta tirar la casa abajo.
Sus cejas se levantan en incredulidad.
—¿Gritarías?
—Altísimo. —Entrecierro los ojos.
—Nadie te oiría —susurra, su mirada intensa, y brevemente recuerdo nuestra mañana en Aspen. No. No. No.
—¿Estás intentando asustarme? —murmuro sin aliento, deliberadamente tratando de descarrilarlo.
Funciona. Se queda quieto y traga.
—No era mi intención. —Frunce el ceño.
Apenas puedo respirar. Si me toca, sucumbiré. Sé el poder que ejerce sobre mí y sobre mi traidor cuerpo. Lo conozco.
Me agarro a mi enfado.
—Tomé algo con alguien con quien solía ser cercano. Despejamos la atmósfera. No la voy a volver a ver otra vez.
—¿La buscaste?
—No al principio. Intentaba ver a Flynn. Pero me la encontré en el salón.
—¿Y pretendes que me crea que no la vas a volver a ver? —No puedo contener mi furia mientras le siseo—. ¿Qué hay de la siguiente vez que cruce alguna línea imaginaria? Esta es la misma discusión que tenemos una y otra vez. Como si estuviésemos en algún tipo de rueda de Ixion. Si la cago otra vez, ¿vas a volver corriendo a ella?
—No la voy a volver a ver —dice con una finalidad helada—. Ella finalmente entiende cómo me siento.
Parpadeo hacia él.
—¿Qué significa eso?
Se estira y pasa una mano por su pelo, exasperado y enfadado y mudo.
Intento una táctica diferente.
—¿Por qué puedes hablar con ella y no conmigo?
—Estaba enfadado contigo. Como lo estoy ahora.
—¡No lo dices! —replico—. Bueno yo estoy enfadada contigo ahora mismo.
Enfadada contigo por ser tan frío e insensible ayer cuando te necesitaba.
Enfadada contigo por decir que me quedé embarazada deliberadamente, cuando no lo hice. Enfadada contigo por traicionarme. —Consigo reprimir un sollozo. Su boca se abre de impacto, y cierra los ojos brevemente como si lo hubiera abofeteado. Trago. Tranquilízate, Paula.
—Debería haber seguido mejor las citas de mis inyecciones. Pero no lo hice a propósito. Este embarazo es un shock para mí también —murmuro, intentando adoptar un mínimo de cortesía—. Podría ser que la dosis fallara.
Me mira hostilmente, en silencio.
—Ayer realmente la cagaste —susurro, dejando salir mi enfado—. He tenido un montón con lo que lidiar las últimas semanas.
—Tú realmente la cagaste hace tres o cuatro semanas. O cuando sea que olvidases tu dosis.
—Bueno, ¡Dios prohibió que fuera perfecta como tú!
Oh para, para, para. Estamos de pie lanzándonos miradas fulminantes el uno al otro.
—Esto se parece bastante una actuación, Sra. Alfonso —murmura.
—Bueno, me alegro de que incluso embarazada sea entretenida.
Me mira fijamente, inexpresivo.
—Necesito una ducha —susurra.
—He suministrado suficiente espectáculo en vivo.
—Es un poderoso espectáculo en vivo —murmura.
Da un paso adelante, y doy un paso atrás otra vez.
—No.
—Odio que no me dejes tocarte.
—¿Irónico, eh?
Sus ojos se entrecierran una vez más.
—No hemos resuelto mucho, ¿verdad?
—Diría que no. Excepto que me voy a mudar de esta habitación.
Sus ojos llamean y se ensanchan brevemente.
—Ella no significa nada para mí.
—Excepto cuando la necesitas.
—No la necesito a ella. Te necesito a ti.
—No ayer. Esa mujer es un límite duro para mí, Pedro.
—Está fuera de mi vida.
—Desearía poder creerte.
—Joder, Paula.
—Por favor, déjame vestirme.
Suspira y pasa una mano por su pelo una vez más.
—Te veré por la tarde —dice, su voz sombría y desprovista de sentimiento.
Y por un breve momento quiero cogerlo en mis brazos y calmarlo… pero resisto porque estoy demasiado enfadada.
Se da la vuelta y se dirige al baño. Me quedo congelada hasta que oigo la puerta cerrarse.
Voy tambaleándome hasta la cama y me tiro en ella. Mi diosa interior y mi subconsciente están levantadas dándome una ovación. No recurrí a las lágrimas, a gritar, o asesinar, ni sucumbí a su sexpertismo. Me merezco
una Medalla de Honor del Congreso, pero me siento tan mal. Mierda. No hemos resuelto nada. Estamos al borde del precipicio. ¿Está nuestro matrimonio en punto muerto aquí? ¿Por qué no puede ver qué completo y total idiota ha sido al correr hacia esa mujer? ¿Y qué quiere decir cuando dice que nunca la va a volver a ver? ¿Cómo se supone que debo creer eso?
Miro a la alarma de la radio, ocho treinta. ¡Mierda! No quiero llegar tarde.
Tomo una respiración profunda.
—La Ronda Dos ha sido empate, Pequeño Blip —susurro, acariciando mi vientre—. Papi puede ser una causa perdida, pero espero que no. ¿Por qué, oh por qué, viniste tan pronto, Pequeño Blip? Las cosas se estaban poniendo buenas. —Mi labio tiembla, pero tomo una profunda y limpiadora respiración y pongo mis emociones rodantes bajo control.
—Vamos. Pateemos traseros en el trabajo.
No le digo adiós a Pedro. Está todavía en la ducha cuando Salazar y yo nos vamos. Mientras miro fuera de los cristales tintados del SUV, mi compostura se desliza y mis ojos se mojan. Mi humor se refleja en el gris, deprimente cielo, y siento una extraña sensación de aprensión. La verdad es que no hemos discutido del bebé. He tenido menos de veinticuatro horas para asimilar la noticia de Pequeño Blip.
Pedro ha tenido incluso menos tiempo.
—Ni siquiera sabe tu nombre. —Acaricio mi vientre y seco las lágrimas de mi cara.
—Sra. Alfonso —Salazar interrumpe mi ensueño—. Estamos aquí.
—Oh. Gracias, Salazar.
—Voy a ir al Deli, señora. ¿Quiere que le traiga algo?
—No. Gracias, no. No tengo hambre.
CAPITULO 177
Miro el mensaje y luego miro la forma dormida de mi esposo.
Ha estado fuera hasta la una y media de mañana bebiendo… ¡Con ella! Él ronca suavemente, durmiendo el sueño de un aparentemente inocente e inconsciente borracho. Luce tan sereno.
Oh no, no, no. Mis piernas se vuelven gelatina, y me hundo lentamente en la silla junto a la cama sin poder creerlo.
Traición cruda, amarga y humillante me atraviesa. ¿Cómo pudo? ¿Cómo pudo ir a ella? Lágrimas ardientes y furiosas rezuman por mis mejillas. Su ira y miedo, su necesidad de arremeter contra mí, puedo entenderlos, y perdonarlos; apenas. Pero esta… esta traición es demasiado. Levanto las rodillas contra mi pecho y las envuelvo con mis brazos, protegiéndonos a mi Pequeño Blip y a mí. Me sacudo hacia atrás y hacia adelante, llorando suavemente.
¿Qué esperaba? Me casé con este hombre demasiado rápido. Lo sabía; sabía que llegaría a esto. Por qué. Por qué. ¿Por qué? ¿Cómo pudo hacerme esto? Él sabe como me siento acerca de esta mujer. ¿Cómo pudo recurrir a ella? ¿Cómo? El cuchillo se mueve lenta y dolorosamente en lo profundo de mi corazón, hiriéndome. ¿Siempre será así?
A través de mis lágrimas, su figura postrada se borronea y reluce. Oh, Pedro. Me casé con él porque lo amo, y dentro de mí sé que él me ama.
Sé que es así. Su dolorosamente dulce regalo de cumpleaños viene a mi mente.
Por todas nuestras primeras veces en tu primer cumpleaños como mi amada esposa. Te amo.
P x
No, no, no… no puedo creer que siempre será así, dos pasos adelante y tres pasos atrás. Pero así es como siempre ha sido con él. Después de cada revés, avanzamos, centímetro a centímetro. Él va a entrar en razón… lo hará.
¿Pero yo lo haré? ¿Me recuperaré de esta… esta traición?
Pienso en como ha sido esta última, horrible y maravillosa semana. Su tranquila fuerza mientras mi padrastro yacía roto y comatoso en la UCI… mi fiesta sorpresa, reuniendo a mi familia y a mis amigos… inclinándome fuera del Heathman y besándome en a plena vista pública. Oh, Pedro, tensionas toda mi confianza, toda mi fe… y te amo.
Pero no soy sólo yo ahora. Apoyo la mano en mi vientre. No, no le permitiré que nos haga esto a nuestro Blip y a mí. El Dr. Flynn dijo que le diera el beneficio de la duda; bueno, no esta vez. Seco las lágrimas de mis ojos y me limpio la nariz con el reverso de la mano.
Pedro se agita y se da vuelta, levantando las piernas del costado de la cama, y se acurruca debajo del edredón.
Extiende una mano como si buscara algo, luego se queja y frunce el ceño pero vuelve a dormir, su brazo estirado.
Oh, Cincuenta. ¿Qué voy a hacer contigo? ¿Y qué demonios estabas hacienda con la Perra Zorra? Necesito saber.
Miro una vez más el ofensivo mensaje de texto y rápidamente ideo un plan.
Respirando profundamente, re-envío el mensaje de texto a mi BlackBerry.
Paso uno completo. Rápidamente reviso los otros mensajes recientes, pero sólo puedo ver mensajes de Gustavo, Andrea, Taylor, Rosario y de mí. Ninguno de Eleonora. Eso es bueno, creo. Salgo de la pantalla de mensajes, aliviada
porque él no ha estado mandándole mensajes, y mi corazón salta a mi garganta. Oh mi Dios. El fondo de pantalla de su teléfono es una fotografía tras otra de mí, una colección de pequeñas Paulas en varias poses; nuestra luna de miel, nuestro reciente fin de semana navegando y volando, y unas pocas de las fotos de José, también. ¿Cuándo hizo esto?
Debe haber sido recientemente.
Noto el ícono del correo electrónico, y una idea serpentea atractivamente en mi mente… Podría leer los correos electrónicos de Pedro. Ver si ha estado hablando con ella. ¿Debería? Envuelta en seda verde jade, mi diosa interior asiente enfáticamente, frunciendo el ceño. Antes de que pueda detenerme, invado su privacidad.
Hay cientos y cientos de correos electrónicos. Paso algunos, y lucen muy aburridos… mayormente de Rosario, Andrea y de mí, y varios ejecutivos de su compañía. Ninguno de la Perra Zorra. Mientras estoy en eso, me alivia ver que tampoco hay ninguno de Lorena.
Un correo electrónico me llama la atención. Es de Barney Sullivan, el técnico de computación de Pedro, y la línea de asunto es: Jeronimo Hernandez.
Miro a Pedro con culpa, pero él todavía está roncando suavemente.
Nunca lo he oído roncar. Abro el correo
De: Barney Sullivan
Asunto: Jeronimo Hernandez
Fecha: 13 de septiembre de 2014, 14:09
Para: Pedro Alfonso
CCTV35 alrededor de Seattle rastrea la camioneta blanca desde la calle South Irving. Antes de eso no puedo encontrar rastro, así que Hernandez debe tener su base en esa zona.
Como Welch le ha contado el coche desconocido fue alquilado con una licencia falsa por una mujer desconocida, aunque nada de eso se relaciona con la zona de la calle South Irving.
Detalles de empleados conocidos de GEH y AIPS que viven en el área están en el archivo incluido, el cual también he re-enviado a Welch.
No hay nada en el ordenador de AIPS de Hernandez acerca de sus anteriores AP.
Como un recordatorio, aquí hay una lista de lo que ha sido extraído de el ordenador de AIPS de Hernandez.
Direcciones de casas de los Alfonso:
Cinco propiedades en Seattle
Dos propiedades en Detroit
Currículums detallados de:
Manuel Alfonso
Gustavo Alfonso
Pedro Alfonso
Dra. Gabriela Trevelyan
Paula Chaves
Malena Alfonso
Artículos de periódicos y sitios web acerca de:
Dra. Gabriela Trevelyan
Manuel Alfonso
Pedro Alfonso
Gustavo Alfonso
Fotografías:
Manuel Alfonso
Dra. Gabriela Trevelyan
Pedro Alfonso
Gustavo Alfonso
Malena Alfonso
Continuaré con mi investigación, veré que más puedo hallar.
B Sullivan
Director de Tecnología, GEH
Este extraño correo electrónico momentáneamente me aparta de mi noche de aflicción. Hago clic en el archivo adjunto para revisar los nombres en la lista, pero es obviamente enorme, demasiado grande para abrir en el BlackBerry.
¿Qué estoy haciendo? Es tarde. He tenido un día fatigoso. No hay correos de la Perra Zorra o Lorena Williams, y encuentro un poco de frío alivio en eso. Miro rápidamente al despertador: apenas pasadas las dos de la mañana. Ha sido un día de revelaciones. Voy a ser madre, y mi esposo ha estado fraternizando con el enemigo. Bueno, que se cueza en su propia salsa. No voy a dormir aquí con él. Puede despertarse solo mañana.
Después de ubicar su BlackBerry en la mesa de noche, tomo mi bolso de su lugar junto a la cama y, después de una última mirada a mi angélico y durmiente Judas, abandono la habitación.
La llave de repuesto del cuarto de juegos está en su lugar usual en el botiquín del lavadero. La tomo y subo las escaleras. Del armario de ropa de cama, saco una almohada, cobertor y sabana, luego abro la puerta del cuarto de juegos y entro, encendiendo las luces en un pálido brillo. Raro como encuentro el aroma y la atmósfera de este cuarto tan reconfortantes, considerando que usé la palabra segura la última vez que estuvimos aquí
Cierro la puerta con llave detrás de mí, dejando la llave en la puerta. Sé que mañana por la mañana Pedro estará frenético por encontrarme, y no creo que busque aquí si la puerta está cerrada. Bueno, eso le servirá.
Me enrosco en el sillón Chesterfield, me envuelvo con el cobertor y saco el BlackBerry de mi bolso. Revisando mis mensajes de texto, encuentro el de la Perra Zorra que re-envié del teléfono de Pedro. Presiono REENVIAR y tipeo:
*¿TE GUSTARÍA QUE LA SRA. MITRE SE NOS UNA
CUANDO EVENTUALMENTE DISCUTAMOS ESTE MENSAJE QUE ELLA TE ENVIÓ? EVITARÁ QUE CORRAS A ELLA DESPUÉS. TU ESPOSA*
Presiono ENVIAR y bajo el volumen a silencio. Me acurruco bajo mi cobertor. A pesar de todas mis bravatas, estoy sobrepasada por la enormidad del engaño de Pedro. Éste debería ser un momento feliz.
Dios, vamos a ser padres. Brevemente, revivo contarle a Pedro que estoy embarazada y fantaseo que él cae de rodillas con dicha frente a mí, tomándome en sus brazos y diciéndome cuánto ama a nuestro Pequeño Blip y a mí.
Sin embargo aquí estoy, sola y fría en un cuarto de juegos BDSM de fantasía. De repente me siento vieja, más vieja que mi edad. Aceptar a Pedro siempre iba a ser un desafío, pero realmente se ha superado a sí mismo esta vez. ¿Qué estaba pensando? Bueno, si quiere una pelea, le daré una pelea. De ninguna manera voy a dejar que se salga con la suya al huir a ver a esa mujer monstruosa cuando sea que tengamos un problema. Va a tener que elegir; ella o yo y nuestro Pequeño Blip. Sollozo suavemente, pero porque estoy tan exhausta, pronto me duermo.
35 CCTV: Circuito Cerrado de Televisión.
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