Estoy inquieta. Pedro ha estado escondido en el estudio a bordo durante más de una hora. He tratado de leer, mirar TV, tomar sol, completamente vestida, pero no puedo relajarme y no puedo liberarme de este nervioso sentimiento. Después de cambiarme a unos shorts y una remera, me saco el brazalete ridículamente caro y voy a buscar a Taylor.
—Sra. Alfonso —dice, mirándome por encima de su novela de Anthony Burgess. Está sentado en el pequeño salón fuera del estudio de Pedro.
—Me gustaría ir de compras.
—Sí, señora. —Se levanta.
—Me gustaría llevar el Jet Ski.
Su boca se abre.
—Erm —Frunce su frente, buscando palabras.
—No quiero molestar a Pedro con esto.
Reprime un suspiro.
—Sra. Alfonso... um... no creo que el Sr. Alfonso esté muy cómodo con eso y me gustaría conservar mi trabajo.
Oh, ¡por el amor de Dios! Quiero rodar mis ojos, pero en cambio los estrecho, suspirando profundo y expresando, creo, la cantidad perfecta de indignación frustrada de no ser la dueña de mi propio destino. De todas formas, no quiero que Pedro se enfade con Taylor... o conmigo, en realidad.
Con seguridad paso por delante de él, golpeo la puerta del estudio y entro. Pedro está en su BlackBerry, apoyándose contra el escritorio de caoba.
Mirando hacia arriba.
—Andrea, espera por favor —murmura hacia el teléfono, su expresión es seria. Me mira educadamente expectante.
Mierda. ¿Por qué siento que acabo de entrar a la oficina del director? Este hombre me tenía esposada ayer. Me niego a ser intimidada por él, es mi esposo, demonios. Me enderezo y le doy una amplia sonrisa.
—Voy de compras. Llevaré seguridad conmigo.
—Seguro, lleva a uno de los gemelos y también a Taylor —dice y sé que lo que sea que está pasando es serio porque no me hace preguntas. Me quedo parada mirándolo, preguntándome si puedo ayudar.
—¿Algo más? —pregunta. Quiere que me vaya. Mierda.
—¿Puedo traerte algo? —pregunto. Él sonríe, su sonrisa tímida y dulce.
—No, nena. Estoy bien —dice—. El personal cuidará de mí.
—Vale. —Quiero besarlo. Demonios, puedo... es mi esposo. Caminando intencionadamente, deposito un beso en sus labios, sorprendiéndolo.
—Andrea, te llamaré de nuevo —murmura. Deja su BlackBerry en el escritorio detrás de él, me hala a sus brazos y me besa con pasión. Cuando me libera estoy sin aire. Sus ojos están oscuros y necesitados.
—Me estás distrayendo. Necesito arreglar esto para poder regresar a mi luna de miel. —Desliza su dedo índice por mi cara y acaricia mi barbilla,haciéndome mirar hacia arriba.
—Está bien. Lo siento.
—Por favor, no se disculpe, Sra. Alfonso. Amo sus distracciones. —Besa la comisura de mi boca—. Ve a gastar dinero. —Me libera.
—Lo haré. —Le sonrío mientras salgo del estudio. Mi subconsciente sacude la cabeza y muerde sus labios. No le dijiste que ibas a ir en el Jet Ski, me castiga en una voz melodiosa. La ignoro... Arpía.
Taylor está esperando pacientemente.
—Todo está aclarado con el alto mando... ¿podemos irnos? —Sonrío, tratando de mantener el sarcasmo fuera de mi voz. Taylor no esconde su sonrisa de admiración.
—Después de usted, Sra. Alfonso.
* * *
Estamos en el motor de la lancha, bamboleándonos y zigzagueando en las aguas tranquilas del puerto al lado del Fair Lady. Gaston se queda mirando, su expresión escondida por su sombra y uno de los del equipo del Fair Lady está al control del motor de la lancha. Mierda, tres personas conmigo sólo porque quiero ir de compras. Es ridículo.
Poniéndome rápidamente mi chaleco salvavidas, le doy a Taylor una sonrisa radiante. Extiende su mano para ayudarme mientras subo al Jet Ski.
—Sujete la correa de la llave de encendido alrededor de su muñeca, Sra. Alfonso. Si se cae, el motor se detendrá automáticamente —explica.
—Está bien.
—¿Lista?
Asiento entusiasmada.
—Presione el encendido cuando se haya alejado unos dos metros del barco. Nosotros la seguiremos.
—Está bien.
Empuja el Jet Sky lejos de la lancha y flota gentilmente hacia el puerto principal. Cuando me da la señal de ok, presiono el botón de encendido y el motor ruge vivo.
—Bien, Sra. Alfonso, ¡cuidado! —grita Taylor. Aprieto el acelerador. El Jet Sky se sacude hacia adelante, luego se detiene. ¡Mierda! ¿Cómo es que Pedro lo hace lucir tan fácil? Pruebo de nuevo y otra vez, me detengo.
¡Doble mierda!
—Sólo mantenga estable el gas, Sra. Alfonso—dice Taylor.
—Sí, sí, sí —refunfuño en voz baja. Trato una vez más, apretando la palanca con cuidado y el Jet Ski se sacude hacia adelante, pero está vez sigue andando. ¡Sí! Y va un poco más. ¡Ha, ha! ¡Sigue andando! Quiero gritar y chillar del entusiasmo, pero me resisto. Me alejo con cuidado del yate hacia el puerto principal. Detrás de mí, escucho el rugido de la lancha. Cuando aprieto más el gas, el Jet Ski salta más hacia adelante, deslizándose en el agua. Con la brisa cálida en mi cabello y el rocío del mar en todas partes, me siento libre. ¡Esto es lo máximo! No me pregunto por qué Pedro nunca me deja conducir.
En vez de dirigirme a la orilla y acortar la diversión, giro para hacer un circuito en torno al Fair Lady. Wow... esto es muy divertido. Ignoro a Taylor y al equipo detrás de mí y acelero alrededor del yate por segunda vez. Cuando completo el circuito, veo a Pedro en la cubierta. Creo que me mira boquiabierto, pero es difícil decirlo. Valientemente, levanto una mano de los manillares y lo saludo con entusiasmo.
Luce como si estuviera hecho de piedra, pero finalmente levanta una mano simulando un saludo tieso. No puedo descifrar su expresión y algo me dice que no quiero, así
que me dirijo a al puerto, acelerando sobre el agua azul del Mediterráneo que brilla ante el último sol de la tarde.
En el muelle, espero y dejo que Taylor se acerque delante de mí. Su expresión es triste y mi corazón se hunde, Gaston luce ligeramente divertido. Me pregunto brevemente si ha pasado algo para enfriar las relaciones Francesas-Americanas, pero en el fondo sospecho que el problema probablemente soy yo. Gaston salta del barco y ata las amarras mientras que Taylor me ayuda parar. Con cuidado pongo el Jet Ski en posición delante del barco y alineado delante de él. Su expresión se suaviza un poco.
—Sólo apague el encendido, Sra. Alfonso —dice con calma, estirándose hacia los manillares y ofreciéndome una mano para ayudarme a subir al bote.
Subo ágilmente, impresionada de no caerme.
—Sra. Alfonso —Taylor parpadea nerviosamente, sus mejillas rosadas otra vez—. El Sr. Alfonso no está completamente cómodo con usted conduciendo el Jet Ski. —Prácticamente se retuerce con vergüenza y me doy cuenta de que ha recibido una llamada furiosa de Pedro.
Oh, mi pobre y patológicamente sobreprotector esposo, ¿qué voy a hacer contigo?
Le sonrío con serenidad.
—Ya veo. Bueno, Taylor, el Sr. Alfonso no está aquí y si no está completamente cómodo, estoy segura de que tendrá la cortesía de decírmelo cuando esté de nuevo a bordo.
Taylor se estremece.
—Muy bien, Sra. Alfonso—dice lentamente, dándome mi monedero.
Cuando subo al barco, atrapo su sonrisa reacia y eso me hace también querer sonreír. No puedo creer cuán encariñada estoy con Taylor, pero realmente no me gusta ser regañada por él, no es mi padre ni mi marido.
Mierda, Pedro está enfadado... y ya tiene suficiente por lo que preocuparse por el momento. ¿En qué estaba pensando? Cuando me quedo de pie en el muelle esperando a que Taylor suba, siento mi BlackBerry vibrar en mi monedero y lo saco. “Your love is King” de Sade, es mi ringtone para Pedro... sólo para Pedro.
—Hola —murmuro.
—Hola —dice.
—Volveré en el barco. No te enfades.
Escucho su pequeño jadeo de sorpresa. —Um...
—Aunque fue divertido —susurro.
—Bien, lejos estará de mí interrumpir su diversión, Sra. Alfonso. Sólo sea cuidadosa. Por favor.
¡Oh, Dios! ¡Permiso para divertirme!
—Lo haré. ¿Algo que quiera de la ciudad?
—Sólo a ti, regresa de una pieza.
—Haré lo posible por obedecer, Sr. Alfonso.
—Me alegra escucharlo, Sra. Alfonso.
—Estamos para complacer —respondo con una risita tonta.
Escucho la sonrisa en su voz.
—Tengo otra llamada... Nos vemos, nena.
—Nos vemos, Pedro.
Él cuelga. La crisis del Jet Sky terminó, creo. El coche está esperando y Taylor sostiene la puerta abierta para mí. Le guiño un ojo cuando subo y él sacude su cabeza entretenido.
En el coche, entro al correo electrónico en mi Black Berry.
De: Paula Chaves.
Asunto: Gracias.
Fecha: 17 de agosto de 2014, 16:55
Para: Pedro Alfonso.
Por no ser tan gruñón.
Tu amorosa esposa,
XXX
De: Pedro Alfonso.
Asunto: Tratando de mantenerme calmado.
Fecha: 17 de agosto de 2014, 16:59
Para: Paula Chaves.
De nada.
Regresa en una pieza.
No es una petición.
X
Pedro Alfonso.
Gerente general y marido sobreprotector, Alfonso Enterpirses Holdings Inc.
Su respuesta me hace sonreír. Mi loco del control.
¿Por qué quise venir de compras? Odio las compras. Pero en el fondo sé por qué y camino determinada pasando Chanel, Gucci, Dior y las otras boutiques de diseñadores hasta que finalmente encuentro el antídoto a lo que me aflige en una pequeña y sobre-abastecida tienda de turistas.
Es una pequeña tobillera de plata con pequeños corazones y pequeñas campanas. Tintinea dulcemente y cuesta cinco euros. Tan pronto la compro, me la pongo. Esta soy yo... esto es lo que me gusta. Inmediatamente me siento más cómoda. No quiero perder contacto con la chica a la que le gusta esto, nunca. En el fondo sé que no sólo estoy abrumada por Pedro, sino también por su riqueza. ¿Alguna vez me acostumbraré a ella?
Taylor y Gaston me siguen diligentemente a través de la muchedumbre de la tarde y pronto olvido que ellos están ahí. Quiero comprar algo para Pedro, algo para alejar de su mente lo que pasó en Seattle. ¿Pero qué compro para un hombre que lo tiene todo? Me detengo en una pequeña plaza moderna rodeada de tiendas y miro a cada una por turnos. Mientras espió una tienda de electrodomésticos, regresan a mi cabeza nuestra visita a la galería de arte hoy temprano y nuestra visita al Louvre. Estábamos mirando la Venus de Milo en ese momento... Las palabras de Pedro resuenan en mi cabeza: “Todos podemos apreciar la forma femenina.Amamos mirarla en mármol, aceite, satén o en películas.”
Eso me da una idea, una idea atrevida. Sólo necesito ayuda para escoger la correcta y hay sólo una persona que puede ayudarme. Saco mi BlackBerry de mi monedero y llamo a José.
—¿Quién...? —murmura dormido.
—José, soy Paula.
—¡Paula, hola! ¿Dónde estás? ¿Estás bien? —Suena más alerta ahora, preocupado.
—Estoy en Cannes en el sur de Francia y estoy bien.
—Sur de Francia, ¿huh? ¿En un hotel de fantasía?
—Um... no. Nos estamos quedando en un barco.
—¿Un barco?
—Un gran barco —aclaro, suspirando.
—Ya veo. —Su tono se enfría. Mierda, no debería haberlo llamado. No necesito esto ahora mismo.
—José, necesito tu consejo.
—¿Mi consejo? —Suena asombrado—. Claro —dice, y esta vez es mucho más amigable. Le digo mi plan.
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