viernes, 20 de febrero de 2015

CAPITULO 158





Arrastro los dedos por el vello en el pecho de Pedro. Él está acostado de espaldas, quieto y en silencio a mi lado a medida que ambos recuperamos el aliento. Su mano danza rítmicamente por mi espalda.


—Estás callado —susurro y beso su hombro. Él se vuelve y me mira con una expresión sin revelar nada—. Eso fue divertido.


Mierda, ¿es algo malo?


—Me confundes, Sra. Alfonso.


—¿Te confundo?


Cambia de posición de modo que estamos cara a cara.


—Sí. Tú. Teniendo la última palabra. Es... diferente.


—¿Un diferente bueno o un diferente malo? —Deslizo un dedo sobre sus labios. Su entrecejo se frunce, como si no terminara de entender la pregunta. Distraídamente, besa mi dedo.


—Diferente bueno —dice, pero no muy convencido.


—¿Nunca habías complacido esta pequeña fantasía antes? —Me sonrojo cuando lo digo. ¿Realmente quiero saber algo más acerca de la colorida… um, vida sexual caleidoscópica de mi marido antes de mí? Mi subconsciente me observa con recelo por encima de sus lentes de carey de media luna. ¿Estás segura que quieres ir allí?


—No, Paula. Tú me puedes tocar. —Es una simple explicación que lo dice todo. Por supuesto, que el quince no podía.


—La Sra. Robinson pudo tocarte —murmuro las palabras antes de que mi cerebro registre lo que he dicho. Mierda. 


¿Por qué la mencioné?


No se mueve. Sus ojos se abren con su típica expresión de oh-y-aquí-va-con-esto.


—Eso fue diferente —susurra.


De repente, quiero saber.


—¿Diferente bueno o diferente malo?


Él me mira fijamente. Revolotean la duda y posiblemente el dolor en su rostro, y fugazmente se parece a un hombre ahogándose.


—Malo, creo. —Sus palabras son apenas audibles.


¡Mierda!


—Pensé que te había gustado.


—Me gustó. En ese momento.


—¿Ahora no?


Él me mira, con los ojos muy abiertos, luego, lentamente, niega con la cabeza.


Oh Dios...


—Oh, Pedro. —Me siento abrumada por los sentimientos que me inundan. Mi niño perdido. Me lanzo hacia él y beso su rostro, su garganta, su pecho, sus pequeñas cicatrices redondas. Él gime, me empuja contra él, y me besa apasionadamente. Y muy despacio, con ternura y a su ritmo,me hace el amor una vez más.




*****




—Paula Tyson. ¡Te superaste a ti misma!


Lucas aplaude cuando me dirijo a la cocina por el desayuno. 


Está sentado con Malena y Lourdes en la barra del desayuno, mientras que la Sra. Bentley cocina unos panqueques.


Pedro no está por ningún lado.


—Buenos días, Sra. Alfonso —La Sra. Bentley sonríe—. ¿Qué te gustaría para el desayuno?


—Buenos días. Lo que sea que estés haciendo, gracias. ¿Dónde está Pedro?


—Afuera. —Lourdes señala con la cabeza hacia el patio trasero. 


Me acerco a la ventana que da hacia el patio y las montañas más allá.


Se trata de un claro día de verano azul pálido y mi hermoso marido está alrededor de veinte metros de distancia en una discusión profunda con algún sujeto.


—Ese con quien está hablando, es el Sr. Bentley —grita Malena desde la barra del desayuno. Me vuelvo a mirarla, distraída por su tono malhumorado.


Ella mira maliciosamente a Lucas. Oh, querido. Me pregunto una vez más lo que está pasando entre ellos. Frunciendo el ceño, dirijo mi atención de vuelta a mi esposo y el Sr. Bentley.


El esposo de la Sra. Bentley es rubio, de ojos oscuros, delgado y fuerte, vestido con pantalones de trabajo y una camisa del Departamento de Bomberos de Aspen. Pedro está vestido con sus vaqueros negros y una camiseta. Mientras los dos hombres deambulan por el césped hacia la casa perdidos en su conversación, Pedro casualmente se inclina para recoger lo que parece ser una caña de bambú que debe de haber sido derribada o descartada en el cantero. Deteniéndose, Pedro distraídamente sostiene la caña en alto con el brazo extendido como si lo considerara con cuidado y la desliza por el aire, sólo una vez.


Oh...


El Sr. Bentley parece no ver nada extraño en su comportamiento. Ellos continúan su discusión, más cerca de la casa esta vez, después se detienen una vez más y Pedro repite el gesto. La punta de la caña cae al suelo. Levantando la mirada,Pedro me ve junto a la ventana. De repente me siento como si lo estuviera espiando. Se detiene. 


Le doy un saludo avergonzado y luego giro y camino de regreso a la barra del desayuno.


—¿Qué estabas haciendo? —pregunta Lourdes.


—Sólo viendo a Pedro.


—Te ha dado fuerte. —Ella resopla.


—¿Y a ti no, oh-futura-cuñada? —respondo, con una sonrisa y tratando de enterrar las inquietantes imágenes de Pedro empuñando una caña. Me sorprendo cuando Lourdes salta y me abraza.



—¡Hermana! —exclama, y es difícil no ser arrastrado por su alegría.




CAPITULO 157





Estoy muy caliente. Calor de Pedro. Su cabeza está en mi
hombro y respira suavemente en mi cuello mientras duerme, sus piernas entrelazadas con las mías, su brazo alrededor de mi cintura. Me quedo en el borde de la conciencia, consciente de que si me despierto totalmente también voy a despertarlo, y él no duerme lo suficiente.


Perezosamente mi mente vaga por los acontecimientos de ayer por la tarde.


Bebí demasiado; cielos, sí que bebí demasiado. Estoy sorprendida que Pedro me lo permitiera. Sonrío al recordarlo ponerme en la cama. Eso fue dulce, real e inesperadamente dulce. Realizo un rápido inventario mental de cómo me siento.


¿Estómago? Bien. ¿Cabeza? Sorprendentemente bien, pero confusa. Mi mano sigue estando roja de la noche anterior.


Caray. Sin hacer nada pienso en las palmas de las manos de Pedro cuando me azotó. Me retuerzo y él se despierta.


—¿Qué pasa? —Sus grises ojos somnolientos buscan los míos.


—Nada. Buenos días. —Deslizo los dedos de mi mano sana a través de su cabello.


—Sra. Alfonso, te ves preciosa esta mañana —dice, besándome en la mejilla,y yo me ilumino por dentro.


—Gracias por cuidar de mí la noche anterior.


—Me gusta cuidar de ti. Es lo que quiero hacer —dice en voz baja, pero sus ojos lo delatan cuando el triunfo flamea en su gris intenso. Es como si hubiera ganado la Serie Mundial o el Super Bowl.


Oh, mi Cincuenta.


—Me haces sentir muy querida.


—Eso es porque lo eres —murmura y mi corazón se aprieta.


Agarra mi mano y me estremezco. Me libera de inmediato, alarmado.


—¿Por el golpe? —pregunta.


Sus ojos se tornan helados cuando escudriña los míos y su voz se llena de ira repentina.


—Le di una bofetada. No lo golpeé.


—¡Ese hijo de puta!


Pensé que habíamos lidiado con esto anoche.


—No puedo soportar que te tocara.


—Él no me hizo daño, sólo fue inapropiado. Pedro, estoy bien. Mi mano está un poco roja, eso es todo. Seguro sabes lo que es eso. —Sonrío y su expresión cambia a una de sorpresa divertida.


—Porqué, Sra. Alfonso, estoy muy familiarizado con eso. —Sus labios se tuercen con diversión—. Puedo reencontrarme con ese sentimiento en este momento, si así lo deseas.


—Oh, guarda tu palma inquieta, Sr. Alfonso. —Acaricio su rostro con mi mano herida, mis dedos acariciando su patilla. 


Suavemente tiro de los pequeños pelos. Esto lo distrae, toma mi mano y planta un tierno beso en la palma de mi mano. Milagrosamente, el dolor desaparece.


—¿Por qué no me dijiste que te dolía ayer por la noche?


—Um... Realmente no lo sentí ayer por la noche. Está bien ahora.


Sus ojos se ablandan y tuerce su boca.


—¿Cómo te sientes?


—Mejor de lo que me merezco.


—Ese es absolutamente un buen brazo el que tiene allí, Sra. Alfonso.


—Harías bien en recordar eso, Sr. Alfonso


—¿En serio? —Rueda tan repentinamente de modo que está totalmente encima de mí, presionándome contra el colchón, sosteniendo mis muñecas por encima de mi cabeza. Baja su mirada hacia mí—. Me gustaría luchar cualquier día contigo, Sra. Alfonso. De hecho, someterte en mi cama es mi fantasía. —Besa mi garganta.


¿Qué?


—Creí que me sometías todo el tiempo. —Jadeo mientras mordisquea el lóbulo de mi oreja.


—Umm... pero me gustaría un poco de resistencia —murmura, con la nariz bordeando mi mandíbula.


¿Resistencia? No me muevo. Él se detiene, liberando mis manos y apoyándose en sus codos.


—¿Quieres que luche contigo? ¿Aquí? —susurro, tratando de contener mi sorpresa. Bueno... mi conmoción.


Él asiente, sus ojos entornados pero cuidadosos a medida que mide mi reacción.


—¿Ahora?


Se encoge de hombros y veo la idea pasar rápidamente a través de su mente. Él me da su sonrisa tímida y asiente con la cabeza otra vez, lentamente.


Oh Dios... Está tenso, yaciendo encima de mí, y su erección cada vez más grande está excavando tentadoramente en mi carne suave y dispuesta, distrayéndome. ¿Qué es eso? ¿Peleas? ¿Fantasía? ¿Va a hacerme daño? Mi diosa interior sacude la cabeza… nunca. Ella ya tiene su traje de karate puesto y hace ejercicios de calentamiento. Claude estaría contento.


—¿Es esto lo que querías decir acerca de venir a la cama enfadado?


Él asiente una vez más, sus ojos todavía son cuidadosos.


Umm... mi Cincuenta quiere rugir.


—No te muerdas el labio —me advierte.


Dócilmente libero mi labio.


—Creo que me tienes en una situación de desventaja, Sr. Alfonso. —Agito mis pestañas y me retuerzo provocativamente debajo de él.


Esto puede ser divertido.


—¿Desventaja?


—Sin duda, ya me tienes donde me quieres.


Él sonríe y presiona su ingle contra la mía una vez más.


—Buen punto, bien hecho, Sra. Alfonso —susurra y besa mis labios con rapidez. De repente se mueve y me lleva con él, dándose la vuelta de modo que estoy montándolo a horcajadas. Agarro sus manos, sujetándolas a un lado de su cabeza, e ignoro el dolor de protesta de mi mano. 


Mi cabello cae en un velo castaño que nos rodea y muevo la cabeza para que los mechones le hagan cosquillas en el rostro. Aparta de golpe su rostro, pero no trata de detenerme.


—¿Así que quieres jugar rudo? —pregunto, rozando mi entrepierna sobre la suya.


Su boca se abre e inhala fuertemente.


—Sí. —Sisea, y lo suelto.


—Espera. —Me estiro para alcanzar el vaso de agua junto a la cama.


Pedro debe haberlo dejado aquí. Está frío y con gas, demasiado frío para haber estado aquí por mucho tiempo, y me pregunto cuándo se fue a la cama.


Mientras tomo un largo trago, Pedro desliza sus dedos en pequeños círculos por mis muslos, dejando la piel hormigueando a su paso antes de acunar y apretar mi trasero desnudo. Hmm.


Tomando una hoja de su impresionante repertorio, me inclino hacia adelante y le doy un beso, derramando agua fría en su boca.


Él bebe.


—Muy deliciosa, Sra. Alfonso —murmura, luciendo una sonrisa infantil y juguetona.


Después de colocar el vaso sobre la mesilla de noche, me quito sus manos de mi trasero y las sujeto encima de su cabeza una vez más.


—¿Así que se supone que no debo estar dispuesta? —sonrío.


—Sí.


—No soy muy buena actriz.


Él sonríe.


—Prueba.


Me agacho y lo beso castamente.


—Bueno, voy a jugar —le susurro, trazando mis dientes a lo largo de su mandíbula, sintiendo su barba espinosa por debajo de mis dientes y mi lengua.


Pedro hace un bajo sonido sexy en su garganta y se mueve,
arrojándome a la cama junto a él. Grito de sorpresa, y entonces se coloca encima de mí, me pongo a luchar a medida que intenta agarrar mis manos. Rudamente, pongo mis manos sobre su pecho, empujando con todas mis fuerzas, tratando de moverlo, mientras se esfuerza por apartar mis piernas con su rodilla.


Yo sigo empujando en su pecho —Por Dios, es pesado— pero él no se inmuta, no se congela como una vez lo hizo. 


¡Está disfrutando de esto! Intenta agarrar mis muñecas y finalmente captura una, a pesar de mis valientes intentos de retorcerlas para liberarme. Es mi mano dolorida, por lo que me rindo a él, pero tomo su cabello con la otra mano y tiro con fuerza.


—¡Ay! —Él tira de su cabeza para librarse y baja su mirada hacia mí, sus ojos desorbitados y carnales.


—Salvaje —susurra, su voz mezclada con deleite lascivo.


En respuesta a esta única palabra susurrada, mi libido explota y dejo de actuar. Una vez más me esfuerzo en vano de sacar mi mano de su control.


Al mismo tiempo, trato de juntar mis tobillos e intento tirarlo de arriba de mí. Es demasiado pesado. ¡Agh! Es frustrante y caliente.


Con un gemido, Pedro captura mi otra mano. Sostiene las dos muñecas en su mano izquierda, y su derecha se desplaza sin prisa —casi con insolencia— por mi cuerpo, acariciando y sintiendo a medida que avanza, pellizcando mi pezón por el camino.


Grito en respuesta, el placer adicionándose rápido, fuerte, y caliente desde mi pezón a mi ingle. Hago otro intento infructuoso de sacudírmelo fuera, pero es demasiado para mí.


Cuando trata de besarme aparto la cabeza de golpe a un lado para que no pueda. Inmediatamente sus manos insolentes se mueven desde el dobladillo de mi camiseta hasta mi barbilla, sosteniéndome en el lugar mientras desliza sus dientes a lo largo de mi mandíbula, imitando lo que hice con él antes.


—Oh, nena, pelea conmigo —murmura.


Me giro y retuerzo, tratando de liberarme de su agarre sin piedad, pero no hay esperanza. Él es mucho más fuerte. 


Está mordiendo suavemente mi labio inferior a medida que su lengua intenta invadir mi boca. Y me doy cuenta de que no quiero resistirme a él. Lo quiero… ahora, como siempre
lo hago. Dejo de luchar y fervientemente devuelvo su beso. 


No me importa que no me haya cepillado los dientes. No me importa que se suponga que debemos estar jugando un juego. El deseo, caliente y duro, surge a través de mi torrente sanguíneo, y estoy perdida. Desengancho mis tobillos, envuelvo mis piernas alrededor de sus caderas y utilizo mis talones para empujar el pijama abajo sobre su trasero.


—Paula —suspira, y me besa por todas partes. Y ya no estamos luchando, sino que somos manos, lengua, tacto y gusto, rápido y urgente.


—Desnúdate —murmura con voz ronca, su respiración dificultosa. Me arrastra y tira de mi camiseta en un movimiento rápido.


—Tú —susurro mientras estoy erguida, porque es lo único que se me ocurre decir. Desato la parte delantera de su pijama y la tiro hacia abajo, liberando su erección. Lo agarro y aprieto. Está duro. El aire sale silbando a través de sus dientes mientras inhala fuertemente, y me deleito con su
respuesta.


—Mierda —murmura. Él se inclina hacia atrás, levantando mis muslos, inclinándome hacia abajo sobre la cama a medida que tiro de él y aprieto con fuerza, pasando la mano arriba y abajo de él. Sintiendo una gota de humedad en su punta, la arremolino con mi dedo pulgar. Mientras él me baja hacia el colchón, deslizo mi pulgar en mi boca para saborearlo mientras sus manos viajan por mi cuerpo, acariciando mis caderas, mi estómago, mis pechos.


—¿Sabe bien? —pregunta a medida que se cierne sobre mí, sus ojos llameantes.


—Sí. Toma. —Empujo mi pulgar en su boca, y él chupa y muerde el respaldo. Gimo, sujeto su cabeza, y tiro de él hacia mí para poder darle un beso. Envolviendo mis piernas a su alrededor, con los pies le saco el piyama de sus piernas, luego lo envuelvo con mis piernas alrededor de su cintura. Sus labios se arrastran desde el otro lado mi mandíbula a mi mentón, pellizcando suavemente.


—Eres tan hermosa. —Hunde su cabeza más abajo en la base de mi garganta—. Esa piel tan hermosa.


Su respiración es suave cuando sus labios se deslizan hacia abajo a mis pechos.


¿Qué? Estoy jadeando, confundida… queriendo, esperando. Pensé que esto iba a ser rápido.


Pedro —Escucho la súplica silenciosa en mi voz y lo busco,enterrando mis manos en su cabello.


—Silencio —susurra y rodea mi pezón con su lengua antes de ponerlo en su boca y tirar duro.


—¡Ah! —Gimo y me retuerzo, inclinando mi pelvis hasta tentarlo. Sonríe contra mi piel y vuelve su atención al otro seno.


—¿Impaciente, Sra. Alfonso? —Entonces chupa duro en mi pezón. Tiro de su cabello. Él gime y se asoma hacia arriba—. Te voy amarrar —advierte.


—Tómame —le ruego.


—Todo a su tiempo —murmura contra mi piel. Su mano se desplaza hacia abajo a una trabaja en mi pezón con su boca. Me quejo ruidosamente, mi respiración es corta y superficial, e intento una vez más seducirlo hacia mí, meciéndome contra él. Él está grueso, duro y tan cerca, pero se está tomando su propio tiempo de dulce recreación conmigo.


Folla esto. Lucho y giro, decidida a alejarlo otra vez.


—Qué demo…


Agarrando mis manos, Pedro las clava en la cama, mis brazos abiertos, y descansa todo su peso en mí, sometiéndome completamente. Estoy sin aliento, salvaje.


—Querías resistencia —le digo, jadeando. Él se alza encima de mí y mira hacia abajo, sus manos todavía cerradas en torno a mis muñecas. Pongo mis talones en contra de su trasero y empujo. Él no se mueve. ¡Agh!


—¿No quieres jugar limpio? —pregunta asombrado, sus ojos encendidos con entusiasmo.


—Sólo quiero que me hagas el amor, Pedro.


¿Podría ser más obtuso? En primer lugar estamos luchando y combatiendo luego es todo tierno y dulce. Es confuso. Estoy en la cama con el Sr. Voluble.


—Por favor. —Presiono mis talones contra su parte trasera una vez más.


Ardientes ojos grises buscan los míos. Oh, ¿en qué está pensando? Él se ve por un momento desconcertado y confundido. Libera mis manos y se sienta sobre sus talones, empujándome hacia su regazo.


—Está bien, Sra. Alfonso, vamos a hacer esto a tu manera. —Él me levanta y lentamente me baja sobre él de modo que lo monto a horcajadas.


—¡Ah! —Esto es todo. Esto es lo que quiero. Esto es lo que necesito.


Envolviendo mis brazos alrededor de su cuello, giro mis dedos entre su cabello, haciendo gala de la sensación de él dentro de mí. Comienzo a moverme. Tomando el control, llevándolo a mi ritmo, a mi velocidad. Él gime, sus labios encuentran los míos y estamos perdidos.




CAPITULO 156





Bailamos juntos y es liberalmente divertido. Su rabia olvidada, o suprimida, me da vueltas alrededor con habilidad consumada en nuestro pequeño espacio en la pista de baile, nunca dejándome ir. Me hace elegante, ésa es su habilidad. Me hace sexy, porque él lo es. Me hace sentir amada, porque a pesar de sus cincuenta sombras, tiene abundante amor para dar. Mirándolo ahora, disfrutando de sí mismo… uno podría ser perdonado por pensar que no tiene una sola preocupación en el mundo.


Pese a que sé que su amor está nublado por asuntos de sobreprotección y control, eso no me hace amarlo ni un poco menos.


Estoy sin aliento cuando la canción cambia en otra.


—¿Podemos sentarnos? —jadeo.


—Claro. —Me conduce fuera de la pista de baile.


—Me has puesto más caliente y sudorosa —susurro mientras regresamos a la mesa.


Me tira en sus brazos.


—Me gustas caliente y sudorosa. Aunque prefiero ponerte caliente y sudorosa en privado —ronronea, y una sonrisa lasciva tira en sus labios.


Mientras me siento, es como si el incidente en la pista de baile nunca hubiera pasado. Estoy vagamente sorprendida de que no hubiésemos sido expulsados. Miro alrededor del bar. Nadie está mirándonos, y no puedo ver al gigante rubio. 


Quizás se fue, o quizás ha sido expulsado. Lourdes y Gustavo están siendo indecentes en la pista de baile, Lucas y Malena no tanto. Tomo otro sorbo de champagne.


—Toma. —Pedro pone otro vaso de agua ante mí y me mira
intensamente. Su expresión es expectante. Bebe. Bebe esto ahora.


Hago lo que me dice. Además, estoy sedienta.


Levanta una botella de Peroni de la cubeta de hielo sobre la mesa y toma un largo trago.


—¿Qué pasa si hubiera habido prensa aquí? —pregunto.


Pedro sabe inmediatamente que me refiero al gigante rubio noqueado sobre su trasero.


—Tengo caros abogados —dice fríamente, todo arrogancia personificada.


Le frunzo el ceño.


—Pero no estás por encima de la ley, Pedro. Tenía la situación bajo control.


Sus ojos helados.


—Nadie toca lo que es mío —dice con fría firmeza, como si no hubiera visto lo obvio.


Oh… Tomo otro sorbo de mi champagne.


De repente me siento abrumada. La música es ruidosa, pulsante, mi cabeza y mis pies están adoloridos, y me siento mareada. Agarra mi mano.


—Ven, vamos. Quiero llevarte a casa —dice—. Lourdes y Gustavo se nos unirán.


—¿Os vais? – pregunta Lourdes y su voz está esperanzada.


—Sí —dice Pedro.


—Bien, iremos con vosotros.


Mientras esperamos en el almacén de abrigos a que Pedro traiga mi gabardina, Lourdes me interroga.


—¿Qué ha pasado con el chico en la pista de baile?


—Se estaba propasando conmigo.


—Abrí los ojos y lo golpeaste.


Me encojo de hombros.


—Bueno, sabía que Pedro se pondría termonuclear, y eso arruinaría potencialmente tu noche. —No había procesado realmente cómo me sentía acerca del comportamiento de Pedro. Estaba preocupada de que pudiera ser peor.


—Nuestra noche —aclaró—. Es bastante impulsivo, ¿No? —agrega secamente mirando a Pedro mientras recoge mi abrigo.


Resoplo y sonrío.


—¿Puedes decir eso?


—Pienso que lo manejas bien.


—¿Manejo? —Frunzo el ceño. ¿Manejo a Pedro?


—Toma. —Pedro sostiene mi abrigo abierto para mí para que pueda ponérmelo.




*****



—Despierta, Paula. —Pedro me sacude suavemente.


Hemos regresado a casa. Reluctantemente abro mis ojos y me tambaleo fuera de la mini caravana. Lourdes y Gustavo han desaparecido, y Taylor está parado pacientemente al lado del vehículo.


—¿Necesito cargarte? —pregunta Pedro.


Sacudo mi cabeza.


—Recogeré a la señorita Alfonso y al señor Kavanagh —dice Taylor.


Pedro asiente, entonces me conduce a la puerta del frente. 


Mis pies están adoloridos, y tropiezo tras él.


En la puerta del frente se agacha, agarra mi tobillo, y gentilmente quita primero un zapato, luego el otro. Oh, el alivio. Se endereza y me mira hacia abajo, sosteniendo mis Manolos24.


—¿Mejor? —pregunta, divertido.


Asiento.


—Tengo deliciosas visiones de éstos alrededor de mis oídos —murmura, mirando hacia abajo con nostalgia a mis zapatos. Sacude su cabeza y, tomando mi mano una vez más, me conduce a través de la casa a oscuras, y sube las escaleras hacia nuestra habitación—. Estás destrozada, ¿no? — dice suavemente, mirándome.


Asiento. Empieza a desatar la correa de mi gabardina.


—Yo lo haré —murmuro, haciendo un intento a medias de alejarlo.


—Déjame.


Suspiro. No tenía ni idea de que estaba tan cansada.


—Es la altitud. No estás acostumbrada. Y la bebida, por supuesto. — Sonríe, despojándome de mi abrigo, y tirándolo sobre una de las sillas de la habitación. Tomando mi mano, me conduce al baño. ¿Por qué venimos aquí?—. Siéntate —dice.


Me siento en una de las sillas y cierro mis ojos. Lo oigo mientras él rebusca entre las botellas del tocador. Estoy demasiado cansada para abrir mis ojos y ver qué está haciendo. Un momento más tarde, echa mi cabeza hacia atrás, y abro mis ojos, sorprendida.


—Ojos cerrados —dice Pedro. Mierda sagrada, ¡está sosteniendo una bola de algodón! Suavemente, la pasa sobre mi ojo derecho, limpiándolo.


Me siento inmóvil mientras metódicamente me quita el maquillaje—. Ah.Ahí está la mujer con la que me casé —dice después de unas pasadas.


—¿No te gusta mi maquillaje?


—Me gusta bastante, pero prefiero lo que hay debajo. —Besa mi frente—. Aquí. Toma esto. —Pone algunos Advil25 en mi palma y me alcanza un vaso de agua.


Miro y hago pucheros.


—Tómalos —ordena.


Pongo lo ojos en blanco, pero hago lo que me dice.


—Bien. ¿Necesitas un momento en privado? —pregunta sardónicamente.


Resoplo.


—Tan tímido, Sr. Alfonso. Sí, necesito hacer pis.


Se ríe.


—¿Esperas que me vaya?


Doy risitas.


—¿Te quieres quedar?


Inclina su cabeza a un lado, su expresión divertida.


—Eres un pervertido hijo de perra. Fuera. No quiero que me veas hacer pis. Eso es ir demasiado lejos.


Me paro y sacudo una mano hacia él para que salga del baño.


Cuando emerjo del baño, se ha cambiado a sus pantalones de pijama.


Hmm… Pedro en pijama. Hipnotizada, miro su abdomen, sus músculos, su vello abdominal. Me distrae. Camina hacia mí.


—¿Disfrutando la vista? —pregunta irónicamente.


—Siempre.


—Creo que está un poco bebida, Sra. Alfonso.


—Creo que, por una vez, tengo que estar de acuerdo con usted, Sr. Alfonso.


—Déjame ayudarle a salir de lo poco que es este vestido. Realmente debería venir con una advertencia de seguridad. —Me gira y deshace el único botón en el cuello.


—Estabas muy enfadado —murmuro.


—Sí. Lo estaba.


—¿Conmigo?


—No. No contigo. —Besa mi hombro—. Por primera vez.


Sonrío. No enfadado conmigo. Es un progreso.


—Es un bonito cambio.


—Sí. Lo es. —Besa mi otro hombro, y después tira mi vestido por encima de mi espalda y al suelo. Quita mis bragas al mismo tiempo, dejándome desnuda. 


Extendiéndose, toma mi mano.


—Camina —ordena, y camino fuera de mi vestido, apoyándome en su mano como equilibrio.


Se para y lanza mi vestido y mis bragas sobre la silla con la gabardina de Malena.


—Brazos arriba —dice suavemente. Desliza su camiseta sobre mí y tira de ella hacia abajo, cubriéndome. Estoy lista para la cama.


Me tira en sus brazos y me besa, mi aliento a menta mezclado con el suyo.


—Por mucho que me gustaría enterrarme en usted, Sra. Alfonso; ha bebido mucho, está a casi ocho mil pies, y no durmió bien la noche pasada. Ven.


Entra en la cama.


Retira el edredón y escalo en ella. Me cubre y besa mi frente una vez más.


—Cierra tus ojos. Cuando regrese a la cama, espero que estés dormida. — Es una amenaza, una orden… es Pedro.


—No te vayas —ruego.


—Tengo algunas llamadas que hacer, Paula.


—Es sábado. Es tarde. Por favor.


Pasa sus manos a través de su cabello.


—Paula, si entro en la cama contigo ahora, no vas a descansar. Duerme. — Es inflexible. Cierro mis ojos y sus labios rozan mi frente una vez más—. Buenas noches, nena —susurra.


Imágenes del día destellan a través de mi mente… Pedro tirándome sobre su hombro en el avión. Su ansiedad acerca de si me gusta o no la casa. Haciendo el amor esta tarde. El baño. Su reacción a mi vestido.
Derribando de un golpe al gigante rubio; mi palma hormiguea ante el recuerdo. Y entonces Pedro poniéndome en la cama.


¿Quién lo hubiera pensado? Sonrío ampliamente, la palabra progreso corriendo a través de mi cerebro mientras voy a la deriva.



24 Manolos: marca de zapatos de diseñador.
25 Advil: marca estadounidense para Ibuprofeno.