—Por mucho que me gustaría besarte durante todo el día, el desayuno se está enfriando —murmura Pedro contra mis labios. Su mirada cae hacia mí, ahora divertida, con excepción de sus ojos que están más oscuros, sensuales.
Santo cielo, ha cambiado de nuevo. Mi Sr. Voluble
—Come —me ordena, su voz es suave. Trago duro, una reacción a su mirada ardiente y me arrastro de nuevo a la cama, evitando enganchar mi via intravenosa. Él empuja la bandeja delante de mí. La avena está fría, pero los panqueques debajo de la cubierta están muy bien... de hecho, están deliciosos.
—Sabes —murmuro entre bocado y bocado—, Blip podría ser una niña.
Pedro pasa una mano por su cabello. —Dos mujeres, ¿eh? —La alarma parpadea en su rostro y su mirada oscura se desvanece.
Oh, mierda. —¿Tienes alguna preferencia?
—¿Preferencia?
—Niño o niña.
Frunce el ceño. —Saludable estará bien —dice en voz baja, claramente desconcertado por la pregunta—. Come —espeta y sé que está tratando de evitar el tema.
—Estoy comiendo, estoy comiendo... Por Dios, cálmate, Alfonso —Lo observo con cuidado. Las comisuras de sus ojos se arrugan por la preocupación.
Ha dicho que lo va a intentar, pero sé que todavía está asustado por el bebé. Oh, Pedro, yo también. Se sienta en el sillón junto a mí, recogiendo el Seattle Times.
—Estás en los periódicos otra vez, Sra. Alfonso. —Su tono es amargo.
—¿Otra vez?
—Los periodistas están sólo reproduciendo la historia de ayer, pero parece fidedigna y veraz. ¿Quieres leerla?
Niego con la cabeza. —Léela para mí. Estoy comiendo.
Él sonríe y procede a leer el artículo en voz alta. Se trata de un informe sobre Jeronimo y Elisa, representándolos como unos Bonnie y Clyde modernos. Tratan brevemente el secuestro de Malena, mi participación en el rescate de Malena y el hecho de que Jeronimo y yo estamos en el mismo hospital.
¿Cómo obtuvo la prensa toda esta información? Debo preguntar a Lourdes.
Cuando Pedro termina, yo digo: —Por favor, lee otra cosa. Me gusta escucharte.
Me complace y lee un informe sobre un negocio de rosquillas en pleno auge y el hecho de que Boeing ha tenido que cancelar el lanzamiento de algún avión.
Pedro frunce el ceño mientras lee. Sin embargo, escuchar su voz suave mientras como, con la certeza de que estoy bien, Malena está a salvo y mi Pequeño Blip seguro, siento un momento precioso de paz a pesar de todo lo que ha sucedido en los últimos días.
Entiendo que Pedro tiene miedo por el bebé, pero no entiendo la profundidad de su miedo. Me propongo hablar con él un poco más acerca de esto. Ver si puedo poner su mente en calma. Lo que me intriga es que no ha carecido de modelos de roles positivos como padres. Tanto Gabriela como Manuel son padres ejemplares, o al menos eso parece. Tal vez fue la interferencia de la Perra Zorra lo que lo dañado tan gravemente.
Me gustaría pensar que sí. Pero en verdad, creo que se remonta a su madre biológica, aunque estoy segura de que la Sra. Robinson no ayudó para nada. Detengo mis pensamientos cuando estoy a punto de recordar una conversación en susurros. ¡Maldita sea! Se cierne sobre el borde de mi memoria de cuando estaba inconsciente. Pedro hablando con Gabriela. Se funde en las sombras de mi mente. Oh, es tan frustrante.
Me pregunto si alguna vez Pedro voluntariamente me dirá la razón por la que fue a verla o si voy a tener que presionarlo.
Estoy a punto de preguntarle cuando tocan a la puerta.
El detective Clark se disculpa al entrar en la habitación. Él tiene razón en disculparse… se me cae el alma cuando lo veo.
—Sr. Alfonso, Sra. Alfonso. ¿Interrumpo?
—Sí —suelta Pedro.
Clark no le hace caso. —Me alegra ver que está despierta, Sra. Alfonso. Tengo que hacerle unas cuantas preguntas acerca de la tarde del jueves. Sólo rutina. ¿Es ahora un momento oportuno?
—Claro —murmuro, pero no quiero revivir los acontecimientos del jueves.
—Mi esposa debe estar descansando. —Sisea Pedro.
—Seré breve, Sr. Alfonso. Y eso significa que estaré fuera de su vista más pronto que tarde.
Pedro se levanta y le ofrece su silla a Clark, luego se sienta a mi lado en la cama, toma mi mano y la aprieta para tranquilizarme.
Media hora más tarde, Clark ha terminado.
No he revelado nada nuevo, pero le he contado los acontecimientos del jueves en una voz vacilante, tranquila, viendo palidecer a Pedro y respingar en algunas partes.
—Me hubiera gustado que apuntaras más alto —murmura Pedro.
—Podría haberle hecho un favor al sexo femenino si la Sra. Alfonso lo hubiera hecho. —Concuerda Clark.
¿Qué?
—Gracias, Sra. Alfonso. Eso es todo por ahora.
—No permitirá que salga de nuevo, ¿verdad?
—No creo que vaya a salir bajo fianza esta vez, señora.
—¿Aún no sabemos quién pagó su fianza? —pregunta Pedro.
—No, señor. Es confidencial.
Pedro frunce el ceño, pero creo que tiene sus sospechas. Clark se levanta para irse justo cuando la Dra. Singh y dos internos entran en la habitación.
Después de un minucioso examen, la Dra. Singh declara que puedo volver a casa. Pedro se hunde con alivio.
—Sra. Alfonso, tendrá que estar pendiente de cualquier desmejora con los dolores de cabeza o visión borrosa. Si esto ocurre, deberá regresar al hospital de inmediato.
Asiento con la cabeza, tratando de contener mi alegría por volver a casa.
Cuando la Dra. Singh se va, Pedro le pide unas palabras en el pasillo.
Mantiene la puerta entreabierta cuando le hace una pregunta. Ella sonríe.
—Sí, Sr. Alfonso, eso está bien.
Él sonríe y vuelve a la habitación como un hombre más feliz.
—¿Qué fue todo eso?
—Sexo —dice, mostrando una sonrisa maliciosa.
Oh. Me sonrojo. —¿Y?
—Estás bien para ello. —Sonríe.
¡Oh, Pedro!
—Tengo dolor de cabeza. —Le sonrió de vuelta.
—Lo sé. Estarás fuera de los límites por un tiempo. Sólo estaba comprobando.
¿Fuera de los límites? Frunzo el ceño ante la puñalada de decepción momentánea que siento. No estoy segura de que quiero estar fuera de los límites.
La enfermera Nora se une a nosotros para retirarme la vía intravenosa.
Ella mira a Pedro. Creo que es una de las pocas mujeres que he conocido que es ajena a sus encantos. Le doy las gracias cuando se retira con la línea intravenosa.
—¿Quieres que te lleve a casa? —pregunta Pedro.
—Me gustaría ver a Reinaldo primero.
—Claro.
—¿Sabe acerca del bebé?
—Pensé que te gustaría ser la primera en decírselo. Tampoco le he dicho nada a tu madre.
—Gracias. —Sonrío, agradecida de que no hubiese robado mi estruendo.
—Mi madre lo sabe —añade Pedro—. Vio tu carta. Se lo dije a mi padre, pero a nadie más. Mamá dijo que las parejas suelen esperar doce semanas o menos... para estar seguros. —Se encoge de hombros.
—No estoy segura de estar lista para decírselo a Reinaldo.
—Debo advertirte, está enfadado como el infierno. Dijo que debería azotarte.
¿Qué? Pedro se ríe de mi expresión horrorizada.
—Le dije que estaría muy dispuesto a complacerlo.
—¡No lo hiciste! —grito, aunque el eco de una conversación en susurros atormenta mi memoria. Sí, Reinaldo estuvo aquí mientras estaba inconsciente...
Me guiña el ojo. —Toma, Taylor te trajo algo de ropa limpia. Voy a ayudarte a vestirte.
*****
Pedro decidió sabiamente dejarnos a solas. Para un hombre taciturno, Reinaldo llena la habitación de hospital con sus acusaciones, reprendiéndome por mi comportamiento irresponsable. Tengo doce años otra vez.
Oh, papá, por favor, cálmate. Tu presión arterial no está para esto.
—Y he tenido que lidiar con tu madre —se queja, agitando sus dos manos con exasperación.
—Papá, lo siento.
—¡Y pobre Pedro! Nunca lo he visto así. Ha envejecido. Los dos hemos envejecido años en el último par de días.
—Reinaldo, lo siento.
—Tu madre está esperando tu llamada —dice en un tono más mesurado.
Beso su mejilla y, finalmente, cede de su diatriba.
—Voy a llamarla. Lo siento mucho. Pero gracias por haberme enseñado a disparar.
Por un momento, me recompensa con un mal disimulado orgullo paternal.
—Me alegro de que hayas podido disparar derecho —dice, su voz es ronca—. Ahora vete a casa y descansa un poco.
—Te ves bien, papá. —Trato de cambiar de tema.
—Te ves pálida. —Su temor es de pronto evidente.
Su mirada refleja la de Pedro de la noche anterior, por lo que agarro su mano.
—Estoy bien. Te prometo que no haré nada como eso otra vez.
Él me aprieta la mano y me tira en un abrazo.
—Si algo te pasara… —susurra con voz ronca y baja. Las lágrimas pinchan mis ojos. No estoy acostumbrada a las muestras de emoción de mi padrastro.
—Papá, estoy bien. Nada que una ducha de agua caliente no vaya a curar.
******
Taylor nos lleva hasta una camioneta a la espera.
Pedro permanece callado mientras Salazar nos lleva a casa.
Evito la mirada de Salazar en el espejo retrovisor, avergonzada de que la última vez que lo vi fue en el banco cuando le di esquinazo. Llamo a mi madre, quien solloza y solloza. Me lleva la mayor parte del viaje a casa calmarla, pero tengo éxito con la promesa de que la visitaremos pronto.
A lo largo de mi conversación con ella, Pedro sostiene mi mano, rozando su pulgar a través de mis nudillos. Él está nervioso... algo ha sucedido.
—¿Qué pasa? —le pregunto cuando por fin estoy libre de mi madre.
—Welch quiere verme.
—¿Welch? ¿Por qué?
—Ha encontrado algo acerca de ese hijo de puta de Hernandez. —El labio de Pedro se enrosca en un gruñido y un escalofrío de miedo me recorre—. No quería decírmelo por teléfono.
—Oh.
—Va a venir esta tarde hasta aquí desde Detroit.
—¿Crees que ha encontrado una conexión?
Pedro asiente con la cabeza.
—¿Qué crees que es?
—No tengo ni idea. —La frente de Pedro se surca, perplejo.
Taylor entra en el garaje del Escala y se detiene al lado del ascensor para dejarnos salir antes de estacionarse.
En el garaje, podemos evitar la atención de los fotógrafos que esperaban.
Pedro me urge a salir del coche. Manteniendo su brazo alrededor de mi cintura, me lleva a esperar el ascensor.
—¿Contenta de estar en casa? —pregunta.
—Sí —le susurro. Pero cuando estoy de pie en el entorno familiar del ascensor, la enormidad de lo que he pasado se estrella sobre mí y me pongo a temblar.
—Oye… —Pedro envuelve sus brazos a mi alrededor y me acerca a él—. Estás en casa. Estás a salvo —dice, besando mi cabello.
—Oh, Pedro. —Una presa que ni siquiera sabía que tenía dentro, estalla y me pongo a llorar.
—Tranquila —susurra Pedro, acunando mi cabeza contra su pecho.
Pero ya es demasiado tarde. Lloro, abrumada, en su camiseta, recordando el depravado ataque de Jeronimo “¡Esto es por AIPS, maldita perra!” por decirle a Pedro que me iba “¿Me vas a dejar?” y por mi miedo, mi desgarrador temor por Malena, por mí y por Pequeño Blip.
Cuando las puertas del ascensor se abren, Pedro me levanta como a un niño y me lleva al vestíbulo. Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y me aferro a él, sollozando en voz baja.
Él me lleva a través de nuestro cuarto de baño y suavemente me deja en la silla. —¿Bañera? —pregunta.
Niego con la cabeza. No... no… no como Lorena.
—¿Ducha? —Su voz está ahogada por la preocupación.
A través de mis lágrimas, asiento con la cabeza. Quiero lavar la suciedad de los últimos días, lavar la memoria del ataque de Jeronimo “Puta oportunista”. Sollozo en mis manos cuando el sonido del agua cayendo de la ducha se hace eco en las paredes.
—Oye —canturrea Pedro. De rodillas frente a mí, saca mis manos lejos de mis mejillas llorosas y acuna mi rostro entre sus manos. Lo miro de frente, parpadeando mis lágrimas.
—Estás a salvo. Los dos lo están —susurra.
Blip y yo. Mis ojos rebosan de lágrimas otra vez.
—Basta, ya. No puedo soportarlo cuando lloras. —Su voz es ronca. Sus pulgares limpian mis mejillas, pero mis lágrimas fluyen todavía.
—Lo siento, Pedro. Sólo lo siento por todo. Por hacer que te preocupes, por arriesgar todo… por las cosas que dije.
—Calla, nena, por favor. —Besa mi frente—. Lo siento. Se necesitan dos para pelear, Paula. —Él me da una sonrisa torcida—. Bueno, eso es lo que mi madre dice siempre. Dije cosas e hice cosas de las que no estoy orgulloso. —Sus ojos grises lucen sombríos pero penitentes—. Vamos a desvestirte.
Su voz es suave. Me limpio la nariz con el dorso de mi mano y me besa en la frente una vez más.
Rápidamente me quita la ropa, teniendo especial cuidado cuando tira de la camiseta por encima de mi cabeza. Pero mi cabeza ya no está muy dolorida. Guiándome a la ducha, se quita su propia ropa en un tiempo récord antes de entrar en la bienvenida agua caliente conmigo. Me empuja en sus brazos y me abraza, me sostiene mucho tiempo, mientras el agua borbotea sobre nosotros, calmándonos a los dos.
Me deja llorar en su pecho. De vez en cuando besa mi cabello, pero no me deja ir, simplemente me mece suavemente por debajo del agua caliente.
Para sentir su piel contra la mía, los vellos de su pecho contra mi mejilla... a este hombre que amo, este desconfiado hombre hermoso, el hombre que podría haber perdido por mi propia imprudencia. Me siento vacía y dolorida ante la idea pero agradecida de que él está aquí, sigue aquí… a pesar de todo lo que pasó.
Tiene algunas explicaciones que dar, pero ahora quiero disfrutar del contacto de sus brazos consoladores, protectores a mí alrededor. Y en ese momento se me ocurre; las explicaciones de su parte tienen que venir de él. No puedo obligarlo, tiene que querer decirme. No voy a ser catalogada como la esposa gruñona, constantemente tratando de sonsacar información de su marido. Es simplemente agotador. Sé que me ama. Sé que me ama más de lo que ha amado a nadie, y por ahora, eso es suficiente.
La realización es liberadora. Dejo de llorar y doy un paso atrás.
—¿Mejor? —pregunta.
Asiento con la cabeza.
—Bien. Deja que te mire —dice, y por un momento no sé lo que quiere decir. Pero toma mi mano y examina el brazo sobre el que caí cuando Jeronimo me golpeó. Hay golpes en mi hombro y raspones en mi codo y muñeca.
Besa cada uno de ellos. Agarra un paño y gel de ducha de la repisa y el dulce aroma familiar del jazmín llena mis fosas nasales.
—Date la vuelta. —Suavemente, procede a labar mi brazo lesionado, después mi cuello, mis hombros, espalda y mi otro brazo. Me vuelve hacia los lados y desliza sus largos dedos por mi costado. Me estremezco cuando pasan sobre la gran contusión en mi cadera. La mirada de Pedro se endurece y sus labios forman una delgada línea. Su ira es palpable mientras silba a través de sus dientes.
—No duele —murmuro para tranquilizarlo.
Sus radiantes ojos grises se encuentran con los míos. —Quiero matarlo. Casi lo hago —susurra misteriosamente.
Frunzo el ceño y luego tiemblo ante su expresión sombría. Él escurre más gel de ducha en el paño y con ternura, dolorosamente gentil, enjuaga mi costado y mi trasero y luego, de rodillas, se mueve por mis piernas. Se detiene para examinar mi rodilla. Sus labios rozan el moretón antes de
regresar a enjuagar mis piernas y mis pies. Inclinándome, acaricio su cabeza, pasando mis dedos por su cabello mojado. Se pone de pie y sus dedos trazan el contorno de la contusión en mis costillas donde Jeronimo me dio una patada.
—Oh, nena —se queja, su voz llena de angustia, sus ojos oscuros con furia.
—Estoy bien. —Halo su cabeza hacia abajo a la mía y beso sus labios. Está reacio a devolverlo, pero a medida que mi lengua se encuentra con la suya, su cuerpo se mueve en mi contra.
—No —susurra contra mis labios, y se retira—. Vamos a limpiarte.
Su rostro está serio. Maldita sea... Lo dice en serio. Pongo mala cara y el ambiente entre nosotros se ilumina en un instante. Él sonríe y me besa brevemente.
—Limpiar —enfatiza—. No ensuciar.
—Me gusta sucio.
—A mí también, Sra.Alfonso. Pero no ahora, no aquí.
Agarra el champú y antes de que pueda persuadirlo de lo contrario, está lavando mi cabello.