La atención de todo el restaurante está centrada en Lourdes y Gustavo, esperando con el corazón en un puño. La anticipación es insoportable. El silencio se estira como una tensa banda elástica. La atmósfera es opresiva, aprensiva y aún esperanzadora.
Lourdes mira inexpresivamente a Gustavo cuando él mira hacia arriba a ella, sus ojos abiertos del deseo… incluso miedo. ¡Mierda, Lourdes! Sácalo de su miseria. Por favor.
Mierda… él podría habérselo preguntado en privado.
Una sola gota baja por la mejilla de ella a través de su expresión todavía inexpresiva. ¡Mierda! ¿Lourdes llorando?
Luego ella sonríe, una lenta sonrisa lenta de “he encontrado el Nirvana”.
—Sí —susurra ella, bajo, con aceptación dulce… no como Lourdes, en absoluto. Por un nanosegundo, hay una pausa cuando todo el restaurante exhala un suspiro colectivo de alivio, y luego el ruido es ensordecedor.
Aplausos espontáneos, ovaciones, silbidos, chillidos y de repente tengo lágrimas bajando por mi cara, corriendo mi maquillaje de Barbie se encuentra a Joan Jett.
Olvidados de la conmoción a su alrededor, los dos están encerrados en su propio pequeño mundo. De su bolsillo, Gustavo saca una pequeña caja, la abre y se la presenta a Lourdes. Un anillo. Y por lo que puedo ver, un anillo exquisito, pero necesito verlo más de cerca. ¿Es eso lo que estaba haciendo con Georgina? ¿Eligiendo un anillo?
¡Mierda! Oh, estoy tan feliz de no habérselo dicho a Lourdes.
Lourdes mira del anillo a Gustavo y luego tira sus brazos alrededor del cuello de él. Se besan, notablemente casto para ellos, y la multitud enloquece. Gustavo se para y reconoce la aprobación con una reverencia llena de gracia, usando una sonrisa satisfecha, sentándose. No puedo quitar mis ojos de ellos. Sacando el anillo de la caja, Gustavo lo desliza gentilmente en el dedo de Lourdes, y se besan una vez más.
Pedro aprieta mi mano. No me había dado cuenta de que lo había estado apretando tan fuerte. Lo libero, un poco avergonzada, y él sacude su mano, articulando:
—Ow.
—Lo siento. ¿Sabías de esto? —susurro.
Pedro sonríe y sé que él lo sabía. Llama al camarero.
—Dos botellas del Cristal, por favor. Del 2002, si lo tiene.
Le sonrío.
—¿Qué? —pregunta.
—Porque el 2002 es mucho mejor que el 2003 —me burlo.
Él se ríe.
—Para el paladar perspicaz, Paula.
—Tienes un paladar muy perspicaz, señor Alfonso, y gustos singulares.
Sonrío.
—Lo tengo, Sra. Alfonso. —Se inclina más cerca—. Lo sabes muy bien — susurra, y besa un punto determinado detrás de mi oreja, enviando pequeños escalofríos por mi columna.
Me sonrojo e ingenuamente recuerdo su demostración más temprana de los defectos literales de mi vestido.
Malena es la primera en pararse para abrazar a Lourdes y a Gustavo, y todos tomamos turnos para felicitar a la pareja feliz.
Agarro a Kate en un abrazo feroz.
—¿Ves? Sólo estaba preocupado por su proposición —susurro.
—Oh, Paula —ella solloza con una risa tonta.
—Lourdes, estoy tan feliz por ti. Felicidades.
Pedro está detrás de mí. Le da la mano a Gustavo, luego,
sorprendiéndonos tanto a Gustavo como a mí, lo abraza.
Apenas puedo coger lo que dice.
—Así se hace, Gustavito —murmura. Gustavo no dice nada, por una vez está atontado en silencio, luego cautelosamente le devuelve el abrazo a su hermano.
¿Gustavito?
—Gracias, Pedro —Gustavo suelta.
Pedro le da a Lourdes un breve y torpe abrazo. Sé que la actitud de Pedro hacia Lourdes es tolerante, en el mejor de los casos, y ambivalente la mayor parte del tiempo, por lo que esto es un progreso. Liberándola, dice tan bajo que sólo ella y yo podemos escuchar:
—Espero que seas tan feliz en tu matrimonio como yo lo soy en el mío.
—Gracias, Pedro. Yo también lo espero —dice ella, gentilmente.
El camarero ha regresado con el champagne, el cual procede a abrir con una floritura subestimada.
Pedro sostiene su copa de champagne en el aire.
—Por Lourdes y mi querido hermano, Gustavo… felicidades.
Todos bebemos, yo bebo. Hmm, Cristal sabe tan bien, me recuerda a la primera vez que lo bebí en el club de Pedro y luego, nuestro viaje agitado en el ascensor al primer piso.
Pedro me mira con el ceño fruncido.
—¿En qué estás pensando? —susurra.
—La primera vez que bebí este champagne.
Su ceño se hace más inquisitivo.
—Estábamos en tu club —lo provoco.
Él sonríe.
—Oh, sí. Lo recuerdo.
Él sonríe.
—Gustavo, ¿has puesto una fecha? —salta Malena.
Gustavo le da a su hermana una mirada exasperada.
—Acabo de pedírselo a Lourdes, así que nos pondremos en ello ¿está bien?
—Oh, haced una boda Navideña. Eso sería tan romántico y no tendréis problema en recordar vuestro aniversario. —Malena aplaude.
—Tendré eso en cuenta. —Gustavo le sonríe.
—Después de brindar, ¿podemos, por favor, ir al club? —Malena se gira y le da a Pedro su más grande mirada de ojos marrones.
—Creo que deberíamos preguntarle a Gustavo y a Lourdes qué les gustaría hacer.
Como uno, nos giramos hacia ellos con expectación.
Gustavo se encoge y Lourdes se pone morada. Su intención carnal hacia su prometido es tan clara que yo casi vuelco cuatrocientos dólares de champagne sobre la mesa.
*****
Pedro se pasea por el frente de la corta línea con sus brazos alrededor de mi cintura y le es inmediatamente concedida la entrada. Me pregunto brevemente si es el dueño del lugar. Echo un vistazo a mi reloj… once y media de la noche, me estoy sintiendo confusa. Las dos copas de champagne y muchos vasos de Pouilly Fumé durante nuestra cena están empezando a tener efecto y estoy agradecida de que su brazo esté a mi alrededor.
—Señor Alfonso, bienvenido otra vez —dice una rubia muy atractiva en satén negro, minishorts combinando con su chaqueta sin mangas y una pequeña corbata en moño roja.
Ella sonríe ampliamente, revelando unos dientes perfectamente americanos entre labios escarlatas que combinan con su corbata.
—Max tomará su abrigo.
Un hombre joven vestido completamente de negro, por suerte no satinado, sonríe cuando se ofrece para tomar mi abrigo. Sus ojos oscuros son cálidos y atractivos. Soy la única usando un abrigo, Pedro insistió en que tomara la gabardina de Malena para cubrir mi espalda, así que Max sólo tiene que lidiar conmigo.
—Bonito abrigo —dice, mirándome intensamente.
A mi lado, Pedro se eriza y fija una mirada de vete ahora a Max. Él enrojece y rápidamente le da a Pedro el boleto para retirar mi abrigo.
—Déjenme mostrarles su mesa. —La señorita pantalones-sexys-de-satén agita sus pestañas a mi marido, da un coletazo con su largo cabello rubio y camina dándose aires a través del camino de entrada. Aprieto mi agarre alrededor de Pedro, y él mira hacia abajo de manera inquisidora por un momento, luego sonríe con satisfacción cuando seguimos a la señoritapantalones- sexys-de-satén a la barra.
La iluminación está apagada, las paredes negras y el mobiliario fundamentalmente rojo. Hay mesas con bancos a los lados de las paredes y una larga barra en forma de U en el medio. Está concurrido, teniendo en cuenta que no es temporada, pero no demasiado lleno con los ricachones de Aspen que han salido para tener un buen tiempo un sábado por la noche. El código de vestimenta es relajado y por primera vez me siento un poco con mucha... um, o poca ropa. No estoy segura de cuál. El suelo y las paredes vibran con la música latiendo en la pista de baile bajo el bar y las luces giran y se encienden y se apagan. En mi estado embriagador, pienso ociosamente que es la pesadilla de un epiléptico.
La señorita-pantalones-sexys-de-satén nos conduce a una mesa en la esquina que ha sido acordonada. Está cerca a la barra con acceso a la pista de baile. Claramente los mejores asientos del lugar.
—En breve vendrá alguien a tomar sus pedidos. —Nos da su sonrisa llena de megavatios y, con una última agitación de pestañas hacia mi marido, camina dándose aires por donde vino. Malena ya está saltando de un pie al otro, ansiosa de ir a la pista de baile y Lucas se compadece de ella.
—¿Champagne? —pregunta Pedro mientras se dirigen hacia la pista de baile. Lucas le levanta los pulgares y Malena asiente entusiasmada.
Lourdes y Gustavo se sientan en los suaves asientos de terciopelo, dándose la mano. Parecen tan felices, sus rasgos suaves y radiantes en el brillo parpadeante de las velas en recipientes de cristal en la mesa baja.
Pedro me hace una seña para que me siente y yo me escabullo al lado de Gustavo. Él se sienta a mi lado y con inquietud examinando el lugar.
—Muéstrame el anillo. —Levanto la voz sobre la música.
Estaré afónica para cuando nos vayamos. Lourdes me sonríe y levanta su mano. El anillo es exquisito, un interlineado sencillo en una delgada y elaborada garra con pequeños diamantes en todos lados. Tiene una apariencia retro victoriana.
—Es hermoso.
Lourdes asiente con placer y se estira, apretando el muslo de Gustavo. Él se acerca y la besa.
—Conseguíos un cuarto —les digo.
Gustavo sonríe.
Una mujer joven con corto cabello negro y una sonrisa traviesa, usando los minishorts reglamentarios de satén, viene a tomar nuestro pedido.
—¿Qué queréis para beber? —pregunta Pedro.
—No vas a pagar la cuenta de esto también —se queja Gustavo.
—No empieces con esa mierda —dice Pedro suavemente.
A pesar de las objeciones de Lourdes, Gustavo y Lucas, Pedro paga la bebida que acabamos de consumir. Él simplemente los rechazó y no escuchó de nadie más pagando. Lo miré con amor. Mi Cincuenta Sombras… siempre al control.
Gustavo abre su boca para decir algo pero, sabiamente quizás, la vuelve a cerrar.
—Tomaré una cerveza —dice.
—¿Lourdes? —pregunta Pedro.
—Más champagne, por favor. El Cristal es delicioso, pero estoy segura de que Lucas preferirá una cerveza. —Le sonríe dulcemente, sí, dulcemente, a Pedro. Está incandescente de felicidad. Lo siento irradiando de ella y es
un placer deleitarse en su alegría.
—¿Paula?
—Champagne, por favor.
—Una botella de Cristal, tres Peronis y una botella de agua mineral fría, seis copas —dice en su usual forma autoritaria, sensata.
Es un poco excitante.
—Gracias, señor. Vienen inmediatamente. —La señorita-minishortsnúmero- dos le da una sonrisa amable, pero él se ahorra el revoloteo de sus pestañas, aunque sus mejillas se sonrojan un poco.
Sacudo mi cabeza con resignación. Es mío, novia.
—¿Qué? —me pregunta.
—No te agitó sus pestañas. —Sonrío con satisfacción.
—Oh. ¿Debía hacerlo? —pregunta, fallando en esconder su alegría.
—Las mujeres normalmente lo hacen. —Mi tono es irónico.
Él sonríe.
—Sra. Alfonso ¿está celosa?
—Ni lo más levemente. —Le hago un mohín. Y me doy cuenta en ese momento que estoy empezando a tolerar que las mujeres se coman con los ojos a mi marido. Casi.
Pedro une mis manos y besa mis nudillos.
—No tiene nada de que estar celosa, Sra. Alfonso—murmura cerca de mi oído, su aliento haciéndome cosquillas.
—Lo sé.
—Bien.
La camarera regresa y momentos después estoy bebiendo otra copa de champagne.
—Toma. —Pedro me da una copa de agua—. Bebe esto.
Le frunzo el ceño y veo, más que escuchar, su suspiro.
—Tres copas de vino blanco en la cena y dos de champagne, después de un daiquiri de fresa y dos copas de Frascati en el almuerzo. Bebe. Ahora, Paula.
¿Cómo sabe de los cócteles en la tarde? Le frunzo el ceño.
Pero en realidad tiene razón. Tomando la copa de agua, la bebo de la manera menos elegante para registrar mi protesta ante que me digan lo que tengo que hacer… de nuevo. Me limpio la boca con el dorso de la mano.
—Buena chica —dice, sonriendo—. Ya me has vomitado una vez. No quiero experimentar ese apuro de nuevo.
—No sé de qué te estás quejando. Conseguiste dormir conmigo.
Él sonríe y sus ojos se suavizan.
—Sí, lo hice.
Lucas y Malena están de regreso.
—Lucas tuvo suficiente por ahora. Vamos, chicas. Vayamos a golpear el suelo. Poned una pose, lanzad algunas formas y bajad las calorías del mousse de chocolate.
Lourdes se levanta inmediatamente.
—¿Vienes? —le pregunta a Gustavo.
—Déjame mirarte —dice él. Y tengo que mirar a otro lado rápido,sonrojándome ante la mirada que le da. Ella sonríe cuando me paro.
—Voy a quemar algunas calorías —digo, y agachándome susurro en el oído de Christian—: Tú puedes mirarme.
—No te inclines —gruñe.
—Está bien. —Me paro bruscamente. ¡Whoa! Mi cabeza gira y me agarro del hombro de Pedro cuando el lugar se mueve y se inclina un poco.
—Tal vez deberías tomar más agua —murmura Pedro, con una clara advertencia en su voz.
—Estoy bien. Estos asientos son muy bajos y mis zapatos muy altos.
Lourdes toma mi mano y respirando hondo la sigo a ella y a Malena, perfectamente serena, a la pista de baile.
La música está vibrando, un ritmo tecno con una base aplastante de bajo.
La pista de baile no está llena, lo que significa que tenemos un poco de espacio. La mezcla es ecléctica, tanto jóvenes como viejos bailando toda la noche. Nunca he sido una buena bailarina. De hecho, sólo bailo desde que estoy con Pedro. Lourdes me abraza.
—Estoy tan feliz —grita por encima de la música y empieza a bailar. Malena está haciendo lo que hace Malena, sonriéndonos a nosotras dos, lanzándose alrededor. Jesús, está ocupando mucho espacio en la pista de baile. Echo otro vistazo a la mesa. Nuestros hombres nos están mirando. Empiezo a moverme. Es un ritmo pulsante. Cierro mis ojos y me rindo a él.
Abro los ojos para encontrar la pista de baile llenándose.
Lourdes, Malena y yo somos obligadas a acercarnos. Y para mi sorpresa descubro que en realidad estoy disfrutando.
Comienzo a moverme un poco más… audazmente. Lourdes me levanta los dos pulgares y yo le sonrío.
Cierro mis ojos. ¿Por qué pase los primeros veinte años de mi vida sin hacer esto? Elegí leer antes que bailar. Jane Austen no tenía música genial para moverse y Thomas Hardy… Jesús, él se habría sentido culpable de un pecado por no bailar con su primer esposa. Me río ante el pensamiento.
Es Pedro. Él me ha dado la confianza en mi cuerpo y en cómo puedo moverlo.
Repentinamente hay dos manos en mis caderas. Sonrío. Pedro se me ha unido. Doy risitas, y sus manos se mueven a mi trasero y aprieta, entonces regresa a mis caderas.
Abro mis ojos. Y Malena me está mirando con la boca abierta con horror.
Mierda… ¿soy tan mala? Cojo las manos de Pedro. Son velludas.
¡Joder! No son las suyas. Me giro, y elevándose por encima de mí hay un gigante con más dientes de lo que es natural y una sonrisa lasciva para exhibirlos.
—¡Quítame las manos de encima! —grito con rabia sobre la música palpitante y apopléjica.
—Vamos, caramelito, es sólo algo de diversión. —Sonríe, levantando sus manos simiescas, sus ojos azules brillando bajo las pulsantes luces ultravioletas.
Antes de que sepa qué estoy haciendo, lo abofeteo fuerte en el rostro.
¡Ow! Mierda… mi mano. Pica.
—¡Aléjate de mí! —grito. Me mira, sosteniendo su mejilla roja.
Empujo mi mano sana frente a su rostro, extendiendo los dedos para mostrarle mis anillos.
—Estoy casada, ¡idiota!
Se encoge de hombros más bien con arrogancia y me da una sonrisa a medias, de disculpa.
Miro alrededor frenéticamente. Malena está a mi derecha, mirando al gigante rubio. Lourdes está perdida en el momento en sus asuntos. Pedro no está en la mesa.
Oh, espero que haya ido al baño. Retrocedo hacia un frente que conozco bien. Oh mierda. Pedro pone sus brazos alrededor de mi cintura y me pone a su lado.
—Mantén tus jodidas manos fuera de mi esposa —dice. No está gritando, pero de alguna forma puede ser oído por encima de la música.
¡Santa mierda!
—Ella puede cuidar de sí misma —grita el Gigante Rubio. Su mano se mueve de donde lo he abofeteado en la mejilla, y Pedro lo golpea. Es como si lo viera en cámara lenta.
Un puñetazo perfectamente sincronizado al mentón que se mueve a tal velocidad pero con tan poca energía
desperdiciada, que el Gigante Rubio no lo ve venir. Se desploma en el suelo como la escoria que es.
Joder.
—Pedro, ¡no! —jadeo de pánico, parándome en frente de él para detenerle. Mierda, lo va a matar—. Ya le he pegado —grito por encima de la música. Pedro no me mira. Está mirando a mi asaltante con una malevolencia que no he visto antes llameando en sus ojos. Bien, quizás una vez antes, después de que Jeronimo Hernandez me hiciera un pase.
La otra docena de personas bailando se mueven hacia afuera como una onda en un lago, limpiando el espacio a nuestro alrededor, manteniendo una distancia segura. El Gigante Rubio se apresura a ponerse de pies mientras Gustavo se nos une.
¡Oh no! Lourdes está conmigo, abriendo la boca hacia todos nosotros. Gustavo jadea agarrando el brazo de Pedro mientras Lucas aparece también.
—Tómalo con calma, ¿vale? No fue con mala intención.
El gigante rubio levanta sus manos en señal de rendición, batiéndose en una retirada precipitada. Los ojos de Pedro lo siguen fuera de la pista de baile. No me mira.
La canción cambia de la letra explícita de Sexy Bitch a un número de baile tecno pulsante donde una mujer canta con voz apasionada. Gustavo me mira, después a Pedro, y soltando a Pedro lleva a Lourdes a bailar. Pongo mis brazos alrededor del cuello de Pedro hasta que finalmente hace contacto visual, sus ojos todavía ardiendo primitivos y salvajes. Un vistazo al adolescente peleador. Santa Mierda.
Examina mi rostro.
—¿Estás bien? —pregunta finalmente.
—Sí. —Froto mi palma, tratando de dispersar las punzadas, y llevo mis manos a su pecho. Mi mano está palpitando.
Nunca he abofeteado a nadie antes. ¿Qué me ha poseído?
Tocarme no era el peor crimen contra la humanidad. ¿O lo era?
Aunque en lo profundo de mi interior, sé por qué lo golpeé.
Es porque instintivamente sabía cómo reaccionaría Pedro viendo algún a extraño agarrándome.
Sabía que perdería su precioso Autocontrol. Y el
pensamiento de que algún estúpido don nadie pudiera sacar de sus casillas a mi esposo, mi amor, bien, me ponía como loca. Realmente loca.
—¿Quieres sentarte? —pregunta Pedro por encima del pulsante palpitar.
Oh, vuelve a mí, por favor.
—No. Baila conmigo.
Me mira impasiblemente, sin decir nada.
Touch me23… canta la mujer
—Baila conmigo. —Aún está enfadado—. Baila. Pedro, por favor.
Tomo sus manos. Pedro fulmina con la mirada al chico, pero empiezo a moverme contra él, envolviéndome a mí misma a su alrededor.
La multitud de bailarines nos ha rodeado una vez más, aunque hay una zona de exclusión de dos pies alrededor de nosotros.
—¿Lo golpeaste? —pregunta Pedro, parado aún inmóvil.
Tomo sus manos en puños.
—Por supuesto que lo hice. Creía que eras tú, pero sus manos eran velludas. Por favor, baila conmigo.
Mientras Pedro me mira, el fuego de sus ojos lentamente cambia, convirtiéndose en algo más, algo más caliente.
Repentinamente, agarra mis muñecas y tira limpiamente de mí contra él, fijando sus manos en mi espalda.
—¿Quieres bailar? Bailemos —gruñe cerca de mi oído, y mientras mueve sus caderas contra mí, no puedo hacer nada excepto seguirlo, sus manos sosteniendo las mías contra mi parte trasera.
Oh… Pedro puede moverse, realmente moverse. Me mantiene cerca, sin dejarme ir, pero sus manos gradualmente se relajan sobre las mías, liberándome. Mis manos se deslizan hacia arriba por sus brazos, sintiendo sus músculos abultados a través de su chaqueta, arriba hasta sus hombros.
Me presiona contra él, y sigue sus movimientos mientras lentamente, sensualmente baila conmigo al ritmo del pulsante palpitar de la música del club.
En el momento en el que agarra mi mano y me hace girar primero a un lado y luego al otro, sé que ha vuelto conmigo. Sonrío. Él sonríe.
23 Touch me: Significa tócame, la canción está en inglés.