viernes, 6 de febrero de 2015

CAPITULO 112





¡Mami! ¡Mami!


Mami está dormida en el suelo. Ha estado dormida por un largo tiempo. Peino su cabello porque a ella le gusta eso. 


No se despierta.


La sacudo.


¡Mami! Mi estómago duele. Está hambriento.


Él no está aquí. Tengo sed. En la cocina, empujo una silla hacia el fregadero, y bebo algo. El agua salpica mi suéter azul. Mami todavía está dormida.


¡Mami, despierta! Ella yace quieta. Está fría. Traigo mi frazada, y cubro a mi mami, y yazco en la pegajosa alfombra verde a su lado.


Mami todavía está dormida. Tengo dos coches de juguete. 


Corren por el suelo donde mami está durmiendo. Creo que está enferma.


Busco algo de comer. En el refrigerador encuentro guisantes. Están fríos. Los como lentamente. Hacen que me duela la barriguita.


Duermo junto a mami. Los guisantes se han terminado. En el refrigerador hay algo. Huele raro. Lo lamo y mi lengua se queda pegada a ello. Lo como lentamente. Sabe feo. Bebo algo de agua.


Juego con mis coches, y duermo junto a mami. Mami está tan fría, y no se despierta. La puerta se abre de un golpe. 


Cubro a mami con mi cubrecama. Él está aquí.


Mierda, ¿qué infiernos pasó aquí? Oh, la loca perra jodida. 


Mierda.


Joder. Apártate de mi camino, pedazo de mierda. Él me patea, y golpeo mi cabeza contra el suelo. Mi cabeza duele.


La mujer policía está aquí.


No. No. No. No me toque. No me toque. No me toque


La mujer policía tiene mi cubrecama, y me agarra. Grito. 


¡Mami!


¡Mami! Quiero a mi mami. Las palabras se han ido. No puedo decir las palabras. Mami no puede oírme. No tengo palabras.



* * *


—¡Pedro! ¡Pedro! —Su voz es urgente, empujándolo desde las profundidades de su pesadilla, las profundidades de su desesperación—.Estoy aquí. Estoy aquí.


Él despierta y ella se está inclinando sobre él, agarrando sus hombros, sacudiéndolo; su rostro lleno de angustia, sus ojos azules de par en par, rebosantes de lágrimas.


—Paula —Su voz es apenas un susurro, el sabor del miedo manchando su boca—. Estás aquí.


—Por supuesto que estoy aquí.


—Tuve un sueño…


—Lo sé. Estoy aquí, estoy aquí.


—Paula —susurra su nombre, y es un talismán contra el oscuro y asfixiante pánico que atraviesa su cuerpo.


—Tranquilo, estoy aquí. —Ella se enrolla a su alrededor, sus miembros formando una cuchara alrededor de él, su calidez deslizándose en su cuerpo, forzando a las sombras a retroceder, forzando al miedo a retroceder. Ella es un rayo de sol, ella es la luz… ella es suya.


—Por favor, no peleemos. —Su voz es roca mientras envuelve sus brazos alrededor de ella.


—De acuerdo.


—Los votos. No obedecer. Puedo hacer esto. Encontraremos la forma. — Las palabras se apresuran a salir de su boca en un nudo de emoción,confusión y ansiedad.


—Sí. Lo haremos. Siempre encontraremos la forma —susurra ella y sus labios están sobre los suyos, silenciándolo, trayéndolo de vuelta al ahora.



* * *


Miro a través de las baldas del parasol hacia el jardín de hierba y el más azul de los cielos, azul de verano, azul Mediterráneo, con un suspiro de satisfacción. Pedro está a mi lado, tendido en una tumbona. Mi marido, mi caliente marido, hermoso, sin camisa y con unas bermudas jean, está leyendo un libro sobre la predicción del colapso del sistema bancario Occidental. Por todas las cuentas, es una página Turner.


No lo he visto sentarse así de tranquilo, nunca. Luce más como un estudiante que como el atractivo Gerente General de una de las más exitosas compañías privadas de los Estados Unidos.


En el tramo final de nuestra luna de miel, descansamos bajo el sol del atardecer en la playa de la bien llamada Beach Plaza Montecarlo, en Mónaco, aunque no nos estamos alojando en este hotel. Abro mis ojos y contemplo al Fair Lady anclado en el puerto. Estamos alojados, por supuesto, a bordo de un lujoso yate a motor. Construido en 1928, flota majestuosamente sobre el agua, la reina de los todos los yates en el puerto. Parece el juguete de cuerda de un niño. 


Pedro la ama, sospecho que está tentado de comprarla. 


Honestamente, los chicos y sus juguetes.


Sentada hacia atrás, escucho la mezcla de Pedro Alfonso en mi nuevo iPod y dormito bajo el sol del atardecer, recordando su propuesta. Oh, su propuesta de ensueño en el embarcadero... Casi puedo oler el aroma de las flores del prado...



* * *


—¿Podemos casarnos mañana? —murmura Pedro suavemente en mi oído. Estoy recostada de su pecho en la florida glorieta del embarcadero, saciada después de hacer el amor apasionadamente.


—Hmm.


—¿Es eso un sí? —Oigo su esperanzada sorpresa.


—Hmm.


—¿Un no?


—Hmm.


Siento su sonrisa. —Señorita Chaves, ¿está usted diciendo incoherencias?


Sonrío. —Hmm.


Se ríe y me abraza fuertemente, besando la parte superior de mi cabeza. — Las Vegas, mañana entonces.


Adormilada levanto la cabeza. —No creo que mis padres estén muy contentos con eso.


El tamborilea sus dedos de arriba abajo por mi espalda desnuda, acariciándome gentilmente.


—¿Qué quieres, Paula? ¿Las Vegas? ¿Una gran boda con todos los detalles? Cuéntame.


—Nada grande... Sólo amigos y familiares —Miro moverse una súplica silenciosa en sus brillantes ojos grises. ¿Qué quiere?


—Está bien —Asiente con la cabeza—. ¿Dónde?


Me encojo de hombros.


—¿Podemos hacerlo aquí? —pregunta tímidamente.


—¿Dónde tus padres? ¿Les importaría?


Él resopla. —Mi madre estaría en el séptimo cielo.


—Bueno, aquí. Estoy segura de que mi madre y mi padre prefieren eso.


Él me acaricia el pelo. ¿Podría ser más feliz?


—Entonces, ya determinamos dónde, ahora el cuándo.


—Seguramente debes preguntarle a tu madre.


—Hmm —La sonrisa de Pedro cae—. Ella puede tener un mes, eso es todo. Te quiero demasiado como para esperar más.


Pedro, me tienes. Me has tenido por un tiempo. Pero está bien, será un mes. —Le doy un beso en el pecho, un suave y casto beso y le sonrío.




* * *


—¡Vas a quemarte! —Susurra en mi oído, despertándome de mi siesta.


—Sólo por ti —Le doy mi más dulce sonrisa.


El sol de la tarde ha bajado y estoy bajo su resplandor. Él sonríe y en un movimiento rápido tira de mi tumbona hacia la sombra del parasol.


—Fuera del sol del Mediterráneo, Sra. Alfonso.


—Gracias por su altruismo, Sr. Alfonso.


—El placer es mío, Sra. Alfonso y no estoy siendo altruista en absoluto. Si usted se quema, no voy a ser capaz de tocarla —Levanta una ceja, sus ojos brillan con alegría y mi corazón se expande—. Pero sospecho que sabe eso y que se está riendo de mí.


—¿Lo haría? —respondo, fingiendo inocencia.


—Sí lo haría, y lo hace. A menudo. Es uno de las muchas cosas que me gustan de usted. —Se inclina hacia abajo y me besa, jugando y mordisqueando mi labio inferior.


—Estaba esperando que me frotara con más protector solar. —Hago un puchero.


—Sra. Alfonso, ese es un trabajo sucio... pero es una oferta a la que no puedo negarme. Levántese. —Me ordena, con la voz ronca. Hago lo que me dice y en golpes minuciosamente lentos con sus fuertes y flexibles dedos, me cubre con protector solar.


—Realmente eres muy hermosa. Soy un hombre afortunado —murmura mientras sus dedos se deslizan sobre mis pechos, esparciendo la loción.


—Sí, lo es, Sr. Alfonso —Lo miro tímidamente a través de mis pestañas.


—La modestia la convierte, Sra. Alfonso. Dese la vuelta. Quiero cubrir su espalda.


Sonriente, me doy la vuelta y él deshace la correa posterior de mi bikini horriblemente caro.


—¿Cómo se sentiría si estuviese topless como las otras mujeres en la playa? —pregunto.


—Enfadado —dice sin dudarlo—. No estoy muy contento de que esté tan poco vestida en este momento —él se inclina y susurra en mi oído—. No presione su suerte.


—¿Es un reto, Sr. Alfonso?


—No. Es una declaración de hecho, Sra. Alfonso.


Suspiro y me sacudo la cabeza. ¡Oh, Pedro!... mi posesivo, celoso y loco controlador Pedro.


Cuando termina, golpea mi trasero.


—Lo harás, muchacha.


Su siempre presente, siempre activa BlackBerry vibra. 


Frunzo el ceño y él sonríe.


—Sólo mis ojos, Sra. Alfonso —Levanta una ceja con una juguetona advertencia, me da una nalgada una vez más y se recuesta de nuevo en su tumbona para tomar la llamada.


Mi diosa interior ronronea. Tal vez esta noche podría hacer algún tipo de show sólo para sus ojos. Ella sonríe a sabiendas, arqueando una ceja. Yo sonrío ante el pensamiento y me entrego de nuevo a mi siesta vespertina.


—Mam'selle? Un Perrier pour moi, un Coca-Cola light pour ma femme, s'il vous plait. Et quelque chose a manges… laissez-moi voir la carte.


Hmm... Pedro hablando con fluidez el francés me despierta. Mis pestañas aletean ante el resplandor del sol y me encuentro a Pedro observándome, mientras que una uniformada joven mujer se aleja, con su bandeja en el aire, su cola de caballo rubia alta oscilando provocativamente.


—¿Tienes sed? —pregunta.


—Sí —murmuro, soñolienta.


—Podría verte todo el día. ¿Cansada?


Me sonrojo. —No pude dormir mucho anoche.


—Yo tampoco —Él sonríe, deja su Blackberry, y se levanta. 


Sus pantalones cortos caen un poco y cuelgan... de esa manera que hace que su traje de baño se haga visible debajo. Pedro se quita los shorts, dando un paso fuera de sus flip-flops. Pierdo el hilo de mis pensamientos.


—Ven a nadar conmigo —Extiende su mano, mientras miro hacia él, aturdida—. ¿Nadas? —pregunta de nuevo, ladeando la cabeza hacia un lado, con una expresión divertida en su rostro. Cuando no respondo, mueve la cabeza lentamente.


—Creo que necesitas una llamada para despertarte —De repente, se echa encima de mí y me eleva en sus brazos mientras grito, más de sorpresa que de alarma.


—¡Pedro! ¡Bájame! —chillo.


Él se ríe. —Sólo en el mar, nena.


Varios bañistas en la playa miran con ese desconcertado desinterés tan típico, que ahora me doy cuenta, tienen los franceses, mientras Pedro me lleva al mar, riendo y meciéndome.


Junto mis brazos alrededor de su cuello. —No lo harás —digo sin aliento, tratando de ahogar mi risa.


El sonríe. —Oh, Paula, cariño, ¿no has aprendido nada en el poco tiempo que nos conocemos?


Él me besa, y aprovecho mi oportunidad de correr mis dedos por el pelo, agarrando dos puñados y le respondo el beso invadiendo su boca con mi lengua. Él inhala fuertemente y se inclina hacia atrás con los ojos ahumados, pero cuidadosos.


—Conozco tus juegos —susurra y poco a poco se hunde en el agua fresca y clara, llevándome con él mientras sus labios me encuentran una vez más.


El frío del Mediterráneo se me olvida pronto mientras me envuelvo alrededor de mi marido.


—Creí que querías nadar —me quejo contra su boca.


—Eres demasiada distracción —Pedro roza mi labio inferior con sus dientes—. Pero no estoy seguro de que quiera que la buena gente de Monte Carlo vea a mi esposa en la agonía de la pasión.


Muevo mis dientes a lo largo de su mandíbula, la barba de su garganta cosquillea contra mi lengua, sin importarme ni un centavo la buena gente de Monte Carlo.


—Paula—se queja. Envuelve mi cola de caballo alrededor de su muñeca y tira suavemente, inclinando mi cabeza hacia atrás, exponiendo mi garganta. Hace un camino de besos desde mi oreja hacia mi cuello.


—¿Quieres que te tome en el mar? —respira.


—Sí —le susurro.


Pedro se aleja y mira hacia mí, sus ojos calientes, con ganas, y divertido. —Sra. Alfonso, es insaciable y abrasadora. ¿Qué clase de monstruo he creado?


—Un monstruo que encaja contigo. ¿Me tomarías de otra manera?


—Te tomaría de cualquier manera posible, sabes eso. Pero no ahora. No con audiencia.


Él mueve la cabeza hacia la orilla.


¿Qué?


Efectivamente, muchos de los que toman el sol en la playa han abandonado su indiferencia y nos observan ahora con interés. De repente, Pedro me agarra por la cintura y me lanza al aire, dejándome caer en el agua y se hunde debajo de las olas hacia la suave arena de abajo. Yo salgo a la superficie, tosiendo, escupiendo y riendo.


—¡Pedro! —lo regaño, mirándolo. Pensé que íbamos a hacer el amor en el mar... y él apunta otra cosa primero. Se muerde el labio inferior para sofocar su diversión. Yo lo salpico y me salpica de regreso.


—Tenemos toda la noche —dice, sonriendo como un tonto—. Nos vemos, nena —él se sumerge bajo el mar y sale a tres pies de distancia de mí, luego, en una ágil, fluida voltereta, nada lejos de la orilla, lejos de mí.


¡Gah! ¡Cincuenta juguetón y seductor! Protejo mis ojos del sol mientras lo veo irse. Él es tan burlón... ¿Qué puedo hacer para recuperarlo? Mientras nado de regreso a la orilla, contemplo mis opciones.


En las hamacas, nuestras bebidas han llegado así que tomo un sorbo de la Coca-Cola. Pedro es un punto débil en la distancia.


Hmm... Me acuesto boca abajo y, buscando a tientas las correas, halo mi bikini y lo saco dejándolo casualmente en la tumbona desocupada de Pedro. Allí... mira cuan abrasadora puedo ser, Sr. Alfonso… Pon esto en tu pipa y fuma. Cierro los ojos y dejo que el sol caliente mi piel... caliente mis huesos, y yo me alejo en su calor, pasando mis pensamientos al día de la boda.







CAPITULO 111




—Buenas noches, Rodolfo, Raquel.


—Felicidades otra vez, Paula. Ustedes dos estarán muy bien. —El Doctor Flynn nos sonríe amablemente, de pie, tomados del brazo en el pasillo mientras él y Raquel se
despiden.


—Buenas noches.


Pedro cierra la puerta y sacude su cabeza. Él me mira fijamente, sus ojos de repente brillantes con entusiasmo.


¿Qué es esto?


—Sólo queda mi familia. Creo que mi madre ha bebido demasiado. —Gabriela está cantando karaoke en una consola de juego en la sala familiar. Lourdes y Malena están compitiendo con ella.


—¿La culpas? —Le sonrío con satisfacción, tratando de mantener la atmósfera ligera entre nosotros. Tengo éxito.


—¿Está sonriéndome, señorita Chaves?


—Lo estoy.


—Ha sido un gran día.


Pedro, recientemente, cada día contigo ha sido un buen día. —Mi voz es sardónica.


Él sacude su cabeza.


—Punto bien hecho, señorita Chaves. Ven quiero mostrarte algo. —Tomando mi mano, me conduce por la casa a la cocina donde Manuel, Lucas y Gustavo están hablando de Marineros, bebiendo el último de los cócteles y comiendo las sobras.


—¿Salen a dar un paseo? —Gustavo se burla sugestivamente mientras hacemos nuestro camino por las puertas francesas. Pedro lo ignora. Manuel mira con el ceño fruncido a Gustavo, sacudiendo su cabeza en un reproche silencioso.


A medida que hacemos nuestro camino por las escaleras hasta el jardín, me quito los zapatos. La media luna brilla intensamente sobre la bahía. Está brillante, echando todo en la mirada de sombras de color gris, mientras las luces de Seattle centellean dulcemente en la distancia. Las luces del cobertizo para botes están encendidas, un faro que brilla suavemente en la fría luz de la luna.


Pedro, me gustaría ir a la iglesia mañana.


—¿Ah?


—Recé para que regresaras vivo y lo hiciste. Es lo menos que podría hacer.


—Bien.


Vagamos de la mano en un relajado silencio durante unos momentos. Entonces algo se me ocurre.


—¿Dónde vas a poner las fotos que José me tomó?


—Pensé que nosotros podríamos ponerlas en la nueva casa.


—¿La compraste?


Se detiene a mirarme fijamente, su voz llena de preocupación.


—Sí. Pensé que te gustaría.


—Me gusta. ¿Cuándo la compraste?


—Ayer por la mañana. Ahora necesitamos decidir qué hacer con ella — murmura él, aliviado.


—No la derribes. Por favor. Esta es una casa tan encantadora. Sólo necesita algo de cariño y atención.


Pedro me mira y sonríe.


—Bien. Hablaré con Gustavo. Él conoce a un buen arquitecto; ella hizo algunos trabajos en mi casa en Aspen. Puede hacer la remodelación.


Resoplo, recordando de repente la última vez que cruzamos el césped bajo la luz de la luna hacia el cobertizo para botes. Ah, quizás esto es lo que vamos a hacer ahora. 


Sonrío.


—¿Qué?


—Recuerdo la última vez que me llevaste al cobertizo para botes.


Pedro ríe relajadamente.
—Ah, eso fue divertido. De hecho... —Él se detiene repentinamente y me lleva sobre su hombro y chillo, aunque no tengamos que ir muy lejos.


—Tú estabas realmente enfadado, si recuerdo correctamente —jadeo.


—Paula, siempre estoy realmente enfadado.


—No, tú no lo estás.


Él aplasta mi trasero mientras se detiene afuera de la puerta de madera. Me desliza bajo su cuerpo hasta el suelo y toma mi cabeza en sus manos.


—No, nunca más. —Inclinándose, me besa con fuerza. 


Cuando se retira, estoy sin aliento y el deseo corre alrededor de mi cuerpo. Me mira fijamente y en el resplandor de un rayo de luz que viene desde el interior del cobertizo para botes, puedo ver que está ansioso. Mi hombre ansioso, no un caballero blanco ni un caballero oscuro, sino un hombre... un hermoso-hombre-no-demasiado-jodido-a quien amo. Lo alcanzo y acaricio su rostro, mis dedos corriendo a través de sus patillas y a lo largo de su mandíbula hasta su barbilla, luego dejo a mi índice tocar
sus labios. Él se relaja.


—Tengo algo aquí para mostrarte —murmura él y abre la puerta.


La luz intensa de los fluorescentes ilumina la impresionante lancha a motor en el muelle, flotando suavemente sobre las oscuras aguas. Hay un bote de remos al lado.


—Ven. —Pedro toma mi mano y me conduce encima de la escalera de madera.


Abriendo la puerta en lo alto, se aparta para dejarme entrar. 


Mi boca se cae al piso.


El ático está irreconocible. La habitación está llena de flores... hay flores por todas partes. Alguien ha creado una pérgola mágica de flores de prado hermosas, salvajes mezcladas con el encendido de bombillas de colores y linternas en miniatura dando un resplandor suave y pálido alrededor de la habitación.


Mi rostro gira rápidamente alrededor para encontrar el suyo y él me mira fijamente, su expresión ilegible. Se encoge de hombros.


—Tú querías corazones y flores —murmura. Parpadeo ante él, no creyendo exactamente lo que estoy viendo.


—Tú tienes mi corazón. —Él hace un ademán hacia la habitación.


—Y aquí están las flores —susurro, completando su oración—. Pedro, esto es hermoso. —No puedo pensar qué más decir. Mi corazón está en mi boca mientras las lágrimas pinchan mis ojos.


Tirando de mi mano, me arrastra dentro de la habitación y antes de darme cuenta, se hinca en una rodilla delante de mí. Santo infierno... ¡No esperaba esto! Dejo de respirar. Del interior del bolsillo de su chaqueta extrae un anillo y me mira, sus ojos grises brillantes y salvajes, llenos de emoción.


—Paula Chaves. Te amo. Quiero amarte, quererte y protegerte por el resto de mi vida. Sé mía. Siempre. Comparte mi vida conmigo. Cásate conmigo.


Parpadeo hacia él mientras mis lágrimas caen. Mi Cincuenta, mi hombre. También lo amo y todo lo que puedo decir mientras la ola gigante de emociones me golpea es:
—Sí.


Él sonríe abiertamente, aliviado y suavemente desliza el anillo en mi dedo. Es hermoso, un diamante oval en un anillo de platino. Por Dios, es grande... grande pero, ah-tan-simple y sorprendente en su simplicidad.


—Oh, Pedro —sollozo, de repente abrumada con la alegría y me uno a él sobre mis rodillas, mis dedos cerrándose en su cabello mientras lo beso, lo beso con todo mi corazón y alma. Beso a este hombre hermoso, que me ama como yo lo amo; y entonces él envuelve sus brazos a mi alrededor, sus manos se mueven sobre mi cabello, su boca sobre la mía. 


Sé dentro de mí que siempre seré suya y él siempre será mío. Juntos hemos llegado tan lejos, tenemos mucho camino por recorrer, pero estamos hechos el uno para el otro. Estamos destinados a estar juntos.




* * *


La colilla del cigarrillo brilla intensamente en la oscuridad mientras él toma una profunda calada. Sopla el humo en una larga exhalación, terminando con dos anillos de humo que se disuelven delante de él, pálido y fantasmal a la luz de la luna. Se mueve en su asiento, aburrido y toma un rápido trago de Borbón barato de una botella envuelta en papel marrón en mal estado antes de apoyarla de nuevo entre sus muslos.


No puede creer que todavía esté sobre la pista. Su boca se tuerce en una sardónica mueca. El helicóptero había sido un movimiento imprudente y audaz. Una de las cosas más estimulantes que alguna vez había hecho en su vida. Pero en vano.


Rueda sus ojos irónicamente. ¿Quién habría pensado que el hijo-de-perra podría en realidad volar al cabrón?


Resopla.


Ellos lo han subestimado. Si Alfonso pensó por un minuto que él iría a gimotear silenciosamente en la oscuridad, ese estúpido no sabe una mierda.


Había sido lo mismo toda su vida. La gente constantemente lo subestimaba, tan solo un hombre que lee libros. ¡Joder! 


Un hombre con una memoria fotográfica que lee libros. Ah, las cosas que aprendió, las cosas que sabe. Bufa otra vez, sí, sobre ti,Alfonso. Las cosas que sé sobre ti.


No está mal para un chico de los suburbios de Detroit.


No está mal para un chico que se ganó una beca para Princeton.


No está mal para un chico que se rompió el culo para pagar sus estudios y entrar en la industria editorial.


Y ahora todo está jodido, jodido a causa de Alfonso y su pequeña perra. Él frunce el ceño a la casa como si esta representara todo lo que desprecia. Pero nada está sucediendo. El único drama había sido la atractiva, y voluptuosa rubia vestida de negro, sacudiéndose a lágrima viva por el camino de entrada antes de subirse en un Mercedes blanco y largarse a la mierda.


Él ríe taciturno, luego se estremece. ¡Mierda! sus costillas. 


Todavía adolorido por las rápidas patadas que el secuaz de Alfonso le había dado.


Repite la escena en su mente. Tú imbécil si tocas a la Srta. Chaves de nuevo, realmente te mataré.


Ese hijo de puta conseguirá su merecido, también. Sí, él obtendrá lo que viene para él.


Se recuesta en su asiento. Parece que esta va a ser una larga noche. Se quedará, mirará y esperará. Toma otra calada de su Marlboro rojo. Su oportunidad vendrá.


 Su oportunidad vendrá pronto.