Cuando la cordura regresa, abro mis ojos y veo hacia arriba el rostro del hombre que amo. La expresión de Pedro es suave, tierna. Acaricia su nariz contra la mía, apoyando su peso sobre los hombros, sus manos manteniendo las mías a los lados de mi cabeza. Tristemente sospecho que es para que no lo toque. Planta un beso gentil sobre mis labios mientras se desliza fuera de mí.
—He extrañado esto —exhala.
—También yo —susurro.
Me toma de la barbilla y me besa fuertemente. Un apasionado e implorante beso, ¿pidiéndome qué? No lo sé.
Me deja sin aliento
—No me dejes otra vez —implora, mirando fijamente a mis ojos, su rostro serio.
—Está bien —susurro y le sonrío. Su sonrisa de respuesta es deslumbrante; alivio, júbilo y alegría infantil se combinan en una mirada encantadora que fundiría el más frío de los corazones.
—Gracias por el iPad.
—Más que bienvenida, Paula.
—¿Cuál es tu canción favorita de ellas?
—Now that would be telling. —Sonríe—. Vamos, cocíname algo de comida, muchacha, me muero de hambre —agrega sentándose repentinamente y jalándome con él.
—¿Muchacha? —Río tontamente.
—Muchacha. Comida, ahora, por favor.
—Ya que lo pides tan dulcemente, señor, me pondré en ello justo ahora.
Mientras me apresuro fuera de la cama, dejo caer mi almohada, revelando el desinflado globo de helicóptero debajo. Pedro lo alcanza y me mira, desconcertado.
—Ese es mi globo —digo, sintiéndome posesiva mientras alcanzo mi bata y la envuelvo alrededor de mí. Oh Jesús… ¿Por qué tenía que encontrarlo?
—¿En tu cama? —murmura.
—Sí. —Me sonrojo—. Me ha estado haciendo compañía.
—Suertudo Charlie Tango —dice sorprendido.
Sí, soy sentimental, Alfonso, porque te amo.
—Mi globo —digo otra vez y me giro sobre mis talones en dirección a la cocina, dejándolo sonriendo de oreja a oreja.
* * *
—Está buena —dice apreciativamente mientras escarba en la comida.
Estoy sentada de piernas cruzadas a su lado, comiendo con avidez más que hambrienta y admirando sus pies desnudos.
—Usualmente hago todo lo de cocinar. Lourdes no es una gran cocinera.
—¿Tu madre te enseñó?
—No realmente —me burlo—. Para el momento en que estuve interesada en aprender, mi madre estaba viviendo con su esposo número tres en Mansfield, Texas. Y Reinaldo, bien, él habría vivido a base de tostadas y comida para llevar si no fuera por mí.
Pedro se me queda mirando.
—¿No te quedaste con tu madre en Texas?
—No. Sebastian, su esposo y yo, no nos llevamos bien. Extrañaba a Reinaldo. Su matrimonio con Sebastian no duró mucho. Volvió en sí, creo. Nunca habla de él — agrego tranquilamente. Pienso que es una parte oscura de su vida de la que nunca discutimos.
—Entonces viniste a vivir a Washington con tu padre adoptivo.
—Sí.
—Suena como si cuidaras de él —dice suavemente.
—Supongo. —Me encojo de hombros.
—Estas acostumbrada a cuidar de las personas.
El tono de su voz llama mi atención, y lo miro.
—¿Qué es? —pregunto, sorprendida por su expresión cautelosa.
—Quiero cuidar de ti. —Sus ojos luminosos brillan con alguna emoción desconocida.
Mi ritmo cardiaco aumenta.
—Lo noté —susurro—. Solo que lo haces de una extraña manera.
Su frente se arruga.
—Es la única forma que conozco —dice tranquilamente.
—Aún estoy molesta contigo por comprar AIPS.
Sonríe.
—Lo sé, nena, pero el que estés molesta no me detendrá.
—¿Qué le voy a decir a mis colegas, a Jeronimo?
Entorna los ojos.
—Ese hijo de puta mejor ve por sí mismo.
—¡Pedro! —lo reprendo—. Es mi jefe.
La boca de Pedro se presiona en una dura línea. Luce como un revoltoso chico de escuela.
—No les digas —dice.
—¿Que no les diga qué?
—Que me pertenece. Los acuerdos fueron firmados ayer. Las noticias están embargadas por cuatro semanas, mientras que la administración de AIPS hace algunos cambios.
—Oh… ¿estaré sin trabajo? —pregunto alarmada.
—Sinceramente lo dudo —dice Pedro con ironía, tratando de ocultar su sonrisa.
Frunzo el ceño.
—¿Si lo dejo y encuentro otro trabajo, comprarás esa compañía también?
—No estarás pensando en dejarlo, ¿verdad? —Su expresión se altera, cautelosa una vez más.
—Posiblemente. No estoy segura de que me estés dando una gran cantidad de opciones.
—Sí, compraría esa compañía también —dice firmemente.
Le frunzo el ceño otra vez. Estoy en una situación de no ganar aquí.
—¿No piensas que estás siendo un poco sobreprotector?
—Sí. Soy plenamente consciente de cómo se ve.
—Llama al Dr. Flynn —murmuro.
Pone su tazón vacío en el piso y me mira impasiblemente.
Suspiro. No quiero pelear. Levantándome, recojo su tazón.
—¿Te gustaría un postre?
—¡Ahora estás hablando! —dice dándome una sonrisa lasciva.
—No yo. —¿Por qué no yo? Mi Diosa interior despierta de su siesta y se sienta en posición vertical, toda oídos—. Tenemos helado. Vainilla —digo con una risita.
—¿De verdad? —La sonrisa de Pedro se hace más grande—. Pienso que podemos hacer algo con eso.
¿Qué? Lo miro atónita mientras se pone de pie grácilmente.
—¿Puedo quedarme? —pregunta.
—¿A qué te refieres?
—La noche.
—Asumí que lo harías. —Me sonrojo.
—Bien. ¿Dónde está el helado?
—En el horno. —Le sonrío dulcemente.
Inclina la cabeza a un lado, suspira, y sacude su cabeza hacia mí.
—El sarcasmo es la forma más baja de ingenio, señorita Chaves. —Sus ojos brillan.
Oh mierda. ¿Qué está planeando?
—Podría ponerte sobre mi rodilla.
Dejo los tazones en el lavabo.
—¿Tienes esas bolas de plata?
Palmea sus manos bajo su pecho, su vientre, y los bolsillos de sus jeans.
—Curiosamente no llevo un par de repuesto conmigo. No muchos las piden en la oficina.
—Me agrada oírlo, Sr. Alfonso, y creo que dijiste que el sarcasmo es la forma más baja de ingenio.
—Bien, Paula, mi nuevo lema es “si no puedes vencerlos, únete a ellos.”
Me quedo boquiabierta ante él —no puedo creer que haya dicho eso— y luce enfermizamente complacido consigo mismo mientras me sonríe. Girándose, abre el congelador y saca la caja de cartón, la más fina vainilla de Ben & Jerry.
—Esto estará bien. —Mira hacia mí, sus ojos oscuros—. Ben & Jerry & Paula— dice cada palabra lentamente, enunciando cada sílaba claramente.
Oh, fóllame. Creo que mi mandíbula inferior está en el piso.
Abre el cajón de los cubiertos y toma una cuchara. Cuando me mira, sus ojos están entornados, y su lengua roza sus dientes superiores.
Oh, esa lengua.
Me siento sin aliento. El deseo oscuro, liso y sin sentido corre caliente a través de mis venas. Vamos a pasarla bien con la comida.
—Espero que estés caliente —susurra—. Voy a refrescarte con esto. Ven. —Extiende su mano y yo pongo la mía en la suya.
En mi habitación pone el helado en mi mesita de al lado, sacando la manta de la cama, y quitando ambas almohadas, apilándolas en el suelo.
—Tienes un cambio de sábanas, ¿no?
Asiento, mirándolo, fascinada. Sostiene a Charlie Tango.
—No te metas con mi globo —advierto.
Sus labios se curvan en una media sonrisa.
—No se me ocurriría, nena, pero quiero meterme contigo y con estas sábanas.
Mi cuerpo prácticamente convulsiona.
—Quiero atarte.
Oh.
—Está bien —susurro.
—Solo tus manos. A la cama. Necesito que estés quieta.
Está bien —susurro otra vez, incapaz de hacer nada más.
Se acerca a mí, sin quitar sus ojos de los míos.
—Usaremos esto. —Se apodera del cinturón de mi bata y con deliciosa, burlona lentitud, deshace el nudo y gentilmente lo libera de la prenda.
Mi bata cae abierta mientras me quedo paralizada bajo su mirada caliente. Después de un momento, desliza mi bata fuera de mis hombros. Cae en una piscina a mis pies entonces estoy parada desnuda frente a él. Sostiene mi rostro con sus nudillos, y su toque resuena en las profundidades de mi ingle. Inclinándose, besa mis labios brevemente.
—Recuéstate en la cama, con el rostro arriba —murmura sus ojos oscureciéndose, quemando en los míos.
Hago lo que me dijo. Mi habitación está sumida en la oscuridad excepto por la suave, insípida luz de mi lámpara.
Normalmente odio las bombillas de ahorrar energía —son tan débiles— pero estando aquí desnuda, con Pedro, estoy agradecida por la luz tenue. Se queda de pie al lado de la cama mirándome.
—Podría mirarte todo el día, Paula —dice y se arrastra sobre la cama, sobre mi cuerpo, y se extiende sobre mí—. Brazos sobre tu cabeza —ordena.
Lo cumplo y él rápidamente sujeta el final del cinturón de mi bata, rodeando mi muñeca izquierda pasándola a través de las barras de metal en la cabecera de mi cama. Lo sujeta apretadamente de manera que mi brazo izquierdo está doblado por encima de mí. Entonces asegura mi mano derecha, atándolo apretadamente.
Cuando estoy atada, lo miro, se relaja visiblemente. Le gusta que esté atada. De esta forma no puedo tocarlo. Se me ocurre que ninguna de sus sumisas, cualquiera de ellas, lo ha tocado, y lo que es más, ninguna de ellas ha tenido la oportunidad de hacerlo. Siempre ha tenido el control y la distancia. Esa es la razón de que le gusten sus reglas.
Escala sobre mí y se inclina para darme un beso en los labios. Entonces se levanta y saca su camisa por encima de su cabeza. Se deshace de sus jeans y los deja caer en el piso.
Está gloriosamente desnudo. Mi Diosa interior está haciendo un giro triple fuera de las barras asimétricas, y abruptamente mi boca se seca. Realmente es mucho más que hermoso. Tiene un físico dibujado en líneas clásicas: hombros anchos y musculosos, caderas estrechas, el triángulo invertido. Obviamente trabajados.
Podría mirarlo todo el día. Se mueve al final de la cama y agarra mis tobillos, jalándome con rapidez y bruscamente hacia debajo de manera que mis brazos están extendidos e imposibles de mover.
—Así está mejor —murmura.
Recogiendo el envase de helado. Sube suavemente de regreso en la cama a horcajadas sobre mí una vez más. Muy lentamente, quita la tapa del envase y sumerge dentro la cuchara.
—Hmm… aun así es bastante difícil —dice con una ceja levantada. Sacando una cuchara llena de vainilla, la mete en su boca—. Delicioso —murmura, lamiendo sus labios—. Increíble cómo puede saber la buena, llana y vieja vainilla. —Me mira hacia abajo y sonríe—. ¿Quiere un poco? —se burla.
Se ve tan locamente caliente, joven y despreocupado, sentado sobre mí y comiendo de un envase de helado; sus ojos brillando, su rostro luminoso. ¿Oh qué infiernos
va a hacerme? Como si no pudiera decirlo. Asiento, tímidamente.
Saca otra cuchara llena y me la ofrece, entonces abro mi boca, entonces rápidamente la mete en su boca otra vez.
—Está demasiado bueno para compartir —dice, sonriendo con malicia.
—Hey —empiezo a protestar.
—¿Por qué señorita Chaves, te gusta tu vainilla?
—Sí —digo más fuerza de lo que requiere y trato en vano de demostrárselo.
Él ríe.
—Tenemos una luchadora, ¿no? Yo no haría eso si fuera tú.
—Helado —pido.
—Bueno, ya que me has complacido mucho hoy, señorita Chaves. —Cede y me ofrece otra cucharada. Esta vez me deja comerla.
Quiero reír tontamente. Está realmente disfrutando, y su buen humor es contagioso. Saca otra cucharada y me alimenta una vez más, entonces lo hace nuevamente. Está bien, suficiente.
—Hmm, bien, esta es una forma de asegurarme que comas; obligarte a comer.
Podría acostumbrarme a esto.
Tomando otra cucharada, me la ofrece. Esta vez mantengo mi boca cerrada y sacudo mi cabeza, y él deja que lentamente se derrita en la cuchara, entonces el helado derretido gotea, sobre mi garganta, sobre mi pecho. Se agacha y muy lentamente las lame. Mi cuerpo se enciende con anhelo.
—Hmm. Sabe mejor en ti, señorita Chaves.
Jalo de mis ataduras y la cama cruje ominosamente, pero no me importa; estoy quemándome con deseo, está consumiéndome. Toma otra cucharada y deja el helado gotear por mis pechos. Entonces con la parte trasera de la cuchara, la esparce sobre cada pecho y pezón.
Oh… está fría. Mis pezones se endurecen bajo la frescura de la vainilla.
—¿Frío? —pregunta Pedro suavemente, y empieza a lamer y succionar todo el helado sobre mí una vez más, su boca caliente en comparación con la frescura del hielo.
Oh mi… Es una tortura. Mientras empieza a derretirse, el helado corre fuera de mí en riachuelos sobre la cama. Sus labios continúan su lenta tortura, succionando fuertemente, acariciando, suavemente. ¡Oh por favor! Estoy jadeando
—¿Quieres un poco? —Y antes de que pueda aceptar o denegar su oferta, su lengua está en mi boca, está fría y experta y sabe a Pedro y vainilla. Delicioso.
Y mientras me estoy acostumbrando a la sensación, se endereza otra vez y corre otra cucharada de helado abajo en el centro de mi cuerpo, alrededor de mi estómago, y en mi ombligo donde deposita una gran porción de helado. Oh, esto está más frío que antes, pero extrañamente quema.
—Ahora, has hecho esto antes. —Los ojos de Pedro brillan—. Tienes que quedarte quieta o habrá helado sobre toda la cama. —Besa cada uno de mis pechos y succiona cada uno de mis pezones duros, entonces sigue la línea de helado bajo mi cuerpo, succionando y lamiendo mientras avanza.
Y trato, trato de quedarme quieta a pesar de la embriagadora combinación de frío y su candente toque.
Pero mis caderas empiezan a moverse involuntariamente,
girando a su propio ritmo, atrapada en su hechizo de fresca vainilla. Se mueve más abajo y comienza a comerse el helado en mi vientre girando su lengua dentro y alrededor de mi ombligo.
Gimo. Santo cielo. Está frío, es caliente, es tentador, pero no se detiene. Siguiendo el helado más abajo en mi cuerpo, en mi vello púbico, sobre mi clítoris. Chillo, sonoramente.
—Cállate —dice Pedro suavemente mientras su mágica lengua hace el trabajo lamiendo la vainilla, y ahora estoy quejándome en voz baja.
—Oh… por favor… Pedro.
—Lo sé, nena, lo sé. —Respira mientras su lengua obra su magia. No se detiene, simplemente no se detiene, y mi cuerpo está escalando, alto, más alto. Desliza un dedo en mi interior, entonces otro, y los mueve con agonizante lentitud dentro y fuera—. Justo aquí —murmura y acaricia rítmicamente la pared frontal de mi vagina mientras continúa exquisita, lentamente lamiendo y chupando.
Santo cielo jodido.
Estalló inesperadamente en un alucinante orgasmo que aturde todos mis sentidos, borrando todo lo que pasa fuera de mi cuerpo mientras me retuerzo y gimo. Jesús, eso fue rápido.
Vagamente me doy cuenta que ha detenido sus atenciones.
Se cierne sobre mí, deslizando un preservativo, y entonces está dentro de mí, fuerte y rápido.
—¡Oh sí! —gruñe mientras choca contra mí. Está pegajoso, el resto del helado derretido extendiéndose entre nosotros.
Es una extraña sensación de distracción, pero una que puedo mantener por mucho más de unos segundos, entonces Pedro sale repentinamente de mí y me gira sobre mí misma.
—Así —murmura, y abruptamente está otra vez en mi interior, pero no comienza con su usual ritmo de castigo de inmediato. Se estira, libera mis manos, y me jala hacia arriba de manera que estoy prácticamente sentada sobre él. Sus manos se mueven hacia mis pechos, y sus palmas, ambas tirando suavemente de mis pezones. Gimo, echando mi cabeza sobre su hombro.
Acaricia mi cuello, mordiéndolo, mientras flexiona sus caderas, deliciosamente lento, llenándome una y otra vez.
—¿Sabes lo mucho que significas para mí? —susurra contra mi oído.
—No —jadeo.
Sonríe contra mi cuello y sus dedos se curvan alrededor de mi barbilla y mi garganta, sosteniéndome rápido por un momento.
—Sí, lo sabes. No voy a dejarte ir.
Gimo mientras aumenta su velocidad.
—Eres mía, Paula.
—Sí, tuya —jadeo.
—Yo cuido lo que es mío —sisea y muerde mi oreja.
Grito.
—Así es, nena, quiero oírte. —Envuelve una mano alrededor de mi cintura, mientras su otra mano agarra mi cadera, y se introduce en mí fuertemente, haciéndome gritar otra vez. Y el ritmo de castigo empieza. Su respiración se vuelve más y más áspera, irregular, igualando la mía. Siento la familiar aceleración en mi interior. Jesús, ¡otra vez!
Soy solo sensaciones. Esto es lo que me hace. Toma mi cuerpo y lo posee por completo, de manera que no puedo pensar más que en él. Su magia es poderosa, intoxicante.
Soy una mariposa atrapada en su red, no puedo y no quiero escapar.
Soy suya… totalmente suya.
—Vamos nena —gruñe entre dientes y en el momento justo como el aprendiz de brujo que soy, me dejo llevar, y encontramos nuestro alivio juntos.
* * *
Su frente está presionado contra mi espalda, su nariz en mi cabello.
—Lo que siento por ti me asusta —susurro.
Él vacila.
—A mí también, nena —dice tranquilamente.
—¿Qué si me dejas? —El pensamiento es horrible.
—No lo haría de ninguna forma. Pienso que no podré tener nunca suficiente de ti, Paula.
Me giro y lo miro fijamente. Su expresión es seria, sincera.
Me estiro y lo beso gentilmente. Sonríe y alcanza y mete mi cabello detrás de mi oreja.
—Nunca había sentido lo que sentí cuando me dejaste, Paula. Movería cielo y tierra para evitar sentirme así otra vez. —Suena triste, aturdido incluso.
Lo beso otra vez. Quiero iluminar su estado de ánimo de alguna manera, pero Pedro lo hace por mí.
—¿Vendrás conmigo mañana a la fiesta de verano de mi padre? Es una cuestión de caridad anual. Dije que iría.
Sonrío, sintiéndome repentinamente tímida.
—Por supuesto que iré. —Oh mierda. No tengo nada que ponerme.
—¿Qué?
—Nada.
—Dime —insiste.
—No tengo nada que ponerme.
Pedro se ve momentáneamente incómodo.
—No te enfades, pero aún tengo todas esas prendas para ti en casa. Estoy seguro de que hay un par de vestidos ahí.
Presiono mis labios.
—¿Ah, sí? —murmuro, mi voz sardónica. No quiero pelear con él esta noche.
Necesito una ducha.
* * *
Excepto que… soy yo. Estoy pálida y sucia, y todas mis ropas son demasiado grandes; estoy mirándola, y ella
viste mis ropas, feliz, saludable.
—¿Qué es lo que tienes que yo no? —preguntó.
—¿Quién eres tú?
—No soy nadie… ¿Quién eres tú? ¿Eres también nadie…?
—Ya somos dos entonces. No lo digas: lo contarían, sabes… —Ella sonríe, un lento, gesto malvado que se extiende por su rostro, y es tan escalofriante que empiezo a gritar.
* * *
Estoy desorientada. Estoy en casa… en la oscuridad… en la cama con Pedro. Sacudo mi cabeza, tratando de aclarar mi mente.
—Nena, ¿estás bien? Estabas teniendo un mal sueño.
—Oh.
Enciende la lámpara entonces somos bañados en esa luz tenue. Me mira hacia abajo, su rostro marcado con preocupación.
—La chica —susurro.
—¿Qué es? ¿Qué chica? —pregunta en tono tranquilizador.
—Había una chica fuera de AIPS cuando salí esta tarde. Se veía como yo… pero no realmente.
Pedro vacila, y mientras la luz de la lámpara al lado de la cama nos calienta, veo que su rostro está ceniciento.
—¿Cuándo fue? —susurra, consternado. Se sienta, mirándome hacia abajo.
—Cuando salí esta tarde. ¿Sabes quién es ella?
—Sí. —Pasa su mano a través de su cabello.
—¿Quién?
Su boca presionada en una dura línea, pero no dice nada.
—¿Quién? —presiono.
—Es Lorena.
Trago. ¡La ex–sub! Recuerdo a Pedro hablando acerca de ella antes que fuéramos al planeador.
Repentinamente, está irradiando tensión. Algo pasa.
—¿La chica que puso Toxic en tu iPod?
Me mira con ansiedad.
—Sí —dice—. ¿Dijo algo?
—Dijo: “¿Qué es lo que tienes que yo no?” y cuando le pregunté quién era, me dijo:“nadie”.
Pedro cierra sus ojos como si le doliera. Oh no. ¿Qué ha pasado? ¿Qué significa para él?
Mi cuero cabelludo pica como agujas de adrenalina a través de mi cuerpo. ¿Qué pasa si ella significa mucho para él? ¿Quizás la extraña? Sé tan poco sobre su pasado…um, sus relaciones. Ella debió haber tenido un contrato, y debió haberle dado lo que quería, darle lo que necesitaba con alegría.
Oh no, cuando yo no puedo. El pensamiento me da náuseas.
Saliendo de la cama, Pedro se arrastra en sus jeans y se dirige a la sala. Un vistazo a mi despertador muestra que son las cinco de la mañana. Ruedo fuera de la cama, poniéndome su camisa blanca, y siguiéndolo.
Santa mierda, está al teléfono.
—Sí, fuera de AIPS, ayer… temprano en la tarde —dice calmadamente. Se gira hacia mí mientras me muevo hacia la cocina y me pregunta directamente—: ¿A qué hora exactamente?
—Alrededor de diez para las seis —murmuro. ¿A quién en la tierra está llamando a esta hora? ¿Qué ha hecho Lorena?
Pasa la información a quienquiera que esté en la línea, sin quitar sus ojos de mí, su expresión oscura y seria.
—Averigua como… sí… no lo hubiera dicho, pero entonces no pensé que podría hacer esto. —Cierra los ojos como si le doliera—. No sé cómo se vino abajo… sí, hablaré con ella… sí… lo sé… síguelo y hazme saber. Sólo encuéntrala, Welch; está en problemas. Encuéntrala. —Cuelga.
—¿Quieres algo de té? —pregunto. Té, la respuesta de Reinaldo para todas las crisis y la única cosa que hace bien en la cocina. Lleno la tetera con agua.
—Ahora, me gustaría regresar a la cama. —Su mirada me dice que no es para dormir.
—Bien, necesito algo de té. ¿Quieres unirte a mí con una taza? —Quiero saber qué está pasando. No voy a ser distraída por el sexo.
Pasa su mano a través de su cabello con exasperación.
—Sí, por favor —dice, pero puedo decir que está irritado.
Pongo la tetera en la estufa y me ocupo de las tazas de té y la tetera. Mi nivel de ansiedad se ha disparado a nivel de DEFCON ONE. ¿Va a contarme el problema? ¿O voy a tener que escarbar?
Siento sus ojos en mí. Siento su incertidumbre, y su rabia es palpable. Le echo un vistazo y sus ojos brillan con aprehensión.
—¿Qué es? —pregunto suavemente.
Sacude su cabeza.
—¿No vas a decirme?
Suspira y cierra los ojos.
—No.
—¿Por qué?
—Porque no tiene que ver contigo. No quiero enredarte en esto.
—No tendría que ver conmigo, pero lo tiene. Me encontró y me abordó fuera de mi oficina. ¿Qué sabe acerca de mí? ¿Cómo sabe dónde trabajo? Creo que tengo derecho a saber qué pasa.
Pasa su mano a través de su cabello otra vez, radiando frustración como si librara una batalla interna.
—¿Por favor? —pregunto suavemente.
Su boca se presiona en una dura línea, y rueda sus ojos hacia mí.
—Está bien —dice, resignado—. No tengo idea de cómo te encontró. Quizás nuestra fotografía en Portland, no lo sé. —Suspira otra vez, y siento su frustración dirigirse a sí mismo.
Espero pacientemente, vertiendo agua hirviendo mientras se pasea de aquí para allá. Después de un latido, continúa.
—Cuándo estaba contigo en Georgia, Lorena regresó a mi apartamento sin anunciarse e hizo una escena delante de Marta.
—¿Marta?
—La Sra. Jones.
—¿A qué te refieres con “hacer una escena”?
Me mira, evaluando.
—Dime. Estás ocultando algo. —Mi tono es más forzado de lo que siento.
Me mira, sorprendido.
—Paula, yo… —Se detiene.
—¿Por favor?
Suspira resignado.
—Hizo un intento fortuito de abrirse una vena.
—¡Oh no! —Eso explica el vendaje en su muñeca.
—Marta la llevó al hospital. Pero Lorena se dio de alta a sí misma antes de que pudiera llegar ahí.
Mierda. ¿Qué significa esto? ¿Suicidio? ¿Por qué?
—El psiquiatra que la vio lo llamó un típico grito de ayuda. No creía que realmente fuera una situación de riesgo. A un paso de ideas suicidas, lo llamó. Pero yo no estaba convencido. He estado tratando de hacerle un seguimiento desde entonces para ayudarla.
—¿Le dijo algo a la Sra. Jones?
Me mira. Se ve realmente incómodo.
—No mucho —dice eventualmente, pero sé que no me está diciendo todo.
Me distraigo a mí misma vertiendo el té en las tazas.
Entonces Lorena quiere regresar a la vida de Pedro ¿y elige un atentado suicida para atraer su atención? Whoa… asusta. Pero es efectivo. Pedro deja Georgia para estar a su lado, ¿pero ella desaparece antes de que él llegue ahí? Qué extraño.
—¿No puedes encontrarla? ¿Qué hay de su familia?
—No saben dónde está. Ni siquiera su esposo.
—¿Esposo?
—Sí —dice directamente—. Ha estado casada cerca de dos años.
¿Qué?
—¿Entonces estuvo contigo mientras estaba casada? —Joder. Realmente no tiene límites.
—¡No! Buen Dios, no. Estuvo conmigo hace cerca de tres años. Entonces ella se fue y se casó con este chico poco después.
—Oh. Entonces, ¿por qué está tratando de llamar tu atención ahora?
Sacude su cabeza tristemente.
—No lo sé. Todo lo que hemos conseguido averiguar es que ella huyó de su esposo hace cerca de cuatro meses.
—Vamos a ver si lo entiendo. ¿No ha sido tu sumisa por tres años?
—Cerca de dos años y medio.
—Y ella quería más.
—Sí.
—¿Pero tú no?
—Sabes eso.
—Entonces te dejó.
—Sí.
—Pero, ¿por qué viene a ti ahora?
—No lo sé. —Y su tono de voz me dice que tiene por lo menos una teoría.
—Pero sospechas…
Estrecha los ojos perceptiblemente con ira
—Sospecho que tiene algo que ver contigo.
¿Conmigo? ¿Qué podría querer conmigo? “¿Qué es lo que tienes que yo no?”
Miro a cincuenta, magníficamente desnudo de cintura para arriba. Lo tengo a él; es mío. Eso es lo que tengo, y sin embargo se parece a mí: El mismo cabello oscuro y piel pálida. Frunzo el ceño ante el pensamiento. Sí… ¿Qué tengo que ella no tiene?
—¿Por qué no me lo dijiste ayer? —pregunta suavemente.
—Me olvidé de ella. —Me encojo de hombros en tono de disculpa—. Ya sabes, las bebidas después del trabajo, el final de mi primera semana. Tú viniendo al bar y tu… fiebre de testosterona con Jeronimo, y entonces cuando llegamos aquí. Se deslizó de mi mente. Tienes el hábito de hacerme olvidar las cosas.
—¿Fiebre de testosterona? —Sus labios se curvan.
—Sí. El concurso de meadas.
—Te mostraré una fiebre de testosterona.
—¿No preferirías tomar una taza de té?
—No, Paula, no lo preferiría.
Sus ojos queman hacia mí, abrasándome con su mirada de “Te quiero y te quiero ahora”. Joder… es tan caliente.
—Olvídate de ella. Vamos. —Me ofrece su mano.
Mi Diosa interior hace tres vueltas para atrás sobre el piso de gimnasia mientras tomo su mano.