sábado, 7 de febrero de 2015

CAPITULO 115




Una apremiante necesidad de mi vejiga me despierta. 


Cuando abro los ojos, estoy desorientada. Afuera está oscuro. ¿Donde estoy? ¿Londres? ¿París? Oh, el barco. 


Siento su cabeceo y balanceo, y oigo el zumbido
silencioso de los motores. Estamos en movimiento. Que extraño. Pedro está a mi lado, trabajando en su ordenador portátil, vestido de manera informal con una camisa de lino blanco y pantalón chino, sus pies descalzos. Su cabello todavía está húmedo, y puedo oler, gracias a la ducha, su cuerpo limpio y el olor de Pedro... Hmm.


—Hola —murmura, mirando hacia mi, con sus ojos cálidos.


—Hola —Sonrío, sintiéndome de pronto tímida—. ¿Cuanto tiempo he estado durmiendo?


—Sólo una hora más o menos.


—¿Nos estamos moviendo?


—Supuse que como cenamos fuera anoche y fuimos al ballet y al casino, cenaríamos esta noche en el barco. Una noche tranquila à deux.


Le sonrío —¿A dónde vamos?


—Cannes.


—Está bien —Me estiro, sintiendo la rigidez. Ninguna cantidad de entrenamiento con Claude podría haberme preparado para esta tarde.


Me levanto con cuidado, necesito ir al baño. Agarrando mi bata de seda, me apresuro a ponérmela. ¿Por que soy tan tímida? Siento los ojos de Pedro en mi. Cuando lo miro, vuelve a su ordenador portátil, con el ceño fruncido.


Mientras distraídamente me lavo las manos, recordando la última noche en el casino, mi bata cae abierta. Me miro en el espejo, sorprendida.


¡Joder! ¿Que me ha hecho?



* * *


Miro directamente con horror a las marcas rojas sobre todos mis pechos. ¡Chupones! ¡Tengo chupones! Estoy casada con el hombre de negocios más respetado de Estados Unidos, y me ha dejado unos jodidos chupones. ¿Cómo no sentí cuando me los estuvo haciendo? Me sonrojo.


El hecho es que sé exactamente por qué: el señor orgásmico estaba usando sus habilidades sexuales de motricidad fina en mí.


Mi subconsciente mira por encima de sus gafas de media luna y hace un gesto de desaprobación, mientras mi diosa interna duerme en su silla larga, sin darse cuenta. Me quedo boquiabierta ante mi reflejo. Mis muñecas tienen un verdugón rojo, alrededor de donde estaban las esposas. Sin duda se volverá un moretón. Examino mis tobillos, más verdugones. Maldita sea, parece como si hubiese estado en alguna clase de accidente. Me miro, tratando de asimilar lo que veo. Mi cuerpo es tan diferente estos días. Ha cambiado sutilmente desde que lo conozco… me he puesto más delgada y en forma, y mi cabello está brillante y bien cortado. Mis uñas arregladas, mis pies también, mis cejas definidas y hermosamente formadas. Por primera vez en mi vida, estoy bien arreglada, excepto por esos horribles moretones de amor.


No quiero pensar sobre el acicalamiento en este momento. 


Estoy demasiado enfadada. ¿Cómo se atreve a marcarme de esta manera, como un adolescente? En el corto tiempo en el que hemos estado juntos, nunca me ha dejado chupones. Luzco como el infierno. Sé por qué lo está haciendo. Maldito controlador obsesivo. ¡Cierto! Mi subconsciente pliega sus brazos bajo sus pequeños pechos. Salgo del baño privado y entro al vestidor, cuidadosamente evitando incluso una mirada en su dirección.


Quitándome mi bata, me pongo una sudadera y una camisola. Deshago la trenza, tomo un cepillo del pequeño tocador y empiezo a cepillar mis nudos.


—Paula —dice Pedro y escucho su ansiedad—. ¿Estás bien?


Lo ignoro. ¿Estoy bien? No, no lo estoy. Después de lo que me ha hecho, dudo que pueda usar un traje de baño, por no hablar de uno de mis bikinis ridículamente caros, por el resto de nuestra luna de miel. De pronto la idea se torna exasperante. ¿Cómo se atreve? Le daré su estás bien. 


Hiervo mientras la furia pica a través de mí. ¡También puedo
comportarme como una adolescente! Regresando al cuarto, le lanzo el cepillo, me giro, y me voy, pero no sin antes ver su expresión de sorpresa y su rápida reacción al alzar su brazo para proteger su cabeza de manera que el cepillo rebota en su antebrazo y cae en la cama.


Salgo hecha una furia de nuestra habitación, subo las escaleras y salgo a cubierta, escapando hacia la proa. 


Necesito espacio para calmarme. Está oscuro y el viento es cálido. La cálida brisa transporta el aroma del mediterráneo y la esencia de jazmines y buganvillas de la costa. La Fair Lady se desliza sin esfuerzo sobre el calmado océano cobalto, mirando a la lejana costa donde pequeñas luces guiñan y centellan. Tomo una profunda y tranquilizante respiración, y empiezo a calmarme. Me doy cuenta que está detrás de mi antes de escucharlo.


—Estás enfadada conmigo —susurra.


—¡No me jodas, Sherlock!


—¿Cómo de enfadada?


—En una escala de uno a diez, creo que cincuenta. Apropiado, ¿no?


—Así de enfadada. —Suena sorprendido e impresionado al mismo tiempo.


—Sí, cercana al enfado violento —digo a través de mis apretados dientes.


Se queda en silencio mientras me giro, con el ceño fruncido hacia él, observándome con ojos cautelosos y abiertos. Sé por su expresión y por el hecho de que no ha hecho movimiento alguno para tocarme, que está fuera de su terreno.


Pedro, tienes que dejas de pisarme los talones. Dejaste claro tu punto en la playa. De manera muy eficaz, tal y como recuerdo.


Se encoge de hombros minuciosamente.


—Bueno, no te quitarás de nuevo tu parte de arriba —murmura petulante.


¿Y esto justifica lo que me ha hecho? Lo miro ferozmente.


—No me gusta que dejes marcas en mí. Bueno, no todas estas, de cualquier forma. Es un gran limite —le siseo.


—No me gusta que te desnudes en público. Eso es un gran límite para mí —gruñe.


—Pensé que habíamos determinado eso —siseo entre dientes—. ¡Mírame! —Me bajo mi camisola para revelar la parte superior de mis pechos.


Pedro me mira fijamente, sus ojos no abandonan mi rostro, su expresión cautelosa e incierta. No está acostumbrado a verme así de enfadada. ¿No puede ver lo que me ha hecho? ¿No puede ver cuán ridículo es? Quiero gritarle, pero me abstengo, no quiero empujarlo demasiado lejos. Sólo Dios sabe lo que haría. Finalmente suspira y pone sus manos hacia arriba en una expresión resignada y conciliadora.


—De acuerdo —dice, su voz apaciguada—, lo entiendo.


¡Aleluya!


—Bien.


Desliza su mano a lo largo de mi cabello.


—Lo siento. Por favor no te enfades conmigo. —Finalmente, parece arrepentido, usando mis propias palabras en mi contra.


—A veces eres como un adolescente —le regaño tercamente, pero el enfado se ha ido de mi voz, y lo sabe. 


Se acerca y tentativamente levanta su mano para poner un mecho detrás de mi oreja.


—Lo sé —reconoce suavemente—, tengo mucho que aprender.


Las palabras del Dr. Flynn regresan a mi… Emocionalmente, Pedro es un adolescente, Paula. Él anuló totalmente esa fase en su vida. Ha concentrado todas sus energías en triunfar en el mundo de los negocios, y tiene todo más allá de lo esperado. Su mundo emocional tiene que ponerse al día.


Mi corazón se deshiela un poco.


—Ambos tenemos que hacerlo —suspiro y cautelosamente levanto mi mano, poniéndola sobre su corazón. No se encoge como lo hacía antes, pero se pone rígido. Pone su mano sobre la mía y muestra su tímida sonrisa.


—Acabo de aprender que tiene un buen brazo y buena puntería, Sra. Alfonso. Nunca lo habría imaginado, pero entonces constantemente la subestimo.
Siempre me sorprende.


Alzo una ceja hacia él.


—Práctica de tiro con Reinaldo. Puedo dar un disparo derecho, Sr.Alfonso, y haría bien en recordar eso.


—Me esforzaré por hacerlo, Sra. Alfonso, o me aseguraré que todos los objetos proyectiles potenciales estén clavados y que no tenga acceso a un arma. —Sonríe.


Le devuelvo la sonrisa, entrecerrando mis ojos.


—Soy inventiva.


—Eso eres —susurra, suelta mi mano y envuelve sus brazos a mi alrededor. Acercándome para darme un abrazo, clava su nariz en mi cabello. Envuelvo mis brazos a su alrededor, sosteniéndolo cerca, y siento la tensión dejar su cuerpo mientras me olisquea.


—¿Estoy perdonado?


—¿Lo estoy yo?


Siento su sonrisa.


—Sí —responde.


—Ídem.


Nos quedamos ahí sosteniéndonos el uno al otro. Mi resentimiento olvidado. Huele bien, adolescente o no. ¿Cómo puedo resistirme a él?


—¿Hambrienta? —dice después de un momento. Tengo mis ojos cerrados y mi cabeza contra su pecho.


—Sí. Famélica. Toda la… eh… actividad me ha producido apetito. Pero no estoy vestida para cenar. —Estoy segura que mi sudadera y mi camisola serían mal vistos en un comedor.


—Te ves bien para mi, Paula. Además, es nuestro barco durante toda la semana. Podemos vestirnos como queramos. Piensa en cómo vestir el martes en el Côte d'Azur. De cualquier forma, creo que comeremos en la cubierta.


—Sí, eso me gustaría.


Me besa, un merecido beso de perdóname, y luego nos paseamos de la mano hacia la proa, donde nuestra sopa de gazpacho nos espera.


El camarero nos sirve el crème brulée y se retira discretamente.


—¿Por qué siempre trenzas mi cabello? —le pregunto a Pedro por curiosidad. Estamos sentados el uno frente al otro, mi pierna enroscada en torno a la suya. Se detiene cuando está a punto de levantar su cuchara para postres y frunce el ceño.


—No quiero que tu cabello se enrede con nada —dice tranquilamente, por un instante está perdido en su pensamiento—. Costumbre, creo — reflexiona. De pronto frunce el ceño y sus ojos se abren, sus pupilas se dilatan alarmadas.


¡Mierda! ¿Qué ha recordado? Es algo doloroso, algún recuerdo de su infancia, supongo. No quiero recordarle eso. Inclinándome, pongo mi dedo índice sobre sus labios.


—No importa. No necesito saberlo. Sólo tenía curiosidad. —Le dirijo una cálida y tranquilizadora sonrisa. Su mirada es cautelosa, pero después de un instante visiblemente se relaja, su alivio es evidente. Me inclino para besar la esquina de su labio.


—Te amo —murmuro, y profesa esa tímida sonrisa de corazón adolorido, y me derrito—. Siempre te amaré, Pedro.


—Y yo a ti —dice suavemente.


—¿A pesar de mi desobediencia? —Alzo una ceja.


—Debido a tu desobediencia, Paula. —Sonríe.


Introduzco mi cuchara a través de la capa de azúcar quemada y sacudo mi cabeza. ¿Alguna vez entenderé a este hombre? Mmm… este crème brulée está delicioso.


Una vez que el camarero se ha llevado los platos, Pedro toma la botella de rosé y llena de nuevo mi vaso. Me aseguro de que estemos solos y pregunto:
—¿Qué pasa con la cosa de no ir al baño?


—¿En serio quieres saberlo? —Medio sonríe, sus ojos encendidos con un brillo obsceno.


—¿Lo hago? —Lo miro a través de mis pestañas mientras tomo un sorbo del vino.


—Cuanto más llena su vejiga, más intenso será tu orgasmo, Paula.


Me ruborizo.


—Oh. Ya veo. —Santa mierda, eso explica un montón.


Sonríe, luciendo sabelotodo. ¿Estaré siempre detrás del señor experto en sexo?


—Sí, bueno… —Desesperadamente divagando para cambiar de tema. Se compadece de mí.


—¿Qué quieres hacer el resto de la noche? —gira su cabeza y me dirige su sonrisa ladeada.


Lo que sea que tú quieras, Pedro. ¿Poner a prueba de nuevo tu teoría?


Me encojo de hombros.


—Sé lo que quiero hacer —murmura. Alzando su vaso de vino, levanta su mano y me la ofrece—. Ven.


Tomo su mano y me lleva al salón principal.


Su iPod está en la base de los altavoces en el vestidor. Lo enciende y escoge una canción.


—Baila conmigo. —Me toma en sus brazos.


—Si insistes.


—Insisto, Sra. Alfonso.


Una seductora y cursi melodía empieza. ¿Es un ritmo latino? Pedro me sonríe y empieza a moverse, arrastrando mis pies y llevándome con él alrededor del salón.


Un hombre con una voz como caramelo derretido caliente canta. Es una canción que conozco pero no puedo reconocer. Pedro me baja, y grito en sorpresa y luego doy una risita. Sonríe, sus ojos llenos de humor. Luego me levanta y me da una vuelta bajo su brazo.


—Bailas muy bien —digo—, es como si yo pudiera bailar.


Me da una sonrisa de esfinge pero no dice nada, y me pregunto si es porque está pensando en ella… la Sra. Robinson, la mujer que le enseñó cómo bailar, y cómo follar. 


Ella no ha cruzado mi mente por un tiempo.


Pedro no la ha mencionado desde su cumpleaños, y hasta donde sé, su relación de negocios se terminó. Pero, de mala gana, tengo que admitir…que fue una buena maestra.


Me baja de nuevo y planta un suave beso en mis labios.


—Extrañaría tu amor —murmuro, repitiendo la letra de la canción.


—Yo extrañaría más que tu amor —dice y me da de nuevo una vuelta.


Luego canturrea palabras suavemente en mi oído haciéndome desvanecer.


La canción termina y Pedro baja su mira hasta mí, sus ojos oscuros y luminosos, todo el humor se ha ido, y de pronto estoy sin aliento.


—¿Vendrías a la cama conmigo? —susurra y su sincera suplica aprieta mi corazón.


Pedro, me escuchaste decir Acepto hace dos semanas y media. Pero sé que ésta es su manera de disculparse y de asegurarse de que todo está bien entre nosotros después de nuestra discusión.




CAPITULO 114




De repente estoy muy despierta, mi erótico sueño olvidado.


—Estaba acostada boca abajo. Debí haberme girado dormida. — Susurro débilmente en mi defensa. Sus ojos ardiendo con furia.


Baja la mano, y levanta la parte superior de mi bikini de su
tumbona y la lanza hacia mí.


—¡Ponte esto! —sisea.


—Pedro, nadie esta mirando.


—Créeme. Están mirando. ¡Estoy seguro que Taylor y el personal de seguridad están disfrutando el show! —gruñe.


¡Mierda! ¿Por qué sigo olvidándome de ellos? Aprieto mis pechos en pánico, ocultándolos. Desde la desaparición y sabotaje de Charlie Tango, estamos constantemente bajo la sombra de los benditos hombres de seguridad.


—Sí —gruñe Pedro—. Y algunos sórdidos malditos paparazzi también podrían conseguir una foto. ¿Quieres estar en todas las portadas de la revista Star? ¿Desnuda esta vez?


¡Mierda! ¡Los paparazzi! ¡Maldición! Mientras lucho por colocarme la parte superior, todos los tonos, de color desaparecen de mi cara. Me estremezco.


El desagradable recuerdo de haber sido acosada fuera de AIPS después de nuestro compromiso fue filtrado y no bienvenido en mi mente, todo parte del paquete de Pedro Alfonso.


—¡L’ addition! —Gruñe Pedro justo cuando va pasando el camarero—.Nos vamos —me dice.


—¿Ahora?


—Sí. Ahora.


Oh mierda, no está para discutir.


Se coloca sus pantalones cortos, aún cuando están mojados, luego su camiseta gris. El camarero está de regreso en un momento con su tarjeta de crédito y la cuenta.


De mala gana, me pongo mi vestido playero color turquesa y mis sandalias bajas. Una vez que el camarero se ha ido, Pedro levanta su libro y BlackBerry y oculta su furia detrás del reflejo de sus gafas de aviador. Él está encrespado con tensión y furia. Mi corazón se hunde. Cada mujer en la playa está en topless, no es un gran crimen. De hecho parezco extraña con mi parte superior puesta. 


Suspiro interiormente, mi estado de ánimo se hunde. Pensé que Pedro vería el lado gracioso… más o menos… quizás si me hubiera quedado boca abajo, pero su sentido del humor se ha evaporado.


—Por favor no estés molesto conmigo —susurro, tomando su libro y BlacBerry de él y colocándolo en mi bolso.


—Muy tarde para eso —dice tranquilamente, muy calmado—. Ven — Tomando mi mano, él da una señal a Taylor y sus dos secuaces de seguridad franceses, Philippe y Gaston. Extrañamente son gemelos idénticos. Ellos han estado pacientemente vigilándonos y a cualquiera en la playa desde la terraza. ¿Por qué continúo olvidándome de ellos? ¿Cómo?


Taylor tiene cara de piedra detrás de sus oscuras gafas.


 Mierda, también está molesto conmigo. Todavía no estoy acostumbrada a verlo vestido tan casualmente es pantalones cortos y una camiseta polo negra.


Pedro me guía hacia el hotel, a través del vestíbulo, fuera de la calle. Él continua en silencio, pensativo y con mal temperamento, y todo es mi culpa. Taylor y su equipo nos siguen.


—¿A dónde vamos? —pregunto tentativamente, mirando hacia él.


—De regreso al barco —No me mira. No tengo ni idea de qué hora es. Creo que deben ser cerca de las cinco o seis de la tarde. Cuando llegamos al puerto, Pedro me guía hacia el muelle donde la lancha de motor y el Jet Ski, perteneciente al Fair Lady, están amarrados. 


Mientras Pedro desata la Jet Ski. Extiendo mi mochila a Taylor. Lo miro nerviosamente, pero como Pedro, su expresión no me dice nada. Me sonrojo, pensando sobre lo que vio en la playa.


—Aquí tiene, Sra. Alfonso. —Taylor me pasa un chaleco salvavidas de la lancha, y obedientemente me lo coloco. 


¿Por qué soy la única que tiene que llevar chaleco salvavidas? Pedro y Taylor intercambian una mirada.


Joder. ¿Esta molesto con Taylor también? Después Pedro revisa las correas de mi chaqueta salvavidas, apretando la del centro fuertemente.


—Lista —murmura malhumorado, todavía sin mirarme. 


Mierda.


Sube con facilidad a la Jet Ski y extiende su mano hacia mí para que me una a él. Agarrándolo con fuerza, paso mi pierna sobre el asiento detrás de él sin caerme en el agua mientras Taylor y los gemelos se suben a la lancha. 


Pedro saca la Jet Ski lejos del muelle, y flota suavemente.


—Sostente —ordena, y coloco mis brazos alrededor de él. 


Esta es mi parte favorita de viajar en la Jet Ski. Lo abrazo cerca, mi nariz acariciando contra su espalda, maravillada de que hubo un tiempo donde no toleraba que yo lo tocara de esta manera. Huele bien… a Pedro y a mar. ¿Me perdonas, Pedro, por favor?


Se pone rígido. —Mantente firme —dice, su tono más suave. Beso su espalda y descanso mi mejilla contra él, mirando atrás a través del muelle donde unos turistas se han reunido a mirar el show.


Pedro gira la llave y el motor ruge con vida. Con un giro del acelerador, la Jet Ski arranca y acelera a través del agua fría y oscura, a través del puerto y hacia el Fair Lady. Lo agarro más fuerte. Amo esto, es tan excitante. Cada músculo en Pedro es evidente mientras se inclina y me aferro a él.


Taylor se detiene al lado con la lancha. Pedro mira hacia él y luego acelera otra vez, y salimos disparados, azotando la parte superior del agua como un experto cuando arroja una piedra. Taylor sacude su cabeza en una resignada exasperación y se dirige directamente al yate, mientras Pedro pasa el Fair Lady y se dirige hacia el mar abierto.


El rocío del mar nos esta salpicando, el cálido viento azota mi cara y mi cola de caballo vuela locamente alrededor de mí. Esto es tan divertido.


Quizás la emoción del paseo disipara el mal humor de Pedro. No puedo ver su cara, pero sé que lo esta disfrutando, despreocupado, actuando de su edad para variar.


Conduce en un gran semicírculo y estudio la costa, los botes del puerto, el mosaico de amarillo, blanco, las oficinas y apartamentos color arena, y las rocosas montañas detrás. Luce tan desorganizado, no en bloques reglamentados a los que estoy acostumbrada, pero tan pintoresco.


Pedro mira sobre su hombro hacia mí, y ahí esta el fantasma de una sonrisa jugando en sus labios.


—¿Otra vez? —grita sobre el ruido del motor.


Asiento entusiasmadamente. Su sonrisa en respuesta es deslumbrante, y gira el acelerador y aumenta la velocidad alrededor del Fair Lady y hacia el mar una vez más… y creo que estoy perdonada.


—Has cogido el sol —dice Pedro suavemente mientras deshace mi chaleco salvavidas. Ansiosamente trato de evaluar su humor. Estamos en la cubierta aborde del yate, y uno de los camareros esta de pie cerca tranquilamente. Esperando por mi chaleco salvavidas. Pedro se lo entrega.


—¿Eso es todo, señor? —pregunta el hombre joven. Me encanta su acento francés. Mira hacia mí, se quita sus lentes de sol, y los desliza en el cuello de su camiseta, dejándolos que cuelguen.


—¿Te gustaría una bebida? —pregunta.


—¿Necesito una?


Ladea su cabeza a un lado. —¿Por qué dices eso? —su voz es suave.


—Sabes porque.


Frunce el ceño como si estuviera midiendo algo en su mente.


Oh, ¿qué está pensando?


—Dos ginebras, por favor. Y algunas nueces y aceitunas —dice al camarero, que asiente y rápidamente desaparece.


—¿Crees que voy a castigarte? —la voz de Pedro es suave.


—¿Quieres hacerlo?


—Sí.


—¿Cómo?


—Pensaré en algo. Quizás cuando tengas tu bebida —Y es una sensual invitación. Trago, y mi diosa interior entrecierra los ojos desde su tumbona donde ella esta tratando de atrapar los rayos con un reflector plateado desplegándose en su cuello.


Pedro frunce el ceño una vez más.


—¿Quieres ser castigada? —murmura, sonrojándome.
¿Cómo lo sabe? —Depende.


—¿De que? —Oculta su sonrisa.


—De si quieres lastimarme o no —Su boca se presiona en una línea dura, olvidando su humor. Se inclina y besa mi frente.


—Paula, eres mi esposa, no mi sumisa. Jamás quiero lastimarte.
Deberías de saber eso ahora. Sólo… sólo no te quites la ropa en público.
No te quiero desnuda en todos los periódicos. No quieres eso, y estoy seguro que tu madre y Reinaldo tampoco lo quieren.


¡Oh! Reinaldo. Mierda, él tiene problemas del corazón.


 ¿Qué estaba pensando?


Mentalmente me castigo. El mesonero aparece con nuestras bebidas y bocadillos y los coloca en la mesa de teca.


—Siéntate —ordena Pedro, lo hago mientras él lo dice y me acomodo en la silla. Pedro toma asiento mi lado y me pasa la ginebra.


—Salud, Sra. Alfonso.


—Salud, Sr.Alfonso. —Tomo un bienvenido trago. Quita mi sed, frío y delicioso. Cuando miro hacia él, me esta mirando cuidadosamente, su humor ilegible. Es muy frustrante… no se si todavía esta molesto conmigo.


Despliego mi patentada técnica de distracción.


—¿Quién es dueño de este bote? —pregunto.


—Un caballero británico. Sir Alguien o algo así. Su bisabuelo comenzó una tienda de comestibles. Su hija está casada con uno de los príncipes herederos de la corona de Europa.


Oh. —¿Súper ricos?


La mirada de Pedro de repente cuidadosa. —Sí.


—Como tu —murmuro.


—Sí.


Oh.


—Y como tú —susurra Pedro y coloca una aceituna en su boca.


Parpadeo rápidamente… una visión de él en su esmoquin y chaleco plateado viene a la memoria… sus ojos quemando con sinceridad mientras mira hacia mí durante la ceremonia de nuestra boda.


—Todo lo que es mío, ahora es tuyo —dice él, su voz recita claramente sus votos de memoria.


¿Todo mío? Vaca sagrada. —Es extraño. Ir de nada a… —muevo mi mano para indicar la opulencia que nos rodea—… a todo.


—Te acostumbraras.


—No creo que jamás me vaya a acostumbrar.


Taylor aparece en la cubierta. —Señor, tiene una llamada —Pedro frunce el ceño pero toma el BlacBerry ofrecido.


—Alfonso —chasquea y se levanta de su asiento para situarse en la proa del yate.


Miro hacia el océano, desconectándome de su conversación con Rosario, creo, su numero dos. Soy rica… apestosamente rica. No he hecho nada para ganarme este dinero… sólo casarme con un hombre rico. Me estremezco mientras mi memoria regresa a nuestra conversación sobre el acuerdo prenupcial. Fue el domingo después de su cumpleaños, y estábamos sentados en la mesa de la cocina disfrutando un relajado desayuno… todos nosotros. Gustavo, Lourdes, Gabriela, y yo estábamos debatiendo los méritos de la tocineta versus la salchicha, mientras Manuel y Pedro leían el periódico del domingo…



* * *


—Mira esto —chilla Malena mientras coloca su portátil en la mesa de la cocina en frente de nosotros—. Hay un artículo de chismes en el sitio web del Seattle Nooz sobre tu compromiso, Pedro.


—¿Tan pronto? —dice Gabriela sorprendida. Luego su boca se presiona como si algo obviamente desagradable cruzara por su mente. Pedro frunce el ceño.


Malena lee la columna en voz alta. “Nos han llegado comentarios aquí a The Nooz que el soltero más elegible de Seattle, el Pedro Alfonso, finalmente ha sido atrapado y suenan campanas de boda. ¿Pero quien es la afortunada, muy afortunada señorita? The Nooz está a la cacería. Pero apostamos a que tendrá un cojonudo acuerdo prenupcial.”


Malena suelta una risita luego se detiene abruptamente mientras Pedro la mira. El silencio desciende, y la atmosfera en la cocina Alfonso se hunde bajo cero.


¡Oh no! ¿Un acuerdo prenupcial? El pensamiento nunca ha cruzado mi mente. Trago, sintiendo toda la sangre drenar de mi cara. ¡Por favor tierra, trágame ahora! Pedro se mueve incómodamente en su silla mientras miro aprehensivamente hacia él.


—No —pronuncia hacia mí.


Pedro—dice Manuel gentilmente.


—No voy a discutir esto otra vez —chasquea hacia Manuel quien me mira nerviosamente y abre su boca para decir algo.


—¡No habrá acuerdo prenupcial! —Pedro casi le grita y pensativamente vuelve a la lectura de su periódico, ignorando a todos los demás en la mesa. Ellos miran alternamente de mí a él… luego a cualquier lugar excepto a nosotros.


Pedro —murmuro—. Firmaré cualquier cosa que tú y el Sr. Alfonso quieran. —Por dios, no sería la primera vez que él me haga firmar algo.


Pedro levanta su mirada hacia mí.


—¡No! —gruñe. Palidezco una vez más.


—Es para protegerte.


Pedro,Paula… creo que deberían discutir esto en privado. —Nos reprende Gabriela. Mirando a Manuel y Malena. Oh cielos, parece que ellos también están en problemas.


—Paula, esto no es sobre ti —murmura Manuel tranquilizadoramente—. Y por favor llámame Manuel.


Pedro estrecha fríamente sus ojos hacia su padre y mi corazón se hunde. Demonios… está realmente molesto.


Todos estallan en una animada conversación, y Malena y Lourdes saltan para limpiar la mesa.


—Definitivamente prefiero la salchicha —exclama Gustavo.


Miro abajo a mis nudillos. Mierda. Espero que el Sr. y la Sra. Alfonso no piensen que soy algún tipo de caza fortunas. 


Pedro se acerca y agarra mis manos gentilmente en una de las suyas.


—Detente.


¿Cómo sabe él lo que estoy pensando?


—Ignora a mi padre —dice Pedro de forma que sólo yo puedo escucharlo—. Él está realmente molesto con Eleonora. Esas cosas estaban todas dirigidas a mí. Desearía que mi madre hubiese mantenido la boca cerrada.


Sé que Pedro todavía esta resentido de su “conversación” con Manuel acerca de Eleonora anoche.


—Él tiene su punto Pedro. Eres muy rico, y yo no estoy trayendo nada a nuestro matrimonio más que mis préstamos de estudiante.


Pedro me mira, con sus ojos desolados.


—Paula, si me dejaras, también podrías llevartelo todo. Me dejaste una vez. Sé como se siente.


¡Maldición! —Eso fue diferente —susurro, tocada por su emoción—. Pero… quizás quieras dejarme tú. —El pensamiento me pone enferma.


Él resopla y sacude su cabeza con simulado disgusto.


Pedro, quizás yo haga algo excepcionalmente estúpido y tú… —miro abajo a mis nudillos, el dolor pica a través de mí, y no soy capaz de terminar la frase. Perder a Pedro… joder.


—Detente. Detente ahora. Este asunto está cerrado, Paula. No lo discutiremos otra vez. No habrá acuerdo prenupcial. Ni ahora, ni nunca — Me da una mirada de “déjalo ya”, que me silencia. Luego se gira hacia Gabriela—. Mamá —dice él—, ¿podemos hacer la boda aquí?



* * *


Y él no lo mencionó de nuevo. De hecho en cada oportunidad trata de asegurarme que su riqueza… también, es mía. Tiemblo mientras recuerdo el loco festival de compras que Pedro pidió que fuera con Caroline Acton, la asistente personal de compras de Niemans, para prepararme para la luna de miel. Nada más mi bikini costo quinientos cuarenta dólares. Quiero decir, es lindo, pero en serio, eso es una ridícula cantidad de dinero para cuatro trozos rectangulares de material.


—Tendrás que acostumbrarte —interrumpe Pedro mi ensueño mientras retoma su lugar en la mesa.


—¿Acostumbrarme?


—Al dinero —dice, poniendo los ojos en blanco.


Oh, Cincuenta, quizás con el tiempo. Empujo el plato de almendras saladas y castañas hacia él.


—Sus nueces, señor —digo con una cara tan seria como puedo manejar, tratando de traer algo de humor a nuestra conversación después de mis oscuros pensamientos y mi paso en falso con la parte superior de mi bikini.


Él sonríe. —Estoy loco por ti —Toma una almendra, sus ojos brillando con humor malvado mientras disfruta mi pequeño chiste. Se lame los labios—. Bebe. Vamos a la cama.


¿Qué?


—Bebe —dice, sus ojos oscureciéndose. Oh Dios, la mirada que me da podría ser la responsable del calentamiento global. Levanto mi ginebra y vacío el vaso, sin quitar mis ojos de él. Su boca se abre, y veo la punta de su lengua entre sus dientes. Él sonríe lascivamente hacia mí. En un fluido movimiento, se pone de pie y se inclina sobre mí, descansando sus manos en los brazos de mi silla.


—Te voy a dar una lección. Ven. No orines. —Susurra en mi oído.


Me deja sin respiración. ¿No orines? Que grosero. Mi subconsciente levanta la vista de su libro Las obras completas de Charles Dickens, vol.1 con alarma.


—No es lo que piensas —Pedro sonríe, extendiendo sus manos hacia mi—. Confía en mi —Se ve tan sexy y genial. ¿Como puedo resistir?


—Está bien —pongo mis manos en las suyas, porque, sinceramente, le confiaría mi vida. ¿Que tiene planeado? Mi corazón empieza a palpitar por la anticipación.


Me lleva a través de la cubierta y por las puertas hacia un lujoso salón, bellamente decorado, a lo largo de un pasillo estrecho, a través del comedor y bajando las escaleras hacia la cabina principal.


La cabina ha sido limpiada desde esta mañana y la cama está hecha. Es una habitación preciosa. Con dos portillas a los lados, estribor y los puertos delanteros, está elegantemente decorado con muebles de nogal oscuro con paredes de color crema y muebles en oro y rojo.


Pedro libera mi mano, se quita la camiseta sobre su cabeza y la arroja sobre una silla. El sale de sus sandalias y se quita los pantalones y los calzoncillos en un movimiento elegante. Oh. ¿Me cansaré alguna vez de verlo desnudo? Él es absolutamente magnifico y todo mío. Su piel brilla, ha estado tomado sol, también, y su pelo está mas largo, dejándose caer sobre su frente. Soy una chica muy, muy afortunada.


Agarra mi barbilla, tirando un poco para que deje de morder mi labio, y extiende su pulgar por mi labio inferior.


—Eso está mejor. —Él se da la vuelta y avanza hacia el impresionante armario que contiene su ropa. Saca dos pares de esposas de metal y una máscara de ojos del cajón de abajo.


Esposas. Nunca hemos usado esposas. Echo un rápido y nervioso vistazo a la cama. ¿Donde demonios las va a poner? Se vuelve y me mira fijamente, sus ojos oscuros y luminosos.


—Esto puede ser bastante doloroso. Puede hacerte daño en la piel si tiras demasiado fuerte —él sostiene un par—. Pero realmente quiero usarlas en ti ahora.


Mierda. Mi boca se seca.


—Aquí —él me acerca con gracia y me entrega un par—. ¿Quieres intentarlo tu primero?


El frío metal, se siente sólido. Vagamente, espero que nunca tenga que usar un par de ellas de verdad.


Pedro me mira con atención.


—¿Donde están las llaves? —Mi voz es temblorosa. 


Extiende la palma de su mano, dejando al descubierto una pequeña llave metálica—. Está es para los dos pares. De hecho, para todos los pares.


¿Cuántas tiene? No recuerdo haber visto ninguna.


Me acaricia la mejilla con su dedo índice, arrastrándolo abajo hacia mi boca. Se inclina como si fuera a besarme.


—¿Quieres jugar? —dice, en voz baja, y todo en mi cuerpo se dirige al sur desplegando el deseo en lo mas profundo de mi vientre.


—Sí —respiro.


El sonríe. —Bien —planta un rápido beso en mi frente—. Vamos a necesitar una palabra de seguridad.


¿Qué?


—Decir Para no será suficiente, ya que probablemente vas a decir eso, pero no querrás decirlo realmente. —Dirige su nariz hacia abajo por la mía, el único contacto entre nosotros.


Mi corazón empieza a golpear. Mierda... ¿Como puede hacer eso con sólo palabras?


—Esto no va a doler. Va a ser intenso. Muy intenso, porque no te voy a dejar moverte, ¿entendido?


Oh. Eso suena tan caliente. Mi respiración va demasiado alta. Joder, estoy jadeando ya. Mi diosa interior tiene sus lentejuelas puestas y está empezando a bailar la rumba. 


Gracias a Dios estoy casada con este hombre, de lo contrario esto sería embarazoso.


Mis ojos van hacia abajo a su excitación.


—Está bien —mi voz es apenas audible.


—Elige una palabra,Paula.


Oh...


—Una palabra de seguridad —dice en voz baja.


—Helado —digo, jadeando.


—¿Helado? —dice, divertido


—Sí.


Sonríe cuando se inclina hacia atrás para mirarme. —Interesante elección.Levanta tus brazos.


Lo hago, y Pedro agarra mi vestido de verano, sacándolo por encima de mi cabeza y lanzándolo al suelo. El extiende su mano, y le doy de nuevo las esposas. Coloca ambas en la mesita de noche junto con la venda para los ojos y tira de la colcha de la cama, dejándola caer al suelo.


—Date la vuelta.


Me giro, y él suelta la mi parte superior del bikini, dejándola caer al suelo.


—Mañana, yo te ataré esto —murmura y tira de la coleta en mi pelo, liberándolo. Lo agarra con una mano y tira suavemente de modo que doy un paso atrás contra él. 


Contra su pecho. Contra su erección. Jadeo mientras pone mi cabeza hacia un lado y me besa en el cuello.


—Has sido muy desobediente —murmura en mi oído, enviando deliciosos escalofríos a través de mi.


—Sí —le susurro.


—Humm. ¿Que vamos a hacer el respecto?


—Aprender a vivir con ello —suspiro. Sus suaves lánguidos besos me están volviendo salvaje. Sonríe contra mi cuello.


—Ah, Sra. Alfonso. Usted siempre siendo optimista.


Él se endereza. Toma mi cabello, con cuidado, dividiéndolo en tres montones, trenzándolos poco a poco, y luego atándolo al final. El tira de mi trenza y se inclina suavemente en mi oído. —Voy a darle una lección — murmura.


Moviéndose de repente, me agarra por la cintura, sentándose en la cama y poniéndome sobre su rodilla de modo que siento su erección contra mi vientre. Me golpea el trasero una vez, duro. Yo grito, y entonces estoy de espaldas en la cama, y él me está mirando, con sus ojos grises. Voy a arder.


—¿Sabes lo hermosa que eres? —El arrastra las yemas de sus dedos por encima de mi muslo de modo que siento un cosquilleo... en todas partes.


Sin apartar sus ojos de mi, se levanta de la cama y agarra dos pares de esposas. Agarra mi pierna izquierda y ajusta un brazalete alrededor de mi tobillo.


¡Oh!


Levanta mi pierna derecha, repitiendo el proceso, así que tengo un par de esposas unidas a cada tobillo. Todavía no tengo ni idea de donde las va a enganchar.


—Siéntate —ordena y obedezco de inmediato—. Ahora abraza tus rodillas.


Pestañeo hacia él y luego pongo mis piernas en alto, frente de mí y envuelvo mis brazos alrededor de ellas. Él se agacha, levanta mi barbilla y planta un suave y húmedo beso en mis labios antes de poner la venda en mis ojos. No puedo ver nada, todo lo que puedo oír es mi respiración rápida y el sonido del agua chapoteando contra los costados de la embarcación mientras se mece suavemente en el mar.


Oh dios. Estoy tan excitada... ya.


—¿Cuál es la palabra de seguridad, Paula?


—Helado.


—Bien —Tomando mi mano izquierda, pone una esposa en mi muñeca y luego, repite el proceso con la derecha. Mi mano izquierda está atada a mi tobillo izquierdo, mi mano derecha a mi pierna derecha. No puedo estirar mis piernas. 


Joder.


—Ahora —Pedro respira—, voy a follarte hasta que grites.


¿Qué? Y todo el aire sale de mi cuerpo.


El agarra mis dos talones y me tira hacia atrás de modo que caigo sobre la cama. No tengo más remedio que mantener las piernas flexionadas. Las esposas me aprietan y tiran. Él tenia razón... me aprietan casi al punto del dolor... Esto se siente raro, siendo atada y desvalida en un barco. Él separa mis tobillos y gimo.


Besa la cara interna de mi muslo, y quiero retorcerme, pero no puedo. No tengo ninguna opción de mover mis caderas. 


Mis pies están suspendidos.


No me puedo mover. Mierda.


—Vas a tener que absorber todo el placer, Paula. No te muevas — murmura mientras trepa por mi cuerpo, besándome en el borde de mi bikini. El desata los hilos de cada lado y los restos del material caen. Estoy desnuda y a su merced. El besa mi vientre, mordiendo mi ombligo con los dientes.


—Ah —suspiro. Esto va a ser difícil... no tenía ni idea. Traza suaves besos y pequeños mordiscos hasta mis pechos.


—Shhh... —Me tranquiliza—. Eres tan hermosa, Paula.


Gimo, frustrada. Normalmente yo estaría moviendo mis caderas, en respuesta a su contacto, pero no me puedo moverme. Gimo, tirando de mis esposas. El metal muerde mi piel.


—¡Auh! —Lloro. Pero realmente no me importa.


—Me vuelves loco —susurra—. Así que te voy a volver loca —Está descansando encima de mi, su peso sobre sus codos y vuelve su atención hacia mis pechos. Muerde, chupa, pellizca mis pezones entre sus dedos y pulgares, volviéndome loca. No se detiene. Es enloquecedor.


Oh. Por favor. Su erección empuja contra mí.


Pedro —le ruego y siento su sonrisa triunfante contra mi piel.


—¿Debería hacer que te corrieses de este modo? —murmura contra mi pezón, haciendo que se endurezca un poco más—. Sabes que puedo —él me chupa duro y grito, el placer golpea desde mi pecho directamente hacia mi ingle. Intento empujar las esposas, inundada por la sensación.


—Sí —gimo.


—Oh, nena, eso sería tan fácil.


—Oh... por favor.


—Shh... —Sus dientes raspan mi barbilla mientras arrastra sus labios a mi boca, y grito. Me besa. Su especializada lengua invade mi boca, saboreando, explorando, dominando, pero mi lengua se encuentra con la suya en desafío, retorciéndose contra la suya. Él sabe a ginebra fría y a Pedro Alfonso, y huele a mar. Agarra mi barbilla, sosteniendo mi cabeza en su lugar.


—Espera, nena. Quiero que esperes —susurra contra mi boca.


—Quiero verte.


—Oh no, Paula. Sentirás más de esta forma —Y dolorosamente lento flexiona las caderas y se empuja parcialmente dentro de mí. Normalmente inclinaría mi pelvis a su encuentro, pero no me puedo mover. Él se retira.


—¡Ah! ¡Pedro, por favor!


—¿Otra vez? —bromea, su voz ronca.


—¡Pedro!


El empuja levemente dentro mi otra vez y se retira mientras me besa, sus dedos tirando de mi pezón. Es una sobrecarga de placer.


—¡No!


—¿Me necesitas, Paula?


—Sí —le ruego.


—Dímelo —murmura, su respiración es agitada, y él se burla de mi una vez mas. Dentro... y fuera.


—Te necesito —Lloro—. Por favor.


Oigo un suspiro suave contra mi oído.


—Y me tendrás, Paula.


Se eleva y se estrella contra mi. Yo grito, inclinando la cabeza hacia atrás, tirando de las restricciones mientras llego a mi dulce punto, y soy toda sensaciones, en todas partes... una dulce, dulce agonía, y no puedo moverme. Él sigue moviendo sus caderas en círculos, y el movimiento irradia muy dentro de mi.


—¿Porque me desafías, Paula?


Pedro, para...


Él se mueve dentro de mi otra vez, haciendo caso omiso de mi petición, saliendo lentamente de mi y volviendo a estrellarse en mi otra vez.


—Dime, ¿porqué? —gruñe, y soy vagamente conciente de que lo hace con los dientes apretados.


Lloro en un gemido incoherente... esto es demasiado.


—Dímelo.


Pedro...


—Paula, necesito saberlo.


El se estrella contra mi de nuevo, empujando tan profundo, y yo me estoy construyendo... La sensación es tan intensa, que me hunde, una espiral desde lo más profundo de mi vientre, a cada miembro, a cada sistema retenido por el metal.


—No lo sé —grito—. ¡Porque puedo! ¡Porque te amo! Por favor, Pedro...


Él gime en voz alta y se hunde profundo, una y otra vez, una y otra vez, y estoy perdida, tratando de absorber el placer. Es alucinante... mi cuerpo explota... intento estirar las piernas, para controlar el orgasmo inminente, pero no puedo... Me siento indefensa. Soy suya, sólo suya, para hacer lo que él quiera... Las lágrimas llenan mis ojos. Esto es… sólo es… demasiado intenso. No puedo detenerlo. No quiero detenerlo... Lo quiero...Lo quiero... Oh no, oh no.... esto es demasiado...


—Eso es —gruñe Pedro—. Siéntelo, nena.


Me vengo en torno a el, una y otra vez, dando vueltas y vueltas, gritando en voz alta mientras mi orgasmo acaba, abrasando a través de mi como un reguero de pólvora, consumiendo todo. Me retuerzo, lagrimas cayendo por mi cara- mi cuerpo queda sonando y agitado.


Y soy consciente de las rodillas de Pedro, él sigue dentro de mí, arrastrándome en posición vertical sobre su regazo. 


Agarra mi cabeza con una mano y mi espalda con la otra, y se viene violentamente dentro de mi, mientras mi interior sigue temblando por las replicas. Me está drenando, es agotador, es el infierno... es el cielo. Su hedonismo se vuelve salvaje.


Pedro me quita la venda de los ojos y me besa. Besa mis ojos, mi nariz, mis mejillas. Él besa mis lágrimas, agarrando mi cara entre sus manos.


—Te amo, Sra. Alfonso —él respira—, a pesar de que me haces enfadar, me siento tan vivo contigo —No tengo la energía suficiente para abrir bien los ojos o la boca y responder. Muy suavemente, me pone de nuevo en la cama y sale de mi.


Murmuro algunas palabras de protesta. Él sube a la cama y se deshace de las esposas. Cuando estoy libre, frota suavemente mis muñecas y tobillos, y luego se acuesta a mi lado otra vez, llevándome a sus brazos. Extiendo mis piernas. Oh, eso se siente bien. Me siento bien. Ese fue, sin duda, el clímax mas intenso que he tenido.


Hmm... una follada castigo de Pedro Alfonso Cincuenta Tonos.


Realmente debería portarme mal con más frecuencia.