Al estar junto a él en la recepción, me siento totalmente, totalmente ridícula. Aquí estoy, en el hotel más prestigioso de Seattle, vestida con una chaqueta vaquera de gran tamaño, pantalones de chándal de gran tamaño, y una camiseta vieja al lado de este elegante y hermoso dios griego. No es de extrañar que la recepcionista este mirando a uno y a otro como si la ecuación no tuviera sentido. Por supuesto, ella está sobre impresionada por Pedro. Pongo los ojos en blanco mientras le llegan oleadas de color carmesí y tartamudea. Jesús, incluso sus manos están temblando.
—¿Ne... necesita una mano... con sus maletas, Sr. Taylor? —pregunta, muy roja otra vez.
—No, la señora Taylor y yo lo podemos manejar.
¡Señora Taylor! Pero no estoy usando un anillo. Puse mis manos en mi espalda.
—Está en la suite Cascada, Sr. Taylor, undécimo piso. El botones le ayudará con su equipaje.
—Estamos bien —dice Pedro con sequedad—. ¿Dónde están los ascensores?
Srta. Rubor Carmesí, explica, y Pedro toma mi mano una vez más. Echo un rápido vistazo alrededor del impresionante vestíbulo, suntuoso lleno de sillones, desierto excepto por una mujer de cabello oscuro sentada en un cómodo sofá,
alimentando a su westie. Ella levanta la vista y sonríe a nosotros mientras hacemos nuestro camino a los ascensores. ¿Así que el hotel admite animales?
¡Extraño para un lugar tan grande!
La suite cuenta con dos dormitorios, un comedor formal, y se completa con un piano de cola. Una estufa de leña arde en la enorme habitación principal. Jesús…
Esta suite es más grande que mi apartamento.
—Bueno, señora Taylor, no sé usted, pero realmente me gustaría tomar una copa —murmura Pedro, cerrando la puerta de entrada con seguro.
En el dormitorio, él pone mi maleta y su cartera en la otomana, al pie de la cama king-size con dosel y me lleva de la mano a la sala principal, donde el fuego está quemando brillantemente. Es un espectáculo de bienvenida. Me levanto y caliento mis manos, mientras que Pedro nos sirve a ambos una copa.
—¿Armagnac?
—Por favor.
Después de un momento, él se une a mí junto al fuego y me entrega una copa de coñac de cristal.
—Ha sido un día peculiar, ¿eh?
Asiento y sus ojos grises me miran inquisitivamente, preocupados.
—Estoy bien —le susurro en tono tranquilizador—. ¿Y tú?
—Bueno, ahora me gustaría tomar esto, y luego, si no estás muy cansada, llevarte a la cama y perderme en ti.
—Creo que se puede arreglar, Sr. Taylor. —Sonrío tímidamente mientras él arrastra los pies fuera de sus zapatos y se quita sus calcetines.
—Señora Taylor, deje de morderse el labio —susurra.
Me sonrojo en mi copa. El Armagnac es delicioso, dejando un calor quemando a su paso mientras se desliza sedoso por mi garganta. Al echar un vistazo a Pedro, está bebiendo su coñac, mirándome, sus ojos oscuros, hambrientos.
—Nunca dejas de sorprenderme, Paula. Después de un día como hoy —o ayer, más bien— no estás lloriqueando o corriendo por las colinas gritando. Estoy asombrado de ti. Eres muy fuerte.
—Eres una muy buena razón para quedarse —murmuro—. Te lo dije, Pedro, no voy a ninguna parte, sin importar lo que has hecho. Ya sabes lo que siento por ti.
Su boca se tuerce como si dudara de mis palabras, y su ceja se eleva como si lo que estoy diciendo fuera doloroso para él oír. ¡Oh, Pedro!, ¿qué tengo que hacer para que te des cuenta de cómo me siento?
Déjalo golpearte, mi subconsciente se burla de mí. Frunzo el ceño en mi interior.
—¿Dónde vas a colgar los retratos de José? —Trato de aligerar el ambiente.
—Eso depende. —Sus labios se contraen. Esto es obviamente un tema mucho más agradable de conversación para él.
—¿De qué?
—Las circunstancias —dice misteriosamente—. Su espectáculo no ha terminado todavía, así que no tengo que decidir de inmediato.
Inclino mi cabeza hacia un lado y ruedo los ojos.
—Puede mirar con severidad tanto como quiera, señora Taylor. No estoy diciendo nada —bromea.
—Puede que tortura la verdad de ti.
Levanta una ceja.
—En realidad, Paula, no creo que usted deba hacer promesas que no pueda cumplir.
Oh, ¿es eso lo que piensa? Pongo mi vaso sobre la repisa de la chimenea, me extiendo, y para la sorpresa de Pedro, tomo su vaso y lo coloco junto al mío.
—Tendremos que trabajar en eso —murmuro. Muy valiente —envalentonada por el coñac, sin duda— tomo la mano de Pedro y tiro de él hacia el dormitorio. A los pies de la cama, me detengo. Pedro está tratando de ocultar su diversión.
—Ahora me tienes aquí, Paula, ¿qué vas a hacer conmigo? —bromea en voz baja.
—Voy a empezar por desnudarte. Quiero terminar lo que empecé antes. —Echo mano a las solapas de su chaqueta, cuidando no tocarlo, y él no se inmuta, sino que está conteniendo la respiración.
Suavemente, empujo su chaqueta sobre los hombros, y sus ojos se mantienen en los míos, todos los rastros de humor se han ido, a medida que crecen, quemando dentro de mí, ¿cautelosos y necesitados? Hay tantas interpretaciones de su mirada.
¿Qué está pensando? Pongo la chaqueta en la otomana.
—Ahora tu camiseta —susurro y la levanto por el dobladillo.
Colabora, levantando los brazos y retrocediendo, por lo que es más fácil para mí el sacarla. Una vez fuera, mira hacia mí, con atención, usando sólo sus pantalones que cuelgan tan
provocativamente de sus caderas. La banda de sus calzoncillos es visible.
Mis ojos se mueven con avidez a través de su estómago tenso a los restos de la línea de lápiz de labios, desvanecida y manchada, y luego hasta el pecho. No quiero nada más que pasar mi lengua a través del pelo de su pecho para disfrutar de su gusto.
—¿Y ahora qué? —susurra, con los ojos ardiendo.
—Quiero darte un beso aquí. —Trazo mi dedo de un lado de su cadera al otro a través de su vientre.
Sus labios se abren cuando inhala fuertemente.
—No te estoy deteniendo —respira.
Tomo su mano.
—Es mejor que te acuestes entonces —murmuro y lo llevo a un lado de la cama con dosel. Parece confundido, y se me ocurre que tal vez nadie ha tomado la delantera con él desde... ella. No, no vayas allí.
Levantando las cubiertas, se sienta en el borde de la cama, mirando hacia mí, a la espera, su expresión cautelosa y seria. Me pongo de pie ante él y me quito su chaqueta de mezclilla y la dejó caer al suelo, luego me quito sus pantalones de chándal.
Él frota su pulgar sobre la punta de sus dedos. Tiene ganas de tocarme, puedo notarlo, pero suprime la necesidad.
Tomando una respiración profunda y más allá de coraje, alcanzo el borde de mi camiseta y la levanto por encima de mi cabeza, así que estoy desnuda delante de él. Sus ojos no dejan los míos, pero traga y abre sus labios.
—Eres Afrodita, Paula —murmura.
Sujeto su cara entre mis manos, inclino su cabeza hacia arriba, y me doblo para darle un beso. Él gime bajo en su garganta.
Mientras pongo mi boca sobre la suya, él agarra mis caderas, y antes de darme cuenta, estoy clavada debajo de él, sus piernas obligando a las mías a separarse para que pueda acunarse contra mi cuerpo entre mis piernas. Me está besando, causando estragos en mi boca, nuestras lenguas entrelazadas. Su mano recorre mi muslo, por encima de mi cadera, a lo largo de mi vientre a mi pecho, presionando,masajeando, y tirando tentativamente mi pezón.
Gimo e inclino mi pelvis involuntariamente en su contra, en la búsqueda de una deliciosa fricción contra la costura y su creciente erección. Se detiene a besarme y mira hacia mí aturdido y sin aliento. Flexiona sus caderas para que su erección se empuje contra mí... Sí. Justo ahí.
Cierro los ojos y gimo, y lo hace de nuevo, pero esta vez me empuja hacia atrás, liberando su gemido en respuesta cuando me besa de nuevo. Continúa la deliciosa lenta tortura, rozándome, rosándose. Y tiene razón —perdiéndose— es embriagante a la exclusión de todo lo demás. Todas mis preocupaciones se borran.
Estoy aquí en este momento con él, mi sangre canta en mis venas, zumbando fuerte en mis oídos, mezclado con el sonido de nuestras respiraciones jadeantes.
Entierro mis manos en su cabello, sujetándolo a mi boca, consumiéndolo, mi lengua tan avara como la suya. Arrastro mis dedos por sus brazos, por su parte posterior más baja a la cintura de sus pantalones vaqueros y empujo intrépidamente, manos codiciosas en el interior, pidiéndole una y otra vez, olvidándome de todo, excepto nosotros.
—Vas a deshacerme, Paula —susurra de pronto, alejándose de mí y arrodillándose.
Rápidamente se baja los pantalones y me entrega un paquete de aluminio.
—Tú me quieres, nena, y estoy seguro como el infierno que me deseas. Sabes lo que hay que hacer.
Con dedos ansiosos, diestros, abro el paquete y desenrollo el condón sobre él.
Sonríe hacia mí, con la boca abierta, los ojos grises nublados y llenos de promesas carnales. Se inclina sobre mí, frota su nariz contra la mía, sus ojos cerrados, y deliciosamente, poco a poco, entra en mí.
Agarro sus brazos e inclino mi frente en alto, disfrutando de la sensación exquisita llena de su posesión. Dirige sus dientes a lo largo de mi mentón, se retrae, y luego se desliza dentro de mí otra vez —tan lento, tan dulce, tan tierno— su cuerpo presionando sobre mí, con los codos y las manos a ambos lados de mi cara.
—Me haces olvidarlo todo. Eres la mejor terapia —respira, moviéndose a un ritmo dolorosamente lento, saboreando cada centímetro de mí.
—Por favor, Pedro más… rápido —murmuro, con ganas de más, ahora.
—Oh, no, nena. Necesito esto lento. —Me besa dulcemente, suavemente mordiendo el labio inferior y absorbiendo mis suaves gemidos.
Muevo mis manos en su cabello y me rindo a su ritmo tan lento y seguramente mi cuerpo sube más y más y se mantiene, y luego cae más fuerte y rápido mientras me vengo alrededor de él.
—Oh, Paula —respira mientras se deja ir, mi nombre una bendición en sus labios mientras encuentra su liberación.
* * *
Su cabeza descansa en mi estómago, sus brazos alrededor de mí. Mis dedos juegan en su cabello lacio, y nos quedamos así por no sé cuanto tiempo. Es tan tarde y estoy tan cansada, pero sólo quiero disfrutar la serena calma del brillo sucesivo a hacer el amor con Pedro Alfonso, porque eso es lo que hemos hecho, gentil y dulce amor.
Ha avanzado mucho, y yo también, en muy poco tiempo. Es casi demasiado para absorber. Con todas las cosas retorcidas estoy perdiéndome su simple y honesto viaje conmigo.
—Nunca tendré suficiente de ti. No me dejes —murmura y besa mi estómago.
—No voy a irme a ningún lado, Pedro, y creo recordar que yo quería besar tu estómago —mascullo adormilada.
Sonríe contra mi piel.
—Nada está deteniéndote ahora, nena.
—No creo que pueda moverme, estoy tan cansada.
Pedro suspira y se mueve renuentemente, viniendo a mi lado con su cabeza sobre su codo y arrastrando los cobertores sobre nosotros. Me mira, sus ojos brillando, cálidos, amorosos.
—Duerme ahora, nena. —Él besa mi cabello y me envuelve con sus brazos mientras me duermo.
* * *
Cuando abro los ojos, luz está llenando el cuarto, haciéndome pestañear. Mi cabeza está confusa por la falta de sueño. ¿Dónde estoy? Oh, el hotel…
—Hola —murmura Pedro, sonriéndome abiertamente.
Está acostado junto a mí, completamente vestido, en la cima de la cama. ¿Cuánto tiempo lleva allí? ¿Ha estado estudiándome? De repente me siento completamente tímida y mi cara se enciende bajo su persistente mirada.
—Hola —murmuro, agradecida de estar acostada de frente—. ¿Cuánto llevas observándome?
—Te podría ver dormir por horas,Paula. Pero sólo he estado aquí por unos cinco minutos. —Se inclina y me besa gentilmente—. El Dr. Green estará aquí pronto.
—Oh. —Había olvidado la inapropiada intervención de Pedro.
—¿Dormiste bien? —pregunta directamente—. Ciertamente me pareció que sí, con todos esos ronquidos.
Oh, el molesto bromista Cincuenta.
—¡No ronco! —declaro petulantemente.
—No. No lo haces. —Me sonríe. La suave línea de labial rojo aún es visible alrededor de su cuello.
—¿Te duchaste?
—No. Te estaba esperando.
—Oh… de acuerdo. ¿Qué hora es?
—Diez y cuarto. No tuve el corazón para despertarte antes.
—Me dijiste que no tenías corazón en absoluto.
Él sonríe, tristemente, pero no responde.
—El desayuno está aquí. Panqueques y tocino para ti. Vamos, arriba. Me estoy sintiendo solitario aquí afuera. —Me gira rápidamente hacia mi trasero,
haciéndome saltar, y se levanta de la cama.
Hmmm… La versión de Pedro de cálido afecto.
Mientras me estiro, me doy cuenta de que me duele todo… sin duda un resultado de todo el sexo, baile y caminata en caros zapatos de tacón. Me desperezo fuera de la cama y camino al suntuoso baño recapitulando los eventos del día anterior en mi mente. Cuando salgo, tomo una de las batas súper esponjosas de baño que cuelgan de un gancho.
Lorena, la chica que se parece a mí, esa es la imagen más nítida que mi cerebro conjetura por conjeturar, eso y su presencia etérea en la habitación de Pedro.
¿Qué quería? ¿A mí? ¿A Pedro? ¿Para qué? ¿Y por qué demonios había destrozado mi auto?
Pedro dijo que tendría otro Audi, como todas sus sumisas.
El pensamiento no es bienvenido. Dado que había sido tan generosa con el dinero que me había dado, no hay mucho que pueda hacer. Divagué a la habitación principal de la suite, no hay signos de Pedro. Finalmente lo localizo en el comedor. Tomo asiento, agradecida por el impresionante desayuno frente a mí. Pedro está leyendo el diario del domingo y tomando café, su desayuno terminado. Me sonríe.
—Come. Necesitarás tus fuerzas hoy. —Sonríe.
—¿Y por qué será? ¿Me encerrarás en la habitación? —Mi Diosa interior se levanta repentinamente, toda desordenada con una mirada de recién cogida.
—Tan tentadora como suene la idea, pensé que podríamos salir hoy. Tomar aire fresco.
—¿Es seguro? —pregunto inocentemente, tratando y fallando de mantener la ironía fuera de mi voz. La cara de Pedro cae, y su boca se presiona en una línea.
—A donde vamos, lo es. Y no es un asunto de bromas —agrega determinado, entrecerrando sus ojos.
Me sonrojo y miro a mi desayuno. No me siento como para ser molestada después de todo el drama y la tardía noche anterior. Como mi desayuno en silencio, sintiéndome petulante.
Mi subconsciente está sacudiendo su cabeza. Cincuenta no bromea sobre mi seguridad, debería saberlo para ahora.
Giraría mis ojos, pero me contengo.
De acuerdo, estoy cansada y desaliñada. Tuve un largo día ayer y no suficiente sueño. ¿Por qué, oh, por qué logra verse tan fresco como una margarita? La vida no es justa.
Alguien golpea la puerta.
—Ese sería la buena doctora —masculla Pedro, obviamente aún molesto por mi ironía. Se mueve de la mesa.
¿No podemos tener una mañana tranquila y normal?
Suspiro pesadamente, dejando la mitad de mi desayuno y parándome para recibir a la Doctora Depo-Provera.
Salazar habla en su manga de nuevo.
—Taylor, el Sr. Alfonso ha entrado al departamento. —Se estremece y toma el auricular sacándolo de su oído, probablemente recibiendo alguna poderosa invectiva de Taylor.
Oh, no… si Taylor está preocupado…
—Por favor, déjame entrar —suplico
—Lo siento Srta. Chaves. No tomará mucho. —Salazar sostiene ambas manos en un gesto de defensa—. Taylor y su equipo están entrando al departamento en este momento.
Oh, me siento tan impotente. Parada e inmóvil, ávidamente busco escuchar el sonido mas bajo, pero todo lo que escucho es mi dificultosa respiración. Suena alto, mi cuero cabelludo pica, mi boca esta seca, y me siento desfallecer.
Por favor, que Pedro este bien, ruego silenciosamente.
No tengo idea cuanto tiempo ha pasado, y aún no escuchamos nada.
De seguro que no haya sonidos es algo bueno, no hay disparos. Comienzo a caminar alrededor de la mesa del hall de entrada, y examino las pinturas en las paredes para distraerme.
Nunca antes las había mirado: son todas pinturas figurativas, todas religiosas: las dieciséis de la Virgen y su hijo. ¿Qué tan raro es eso?
Pedro no es religioso ¿verdad? Todas las pinturas en el gran salón son abstractas, estas son tan distintas. No me distraen lo suficiente… ¿Donde está Pedro?
Miro a Salazar y él me mira impasible.
—¿Qué sucede?
—No hay noticias Srta. Chaves.
Abruptamente, el pomo de la puerta se mueve. Salazar se gira y saca un arma de su funda de hombro.
Me congelo. Pedro aparece por la puerta.
—Todo despejado —dice frunciéndole el ceño a Salazar quien aleja su arma de inmediato y retrocede para dejarme entrar—. Taylor exageró —se queja Pedro, y me tiende una mano. Me quedo mirándolo boquiabierta, incapaz de moverme, asimilando cada pequeño detalle de él: su rebelde cabello, la tensión en sus ojos y en su mandíbula, los dos primeros botones de su camisa abiertos. Creo que debe haber envejecido uno diez años. Pedro frunce el ceño con preocupación, sus ojos oscuros.
—Está bien nena. —Se mueve hacia mí, envolviéndome en sus brazos y besa mi cabello—. Vamos, estás cansada. A la cama.
—Estaba tan preocupada —murmuro regocijándome en su abrazo e inhalando su dulce, dulce esencia con mi cabeza contra su pecho.
—Lo se. Todos estamos nerviosos.
Salazar ha desaparecido, probablemente en el interior del apartamento.
—Honestamente, tus ex están probando ser todo un reto Sr. Alfonso —murmuro con ironía. Pedro se relaja.
—Sí, lo son. —Me suelta y toma mi mano, llevándome por el pasillo y hacia el gran cuarto—. Taylor y su equipo están revisando todos los armarios y alacenas. No creo que ella esté aquí.
—¿Por qué estaría aquí? —No tiene sentido.
—Exactamente
—¿Cómo pudo entrar?
—No veo cómo. Pero Taylor es demasiado precavido a veces.
—¿Has revisado el cuarto de juegos? —susurro
Pedro me mira de pronto, sus cejas alzándose.
—Sí, está cerrado, pero Taylor y yo revisamos.
Tomo un profundo y tranquilizador aliento.
—¿Quieres beber algo? —pregunta Taylor.
—No. —La fatiga me atraviesa, sólo quiero ir a la cama.
—Vamos. Déjame que te lleve a la cama. Te ves exhausta. —La expresión de Pedro se suaviza.
Frunzo el ceño ¿No vendrá también? ¿Quiere dormir solo?
Me siento aliviada cuando me lleva a su cuarto. Coloco mi bolso de mano sobre la cómoda y la abro para vaciar el contenido. Espío la nota de la Sra. Robinson.
—Aquí. —Se la paso a Pedro—. No se si quiero leer esto. Quiero ignorarlo.
Pedro la revisa brevemente y su mandíbula se aprieta.
—No sé que espacios en blanco puede rellenar —dice con desdén—. Necesito hablar con Taylor. —Me mira—. Déjame abrirte el vestido.
—¿Vas a llamar a la policía por lo del auto? —pregunto mientras me doy la vuelta
Quita el cabello de en medio, sus dedos suavemente vagando por mi espalda desnuda, y baja el cierre.
—No. No quiero involucrar a la policía. Lorena necesita ayuda, no intervención policial, y no los quiero aquí. Sólo deberemos redoblar nuestros esfuerzos para encontrarla. —Se inclina ligeramente y planta un gentil beso en mi hombro—. Ve a la cama —ordena, y entonces se ha ido.
* * *
Me acuesto, mirando el techo, esperando que vuelva.
Tantas cosas han pasado hoy, tanto para procesar. ¿Por dónde empezar?
Me despierto sobresaltada, desorientada. ¿Me quedé dormida?
Parpadeando en el tenue resplandor que el pasillo arroja a través de la puerta del dormitorio, noto que Pedro no está junto a mí.
¿Dónde esta? Levando la vista. Parada al final de la cama hay una sombra. Una mujer tal vez. ¿Vestida de negro? Es difícil decirlo.
En mi estado de confusión, extiendo la mano y enciendo la luz de noche, y cuando vuelvo a mirar no hay nadie ahí.
Sacudo mi cabeza. ¿Lo imaginé? ¿O soñé?
Me siento y miro a mi alrededor, un vaga e insidiosa inquietud me cubre, pero estoy sola.
Me froto el rostro. ¿Qué hora es? ¿Dónde está Pedro? La alarma dice que son las dos y cuarto de la mañana.
Atontadamente salgo de la cama, me dirijo a abajo a buscarlo, desconcertada por mi hiperactiva imaginación.
Ahora estoy viendo cosas.
Debe ser una reacción a los eventos dramáticos de la noche.
El cuarto principal está vacío, la única luz que emana es la de las tres lámparas que cuelgan sobre la barra de desayuno. Pero la puerta de su estudio está abierta, y lo escucho al teléfono.
—No sé por qué me llamas a esta hora. No tengo nada que decirte… bueno dímelo ahora. No tendrás que dejar un mensaje.
Me quedo inmóvil junto a la puerta, escuchando con aire de culpabilidad. ¿Con quién está hablando?
—No, tú escucha. Te lo pedí, y ahora te lo digo. Déjala tranquila. No tiene nada que ver contigo. ¿Lo entendiste?
Suena agresivo y enojado. Dudo en llamar
—Sé que lo haces. Pero lo digo en serio Eleonora. Déjala en paz. ¿O debo decirlo por tercera vez? ¿Me escuchas?... Bien. Buenas noches. —Estampa el teléfono contra el
escritorio
Oh Mierda. Tentativamente toco la puerta.
—¿Qué? —gruñe y casi que quiero correr y esconderme.
Está sentado en su escritorio con la cabeza en las manos.
Mira hacia arriba, su expresión es feroz, pero su rostro se suaviza de inmediato cuando me ve. Sus ojos son amplios y cautelosos. De pronto se ve tan cansado que mi corazón se contrae.
Parpadea, y sus ojos se deslizan a lo largo de mis piernas y luego de regreso a arriba. Estoy usando una de sus camisetas.
—Deberías estar en satén o en seda Paula —deja salir—. Pero incluso en mi camiseta te vez hermosa.
Oh, un cumplido inesperado.
—Te extraño. Ven a la cama.
Lentamente se levanta de su silla, aun en camisa blanca y pantalones de vestir negros. Pero sus ojos brillan llenos de promesas, pero también hay un rastro de tristeza. Se para frente a mí, mirándome intensamente pero no me toca.
—¿Sabes lo que significas para mí? —murmura—. Si algo te pasara… por culpa mía.
Su voz se desvanece, sus cejas se contraen y el dolor que atraviesa su rostro es casi palpable. Se ve tan vulnerable, su miedo muy evidente.
—Nada me va a pasar —le aseguro, con voz tranquila. Levanto mi mano y toco su rostro pasando mis dedos por la barba en su mejilla. Es inesperadamente suave—. Tu barba crece rápido —susurro incapaz de esconder el asombro en mi voz por la increíble belleza del hombre parado frente a mí.
Trazo la línea de su labio inferior y entonces arrastro mis dedos hacia su garganta, a la tenue mancha de lápiz labial en la base de su cuello
Me mira, aún sin tocarme, con sus labios ligeramente separados. Paso mi dedo índice por la línea, y él cierra los ojos. Su suave respiración se acelera. Mis dedos alcanzan el borde de su camisa, hasta llegar el siguiente botón abrochado.
—No voy a tocarte. Sólo quiero abrirte la camisa —susurro.
Sus ojos se amplían, mirándome alarmados. Pero no se mueve y no me detiene.
Muy lentamente desabrocho el botón, sosteniendo el material lejos de su piel, y tentativamente me muevo hacia el segundo lentamente repitiendo el proceso y concentrándome en lo que estoy haciendo.
No quiero tocarlo. Bueno sí… pero no lo haré. En el cuarto botón la línea roja reaparece y sonrío tímidamente.
—De regreso a territorio familiar. —Trazo la línea con mis dedos antes de desabrochar el ultimo botón. Abro su camisa y me muevo hacia sus puños, removiendo sus gemelos de piedra negra pulida de uno a la vez—. ¿Puedo quitarte la camisa? —pregunto en voz baja.
Asiente, sus ojos aún amplios, mientras extiendo la manos y tiro de su camisa por sobre sus hombros. Libera sus manos por lo que está parado frente a mí desnudo desde la cintura hacia arriba. Con su camisa, parece recuperar su equilibro.
Me sonríe.
—¿Qué hay de mis pantalones Srta. Chaves? —pregunta levantando una ceja.
—En el cuarto. Te quiero en tu cama.
—¿Sabes, Srta. Chaves? Eres insaciable.
—No puedo imaginar por qué. —Agarro su mano y lo saco de su estudio guiándolo a su cuarto.
El cuarto está helado.
—¿Abriste la puerta del balcón? —pregunta, frunciéndome el ceño mientras llegamos a su cuarto.
—No. —No recuerdo hacer eso. Rememoro cuando revisé el cuarto al despertar. La puerta definitivamente estaba cerrada.
Oh, mierda… Toda la sangre abandona mi rostro, y miro a Pedro con la boca abierta.
—¿Qué? —espeta mirándome.
—Cuando desperté… había alguien aquí —susurro—. Creí que era mi imaginación.
—¿Qué? —Se ve horrorizado y se apresura hasta el balcón, da un vistazo hacia fuera, entonces entra de regreso al cuarto y cierra la puerta detrás de él—. ¿Estás segura? ¿Quién? —pregunta con la voz tensa.
—Una mujer. Creo. Estaba oscuro. Me acababa de despertar.
—Vístete —me gruñe en su camino de vuelta—. ¡Ahora!
—Mis ropas están arriba —gimo.
Abre uno de los cajones de su cómoda y saca un par de pantalones de algodón.
—Ponte estos. —Son demasiados grandes, pero no voy a discutir con él.
También saca una camiseta, y rápidamente se la pasa sobre la cabeza. Agarrando el teléfono junto a la cama, presiona dos botones.
—Ella sigue aquí —sisea.
Aproximadamente tres segundos después Taylor y uno de los otros tipos de seguridad irrumpen en el cuarto de Pedro.
Pedro les da un resumen de lo que ha pasado.
—¿Hace cuanto? —demanda Taylor, mirándome todo profesional. Aún esta usando su chaqueta. ¿Duerme alguna vez este hombre?
—Harán unos diez minutos —murmuro, por alguna razón sintiéndome culpable.
—Ella conoce el departamento como la palma de su mano —dice Pedro—. Me llevo a Paula a otro lugar lejos de aquí. Ella se está ocultando en algún lugar.
Encuéntrala. ¿Cuándo vuelve Marta?
—Mañana a la noche señor.
—No regresara hasta que este lugar este asegurado. ¿Entendido? —espeta Pedro.
—Sí señor. ¿Irán a Bellevue?
—No le voy a llevar este problema a mis padres. Hazme una reserva en algún lugar.
—Sí. Yo lo llamo.
—¿No estas exagerando un poco? —pregunto.
Pedro me da una mirada fulminante.
—Ella podría tener un arma —gruñe.
—Pedro, estaba parada al final de la cama. Me podría haber disparado en ese momento, si es lo que quiere hacer
Pedro se detiene un momento para frenar su temperamento, creo. En una suave pero amenazadora voz dice:
—No estoy listo para correr el riesgo. Taylor, Paula necesita zapatos.
Pedro desaparece en el interior del armario mientras el tipo de seguridad me mira. No puedo recordar su nombre. ¿Martin tal vez?
También mira el pasillo y la ventana del balcón. Pedro emerge un par de minutos después con un bolso de cuero, usando unos jean y una chaqueta a raya.
Desliza una chaqueta sobre mis hombros.
—Ven. —Agarra mi mano con fuerza y prácticamente tengo que correr para seguirle el paso hacia el gran salón.
—No puedo creer que se escondiera en algún lugar por aquí —murmuro mirando hacia la puerta del balcón.
—Es un lugar grande. No lo has visto todo aún.
—¿Por qué simplemente no la llamas… decirle que quieres hablar con ella?
—Paula, ella es inestable, y puede estar armada —dice irritado.
—Así que, ¿sólo corremos?
—Por ahora… sí.
—Suponiendo podría intentar dispararle a Taylor.
—Taylor sabe y entiende sobre armas —dice con disgusto—. Será más rápido con un arma de lo que ella es.
—Reinaldo estuvo en el ejército. Me enseñó cómo disparar.
Pedro levanta las cejas, y por un momento se ve completamente desconcertado.
—¿Tú? ¿Con un arma? —dice incrédulamente.
—Sí. Puedo disparar Sr. Alfonso, así que más te vale tener cuidado. No es solo de tus locas ex de las que debes preocuparte.
—Lo tendré en mente Srta. Chaves —responde secamente, divertido, y se siente bien saber que incluso en esta situación de tensión pueda hacerlo sonreír.
Taylor nos encuentra en el vestíbulo y me pasa un pequeño maletín y mis zapatillas negras.
Me sorprende que me haya empacado mi ropa. Le sonrío tímidamente con gratitud, y él me sonríe de vuelta rápida y tranquilizadoramente. Antes de poder evitarlo, lo abrazo, fuerte. Es tomado por sorpresa y cuando lo suelto está sonrojado.
—Ten cuidado —murmuro.
—Sí, Srta. Chaves—murmura.
Pedro me frunce el ceño y luego mira Taylor inquisitivamente, quien sonríe ligeramente y se ajusta la corbata.
—Avísame a dónde tengo que ir —dice Pedro.
Taylor mete la mano en su chaqueta y saca una billetera, y le da a Pedro una tarjeta de crédito.
—Tal vez quieras usar esta cuando llegues allí.
Pedro asiente.
—Bien pensado.
Martin se une a nosotros.
—Salazar y Gutierrez no encontraron nada —le dice a Taylor.
—Acompaña al Sr. Alfonso y a la Srta. Chaves al garaje —ordena Taylor.
El garaje está desierto. Bueno, son casi las tres de la mañana. Pedro me acomoda en el asiento del pasajero del R8 y pone mi maleta y su bolsa en el maletero en la parte delantera del coche. El Audi junto a nosotros es un desastre, todos los neumáticos rajados, pintura blanca salpicada por todas partes. Es escalofriante y me hace agradecer que Pedro me lleve a otra parte.
—Un reemplazo llegará el lunes —dice Pedro con tristeza cuando está sentado a mi lado.
—¿Cómo podría haber sabido que era mi auto?
Él me mira con ansiedad y suspira.
—Ella tenía un Audi A3. Compre uno para todas mis sumisas, es uno de los autos más seguros de su clase.
Oh.
—Por lo tanto, no tanto un regalo de graduación, entonces.
—Paula, a pesar de lo que esperaba, nunca has sido mi sumisa, por lo que técnicamente se trata de un regalo de graduación. —Él sale del espacio de estacionamiento y acelera a la salida.
A pesar de lo que esperaba. Oh, no… mi subconsciente sacude la cabeza con tristeza.
Esto es a lo que volvemos todo el tiempo.
—¿Todavía estás esperando? —susurro.
El teléfono del auto suena.
—Alfonso —dice Pedro bruscamente.
—Fairmont Olympic. A mi nombre.
—Gracias, Taylor. Y, Taylor, ten cuidado.
Taylor hace una pausa.
—Sí, señor —dice en voz baja, y Pedro cuelga.
Las calles de Seattle están desiertas, y Pedro ruge por la Quinta Avenida hacia la I-5. Una vez en la carretera interestatal, pisa el acelerador, hacia el norte. Acelera
con tanta rapidez que estoy un momento hacia atrás en mi asiento.
Me miró. Está absorto en sus pensamientos, irradiando un mortal silencio melancólico. No ha respondido a mi pregunta. Él mira a menudo el espejo retrovisor, y me doy cuenta de que está comprobando que no nos están siguiendo.
Tal vez por eso estamos en la I-5. Me pareció que el hotel Fairmont estaba en Seattle.
Miro por la ventana, tratando de racionalizar mi mente exhausta, hiperactiva. Si hubiera querido hacerme daño, tenía una gran oportunidad en el dormitorio.
—No. No es lo que espero, ya no. Pensé que era obvio. —Pedro interrumpe mi introspección, su voz suave.
Parpadeo ante él, tirando de su chaqueta de mezclilla más apretada a mi alrededor, y no sé si el frío está emanando desde dentro o desde fuera.
—Me preocupa que, ya sabes… que no sea suficiente.
—Eres más que suficiente. Por el amor de Dios, Paula, ¿qué es lo que tengo que hacer?
Háblame de ti. Dime que me quieres.
—¿Por qué pensaste que me iría cuando te dije que el Dr. Flynn me había dicho todo lo que había que saber sobre ti?
Él suspira profundamente y cierra los ojos por un momento, y durante un tiempo más largo no responde.
—No puedes empezar a entender las profundidades de mi depravación, Paula. Y no es algo que quiera compartir contigo.
—¿Y realmente crees que me iría, si supiera? —Mi voz es alta, incrédula. ¿No entiende que lo amo?—. ¿Piensas tan poco de mí?
—Sé que te irías —dice con tristeza.
—Pedro... Creo que es muy poco probable. No me puedo imaginar estar sin ti.
—Nunca. ..
—Me dejaste una vez… no quiero ir allí otra vez.
—Eleonora dijo que te vio el sábado pasado —susurro en voz baja.
—No lo hizo. —Él frunce el ceño.
—¿No fuiste a verla, cuando me fui?
—No —dice bruscamente, irritado—. Acabo de decirte que no lo hice, y no me gusta que duden de mí —regaña—. No fui a ningún lugar el pasado fin de semana. Me senté e hice el planeador que me diste. Me tomo por siempre —añade en voz baja.
Mi corazón se aprieta de nuevo. La Sra. Robinson dijo que lo vio.
¿Lo hizo o no lo hizo? Ella está mintiendo. ¿Por qué?
—Contrariamente a lo que piensa Eleonora, no me apresuro a ella con todos mis problemas, Paula. No corro hacia nadie. Tú puedes haberlo notado, no soy muy hablador. —Él aprieta su agarre sobre el volante.
—Manuel me dijo que no hablaste durante dos años.
—¿Lo hizo? —La boca de Pedro se tensa en una línea dura.
—Como que le saque la información. —Avergonzada, me quedo mirando mis dedos.
—Entonces, ¿qué más dijo papá?
—Dijo que tu mamá fue el médico que te examinó cuando fuiste llevado al hospital. Después de que te descubrieron en tu apartamento.
La expresión de Pedro permaneció en blanco... cuidadosa.
—Dijo que aprender a tocar el piano ayudó. Y Malena.
Sus labios se curvaron en una sonrisa afectuosa con la mención de su nombre.
Después de un momento, dice:
—Ella tenía unos seis meses de edad cuando llegó. Yo estaba muy emocionado, Gustavo un poco menos. Ya había tenido que lidiar con mi llegada. Ella era perfecta.—El temor dulce y triste en su voz afectándolo—. Menos que ahora, por supuesto —murmura, y recuerdo sus intentos exitosos en el baile de frustrar nuestras intenciones lascivas. Me hace reír.
Pedro me da una mirada de soslayo.
—¿Encuentra eso divertido, señorita Chaves?
—Ella parecía determinada a separarnos.
Se ríe con amargura.
—Sí, es muy hábil. —Se estira y alcanza mi rodilla y la aprieta—. Pero llegamos al final. —Sonríe entonces mira en el espejo retrovisor, una vez más—. No creo que nos hayan seguido. —Gira fuera de la I-5 y se dirige de nuevo al centro de Seattle.
—¿Te puedo preguntar algo acerca de Eleonora? —Nos paramos en un semáforo.
Él me mira con recelo.
—Si tienes que hacerlo —dice entre dientes en mal humor, pero no dejo su irritabilidad disuadirme.
—Me dijiste hace tiempo que ella te amo de una manera que encontrabas aceptable. ¿Qué significa eso?
—¿No es obvio? —pregunta.
—No para mí.
—Yo estaba fuera de control. No podía soportar que me tocaran. No puedo soportarlo ahora. Para un adolescente de catorce, quince años con las hormonas en su apogeo, fue un momento difícil. Ella me mostró una manera de desahogarme.
Oh.
—Malena dijo que eras un luchador.
—Cristo, ¿qué pasa con mi locuaz familia? En realidad, eres tú. —No hemos detenido a más luces, y entorna los ojos en mí—. Persuades a las personas para obtener información. —Sacude la cabeza con disgusto simulado.
—Malena ofreció esa información. De hecho, estaba muy comunicativa. Le preocupaba que empezaras una pelea en la carpa si no me ganabas en la subasta —murmure con indignación.
—Oh, nena, no había peligro de ello. No había manera de que permitiera que nadie bailara contigo.
—Dejaste al Dr. Flynn.
—Siempre está la excepción a la regla.
Pedro se detiene en la entrada imponente y frondosa del Hotel Fairmont Olympic y estaciona cerca de la puerta principal, al lado de una fuente de piedra pintoresca.
—Ven. —Él sale del auto y recupera el equipaje. Un mozo del hotel se precipita hacia nosotros, mirando sorprendido, sin duda a nuestra llegada tardía. Pedro le tira las llaves del coche.
—A nombre de Taylor —dice. El mozo asiente y no puede contener su alegría cuando salta en el R8 y se va. Pedro toma mi mano y avanza en el vestíbulo.