lunes, 16 de febrero de 2015
CAPITULO 144
—¿Ah, sí? —susurro. Mi boca se seca todavía más, mi
corazón golpeteando en mi pecho. ¿Por qué está vestido
así? ¿Qué significa? ¿Todavía está enfurruñado?
—Así es. —Su voz es suave como un gato, pero está sonriendo con suficiencia cuando camina a zancadas más cerca de mí.
Santa Mierda, él luce caliente, con sus jeans colgando de esa manera, de sus caderas. Oh, no, no me voy a distraer por el Señor Sexo. Intento calcular su humor mientras camina hacia mí. ¿Enfadado? ¿Juguetón? ¿Lujurioso? ¡Bah! Es imposible de decir.
—Me gustan tus jeans —murmuro, él sonríe con una desarmadora sonrisa lobuna que no alcanza sus ojos.
Mierda, aún está enfadado. Está usando estos para distraerme… se detiene frente a mí y soy chamuscada por su intensidad. Me mira, con amplios ojos indescifrables quemando en los míos. Trago saliva.
—Entiendo que tienes asuntos, Sra. Alfonso —dijo sedosamente, y saca algo de su bolsillo trasero. No puedo apartar mi mirada de la suya pero lo escucho desdoblar un pedazo de papel. Lo sostiene en alto, y mirando brevemente en su dirección, reconozco mi correo electrónico. Mi mirada regresa a la suya, y sus ojos resplandecen con rabia.
—Sí, tengo asuntos —susurro, sintiéndome sin aliento.
Necesito distancia si vamos a discutirlo. Pero antes de que pueda dar un paso atrás, él se inclina y desliza su nariz a lo largo de la mía. Mis ojos revolotean hasta cerrarse cuando le doy la bienvenida a su toque gentil e inesperado.
—También yo —susurra contra mi piel, y abro los ojos ante sus palabras.
Él se endereza y me mira fijamente una vez más.
—Creo que estoy familiarizada con tus asuntos, Pedro. —Mi voz es irónica y él entrecierra los ojos, suprimiendo la diversión que destella ahí momentáneamente. ¿Vamos a pelear? Doy un paso atrás por precaución.
Debo distanciarme físicamente de él, de su aroma, su mirada, su distractor cuerpo en aquellos sexys jeans. Él frunce el ceño cuando me aparto.
—¿Por qué volviste de Nueva York? —susurro. Terminemos con esto.
—Sabes por qué. —Su tono carga un tono de advertencia.
—¿Porque salí con Lourdes?
—Porque fuiste en contra de tu palabra y me desafiaste, poniéndote a ti misma en un riesgo innecesario.
—¿Fui en contra de mi palabra? ¿Así es como lo ves? —jadeo, ignorando el resto de su oración.
—Sí.
Mierda. ¡Hablando de sobre-reaccionar! Empiezo a poner los ojos en blanco pero me detengo cuando él me mira seriamente.
—Pedro, cambié de opinión —explico lenta y pacientemente como si él fuera un niño—. Soy una mujer. Somos conocidas por eso. Es lo que hacemos.
Parpadea hacia mí como si no entendiera esto.
—Si hubiera pensando por un minuto que cancelarías tu viaje de negocios… —Las palabras me fallan. Me doy cuenta que no sé qué decir.
Estoy de nuevo catapultada sobre el argumento de nuestros votos. Nunca prometí obedecerte, Pedro. Pero detengo mi lengua, porque en el fondo estoy alegre de que haya regresado. A pesar de su furia me alegra que esté aquí en una pieza, enfadado y ardiendo frente a mí.
—¿Cambiaste de opinión? —No puede ocultar su despectiva incredulidad.
—Sí.
—¿Y no pensaste en llamarme? —Me mira seriamente, incrédulo, antes de continuar—: Aún más, dejaste el detalle de la seguridad a un lado y pusiste a Gutierrez en peligro.
Oh. No había pensado en eso.
—Debí haber llamado, pero no quería preocuparte. Si lo hubiera hecho, estoy segura que me habrías prohibido ir y había extrañado a Lourdes. Quería verla. Además, aquello me mantuvo fuera del camino cuando Jeronimo estuvo aquí. Gutierrez debería haberlo dejado entrar. —Esto es tan confuso. Si Gutierrez no lo hubiese hecho, Jeronimo todavía estaría por ahí.
Los ojos de Pedro brillan salvajemente, luego se cierran, su rostro apretándose como si estuviera en agonía. Oh, no.
Sacude su cabeza y antes de que lo sepa, me ha atrapado en sus brazos, empujándome duro contra él.
—Oh, Paula —susurra mientras aprieta su agarre en mí, de modo que apenas puedo respirar—. Si algo te pasara… —Su voz es apenas un susurro.
—Pero no fue así —me las arreglé para decir.
—Pero podría haberlo sido. Morí mil muertes hoy pensando en lo que pudo haber pasado. No puedo recordar estar así de enfadado… excepto… —Se detiene de nuevo. ¿Oh?
—¿Excepto? —espeto.
—Una vez en tu viejo apartamento. Cuando Lorena estuvo ahí.
Oh. No quiero pensar en eso.
—Fuiste tan frío esta mañana —murmuro. Mi voz se rompe en la última palabra mientras recuerdo la horrorosa sensación de rechazo en la ducha.
Sus manos se mueven a la base de mi cuello, liberando su agarre en mí, y tomo una profunda respiración. Él empuja mi cabeza hacia atrás.
—No sé cómo lidiar con esta rabia. No creo que quiera herirte —dice, sus ojos amplios y cautelosos—. Esta mañana, quería castigarte, mucho y…—Se detiene, perdido en las palabras creo, o demasiado asustado por decirlas.
—¿Estabas preocupado de herirme? —Termino su oración por él, sin creer por un minuto que él me lastimaría, pero aliviada también. Una pequeña parte despiadada de mí temía que era porque no me deseaba más.
—No confiaba en mí mismo —dice calmadamente.
—Pedro, sé que nunca me lastimarías. No físicamente, de todas maneras. —Agarro su cabeza entre mis manos.
—¿De verdad? —pregunta, y hay escepticismo en su voz.
—Sí. Sabía que lo que dijiste fue una vacía y frívola amenaza. Sé que no vas a sacarme la mierda a golpes.
—Eso quería.
—No, no lo querías. Simplemente pensaste que querías.
—No sé si eso es cierto —murmura.
—Piensa en ello —urjo, envolviendo mis brazos a su alrededor una vez más y olisqueando su pecho a través de la camiseta negra—. En cómo te sentiste cuando me fui. Me has dicho con suficiente frecuencia qué te provocó eso. Cómo alteró tu visión del mundo, de mí. Sé a lo que has renunciado por mí. Piensa en cómo te sentiste por las marcas de las esposas en nuestra luna de miel.
Se paraliza, y sé que está procesando esta información.
Aprieto mis brazos alrededor de él, mis manos en su espalda, sintiendo sus tensos músculos bajo su camiseta. Gradualmente, se relaja mientras la tensión se evapora lentamente.
¿Es esto lo que lo ha estado preocupando? ¿Qué me lastimará? ¿Por qué tengo más fe en él de la que tiene en sí mismo? No lo entiendo, seguramente hemos avanzado.
Normalmente es tan fuerte, tan en control, pero sin eso, está perdido. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta… lo
lamento. Besa mi cabello y vuelvo mi cara hacia la suya, y sus labios encuentran los míos, buscando, tomando, dando, rogando… ¿por qué? No lo sé. Sólo quiero sentir su boca en la mía, y regreso su beso apasionadamente.
—Tienes tanta fe en mí —susurra después de que se aparta.
—Así es. —Acaricia mi cara con la parte trasera de sus nudillos y la punta de su pulgar, mirando fijamente en mis ojos. Su rabia se ha ido. Mi Cincuenta está de vuelta desde donde sea que ha estado. Es bueno verlo.
Miro tímidamente y sonrío con suficiencia.
—Además —susurro—, no tienes el papeleo.
Su boca cae abierta con divertida sorpresa, y me aprieta contra su pecho de nuevo.
—Tienes razón, no lo tengo. —Se ríe.
Estamos de pie en el medio del gran salón, atrapados en nuestro abrazo, simplemente sosteniéndonos uno al otro.
—Ven a la cama —susurra, después del cielo sabrá cuánto tiempo.
Oh, mi…
—Pedro, necesitamos hablar.
—Después —dice suavemente, con urgencia.
—Pedro, por favor. Habla conmigo.
Suspira.
—¿Sobre qué?
—Ya sabes. Me mantienes en la oscuridad.
—Quiero protegerte.
—No soy una niña.
—Estoy totalmente al tanto de eso, Sra. Alfonso. —Desliza sus manos por mi cuerpo y ahueca mi parte trasera. Flexionando sus caderas presiona su creciente erección contra mí.
—¡Pedro! —lo reprendo—. Habla conmigo.
Suspira una vez más con exasperación.
—¿Qué quieres saber? —Su voz es resignada mientras me libera. Me desinflo… no quise decir que me soltaras.
Tomando mi mano, se estira para recoger mi correo electrónico del suelo.
—Muchas cosas —murmuro, mientras lo dejo guiarme al sofá.
—Siéntate —ordena. Algunas cosas nunca cambian, medito, haciendo lo que me dice. Pedro se siente a mi lado e, inclinándose adelante, pone su cabeza en sus manos.
Oh, no. ¿Es demasiado duro para él? Luego se levanta, pasa ambos manos por su cabello y se da vuelta hacia mí, expectante y resignado con su destino.
—Pregúntame —dice simplemente.
Oh. Bueno, eso fue más fácil de lo que pensé.
—¿Por qué la seguridad adicional para tu familia?
—Hernandez era una amenaza para ellos.
—¿Cómo lo sabes?
—Por su ordenador. Tenía detalles personales de mí y el resto de mi familia. Especialmente de Manuel.
—¿Manuel? ¿Por qué él?
—No lo sé todavía. Vamos a la cama.
—¡Pedro, dime!
—¿Decirte qué?
—Eres tan… exasperante.
—También tú. —Me mira con seriedad.
—No reforzaste la seguridad cuando te diste cuenta por primera vez de que había información de tu familia en la ordenador. Así que, ¿qué sucedió?¿Por qué ahora?
Pedro entrecierra sus ojos hacia mí.
—No sabía que él iba a intentar incendiar mi edificio, o… —Se detiene—, cuando estás bajo el escrutinio público, las personas se interesan. Eran cosas al azar: reportes de noticias de mí de cuando estaba en Harvard, mis peleas, mi carrera. Reportes de Manuel, siguiendo su carrera, siguiendo la carrera de mi mamá… y algo también de Gustavo y Malena.
Qué extraño.
—Dijiste “o” —espeto.
—¿O qué?
—Dijiste: “intentar incendiar mi edificio, o…” como si fueras a decir algo más.
—¿Tienes hambre?
¿Qué? Le frunzo el ceño, y mi estómago gruñe.
—¿Comiste hoy? —Su voz es más severa y sus ojos congelados. Soy traicionada por mí sonrojar.
—Como pensé. —Su voz es cortada—. Sabes cómo me siento porque no comas. Ven —dice. Se para y estira su mano—, déjame alimentarte. —Y cambia de nuevo… esta vez su voz está llena de una sensual promesa.
—¿Alimentarme? —susurro mientras todo al sur de mi ombligo se licúa.
Demonios. Está es una diversión tan típicamente volátil de cuando hemos estado discutiendo. ¿Es eso? ¿Es todo lo que obtendré de él por ahora?
Guiándome hacia la cocina,Pedro agarra un taburete y lo levanta hacia el otro lado del pasillo.
—Siéntate —dice.
—¿Dónde está la Sra. Jones? —pregunto, notando su ausencia por primera vez mientras me siento en el taburete.
—Le he dado a ella y a Taylor la noche libre.
Oh.
—¿Por qué?
Me mira por un latido, y su arrogante diversión está de vuelta.
—Porque puedo.
—¿Entonces vas a cocinar? —Le doy una incrédula sonrisita.
—O, ustedes los de poca fe, Sra. Alfonso. Cierra tus ojos.
Parpadeo ante él, maravillándome. Pensé que íbamos a tener una larga pelea, y aquí estamos, jugando en la cocina.
—Ciérralos —ordena.
Los pongo en blanco primero, luego hago caso.
—Hmm. No lo suficientemente bien —murmura. Abro un ojo y lo veo sacar una bufanda coloreada de su bolsillo trasero.
Hace juego con mi vestido.
Santo cielo. Miro calculadoramente en su dirección.
¿Cuándo consiguió eso?
—Ciérralos —ordena de nuevo—. Sin espiar.
—¿Vas a vendarme los ojos? —murmuro, sorprendida. De repente estoy sin aliento.
—Sí.
—Pedro… —Pone un dedo sobre mis labios, silenciándome.
Quiero hablar.
—Hablaremos después. Quiero que comas ahora. Dijiste que tenías hambre. —Inclinándose, ligeramente besa mis labios. La seda de la bufanda es suave contra mis parpados mientras él la ata seguramente en la parte trasera de mi cabeza.
—¿Puedes ver? —pregunta.
—No —murmuro, figuradamente poniendo los ojos en blanco. Él sonríe burlonamente.
—Puedo saber cuándo estás poniendo los ojos en blanco, lo sabes…. Y sabes cómo me hace sentir eso.
Frunzo los labios.
—¿Podemos sólo terminar con eso? —espeto.
—Tanta impaciencia, Sra. Alfonso. Tan ansiosa por hablar. —Su tono es juguetón.
—¡Sí!
—Debo alimentarte primero —dice y roza sus labios sobre mi frente, calmándome instantáneamente.
De acuerdo… que sea a tu manera. Me resigno a mi destino y escucho sus movimientos alrededor de la cocina. La puerta de la nevera se abre y Pedro pone varios platos en el mesón detrás de mí. Mi curiosidad es picada. Escucho el nivelador del tostador caer, el girar del control, y el callado tic tac del reloj. Hmmm, ¿tostadas?
—Sí, estoy ansiosa por hablar —murmuro, distraída. Una clase de aromas exóticos y condimentados llenan la cocina.
¿Qué está haciendo? Me muevo en mi silla.
—Quédate quieta, Paula —murmura, y está cerca de mí otra vez—.Quiero que te comportes… —susurra.
Oh mi. Mi diosa interna se congela, ni siquiera parpadeando.
—Y no muerdas tu labio. —Suavemente tira de mi labio inferior liberándolo de mis dientes, y no puedo evitar mi sonrisa.
A continuación, escucho el pop afilado de un corcho siendo extraído de una botella y el suave gorgoteo de vino siendo vertido en una copa. Luego, un momento de silencio seguido por el silencioso clic y el suave silbido del sonido blanco del los altavoces al cobrar vida. Una fuerte vibración de una guitarra comienza una canción que no conozco.
Pedro sube el volumen hasta el nivel de fondo. Un hombre empieza a cantar, su voz profunda, baja, y sexy.
—Un trago primero, creo —susurra Pedro, desviando mi atención de la canción—. La cabeza hacia atrás. —Muevo mi cabeza hacia atrás—. Más —pide.
Me obligo, y sus labios están en los míos. Fresco vino frío fluye hacia mi boca. Trago reflexivamente.
Oh mi. Recuerdos de no hace mucho tiempo me inundan:
yo atada en mi cama en Vancouver antes de graduarme con un caliente, enfadado Pedro no apreciando mi correo.
Hmm. ¿Han cambiado los tiempos? No mucho. Sólo que ahora reconozco el vino, el favorito de Pedro, un Sancerre.
—Hmm —murmuro en apreciación.
—¿Te gusta el vino? —susurra, su aliento cálido en mi mejilla. Estoy bañada en su proximidad, su vitalidad, el calor que irradia su cuerpo, a pesar de que no me toca.
—Sí —respiro.
—¿Más?
—Siempre quiero más, contigo.
Casi oigo su sonrisa. Me hace sonreír, también.
—Sra. Alfonso, ¿está coqueteando conmigo?
—Sí.
Su anillo de bodas tintinea contra el cristal mientras toma otro sorbo de vino. Ahora ese es un sonido sexy. Esta vez, él tira mi cabeza hacia atrás, acunándome. Me besa una vez más, y ávidamente trago el vino que me da.
Sonríe mientras me besa de nuevo.
—¿Hambrienta?
—Creo que ya hemos establecido eso, Sr. Alfonso.
El trovador en el iPod está cantando acerca de juegos perversos. Hmm.
Cuan apropiado.
El microondas suena, y Pedro me libera. Me siento derecha.
La comida huele a especias: ajo, menta, orégano, romero, y cordero, creo. La puerta del horno de microondas se abre, y el apetecible olor se hace más fuerte.
—¡Mierda! ¡Cristo! —maldice Pedro, y un plato traquetea sobre el mostrador.
Oh, ¡Cincuenta! —¿Estás bien?
—¡Sí! —dice bruscamente. Un momento más tarde, él está de pie junto a mí una vez más.
—Simplemente me quemé. Aquí. —Pone el dedo índice en mi boca—. Tal vez podrías chuparlo.
—Oh. —Estrechando su mano, acerco lentamente su dedo en mi boca—. Ahí, Ahí —lo calmo, e inclinándome hacia delante soplo, enfriando su dedo, y luego lo beso suavemente dos veces. Él deja de respirar. Lo vuelvo a insertar en la boca y chupo suavemente. Él inhala fuertemente, y el sonido viaja directamente a mi ingle. Él tiene un sabor tan delicioso como siempre, y me doy cuenta de que este es su juego, la lenta seducción de su esposa.
Pensé que estaba enfadado, ¿y ahora…?
Este hombre, mi esposo, es tan confuso. Pero así es como me gusta.
Juguetón. Divertido. Sexy como el infierno. Él me ha dado algunas respuestas, pero soy codiciosa. Quiero más, pero quiero jugar, también.
Después de la ansiedad y la tensión de hoy, y la pesadilla de la noche pasada con Jeronimo, esta es una diversión bienvenida.
—¿Qué estás pensando? —Pedro murmura, deteniendo mis pensamientos en su camino mientras él saca su dedo de mi boca.
—Cuan voluble eres.
Se pone rígido a mi lado. —Cincuenta Sombras, nena —dice finalmente, y planta un tierno beso en la comisura de mi boca.
—Mi Cincuenta Sombras —susurro. Agarrando su camiseta, lo tiro de vuelta hacia mí.
—Oh no, no hagas eso, Sra. Alfonso. No tocar... todavía no. —Toma mi mano, la quita de su camiseta, y besa cada dedo uno a uno.
—Siéntate —ordena.
Hago pucheros.
—Te daré nalgadas si haces pucheros. Ahora abre bien.
Oh mierda. Abro mi boca, y él introduce un bocado de cordero picante cubierto de una salsa fresca, menta, yogurt.
Mmm. Mastico.
—¿Te gusta?
—Sí.
Él hace un ruido agradecido, y sé que él está comiendo y disfrutando, también.
—¿Más? —pregunta.
Asiento con la cabeza. Él me da otro bocado, y lo mastico con entusiasmo.
Él pone el tenedor en la mesa y parte... pan, creo.
—Abre —ordena.
Esta vez es pan de pita y humus. Me doy cuenta que la Sra. Jones, o tal vez incluso Pedro, ha estado comprando en la tienda de delicatesen que descubrí cerca de cinco semanas atrás a sólo dos cuadras de la Escala. Mastico con gratitud.
Pedro de muy buen humor aumenta mi apetito.
—¿Más? —pregunta.
Asiento con la cabeza. —Más de todo. Por favor. Me muero de hambre.
Oigo la sonrisa encantada. Poco a poco y con paciencia me da de comer, de vez en cuando besando un bocado de comida de la esquina de mi boca o limpiándolo con sus dedos. De forma intermitente, me ofrece un trago de vino en su manera única.
—Abre completamente, luego muerde —murmura. Sigo sus órdenes.
Hmm, uno de mis favoritos, hojas de parra rellenas. Incluso frías son deliciosas, aunque las prefiero calientes, pero no quiero correr el riesgo de que Pedro se queme de nuevo.
Él me alimenta lentamente, y cuando he terminado lamo sus dedos.
—¿Más? —pregunta en voz baja y ronca.
Niego con la cabeza. Estoy llena.
—Bueno —susurra en mi oído—, porque es el momento para mi plato favorito. Tú. —Me carga en sus brazos, sorprendiéndome tanto que chillo.
—¿Puedo quitarme la venda?
—No.
Casi hago puchero, entonces recuerdo su amenaza y lo pienso mejor.
—Sala de juegos —murmura.
Oh, no sé si esa es una buena idea.
—¿Estás lista para el desafío? —pregunta. Y porque él uso la palabra desafío, no puedo decir que no.
—Hagámoslo —murmuro, deseo y algo que no quiero nombrar, vibran a través de mi cuerpo.
Me carga a través de la puerta, luego las escaleras hasta el segundo piso.
—Creo que has perdido peso —murmura de forma desaprobadora.
¿Lo he hecho? Bien. Recuerdo su comentario cuando llegamos de la luna de miel, y cuanto escocía. Vaya, ¿fue eso apenas hace una semana?
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