lunes, 26 de enero de 2015
CAPITULO 75
Los invitados se están deslizando en la pista de baile. Pedro me sonríe,llegamos justo a tiempo, y me guía a la pista cuadriculada.
—Y ahora, damas y caballeros es tiempo del primer baile. Sr. y Dra. Alfonso, ¿están listos? —Manuel asiente en acuerdo, sus brazos alrededor de Gabriela.
—Damas y caballeros de la subasta del Primer Baile, ¿están listos? —Todos asentimos en acuerdo. Malena está con alguien que no reconozco. Me pregunto qué habrá sucedido con Sergio.
—Entonces deberíamos comenzar. ¡Empieza, Sam!
Un joven se sube al escenario seguido de un cálido aplauso, se gira hacia la banda detrás de él y chasquea los dedos. Los acordes familiares de I’ve Got You Under My Skin llenan el aire.
Pedro me sonríe, me toma en sus brazos y comienza a moverse. Oh, baila tan bien, es fácil seguirlo. Nos sonreímos el uno al otro como idiotas mientras me gira por la pista de baila.
—Amo esta canción —murmura Pedro mirándome—. Parece muy acorde. —Ya no sonríe, está serio.
—Estás bajo mi piel, también —respondo—. O lo estabas, en tu dormitorio.
Aprieta sus labios pero es incapaz de ocultar su asombro.
—Señorita Chaves —admite bromeando—. No tenía idea de que pudiera ser tan cruda.
—Sr. Alfonso, tampoco lo sabía yo. Creo que son todas mis experiencias recientes.Han sido educativas.
—Para ambos. —Pedro está serio de nuevo, y bien podríamos haber estado solos con la banda. En nuestra propia burbuja privada.
Al terminar la canción ambos aplaudimos. Sam el cantante se inclina graciosamente y presenta a su banda.
—¿Puedo interrumpir?
Reconocí al hombre que apostó por mí en la subasta. Pedro me deja ir a regañadientes, pero esta sorprendido también.
—Adelante. Paula, este es Rodolfo Flynn. Rodolfo, Paula.
¡Mierda!
Pedro me sonríe y se dirige hacia un lado de la pista de baile.
—¿Cómo te encuentras, Paula? —dice suavemente el Dr. Flynn, y me doy cuenta de que es británico.
—Hola —mascullo.
La banda comienza con otra canción, y el Dr. Flynn me empuja a sus brazos. Es mucho más joven de lo que había imaginado, aunque no puedo ver su rostro. Está usando una máscara similar a la de Pedro. Es alto, pero no tanto como Pedro, y no se mueve con la gracia de él.
¿Qué le digo? ¿Por qué está Pedro tan arruinado? ¿Por qué pujó en la subasta por mí? Es lo único que quiero preguntarle, pero me parece algo maleducado.
—Me alegra conocerte, Paula. ¿Estás pasándola bien? —pregunta.
—Lo estaba —susurro.
—Oh. Espero no ser el responsable del cambio de humor. —Me da una breve y cálida sonrisa que me relaja un poco más.
—Dr. Flynn, usted es el psiquiatra. Usted dígame
Él sonríe.
—Ese es el problema, ¿no? ¿Lo de psiquiatra?
Suelto una risa.
—Me preocupa lo que pueda revelar, así que estoy más auto-conciente e intimidada. Y realmente sólo quiero preguntarle sobre Pedro.
Él sonríe.
—Primero, esto es una fiesta, así que no estoy trabajando —suspira conspiracionalmente—. Y segundo, realmente no puedo hablarte sobre Pedro.
Además —continúa—, necesitaríamos hasta navidad.
Me atraganto en sorpresa.
—Es una broma de médicos, Paula.
Me sonrojo, avergonzada, y luego me siento un poco resentida. Está bromeando a expensas de Pedro.
—Acaba de confirmar lo que le he estado diciendo a Pedro… que es un charlatán demasiado caro —le digo.
El Dr. Flynn rompe a reír.
—Podrías tener algo allí.
—¿Es británico?
—Sí, originario de Londres.
—¿Cómo llegó aquí?
—Circunstancias felices.
—No dice mucho, ¿no?
—No hay mucho que decir. Soy una persona muy aburrida.
—Eso es muy auto despectivo.
—Es una característica británica. Parte del carácter nacional.
—Oh
—Y podría acusarte de lo mismo, Paula.
—¿De que soy una persona aburrida también, Dr. Flynn?
Él ríe.
—No, Paula, de que no dices mucho.
—No hay mucho que decir —sonrío.
—Sinceramente lo dudo. —Inexplicablemente frunce el ceño.
Me sonrojo, pero la música acaba y Pedro está de vuelta a mí lado. El Dr. Flynn me suelta.
—Ha sido un placer conocerte, Paula. —Me da su sonrisa cálida de nuevo, y siento que he pasado alguna clase de examen escondido.
—Rodolfo —Pedro asiente hacia él.
—Pedro. —El Dr. Flynn devuelve el gesto, gira sobre sus talones y desaparece en la multitud.
Pedro me empuja a sus brazos para la próxima pieza.
—Es mucho más joven de lo que esperaba —le murmuro—. Y terriblemente indiscreto.
Pedro inclina su cabeza hacia un lado.
—¿Indiscreto?
—Oh, sí, me dijo todo —bromeo.
Pedro se tensa.
—Bueno, en ese caso, te traeré tu bolso. Estoy seguro de que no quieres nada más conmigo —dice suavemente.
Me detengo.
—¡No me dijo nada! —Mi voz se llena de pánico.
Pedro pestañea antes de que el alivio llene su rostro. Me atrae hacia él de nuevo.
—Entonces disfrutemos este baile. —Se inclina, reasegurándome, luego me hace girar.
¿Por qué pensaría que me querría ir? No tiene sentido.
Bailamos dos canciones más, y me doy cuenta de que necesito el baño.
—No tardaré demasiado.
Mientras camino al baño, recuerdo que dejé mi bolso en la mesa del comedor, así que me dirijo hacia allí. Cuando entro, aún está iluminado pero bastante desierto, excepto por una pareja en el otro extremo que debería conseguir una habitación.
Me inclinó hacia mi cartera.
—¿Paula?
Una suave voz llama mi atención, y me giro para ver a una mujer vestida en un largo, apretado, vestido negro de terciopelo. Su máscara es única. Cubre su rostro hasta su nariz, pero también cubre su cabello. Es impresionante con elaboraciones de filigranas de oro.
—Estoy tan feliz de que estés sola —dice suavemente—. He estado queriendo hablarte toda la tarde.
—Perdón, no sé quién eres.—Se quita la máscara del rostro y libera su cabello.
¡Mierda! Es la Sra. Robinson.
—Perdona, te asusté.
Boqueo hacia ella. Santo cielo ¿Qué joder quiere esta mujer?
No sé qué convenciones sociales usar al conocer a reconocidas abusadoras de niños. Está sonriendo dulcemente y gesticulándome para que me siente a la mesa.
Y porque me falta cualquier ámbito de referencia, hago lo que me pide con deslumbrante educación, agradecida de que aún llevo mi máscara.
—Seré breve, Paula. Sé que piensas de mí… Pedro me lo dijo.
La miro impasible, no dejando ver nada, pero agradezco que ella sepa. Eso me salva de decirle, y ella está yendo al grano. Parte de mí está más allá de la intriga acerca de lo que podría decir.
Se detiene, mirando por encima de mi hombro.
—Taylor nos está mirando.
Miro alrededor para verlo escaneando la tienda desde la entrada. Salazar está con él. Están mirando a cualquier lugar excepto a nosotros.
—Mira, no estaremos por mucho —dice apresuradamente—. Debe ser bastante obvio para ti que Pedro te ama. Nunca lo he visto así, nunca. —Enfatiza la última palabra.
¿Qué? ¿Amarme? No. ¿Por qué me lo está diciendo? ¿Para tranquilizarme? No entiendo.
—No te lo ha dicho porque es probable que él mismo no se haya dado cuenta. A pesar de que se lo he dicho, pero así es Pedro. No es muy atento a posibles sentimientos y emociones que puede tener. Vive demasiado en lo negativo. Pero entonces probablemente puedas trabajar en eso por ti misma. Él piensa que no es digno.
Me tambaleo. ¿Pedro me ama? No lo ha dicho, ¿y esta mujer le ha dicho cómo se siente? Qué bizarro.
Un centenar de imágenes bailan a través de mi cabeza: El iPad, el planeador, volar para verme, todas sus acciones, su posesividad, sus cien mil dólares por un baile. ¿Es esto amor?
Y lo estoy oyendo de esta mujer, tenerla confirmándome esto es, francamente, no bienvenido. Prefiero oírlo de él.
Mi corazón se contrae. ¿Se siente indigno? ¿Por qué?
—Nunca lo he visto tan feliz, y es obvio que tienes sentimientos por él también. — Una breve sonrisa curva las esquinas de sus labios—. Eso es genial, y les deseo a ambos lo mejor de todo. Pero lo que quería decir es que si lo hieres otra vez, te encontraré mujer, y no va a ser placentero cuando lo haga.
Me mira fijamente, con sus ojos azules helados enterrándose en mi cráneo,tratando de meterse bajo mi máscara. Su amenaza es tan sorprendente, tan fuera del límite que una involuntaria risita incrédula escapa de mí. De todas las cosas que pudo decirme, esta es la menos esperada.
—¿Piensas que es divertido, Paula? —Me escupe con incredulidad—. No lo viste el último sábado.
Mi rostro cae y se oscurece. El pensamiento de Pedro infeliz no es uno agradable, y el último sábado lo dejé. Y él debió ir a ella. La idea me hace marear.
¿Por qué estoy sentada aquí escuchando esta mierda de ella entre todas las personas? Lentamente me curvo, mirándola intencionadamente.
—Me estoy riendo por su audacia, Sra. Mitre. Pedro y yo no tenemos nada que hacer con usted. Y si lo dejo y usted viene buscándome, estaré esperando; no lo dude. Y quizás le dé una probada de su propia medicina en nombre del niño de quince años del que abusó y probablemente jodió incluso más de lo que ya estaba.
Su boca se abre.
—Ahora si me disculpa, tengo mejores cosas que hacer que perder mi tiempo con usted. —Giro sobre mis talones, adrenalina y furia corriendo por mi cuerpo y camino hacia la entrada donde Taylor está de pie justo cuando llega Pedro, luciendo nervioso y preocupado.
—Aquí estás —murmura, luego frunce el ceño cuando ve a Eleonora.
Paso a su lado, sin decir nada, dándole la posibilidad de elegir... ella o yo. Él hace la elección correcta.
—Paula —llama. Me detengo y lo enfrento cuando me alcanza—. ¿Qué está mal? — Mira hacia abajo, a mí, la preocupación grabada en su cara.
—¿Por qué no le preguntas a tu ex? —bufo ácidamente.
Su boca se tuerce y sus ojos se congelan.
—Te estoy preguntando a ti —dice, su voz suave pero con un matiz de algo más amenazante.
Nos miramos el uno al otro.
Está bien, puedo ver que si no le digo terminará en una pelea.
—Ella me estaba amenazando con perseguirme si te lastimo de nuevo... probablemente con un azote —le dije bruscamente.
Alivio destella en su cara, su boca se ablanda con humor.
—¿Seguramente la ironía de eso no se perdió para ti? —dice y puedo decir que él está tratando de reprimir su diversión.
—¡Esto no es gracioso, Pedro!
—No, tienes razón. Hablaré con ella. —Él adopta su cara seria, aunque todavía está reprimiendo su diversión.
—No harás tal cosa. —Doblo mis brazos, la furia pinchando de nuevo.
Él parpadea hacia mí, sorprendido por mi arrebato.
—Mira, sé que estás atado con ella financieramente, olvida el juego de palabras, pero... —Me detengo. ¿Qué le estoy pidiendo que haga? ¿Dejarla? ¿Dejar de verla? ¿Puedo hacer eso?—. Necesito el baño. —Lo miro, su boca extendida en una línea sombría.
Él suspira y ladea su cabeza hacia un lado. ¿Podría lucir más caliente? ¿Es la máscara o sólo él?
—Por favor, no te enojes. No sabía que ella estaba aquí. Dijo que no iba a venir. — Su tono es apaciguador, como si estuviera hablando con un niño. Estirándose recorre con su pulgar el mohín de mi labio inferior—. No dejes que Eleonora arruine nuestra tarde, por favor, Paula. Realmente ella es vieja noticia.
Vieja es la palabra, pienso con poca generosidad, cuando él levanta mi barbilla y con cuidado roza sus labios con los míos. Suspiro de acuerdo, parpadeando hacia él. Él se endereza y toma mi codo.
—Te acompañaré al baño para que no te interrumpan de nuevo.
Me conduce a través del césped hacia los lujosos servicios temporales. Malena dijo que ellos habían sido traídos para la ocasión, pero no tenía idea de que vinieran en versión de lujo.
—Esperaré aquí por ti, nena —murmura.
Cuando salí, mi humor se había moderado. He decidido no dejar que la Sra. Robinson arruine mi tarde porque probablemente eso era lo que quería. Pedro está en el teléfono un poco lejos y fuera de ser escuchado por las pocas personas riendo y charlando cerca. Cuando me acerco, puedo escucharlo. Él es muy breve.
—¿Por qué cambiaste de opinión? Pensé que estábamos de acuerdo. Bueno, déjala sola... Está es la primera relación regular que he tenido alguna vez y no quiero que la pongas en peligro por algunas inapropiadas preocupaciones por mí. Déjala. Sola. Lo digo, Eleonora. —Él se detiene,escuchando—. No, por supuesto que no. —Frunce el ceño profundamente cuando lo dice. Mirando hacia arriba, me ve mirarlo—. Tengo que irme. Buenas noches. —Presiona el botón de cortar.
Inclino mi cabeza hacia un lado y levanto una ceja hacia él. ¿Por qué la está llamando?
—¿Cómo está la vieja noticia?
—Irritable —contesta con sarcasmo—. ¿Quieres bailar un poco más? ¿O te gustaría irte? —Mira a su reloj—. Los fuegos artificiales empiezan en cinco minutos.
—Amo los fuegos artificiales.
—Nos quedaremos y los miraremos, entonces. —Pone sus brazos mi alrededor y me acerca—. No dejes que ella se meta entre nosotros.
—Ella se preocupa por ti —murmuré.
—Sí, y yo por ella... como amigo.
—Creo que es más que una amistad para ella.
Su frente se surca.
—Paula, Eleonora y yo... es complicado. Tenemos una historia compartida. Pero es sólo eso, historia. Como te he dicho repetidas veces, es una buena amiga. Eso es todo. Por favor, olvídate de ella. —Él besa mi cabello y por el interés de no arruinar nuestra tarde, lo deje ir. Sólo estoy tratando de entender.
Vagamos de la mano hacia atrás a la pista de baile. La banda todavía está tocando.
—Paula.
Me giro para encontrar a Manuel detrás de nosotros.
—Me preguntaba si me darás el honor del próximo baile. —Manuel sostiene su mano hacia mí. Pedro se encoge de hombros y sonríe, liberando mi mano, y dejo que Manuel me conduzca a la pista de baile. Sam, el líder de la banda, se lanza por Come Fly with Me, y Manuel pone su brazo alrededor de mi cintura y con cuidado me gira en la multitud.
—Quiero agradecerte la generosa contribución a nuestra caridad, Paula.
Por su tono, sospecho que está es una indirecta para saber si puedo afrontarlo.
—Sr. Alfonso...
—Llámame Manuel, por favor, Paula.
—Estoy encantada de ser capaz de contribuir. Inesperadamente heredé algo de dinero. No lo necesito. Y es una causa tan digna.
Él me sonríe y yo aprovecho la oportunidad para algunas preguntas inocentes.
Carpe diem, mi subconsciente bufa desde detrás de su mano.
—Pedro me dijo un poco sobre su pasado, entonces pienso que es apropiado apoyar su trabajo —añadí, esperando que eso animara a Manuel a darme una pequeña vista del misterio de su hijo.
Manuel está sorprendido.
—¿Lo hizo? Eso es insólito. Seguramente tuviste un efecto positivo en él, Paula. Creo que nunca lo he visto tan... optimista.
Me sonrojo.
—Perdón, no quise avergonzarte.
—Bueno, en mi limitada experiencia, él es un hombre poco corriente —murmuré.
—Lo es. —Está de acuerdo Manuel.
—La niñez de Pedro suena horriblemente traumatizante, por lo que me contó.
Manuel frunce el ceño y me pregunto si he pasado el límite.
—Mi esposa era la doctora de turno cuando la policía lo trajo. Era piel y huesos, y deshidratado. No quería hablar. —Manuel frunce el ceño de nuevo, perdido en los horribles recuerdos, a pesar de la música que subía alrededor de nosotros—. De hecho, él no habló por casi dos años. Era tocando el piano lo que eventualmente lo trajo fuera de sí mismo. Oh, y la llegada de Malena, por supuesto. —Me sonríe con cariño.
—Toca hermoso. Y ha logrado tanto, debe estar muy orgulloso de él. —Soné distraída. Mierda. No habló por dos años.
—Inmensamente. Es un joven muy decidido, muy capaz, un joven muy brillante.
Pero entre tú y yo, Paula, es verlo como está esta tarde... despreocupado, actuando como de su edad... es la verdadera emoción de su madre y mía. Los dos lo estábamos comentándolo hoy. Creo que tenemos que agradecerte por eso.
Creo que me ruboricé hasta mis raíces. ¿Qué se supone que debo decir a ello?
—Siempre ha sido tan solitario. Nunca pensamos que lo veríamos con alguien. Lo que sea que estés haciendo, por favor no pares. Nos gustaría verlo feliz. —Se detiene de repente como si él hubiera pasado el límite—. Lo siento, no quiero hacerte sentir incómoda.
Sacudo mi cabeza.
—Me gustaría verlo feliz, también —murmuro, insegura de qué más decir.
—Bueno, estoy muy alegre de que vinieras esta tarde. Ha sido un excelente placer verlos a los dos juntos.
Mientras las notas finales de “Come Fly with Me” se desvanecen,Manuel me libera y hace una reverencia y yo hago otra, reflejando su cortesía.
—Eso es suficiente baile con un anciano. —Pedro está a mi lado de nuevo.
Manuel se ríe.
—Menos lo de “anciano”, hijo. Se sabe que tengo mis momentos. —Pedro me guiña un ojo juguetonamente y se pasea entre la multitud.
—Creo que le gustas a mi papá —murmura Pedro cuando mira a su padre mezclarse con la muchedumbre.
—¿Qué no le gustaría? —Lo miro coquetamente a través de mis pestañas.
—Buen punto, bien hecho, señorita Chaves. —Me jala en un abrazo cuando la banda empieza a tocar It Had to Be You.
—Baila conmigo —susurra seductoramente.
—Con placer, Sr. Alfonso. —Sonrío en respuesta y él me arrastra a través de la pista de baile una vez más.
CAPITULO 74
Estamos afuera, sobre el césped. Pensé que estaríamos rumbo al cobertizo, pero decepcionantemente parece que nos dirigimos hacia la pista de baile donde una gran banda ahora se está preparando. Hay al menos veinte músicos, y unos pocos invitados están pululando alrededor, fumando furtivamente, pero dado que gran parte de la acción está atrás en la carpa no llamamos demasiado la atención.
Pedro me lleva hacia la parte trasera de la casa y abre una ventana francesa que lleva a una grande, cómoda sala de estar que no he visto antes. Camina a través de la sala desierta hacia la amplia escalera con su elegante barandilla de madera pulida. Tomando mi mano de la curva de su brazo, me lleva hasta el segundo piso y a otro tramo de escaleras hasta el tercero. Abriendo una puerta blanca, me hace pasar a una de las habitaciones.
—Esta era mi habitación —dice tranquilamente, parándose en la puerta y bloqueándola tras él.
Es grande, sencilla y escasamente amueblada. Las paredes son de color blanco como los mueble, una espaciosa cama doble, un escritorio y una silla, estantes atiborrados con libros y paneles con varios trofeos de kickboxing por el aspecto. En las paredes cuelgan carteles de películas: The Matrix, Fight Club, The Truman Show y dos afiches enmarcados de kickboxing. Uno se llama Guiseppe DeNatale, nunca he escuchado de él.
Pero lo que llama mi atención es la cartelera blanca por encima del escritorio, salpicada con un gran número de fotografías, banderines de los Mariners y talones de billetes.
Es un pedazo del joven Pedro. Mis ojos vuelven al magnífico, bello hombre ahora parado en el centro de la habitación. Él ve hacia mí oscuramente, melancólico y sexy.
—Nunca he traído a una chica aquí —murmura.
—¿Nunca? —susurro.
Él sacude la cabeza.
Trago convulsivamente y el ansia que ha estado molestándome por el último par de horas está rugiendo ahora, salvaje y deseando. Verlo de pie en la alfombra azul rey en esa máscara… es más allá de erótico. Lo deseo.
Ahora. De cualquier manera que pueda tenerlo. Tengo que resistir lanzarme hacia él y rasgar su ropa. Él camina hacia mí, como un vals, lentamente.
—No tenemos mucho tiempo Paula y por la manera en que me siento justo en este momento, no necesitaremos mucho. Date la vuelta. Déjame sacarte ese vestido.
Me giro y miro hacia la puerta, agradecida de que la cerrara.
Agachándose, susurra suavemente en mi oído.
—Déjate la máscara puesta.
Gimo mientras mi cuerpo se curva en respuesta. Aún ni me ha tocado.
Alcanza la parte superior de mi vestido, sus dedos deslizándose contra mi piel, y su toque reverbera por mi cuerpo. Con un rápido movimiento, abre el cierre.
Sosteniendo mi vestido, me ayuda a salir de él, luego gira y lo cuelga prolijamente en el respaldo de una silla.
Quitándose la chaqueta, la coloca sobre mi vestido. Se
detiene, y me mira por un momento, absorbiéndome. Estoy en sostén y pantaletas a juego, y me deleito con su sensual mirada.
—Sabes, Paula —dice suavemente mientras camina hacia mí, deshaciendo su corbatín y dejándolo colgar alrededor de su cuello, luego desabrochando los tres botones superiores de su camisa—, estaba tan enojado cuando compraste mi lote en la subasta. Toda clase de ideas vinieron a mi mente, y debí recordarme que el castigo está fuera del menú. Pero luego lo pediste voluntariamente. —Me mira a través de su máscara—. ¿Por qué hiciste eso? —susurra.
—¿Pedirlo? No lo sé. Frustración… demasiado alcohol… una causa que lo requería —mascullo vagamente, encogiéndome de hombros. ¿Tal vez para atraer su atención?
Lo necesitaba entonces, lo necesito más ahora. El dolor es peor, y sé que él puede calmarlo, aplacar esta bestia rugiente y silbante en mí con la que hay en él. Su boca se endurece en una línea, y lentamente lame su labio superior. Quiero esa lengua en mí.
—Me prometí a mí mismo que no te golpearía de nuevo, incluso si me lo rogaras.
—Por favor —rogué.
—Pero entonces entendí, probablemente estás muy incómoda en el momento, y no es algo a lo que estés habituada. —Me da una sonrisa, bastardo arrogante y sabelotodo, pero no me importa porque tiene absolutamente toda la razón.
—Sí —suspiro.
—Así que puede haber cierta… flexibilidad. Si hago esto, debes prometerme una cosa.
—Lo que sea.
—Usarás la palabra de seguridad si lo necesitas, y sólo te haré el amor, ¿de acuerdo?
—Sí. —Estoy jadeando, quiero sus manos en mí.
Él traga, luego toma mi mano y me dirige a la cama.
Arrojando el cobertor a un lado, se sienta, toma una almohada y la coloca a su lado. Me mira parada junto a él
y repentinamente tira fuertemente de mi mano haciéndome caer plana en sus piernas. Se mueve un poco para que mi cuerpo quede descansando en la cama, mi pecho en la almohada, mi cara a un lado. Inclinándose adelante, mueve mi cabello de mi hombro y corre sus dedos por las plumas en mi máscara.
—Pon tus manos tras tu espalda —murmura.
¡Oh! Se quita su corbata y lo usa para rápidamente atar mis muñecas dejando mis manos atadas tras de mí, descansando en la parte baja de mi espalda.
—¿Realmente quieres esto, Paula?
Cierro mis ojos. Es la primera vez desde que lo conocí que realmente quiero esto.
Lo necesito.
—Sí —susurro.
—¿Por qué? —pregunta suavemente mientras acaricia mi trasero con su palma.
Gimo tan pronto como su mano hace contacto con mi piel.
No se por qué… Me pide que no piense demasiado las cosas. Luego de un día como este, discutiendo sobre dinero, Lorena, la Sra. Robinson, el expediente sobre mí, el mapa de ruta, esta lujosa fiesta, las máscaras, el alcohol, las bolas plateadas, la subasta… Quiero esto.
—¿Necesito una razón?
—No, nena, no la necesitas —dice—. Sólo estoy tratando de entenderte. —Su mano izquierda se curva alrededor de mi cintura, manteniéndome en mi lugar mientras su palma abandona mi trasero y cae dura justo en la separación de mis muslos. El dolor se conecta directo con el dolor en mi estómago.
Oh, hombre… gimo fuertemente. Me golpea de nuevo, en el mismo lugar. Gruño de nuevo.
—Dos —murmura—. Haremos doce.
¡Oh mi…! Se siente diferente a la última vez, tan carnal, tan… necesario. Acaricia mi trasero con sus manos de largos dedos, y estoy indefensa, atada y presionada contra el colchón, a su voluntad y sin libre albedrío. Me golpea de nuevo, ligeramente hacia un lado, y de nuevo, en el otro lado, luego se detiene mientras suavemente baja mis pantaletas y me las quita. Gentilmente traza con su palma mi trasero de nuevo antes de continuar con las palmadas, cada una quitándome el borde de mi necesidad, o alimentándola, no lo sé. Me rindo al ritmo de los golpes, absorbiendo cada uno, saboreando cada uno.
—Doce —murmura, su voz baja y áspera. Acaricia mi trasero de nuevo y traza sus dedos hacia mi sexo y lentamente hunde dos dedos dentro de mí, moviéndolos en un círculo, girando y girando y girando, torturándome.
Gimo fuertemente mientras mi cuerpo toma el control, y sigo y sigo, convulsionando en sus dedos. Es tan intenso, inesperado y rápido.
—Eso es, nena —murmura apreciativamente. Desata mis muñecas, manteniendo sus dedos dentro de mí, mientras quedo acostada y aplastada sobre él.
—Aún no termino contigo, Paula —dice y se mueve sin quitar sus dedos. Baja mis rodillas al piso así que ahora me inclino sobre la cama. Él se arrodilla detrás de mí y baja su cierra. Desliza sus dedos fuera de mí, y oigo el familiar sonido de un paquete plástico—. Abre las piernas —gruñe y obedezco. Acaricia mi trasero y entra en mí.
—Esto será rápido, nena —murmura, y tomando mis caderas se aleja y luego me penetra de golpe.
—¡Ah! —lloro, pero la plenitud es celestial. Está quitándome el dolor de estómago con rapidez, erradicándolo con cada agudo, dulce impulso. El sentimiento es impresionante, justo lo que necesito. Me inclino hacia atrás para encontrarlo,empuje a empuje.
—Paula, no —gruñe, tratando de detenerme. Pero aún lo deseo demasiado, y me arqueo contra él, acompasando los empujes.
—Paula, mierda —sisea mientras acaba, y el sonido torturado me dispara de nuevo, guiándome a un sanador orgasmo que sigue y sigue y me lleva alto y me deja sin respiración.
Pedro se inclina y me besa en el hombro, luego se aleja. Ubicando sus brazos a mi alrededor, descansa su cabeza en el medio de mi espalda, y nos quedamos así, ambos arrodillados uno junto al otro, ¿por cuánto?, ¿segundos? Quizás incluso minutos, mientras nuestras respiraciones se calman. Mi dolor de estómago ha desaparecido, y todo lo que siento es una suave y satisfactoria serenidad.
Pedro se endereza y besa mi espalda.
—Creo que me debe una pieza, señorita Chaves —murmura.
—Mmmm —respondo, saboreando la ausencia de dolor y descansando en el brillo.
Se sienta en sus talones y me empuja de la cama hacia sus piernas.
—No tenemos mucho tiempo. Vamos. —Besa mi cabello y me fuerza a pararme.
Gruño pero me siento en la cama y me pongo las pantaletas. Vagamente, camino a la silla para ponerme el vestido. Noto con un desapasionado interés que no me quité los zapatos durante nuestro arrebato ilícito. Pedro se está atando la corbata, luego de arreglar la cama.
Mientras me pongo de nuevo el vestido, miro las fotos en la pizarra. Pedro de adolescente era guapísimo: con Gustavo y Malena en las pistas de ski; por su cuenta en París, el Arco del Triunfo sirviendo de fondo; en Londres, Nueva York, el Gran Cañón, La Casa de Ópera de Sydney, incluso en la Gran Muralla China. El maestro Alfonso viajó mucho en su adolescencia.
Hay entradas para varios conciertos: U2, Metallica, The Verve, Sheryl Crow, La Orquesta Filarmónica de Nueva York interpretando Romeo y Julieta de Prokofev, ¡qué mezcla ecléctica! Y en un costado, una fotografía del tamaño de pasaporte de una joven mujer. Está en blanco y negro. Se ve familiar, pero no puedo ubicarla.
No es la Sra. Robinson, gracias a Dios.
—¿Quién es ella? —pregunto.
—Nadie interesante —murmura mientras se desliza su chaqueta y endereza su corbata—. ¿Te ayudo con el cierre?
—Por favor. ¿Entonces por qué está en tu pizarra?
—Un descuido de mi parte. ¿Cómo está mi corbata? —Levanta su barbilla como un niño pequeño, y sonrío y la enderezo por él.
—Ahora está perfecta.
—Como tú —murmura y me toma, besándome apasionadamente—. ¿Te sientes mejor?
—Mucho, gracias Sr. Alfonso
—El placer fue todo mío, señorita Chaves.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)