Cuando llegamos a la UCI, nos encontramos a José yéndose. Está solo.
—Paula, Pedro, hola.
—¿Dónde está tu padre?
—Estaba demasiado cansado para volver. Tuvo un accidente de coche esta mañana —José sonríe con tristeza—, y sus analgésicos han hecho efecto.
Él estaba fuera de combate. Tuve que luchar para entrar a ver a Reinaldo ya que no soy familia.
—¿Y? —pregunto ansiosamente.
—Esta bien, Paula, igual… pero todo bien.
Alivio inunda mi sistema. Sin noticias son buenas noticias.
—¿Nos vemos mañana, chica del cumpleaños?
—Por supuesto. Vamos a estar aquí.
José mira a Pedro rápidamente y luego rápidamente me abraza.
—Mañana.
—Buenas noches, José.
—Adiós, José —dice Pedro. José asiente y camina por el pasillo—. Todavía está loco por ti —dice Pedro en voz baja.
—No, no lo está. E incluso si lo está… —Me encojo de hombros, porque ahora no me importa.
Pedro me da una sonrisa tensa, y se derrite mi corazón.
—Bien hecho —murmuro.
Frunce el ceño.
—Por no echar espuma por la boca.
Me mira boquiabierto, herido, pero divertido, también.
—Nunca he echado espuma. Vamos a ver a tu padre. Tengo una sorpresa para ti.
—¿Sorpresa? —Mis ojos se abren en alarma.
—Ven. —Pedro toma mi mano, y empujamos para abrir las puertas dobles de la UCI.
De pie en el extremo de la cama de Reinaldo esta Gabriela, en profunda discusión con Crowe y un segundo médico, una mujer que no he visto antes. Al vernos, Gabriela sonríe.
Oh, gracias a Dios.
—Pedro. —Ella besa su mejilla, y luego se vuelve hacia mí y me toma en su cálido abrazo.
—Paula. ¿Cómo lo llevas?
—Estoy bien. Es mi padre el que me preocupa.
—Está en buenas manos. La doctora Sluder es una experta en su campo.Estudiamos juntas en la Universidad de Yale.
Oh…
—Sra. Alfonso. —La Dra. Sluder me saluda muy formal. Ella es de cabello corto y delicado, con una tímida sonrisa y un acento sureño suave—. Como el médico de cabecera de su padre, me complace decirle que todo va por buen camino. Sus signos vitales son estables y fuertes. Tenemos toda la fe en que él va a tener una recuperación completa. El edema cerebral se ha detenido, y muestra signos de disminución. Esto es muy alentador después de un tiempo tan corto.
—Esas son buenas noticias —murmuro.
Ella sonríe con gusto. —Lo son, Sra.Alfonso. Estamos cuidando muy bien de él.
—Me alegro de verte de nuevo, Gabriela.
Gabriela sonríe. —Igualmente, Roxana.
—Dr. Crowe, dejemos que esta buena gente visite al señor Chaves —Crowe sigue a la Dra. Sluder a la salida.
Miro hacia Reinaldo, y por primera vez desde su accidente, me siento más optimista. La Dra. Sluder y las palabras amables de Gabriela han reavivado mi esperanza. Gabriela toma mi mano y la aprieta suavemente.
—Paula, cariño, siéntate con él. Habla con él. Está todo bien. Voy con Pedro a la sala de espera.
Asiento con la cabeza. Pedro sonríe en consuelo, y él y su madre me dejan con mi amado padre durmiendo plácidamente con la nana de su ventilador y el monitor cardiaco.
*****
Me deslizo la camisa blanca de Pedro y me meto en la cama.
—Luces más brillante —dice Pedro con cautela, mientras él se pone su pijama.
—Sí. Creo que hablar con la Dra. Sluder y tu madre hizo una gran diferencia. ¿Le pediste a Gabriela que viniera aquí?
Pedro se desliza en la cama y me tira en sus brazos, girándome de espaldas a él.
—No. Quería venir y comprobar a tu padre por ella misma.
—¿Cómo lo supo?
—La llamé esta mañana.
Oh.
—Nena, estás exhausta. Deberías dormir.
—Hmm —murmuro de acuerdo. Tiene razón. Estoy tan cansada. Ha sido un día muy emotivo. Estiro mi cabeza alrededor y lo miro. ¿No vamos a hacer el amor? Y me siento aliviada. De hecho, él ha tenido un enfoque totalmente manos-fuera conmigo todo el día. Me pregunto si debería alarmarme por este giro de los acontecimientos, pero ya que mi diosa interior ha dejado el edificio y tomado mi libido con ella, voy a pensar en ello mañana. Me vuelvo y me acurruco contra Pedro, envolviendo mi pierna sobre la suya.
—Prométeme algo —dice en voz baja.
—¿Hmm? —Es una pregunta que estoy demasiado cansada para articular.
—Prométeme que vas a comer algo mañana. Puedo casi tolerar que uses la chaqueta de otro hombre sin echar espuma por la boca, pero, Paula… debes comer. Por favor.
—Hmm —consiento. Besa mi cabello—. Gracias por estar aquí —murmuro, y soñolienta beso su pecho.
—¿Dónde más podría estar? Quiero estar donde quiera que estés, Paula.
Estar aquí me hace pensar en lo lejos que hemos llegado. Y la primera noche que dormí contigo. Qué noche aquella. Te observe durante horas.Eras sólo… perfecta —espira.
Sonrío contra su pecho.
—Duerme —murmura, y se trata de una orden. Cierro los ojos y voy a la deriva.
La suite en el Heathman luce como la recuerdo. ¿Cuántas veces he pensado en la primera noche y la mañana que pasé con Pedro Alfonso?
Estoy parada en la entrada a la suite, paralizada. Por Dios, todo empezó aquí.
—Hogar lejos de casa —dice Pedro, su voz suave, poniendo mi maletín en el suelo al lado de uno de los sofás mullidos.
—¿Quieres una ducha? ¿Un baño? ¿Qué es lo que necesitas, Paula? —Pedro me mira, y sé que está sin dirección, mi chico perdido tratando con situaciones más allá de su control. Ha estado retirado y contemplativo toda la tarde. Esta es una situación que no puede manipular y predecir.
Esta es la vida real en su materia prima, y él se ha mantenido alejado durante tanto tiempo, está expuesto e indefenso ahora. Mi dulce, amparado Cincuenta Sombras.
—Un baño. Me gustaría un baño —murmuro, consciente de que mantenerlo ocupado lo hará sentir mejor, incluso útil. Oh, Pedro, estoy entumecida y tengo frío y tengo miedo, pero estoy tan contenta de que estés aquí conmigo.
—Baño. Buena. Sí. —Camina hacia la habitación y fuera de la vista al palaciego cuarto de baño. Unos momentos más tarde, el rugido del agua que brota para llenar la bañera hace eco desde la habitación.
Finalmente, me impulso a seguirlo a la habitación. Estoy consternada al ver varias bolsas de Nordstrom en la cama. Pedro vuelve a entrar, mangas arremangadas, corbata y chaqueta fuera.
—Envié a Taylor a conseguir algunas cosas. Ropa para dormir. Ya sabes —dice, mirándome con recelo.
Por supuesto que lo hizo. Asiento en aprobación para que se sienta mejor.
¿Dónde está Taylor?
—Oh, Paula —murmura Pedro—. No te he visto así. Normalmente eres tan valiente y fuerte.
No sé qué decir. Tan sólo lo miró con los ojos abiertos. No tengo nada para dar en este momento. Creo que estoy en estado de shock. Envuelvo mis brazos alrededor de mí, tratando de mantener el frío que penetra en la bahía, a pesar de que sé que es una tarea infructuosa, ya que el frío viene de adentro. Pedro me tira hacia sus brazos.
—Nena, él está vivo. Sus signos vitales son buenos. Sólo tenemos que ser pacientes —murmura—. Ven. —Toma mi mano y me conduce al baño.
Amablemente, desliza mi chaqueta fuera de mis hombros y la coloca en la silla del baño, luego girando desabrocha los botones de mi blusa.
El agua esta deliciosamente caliente y fragante, el olor de flores de loto es fuerte, cálido, en el bochornoso aire del baño. Me acomodo entre las piernas de Pedro, mi espalda hacia su pecho, mis pies descansando encima de los suyos. Ambos estamos callados e introspectivos, y finalmente me siento cálida. Pedro besa mi cabello de forma intermitente mientras yo, ausente mentalmente, reviento las burbujas en la espuma. Su brazo está alrededor de mis hombros.
—No te metiste en la bañera con Lorena, ¿verdad? ¿Esa vez que la bañaste? —pregunto.
Se pone rígido y resopla, su mano apretándose en mi hombro donde descansa. —Uhm… no. —Suena asombrado.
—Eso pensé. Bien.
Tira suavemente mi cabello atado en un crudo moño, inclinando mi cabeza para que pueda ver mi cara.
—¿Por qué preguntas?
Me encojo de hombros. —Mórbida curiosidad. No lo sé… verla esta semana…
Su rostro se endurece. —Ya veo. Menos mórbido.
Su tono lleno de reproche.
—¿Por cuánto tiempo la vas a mantener?
—Hasta que esté en condiciones. No lo sé. —Se encoge de hombros—. ¿Por qué?
—¿Hay otras?
—¿Otras?
—Ex a quienes mantengas.
—Había una, si. Pero ya no.
—¿Oh?
—Estaba estudiando para ser doctora. Ella ya está titulada y tiene a alguien más.
—¿Otro dominante?
—Sí.
—Lorena dice que tienes dos de sus pinturas —susurro.
—Solía. No me importaban mucho. Tenían merito técnico, pero eran demasiado coloridas para mí. Creo que Gustavo las tiene. Como sabemos, no tiene buen gusto.
Me río, y envuelve su otro brazo a mi alrededor, salpicando agua al lado del baño.
—Eso está mejor —susurra y besa mi sien.
—Se va a casar con mi mejor amiga.
—Entonces mejor me callo —dice él.
Me siento más relajada en nuestro baño. Envuelta en mi suave bata del Heathman, observo las varias bolsas en la cama. Dios, esto debe ser más que ropa para dormir.
Tentativamente, echo un vistazo a una de ellas. Un
par de pantalones y una sudadera azul pálido, mi talla. Santo Cielo…
Taylor compro todo el fin de semana valido en ropa, y él sabe qué me gusta. Sonrió, recordando que esta no es la primera vez que ha comprado ropa para mí cuando estaba en el Heathman.
—Aparte de acosarme en Clayton, ¿alguna vez has ido en verdad a una tienda y sólo comprado cosas?
—¿Acosarte?
—Sí. Acosarme.
—Estabas nerviosa, si recuerdo. Y ese chico estaba sobre ti. ¿Cuál era su nombre?
—Ulises.
—Uno de los muchos admiradores.
Ruedo mis ojos, y él sonríe aliviado, una sonrisa genuina y me besa.
—Ahí está mi chica —susurra—. Vístete. No quiero que atrapes un resfriado de nuevo.
*****
—Lista —murmuro. Pedro está trabajando en la Mac en el área de estudio de la habitación. Está vestido en jeans negros y un suéter tejido gris, y yo estoy usando los pantalones, la sudadera, y una blusa blanca.
—Pareces tan joven —dice Pedro en voz baja, mirando hacia arriba, sus ojos brillando—. Y pensar que serás todo un año mayor mañana. —Su voz es pensativa. Le doy una sonrisa triste.
—No siento muchas ganas de celebrarlo. ¿Podemos ir a ver a Reinaldo ahora?
—Seguro. Desearía que comieras algo. Apenas y tocaste tu comida.
—Pedro, por favor. Sólo no tengo hambre. Tal vez después de que haya visto a Reinaldo. Quiero desearle buenas noches.
La UCI en el sexto piso es austera, estéril, una sala funcional con voces susurradas y maquinas emitiendo pitidos. Cuatro pacientes son hospedados en su propia habitación separadas con alta tecnología. Reinaldo está en el otro extremo.
Papi.
Luce tan pequeño en su enorme cama, rodeado por toda esta tecnología.
Es impresionante. Mi padre nunca ha sido tan disminuido.
Hay un tubo en su boca, y varias líneas pasan por gotas a una aguja en cada brazo.
Una pequeña pinza está atada a su dedo. Me pregunto vagamente para qué será eso. Su pierna esta encima de las sabanas, recubierta por una escarola azul.
Un monitor muestras su ritmo cardiaco: bip, bip, bip. Esta latiendo más fuerte y estable. Esto lo sé. Me muevo lentamente hacia él. Su pecho está cubierto por un inmaculado vendaje grande que desaparece debajo de la delgada sabana que protege su modestia.
Papi.
Me doy cuenta que el tubo tirando en la esquina derecha de su boca lleva a un ventilador. Su sonido se mezcla con el bip, bip, bip, del monitor de su corazón en un ritmo de percusión. Inhalando, exhalando, inhalando, exhalando, inhalando, exhalando a tiempo con el bip. Hay cuatro líneas en la pantalla del monitor del corazón, cada una moviéndose constantemente, demostrando claramente que Reinaldo aun está con nosotros.
Oh, papi.
A pesar de que su boca se ve distorsionada por el tubo de ventilación, se ve tranquilo, acostado ahí durmiendo.
Una pequeña y joven enfermera se encuentra a un lado, comprobando sus monitores.
—¿Puedo tocarlo? —pregunto, tentativamente alcanzando su mano.
—Sí. —Ella sonríe amablemente. Su insignia, dice: KELLIE RN, y debe estar en sus veinte años. Ella es rubia con ojos oscuros, oscuros.
Pedro se encuentra en el extremo de la cama, mirándome con cuidado mientras sujeto la mano derecha de Reinaldo.
Es sorprendentemente cálida, y eso es mi perdición. Me hundo en la silla junto a la cama, colocando la cabeza suavemente contra el brazo de Reinaldo, y empiezo a sollozar.
—Oh, papá. Por favor, mejórate —susurro—. Por favor.
Pedro pone su mano sobre mi hombro y me da un apretón tranquilizador.
—Todos los signos vitales del señor Chaves son buenos —dice la enfermera Kellie dice en voz baja.
—Gracias —murmura Pedro. Echo un vistazo a tiempo para ver su boca abierta. Ella ha conseguido por fin un buen vistazo de mi esposo. No me importa. Ella puede quedarse boquiabierta por Pedro todo lo que quiera mientras haga que mi padre mejore.
—¿Puede escucharme? —pregunto.
—Está en un profundo sueño. Pero, ¿quién sabe?
—¿Puedo sentarme por un rato?
—Por supuesto. —Ella me sonríe, sus mejillas rosadas de un rubor revelador. Incongruentemente, me encuentro pensando que el rubio no es su verdadero color.
Pedro me mira, ignorándola. —Tengo que hacer una llamada. Voy a estar fuera. Te daré un tiempo a solas con tu padre. —Asiento con la cabeza. Besa mi cabello y sale de la habitación. Sostengo la mano de Reinaldo, maravillada por la ironía de que es sólo ahora cuando está inconsciente y no me oye realmente quiero decirle cuánto lo amo. Este hombre ha sido mi constante. Mi roca. Y nunca he pensado en ello hasta ahora. No soy carne de su carne, pero él es mi papá, y lo quiero mucho. Mis lágrimas se arrastran por mis mejillas. Por favor, por favor mejórate.
Muy discretamente, para no molestar a nadie, le digo sobre nuestro fin de semana en Aspen y del fin de semana pasado, cuando volamos y navegamos a bordo de El Gabriela. Le hablo de nuestra nueva casa, nuestros planes, de cómo esperamos que sea ecológicamente sustentable.
Le prometo llevarlo con nosotros a Aspen para que pueda ir a pescar con Pedro y le aseguro que el Sr. Rodríguez y José serán bienvenidos, también. Por favor, tienes que estar aquí para hacer eso, papá. Por favor.
Reinaldo permanece inmóvil, el ventilador inhalando y exhalando y el sonido monótono pero tranquilizador, bip, bip de su monitor del corazón su única respuesta.
Cuando miro hacia arriba, Pedro está sentado tranquilamente en el extremo de la cama. No sé cuánto tiempo ha estado allí.
—Hola —dice, sus ojos brillando con compasión y preocupación.
—Hola.
—¿Así que voy a pescar con tu padre, el Sr. Rodríguez, y José? —pregunta.
Asiento con la cabeza.
—Está bien. Vamos a comer. Vamos a dormir.
Frunzo el ceño. No quiero dejarlo.
—Paula, está en coma. Les he dado nuestros números de móvil a las enfermeras de aquí. Si hay algún cambio, nos van a llamar. Vamos a comer, ir a un hotel, descansar, y luego volver esta noche.