domingo, 25 de enero de 2015

CAPITULO 72




He entrado en un universo alternativo. La joven que me mira fijamente parece digna de una alfombra roja. Su vestido straples, largo hasta el suelo, de satín plateado es simplemente impresionante. Tal vez le escriba personalmente a Caroline Acton. Está ajustado y adula las pocas curvas que tengo.


Mi cabello cae en ondas suaves alrededor de mi cara, derramándose sobre mis hombros hasta mis pechos. Meto un mechón detrás de mi oreja, dejando al descubierto mi segunda opción en pendientes. Mantuve mi maquillaje al mínimo, buscando un aspecto natural. Delineador de ojos, mascara, un poco de rubor rosado y el lápiz labial de color rosa pálido.


Realmente no necesito el rubor. Estoy un poco enrojecida por el constante movimiento de las bolas de plata. Sí, van a garantizar que tenga un poco de color en las mejillas esta noche. Sacudiendo mi cabeza ante la audacia de las ideas eróticas de Pedro, me inclino a recoger mi abrigo de raso y el bolso plateado y voy en busca de mis Cincuenta tonos.


Él está hablando con Taylor y otros tres hombres en el pasillo, de espaldas a mí.


Sus sorpresivas expresiones de aprecio alertan a Pedro de mi presencia. Se voltea mientras me detengo y espero con torpeza.


¡Santo cielo! Se me seca la boca. Él se ve impresionante... 


Traje de noche negro, corbata de lazo negro y su expresión cuando me mira es de asombro. Él camina hacia mí y besa mi cabello.


—Paula. Te ves impresionante.


Me ruborizo ante el cumplido frente a Taylor y los otros hombres.


—¿Una copa de champán antes de irnos?


—Por favor —murmuro, demasiado rápido.


Pedro asiente con la cabeza hacia Taylor, quien se dirige al hall de entrada con sus tres cohortes.


En la gran sala, Pedro recupera una botella de champán de la nevera.


—¿Equipo de seguridad? —pregunto.


—Protección Cercana. Están bajo el control de Taylor. Ha entrenado en eso también. —Las manos de Pedro me acercan una copa de champán.


—Él es muy versátil.


—Sí, lo es. —Sonríe Pedro—. Te ves hermosa, Paula. Salud. —Levanta su copa y la choca con la mía. El champán es de un pálido color rosado. Tiene un sabor deliciosamente crujiente y ligero.


—¿Cómo te sientes? —pregunta, sus ojos se calientan.


—Muy bien, gracias. —Sonrío dulcemente, sin dejar escapar nada, a sabiendas de que se refiere a las bolas de plata.


Él me sonríe.


—Aquí, vas a necesitar esto. —Me entrega una bolsa de terciopelo de gran tamaño que estaba descansando en la isla de la cocina—. Ábrelo —dice entre sorbo y sorbo de champaña. Intrigada, meto las manos en la bolsa y saco una intrincada mascara de plata con plumas azul cobalto en un penacho que corona la parte superior.


—Es un baile de máscaras —afirma con total naturalidad.


—Ya veo. —La máscara es bella. Una cinta de plata rodea los bordes plateados y una exquisita filigrana está grabada alrededor de los ojos.


—Esto muestra tus hermosos ojos, Paula.


Sonrío tímidamente.


—¿Tu llevas una?


—Por supuesto. En cierta forma son muy liberadoras —añade, levantando una ceja y sonriendo.


Oh. Esto va a ser divertido.


—Ven. Quiero mostrarte algo. —Tendiéndome la mano, me conduce hacia el pasillo y hacia una puerta al lado de las escaleras. La abre, revelando una gran sala de más o menos el mismo tamaño que la sala de juegos, que debe estar directamente encima de nosotros. Ésta está llena de libros. Wow, una biblioteca, cada pared repleta de piso a techo. En el centro hay una mesa de billar de tamaño completo, iluminada por una larga lámpara Tiffany en forma de prisma triangular.


—¡Tienes una biblioteca! —rechino asombrada, abrumada por la emoción.


—Sí, la sala de bailes como Gustavo llama. El apartamento es muy amplio. Me di cuenta hoy, cuando mencionaste la exploración, que nunca te llevé a recorrerlo. No tenemos tiempo ahora, pero pensé que podría mostrarte esta habitación, y tal vez retarte a un juego de billar en un futuro no muy lejano.


Le sonrío.


—Manos a la obra. —En secreto, me abrazo a mí misma con alegría. José y yo unidos en la piscina. Hemos estado jugando durante los últimos tres años. Yo soy un as con el taco. José ha sido un buen maestro.


—¿Qué? —pregunta Pedro, divertido.


¡Oh! Realmente debo dejar de expresar todas las emociones que siento en el instante en que las siento, me regañe.


—Nada —le digo rápidamente.


Pedro entorna los ojos.


—Bueno, tal vez el doctor Flynn puede descubrir tus secretos. Vas a reunirte con él esta noche.


—¿El charlatán caro? —Santa mierda.


—El mismo. Se muere por conocerte.



* * *



Pedro toma mi mano y suavemente roza su pulgar sobre mis nudillos cuando nos sentamos en la parte trasera del Audi hacia el norte. Me retuerzo y siento la sensación en la ingle. Resisto la tentación de quejarme, ya que Taylor se encuentra en la parte delantera, sin usar el iPod, con uno de los chicos de seguridad cuyo nombre creo que es Salazar.


Estoy empezando a sentir un dolor sordo y placentero en lo profundo de mi vientre, causado por las bolas. Lentamente, me pregunto: ¿cuánto tiempo voy a ser capaz de manejarme sin un, eh... alivio? Cruzo mis piernas. Mientras lo hago, algo que ha estado apareciendo en el fondo de mi mente resurge de repente.


—¿De dónde sacaste la barra de labios? —pregunto a Pedro en voz baja.


Él sonríe y me señala hacia el frente.


—Taylor —modula.


Me eché a reír.


—Oh. —Y me detengo rápidamente, las bolas.


Me muerdo el labio. Pedro me sonríe, con sus ojos brillando con malicia. Él sabe exactamente lo que está haciendo, siendo la bestia sexy que es.


—Relax —respira—. Si es demasiado... —Su voz se apaga y suavemente me besa los nudillos uno a la vez, chupando suavemente la punta de mi dedo meñique.


Ahora sé que él está haciendo esto a propósito. Cierro mis ojos mientras el oscuro deseo se desarrolla a través de mi cuerpo. Me rindo brevemente ante la sensación, mis músculos apretados muy dentro de mí. Oh mi...


Cuando abro los ojos otra vez, Pedro se está acercando a mí, un príncipe oscuro. Debe ser el esmoquin y la corbata de lazo, pero parece mayor, sofisticado, un devastadoramente apuesto libertino con una intención licenciosa.


Él simplemente me quita el aliento. Soy su esclava sexual, y si voy a creerle, él es el mío. La idea trae una sonrisa a mi cara y su sonrisa responde ciegamente.


—Entonces, ¿qué podemos esperar en este evento?


—Ah, lo de siempre —dice Pedro despreocupadamente.


—No es habitual para mí —le recuerdo.


Pedro sonríe con cariño y me besa la mano de nuevo.


—Mucha gente destellando su dinero. Subasta, rifas, cena, baile —mi madre sabe cómo organizar una fiesta. —Sonríe y por primera vez en todo el día, me permito sentirme un poco emocionada por esta fiesta.


Hay una línea de autos de lujo encabezando el camino de la mansión Alfonso. Larga linternas de papel de color rosa pálido cuelgan por todo el sendero, mientras nos acercamos en el Audi, puedo ver que están en todas partes. En la luz del atardecer se ven mágicas, como si estuviésemos entrando en un reino encantado. Echo un vistazo a Pedro. Cuán apropiado para mi príncipe, y mi entusiasmo infantil florece, eclipsando todos los demás sentimientos.


—Mascaras puestas. —Sonríe Pedro mientras se pone su sencillo antifaz negro y mi príncipe se convierte en algo más oscuro, más sensual.


Todo lo que puedo ver en su cara es su hermosa boca cincelada y su fuerte mandíbula.


Santa Mierda… Mi ritmo cardíaco se tambalea con sólo verlo. Me coloco mi máscara y le sonrío, ignorando el hambre profunda en mi cuerpo.


Taylor se detiene en la entrada y un ayudante abre la puerta de Pedro. Salazar salta a abrir la mía.


—¿Lista? —pregunta Pedro.


—Tanto como puedo estarlo.


—Te ves hermosa, Paula. —Me besa la mano y sale del coche.


Una alfombra de color verde oscuro corre a lo largo del césped a un lado de la casa, conduciéndonos hasta el impresionante terreno en la parte trasera. Pedro tiene un brazo protector a mi alrededor, apoyando su mano en mi cintura, mientras seguimos la alfombra verde con un flujo constante de la élite de Seattle, vestida con sus mejores galas y llevando toda clase de máscaras iluminadas por los faroles durante todo el camino. Dos fotógrafos invitan a posar para las fotos con el trasfondo de un árbol cubierto de hiedra.


—¡Señor Alfonso! —llama uno de los fotógrafos. Pedro asiente con la cabeza reconociéndolo y me hala más cerca mientras posamos rápidamente para una foto.


¿Cómo saben que es él? Su marca, el rebelde cabello cobrizo, sin duda.


—¿Dos fotógrafos? —le pregunto a Pedro.


—Uno de ellos es del Seattle Times y el otro es para los recuerdos. Podremos comprar una copia más tarde.


Oh, mi foto en la prensa de nuevo. Lorena entra brevemente en mi mente. Así es como me encontró, posando con Pedro. La idea es inquietante, aunque es reconfortante que esté irreconocible debajo de mi máscara.


Al final de la línea, servidores vestidos de blanco sostienen bandejas llenas con copas de champán y me siento muy agradecida cuando Pedro me pasa una, me distraen efectivamente de mis pensamientos oscuros.


Nos acercamos a una gran pérgola blanca adornada con versiones más pequeñas de las linternas de papel. Debajo de ella, brilla un piso de baile de cuadros blanco y negro rodeado por una valla baja con entradas en los tres lados. 


En cada entrada hay dos elaboradas esculturas de hielo en forma de cisnes. El cuarto lado de la pérgola está ocupado por un escenario en el que un cuarteto de cuerda está
tocando en voz baja, una pieza inquietante y etérea que no reconozco. El escenario parece establecido para una banda grande, pero no hay señales de los músicos todavía. Me imagino que esto debe ser para más adelante. Tomando mi mano,Pedro me lleva entre los cisnes a la pista de baile, donde los invitados se congregan, charlando sobre copas de champán.


Hacia la costa se encuentra una enorme carpa, abierta en el lado más cercano a nosotros, así que podemos vislumbrar las mesas y sillas dispuestas formalmente.


¡Hay tantas!


—¿Cuántas personas van a venir? —le pregunto a Pedro, pasando por la escala de la carpa.


—Pienso que unas trescientas. Tendrías que preguntarle a mi madre. —Me sonríe, y tal vez es porque sólo puedo ver su sonrisa iluminando su rostro, pero mi Diosa interior se desmaya.


—¡Pedro!


Una joven aparece de entre la multitud y arroja sus brazos alrededor de su cuello, e inmediatamente sé que es Malena. 


Está vestida con un elegante vestido de gasa, de color rosa pálido, de cuerpo entero con una impresionantemente delicada máscara Veneciana a juego. Se ve increíble. Y por un momento, me sentí sumamente agradecida por el vestido que Pedro me ha dado.


—¡Paula! ¡Oh, querida, te ves preciosa! —Ella me da un abrazo rápido—. Tienes que venir a conocer a mis amigas. 
Ninguna de ellas puede creer que por fin Pedro tiene novia.


Disparo una rápida mirada de pánico hacia Pedro, quien se encoge de hombros con un gesto de “sé que es imposible, pero he tenido que vivir con ella por años”, y deja que Malena me lleve hasta un grupo de cuatro mujeres jóvenes, con vestidos caros y peinados impecables.


Malena hace las apresuradas presentaciones. Tres de ellas son dulces y amables, pero Lily, creo que su nombre es, me mira con amargura por debajo de su máscara roja.


—Por supuesto que todas pensábamos que Pedro era gay —dice sarcásticamente, ocultando su rencor con una gran y falsa sonrisa.


Malena le pone mala cara.


—Lily, pórtate bien. Es obvio que tiene un gusto excelente en mujeres. Estaba esperando a que llegara la correcta y ¡no eras tú!


Lily se sonroja del mismo color que su máscara, tanto como yo. ¿Podría ser más incómodo?


—Señoritas, ¿puedo tener a mi cita de regreso, por favor? —Serpenteando su brazo alrededor de mi cintura, Pedro me hala a su lado. Las cuatro mujeres se sonrojan, sonríen y se inquietan, su deslumbrante sonrisa haciendo lo que siempre
hace. Malena me mira y rueda los ojos y tengo que reír.


—Encantada de conocerlas —les digo mientras él me arrastra.


—Gracias —le modulo a Pedro, cuando estamos a cierta distancia.


—Vi que Lily estaba con Malena. Ella es una desagradable pieza de trabajo.


—Le gustas —murmuro con sequedad.


Él se estremece.


—Bueno, el sentimiento no es mutuo. Ven, déjame presentarte a algunas personas.


Me paso la siguiente media hora en un torbellino de presentaciones. Me encuentro con dos actores de Hollywood, dos consejeros delegados más y varios médicos
eminentes. Mierda... no hay manera de que recuerde el nombre de todos.


Pedro me mantiene cerca de su lado y estoy muy agradecida. Francamente, la riqueza, el glamour y la magnitud del fastuoso evento me intimida. Nunca he estado en algo como esto en mi vida.


Los servidores vestidos de blanco se mueven sin esfuerzo a través de la creciente multitud de invitados con botellas de champán, reponiendo mi vaso con una regularidad preocupante. No debo beber demasiado. No debo beber demasiado me repito, pero estoy empezando a sentirme mareada y no sé si es el champán, la atmósfera cargada de misterio y emoción creada por las máscaras, o las bolas de plata secretas. El dolor sordo debajo de la cintura se está convirtiendo en algo imposible de ignorar.


—¿Así que usted trabaja en el SIP? —pregunta un señor calvo en una máscara de medio-oso, ¿o es un perro?— He oído rumores de una adquisición hostil.


Me ruborizo. Hay una adquisición hostil de un hombre que tiene más dinero que sentido común y es un acosador por excelencia.


—Sólo soy un asistente de bajo nivel, Sr. Eccles. No sé nada de esas cosas.


Pedro no dice nada y sonríe con suavidad hacia Eccles.


—¡Señoras y señores! —El maestro de ceremonias, vistiendo una impresionante máscara de arlequín en blanco y negro, nos interrumpe—. Por favor, tomen asiento. La cena está servida.


Pedro toma mi mano y seguimos a la ruidosa multitud hacia la gran carpa.


El interior es impresionante. Tres enormes, achatados candelabros arrojan destellos multicolores sobre el forro de seda de marfil que reviste el techo y paredes.


Debe haber por lo menos treinta mesas, y me recuerdan al comedor privado de los Heathman, vasos de cristal, telas de lino blanco que cubren las mesas y sillas, y en el centro, una pantalla exquisita de peonías rosadas pálidas que se reunían alrededor de un candelabro de plata. Envuelta en gasas de seda junto a él esta una cesta de golosinas.


Pedro consulta el plano de la sala y me lleva a una mesa en el centro. Malena y Gabriela ya están en el lugar, enfrascadas en una conversación con un joven que no conozco. Gabriela está usando un vestido verde menta brillante con una máscara veneciana para combinar. Ella se ve radiante, para nada estresada, y me saluda cordialmente.


—Paula, ¡qué encantador volverte a ver! Y luciendo tan hermosa, también.


—Mamá —la saluda Pedro con rigidez y la besa en ambas mejillas.


—Oh, Pedro, ¡tan formal! —Ella lo regaña bromeando.


Los padres de Gabriela, el Sr. y la Sra. Trevelyan, se unen a nuestra mesa. Lucen exuberante y juveniles, aunque es difícil decir por debajo de sus máscaras de bronce a juego. 


Ellos están encantados de ver a Pedro.


—Abuelo, abuela, ¿les puedo presentar a Paula Chaves?


La señora Trevelyan estalla sobre mí como una erupción.


—¡Oh, hasta que finalmente has encontrado a alguien! ¡Qué maravilloso y es tan bella! Bueno, espero que hagas de él un hombre de bien —dice a borbotones, estrechando mi mano.


¡Santo cielo! Doy las gracias a los cielos por mi máscara.


—Madre, no avergüences a Paula. —Gabriela viene a mi rescate.


—No hagas caso de la focha vieja tonta, querida. —El Sr. Trevelyan estrecha mi mano—. Piensa que como es tan vieja, tiene el derecho divino de decir cualquier tontería que se le venga a esa confusa cabeza de ella.


—Paula, está en mi cita, Sergio. —Malena presenta con timidez a su joven. Él me da una sonrisa maliciosa, y sus ojos marrones danzan con diversión a medida que nos
damos la mano.


—Encantada de conocerte, Sergio.


Pedro estrecha la mano de Sergio mientras lo considera astutamente. No me digas que la pobre Malena sufre por su hermano dominante, también. Le sonrío a Malena con simpatía.


Lorenzo y Jazmin, los amigos de Gabriela, son los últimos en llegar a nuestra mesa, pero todavía no hay señales del Sr. Alfonso.


De pronto, hay un chiflido en el micrófono, y la voz del Sr. Alfonso resuena a través de los altavoces, provocando que la algarabía de voces se apagara. Manuel se para en un pequeño escenario en un extremo de la carpa, llevando una impresionante, máscara dorada de Polichinela.


—Bienvenidos, damas y caballeros, a nuestro baile de caridad anual. Espero que ustedes disfruten de lo que hemos dispuesto para ustedes esta noche y que busquen en lo profundo de sus bolsillos para apoyar el trabajo fantástico que nuestro equipo hace con Coping Together. Como ustedes saben, es una causa que es muy cercana al corazón de mi esposa, y al mío.


Veo disimuladamente con nerviosismo a Pedro, quien veía impasible, creo, al escenario. Me mira y sonríe.


—Les dejo ahora con nuestro maestro de ceremonias. Por favor, siéntense y disfruten —termina Manuel.


Un cortés aplauso sigue, entonces la algarabía en la tienda comienza de nuevo.


Estoy sentada entre Pedro y su abuelo. Admiro la pequeña tarjeta blanca a cabo con fina caligrafía plateada que lleva mi nombre mientras el camarero enciende las luces de los candelabros con una vela larga. Manuel se une a nosotros, besándome en ambas mejillas, sorprendiéndome.


—Un placer verte de nuevo, Paula —murmura. Realmente se ve muy llamativo en su extraordinaria máscara de oro.


—Señoras y señores, por favor, nombren a un jefe de mesa —dice el maestro de ceremonia en voz alta.


—Oooh, ¡yo, yo! —dice Malena inmediatamente, saltando con entusiasmo en su asiento.


—En el centro de la mesa se encuentra un sobre —continua el MC—. Donde todos podrán pedir, robar o pedir prestado un billete de la más alta denominación que puedan manejar, escriben su nombre en él, y lo colocan dentro del sobre. Los jefes de mesa, por favor, guardan los sobres con cuidado. Vamos a necesitarlos más adelante.


Maldición. No había traído nada de dinero conmigo. ¡Cuán estúpida… es un evento de caridad!


Alcanzando su cartera, Pedro saca dos billetes de cien.


—Aquí tienes —dice.


¿Qué?


—Te pagaré —susurré.


Su boca se tuerce un poco, y sé que él no está feliz, pero no comenta. Yo firmo con mi nombre usando la pluma, es negra, con un adorno de flor blanca en la tapa, y Malena pasa a la ronda del sobre.


Frente a mí encuentro otra tarjeta con caligrafía plateada, nuestro menú.






Baile de Mascara en Ayuda a “Coping Together”
Tártara de Salmón con Crema Fraiche y Pepino en
Brioche Tostado
Alban Estate Roussanne 200636
Asado de Pechuga de Pato Moscovita
Cremoso puré de Sunchoke, Cerezas Dulces en Tomillo Asado
Foie Fras
Châteauneuf-du-Pape Vieilles Vignes 2006 Domaine de la Janasse
Tarta Azucarada de Nuez Encostrada
Higos confitados, Sabayón, Helado de Arce
Vin de constance 2004 klein Constatia
Selección de quesos locales y panes
Alban Estate Grenache 2006
Café y Petis Fours




Bueno, lo que explica el número de vasos de cristal en todos los tamaños que apiñan mi lugar. Nuestro camarero está de vuelta, ofreciendo vino y agua. Detrás de mí, los lados de la carpa a través del cual entramos se están cerrando, mientras que en la parte delantera, dos servidores retiran las telas, dejando al descubierto el atardecer sobre Seattle y la bahía de Meydenbauer.


Es una vista absolutamente impresionante, las luces parpadeantes de Seattle en la distancia y la anaranjada calma oscura de la bahía que reflejaba el cielo ópalo.


Wow. Es tan tranquilo y pacífico.


Diez servidores, cada uno con un plato, vienen a interponerse entre nosotros. En una señal silenciosa, nos sirven nuestras entradas en completa sincronización, luego desaparecen de nuevo. El salmón se ve delicioso, y me doy cuenta estoy muerta de hambre.


—¿Hambrienta? —murmura Pedro para que solo yo pueda oírlo. Sé que no se está refiriendo a la comida, y el músculo en lo profundo de mi vientre responde.


—Mucho —susurro, audazmente encontrándome con su mirada, y los labios de Pedro se separaban mientras inhala.


¡Ja! Ves… los dos podemos jugar este juego.


El abuelo de Pedro me involucra en la conversación inmediatamente. Es un hombre mayor maravilloso, muy orgulloso de su hija y sus tres hijos.


Es extraño pensar en Pedro como en un niño. El recuerdo de las cicatrices de sus quemaduras viene espontáneamente a mi mente, pero rápidamente se anulan.


No quiero pensar en eso ahora, sin embargo, irónicamente, es la razón detrás de esta fiesta.


Deseo que Lourdes este aquí con Gustavo. Encajaría tan bien, el gran número de tenedores y cuchillos dispuestos frente a ella no intimidarían a Lourdes, ella regiría la mesa. 


Me la imagino enzarzada en combate con Malena sobre quién debería ser el jefe de mesa. La idea me hace sonreír.


La conversación en la mesa va de acá para allá. Malena está entretenida, como de costumbre, y casi eclipsa al pobre Sergio, que en su mayoría se queda callado como yo. La abuela de Pedro es la más vocal. También tiene un sentido del humor mordaz, por lo general a expensas de su marido. 


Empiezo a sentir un poco de lástima por el Sr. Trevelyan.


Pedro y Lorenzo hablan animadamente de un dispositivo de la compañía de Pedro que se está desarrollando, inspirado por el principio de Schumacher Pequeño es Bello. Es difícil mantener el ritmo. Pedro parece decidido a empoderar a las comunidades pobres de todo el mundo con dispositivos de
tecnología eólica hasta que no necesiten electricidad ni baterías y un mantenimiento mínimo.


Verlo en pleno desarrollo es asombroso. Él es apasionado y está comprometido a mejorar las vidas de los menos afortunados. A través de su compañía de telecomunicaciones, que es la intención de ser el primero en comercializar un teléfono móvil de viento.


Wow. No tenía ni idea. Quiero decir que sabía acerca de su pasión por alimentar al mundo, pero esto. . .


Lorenzo parece incapaz de comprender el plan de Pedro de regalar la tecnología y no patentarla. Me pregunto vagamente cómo Pedro hace todo su dinero si está tan dispuesto a echarlo todo por la borda.


A lo largo de la cena un flujo constante de hombres vestidos con elegantes trajes de gala a la medida y máscaras oscuras pasan por la mesa, dispuesto a conocer a Pedro, estrechan su mano, e intercambian bromas. Me presenta a algunos y a otros no. Me intriga saber cómo y por qué hace la distinción.


Durante una conversación, Malena se inclina y sonríe.


—Paula, ¿ayudarás en la subasta?


—Por supuesto —respondo demasiado dispuesta.


Para el momento en que el postre es servido, la noche ha caído, y me siento verdaderamente incómoda. Tengo que deshacerme de las bolas Antes de que pudiera retirarme, el maestro de ceremonias aparece en nuestra mesa, y con él, si no estoy confundida, La señorita Coletas Europea.


¿Cuál es su nombre? Hansel, Gretel… Gretchen.


Está enmascara por supuesto, pero sé que es ella cuando su mirada no se aparta de Pedro. Se sonroja, y egoístamente estoy contenta de que Pedro no la reconoce en absoluto.


El MC pregunta por nuestro sobre con un ademán muy practicado y elocuente, le pide a Gabriela que saque el billete ganador. Es el de Sergio, y la cesta de seda forrada se le entrega a él.


Aplaudo con cortesía, pero me resulta imposible concentrarme en nada más de las actuaciones.


—Si me disculpas —le murmuro a Pedro.


Me mira fijamente.


―¿Necesitas el baño?


Asiento.


―Te lo mostraré ―dice misteriosamente.


Cuando estoy de pie, todos los otros hombres de la mesa se paran conmigo. Oh, qué estilo


―¡No, Pedro! No vas a llevar a Paula… yo lo haré.


Malena está de pie antes de que Pedro pueda protestar. 


Su mandíbula se tensa, sé que él no está contento. Francamente, tampoco lo estoy. Tenía… necesidades. Me
encojo de hombros en tono de disculpas hacia él, y se sienta rápidamente,resignado.


A nuestro regreso, me siento un poco mejor, aunque el alivio de la eliminación de las bolas no ha sido tan instantáneo como esperaba. Ahora están escondidas de
forma segura en mi monedero.


¿Por qué creí que podría durar toda la noche? Todavía estoy anhelando… tal vez pueda persuadir a Pedro que me llevé a la casa bote después. Me quito el pensamiento y lo miro mientras tomo mi asiento. Se me queda mirando, el fantasma de una sonrisa cruza sus labios.


Vaya… ya no está enojado por la oportunidad perdida, aunque tal vez yo lo estoy. Me siento frustrada, incluso irritable. Pedro me aprieta la mano, y ambos escuchamos atentamente a Manuel, quien está de regreso en el escenario hablando de Coping Together. Pedro me pasa otra carta, una lista de los premios de la subasta. Yo la escaneo rápidamente.




REGALOS SUBASTADOS Y AFECTUOSOS DONATIVOS PARA COPING TOGETHER
BATE DE BÉISBOL FIRMADO POR THE MARINERS —DR.EMILY MAINWARING.
BOLSO GUCCI, WALLET&KEYRING —ANDREA WASHINGTON
UN DÍA GRATIS PARA DOS EN ESCLAVA, BRAEBURN CENTER
—ELEONORA MITRE.
DISEÑO DE JARDINERÍA Y PAISAJE —GIA MATTEO
SELECCIÓN COCO DE MER COFFRET&PERFUME BEAUTY —ELIZABETH AUSTIN
ESPEJO VENECIANO —SR. Y SRA. J. BAILEY.
DOS CAJAS DE VINO DE SU ELECCIÓN DE ALBAN ESTATES —ALBAN ESTATES
2 BOLETOS VIP PARA XTY EN CONCIERTO —SRA L. YESYOV
DÍA DE CARRERAS EN DAYTONA —EMC BRITT INC.
PRIMERA EDICIÓN DE ORGULLO Y PREJUICIO —DR. A.F. M. LACE-FIELD
CONDUCCIÓN DE UN ASTON MARTIN DB7 POR UN DÍA —SR. Y SRA. L.W. NORA.
PINTURA EN ACEITE EL AZUL POR J. TROUTON —KELLY TROURON.
LECCIONES DE VUELO DE PARAPENTE —SEATLE SOARESR CLUB
FIN DE SEMANA DE VACACIONES EN HEATHMAN, PORTLAND —THE
HEATHMAN
UN FIN DE SEMANA DE ESTADÍA EN ASPEN, COLORADO (6 ADULTOS) —SR. M.ALFONSO.
UNA SEMANA DE ESTADÍA A BORDO DEL YATE SUSIECUE (6 LITERAS)
ARRIBADA EN SANTA LUCÍA —DR. Y LA SRA. LARIN.
UNA SEMANA EN EL LAGO ADRIANA, MONTANA (8 ADULTOS) —SR. & DRA.ALFONSO.



Santa mierda. Parpadeé hacia Pedro.


―¿Tienes una propiedades en Aspen? —Un silbido. La subasta está en marcha, y tengo que mantener la voz baja.


Él asiente con la cabeza, sorprendido por mi arrebato y se irrita, me parece. Pone su dedo sobre los labios para hacerme callar.


—¿Dónde más tienes propiedades? —susurro. Él asiente de nuevo e inclina su cabeza hacia un lado en advertencia.


La sala entera estalla en vítores y aplausos, uno de los premios se ha ido por doce mil dólares.


—Te diré luego —dijo Pedro silenciosamente—. Quería ir contigo —añade más bien de mala gana.


Bueno, no lo hiciste. Hago puchero y me doy cuenta que sigo siendo quejumbrosa, y sin duda, es el efecto de frustración de las bolas. Mi estado de ánimo se oscurece después de ver a la señora Robinson en la lista de donantes generosos.


Echo un vistazo alrededor de la carpa para ver si puedo detectarla, pero no puedo ver su característico pelo. Sin duda, Pedro me hubiera advertido si fuese invitada esta noche. Me siento y me resigno, aplaudiendo cuando es necesario, ya que cada lote se vende por cantidades asombrosas de dinero.


La subasta se pasa al lugar de Pedro en Aspen y llega a veinte mil dólares.


—A la una, a las dos —dice el MC.


Y no sé lo que me posee, pero de repente escucho mi propia voz resonando claramente por encima de la multitud.


—¡Veinticuatro mil dólares!


Todas las máscaras en la mesa se vuelven hacia mí con asombro sorprendidas, la mayor reacción de todos ellos procedente a mi lado. Oigo su ingesta aguda de respiración y siento su ira sobrepasándome como un maremoto.


—¡Veinticuatro mil dólares, a la adorable chica de plateado, a la una, a las dos…¡Vendido!