—¡Oh, no! —dice de repente Lourdes.
Todas las miradas se vuelven hacia ella.
—Miren —dice, señalando la ventana. Afuera, ha comenzado a llover a cántaros. Estamos sentados alrededor de la mesa de madera oscura en la cocina después de haber consumido un festín italiano de antipasto mixto,preparado por la Sra. Bentley, y una botella o dos de Frascati. Estoy repleta y un poco aturdida por el alcohol.
—Ahí va nuestra caminata —murmura Gustavo, sonando vagamente aliviado.
Lourdes le frunce el ceño. Definitivamente algo les sucede. Se han relajado con todos nosotros, pero no entre sí.
—Podríamos ir a la ciudad —dice Malena de repente. Ethan le sonríe.
—Clima perfecto para pescar —sugiere Pedro.
—Iré a pescar —dice Lucas.
—Dividámonos —Malena aplaude—. Las chicas, de compras… los chicos,cosas aburridas al aire libre.
Echo un vistazo a Lourdes, quien observa a Malena indulgentemente. ¿Pescar o de compras? Por Dios, qué decisión.
—Paula, ¿qué quieres hacer? —pregunta Pedro.
—No me importa —miento.
Lourdes encuentra mi mirada y articula la palabra "de compras".
Quizás quiera hablar.
—Pero estoy más que feliz con ir de compras. —Le sonrío irónicamente a Lourdes y a Malena. Pedro sonríe. Sabe que odio ir de compras.
—Puedo quedarme aquí contigo, si quieres —murmura, y algo oscuro se despliega en mi vientre ante su tono.
—No, ve a pescar —respondo. Pedro necesita tiempo de chicos.
—Suena como un plan —dice Lourdes, levantándose de la mesa.
—Taylor las acompañará —dice Pedro y es un hecho… no está abierto a discusión.
—No necesitamos niñera —contesta Lourdes sin rodeos, directa como siempre.
Pongo mi mano sobre el brazo de Lourdes.
—Lourdes, Taylor debería de venir.
Ella frunce el ceño, luego se encoge de hombros, y por primera vez en su vida detiene su lengua.
Sonrío tímidamente a Pedro. Su expresión se mantiene impasible. Oh, espero que no esté enfadado con Lourdes.
Gustavo frunce el ceño.
—Necesito recoger una batería para mi reloj en la ciudad. —Echa un rápido vistazo a Lourdes, y veo su ligero rubor. Ella no lo nota porque está ignorándolo deliberadamente.
—Toma el Audi, Gustavo. Cuando vuelvas podemos ir a pescar —dice Pedro.
—Sí —murmura Gustavo, pero parece distraído—. Buen plan.
*****
—Vamos —Tomando mi mano, Malena me arrastra dentro de una tienda de diseñador que es todo seda rosa y falsos muebles rústicos franceses. Lourdes nos sigue mientras Taylor espera afuera, refugiándose de la lluvia bajo el toldo.
Aretha está cantando "Say A Little Prayer" en el sistema de sonido de la tienda. Me encanta esta canción. Debería ponerla en el iPod de Pedro.
—Éste te estará maravilloso, Paula. —Malena sostiene un trozo de tela plateada—. Toma, pruébatelo.
—Um... es un poco corto.
—Te verás fantástica en él. A Pedro le encantará.
—¿Tú crees?
Malena me sonríe brillantemente.
—Paula, tienes unas piernas para morirse, y si vamos a una discoteca esta noche —dice sonriendo, percibiendo una presa fácil—, te verás sexy para tu esposo.
Le pestañeo, ligeramente sorprendida. ¿Vamos a ir a una discoteca? Yo no hago eso.
Lourdes se ríe de mi expresión. Parece más relajada ahora que está lejos de Gustavo.
—Deberíamos hacer unos movimientos —dice ella.
—Ve a probártelo —ordena Malena, y de mala gana me dirijo hacia el cambiador.
*****
Mientras espero a que Lourdes y Malena salgan de sus cambiadores, me paseo hacia la ventana de la tienda y miro hacia afuera, sin ver, al otro lado de la calle principal. La recopilación de música soul sigue: Dionne Warwick está cantando "Walk On By". Otra gran canción; una de las favoritas de mi madre. Miro El Vestido en mi mano. Vestido que quizá sea una exageración. No tiene espalda y es muy corto, pero Malena lo ha declarado el ganador, perfecto para bailar toda la noche. Al parecer, también necesito zapatos, y un gran y grueso collar, que buscaremos después.
Poniendo los ojos en blanco, reflexiono una vez más en lo afortunada que soy de tener a Caroline Acton, mi propia compradora personal.
A través de la ventana de la tienda me distrae el avistamiento de Gustavo. Ha aparecido del otro lado de la arbolada calle principal, saliendo de un gran Audi. Se sumerge en una tienda como para escabullirse de la lluvia.
Luce como una joyería... quizás esté buscando esa batería de reloj. Emerge unos minutos más tarde y no lo hace solo; lo hace con una mujer.
¡Mierda! ¡Está hablando con Georgina! ¿Qué demonios hace ella aquí?
Mientras observo, se abrazan brevemente y ella inclina la cabeza hacia atrás, riendo animadamente de algo que él dice. Él la besa en la mejilla y luego corre hacia el coche que lo espera. Ella se vuelve y camina por la calle, y la miro boquiabierta. ¿Qué fue eso? Me vuelvo ansiosamente hacia los cambiadores, pero todavía no hay señal de Lourdes o Malena.
Echo un vistazo a Taylor, quien está esperando afuera de la tienda. Él atrapa mi mirada y luego se encoge de hombros.
También ha sido testigo del pequeño encuentro de Gustavo.
Me sonrojo, avergonzada de haber sido atrapada espiando.
Volviéndome, Malena y Lourdes aparecen, ambas riendo.
Lourdes me mira con curiosidad.
—¿Qué sucede, Paula? —pregunta—. ¿Has cambiado de opinión acerca del vestido? Te estás sensacional con él.
—Um, no.
—¿Estás bien? —Los ojos de Lourdes se agrandan.
—Estoy bien. ¿Pagamos? —Me dirijo a la caja uniéndome a Malena quien ha elegido dos faldas.
—Buenas tardes, señora. —La joven asistente de ventas, que tiene más brillo recubriendo sus labios de lo que yo haya visto en un lugar, me sonríe—. Serían ochocientos cincuenta dólares.
¿Qué? ¡Por este pedazo de tela! Parpadeo y humildemente le entrego mi Amex negra.
—Sra. Alfonso —ronronea la Srta. Brillo Labial.
Sigo aturdida a Lourdes y Malena por las próximas dos horas, peleando conmigo misma. ¿Debería contarle a Lourdes?
Mi subconsciente sacude firmemente la cabeza. Sí, debería contarle. No, no debería. Podría haber sido sólo una reunión inocente. Mierda. ¿Qué debería hacer?
—Bueno, ¿te gustan los zapatos, Paula? —Malena tiene los puños en las caderas.
—Um... sí, seguro.
Termino con un par de zapatos Manolo Blahnik increíblemente altos con tiras que parecen estar hechas de espejos. Combinan perfectamente con el vestido y acaban de costarle a Pedro más de mil dólares. Soy más afortunada con la larga cadena de plata que Lourdes insiste en que compre; es una ganga de ochenta y cuatro dólares.
—¿Acostumbrándote a tener dinero? —pregunta Lourdes sin mala intención mientras regresamos al coche. Malena se ha adelantado a los saltos.
—Sabes que ésta no soy yo,Lourdes. Estoy un poco incómoda con todo esto.Pero estoy bien informada de que es parte del paquete. —Frunzo los labios, y ella pone su brazo alrededor de mí.
—Te acostumbrarás, Paula —dice con compasión—. Te verás muy bien.
—Lourdes, ¿cómo están Gustavo y tú? —pregunto.
Sus grandes ojos azules se fijan en los míos.
Oh, no.
Ella sacude la cabeza.
—No quiero hablar de eso ahora. —Asiente en dirección a Malena—. Pero las cosas están… —No termina la frase.
Ésta no es mi tenaz Lourdes. Mierda. Sabía que algo estaba sucediendo. ¿Le digo lo que vi? ¿Qué es lo que vi? Gustavo y la Sta. Predadora Sexual Bien Vestida hablando, abrazándose, y ese beso en la mejilla. ¿Seguramente no son más que viejos amigos? No, no se lo diré. No ahora. Le doy un asentimiento que dice “entiendo completamente y respetaré tu privacidad”.
Ella toma mi mano y le da un apretón agradecido, y ahí está, un rápido vistazo de pena y dolor en sus ojos que ella rápidamente reprime con un parpadeo. Siento una repentina oleada de protección por mi querida amiga. ¿A qué demonios está jugando Gustavo Mujeriego Grey?
Aterrizamos suavemente en Sardy Field a las 12:25pm
(MST ).
Stephan detiene el avión a poca distancia de la terminal principal, y a través de las ventanas veo una larga minivan Volkswagen esperándonos.
—Buen aterrizaje. —Pedro sonríe y aprieta la mano de Stephan mientras nos preparamos para salir en fila del jet.
—La densidad de la altitud es todo, señor. —Stephan sonríe en respuesta—. Beighley aquí presente es buena con las matemáticas.
Pedro asiente al primer oficial de Stephan.
—Diste en el clavo, Beighley. Suave aterrizaje.
—Gracias, señor. —Sonríe satisfecha.
—Disfruten su fin de semana, Sr. Alfonso, Sra. Alfonso. Nos veremos mañana.
—Stephan da un paso a un lado para dejarnos desembarcar y tomando mi mano, Pedro me conduce por las escaleras de la aeronave hacia donde Taylor está esperando junto al vehículo.
—¿Minivan? —dice Pedro sorprendido mientras Taylor abre la puerta.
Taylor le dirige una sonrisa apretada y contrita y un leve encogimiento de hombros.
—Último minuto, lo sé —dice Pedro, inmediatamente aplacado. Taylor regresa al avión para retirar nuestro equipaje.
—¿Quieres que nos besemos en la parte de atrás de la van? —murmura Pedro, un brillo travieso en sus ojos.
Suelto un risita. ¿Quién es este hombre, y qué ha hecho con el Sr. Increíblemente Enfadado de los últimos días?
—Vamos ustedes dos. Entren —dice Malena detrás de nosotros, rebozando impaciencia junto a Lucas. Nos subimos, nos tambaleamos hacia el asiento doble en la parte trasera y nos sentamos. Me acurruco junto a Pedro, y él pone su brazo sobre la parte trasera de mi asiento.
—¿Cómoda? —murmura mientras Malena y Lucas ocupan el asiento frente a nosotros.
—Sí. —Sonrío y él besa mi frente. Y por alguna incomprensible razón hoy me siento tímida con él. ¿Por qué? ¿Por lo de anoche? ¿Por qué tenemos compañía? No puedo definirlo.
Gustavo y Lourdes se nos unen finalmente mientras Taylor abre la compuerta levadiza para guardar el equipaje. Cinco minutos después, estamos en camino.
Miro por la ventana mientras nos dirigimos hacia Aspen. Los árboles están verdes, pero un susurro del otoño venidero es evidente aquí y allá en las puntas amarillentas de las hojas.
El cielo es de un azul cristalino, aunque hay nubes oscuras en el oeste. Alrededor de nosotros, en la distancia, se
ciernen las Rocosas, el pico más alto directamente en frente. Son verdes y exuberantes, y las más altas están coronadas con nieve y lucen como el dibujo de un niño.
Estamos en el lugar de los juegos de invierno de los ricos y famosos. Y tengo una casa aquí. Apenas puedo creerlo. Y desde lo profundo de mi psiquis, la familiar incomodidad que siempre está presente cuando intento comprender la riqueza de Pedro se cierne sobre mí y se burla,haciéndome sentir culpable. ¿Qué he hecho para merecer este estilo de vida? No he hecho nada, nada excepto enamorarme.
—¿Has estado antes en Aspen, Paula? —Lucas se gira y me pregunta, sacándome de mi ensueño.
—No, primera vez. ¿Tú?
—Lourdes y yo solíamos venir mucho cuando éramos adolescentes. Papá es un entusiasta esquiador. Mamá menos.
—Tengo la esperanza de que mi esposo me enseñe a esquiar. —Le doy una mirada a mi hombre.
—No cuentes con eso —murmura Pedro.
—¡No seré tan mala!
—Podrías romperte el cuello. —Su sonrisa se ha ido.
Oh. No quiero discutir y amargar su buen humor, así que cambio de tema.
—¿Hace cuánto tienes este lugar?
—Casi dos años. Ahora también es suyo, Sra. Alfonso —dice suavemente.
—Lo sé —susurro. Pero de alguna manera no siento el coraje en mi convicción. Inclinándome, beso su mandíbula y me acurruco una vez más contra su costado oyéndolo reír y bromear con Lucas y Gustavo. Malena interviene de vez en cuando, pero Lourdes está en silencio, y me pregunto si está meditando sobre Jeronimo Hernandez u otra cosa.
Luego lo recuerdo. Aspen… la casa de Pedro aquí fue rediseñada por Georgina Matteo y reconstruida por
Gustavo. Me pregunto si eso es lo que preocupa a Lourdes.
No puedo preguntarle delante de Gustavo, dada su historia con Georgina. ¿Lourdes siquiera está al tanto de la conexión de Georgina con la casa? Frunzo el ceño preguntándome qué podría estar molestándole y resuelvo preguntárselo cuando estemos a solas.
Conducimos por el centro de Aspen y mi estado de animo mejora a la vez que estudio la ciudad. Hay construcciones bajas, la mayoría de ladrillos rojos, chalets de estilo suizo, y numerosas casitas de fines de siglo pintadas de colores divertidos. Muchos bancos y tiendas de diseñador también, traicionando la riqueza de la población local. Por supuesto que Pedro encaja aquí.
—¿Por qué escogiste Aspen? —le pregunto.
—¿Qué? —Me mira con curiosidad.
—Para comprar una casa.
—Mamá y Papá solían traernos aquí cuando éramos niños. Aprendí a esquiar aquí, y me gusta el lugar. Espero que a ti también… de lo contrario, venderemos la casa y escogeremos otro lugar.
¡Tan simple como eso!
Pone un mecho de mi cabello detrás de mi oreja.
—Estás hermosa hoy —murmura.
Mis mejillas arden. Simplemente visto mi ropa de viaje: jeans y una camiseta y una ligera chaqueta azul marino. Maldita sea. ¿Por qué me hace sentir tímida?
Me besa, un beso tierno, dulce y amoroso.
Taylor nos conduce fuera de la ciudad, y comenzamos a subir por el otro lado del valle, serpenteando por una carretera de montaña. Entre más alto vamos, más me entusiasmo, y Pedro se tensa junto a mí.
—¿Qué sucede? —pregunto mientras tomamos una curva.
—Espero que te guste —dice quedamente—. Llegamos.
Taylor baja la velocidad y gira por una entrada hecha de piedras grises, beige y rojas. Toma el camino y finalmente se detiene frente a una impresionante casa. Con puerta central y habitaciones frontales, techo a dos aguas y construida con madera oscura y la misma piedra mezclada de la entrada. Es deslumbrante; moderna, austera, muy del estilo de Pedro.
—Hogar —articula hacia mí mientras nuestros huéspedes comienzan a salir de la van.
—Parece bonita.
—Ven a ver —dice, con un emocionado, aunque ansioso brillo en sus ojos como si estuviese a punto de mostrarme su proyecto de ciencias o algo.
Malena sube las escaleras corriendo hacia donde una mujer está de pie en la entrada. Es pequeña y su cabello oscuro está manchado con gris. Malena lanza los brazos alrededor de su cuello y la abraza con fuerza.
—¿Quién es? —pregunto mientras Pedro me ayuda a salir de la van.
—La Sra. Bentley. Vive aquí con su esposo. Cuidan el lugar.
Oh, Dios… ¿más personal? Malena está haciendo presentaciones, Lucas; luego Lourdes. Gustavo también abraza a la Sra. Bentley. Mientras Taylor descarga la van, Pedro toma mi mano y me lleva hasta la puerta del frente.
—Bienvenido de vuelta, Sr. Alfonso. —Sonríe la Sra. Bentley.
—Carmen, ésta es mi esposa, Paula —dice Pedro orgullosamente.
Su lengua acaricia mi nombre, haciendo que mi corazón tartamudee.
—Sra. Alfonso. —La Sra. Bentley asiente en un respetuoso saludo. Extiendo la mano y nos saludamos. No es sorpresa para mí que sea más formal con Pedro que con el resto de la familia.
—Espero que hayan tenido un vuelo placentero. Se supone que el clima estará bien todo el fin de semana, aunque no estoy segura. —Mira las oscuras nubes detrás de nosotros—. El almuerzo estará listo cuando lo deseen. —Sonríe de nuevo, sus oscuros ojos centellando, y me siento cómoda con ella inmediatamente.
—Ven. —Pedro me toma en brazos y me levanta.
—¿Qué estás haciendo? —chillo.
—Cargándola por otro umbral, Sra. Alfonso.
Sonrío mientras me carga hasta el ancho vestíbulo, y luego de un breve beso, me deja suavemente en el suelo de madera dura. La decoración interior es austera y me recuerda al gran salón de Escala; paredes completamente blancas, madera oscura, y arte contemporáneo abstracto.
El vestíbulo se abre hacia una gran sala de estar, donde tres sofás blancuzcos de cuero rodean una chimenea de piedra que domina el cuarto.
El único color proviene de los suaves cojines dispersos en los sofás. Malena toma la mano de Lucas y lo arrastra hacia el interior de la casa. Pedro entrecierra los ojos en dirección a las salientes siluetas, su boca aplanándose. Sacude la cabeza y luego se gira hacia mí.
Lourdes silba con fuerza.
—Bonito lugar.
Miro alrededor para ver a Gustavo ayudando a Taylor con nuestro equipaje.
Una vez más me pregunto si ella sabe que Georgina tuvo que ver con esta casa.
—¿Recorrido? —me pregunta Pedro, y lo que fuera que estuviera en su mente sobre Malena e Lucas se ha ido. Irradia emoción, ¿o es ansiedad? Es difícil decirlo.
—Seguro. —Una vez más estoy abrumada por la riqueza.
¿Cuánto costó este lugar? Y yo no he contribuido en nada.
Brevemente soy transportada a la primera vez que Pedro me llevó a Escala. También estuve abrumada entonces. Te acostumbraste, sisea mi subconsciente.
Pedro frunce el ceño pero toma mi mano, llevándome a través de varios cuartos. La cocina de última generación, toda de mármol pálido y alacenas negras. Hay una impresionante bodega de vinos, y un gran estudio escaleras abajo, completo con un gran televisor de pantalla de plasma, suaves sillones… y una mesa de billar. Quedo boquiabierta ante ella y Pedro me ve.
—¿Quieres jugar? —pregunta, un malvado brillo en su ojo.
Sacudo la cabeza, y su ceño se frunce una vez más.
Tomando mi mano una vez más, me lleva al primer piso.
Hay cuatro cuartos arriba, cada uno con un baño privado.
La habitación principal es otra cosa. La cama es inmensa, más grande que la cama en casa, y tiene en frente un enorme ventanal que da una panorámica de Aspen y las verdes montañas.
—Ésa es la montaña Ajax… o la montaña Aspen, si prefieres —dice Pedro, mirándome con cautela. Está de pie en la entrada, los pulgares metidos en las presillas de sus jeans negros.
Asiento.
—Estás muy callada —murmura.
—Es encantador, Pedro —Y de repente, ardo con deseos de volver a Escala.
En cinco largos pasos está frente a mí, tirando de mi barbilla, y liberando mi labio inferior del asidero de mis dientes.
—¿Qué sucede? —pregunta, sus ojos examinándome.
—Eres muy rico.
—Sí.
—A veces, simplemente me toma por sorpresa cuán rico eres.
—Somos.
—Somos —murmuro automáticamente.
—No te estreses por eso, Paula, por favor. Es sólo una casa.
—¿Y qué hizo Georgina aquí exactamente?
—¿Georgina? —Alza las cejas sorprendido.
—Sí. ¿Ella remodeló este lugar?
—Lo hizo. Diseñó el estudio de abajo. Gustavo lo construyó. —Pasa una mano por su cabello y me frunce el ceño—. ¿Por qué estamos hablando de Georgina?
—¿Sabías que tuvo una aventura con Gustavo?
Pedro me mira por un momento, ojos grises ilegibles.
—Gustavo se ha acostado con la mayoría de Seattle, Paula.
Jadeo.
—En su mayoría mujeres, hasta donde tengo entendido —bromea. Creo que está divertido por mi expresión.
—¡No!
Pedro asiente.
—No es mi problema. —Levanta las manos.
—No creo que Lourdes lo sepa.
—No estoy seguro de que él comparta esa información. Lourdes parece tener la suya propia.
Estoy sorprendida. ¿El dulce, modesto, rubio y de ojos azules Gustavo? Miro fijamente con incredulidad.
Pedro inclina la cabeza, examinándome.
—Esto no puede ser sólo por Georgina o la promiscuidad de Gustavo.
—Lo sé. Lo lamento. Después de todo lo que ha sucedido esta semana, sólo… —Me encojo de hombros, sintiéndome llorosa de repente. Pedro parece hundirse con alivio.
Tomándome en brazos, me abraza con fuerza, su nariz en mi cabello.
—Lo sé. También lo lamento. Relajémonos y disfrutemos, ¿de acuerdo? Puedes quedarte aquí y leer, ver la espantosa televisión, ir de compras, de caminata, incluso pescar. Lo que sea que quieras hacer. Y olvida lo que dije sobre Gustavo. Fue indiscreto de mi parte.
—De alguna manera explica por qué siempre se está burlando de ti — murmuro, acariciando su pecho con la nariz.
—En realidad no tiene idea de mi pasado. Te lo dije, mi familia asumió que yo era gay. Célibe, pero gay.
Suelto una risita y comienzo a relajarme en sus brazos.
—Yo pensé que eras célibe. Qué equivocada estaba. —Lo envuelvo con los brazos, maravillándome ante la ridiculez de que Pedro fuera gay.
—Sra. Alfonso, ¿se está burlando de mí?
—Quizás un poco —consiento—. Sabes, lo que no entiendo es por qué tienes este lugar.
—¿A qué te refieres? —Besa mi cabello.
—Tienes el barco, lo cual entiendo, tienes ese lugar en Nueva York para los negocios pero, ¿por qué aquí? No es como si lo compartieras con alguien.
Pedro se queda quieto y silencioso por varios latidos.
—Estaba esperando por ti —dice suavemente, los ojos de un gris oscuro y luminosos.
—Eso… eso es algo muy bonito.
—Es cierto. No lo sabía en ese momento. —Me da su tímida sonrisa.
—Me alegra que esperaras.
—Vale la pena esperar por usted, Sra. Alfonso. —Inclina mi barbilla hacia arriba con su dedo, se inclina, y me besa tiernamente.
—Por usted también. —Sonrío—. Aunque siento que hice trampa. No tuve que esperar en absoluto.
Él sonríe.
—¿Tanto premio soy?
—Pedro, eres la lotería del estado, la cura para el cáncer, y los tres deseos de la lámpara de Aladino todo en uno.
Él levanta una ceja.
—¿Cuándo te darás cuenta de eso? —lo reto—. Eras un soltero muy codiciado. Y no me refiero a todo esto. —Hago un gesto desdeñoso con la mano hacia nuestro lujoso entorno—. Quiero decir aquí. —Pongo mi mano sobre su corazón, y sus ojos se agrandan. Mi seguro, sexy esposo ha desaparecido, y estoy frente a mi niño perdido—. Créeme, Pedro, por favor —susurro y sujeto su rostro, tirando de sus labios hacia los míos. Él gime, y no sé si es por lo que ha oído o si es su usual respuesta primitiva.
Lo reclamo, mis labios moviéndose contra los suyos, mi lengua invadiendo su boca.
Cuando ambos estamos sin aliento, él se aparta, mirándome dubitativo.
—¿Cuándo vas hacer que pase por tu cráneo excepcionalmente grueso que te amo? —pregunto, exasperada.
Él traga.
—Algún día —dice.
Es un progreso. Sonrío y soy recompensada con una sonrisa tímida en respuesta.
—Ven. Vamos a comer algo… los demás se estarán preguntando dónde estamos. Podemos discutir lo que todos queremos hacer.