viernes, 13 de febrero de 2015

CAPITULO 135




Cuando despierto antes de que la alarma suene a la mañana siguiente, Pedro está envuelto alrededor mío como hiedra, su cabeza sobre mi pecho, su brazo alrededor de mi cintura y su pierna entre las mías. Y está en mi lado de la cama. Siempre es igual, si peleamos la noche anterior, así es como él termina, enroscado a mi alrededor, elevando mi temperatura y poniéndome molesta.


Oh, Cincuenta. Está tan necesitado en cierto modo. ¿Quién lo hubiera pensado? La imagen familiar de Pedro como un niño sucio y miserable me persigue. Delicadamente, acaricio su cabello más corto y la melancolía retrocede. Él se retuerce y sus ojos somnolientos encuentran los míos.


Pestañea un par de veces a la vez que despierta.


—Hola —murmura y sonríe.


—Hola. —Amo despertar con esa sonrisa.


Él acaricia mis pechos con su nariz y canturrea apreciativamente en lo profundo de su garganta. Su mano viaja hacia abajo por mi cintura, rozando el fresco satén de mi camisón.


—Qué bocado tentador que eres —murmura—. Pero, tan tentadora como eres —echa un vistazo al despertador—, tengo de levantarme. —Se estira, desenredándose de mí y se levanta.


Yo me recuesto, pongo las manos detrás de la cabeza y disfruto del show: Pedro desvistiéndose para ir a la ducha. Es perfecto. No cambiaría un cabello de su cabeza.


—¿Admirando la vista, Sra.Alfonso? —Pedro arquea una ceja sardónica en dirección a mí.


—Es una vista excelente, Sr. Alfonso.


Él sonríe y me lanza los pantalones de su pijama de forma que casi aterrizan en mi rostro, pero los atrapo a tiempo, riendo como una colegiala. Con una sonrisa malvada, arranca el cobertor, pone una rodilla sobre la cama y toma mis tobillos, tirándome hacia él de forma que mi camisón se sube. Chillo y él se arrastra sobre mi cuerpo, regando pequeños besos en mi rodilla, mi muslo… mi… oh… 


¡Pedro!



*****


—Buenos días, Sra. Alfonso —me saluda la Sra. Jones. Me ruborizo, avergonzada al recordar su encuentro con Taylor la noche anterior.


—Buenos días —respondo mientras me entrega una taza de té. Me siento en la silla alta junto a mi esposo, quien luce simplemente radiante: recién salido de la ducha, con su cabello húmedo, vistiendo una almidonada camisa blanca y esa corbata gris plateado. Mi corbata favorita. Tengo buenos recuerdos de esa corbata.


—¿Cómo está, Sra. Alfonso? —pregunta él con los ojos cálidos.


—Creo que lo sabe, Sr. Alfonso. —Lo miro a través de mis pestañas.


Él sonríe satisfecho.


—Come —ordena—. No comiste ayer.


¡Oh, Cincuenta mandón!


—Eso es porque estabas siendo un idiota.


La Sra. Jones deja caer algo que retumba en la pileta, haciéndome saltar.


Pedro no parece notar el ruido. Ignorándola, me mira imperturbable.


—Idiota o no… come. —Su tono es serio. No hay discusión con él.


—¡De acuerdo! Estoy tomando la cuchara, comiendo granola —murmuro como una adolescente malhumorada. 


Tomo el yogurt griego y pongo un poco en el cereal, seguido por un puñado de arándanos. Echo un vistazo a
la Sra. Jones y ella encuentra mi mirada. Sonrío y ella responde con su propia sonrisa cálida. Me ha dado mi desayuno preferido, el mismo que me fue presentado en nuestra luna de miel.


—Puede que tenga que ir a Nueva York más adelante en la semana. —El anuncio de Pedro interrumpe mi ensueño.


—Oh.


—Significa que pasaré la noche allí. Quiero que vengas conmigo.


Pedro, no tengo tiempo libre.


Él me da su mirada que dice “oh, ¿en serio? Pero yo soy el jefe”.


Suspiro


—Sé que eres el dueño de la compañía, pero he estado lejos durante tres semanas. Por favor. ¿Cómo esperas que dirija el negocio si nunca estoy allí? Estaré bien aquí. Asumo que llevarás a Taylor contigo, pero Salazar y Gutierrez estarán aquí… —Me detengo, porque Pedro me está sonriendo—.¿Qué? —digo secamente.


—Nada. Sólo tú —dice.


Frunzo el ceño. ¿Se está riendo de mí? En ese momento un pensamiento desagradable aparece en mi mente.


—¿Cómo vas a ir a Nueva York?


—En el avión de la compañía, ¿por qué?


—Sólo quería saber si ibas a ir en Charlie Tango. —Mi voz es suave y un escalofrío corre por mi columna. Recuerdo la última vez que voló su helicóptero. Una ola de náuseas me golpea cuando recuerdo las ansiosas horas que pasé esperando noticias. Ese fue posiblemente el momento más crítico de mi vida. Noto que la Sra. Jones también se ha quedado quieta.


Intento descartar la idea.


—No volaría a Nueva York en Charlie Tango. No tiene esa clase de alcance.
Además, no regresará de los ingenieros hasta dentro de otras dos semanas.


Gracias al cielo. Mi sonrisa se debe en parte al alivio, pero también al saber que el fallecimiento de Charlie Tango ha ocupado una gran parte de los pensamientos y el tiempo de Pedro en las últimas semanas.


—Bueno, me alegra que esté casi arreglado, pero… —me detengo. ¿Puedo contarle lo nerviosa que estaré la próxima vez que vuele?


—¿Qué? —pregunta mientras termina su omelet.


Me encojo de hombros.


—¿Paula? —dice, con más firmeza.


—Yo sólo… ya sabes. La última vez que volaste en él… pensé, todos pensamos, que tú… —No puedo terminar la oración y la expresión de Pedro se suaviza.


—Ey. —Extiende la mano para acariciar mi rostro con el reverso de sus nudillos—. Eso fue sabotaje. —Una oscura expresión cruza su rostro, y por un momento me pregunto si sabe quién fue responsable.


—No soportaría perderte —murmuro


—Cinco personas han sido despedidas por eso, Paula. No sucederá de nuevo.


—¿Cinco?


Asiente, su rostro es serio.


¡Maldición!


—Eso me recuerda. Hay un arma en tu escritorio.


Él frunce el ceño ante mi cambio de tema y probablemente ante mi tono acusatorio, aunque no quiera decirlo de esa manera.


—Es de Lorena —dice finalmente.


—Está cargada.


—¿Cómo lo sabes? —Su ceño se profundiza.


—La revisé ayer.


Me mira con el ceño fruncido.


—No quiero que tontees con armas. Espero que hayas puesto el seguro de nuevo.


Pestañeo, momentáneamente estupefacta.


Pedro, no hay seguro en un revólver. ¿No sabes nada de armas?


Sus ojos se agrandan.


—Um… no.


Taylor tose discretamente en la entrada. Pedro le ofrece un asentimiento.


—Tenemos que irnos —dice Pedro. Se pone de pie, distraído y se coloca la chaqueta gris. Lo sigo hacia el corredor.


Tiene el arma de Lorena. Me sorprenden las noticias y brevemente me pregunto qué le ha sucedido a ella. 


¿Todavía está en… dónde es? Algún lugar en el este. ¿New Hampshire?12 No puedo recordarlo.


—Buenos días, Taylor —dice Pedro.


—Buenos días, Sr. Grey, Sra. Alfonso. —Nos da un asentimiento, pero se cuida de no mirarme a los ojos. Lo agradezco, recordando mi estado de desnudez cuando nos encontramos anoche.


—Sólo voy a lavarme los dientes —murmuro. Pedro siempre se lava los dientes antes del desayuno. No entiendo por qué



* * *


—Deberías pedirle a Taylor que te enseñe a disparar —digo mientras bajamos en el elevador. Pedro me da un vistazo, divertido.


—¿Debería? —dice secamente.


—Sí.


—Paula, desprecio las armas. Mi madre ha cosido a muchas víctimas de crímenes con armas, y mi padre es vehementemente anti armas. Crecí con sus valores. Apoyo al menos dos iniciativas de control de armas aquí en Washington.


—Oh. ¿Taylor lleva un arma?


La boca de Pedro se afina.


—A veces.


—¿No lo apruebas? —pregunto, mientras Pedro me conduce fuera del elevador en la planta baja.


—No —dice con los labios apretados—. Digamos que Taylor y yo tenemos visiones muy diferentes con respecto al control de armas. 


—Estoy con Taylor en esto.


Pedro sostiene la puerta del vestíbulo abierta para mí y me dirijo al coche. No me ha dejado conducir sola a AIPS desde que descubrió que Charlie Tango fue saboteado. Salazar sonríe amablemente, sosteniendo la puerta abierta para mí a la vez que Pedro y yo subimos al coche.


—Por favor. —Extiendo mi mano y tomo la de Pedro.


—¿Por favor qué?


—Aprende a disparar.


Él pone los ojos en blanco.


—No. Fin de la discusión, Paula.


Y de nuevo soy una niña regañada. Abro la boca para decir algo mordaz, pero decido que no quiero comenzar mi día de trabajo de mal humor. En su lugar, me cruzo de brazos, y veo a Taylor mirándome por el espejo retrovisor. Él aparta la mirada, concentrándose en el camino frente a nosotros, pero sacude la cabeza un poco, en obvia frustración.


Hmm... Pedro también lo vuelve loco a veces. La idea me hace sonreír, y mi humor es salvado.


—¿Dónde está Lorena? —pregunto, mientras Pedro mira por la ventanilla.


—Te lo dije. Está en Connecticut con sus padres. —Me observa.


—¿Lo comprobaste? Después de todo, tiene el cabello largo. Podría ser ella quien condujera el Dodge.


—Sí, lo comprobé. Está anotada en una escuela de arte en Hamden. Comenzó esta semana.


—¿Has hablado con ella? —susurro, y toda la sangre abandona mi rostro. Pedro vuelve su cabeza rápidamente ante el tono de mi voz.


—No. Flynn lo ha hecho. —Él busca en mi rostro una pista de mis pensamientos.


—Ya veo —murmuro, aliviada.


—¿Qué?


—Nada.


Pedro suspira.


—Paula. ¿Qué sucede?


Me encojo de hombros, sin querer admitir mis celos irracionales.


Pedro continúa.


—Me mantengo al tanto, comprobando que se quede en su lado del continente. Está mejor, Paula. Flynn la ha derivado a un psicólogo en New Haven, y todos los informes son muy positivos. Siempre ha estado interesada en el arte, así que… —Se detiene, su rostro aún buscando en el mío. Y en ese momento sospecho que está pagando por las clases de arte de Lorena. ¿Quiero saberlo? ¿Debería preguntarle? Quiero decir, no es que no pueda permitírselo pero, ¿por qué siente que tiene la obligación?


Suspiro. El pasado de Pedro apenas se compara con Bradley Kent de mi clase de biología y sus torpes intentos por besarme. Pedro toma mi mano.


—No te preocupes por esto, Paula —murmura, y le devuelvo el apretón tranquilizador. Sé que está haciendo lo que cree correcto.




12 New Hampshire: estado del noreste de Estados Unidos




CAPITULO 134




Levantando el primer mechón, lo peino hacia arriba y lo encajo dentro de mis dedos índice y medio. Pongo el peine en mi boca, tomo las tijeras y hago el primer corte, cortando una pulgada de longitud.Pedro cierra sus ojos y se sienta como una estatua, suspirando contento de que yo continúe. Ocasionalmente abre sus ojos, y lo sorprendo mirándome intensamente. No me toca mientras trabajo, y estoy agradecida. Su toque es… distractor.


Quince minutos después he terminado


—Terminado. —Estoy complacida con el resultado. Luce más caliente que nunca, su cabello todavía es flexible y sexy… sólo un poco más corto.


Pedro se mira en el espejo, buscando una grata sorpresa. 


Sonríe.


—Gran trabajo, Sra Alfonso. —Voltea la cabeza de un lado al otro y desliza sus brazos a mi alrededor. Tirando de mí, besa y acaricia mi vientre.


—Gracias —dice.


—Es un placer. —Me inclino y lo beso brevemente.


—Es tarde. Cama. —Me da una nalgada juguetona.


—¡Ah! Debería limpiar aquí. —Hay cabello por todo el suelo.


Pedro frunce el ceño, como si el pensamiento no se le hubiera ocurrido.


—Esta bien, conseguiré la escoba —dice con ironía—. No quiero avergonzar al personal con tu falta de ropa apropiada.


—¿Sabes dónde esta la escoba? —pregunto inocentemente. Esto detiene a Pedro.


—Um… no.


Me rio. —Yo iré.



*****


Mientras me meto en la cama y espero que Pedro se una a mí, reflexiono en cuán diferente este día podría haber terminado. Estaba tan molesta con él antes, y él conmigo. 


¿Cómo voy a lidiar con esta tontería de la empresa-en-funcionamiento? No tengo deseos de manejar mi propia
compañía. No soy él. Tengo que dirigir esto paso por paso. Tal vez debería tener una palabra segura cuando él esta siendo autoritario y dominante, para cuando esta siendo un tonto. Me rio. Tal vez la palabra de seguridad debería ser tonto. La idea me parece muy atractiva.


—¿Qué? —dice mientras se mete en la cama a mi lado usando sólo sus pantalones de pijama.


—Nada. Sólo una idea.


—¿Qué idea? —pregunta, extendiéndose junto a mi.


Aquí va nada. —Pedro, no creo que quiera dirigir una empresa.


Se apuntala en su codo y me mira. —¿Por qué dices eso?


—Porque no es algo que me halla gustado para mí.


—Eres más que capaz, Paula.


—Me gusta leer libros, Pedro. Dirigir una compañía me alejara de eso.


—Podrías ser la directora creativa.


Frunzo el ceño.


—Ya ves —él continua—, dirigir una compañía exitosa es todo sobre abrazar el talento de las personas que tienes a tu disposición. Si ahí es donde tus talentos y tus intereses se encuentran, entonces estructura la compañía para permitirlo. No te desestimes, Paula. Eres una mujer muy capaz. Creo que podrías hacer cualquier cosa que quieras si pones tu mente en ello.


¡Whoa! ¿Cómo puede el saber que seria buena en esto?


—También me preocupa que esto tomará mucho de mi tiempo.


Pedro frunce el ceño.


—Tiempo que podría dedicar a ti. —Empleo mi arma secreta. Su mirada se oscurece.


—Se lo que estas haciendo —murmura, divertido.


¡Maldición!


—¿Qué? —finjo inocencia.


—Estas tratando de distraerme del tema en cuestión. Siempre haces eso. Sólo no descartes la idea, Paula. Piensa en ello. Es todo lo que pido.


Se inclina y me besa castamente, luego roza mi mejilla con su dedo. Esta discusión va a seguir y seguir. Le sonrió, y algo que dijo temprano aparece espontáneamente en mi mente.


—¿Puedo preguntarte algo? —mi voz es suave, vacilante.


—Por supuesto.


—Hoy temprano dijiste que cuando estuviera molesta contigo, debería desquitármelo en la cama. ¿Qué querías decir?


Se queda inmóvil. —¿Qué crees que significa?


Mierda… debería decirlo. —Que querías que te atara.


Sus cejas se disparan con sorpresa. —Um… no. Eso no es lo que quería decir.


—Oh. —Estoy sorprendida por la ligera punzada de decepción.


—¿Quieres atarme? —pregunta, obviamente leyendo correctamente mi expresión. Suena sorprendido. Me sonrojo.


—Bueno…


—Paula, yo… —Se detiene, y algo oscuro cruza su cara.


Pedro —susurro, alarmada. Me muevo así estoy acostada en mi lado, apoyada en mi codo, como él. Alcanzándolo, acaricio su cara. Sus ojos grandes y temerosos. Sacude su cabeza con tristeza.


¡Mierda!


—Pedro, detente. No importa. Pensé que te referías a eso.


Toma mi mano y la coloca sobre su corazón palpitante. 


¡Joder! ¿Qué es?


—Paula, no sé como me sentiría sobre tú tocándome si estuviera atado.


Mi cuero cabelludo pica. Es como si estuviera confesando algo profundo y oscuro.


—Esto todavía es demasiado nuevo. —Su voz es baja y en carne viva.


Joder. Sólo era una pregunta, y me doy cuenta que él ha recorrido un largo camino, pero aún le queda un largo camino para recorrer. Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta. 


Ansiedad agarra mi corazón. Me inclino y él se congela, pero planto un suave beso en la esquina de su boca.


Pedro, tuve la idea equivocada. Por favor, no te preocupes. Por favor no pienses en ello. —Lo beso. El cierra sus ojos y gime y se mueve alternativamente, me empuja hacia el colchón, sus manos apretando mi barbilla. Y pronto nos hemos perdido… perdidos en el otro, de nuevo.






CAPITULO 133





Pedro alza una mano con una expresión de “deshaz esto ahora” y su boca se retuerce en esa forma totalmente sexy y desafiante que tiene.


Oh, gemelos. Tomo su muñeca y libero el primero, un disco de platino con sus iniciales grabadas en caligrafía sencilla, y luego quito el otro. Cuando termino lo miro, y su mirada de diversión ha desaparecido, remplazada por algo más caliente… mucho más caliente. Me estiro y le quito la camisa de los hombros, dejándola caer al piso.


—¿Listo? —susurro.


—Para lo que quieras, Paula.


Mis ojos pasan de los suyos a sus labios. Abiertos para que pueda respirar mejor. Esculpidos, rellenos, lo que sea, es una boca hermosa y él sabe exactamente qué hacer con ella. Me encuentro inclinándome para besarlos.


—No —dice, y pone ambas manos en mis hombros—. No, si lo haces, jamás me cortarás el pelo.


¡Oh!


—Quiero esto. —Continúa. Y sus ojos están muy abiertos por algún motivo. Es desesperante.


—¿Por qué? —susurro.


Me mira un segundo, y abre más los ojos. —Porque me hará sentir querido.


Mi corazón se salta un latido. Oh, Pedro… mi Cincuenta. 


Y antes de saberlo lo envuelvo en mis brazos y le beso el pecho antes de acariciar con mi mejilla en vello de su pecho.


—Paula. Mi Paula —susurra. Envuelve sus brazos a mí alrededor y nos quedamos inmóviles, sosteniéndonos en el baño. Oh, como amo estar en sus brazos. Incluso si es un imbécil, insoportable y megalomaníaco, es mi imbécil, insoportable y megalomaníaco que necesita una dosis de por vida de TLC. Retrocedo sin soltarlo.


—¿Realmente quieres hacer esto?


Asiente y me sonríe tímidamente. Le devuelvo la sonrisa y me libero de su abrazo.


—Entonces sentado. —Repito.


Dudosamente obedece, sentándose de espaldas al lava manos. Me quito los zapatos y los dejo cerca de su camisa en el piso. Saco su champú Chanel de la ducha. Lo compramos en Francia.


—¿Le gustaría este señor? —Lo sostengo con ambas manos como que estoy vendiendolo en QVC11—. Entregado en sus manos desde el Sur de Francia. Me gusta el olor de este… huele a ti. —Añado en un susurro, olvidándome de la voz de locutora.


—Por favor. —Sonríe.


Tomo una toalla del toallero. La señora Jones sí que sabe mantenerlas suaves.


—Inclínate hacia delante. —Ordeno y Pedro obedece. 


Dejando la toalla en sus hombros, me vuelvo hacia el lava manos y lo lleno con agua tibia.


—Recuéstate. —Oh, me gusta estar a cargo. Pedro se reclina, pero es demasiado alto. Lleva la silla más adelante y luego se reclina hasta que su cabeza toca la mesada. 


Distancia perfecta. Ladea su cabeza hacia atrás.


Sus ojos audaces me miran, y sonrío. Tomando uno de los vasitos que dejamos junto al lava manos, lo lleno de agua y la dejo caer en la cabeza de Pedro, mojando su cabello. 


Repito el proceso, inclinándome sobre él.


—Hueles tan bien, señora Alfonso —murmura y cierra los ojos.


Mientras mojo metódicamente su cabello, lo miro libremente. 


Santa vaca.


¿Alguna vez me cansaré de esto? Largas oscuras pestañas que hacen sombras en sus mejillas; labios levemente abiertos, formando una hermosa forma de diamante, e inhala suavemente. Hmm… cómo ansío meter mi lengua…


Le entra agua en los ojos. ¡Mierda! —¡Lo lamento!


Agarra la esquina de la toalla y rie mientras seca el agua en sus ojos.


—Hey, sé que soy un imbécil, pero no me ahogues.


Me inclino y beso su frente, riendo. —No me tientes.


Lleva su mano detrás de mi cabeza y se eleva un poco para que nuestros labios se unan. Me besa brevemente, haciendo un sonido de satisfacción con su garganta. El sonido llega a los músculos de mi vientre. Es muy seductor. 


Me deja ir y se reclina obedientemente, mirándome expectante.


Por un momento se ve vulnerable, como un niño. Me llega al corazón.


Pongo algo de champú en mis manos y masajeo su cuero cabelludo, comenzando por su frente y bajando por toda su cabeza, en un movimiento circular rítmico. Vuelve a cerrar los ojos y repite ese gruñido profundo.


—Eso se siente bien —dice después de un momento y se relaja ante el toque firme de mis dedos.


—Sí, lo hace. —Vuelvo a besar su frente.


—Me gusta cuando frotas mi cabeza con tus uñas. —Sigue con los ojos cerrados, pero tiene una expresión de enorme alegría, sin rastro de vulnerabilidad. Dios, cómo ha cambiado su humor, y me gusta saber que fui yo la que hizo esto.


—Levanta la cabeza. —Ordeno y obedece. Hmm… una chica podría acostumbrarme a esto. Froto la parte trasera de su cabeza, utilizando mis uñas.


—Vuelve abajo.


Se reclina, y enjuago la espuma, utilizando el vaso. Con cuidado de no salpicarle la cara esta vez.


—¿De nuevo? —pregunto.


—Por favor. —Abre los ojos y su mirada serena se encuentra con la mía. Le sonrío.


—Enseguida señor Alfonso.


Me vuelvo hacia el lava manos que normalmente usa Pedro y lo lleno con agua tibia.


—Para el enjuague —digo cuando me mira de forma confundida.


Repito el proceso del champú, escuchando a su respiración profunda. Una vez lleno de espuma, me tomo otro momento para apreciar el bello rostro de mi esposo. No puedo resistirme. Suavemente, acaricio su mejilla, y abre los ojos, mirándome de forma adormecida entre sus largas pestañas.


Inclinándome pongo un casto beso en sus labios. Sonríe, cierra los ojos, y suspira contento.


Dios. ¿Quién habría imaginado que después de la discusión de esta tarde estaría tan relajado? ¿Sin sexo? Me inclino sobre él.


—Hmm —murmura mientras mis pechos llegan a su rostro. 


Resistiendo la urgencia de presionarme con más fuerza, quito el tapón para que el agua enjabonada se vaya. Sus manos van a mi cadera y espalda.


—Nada de tocar a las asistentes —murmuro, fingiendo reprochárselo.


—No olvides que soy sordo —dice con los ojos aún cerrados, mientras recorre mi espalda con la mano y comienza a subir mi falda. Le golpeo el brazo. Estoy disfrutando jugando a la estilista. Sonríe, infantilmente, como si lo hubiera atrapado haciendo algo ilícito de lo que se enorgullece.


Vuelvo a buscar el vaso, pero esta vez uso el agua del lava manos de al lado para enjuagar cuidadosamente el champú de su cabeza. Sigo inclinada sobre él, y él aún tiene sus manos en mi espalda, moviendo sus dedos de un lado al otro, de arriba abajo… de adelante hacia atrás... hmm.


Suelto una risita. Gruñe con su garganta.


—Listo. Limpio.


—Bien. —Declara. Sus dedos presionan mi espalda, y de repente se sienta, mojando todo con su pelo mojado. Me tira en su regazo, moviendo sus manos de mi espalda a mi nuca, luego a mi barbilla, sosteniéndome en mi lugar. Jadeo sorprendida y sus labios están en los míos, su lengua cálida en mi boca. Mis dedos se enroscan en su pelo mojado, y gotas de agua caen por mis brazos; y mientras profundiza el beso, su cabello se pega a mi rostro. Su mano se mueve de mi barbilla al primer botón de mi blusa.


—Basta de acicalarnos. Quiero joderte siete sombras de Domingo, y podemos hacerlo aquí o en el cuarto. Tú eliges.


La mirada de Pedro es oscura, caliente, y llena de promesas, mojándonos a ambos con su cabello. Se me seca la boca.


—¿Cuál será Paula? —pregunta mientras me sostiene en su regazo.


—Estás mojado —respondo.


De repente inclina la cabeza, pasando su cabello goteante por mi blusa.


Intento soltarme de él. Afianza su agarre en mí.


—Oh, no lo hagas nena —murmura. Cuando levanta la cabeza está sonriendo lascivamente a la nueva Señorita Blusa Mojada 2014. Está empapada y se puede ver todo. 


Estoy mojada… en todas partes.


—Amo la vista —murmura y se inclina para pasar su nariz sobre mi pezón mojado. Gimo.


—Respóndeme Paula. ¿Aquí o en el dormitorio?


—Aquí —susurro frenéticamente. A la mierda el corte de cabello, lo haré más tarde. Sonríe lentamente, formando una sonrisa sensual llena de promesas prohibidas con sus labios.


—Buena elección, señora Alfonso —murmura en mis labios. 


Su mano deja mi barbilla y pasa a mi rodilla. Se desliza desde allí lentamente hacia arriba por mi pierna, levantando mi falda y acariciando mi piel, haciéndome estremecer. Sus labios dejan suaves besos desde mi oreja por mi mandíbula.


—¿Oh, que voy a hacer contigo? —susurra. Sus dedos se detienen en el borde de mis medias—. Estas me gustan —dice. Pasa un dedo por debajo y acaricia la cara interna de mi muslo. Jadeo y me estremezco de nuevo en su regazo.


Gime profundamente. —Si voy a follarte siete sombras de Domingo, mejor que te quedes quieta.


—Oblígame. —Lo desafío, con un tono suave y agitado.


Pedro inhala fuertemente. Entrecierra los ojos y me da una mirada caliente y sorprendida.


—Oh señora Alfonso, sólo tienes que pedirlo. —Su mano va de mis medias a mis bragas—. Vamos a librarte de estas. —Tira suavemente y me incorporo un poco para que le sea más fácil. Sisea cuando lo hago.


—Quédate quieta —murmura.


—Estoy ayudando —digo, y muerde suavemente mi labio inferior.


—Quieta. —Gruñe. Desliza mis bragas por mis piernas. 


Levantando mi falda para que quede en mi cintura, mueve ambas manos a mi cadera y me alza. Aún tiene mis bragas en su mano.


—Siéntate. A horcajadas. —Ordena mirándome intensamente a los ojos. Lo hago, moviéndome un poco sobre él provocativamente. ¡Que comience el juego Cincuenta!


—Señora Alfonso. —Advierte—. ¿Estás incitándome? —Me mira, divertido pero alerta. Es una combinación seductora.


—Sí. ¿Qué vas a hacer al respecto?


Sus ojos se iluminan con deleite ante mi desafío, y siento su excitación bajo mí.


—Junta tus manos detrás de tu espalda


¡Oh! Cumplo obedientemente y él rápidamente me ata las muñecas con mis bragas.


—¿Mis bragas? Señor Alfonso, usted no tiene vergüenza. —Lo amonesto.


—No cuando respecta a ti, señora Alfonso, pero ya lo sabes. —Me mira intensa y calientemente. Poniendo sus manos en mi cintura, me levanta por lo que estoy sentada un poco más atrás en su regazo. Aún hay agua cayendo a su pecho desde su cuello. Quiero inclinarme y lamer las gotitas, pero es más difícil con mis restricciones.


Pedro acaricia mis muslos y pasa sus manos por mis rodillas.


Suavemente las abre junto con las suyas, sosteniéndome en esa posición.


Sus dedos van a mi blusa.


—No creo que necesitemos esto —dice. Comienza a abrir cada botón metódicamente en mi blusa mojada, sus ojos nunca dejan los mios. Se oscurecen más y más mientras termina la tarea, tomándose su tiempo en ello. Mi pulso se acelera y se me atasca la respiración. No puedo creerlo apenas me ha tocado y me siento así caliente, molesta… preparada. Quiero retorcerme.


Deja mi blusa abierta y acaricia mi rostro con sus dos manos, pasando su pulgar por mi labio inferior. De repente, mete su pulgar en mi boca.


—Chupa. —Ordena en un susurro, estirando el sonido de la C. Cierro la boca alrededor de su dedo y hago exactamente eso. Oh… me gusta este juego. Él sabe bien. ¿Qué otra cosa me gustaría chupar? Los músculos en mi vientre se contraen ante la idea. Sus labios se abren cuando muerdo levemente su pulgar.


Gime y saca lentamente su pulgar mojado de mi boca y lo lleva hacia mi barbilla, por mi garganta, sobre mi esternón. Lo mete en la copa de mi sostén y la baja, liberando mi seno.


La mirada de Pedro nunca deja la mía. Está mirando cada reacción que su toque hace en mí, y yo lo estoy mirando. Es caliente. Consumidor.Posesivo. Lo amo. Imita sus acciones con su otra mano por lo que mis dos senos están libres ahora y, tomándolos gentilmente, pasa cada pulgar por un pezón, haciendo círculos lentos, toqueteando a cada uno para que se endurezcan bajo sus dedos. Intento, realmente intento no moverme, pero mis pezones son cables de alta tensión, por lo que gimo y echo hacia atrás mi cabeza, cerrando los ojos y rindiéndome ante la dulce, dulce tortura.


—Shh. —La suave voz de Pedro va en contra con las bromas, y el ritmo de sus malvados dedos—. Quieta nena, quieta. —Liberando un seno pasa su mano por detrás de mí y la deja en mi cuello. Inclinándose, ahora toma mi pezón con sus dientes y chupa fuertemente, haciéndome cosquillas con su pelo mojado.


Al mismo tiempo, su pulgar deja de toquetear mi otro pezón. 


En cambio, lo toma con su pulgar e índice y aprieta suavemente.


—¡Ah! ¡Pedro! —gimo y me retuerzo en su regazo. Pero no se detiene.


Sigue con la lenta y agonizante tortura. Y mi cuerpo arde mientras el placer toma un giro más oscuro.


Pedro, por favor —gimoteo.


—Hmm —murmura en mi pecho—. Quiero que te vengas así. —Mi pezón recibe un apretón más fuerte mientras sus palabras acarician mi piel, y es como si hubiera invocado a una oculta parte oscura de mí que sólo él conoce. Cuando sigue con sus dientes esta vez, el placer es casi intolerable. 


Gimiendo audiblemente, me muevo en su regazo, intentando encontrar algo de preciosa fricción contra sus pantalones. Tiro inútilmente de mis bragas de restricción, ansiando tocarlo, pero estoy perdida, perdida en esta traicionera sensación.


—Por favor —susurro, rogando, y el placer cosquillea mi cuerpo, desde mi cuello, hacia mis piernas, los dedos de mis pies, tensando todo en su camino.


—Tienes unos pechos hermosos Paula. —Gruñe—. Algún día voy a follarlos.


¿Qué demonios significa eso? Abriendo los ojos, lo miro mientras me chupa, mi piel ardiendo con su toque. Ya no siento mi blusa mojada, su cabello empapado… nada salvo el calor. Y arde deliciosamente bajo y caliente, profundamente en mí, y todos mis pensamientos se evaporan mientras mi cuerpo se tensa y retuerce… listo, llegando… necesitando una liberación. Y no se detiene… burlando, tirando, volviendome loca.


Quiero… quiero…


—Déjate ir —susurra… y lo hago, ruidosamente, mi orgasmo convulsionando mi cuerpo, y él detiene su dulce tortura y me envuelve con sus brazos, uniéndome a él mientras mi cuerpo hace espirales en el clímax. Cuando abro los ojos, está mirándome donde descanso contra su pecho.


—Dios, amo verte venirte, Paula. —Tiene un tono maravillado.


—Eso fue… —Las palabras me fallan.


—Lo sé. —Se inclina y me besa, con su mano aún en mi cuello, sujetándome así, haciendo un ángulo en mi cabeza para poder besarme más profundamente, con amor, con reverencia.


Me pierdo en su beso.


Se aleja para recuperar el aliento, con los ojos del color de una tormenta tropical.


—Ahora voy a follarte duro —murmura.


Santa vaca. Tomándome por la cintura, me levanta de sus piernas hacia el borde de sus rodillas y busca el botón de sus pantalones con una mano.


Pasa los dedos de su mano izquierda por arriba y abajo en mi muslo, deteniéndose en mis medias. Me está mirando intensamente. Estamos cara a cara y estoy impotente, atada por mis bragas y con el sostén caído, y esta debe ser una de las situaciones más intimas que hemos tenido, yo en su regazo, mirando a sus hermosos ojos grises. Me hace sentir deseada, pero también unida a él, no estoy avergonzada ni tímida. Este es Pedro, mi esposo, mi amante, mi imperioso megalomaníaco, mi Cincuenta, el amor de mi vida. Baja su cierre, y se me seca la boca cuando libera su erección.


Sonríe. —¿Te gusta? —susurra.


—Hmm —murmuro apreciativamente. Se la envuelve con una mano y comienza a moverla hacia arriba y abajo… Oh mi. Lo miro entre mis pestañas. Mierda, es tan caliente.


—Te estás mordiendo el labio, señora Alfonso.


—Eso es porque tengo hambre.


—¿Hambre? —Abre la boca sorprendido, y los ojos se le amplían.


—Hmm… —Coincido y me lamo los labios.


Me da su sonrisa enigmática y muerde su labio mientras sigue acariciándose. ¿Por qué la visión de mi marido auto complaciéndose me excita tanto?


—Ya veo. Deberías haber cenado. —Suena burlón y enojado al mismo tiempo—. Pero quizás pueda obligarte. —Pone sus manos en mi cintura—. De pie —dice suavemente, y sé lo que va a hacer. Me pongo de pie, las piernas ya no me tiemblan.


—Arrodíllate.


Hago lo que me dice y me arrodillo en los fríos azulejos del baño. Se desliza hacia adelante en la silla.


—Bésame —pronuncia, sosteniendo su erección. Lo miro, y pasa su lengua sobre los dientes superiores. Es excitante, muy excitante, ver su deseo, su desnudez para mí y mi boca. Inclinándome, mis ojos en los suyos, beso la punta de su erección. Lo miro inhalar con fuerza y apretar sus dientes.


Pedro toma mi cabeza y corro mi lengua sobre la punta, saboreando la pequeña gota al final. Hmmm… sabe bien. 


Su boca se abre más mientras jadea y yo ataco, tirando de él dentro de mi boca y succionando duro.


—Ah… —El aire susurra entre sus dientes, y flexiona sus caderas hacia adelante, empujando en mi boca. Pero no me detengo. Revistiendo mis dientes con mis labios, empujo hacia abajo y luego hacia arriba de él.


Mueve sus dos manos, de modo que toma mi cabeza completamente, enterrando sus dedos en mi cabello y poco a poco facilitándolo dentro y fuera de mi boca, su respiración se acelera, cada vez más dura. Giro mi lengua alrededor de su punta y empujo hacia abajo otra vez en perfecto contrapunto para él.


—Jesús, Paula. —Suspira y aprieta sus dedos con fuerza. 


Esta perdido y su respuesta hacia mí es embriagadora. Yo. 


Mi diosa interna podría iluminar Escala. Esta muy emocionada. Y muy lentamente muevo mis labios hacia
atrás, así que son sólo mis dientes.


—¡Ah! —Pedro deja de moverse, inclinándose me agarra y me tira sobre su regazo.


—¡Suficiente! —Gruñe. Alcanzándome, libera mis manos con un tirón de mi ropa interior. Doblo las muñecas y miro por debajo de mis pestañas a los ardientes ojos que miran hacia mí con amor, deseo y lujuria. Y me doy cuenta que soy yo quien quiere follarlo siete tonos de Domingo. Lo quiero demasiado. Quiero verlo venirse debajo de mí. Agarro su erección y me acomodo sobre él. Coloco la otra mano sobre su hombro, muy suavemente y poco a poco, me facilito sobre él. Hace un ruido gutural, un sonido salvaje profundo en su garganta, y alcanzándome, tira de mi blusa y la deja caer al suelo. Sus manos se mueven a mis caderas.


—Quieta —dice con voz áspera, sus manos cavando en mi carne—. Por favor, déjame disfrutar esto. Disfrutarte a ti.


Me detengo. Oh mi… se siente tan bien dentro de mí. Me acaricia la cara, sus ojos muy abiertos y salvajes, sus labios se separan cuando el inhala.


Se dobla debajo de mí y gimo, cerrando los ojos.


—Este es mi lugar favorito —susurra—. Dentro de ti. Dentro de mi esposa.


Oh, joder. Pedro. No puedo contenerme. Mis dedos se deslizan en su cabello mojado, mis labios buscan los suyos, y empiezo a moverme. Arriba y abajo en mis pies, disfrutándolo, disfrutándome. Gime en voz alta, y sus manos están en mi cabello y alrededor de mi espalda, y su lengua invade mi boca con avidez, tomando todo lo que estoy dispuesta a dar. Después de toda nuestra discusión hoy, mi frustración con él, la de él conmigo, aun tenemos esto. 


Siempre tendremos esto. Lo amo tanto, que es casi
abrumador. Sus manos se mueven a mi espalda y me controla, moviéndome arriba y abajo, una y otra y otra vez, a ritmo caliente.


—Ah —gimo sin poder evitarlo en su boca mientras me dejo llevar.


—Si. Si, Paula —susurra, y dejo una lluvia de besos en su cara, su barbilla, su mandíbula, su cuello—. Nena —inhala, capturando mi boca una vez más.


—Oh, Pedro, te amo. Siempre te amare. —Estoy sin aliento, queriendo que sepa, queriendo que este seguro de mí después de la batalla de voluntades hoy.


Él gime en voz alta y envuelve sus brazos a mí alrededor con fuerza cuando llega a su climax con un sollozo triste, y es suficiente, suficiente para empujarme sobre el borde una vez más. Puse mis brazos alrededor de su cabeza y me deje ir, y viniéndome a su alrededor, lagrimas brotando de mis ojos por que lo amo tanto.


—Hey —susurra, inclinando mi barbilla hacia atrás y mirándome con tranquila preocupación—. ¿Por qué lloras? ¿Te hice daño?


—No —murmuro tranquilizadora. Alisa mi cabello fuera de mi cara, limpia una lagrima solitaria con el pulgar y besa tiernamente mis labios. Todavía esta dentro de mí. Se mueve, y me estremezco mientras sale de mí.


—¿Qué pasa, Paula? Cuéntame.


Sorbo por la nariz.


—Es que… es que a veces me siento abromada por cuanto te amo — susurro.


El parpadea hacia mí. Luego sonríe con su sonrisa tímida especial, reservada para mí, creo—. Tienes el mismo efecto en mí —susurra, y me besa una vez más. Le sonrío, y dentro de mí se despliega una alegría y se estira perezosamente.


—¿Lo hago?


Sonríe. —Sabes que lo haces.


—A veces lo sé. No todo el tiempo.


—De vuelta a usted, Sra. Alfonso —susurra.


Sonrió y suavemente planto ligeros besos sobre su pecho. 


Olisqueo el pelo de su pecho. Pedro acaricia mi cabello y pasa una mano por mi espalda. Desabrocha mi sujetador y tira de la correa hacia abajo con un brazo. Me muevo, y tira de la correa del otro brazo hacia abajo y deja caer mi sujetador al piso.


—Hmmm. Piel sobre piel —murmura apreciativamente y me pliega en sus brazos. Besa mi hombro y pasa su nariz hacia mi oreja.


—Huele como el cielo, Sra. Alfonso.


—Igual usted, Sr. Alfonso. —Lo olisqueo e inhalo su olor a Pedro, que ahora esta mezclada con el embriagador aroma a sexo. Podría quedarme enredada en sus brazos de esta manera, saciada y feliz, para siempre. Es justo lo que necesito después de un día de volver-a-trabajar, discusiones, y bofetadas de perras. Aquí es donde quiero estar, y a pesar de su obsesión por el control, su megalomanía, aquí es donde pertenezco. Pedro entierra su nariz en mi cabello e inhala profundamente. Dejo ir un suspiro contenido, y siento su sonrisa. Y nos sentamos, brazos envueltos alrededor del otro, diciendo nada.


Eventualmente la realidad se interpone.


—Es tarde —Pedro dice, sus dedos acariciando mi espalda
metódicamente.


—Tu cabello aun necesita un corte.


Él se ríe. —Eso si, Sra. Grey. ¿Tiene la energía para terminar lo que empezó?


—Por usted, Sr Alfonso, cualquier cosa. —Beso su pecho una vez más y me levanto a regañadientes.


—No te vayas. —Agarrando mis caderas, me da la vuelta. 


Se incorpora y luego deshace mi falda, dejándola caer al suelo. Extiende su mano hacia mí. La tomo y doy un paso fuera de mi falda. Ahora estoy vestida únicamente con medias y liguero.


—Usted es un buen e imponente espectáculo, Sra. Alfonso. —Se sienta de nuevo en la silla y cruza sus brazos, dándome una valoración completa y franca.


Extiendo mis manos y giro para él.


—Dios, soy un suertudo hijo de puta —dice con admiración.


—Si, lo eres.


Sonríe. —Ponte mi camisa y puedes cortar mi cabello. Así, me distraerás, y nunca llegaremos a la cama.


No puedo ayudar mi sonrisa de respuesta. Sabiendo que esta mirando todos mis movimientos, desfilo hacia donde deje mis zapatos y su camisa.


Inclinándome lentamente, recojo su camisa, la huelo, hmmm, luego me encojo de hombros dentro de ella.


Pedro me parpadea, sus ojos redondos. Ha rehecho su bragueta mirándome con atención.


—Esa es una demostración de piso, Sra Alfonso.


—¿Tenemos tijeras? —le pregunto inocentemente, sacudiendo mis pestañas.


—Mi estudio —gruñe.


—Iré a buscar. —Dejándolo, dentro en nuestra habitación y agarro el peine de la mesa de vestir antes de ir a su estudio. 


Cuando entro en el corredor principal, me doy cuenta que la puerta de la oficina de Taylor esta abierta.


La Sra. Jones esta de pie detrás de la puerta. Me detengo, clavada en el suelo.


Taylor esta pasando sus dedos por su cara y sonriéndole dulcemente.


Luego se inclina y la besa.


¡Santa mierda! ¿Taylor y la Sra. Jones? Jadeo en asombro, quiero decir, pensé… bueno, como que sospeche. ¡Pero obviamente están juntos! Me sonrojo, sintiéndome como una voyeur, y logrando que mis pies se muevan. Corro a través del salón y dentro del estudio de Pedro.


Encendiendo la luz, camino a su escritorio. Taylor y la Sra. Jones… ¡Wow!


Me estoy tambaleando. Siempre pensé que la Sra. Jones era mayor que Taylor. Oh, tengo que mantener mi cabeza alrededor de esto. Abro el cajón superior y me distraigo de inmediato cuando encuentro un arma.


¡Pedro tiene un arma!


Un revolver. ¡Santa mierda! No tenia ni idea de que Pedro poseía un arma. La saco, saco el disparador y compruebo el cilindro. Esta cargada, pero ligera… demasiado ligera. Debe ser de fibra de carbono. ¿Qué quiere Pedro con un arma? Jesús, espero que sepa usarla. 


Las perpetuas advertencias de Reinaldo acerca de armas de fuego corren rápidamente por mi mente. Su entrenamiento militar nunca se perdió. Estas te mataran, Paula.


Necesitas saber que hacer cuando manejas un arma de fuego. Devuelvo el arma y encuentro las tijeras. 


Recuperándolas rápidamente, me cierno sobre Pedro de nuevo, mi cabeza zumbando. Taylor y la Sra. Jones… el
revolver…


A la entrada de la gran sala, me encuentro con Taylor.


—Sra. Alfonso, discúlpeme. —Su rostro se enrojece cuando rápidamente toma nota de mi atuendo.


—Um, Taylor, hola… um. ¡Estoy cortando el cabello de Pedro! —espeto, avergonzada. Taylor esta tan mortificado como yo. Abre su boca para decir algo y luego la cierra rápidamente y se mantiene al margen.


—Después de usted, señora —dice formalmente. Creo que estoy del color de mi viejo Audi, el especial de sumisas. Jesús. ¿Podría esto ser más embarazoso?


—Gracias —murmuro y corro por el pasillo. ¡Mierda! ¿Nunca me acostumbrare al hecho de que no estoy sola? Corro dentro del baño, sin aliento.


—¿Qué sucede? —Pedro esta de pie frente al espejo, sosteniendo mis zapatos. Todas mis ropas dispersas están ahora cuidadosamente apiladas junto al fregadero.


—Me encontré con Taylor.


—Oh. —Pedro frunce el ceño—. Vestida así.


¡Oh Mierda! —No es culpa de Taylor.


El ceño fruncido de Pedro se profundiza. —No. Pero aun así.


—Estoy vestida.


—Apenas.


—No sé quién estaba más avergonzado, él o yo. —Trato con mi técnica distractora—. ¿Sabias que él y Marta están… bueno, juntos?


Pedro se ríe. —Si, por supuesto que sabía.


—¿Y nunca me dijiste?


—Pensé que sabias también.


—No.


—Paula, son adultos. Viven bajo el mismo techo. Ambos sin ataduras.Ambos atractivos.


Me sonrojo, sintiéndome tonta por no haberlo notado.


—Bueno, si lo pones así… sólo pensé que Marta era mayor que Taylor.


—Lo es, pero no por mucho. —Me mira, perplejo—. A algunos hombres les gustan las mujeres mayores… —Se detiene abruptamente y sus ojos se amplían. Le frunzo el ceño.


—Lo sé —espeto.


Pedro parecía contrito. Me sonríe con cariño. ¡Si! ¡Mi técnica de distracción fue exitosa! Mi subconsciente me rueda los ojos, ¿pero a que costo? Ahora la innombrable Sra. Robinson se cierne sobre nosotros.


—Eso me recuerda —dice, brillantemente.


—¿Qué? —murmuro con petulancia. Agarrando la silla, me vuelvo para enfrentar el espejo por encima del lavabo—. Siéntate —ordeno. Pedro me mira con diversión indulgente, pero hace lo que se le dice y se sienta de nuevo en la silla. 


Empiezo a peinar su cabello ahora simplemente húmedo.


—Estaba pensando que podíamos convertir la habitación sobre los garajes para ellos en el nuevo lugar —continua Pedro—. Que sea una casa.Entonces, quizás la hija de Taylor puede quedarse con él más a menudo.


—Me mira atentamente en el espejo.


—¿Por qué no se queda aquí?


—Taylor nunca me lo pidió.


—Quizás deberías ofrecérselo. Pero tendríamos que comportarnos.


La frente de Pedro se frunce. —No había pensado eso.


—Quizás ese es el por qué Taylor no te lo ha pedido. ¿La has conocido?


—Si. Es una cosa dulce. Tímida. Muy bonita. Pago por su educación.


¡Oh! Dejo de peinar y lo miro en el espejo.


—No tenia idea.


Se encoge de hombros. —Me parecía lo menos que podía hacer. Además, significa que no renunciara.


—Estoy segura de que le gusta trabajar para ti.


Pedro me mira sin comprender y luego se encoge de hombros. —No lo sé.


—Creo que es muy aficionado a ti, Pedro. —Reanudo el peinado y lo miro. Sus ojos no dejan los mios.


—¿Eso crees?


—Si. Lo hago.


El resopla, un sonido despectivo pero contenido. Como si estuviera secretamente complacido de gustarle a su personal.


—Bien. ¿Vas a hablar con Georgina sobre los cuartos sobre el garaje?


—Si, por supuesto. —No siento la misma irritación que antes a la mención de su nombre. Mi subconsciente asiente sabiamente hacia mí. Si… hemos hecho bien hoy. Mi diosa interna se regodea. Ahora ella dejara a mi esposo solo y no lo hará sentir incomodo.


Estoy lista para cortar el cabello de Pedro. —¿Estas seguro sobre esto? Es tu última oportunidad para salir bajo fianza.


—Haz lo que quieras, Sra. Alfonso No tengo que mirarme, tú si.


Sonrió. —Pedro, podría mirarte todo el día.


Sacude su cabeza exasperado. —Es sólo una cara bonita, nena.


—Y detrás de ella un hombre muy bonito. —Beso su sien—. Mi hombre.


Sonríe tímidamente.





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