domingo, 15 de febrero de 2015

CAPITULO 141





Despierto con un respingo. Hay luz y me duele la cabeza, palpitando en mis sienes. Oh, no. Espero no tener una resaca. Con cautela, abro mis ojos y observo que la silla de la habitación se ha movido y Pedro está sentado en ella. 


Está usando su esmoquin y el extremo de su corbatín está
asomándose fuera del bolsillo del pecho. Me pregunto si estoy soñando. Su brazo izquierdo está tendido sobre la silla y en su mano sostiene un vaso de vidrio corto de un líquido ámbar.


¿Brandy? ¿Whiskey? No tengo idea. Una larga pierna está cruzada sobre su rodilla. Está usando calcetines negros y zapatos de vestir. Su codo derecho descansa en el brazo de la silla, su mano levantada hasta su barbilla y está corriendo lentamente el dedo índice rítmicamente adelante y atrás sobre su labio inferior. En la luz de la temprana mañana, sus ojos queman con grave intensidad pero su expresión general es completamente ilegible.


Mi corazón casi se detiene. Él está aquí. ¿Cómo llegó aquí? 


Debe haber dejado Nueva York la noche pasada. ¿Cuánto tiempo ha estado aquí viéndome dormir?


—Hola —susurro.


Él me considera fríamente y mi corazón tartamudea una vez más. Oh, no.


El mueve su largo dedo lejos de su boca, bebe el resto de su bebida y coloca el vaso sobre la mesita de noche. Medio espero que me bese, pero no lo hace. Se sienta, continúa considerándome, su expresión impasible.


—Hola —dice finalmente, su voz muy baja. Y sé que todavía está molesto.


Realmente molesto.


—Estás de vuelta.


—Podría parecer así.


Lentamente tiro de mí misma a una posición sentada, sin quitar mis ojos de él. Mi boca está seca.


—¿Cuánto tiempo has estado sentado ahí mirándome dormir?


—El suficiente.


—Todavía estás enfadado. —Apenas puedo entablar las palabras.


Mira hacia mí, como considerando su respuesta.


—Enfadado —dice, como si probara la palabra, sopesando sus matices, su significado—. No, Paula. Estoy mucho, mucho más allá de enfadado.


Santa mierda. Trato de tragar, pero es difícil con una boca seca.


—Mucho más allá de enfadado… eso no suena bien.


Me mira fijamente, completamente impasible y no responde. 


Un duro silencio se extiende entre nosotros. Me estiro hacia mi vaso de agua y tomo un bienvenido sorbo, tratando de traer mi errático pulso bajo control.


—Gutierrez atrapó a Jeronimo —pruebo una táctica diferente y coloco mi vaso al lado del suyo en la mesita de noche.


—Lo sé —dice glacialmente.


Sus cejas se mueven fraccionalmente registrando su sorpresa como si no hubiera esperado esta pregunta.


—Sí —dice finalmente.


Oh… bien. ¿Qué hago? Defensa… la mejor forma de ataque. —Siento haber salido anoche.


—¿Lo sientes?


—No —murmuro después de una pausa, porque es la verdad.


—¿Por qué decirlo entonces?


—Porque no quiero que estés enfadado conmigo.


Él suspira pesadamente como si hubiera estado sosteniendo esta tensión por miles de horas, y pasa su mano a través de su cabello. Se ve hermoso.


Enfadado, pero hermoso. Me empapo de él, Pedro está de vuelta, furioso, pero en una pieza.


—Creo que el Detective Clark quiere hablar contigo.


—Estoy seguro de que lo hace.


Pedro, por favor…


—¿Por favor qué?


—No seas tan frío.


Sus cejas suben en sorpresa una vez más. —Paula, frío no es lo que estoy sintiendo en este momento. Estoy ardiendo. 
Ardiendo con rabia. No sé cómo lidiar con estos… —Él ondea su mano buscando la palabra— sentimientos. —Su tono es amargo.


Oh, mierda. Su honestidad me desarma. Todo lo que quiero hacer es arrastrarme en su regazo. Es todo lo que he querido hacer desde que llegué a casa anoche. Al diablo con esto. Me muevo, tomándolo por sorpresa y subiendo torpemente en su regazo, donde me acurruco. Él no me aparta, que era a lo que le temía. Después de un latido, dobla sus brazos a mí alrededor y entierra su nariz en mi cabello. Huele a whisky.


Por Dios, ¿cuánto bebió? También huele a gel de ducha. 


Huele a Pedro.


Envuelvo mis brazos alrededor de su cuello y toco con la boca su garganta, y él suspira, una vez más, esta vez profundamente.


—Oh, Sra. Alfonso. ¿Qué voy a hacer contigo? —Besa la parte superior de mi cabeza. Cierro mis ojos, disfrutando de su contacto.


—¿Cuánto has bebido?


Se queda quieto. —¿Por qué?


—Normalmente no bebes licor.


—Esta es mi segunda copa. He tenido una noche difícil, Paula. Dale al hombre un descanso.


Sonrío. —Si insistes, Sr. Alfonso. —Respiro en su cuello—. Hueles celestial. Dormí en tu lado de la cama porque tu almohada huele a ti.


Acaricia mi cabello. —¿Lo hiciste? Me pregunté por qué estabas en este lado. Todavía estoy enfadado contigo.


—Lo sé.


Su mano acaricia mi espalda rítmicamente.


—Y yo estoy enfadada contigo —le susurro.


Hace una pausa. —¿Y qué, rezo, he hecho para merecer tu ira?


—Te lo diré más tarde, cuando ya no estés ardiendo por la rabia. —Beso su garganta. Cierra sus ojos y se inclina hacia mi beso, pero no hace ningún movimiento para besarme en respuesta. Sus brazos se tensan a mí alrededor, apretándome.


—Cuando pienso en lo que podría hacer sucedido... —Su voz es apenas un susurro. Rota, cruda.


—Estoy bien.


—Oh, Paula —Es casi un sollozo.


—Estoy bien. Todos estamos bien. Un poco agitados. Pero Marta está bien. Gutierrez está bien. Y Jeronimo se ha ido.


El niega con su cabeza. —No gracias a ti —murmura.


¿Qué? Me inclino hacia atrás, y lo miro. —¿Qué quieres decir?


—No quiero discutir sobre eso ahora mismo, Paula.


Parpadeo. Bueno, tal vez yo quiera hacerlo, pero decido no hacerlo. Por lo menos me está hablando. Me acurruco en él una vez más. Sus dedos se mueven a mi cabello y empieza a jugar con él.


—Quiero castigarte —susurra—. Golpearte realmente fuerte —añade.


Mi corazón salta a mi boca. Mierda. —Lo sé —le susurro mientras mi cuero cabelludo pica.


—Tal vez lo haga.


—Espero que no.


Me abraza con más fuerza. —Paula,Paula, Paula. Pondrías a prueba la paciencia de un santo.


—Podría acusarte de muchas cosas, Sr. Alfonso, pero ser un santo no es una de ellas.


Finalmente soy bendecida con su reticente risa. —Un punto justo, bien hecho como siempre, Sra. Alfonso. —Me besa la frente y se mueve.


—Vuelve a la cama. También tuviste una tarde difícil. —Se mueve rápidamente, recogiéndome y depositándome de nuevo en la cama.


—¿Te acuestas conmigo?


—No. Tengo cosas que hacer. —Se agacha y recoge el vaso—. Vuelve a dormir. Te despertaré en un par de horas.


—¿Todavía estás enfadado conmigo?


—Sí.


—Voy a volver a dormir, entonces.


—Bien. —Jala el edredón por encima de mí y besa mi frente una vez más— Duerme.


Y porque estoy tan aturdida por la noche anterior, aliviada de que él está de vuelta, y fatigada emocionalmente por nuestro encuentro temprano en la mañana, hago exactamente lo que me han dicho. Mientras me quedo dormida, tengo curiosidad aunque estoy agradecida, dado el mal sabor en mi boca, por saber por qué no ha desplegado su habitual mecanismo para hacer frente a las cosas y saltó sobre mí para deshacerse de lo malo.




***


—Hay un poco de zumo de naranja para ti aquí —dice Pedro, y mis ojos parpadean para abrirse de nuevo. He tenido las dos horas de sueño más tranquilas que puedo recordar, y me despierto descansada, mi cabeza ya no está palpitando. El zumo de naranja es una vista bienvenida, como lo es mi esposo. Está en su sudadera. Y estoy momentáneamente sintonizando de nuevo el Hotel Heathman y la primera vez que me desperté con él. Su camiseta sin mangas gris está húmeda por el sudor. O ha estado trabajando en el gimnasio del sótano o ha estado corriendo, pero no debería lucir tan bien después de un entrenamiento.


—Voy a tomar una ducha —murmura, y desaparece hacia el cuarto de baño. Frunzo el ceño. Todavía está distante. O está distraído por todo lo que ha sucedido, o todavía está enfadado, o... ¿qué? Me siento y alcanzo el zumo de naranja, bebiéndolo con demasiada rapidez. Está delicioso, frío como el hielo, y hace de mi boca un lugar mucho mejor. 


Trepo fuera de la cama, ansiosa por disminuir la distancia, real y metafísica, entre mi esposo y yo. Echo un vistazo rápidamente a la alarma. Son las ocho. Me quito la camiseta de Pedro y lo sigo al cuarto de baño. Está en la ducha, lavándose el cabello, y no dudo. Me deslizó detrás de él, y se pone tenso en el momento en que envuelvo mis brazos a su alrededor, mi frente en su mojada y musculosa espalda. 


Ignoro su reacción, abrazándolo con fuerza, y presiono mi mejilla completamente contra él, cerrando mis ojos.


Después de un momento, se mueve por lo que ambos estamos bajo la cascada de agua caliente y continúa lavando su cabello. Dejo que el agua me lave mientras acuno al hombre que amo. Pienso en todas las veces que ha estado enfadado conmigo y todas las veces que me ha hecho el amor aquí. Frunzo el ceño. Nunca ha sido tan tranquilo. Girando mi cabeza, empiezo a arrastrar besos a través de su espalda. Su cuerpo se tensa de nuevo.


—Paula —me advierte.


—Hmm.


Mis manos viajan lentamente por encima de su tenso estómago hasta su vientre. Él coloca ambas manos sobre las mías y las detiene abruptamente. Niega con su cabeza.


—No —me advierte.


Lo libero, inmediatamente. ¿Está diciendo que no? Mi mente va en caída libre, ¿alguna vez ha ocurrido esto antes? Mi subconsciente niega con la cabeza, sus labios fruncidos. 


Ella me mira por encima de sus gafas de media luna, usando su mirada de lo-has-arruinado-realmente-esta-vez.


Siento como que hubiera sido abofeteada con fuerza. 


Rechazada. Y toda una vida de inseguridad genera el pensamiento desagradable de que ya no me quiere. Jadeo mientras el dolor quema a través de mí. Pedro gira, y estoy aliviada al ver que no es completamente ajeno a mis encantos.


Agarrando mi barbilla, inclina mi cabeza hacia atrás, y me encuentro a mi misma mirando a sus hermosos y recelosos ojos.


—Todavía estoy muy enfadado contigo —dice, su voz baja y grave. ¡Mierda! Inclinándose, apoya su frente contra la mía, cerrando los ojos. Levanto la mano y acaricio su cara.


—No estés enfadado conmigo, por favor. Creo que estas reaccionando de forma exagerada —le susurro.


Se incorpora, palideciendo. Mi mano se cae por sí sola a mi lado.


—¿Reaccionado de forma exagerada? —gruñe—. ¡Un maldito loco se mete en mi casa para secuestrar a mi esposa, y crees que estoy exagerando! — La sobria amenaza en su voz es aterradora, y sus ojos resplandecen mientras me mira fijamente como si yo fuera la maldita loca.


—No… eh, no es eso a lo que me refería. Pensé que esto era porque salí.


Cierra sus ojos una vez más, como si estuviera adolorido y niega con su cabeza.


Pedro, yo no estaba aquí. —Trato de apaciguarlo y tranquilizarlo.


—Lo sé —susurra abriendo sus ojos—. Y todo sólo porque no puedes seguir una simple y maldita solicitud.


Su tono es amargo y es mi turno para palidecer. —No quiero discutir esto ahora, en la ducha. Todavía estoy muy enfadado contigo, Paula. Me estás haciendo dudar de mi juicio. —Da la vuelta y rápidamente sale de la ducha, tomando una toalla en su camino y saliendo de forma aireada del cuarto de baño, dejándome desolada y fría bajo el agua caliente.


Mierda. Mierda. Mierda.


Entonces, el significado de lo que acaba de decir se hace evidente para mí.


¿Secuestro? Mierda. ¿Jeronimo quería secuestrarme? 



Recuerdo la cinta adhesiva y no quiero pensar muy profundamente en por qué Jeronimo la tenía.


¿Tiene Pedro más información? A toda prisa me mojo, luego, me pongo champú y acondicionar en el cabello. 


Quiero saber. Necesito saber. No voy a dejarlo mantenerme en la oscuridad acerca de esto.


Pedro no está en el dormitorio cuando salgo. Por Dios, él se viste rápidamente. Hago lo mismo, poniéndome mi vestido favorito color ciruela y sandalias negras, y soy consciente de que he elegido esta ropa porque a Pedro le gusta. 


Enérgicamente me seco el cabello con la toalla, luego lo
trenzo y lo enrosco en un moño. Poniéndome aretes de diamantes en mis oídos, me apresuro hacia el cuarto de baño para aplicarme un poco de rímel y mirarme en el espejo. Estoy pálida. Jesús, siempre estoy pálida.


Tomo un respiro profundo y estabilizante. Necesito enfrentar las consecuencias de mi decisión precipitada por irme a divertir con mi amiga.


Suspiro, a sabiendas de que Pedro no lo verá de esa manera.


Pedro no esta en ningún lugar donde pueda ser visto en el gran salón.


La Sra. Jones se está afanando en la cocina.


—Buenos días, Paula —dice con dulzura.


—Buenos días —le sonrío ampliamente. ¡Soy Paula de nuevo!


—¿Té?


—Por favor.


—¿Algo de comer?


—Por favor. Esta mañana me gustaría una tortilla de huevos.


—¿Con champiñones y espinacas?


—Y queso.


—Preparándose.


—¿Dónde está Pedro?


—El señor Alfonso está en su estudio.


—¿Ya ha desayunado? —Le echo un vistazo a los dos lugares establecidos en la barra de desayuno.


—No, señora..


—Gracias.


Pedro está al teléfono, vestido con una camisa blanca sin corbata, en cada parte con aspecto de relajado CEO. Cuan engañosas pueden ser las apariencias. Tal vez no va a ir a la oficina después de todo. Levanta la vista cuando aparezco en la puerta, pero niega con la cabeza hacia mí, lo que indica que no soy bienvenida. Mierda... me doy vuelta y me paseo abatida de vuelta a la barra de desayuno. Taylor aparece, elegantemente vestido con un traje sombrío, luciendo como si hubiera tenido ocho horas de sueño ininterrumpido.


—Buenos días, Taylor —murmuro, tratando de medir su estado de ánimo y ver si me ofrecerá algunos estímulos visuales sobre lo que ha estado sucediendo.


—Buenos días, Sra. Alfonso —responde, y escucho la simpatía en esas cuatro palabras. Sonrío con compasión en respuesta hacia él, sabiendo que tuvo que soportar a un enfadado, y frustrado Pedro volviendo a Seattle antes de lo previsto.


—¿Cómo estuvo el vuelo? —Me atrevo a preguntar.


—Largo, Sra. Alfonso —Su brevedad habla a cantidades—. ¿Puedo preguntar cómo está? —añade, su tono ablandándose.


—Estoy bien.


Él asiente con la cabeza. —Si me disculpan. —Se dirige hacia el estudio de Pedro. Hmm. Taylor es permitido, pero yo no.


—Aquí tienes. —La Sra. Jones ubica el desayuno frente a mí. Mi apetito ha desaparecido, pero como de todos modos, no queriendo ofenderla.


Para el momento en que he terminado con lo que puedo de mi desayuno, Pedro todavía no ha salido de su estudio. ¿Me está evitando?


—Gracias, Sra. Jones —murmuro, deslizándome del taburete de la barra y dirigiéndome hacia el cuarto de baño para cepillarme los dientes. Mientras me los lavo, recuerdo el mal humor de Pedro acerca de los votos matrimoniales. 


Se encerró en su estudio, también entonces. ¿Es esto lo
que es? ¿Él de mal humor? Me estremezco cuando recuerdo su posterior pesadilla. ¿Ocurrirá de nuevo? 


Realmente necesitamos hablar. Necesito saber acerca de Jeronimo y sobre el aumento de la seguridad para los Alfonso, todos los detalles que se ha estado evitando decirme, pero no a Lourdes.


Obviamente Gustavo habla con ella.


Echo un vistazo a mi reloj. Son las ocho cincuenta, estoy atrasada para ir al trabajo. Termino de lavarme los dientes, me aplico un poco de brillo labial, agarro la chaqueta negra ligera, y regreso a la gran sala. Me siento aliviada al ver Pedro allí, comiendo su desayuno.


—¿Te vas? —dice cuando me ve.


—¿A trabajar? Sí, por supuesto —Con valor, me acerco a él y descanso mis manos en el borde de la barra de desayuno. 


Él me mira inexpresivamente.


Pedro, hemos estado de vuelta apenas una semana. Tengo que ir a trabajar.


—Pero… —Se detiene, y pasa la mano por su cabello. La Sra. Jones sale silenciosamente de la habitación. Discreta, Marta, discreta.


—Sé que tenemos mucho de qué hablar. Tal vez si te has calmado, podamos hacerlo esta noche.


Su boca se abre con consternación. —¿Calmado? —Su voz es extrañamente suave.


Me sonrojo. —Sabes lo que quiero decir.


—No, Paula, no sé lo que quieres decir.


—No quiero una pelea. Venía a preguntarte si puedo llevarme mi coche.


—No. No puedes —dice bruscamente.


—Está bien —Consiento de inmediato.


Parpadea. Era obvio que estaba esperando una pelea. —Perez te acompañará. —Su tono es un poco menos agresivo.


Maldita sea, no Perez. Quiero hacer pucheros y protestar, pero decido no hacerlo. Seguramente ahora que Jeronimo ha sido capturado podamos recortar nuestra seguridad.


Recuerdo las “palabras de sabiduría” que mi mamá dijo el día antes de mi boda. Paula, cariño, realmente tienes que elegir tus batallas. Será lo mismo con tus hijos cuando los tengas. Bueno, por lo menos me está dejando ir a trabajar.


—Está bien —murmuro. Y porque no quiero dejarlo así con tanto sin resolver y tanta tensión entre nosotros, doy un paso tentativo hacia él. Se pone rígido, con los ojos muy abiertos, y por un momento se ve tan vulnerable que tira de un lugar profundo y oscuro en mi corazón. Oh, Pedro, lo siento tanto. Lo beso castamente en un lado de su boca. 


Cierra los ojos, como si disfrutara de mi toque.


—No me odies —le susurro.


Coge mi mano. —No te odio.


—No me has besado —le susurro.


Me mira con recelo. —Lo sé —murmura.


Estoy desesperada por preguntarle por qué, pero no estoy segura de querer saber la respuesta. Se para abruptamente y toma mi rostro entre sus manos, en un instante sus labios están en los míos. Jadeo con sorpresa, inadvertidamente dándole acceso a mi lengua.


Toma toda la ventaja, invadiendo mi boca, reclamándome, y justo cuando estoy comenzando a responder me suelta, su respiración acelerada.


—Taylor los llevará a ti y a Perez a AIPS —dice, sus ojos ardiendo con necesidad—. ¡Taylor! —llama. Me sonrojo intentando recuperar la compostura.


—Señor. —Taylor está parado en el marco de la puerta.


—Dile a Perez que la Sra. Alfonso irá a trabajar. ¿Puedes, por favor, llevarlos?


—Ciertamente. —Girando sobre sus talones, Taylor desaparece.


—Apreciaría que hoy pudieras mantenerte alejada de los problemas — murmura Pedro.


—Veré lo que puedo hacer. —Le sonrío dulcemente. Una reacia media sonrisa tira de los labios de Pedro, pero no cede a ella.


—Te veré luego entonces —dice fríamente.


—Hasta luego —susurro.




CAPITULO 140





Alargo la mano dentro de mi bolso y saco mi BlackBerry y antes de que pueda pensar mucho en la extensión de la ira de Pedro, marco su número.


Va directamente al correo de voz. Él debe haberlo apagado porque está muy enfadado. No puedo pensar en qué decir. 


Girando, camino por el pasillo un poco, alejándome de todo el mundo.


—Hola. Soy yo. Por favor no te enfades. Hemos tenido un accidente en el apartamento. Pero está todo bajo control, así que no te preocupes. Nadie está herido. Llámame. —Cuelgo.


—Llama a la policía —le digo a Salazar. Él asiente, saca su teléfono y hace la llamada.


El Oficial Skinner está en una profunda conversación con Gutierrez en la mesa del comedor. El Oficial Walker está con Salazar en la oficina de Taylor. No sé donde está Perez, tal vez en la oficina de Taylor.


El Detective Clark está ladrándome preguntas mientras nos sentamos en el sofá del gran salón. Él es alto, oscuro y sería atractivo si no fuera por su permanente ceño fruncido. 


Sospecho que ha sido despertado y arrastrado desde su cama tibia porque el hogar de uno de los más ricos e influyentes hombres de negocios de Seattle ha sido violado.


—¿Él solía ser tu jefe? —pregunta Clark ásperamente.


—Sí.


Estoy cansada, más allá de cansada, y quiero ir a la cama. 


Todavía no he sabido de Pedro. En el lado positivo, los paramédicos se han llevado a Hernandez.


La Sra. Jones nos tiende al Detective Clark y a mí una taza de té.


—Gracias. —Clark se vuelve hacia mí—. ¿Y dónde está el Sr. Alfonso?


—Nueva York. De negocios. Estará de vuelta mañana por la noche, quiero decir esta noche. —Es después de la medianoche.


—Hernandez es conocido para nosotros —murmura el Detective Clark—. Necesitaré que baje a la estación para hacer una declaración. Pero eso puede esperar. Es tarde y hay un par de reporteros acampando en la acera. ¿Te importa si miro alrededor?


—Por supuesto que no —ofrezco, aliviada de que su interrogatorio haya terminado. Me estremezco ante el pensamiento de los fotógrafos afuera.


Bueno, ellos no serán un problema hasta mañana. Me recuerdo a mí misma llamar a mamá y Reinaldo, sólo en caso de que escuchen algo y se preocupen.


—Sra. Alfonso ¿puedo sugerirle que vaya a la cama? —dice la Sra. Jones, su voz cálida y llena de preocupación.


Mirando a sus ojos cálidos, amables, repentinamente siento una necesidad inmensa de llorar. Ella se estira y frota mi hombro.


—Estamos a salvo ahora —murmura—. Todo esto se verá mejor en la mañana una vez que hayas tenido algo de sueño. Y el Sr. Alfonso estará de vuelta mañana por la noche.


La miro nerviosamente, manteniendo mis lágrimas a raya. Pedro va a estar tan enfadado.


—¿Puedo conseguirte algo antes de que vayas a la cama? 
—pregunta ella.


Me doy cuenta de cuán hambrienta estoy. —Me encantaría algo para comer.


Ella sonríe ampliamente. —¿Sándwich y algo de leche?


Asiento con gratitud y ella se dirige a la cocina. Gutierrez está todavía con el Oficial Skinner. En el vestíbulo el Detective Clark está examinando el desastre fuera del ascensor. 


Parece pensativo, a pesar de su ceño fruncido.


Y repentinamente siento nostalgia… nostalgia por Pedro. Sosteniendo mi cabeza entre mis manos, deseo fervientemente que estuviera aquí. Él sabría qué hacer. Qué noche. Quiero arrastrarme en su regazo, tenerlo
sosteniéndome y diciéndome que me ama, incluso aunque no haga lo que me dice… pero eso no será posible hasta esta noche.


Interiormente ruedo mis ojos… ¿Por qué no me dice acerca del incremento de la seguridad para todos? ¿Qué está exactamente en el ordenador de Jeronimo? Él es tan frustrante pero justo ahora, simplemente no me importa.


Quiero a mi esposo. Lo extraño.


—Aquí tienes Paula, querida. —La Sra. Jones interrumpe mi agitación interna. Cuando levanto la mirada, me tiende un sándwich de mantequilla de maní y jalea, sus ojos pestañeando. No he tenido uno de estos por años.


Le sonrío tímidamente y ataco.


Cuando me arrastro finalmente en la cama, me acurruco en el lado de Pedro, vestida en su camiseta. Su almohada y su camiseta huelen a él y mientras me quedo dormida le deseo silenciosamente un viaje seguro a casa… y buen humor.