martes, 10 de febrero de 2015
CAPITULO 120
Dos horas más tarde, Taylor me ayuda a salir de la lancha hasta la cubierta. Gaston está ayudando al marinero con el Jet Ski. Pedro no está en ningún lugar a la vista y me apresuro a bajar a nuestra cabina para envolver su regalo, sintiendo un sentimiento infantil de placer.
—Te fuiste por un largo rato. —Me asusta Pedro cuando estoy pegando el último pedazo de cinta.
Me doy vuelta para encontrarlo de pie en la puerta de la cabina, mirándome atentamente. ¡Mierda! ¿Todavía estoy en problemas por el Jet Ski? ¿O es el fuego en su oficina?
—¿Todo bajo control en tu oficina? —pregunto tentativamente.
—Más o menos —dice, una arruga de molestia revolotea en su cara.
—Hice algunas compras —murmuro, esperando aligerar su humor y rezando para que su molestia no se dirija hacia mí.
Me sonríe cálidamente y sé que estamos bien.
—¿Qué compraste?
—Esto. —Pongo mi pie en la cama y le muestro mi tobillera.
—Muy bonita —dice él. Se acerca y acaricia las campanas para que tintineen dulcemente alrededor de mi tobillo.
—Y esto. —Le ofrezco la caja, esperando distraerlo.
—¿Para mí? —pregunta con sorpresa. Asiento tímida. Toma la caja y la sacude gentilmente. Me da una deslumbrante sonrisa infantil y se sienta a mi lado en la cama.
Inclinándose, toma mi barbilla y me besa.
—Gracias —dice con tímido placer.
—Todavía no lo has abierto.
—Lo amo, independientemente de lo que sea. —Me mira, sus ojos brillando—. No consigo muchos regalos.
—Es difícil comprarte cosas. Lo tienes todo.
—Te tengo a ti.
—Lo haces. —Le sonrío. Oh, lo haces, Pedro.
Le toma poco trabajo desenvolverlo.
—¿Una Nikon? —Me mira, perplejo.
—Sé que tienes tu cámara digital pero esta es para... um... retratos y cosas por el estilo. Viene con dos lentes.
Parpadea hacia mí, todavía sin comprender.
—Hoy en la galería te gustaron las fotografías de Florence D'elle. Y recuerdo lo que dijiste en el Louvre. Y por supuesto, también estaban esas otras fotografías. —Trago, tratando de no recordar las imágenes que encontré en su closet.
Deja de respirar, sus ojos se ensanchan cuando comprende y yo continúo apresuradamente antes de perder la valentía.
—Pensé que podrías, um... sacar fotografías de... mí.
—Fotografías. ¿De ti? —Me mira con la boca abierta, ignorando la caja en su regazo.
Asiento, tratando desesperadamente de medir su reacción.
Finalmente baja la mirada a la caja, sus dedos deslizándose sobre la ilustración de la cámara en el frente con fascinada reverencia.
¿Qué está pensando? Oh, esta no es la reacción que estaba esperando y mi subconsciente me sonríe como si fuera un animal de granja domesticado.
Pedro nunca reacciona como espero. Mira de nuevo hacia arriba, sus ojos llenos con qué, ¿dolor?
—¿Por qué crees que quiero esto? —pregunta, perplejo.
¡No, no, no! Dijiste que lo amarías...
—¿No lo quieres? —pregunto, negándome a reconocer que mi subconsciente se está cuestionando por qué alguien querría fotos eróticas de mi. Pedro traga, desliza su mano por su cabello y luce tan perdido, tan confundido. Respira hondo.
—Para mí las fotos como esas siempre han sido una póliza de seguro, Paula. Sé que he deshumanizado a las mujeres por mucho tiempo… —dice y se detiene torpemente.
—Y piensas que tomarme fotos a mí es... um... ¿deshumanizarme? —Todo el aire abandona mi cuerpo y la sangre se escapa de mi cara.
Él arruga sus ojos.
—Estoy tan confundido —susurra. Cuando abre sus ojos de nuevo, son grandes y cautelosos, llenos de alguna emoción salvaje. Mierda. ¿Soy yo? ¿Mis preguntas de antes sobre su madre biológica? ¿El fuego en la oficina?
—¿Por qué dices eso? —murmuro, el pánico subiendo por mi garganta.
Pensé que estaba feliz. Pensé que éramos felices. Pensé que lo hacía feliz.
No quiero confundirlo. ¿Quiero? Mi mente empieza a correr.
No ha visto a Flynn en casi tres semanas. ¿Es eso? ¿Es esa la razón por la que está desenmarañado? Mierda, ¿debería llamar a Flynn? Y en un posible y único momento de claridad e intensidad, viene a mí: el fuego, Charlie Tango, el Jet Ski... Está asustado, está asustado por mí y ver esas marcas en mi piel deben moverlo. Ha estado dándole vueltas porque no está acostumbrado a sentirse incómodo infringiendo dolor. El pensamiento me congela.
Se encoge y una vez más sus ojos se mueven hacia abajo a mi muñeca donde el brazalete que me compró esta tarde solía estar. ¡Bingo!
—Pedro, estas cosas no importan. —Levanto mi muñeca, revelando el verdugón descolorido—. Me diste una palabra de seguridad. Mierda... Fue divertido. Lo disfruté. Deja de meditar sobre ello... me gusta el sexo duro, te lo he dicho antes. —Me pongo escarlata mientras intento anular mi pánico creciente.
Él me mira atentamente y no tengo idea de qué está pensando. Tal vez está midiendo mis palabras. Sigo a tropezones.
—¿Es por el fuego? ¿Piensas que de alguna manera está conectado con Charlie Tango? ¿Es por eso que estás preocupado? Habla conmigo, Pedro... por favor.
Me mira sin decir nada y el silencio se expande entre nosotros de nuevo como lo hizo en la tarde. ¡Jodida mierda!
No va a hablar conmigo, lo sé.
—No sobre analices esto Pedro. —Lo regaño silenciosamente y las palabras hacen eco, molestando un recuerdo del pasado reciente... sus palabras sobre su estúpido contrato. Me estiro, tomo la caja de su regazo y la abro. Me mira pasivamente como si fuera un fascinante extraterrestre.
Sé por el vendedor demasiado servicial de la tienda, que la cámara está preparada y lista para funcionar, la saco de la caja y saco la funda del lente. Apunto la cámara hacia él para que su cara ansiosa llene el marco.
Presiono el botón y lo mantengo apretado y diez fotografías de la expresión alarmada de Pedro son capturadas digitalmente para la posteridad.
—Entonces te deshumanizaré —murmuro, presionando de nuevo el botón.
Al final sus labios se tuercen casi imperceptiblemente.
Presiono de nuevo y esta vez sonríe... una pequeña sonrisa, pero una sonrisa al fin. Aprieto el botón una vez más y lo veo físicamente relajado en frente de la cámara y haciendo pucheros... una pose completamente ridícula, un puchero “Blue Steel” y eso me hace reír. Oh, gracias al cielo. El Sr. Mercurio está de regreso y nunca he estado tan complacida de verlo.
—Pensé que era mi regalo —refunfuña de mal humor, pero creo que está bromeando.
—Bueno, se suponía que sería divertido pero aparentemente es un símbolo de la opresión a las mujeres. —Me alejo, tomándole más fotografías y miro el entretenimiento crecer en su cara en un súper primer plano.
Luego sus ojos se oscurecen y su expresión cambia a modo predador.
—¿Quieres ser oprimida? —murmura sedosamente.
—No oprimida, no —murmuro de regreso, alejándome de nuevo.
—Puedo oprimirla mucho tiempo, Sra.Alfonso —amenaza, su voz ronca.
—Sé que puede, Sr. Alfonso. Y lo hace frecuentemente.
Su cara cae. Mierda. Bajo la cámara y lo miro.
—¿Qué está mal, Pedro? —Mi voz rezuma de frustración. ¡Dímelo!
Él no dice nada. ¡Gah! Está tan enfurecido. Llevo la cámara de nuevo a mis ojos.
—Dímelo —insisto.
—Nada —dice y de repente desaparece del visor. En un rápido movimiento, me agarra y me empuja a la cama. Se sienta sobre mí.
—¡Hey! —exclamo y le tomo más fotografías, sonriéndome con intenciones oscuras. Él agarra la cámara por el lente y el fotógrafo se convierte en el sujeto cuando apunta la Nikon hacia mí y presiona el botón para sacar fotos.
—Así que, ¿quiere que le tome fotos, Sra.Alfonso? —dice, divertido. Todo lo que puedo ver de su cara es su cabello rebelde y una amplia sonrisa en su escultural boca—. Bueno, para empezar, creo que deberías estar riendo —dice y me hace cosquillas sin piedad debajo de las costillas, haciéndome chillar y reír y retorcerme debajo de él hasta que agarro su muñeca en un vano intento de hacerlo parar.
Su sonrisa se ensancha y renueva sus esfuerzos, mientras toma fotos.
—¡No! ¡Para! —grito.
—¿Estás bromeando? —gruñe y baja la cámara a nuestro lado para poder torturarme con ambas manos.
—¡Pedro! —balbuceo y jadeo con mi risa de protesta. Él nunca antes me había hecho cosquillas. Mierda, ¡para! Retorcí mi cabeza de lado a lado, tratando de contonearme para salir de debajo de él, riendo y apartando sus dos manos, pero él es implacable, sonriendo hacia mí, disfrutando de mi tormento.
—¡Pedro, para! —suplico y se detiene de repente.
Agarrando mis dos manos, las sostiene abajo a ambos lados de mi cabeza, mientras se alza sobre mí. Estoy jadeando y sin aliento por la risa. Su respiración refleja la mía y baja la mirada con... ¿qué? Mis pulmones dejan de funcionar.
¿Asombro? ¿Amor? ¿Reverencia? Vaca sagrada. ¡Esa mirada!
—Eres. Tan. Hermosa. —Deja escapar.
Miro hacia arriba a su querido, amado rostro bañado en la intensidad de su mirada y es como si estuviera viéndome por primera vez. Inclinándose, cierra sus ojos y me besa, extasiado. Su respuesta es una llamada de atención a mi libido... verlo así, deshecho, por mí. Oh Dios. Libera mis manos y curva sus dedos alrededor de mi cabeza y en mi cabello, sosteniéndome suavemente en mi lugar y mi cuerpo se eleva y se llena con mi excitación, respondiendo a su beso. Y de repente se altera la naturaleza de su beso, ya no es dulce, reverencial y de admiración, sino carnal, profundo y voraz; su lengua invadiendo mi boca, tomando sin dar, su beso poseyendo un borde desesperadamente necesitado.
Mientras el deseo recorre mi sangre, despertando cada músculo y tendón a su paso, siento un escalofrío de alarma.
Oh, Cincuenta, ¿que está mal?
Inhala fuertemente y gime.
—Oh, que me hiciste —murmura, perdido y salvaje. Se mueve de repente, acostándose encima de mí, presionándome contra el colchón, con una mano ahuecando mi barbilla, la otra rozando a través de mi cuerpo, mi pecho, mi cintura, mi cadera y alrededor de mi trasero. Me besa de nuevo, empujando su pierna entre las mías, elevando mi rodilla y aplastándose contra mí, su erección tensándose contra nuestras ropas y mi sexo. Jadeo y gimo contra sus labios, perdiéndome en su ferviente pasión. Me olvido de las campanas de alarma distantes en el fondo de mi mente, sabiendo que él me quiere, que me necesita y que cuando se trata de comunicarse conmigo, ésta es su forma favorita de coche-expresión. Lo beso con un abandono renovado, moviendo mis dedos por su cabello, cerrando mis manos en puños, sujetándolo firmemente. Él sabe muy bien y huele a Pedro, mi Pedro.
De repente, se detiene, se pone de pie, y me hala fuera de la cama, así que estoy de pie delante de él, aturdida.
Deshace el botón de mis pantalones cortos y se arrodilla rápidamente, tirando de ellos y mis bragas hacia abajo y antes de que pueda respirar de nuevo, estoy de vuelta en la cama debajo de él y él está desabrochando su bragueta.
Santo cielo, no se está quitando su ropa o mi camiseta.
Sostiene mi cabeza y sin ningún preámbulo en absoluto se lanza dentro de mí, haciéndome gritar, más por la sorpresa
que por cualquier otra cosa, pero todavía puedo oír el silbido de su aliento forzado a través de sus dientes apretados.
—Siiiii —susurra cerca de mi oído. Se queda quieto, luego gira sus caderas una vez, empujando más profundo, haciéndome gemir.
—Te necesito —gruñe, su voz baja y ronca. Recorre sus dientes a lo largo de mi mandíbula, pellizcando y chupando y luego me está besando de nuevo, duro. Envuelvo mis piernas y brazos a su alrededor, sosteniéndolo y manteniéndolo con fuerza contra mí, decidida a acabar con lo que sea que lo está preocupando y él empieza a moverse... moviéndose como si estuviera tratando de escalar dentro de mí. Una y otra vez, frenético, primitivo, desesperado y antes de perderme en el loco ritmo y paso que está poniendo, me pregunto brevemente una vez más, qué es lo que lo está dirigiendo, preocupándolo. Pero mi cuerpo se hace cargo, haciendo desaparecer la idea, escalando y construyendo por lo que estoy inundada de sensaciones, encontrándolo empuje tras empuje.
Escuchando su respiración áspera, dificultosa y feroz en mi oído. Sabiendo que está perdido en mí... gimo en voz alta, jadeando. Es muy erótica, su necesidad de mí. Estoy llegando... llegando... y él me está conduciendo más alto, abrumándome, tomándome, y quiero esto. Quiero esto muchísimo... por él y por mí.
—Vente conmigo —jadea y acelera sobre mí de manera que tengo que romper mi agarre a su alrededor.
—Abre tus ojos —me ordena—. Necesito verte. —Su voz es urgente, implacable. Mis ojos parpadean abiertos momentáneamente y la vista de él sobre mí, su cara tensa con pasión, sus ojos salvajes y brillantes. Su pasión y su amor me deshacen y en el momento justo me vengo, tirando
mi cabeza hacia atrás mientras mi cuerpo palpita a su alrededor.
—Oh, Paula —grita y se une a mi clímax, conduciéndose dentro de mí, entonces deteniéndose y colapsando sobre mí. Rueda por lo que estoy tirada sobre él mientras todavía está dentro de mí. A medida que surjo de mi orgasmo y mi cuerpo se estabiliza y calma, quiero hacer alguna broma acerca de ser convertida en objeto y oprimida, pero mantengo mi boca cerrada, insegura de su estado de ánimo.
Levanto la mirada del pecho de Pedro para examinar su cara. Sus ojos están cerrados y sus brazos están envueltos a mí alrededor, aferrándose fuerte. Beso su pecho a través
de la fina tela de su camisa de lino.
—Dime, Pedro, ¿qué está mal? —le pregunto suavemente y espero ansiosamente para ver si aún ahora, saciado por el sexo, me lo dirá. Siento sus brazos apretarse más a mi alrededor, pero es su única respuesta. Él no va a hablar. La inspiración me golpea.
—Te di mi voto solemne de ser tu fiel compañera en la salud y en la enfermedad, para estar a tu lado en las buenas y en las malas, para compartir tanto tu alegría como tu tristeza —murmuro.
Se congela. Su único movimiento es abrir completamente sus insondables ojos y mirarme mientras sigo con mis votos matrimoniales.
—Me comprometo a amarte incondicionalmente, apoyarte en tus metas y sueños, honrarte y respetarte, a reír y llorar contigo, a compartir mis esperanzas y sueños contigo, y brindarte consuelo en momentos de necesidad. —Hago una pausa, permitiéndole que me hable. Él me mira, con sus labios separados, pero no dice nada.
—Y valorarte por tanto tiempo como ambos vivamos —suspiro.
—Oh, Paula —susurra y se mueve de nuevo, rompiendo nuestro precioso contacto por lo que estamos yaciendo lado a lado. Acaricia mi rostro con el dorso de sus nudillos.
—Prometo solemnemente que te protegeré y que valoraré profundamente en mi corazón nuestra unión y a ti —susurra, con voz ronca—. Prometo amarte fielmente, renunciando a las otras, a través de los buenos y los malos tiempos, en la enfermedad o en salud, independientemente del lugar donde la vida nos lleve. Te protegeré, confiare en ti y te respetare.
Compartiré tus alegrías y penas y te consolaré en los momentos de necesidad. Me comprometo a cuidarte y mantener tus esperanzas y sueños y mantenerte a salvo a mi lado. Todo lo que es mío ahora es tuyo. Te doy mi mano, mi corazón y mi amor desde este momento por tanto tiempo
como ambos vivamos.
Las lágrimas saltan a mis ojos. Su rostro se ablanda mientras me mira.
—No llores —murmura, su pulgar capturando y retirando una lágrima perdida.
—¿Por qué no me hablas? Por favor, Pedro.
Cierra sus ojos como si le doliera.
—Me prometí que te traería consuelo en tiempos de necesidad. Por favor, no me hagas romper mis votos.
Suspira y abre sus ojos, su expresión es sombría. —El incendio fue provocado —dice, simplemente y se ve repentinamente muy joven y vulnerable.
Oh, mierda.
—Y mi mayor preocupación es que estén detrás de mí. Y si están tras de mí… —Él se detiene, incapaz de continuar
—...podrían llegar a mí —susurro. Él palidece y sé que por fin he descubierto la raíz de su ansiedad. Acaricio su rostro.
—Gracias —murmuro.
Frunce el ceño.
—¿Por qué?
—Por decírmelo.
Niega con su cabeza y el fantasma de una sonrisa llega a sus labios. — Puede ser muy persuasiva Sra. Alfonso.
—Y tu puedes criar e internalizar todos tus sentimientos y preocuparte hasta la muerte. Probablemente morirás de un ataque al corazón antes de los cuarenta y te quiero alrededor por mucho más tiempo que eso.
—Sra. Alfonso, tú serás mi muerte. Al verte en la moto acuática, casi tuve un infarto. —Se deja caer de nuevo en la cama y pone su mano sobre sus ojos y lo siento estremecerse.
—Pedro, es una moto acuática. Incluso los niños conducen motos acuáticas. ¿Te imaginas como será cuando visitemos tu casa en Aspen y vaya a esquiar por primera vez?
Él jadea y se vuelve hacia mí, y quiero reírme del horror en su cara.
—Nuestra casa —dice finalmente.
Lo ignoro.
—Soy una persona adulta, Pedro y mucho más dura de lo que parezco. ¿Cuándo vas a aprender eso?
Se encoge de hombros y su boca se atenúa. Decido cambiar de tema.
—Por lo tanto, el incendio. ¿La policía sabe que fue provocado?
—Sí. —Su expresión es seria.
—Bien.
—La seguridad se va a poner más estricta —dice con total naturalidad.
—Entiendo. —Echo un vistazo por su cuerpo. Todavía está usando sus pantalones cortos y su camisa y yo todavía tengo mi camiseta puesta. Por Dios, hablando de bam, bam, gracias madame. El pensamiento me hace reír.
—¿Qué? —pregunta Pedro, desconcertado.
—Tú.
—¿Yo?
—Sí. Tú. Todavía vestido.
—Oh. —Él mira hacia abajo a sí mismo, luego de nuevo a mí y su rostro estalla en una enorme sonrisa.
—Bueno, sabe lo difícil que es para mí mantener mis manos apartadas de usted, Sra. Alfonso, sobre todo cuando está riendo como una colegiala.
Oh, sí, las cosquillas. ¡Gah! Las cosquillas. Me muevo con rapidez para quedar a horcajadas sobre él, pero comprendiendo inmediatamente mi malvada intención, agarra mis dos muñecas.
—No —dice y lo dice en serio.
Le hago pucheros, pero decido que no está listo para esto.
—Por favor, no —susurra—. No podría soportarlo. Nunca me hicieron cosquillas cuando era niño. —Hace una pausa y relajo mis manos para que no tenga que restringirme.
—Solía ver a Manuel con Gustavo y Malena, haciéndoles cosquillas y parecía muy divertido, pero yo... yo...
Pongo mi dedo índice en sus labios.
—Calla, lo sé —murmuro y planto un suave beso en sus labios donde mi dedo acaba de estar, entonces me recuesto en su pecho. El dolor familiar y doloroso se hincha dentro de mí y la profunda tristeza que llevo en mi corazón por Pedro como un niño pequeño se apodera de mí una vez más. Sé que haría cualquier cosa por este hombre, porque lo amo mucho.
Él pone sus brazos a mí alrededor y presiona su nariz en mi cabello, respirando profundamente mientras suavemente acaricia mi espalda. No sé cuánto tiempo yacemos allí, pero al final rompo el cómodo silencio entre nosotros.
—¿Cuál es el tiempo más largo que te has pasado sin ver al Dr. Flynn?
—Dos semanas. ¿Por qué? ¿Tienes un impulso incorregible de hacerme cosquillas?
—No. —Me río entre dientes—. Creo que te ayuda.
Pedro resopla.
—Debería, le pago suficiente —Él tira de mi cabello suavemente, girando mi cara para mirarlo. Levanto mi cabeza y encuentro su mirada.
—¿Está preocupada por mi bienestar, Sra. Alfonso? —pregunta en voz baja.
—Cada buena esposa se preocupa por el bienestar de su amado marido, Sr. Alfonso —Le advierto en broma.
—¿Amado? —susurra y es una pregunta conmovedora colgando entre nosotros.
—Muy muy amado —Me deslizo hacia arriba para darle un beso y él sonríe con su sonrisa tímida.
—¿Quiere desembarcar para comer, Sra. Alfonso?
—Quiero comer donde quiera que seas más feliz.
—Bien —dice sonriendo—. A bordo, donde puedo mantenerte a salvo. Gracias por mi regalo. —Extiende su mano, agarra la cámara y sosteniéndola con el brazo extendido, nos toma una foto a ambos en nuestro abrazo después de las cosquillas, después del sexo, después del confesionario.
—El placer es todo mío —sonrío y sus ojos se encienden.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario