domingo, 18 de enero de 2015

CAPITULO 49





Miro nerviosa por todo el bar, pero no lo veo.


—Paula, ¿qué pasa? Parece que has visto un fantasma.


—Es Pedro; está aquí.


—¿Qué? ¿En serio?


Mira también por todo el bar.


No le he hablado a mi madre de la tendencia al acoso de Pedro.


Lo veo. El corazón me da un brinco y empieza a agitarse violentamente en mi pecho cuando se acerca a nosotras. Ha venido… por mí. La diosa que llevo dentro se levanta como una loca de su chaise longue. Pedro se desliza entre la multitud; los halógenos empotrados reflejan en su pelo destellos de cobre bruñido y rojo. En sus luminosos ojos grises veo brillar… ¿rabia? ¿Tensión?


Aprieta la boca, la mandíbula tensa. Oh, mierda… no. Ahora mismo estoy tan furiosa con él, y encima está aquí. ¿Cómo me voy a enfadar con él delante de mi madre?


Llega a nuestra mesa, mirándome con recelo. Viste, como de costumbre, camisa de lino blanco y vaqueros.


—Hola —chillo, incapaz de ocultar mi asombro por verlo aquí en carne y hueso.


—Hola —responde, e inclinándose me besa en la mejilla, pillándome por sorpresa.


Pedro, esta es mi madre, Clara.


Mis arraigados modales toman el mando.


Se gira para saludar a mi madre.


—Encantado de conocerla, señora Adams.


¿Cómo sabe el apellido de mi madre? Le dedica esa sonrisa de infarto, cosecha Pedro Alfonsodestinada a la rendición total sin rehenes. Mi madre no tiene escapatoria. La mandíbula se le descuelga hasta la mesa. Por Dios, controla un poco, mamá. Ella acepta la mano que le tiende y se la estrecha. No le contesta. Vaya, lo de quedarse mudo de asombro es genético; no tenía ni idea.


Pedro —consigue decir por fin, sin aliento.


Él le dedica una sonrisa de complicidad, sus ojos grises centelleantes. Los miro con el gesto fruncido.


—¿Qué haces aquí?


La pregunta suena más frágil de lo que pretendía, y su sonrisa desaparece, y su expresión se vuelve cautelosa. 


Estoy emocionada de verlo, pero completamente descolocada, y la rabia por lo de la señora Robinson aún me hierve en las venas. No sé si quiero ponerme a gritarle o arrojarme a sus brazos (aunque no creo que le gustara ninguna de las dos opciones), y quiero saber cuánto tiempo lleva vigilándonos. Además, estoy algo nerviosa por el e-mail que acabo de enviarle.


—He venido a verte, claro. —Me mira impasible. Huy, ¿qué estará pensando?—. Me alojo en este hotel.


—¿Te alojas aquí?


Sueno como una universitaria de segundo año colocada de anfetas, demasiado estridente hasta para mis oídos.


—Bueno, ayer me dijiste que ojalá estuviera aquí. —Hace una pausa para evaluar mi reacción—. Nos proponemos complacer, señorita Chaves —dice en voz baja sin rastro alguno de humor.


Mierda, ¿está furioso? ¿Será por los comentarios sobre la señora Robinson? ¿O tal vez porque estoy a punto de tomarme el cuarto Cosmo? Mi madre nos mira nerviosa.


—¿Por qué no te tomas una copa con nosotras, Pedro?


Le hace una seña al camarero, que se planta a nuestro lado en un nanosegundo.


—Tomaré un gin-tonic —dice Pedro—. Hendricks si tienen, o Bombay Sapphire. Pepino con el Hendricks, lima con el Bombay.


Madre mía… Solo Pedro podría pedir una copa como si fuera un plato elaborado.


—Y otros dos Cosmos, por favor —añado, mirando nerviosa a Pedro.


He salido de copas con mi madre; no se puede enfadar por eso.


—Acércate una silla, Pedro.


—Gracias, señora Adams.


Pedro coge una silla y se sienta con elegancia a mi lado.


—¿Así que casualmente te alojas en el hotel donde estamos tomando unas copas? —digo, esforzándome por sonar desenfadada.


—O casualmente estáis tomando unas copas en el hotel donde yo me alojo —me contesta él—. Acabo de cenar, he venido aquí y te he visto. Andaba distraído pensando en tu último correo, levanto la vista y ahí estabas. Menuda coincidencia, ¿verdad?


Ladea la cabeza y detecto un amago de sonrisa. Gracias a Dios… puede que al final hasta salvemos la noche.


—Mi madre y yo hemos ido de compras esta mañana y a la playa por la tarde. Luego hemos decidido salir de copas esta noche —murmuro, porque tengo la sensación de que le debo una explicación.


—¿Ese top es nuevo? —Señala mi blusón de seda verde recién estrenado—. Te sienta bien ese color. Y te ha dado un poco el sol. Estás preciosa.


Me ruborizo. El cumplido me deja sin habla.


—Bueno, pensaba hacerte una visita mañana, pero mira por dónde…


Alarga el brazo y me coge la mano, me la aprieta con suavidad, me acaricia los nudillos con el pulgar… y siento de nuevo el tirón. Esa descarga eléctrica que corre bajo mi piel bajo la suave presión de su pulgar se dispara a mi torrente sanguíneo y me recorre el cuerpo entero, calentándolo todo a su paso. Hacía más de dos días que no lo veía. Madre mía… cómo lo deseo.


Se me entrecorta la respiración. Lo miro pestañeando, sonrío tímidamente, y veo dibujarse una sonrisa en sus labios.


—Quería darte una sorpresa. Pero, como siempre, me la has dado tú a mí, Paula, cuando te he visto aquí.


Miro de reojo a mi madre, que tiene los ojos clavados en Pedro… ¡sí, clavados! Vale ya, mamá.


Ni que fuera una criatura exótica nunca vista. A ver, ya sé que hasta ahora no había tenido novio y que a Pedro solo lo llamo así por llamarlo de alguna manera, pero ¿tan increíble es que yo haya podido atraer a un hombre? ¿A este hombre? Pues sí, francamente… tú míralo bien, me suelta mi subconsciente. ¡Oh, cállate! ¿Quién te ha dado vela en este entierro? Miro ceñuda a mi madre, pero ella no parece darse por enterada.


—No quiero robarte tiempo con tu madre. Me tomaré una copa y me retiraré. Tengo trabajo pendiente —declara muy serio.


Pedro, me alegro mucho de conocerte —interviene mi madre, recuperando al fin el habla—. Paula me ha hablado muy bien de ti.


Él le sonríe.


—¿En serio?


Pedro arquea una ceja, con una expresión risueña en el rostro, y yo vuelvo a ruborizarme.


Llega el camarero con nuestras copas.


—Hendricks, señor —declara con una floritura triunfante.


—Gracias —murmura Pedro en reconocimiento.


Sorbo nerviosa mi nuevo Cosmo.


—¿Cuánto tiempo vas a estar en Georgia, Pedro? —pregunta mamá.


—Hasta el viernes, señora Adams.


—¿Cenarás con nosotros mañana? Y, por favor, llámame Clara.


—Me encantaría, Clara.


—Estupendo. Si me disculpáis un momento, tengo que ir al lavabo.


Pero si acabas de ir, mamá. La miro desesperada cuando se levanta y se marcha, dejándonos solos.


—Así que te has enfadado conmigo por cenar con una vieja amiga.


Pedro vuelve su mirada ardiente y recelosa hacia mí y, llevándose mi mano a los labios, me besa suavemente los nudillos uno por uno.


Dios… ¿tiene que hacer esto ahora?


—Sí —mascullo mientras la sangre me recorre ardiente el cuerpo entero.


—Nuestra relación sexual terminó hace tiempo, Paula —me susurra—. Yo solo te deseo a ti. ¿Aún no te has dado cuenta?


Lo miro extrañada.


—Para mí es una pederasta, Pedro.


Contengo el aliento a la espera de su reacción.


Pedro palidece.


—Eso es muy crítico por tu parte. No fue así —susurra conmocionado, soltándome la mano.


¿Crítico?


—Ah, ¿cómo fue entonces? —pregunto.


Los Cosmos me envalentonan.


Me mira ceñudo, desconcertado. Prosigo:
—Se aprovechó de un chico vulnerable de quince años. Si hubieras sido una chiquilla de quince años y la señora Robinson un señor Robinson que la hubiera arrastrado al sadomasoquismo, ¿te parecería bien? ¿Si hubiera sido Malena, por ejemplo?


Da un respingo y me mira ceñudo.


—Paula, no fue así.


Le lanzo una mirada feroz.


—Vale, yo no lo sentí así —prosigue en voz baja—. Ella fue una fuerza positiva. Lo que necesitaba.


—No lo entiendo.


Ahora me toca a mí mostrarme desconcertada.


—Paula, tu madre no tardará en volver. No me apetece hablar de esto ahora. Más adelante, quizá. Si no quieres que esté aquí, tengo un avión esperándome en Hilton Head. Me puedo ir.


Se ha enfadado conmigo… no.


—No, no te vayas. Por favor. Me encanta que hayas venido. Solo quiero que entiendas que me enfurece que, en cuanto me voy, quedes con ella para cenar. Piensa en cómo te pones tú cuando me acerco a José. José es un buen amigo. Nunca he tenido una relación sexual con él. Mientras que tú y ella…


Me interrumpo, no queriendo concederle más espacio a ese pensamiento.


—¿Estás celosa?


Me mira atónito, y sus ojos se ablandan un poco, se enternecen.


—Sí, y furiosa por lo que te hizo.


—Paula, ella me ayudó. Y eso es todo lo que voy a decir al respecto. En cuanto a tus celos, ponte en mi lugar. No he tenido que justificar mis actos delante de nadie en los últimos siete años. De nadie en absoluto. Hago lo que me place, Paula. Me gusta mi independencia. No he ido a ver a la señora Robinson para fastidiarte. He ido porque, de vez en cuando, salimos a cenar. Es amiga y socia.


¿Socia? Dios mío. Esto es nuevo.


Me mira y analiza mi expresión.


—Sí, somos socios. Ya no hay sexo entre nosotros. Desde hace años.


—¿Por qué terminó vuestra relación?


Frunce la boca y le brillan los ojos.


—Su marido se enteró.


¡Madre mía!


—¿Te importa que hablemos de esto en otro momento, en un sitio más discreto? —gruñe.


—Dudo que consigas convencerme de que no es una especie de pedófila.


—Yo no la veo así. Nunca lo he hecho. ¡Y basta ya! —espeta.


—¿La querías?


—¿Cómo vais?


Mi madre reaparece sin que ninguno de los dos nos hayamos percatado.


Me planto una falsa sonrisa en los labios mientras Pedro y yo nos enderezamos precipitadamente en el asiento, como si estuviéramos haciendo algo malo. Mi madre me mira.


—Bien, mamá.


Pedro sorbe su copa, observándome detenidamente con expresión cautelosa. ¿Qué estará pensando? ¿La quiso? Me parece que, como diga que sí, me voy a enfadar, y mucho.


—Bueno, señoras, os dejo disfrutar de vuestra velada.


No, no, no me puede dejar así, con la duda.


—Por favor, que carguen estas copas en mi cuenta, habitación 612. Te llamo por la mañana,Paula. Hasta mañana, Clara.


—Oh, me encanta que alguien te llame por tu nombre completo, hija.


—Un nombre precioso para una chica preciosa —murmura Pedro, estrechando la mano que mi madre le tiende, y ella sonríe con afectación.


Ay, mamá… ¿tú también, traidora? Me levanto y lo miro, implorándole que responda a mi pregunta, y él me da un casto beso en la mejilla.


—Hasta luego, nena —me susurra al oído.


Y se va.


Maldito capullo controlador. La rabia retorna con plena fuerza. Me dejo caer en la silla y me vuelvo hacia mi madre.


—Vaya, me has dejado anonadada, Paula. Menudo partidazo. Eso sí, no sé qué os traéis entre manos. Me parece que tenéis que hablar. Uf, la tensión subyacente… es insoportable.


Se abanica exageradamente.


—¡MAMÁ!


—Ve a hablar con él.


—No puedo. He venido aquí a verte a ti.


—Paula, has venido aquí porque estás hecha un lío con ese chico. Es evidente que estáis locos el uno por el otro. Tienes que hablar con él. Ha volado cinco mil kilómetros para verte, por el amor de Dios. Y ya sabes lo horroroso que es volar.


Me ruborizo. No le he dicho que tiene un avión privado.


—¿Qué? —me suelta.


—Tiene su propio avión —mascullo, avergonzada—, y son menos de cinco mil kilómetros, mamá.


¿Por qué me avergüenzo? Mi madre arquea ambas cejas.


—Uau —exclama—. Paula, os pasa algo. Llevo intentando averiguar lo que es desde que llegaste. Pero el único modo de solucionar el problema, sea cual sea, es hablarlo con él. Piensa todo lo que quieras, pero hasta que no hables con él no vas a conseguir nada.


La miro ceñuda.


—Paula, cielo, siempre le has dado muchas vueltas a todo. Fíate de tu instinto. ¿Qué te dice, cariño?


Me miro los dedos.


—Creo que estoy enamorada de él —murmuro.


—Lo sé, cariño. Y él de ti.


—¡No!


—Sí, Paula. Dios… ¿qué más necesitas? ¿Un rótulo luminoso en su frente?


La miro aturdida y se me llenan los ojos de lágrimas.


—No llores, cielo.


—Yo no creo que me quiera.


—Independientemente de lo rico que sea, uno no lo deja todo, se sube en su avión privado y cruza el país para tomar el té de la tarde. ¡Ve con él! Este sitio es muy bonito, muy romántico.


Además, es territorio neutral.


Me revuelvo incómoda bajo su mirada. Quiero y no quiero ir.


—Cariño, no te preocupes por tener que volver conmigo. Quiero que seas feliz, y ahora mismo creo que la clave de tu felicidad está arriba, en la habitación 612. Si quieres venir a casa luego, la llave está debajo de la yuca del porche principal. Si te quedas… bueno, ya eres mayorcita. Pero toma precauciones.


Me pongo roja como un tomate. Por Dios, mamá.


—Vamos a terminarnos los Cosmos primero.


—Esa es mi chica.


Y sonríe.



****


Llamo tímidamente a la puerta de la habitación 612 y espero. Pedro abre la puerta. Está hablando por el móvil. 


Me mira extrañado, completamente sorprendido, sostiene la puerta abierta y me invita a entrar en su habitación.


—¿Están listas todas las indemnizaciones? ¿Y el coste? —Silba entre dientes—. Uf, nos ha salido caro el error. ¿Y Lucas?


Echo un vistazo a la habitación. Es una suite, como la del Heathman. La decoración de esta es ultramoderna, muy actual. Todo púrpuras y dorados mate con motivos en bronce en las paredes.


Pedro se acerca a un mueble de madera noble, tira y abre una puerta tras la que se oculta el minibar. Me hace una señal para que me sirva, luego entra en el dormitorio. Supongo que para que no pueda oír la conversación. Me encojo de hombros. No dejó de hablar cuando entré en su estudio el otro día. Oigo correr el agua; está llenando la bañera. Me sirvo un zumo de naranja.


Vuelve al salón.


—Que Andrea me mande las gráficas. Barney me dijo que había resuelto el problema. —Pedro ríe—. No, el viernes. Estoy interesado en un terreno de por aquí. Sí, que me llame Bill. No, mañana. Quiero ver lo que podría ofrecernos Georgia si nos instalamos aquí.


Pedro no me quita los ojos de encima. Me da un vaso y me indica dónde hay una cubitera.


—Si los incentivos son lo bastante atractivos, creo que deberíamos considerarlo, aunque aquí hace un calor de mil demonios. Detroit tiene sus ventajas, sí, y es más fresco. —Su rostro se oscurece un instante—. ¿Por qué? Que me llame Bill. Mañana. No demasiado temprano.


Cuelga y se me queda mirando con una expresión indescifrable, y se hace el silencio entre nosotros.


Muy bien… me toca hablar.


—No has respondido a mi pregunta —murmuro.


—No —dice en voz baja, y me mira con una mezcla de asombro y recelo.


—¿No has respondido a mi pregunta o no, no la querías?


Se cruza de brazos y se apoya en la pared; una leve sonrisa se dibuja en sus labios.


—¿A qué has venido, Paula?


—Ya te lo he dicho.


Suspira hondo.


—No, no la quería.


Me mira ceñudo, divertido pero perplejo.


Acabo de darme cuenta de que estaba conteniendo la respiración. Al soltar el aire, me desinflo como un saco viejo. Uf, gracias a Dios… ¿Cómo me habría sentido si me hubiera dicho que quería a esa bruja?


—Tú eres mi diosa de ojos verdes, Paula. ¿Quién lo habría dicho?


—¿Se burla de mí, señor Alfonso?


—No me atrevería.


Niega con la cabeza, solemne, pero veo un destello de picardía en sus ojos.


—Huy, claro que sí, y de hecho lo haces, a menudo.


Sonríe satisfecho al ver que le devuelvo las palabras que me ha dicho él antes. Su mirada se oscurece.


—Por favor, deja de morderte el labio. Estás en mi habitación, hace casi tres días que no te veo y he hecho un largo viaje en avión para verte.


Su tono pasa de suave a sensual.


Le suena la BlackBerry, distrayéndonos a los dos, y la apaga sin mirar siquiera quién es. Se me entrecorta la respiración. Sé cómo va a terminar esto… pero se supone que íbamos a hablar. Se acerca a mí con su mirada sexy de depredador.


—Quiero hacerlo, Paula. Ahora. Y tú también. Por eso has venido.


—Quería saber la respuesta, de verdad —alego en mi defensa.


—Bueno, ahora que lo sabes, ¿te quedas o te vas?


Me ruborizo cuando se planta delante de mí.


—Me quedo —murmuro, mirándolo nerviosa.


—Me alegro. —Me mira fijamente—. Con lo enfadada que estabas conmigo… —dice.


—Sí.


—No recuerdo que nadie se haya enfadado nunca conmigo, salvo mi familia. Me gusta.


Me acaricia la mejilla con las yemas de los dedos. Madre mía, esa proximidad, ese aroma a Pedro. Se supone que íbamos a hablar, pero tengo el corazón desbocado y la sangre me corre como loca por todo el cuerpo; el deseo crece, se expande… por todo mi ser. Pedro se inclina y me pasea la nariz por el hombro hasta la base de la oreja, hundiendo despacio los dedos en mi pelo.


—Deberíamos hablar —susurro.


—Luego.


—Quiero decirte tantas cosas.


—Yo también.


Me planta un suave beso debajo del lóbulo de la oreja mientras aprieta el puño enredado en mi pelo. Me echa la cabeza hacia atrás para tener acceso a mi cuello. Me araña la barbilla con los dientes y me besa el cuello.


—Te deseo —dice.


Gimo, subo las manos y me aferro a sus brazos.


—¿Estás con la regla?


Sigue besándome.

Maldita sea. ¿No se le escapa nada?


—Sí —susurro, cortada.


—¿Tienes dolor menstrual?


—No.


Me sonrojo. Dios…


Para y me mira.


—¿Te has tomado la píldora?


—Sí.


Qué vergüenza, por favor.


—Vamos a darnos un baño.


¿Eh?





CAPITULO 48




Uf, Pedro y razonable… dos conceptos que siempre había creído incompatibles; aunque, después del último correo, igual todo es posible. Meneo la cabeza. Necesito tiempo para digerir sus palabras. Hasta después de la cena… tal vez entonces le pueda responder. Salgo de la cama, me quito rápidamente la camiseta y los pantalones cortos y me dirijo a la ducha.


Me he traído el vestido gris de Lourdes con la espalda descubierta que llevé en la graduación. Es la única prenda de vestir que metí en la mochila. Lo bueno de la humedad es que las arrugas han desaparecido, así que creo que me lo pondré para ir al club de golf. Mientras me visto, abro el portátil. No hay nada nuevo de Pedro y siento una punzada de desilusión. Muy rápido, le escribo un correo.





De: Paula Chaves

Fecha: 31 de mayo de 2014 19:08 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: ¿Elocuente?


Señor, eres un escritor elocuente. Tengo que ir a cenar al club de golf de Roberto y, para que lo sepas,estoy poniendo los ojos en blanco solo de pensarlo. Pero, de momento, tú y tu mano suelta estáis muy lejos de mí. Me ha encantado tu correo. Te contesto en cuanto pueda. Ya te echo de menos.
Disfruta de tu tarde.


Tu Paula





De: Pedro Alfonso

Fecha: 31 de mayo de 2014 16:10

Para: Paula Chaves

Asunto: Su trasero


Querida señorita Chaves:


Me tiene distraído el asunto de este correo. Huelga decir que, de momento, está a salvo.
Disfrute de la cena. Yo también la echo de menos, sobre todo su trasero y esa lengua viperina suya.
Mi tarde será aburrida y solo me la alegrará pensar en usted y en sus ojos en blanco. Creo que fue usted quien juiciosamente me hizo ver que también yo tengo esa horrenda costumbre.


Pedro Alfonso

Presidente que acostumbra a poner los ojos en blanco, de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.




De: Paula Chaves

Fecha: 31 de mayo de 2014 19:14 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: Ojos en blanco


Querido señor Alfonso:


Deja de mandarme correos. Intento arreglarme para la cena. Me distraes mucho, hasta cuando estás en la otra punta del país. Y sí, ¿quién te da unos azotes a ti cuando eres tú el que pone los ojos en blanco?


Tu Paula


Le doy a la tecla de envío e inmediatamente me viene a la cabeza la imagen de esa bruja malvada de la señora Robinson. No quiero ni imaginarlo. A Pedro golpeado por alguien de la edad de mi madre; qué barbaridad. Una vez más me pregunto cuánto daño le habrá hecho esa mujer. 


Aprieto los labios de rabia. Necesito un muñeco al que clavarle alfileres; igual así logro descargar parte de la ira que siento por esa desconocida.




De: Pedro Alfonso

Fecha: 31 de mayo de 2014 16:18

Para: Paula Chaves

Asunto: Su trasero


Querida señorita Chaves:


Me gusta más mi asunto que el tuyo, en muchos sentidos. Por suerte, soy el dueño de mi propio destino y nadie me castiga. Salvo mi madre, de vez en cuando, y el doctor Flynn, claro. Y tú.


Pedro Alfonso

Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.





De: Paula Chaves

Fecha: 31 de mayo de 2014 19:22 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: ¿Castigarte yo?


Querido señor:
¿Cuándo he tenido yo valor de castigarle, señor Alfonso? Me parece que me confunde con otra, lo cual resulta preocupante.
En serio, tengo que arreglarme.


Tu Paula






De: Paula Chaves

Fecha: 31 de mayo de 2014 16:25

Para: Paula Chaves

Asunto: Tu trasero


Querida señorita Chaves:


Lo hace constantemente por escrito. ¿Me deja que le suba la cremallera del vestido?


Pedro Alfonso

Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.


Por alguna extraña razón, sus palabras saltan de la pantalla y me hacen jadear. Oh… está juguetón.





De: Paula Chaves

Fecha: 31 de mayo de 2014 19:28 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: Para mayores de 18 años


Preferiría que me la bajaras.





De: Pedro Alfonso

Fecha: 31 de mayo de 2014 16:31

Para: Paula Chaves

Asunto: Cuidado con lo que deseas…
YO TAMBIÉN.


Pedro Alfonso

Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.






De: Paula Chaves

Fecha: 31 de mayo de 2014 19:33 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: Jadeando

Muy despacio…





De: Pedro Alfonso

Fecha: 31 de mayo de 2014 16:35

Para: Paula Chaves

Asunto: Gruñendo


Ojalá estuviera allí.


Pedro Alfonso

Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.





De: Paula Chaves

Fecha: 31 de mayo de 2014 19:37 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: Gimiendo


OJALÁ.



—¡Paula!


Mi madre me llama y doy un respingo. Mierda. ¿Por qué me siento tan culpable?


—Ya voy, mamá.



De: Paula Chaves

Fecha: 31 de mayo de 2014 19:39 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: Gimiendo


Tengo que irme.


Hasta luego, nene.


Salgo corriendo al pasillo, donde me esperan Roberto y mi madre. Esta frunce el ceño.


—Cariño… ¿te encuentras bien? Te veo un poco acalorada.


—Estoy bien, mamá.


—Estás preciosa, cariño.


—Ah, este vestido es de Lourdes. ¿Te gusta?


Frunce el ceño aún más.


—¿Por qué llevas un vestido de Lourdes?


Oh… no.


—Pues porque a ella este no le gusta y a mí sí —improviso.
Me escudriña mientras Roberto rezuma impaciencia con su mirada de perrillo faldero hambriento.


—Mañana te llevo de compras —dice.


—Ay, mamá, no hace falta. Tengo mucha ropa.


—¿Es que no puedo hacer algo por mi hija? Venga, que Roberto está muerto de hambre.


—Cierto —gimotea Roberto, frotándose el estómago y poniendo carita de pena.


Río como una boba cuando él pone los ojos en blanco, y luego salimos por la puerta.




Más tarde, mientras estoy en la ducha refrescándome bajo el agua tibia, pienso en lo mucho que ha cambiado mi madre. En la cena ha estado en su elemento: divertida y coqueta, rodeada de montones de amigos del club de golf. 
Roberto se ha mostrado cariñoso y atento. Parece que se llevan bien. Me alegro mucho por mi madre. Significa que puedo dejar de preocuparme por ella y de cuestionar sus decisiones, y olvidar los días oscuros del marido número tres. Roberto le va a durar.


Además, ahora me da buenos consejos. ¿Cuándo ha empezado a suceder eso? Desde que conocí a Pedro. ¿Y eso por qué?


Cuando termino, me seco rápidamente, ansiosa por volver con Pedro. Hay un correo esperándome, enviado justo después de que me fuera a cenar, hace un par de horas.




De: Pedro Alfonso

Fecha: 31 de mayo de 2014 16:41

Para: Paula Chaves

Asunto: Plagio


Me has robado la frase.
Y me has dejado colgado.
Disfruta de la cena.


Pedro Alfonso

Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.





De: Paula Chaves

Fecha: 31 de mayo de 2014 22:18 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: Mira quién habla


Señor, si no recuerdo mal, la frase era de Gustavo.
¿Sigues colgado?


Tu Paula





De: Pedro Alfonso

Fecha: 31 de mayo de 2014 19:22

Para: Paula Chaves

Asunto: Pendiente


Señorita Chaves:


Ha vuelto. Se ha ido tan de repente… justo cuando la cosa empezaba a ponerse interesante.
Gustavo no es muy original. Le habrá robado esa frase a alguien.
¿Qué tal la cena?


Pedro Alfonso

Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.






De: Paula Chaves

Fecha: 31 de mayo de 2014 22:26 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: ¿Pendiente?

La cena me ha llenado; te gustará saber que he comido hasta hartarme.



¿Se estaba poniendo interesante? ¿En serio?




De: Pedro Alfonso

Fecha: 31 de mayo de 2014 19:30

Para: Paula Chaves

Asunto: Pendiente, sin duda


¿Te estás haciendo la tonta? Me parece que acababas de pedirme que te bajara la cremallera del vestido.
Y yo estaba deseando hacerlo. Me alegra saber que estás comiendo bien.


Pedro Alfonso

Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.







De: Paula Chaves

Fecha: 31 de mayo de 2014 22:36 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: Bueno, siempre nos queda el fin de semana


Pues claro que como… Solo la incertidumbre que siento cuando estoy contigo me quita el apetito.
Y yo jamás me haría la tonta, señor Alfonso.
Seguramente ya te habrás dado cuenta. ;)





De: Pedro Alfonso

Fecha: 31 de mayo de 2014 19:40

Para: Paula Chaves

Asunto: Estoy impaciente


Lo tendré presente, señorita Chaves, y, por supuesto, utilizaré esa información en mi beneficio.
Lamento saber que le quito el apetito. Pensaba que tenía un efecto más concupiscente en usted.
Eso me ha pasado a mí también, y bien placentero que ha sido.
Espero impaciente la próxima ocasión.


Pedro Alfonso

Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.






De: Paula Chaves

Fecha: 31 de mayo de 2014 22:36 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: Flexibilidad léxica


¿Has estado echando mano otra vez al diccionario de sinónimos?





De: Pedro Alfonso

Fecha: 31 de mayo de 2014 19:40

Para: Paula Chaves

Asunto: Me ha pillado


Qué bien me conoce, señorita Chaves.
Voy a cenar con una vieja amistad, así que estaré conduciendo.
Hasta luego, nena©.


Pedro Alfonso

Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.


¿Qué vieja amistad? No sabía que Pedro tuviera viejas amistades, salvo… ella. Miro ceñuda la pantalla. ¿Por qué tiene que seguir viéndola? Sufro un repentino y agudo ataque de celos. Quiero atizarle a algo, preferiblemente a la señora Robinson. Furiosa, apago el portátil y me meto en la
cama.


Debería contestar su largo correo de esta mañana, pero de pronto estoy demasiado enfadada.


¿Por qué no la ve como lo que es: una pederasta? Apago la luz, furibunda, y me quedo mirando a la oscuridad. ¿Cómo se atrevió esa mujer? ¿Cómo osó aprovecharse de un adolescente vulnerable? ¿Seguirá haciéndolo? ¿Por qué lo dejaron? Se me pasan por la cabeza varios escenarios posibles: si fue él quien se hartó de ella, entonces ¿por qué continúan siendo amigos?; o bien fue ella la que se hartó. ¿Estará casada? ¿Divorciada? Dios. ¿Tendrá hijos? ¿Tendrá algún hijo de Pedro? Mi subconsciente asoma su feo rostro, me sonríe lasciva, y yo me quedo pasmada y asqueada solo de pensarlo. ¿Sabrá de ella el doctor Flynn?


Me obligo a salir de la cama y vuelvo a encender el cacharro infernal. Tengo una misión que cumplir. Tamborileo los dedos impaciente mientras espero a que aparezca la pantalla azul. Entro en la sección de imágenes de Google y tecleo «Pedro Alfonso» en el recuadro de búsqueda. La
pantalla se llena de pronto de imágenes de Pedro: con corbata negra, trajeado, Dios… las fotos que tomó José en el Heathman, con su camisa blanca y sus pantalones de franela. ¿Cómo han llegado esas imágenes a internet? Vaya, está fenomenal.


Voy bajando deprisa: algunas con socios comerciales, y una foto tras otra del hombre más fotogénico que conozco íntimamente. ¿Íntimamente? ¿Conozco a Pedro íntimamente? Lo conozco sexualmente, y deduzco que aún me queda mucho por descubrir en ese aspecto. Sé que es voluble, difícil, divertido, frío, cariñoso… el pobre es un amasijo ambulante de contradicciones. Paso a la siguiente página y recuerdo que Lourdes mencionó que no había podido encontrar ninguna foto suya con acompañante, de ahí que planteara la pregunta de si era gay.


Entonces, en la tercera página, veo una foto mía, con él, en mi graduación. Su única foto con una mujer, y soy yo.


¡Madre mía! ¡Estoy en Google! Nos miro. Parezco sorprendida por la cámara, nerviosa, descolocada. Eso fue justo antes de que accediera a probar. Pedro, en cambio, está guapísimo, sereno, y lleva esa corbata… Lo contemplo, ese rostro hermoso, un rostro hermoso que podría estar mirando ahora mismo a la maldita señora Robinson. Guardo la foto en mi carpeta de descargas y sigo repasando las dieciocho páginas… nada. No voy a encontrar a la señora Robinson en Google. Pero necesito saber si está con ella. 


Le escribo un correo rápido a Pedro.




De: Paula Chaves

Fecha: 31 de mayo de 2014 23:58 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: Compañeros de cena apropiados


Espero que esa amistad tuya y tú hayáis pasado una velada agradable.


Paula
P.D.: ¿Era la señora Robinson?


Le doy a la tecla de envío y vuelvo a la cama desanimada, decidida a preguntarle a Pedro por su relación con esa mujer. Por un lado, estoy desesperada por saber más; por otro, quiero olvidar que me lo ha contado. Y encima me ha venido la regla, así que tengo que acordarme de tomarme la píldora por la mañana. Programo rápidamente una alarma en el calendario de la BlackBerry. La dejo en la mesita, me tumbo y, por fin, termino sumiéndome en un sueño inquieto, deseando que estuviéramos en la misma ciudad, no a casi cinco mil kilómetros de distancia



****



Después de una mañana de compras y otra tarde de playa, mi madre ha decidido que deberíamos salir de copas esta noche. Así que dejamos a Roberto delante del televisor, y al rato ya estamos en el lujoso bar del hotel más exclusivo de Savannah. Yo voy por el segundo Cosmopolitan; mi madre, por el tercero. Continúa desvelándome su percepción del frágil ego masculino. Resulta desconcertante.


—Verás, Paula, los hombres piensan que todo lo que sale de la boca de una mujer es un problema que hay que resolver. No se enteran de que lo que nos gusta es darles vueltas a las cosas, hablar un poco y luego olvidar. A ellos les va más la acción.


—Mamá, ¿por qué me cuentas todo eso? —pregunto sin poder ocultar mi exasperación.


Lleva así todo el día.


—Cariño, te veo tan perdida. Nunca has traído a un chico a casa. Ni siquiera tuviste novio cuando vivíamos en Las Vegas. Pensé que habría algo con ese chico que conociste en la universidad,José.


—Mamá, José no es más que un amigo.


—Ya lo sé, cielo, pero pasa algo, y tengo la impresión de que no me lo estás contando todo.


Me mira, con el rostro fruncido de preocupación maternal.


—Necesitaba distanciarme un poco de Pedro para aclararme, nada más. A veces me agobia un poco.


—¿Te agobia?


—Sí. Pero lo echo de menos.


Frunzo el ceño. No he sabido nada de Pedro en todo el día. Ni un correo, nada. Estoy tentada de llamarlo para ver si está bien. Mi mayor temor es que haya tenido un accidente; el segundo mayor temor es que la señora Robinson haya vuelto a clavarle sus garras. Sé que no es racional, pero, en lo que a ella respecta, parece que he perdido la perspectiva.


—Cariño, tengo que ir al lavabo.


La breve ausencia de mi madre me proporciona otra ocasión para echar un vistazo a la BlackBerry. Llevo todo el día mirando a escondidas el correo. Por fin… ¡Pedro me ha
contestado!




De: Pedro Alfonso

Fecha: 1 de junio de 2014 21:40 EST

Para: Paula Chaves

Asunto: Compañeros de cena


Sí, he cenado con la señora Robinson. No es más que una vieja amiga, Paula.
Estoy deseando volver a verte. Te echo de menos.


Pedro Alfonso

Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.


En efecto, estaba cenando con ella. Confirmados mis peores temores, noto que la adrenalina y la rabia se apoderan de mi cuerpo y se me eriza el vello. ¿Será posible? Estoy fuera dos días y ya se larga con esa zorra malvada.






De: Paula Chaves

Fecha: 1 de junio de 2014 21:42 EST

Para: Pedro Alfonso

Asunto: VIEJOS compañeros de cena


Esa no es solo una vieja amiga.
¿Ha encontrado ya otro adolescente al que hincarle el diente?
¿Te has hecho demasiado mayor para ella?
¿Por eso terminó vuestra relación?


Pulso la tecla de envío justo cuando vuelve mi madre.


—Paula, qué pálida estás. ¿Qué ha pasado?


Niego con la cabeza.


—Nada. Vamos a tomarnos otra copa —mascullo malhumorada.


Frunce el ceño, pero alza la vista, llama a uno de los camareros y le señala nuestras copas. Él asiente con la cabeza. Entiende la seña universal de «otra ronda de lo mismo, por favor».


Mientras ella hace esto, vuelvo a mirar rápidamente la BlackBerry.




De: Pedro Alfonso

Fecha: 1 de junio de 2014 21:45 EST

Para: Paula Chaves

Asunto: Cuidado…


No me apetece hablar de esto por e-mail.
¿Cuántos Cosmopolitan te vas a beber?


Pedro Alfonso

Presidente de Alfonso Enterprises Holdings, Inc.




Dios mío, está aquí.