La Gran Casa
Yazco en nuestro tartán de picnic y levanto la mirada al claro cielo azul de verano, mi vista enmarcada por flores de pradera y altos pastos verdes. El calor del sol de esa tarde verano calienta mi piel, mis huesos y mi barriga, y me relajo, mi cuerpo volviéndose gelatina. Esto es cómodo. Infiernos no… esto es maravilloso. Saboreo el momento, un momento de paz, un momento de puro y completo contento.
Debería sentirme culpable por sentir esta alegría, esta plenitud, pero no es así. La vida justo ahora es buena, y he aprendido a apreciarla y vivir el momento, como mi esposo.
Sonrío y me retuerzo mientras mi mente divaga hacia el delicioso recuerdo de la noche pasada en nuestro hogar en el Escala…
******
—¿Has tenido suficiente, Paula? —susurra Pedro en mi oreja.
—Oh, por favor —ruego, empujando de las restricciones sobre mi cabeza mientras estoy de pie con los ojos vendados, y encadenada a la rejilla del salón de juegos. El dulce ardor del flogger muerde mi trasero.
—¿Por favor qué?
Jadeo.
—Por favor, Amo.
Pedro pone una mano sobre mi ardida piel y la frota gentilmente.
—Ahí. Ahí. Ahí. —Sus palabras son suaves. Su mano se mueve al sur y alrededores, y sus dedos se deslizan dentro de mí.
Gruño.
—Sra. Alfonso —susurra, y sus dientes tiran de mi lóbulo—. Estás tan lista.
Sus dedos se deslizan adentro y afuera, golpeando ese lugar, ese dulce, dulce lugar de nuevo. El flogger golpea contra el suelo y su mano se mueve sobre mi barriga y hacia mis pechos.
Me tenso. Están sensibles.
—Tranquila —dice Pedro, ahuecando uno, y gentilmente roza su pulgar sobre mi pezón.
—Ah.
Sus dedos son gentiles y tentadores, y el placer gira el espirales desde mis pechos y abajo, abajo… muy abajo.
Echo la cabeza para atrás, empujando mi pezón en su
palma, y gimo una vez más.
—Me gusta escucharte —susurra Pedro. Su erección está en mi cadera, los botones de su bragueta presionando contra mi piel mientras sus dedos continúan su asalto implacable: adentro, afuera, adentro, afuera; manteniendo ese ritmo—. ¿Debería hacerte venir de esta forma? —pregunta.
—No.
Sus dedos dejan de moverse dentro de mí.
—¿En serio, Sra. Alfonso? ¿Depende de ti? —Sus dedos se aprietan alrededor de mi pezón.
—No… no, Amo.
—Eso está mejor.
—Ah. Por favor —ruego.
—¿Qué quieres, Paula?
—A ti. Siempre.
Él inhala bruscamente.
—Todo tú —añado, sin aliento.
Desliza sus dedos fuera de mí, me da la vuelta para enfrentarlo, y remueve la venda. Parpadeo hacia los oscurecidos ojos grises que queman en los míos. Sus dedos índices trazan mi labio inferior, y él empuja sus dedos índice y medio en mi boca, dejándome saborear el salado sabor de mi excitación.
—Chupa —susurra. Revoloteo mi lengua alrededor y entre sus dedos.
Hmmm… incluso yo saboreo bien en sus dedos.
Sus manos se mueven por mis brazos hacia las esposas sobre mi cabeza, y las suelta, liberándome. Dándome la vuelta de modo que estoy mirando a la pared, agarra mi trenza, empujándome en sus brazos. Mueve mi cabeza a un lado y desliza sus labios por mi garganta hacia mi oreja mientras me sostiene contra él.
—Quiero tu boca. —Su voz es suave y seductora. Mi cuerpo, maduro y listo, se aprieta muy dentro. El placer es dulce y crudo.
Gimo. Volteándome para enfrentarlo, empujo su cabeza hacia la mía y lo beso duro, mi lengua invadiendo su boca, saboreándolo y degustándolo. Él gruñe, pone sus manos en mi trasero y me aprieta contra él, pero sólo mi barriga de embarazada lo toca. Muerdo su mandíbula y trazo besos por su garganta y deslizo mis dedos por sus jeans. Él echa la cabeza para atrás, exponiendo más de su garganta para mí, y yo deslizo mi lengua por su pecho y a través del vello en él.
—Ah.
Agarro la cinturilla de sus jeans, los botones saliendo disparados, y él agarra mis hombros mientras su me hundo en mis rodillas frente a él. Cuando levanto la mirada a través de mis pestañas, él me mira fijamente. Sus ojos son oscuros, sus labios están separados, y él inhala profundamente cuando lo libero y lo atrapo con mi boca. Amo hacerle esto a Pedro. Observarlo desarmarse, escuchar su aliento
dificultoso, y los suaves gemidos que hace en lo profundo en su garganta. Cierro los ojos y chupo duro, presionando bajo él, deleitándome con su sabor y su jadeo sin aliento. Él agarra mi cabeza, inmovilizándome, y yo enfundo mis dientes con mis labios lo presiono más profundo en mi boca.
—Abre tus ojos y mírame —ordena, su voz es baja. Ojos destellantes encuentran los míos y él flexiona sus caderas, llenando mi boca hasta la parte trasera de mi garganta, luego retrocediendo rápidamente. Empuja dentro de mí de nuevo y me estiro para agarrarlo. Se detiene y me sostiene en mi lugar.
—No me toques o te esposaré de nuevo. Sólo quiero tu boca —gruñe.
Oh, mi… ¿así, verdad? Pongo mis mansos tras mi espalda y levanto la mirada a él inocentemente, su polla en mi boca.
—Buena chica —dice, sonriéndome, su voz roca. Retrocede y sosteniéndome gentil pero firmemente, empuja dentro de mí de nuevo.
—Tienes una boca tan follable, Sra. Alfonso —Cierra los ojos y sale de mi boca mientras yo lo aprieto entre mis labios, deslizando mi lengua sobre y alrededor de él. Lo tomo más profundo y retrocedo, una y otra vez, y de nuevo, el aire siseando entre sus dientes.
—¡Ah! Detente —dice, y sale de mí, dejándome con ganas de más. Agarra mis hombros y me pone sobre mis pies.
Agarrando mi trenza, me besa con fuerza, su persistente lengua exigiendo y dando a la vez. De repente me libera, y antes de que me de cuenta, me ha levantado en sus brazos y me ha movido a la cama de cuatro postes. Gentilmente, me acuesta, de modo que mi espalda apenas está al borde de la cama.
—Envuelve tus piernas alrededor de mi cintura —ordena.
Hago como me dice y lo empujo hacia mí. Se inclina, sus manos a ambos lados de mi cabeza, y todavía de pie, muy lentamente se abre paso dentro de mí.
Oh, eso se siente tan bien. Cierro los ojos y me regodeo en su lenta posesión.
—¿Está bien así? —pregunta, su preocupación evidente en su tono.
—Oh, Dios, Pedro. Sí. Sí. Por favor. —Aprieto mis piernas alrededor de él y empujo y contra él. Gruñe. Agarro sus brazos y él flexiona sus caderas lentamente al principio, adentro y afuera.
—Pedro, por favor. Más duro, no me romperé.
Gruñe y empieza a moverse, realmente moverse, golpeando dentro de mí una y otra vez. Oh, es celestial.
—Sí —jadeo, apretando mi agarre en él mientras empiezo a llegar… él gruñe, penetrándome con renovada determinación…. Y estoy cerca. Oh, por favor. No te detengas.
—Vamos, Paula —gruñe a través de sus dientes apretados, y exploto a su alrededor, mi orgasmo yendo arriba y arriba.
Grito su nombre y Pedro se paraliza, gruñendo en voz alta, y llega al clímax dentro de mí.
—Paula —grita.
******
—¿Cómo está mi hija?
—Está bailando. —Me río.
—¿Bailando? ¡Oh, sí! Guau. Puedo sentirla. —Sonríe cuando Blip Dos salta dentro de mí.
—Creo que ya le gusta el sexo.
Pedro frunce el ceño.
—¿En serio? —dice secamente. Se mueve de modo que sus labios están contra mi bulto—. No habrá nada de eso hasta que tengas treinta, señorita.
Me río tontamente.
—Oh, Pedro, eres tan hipócrita.
—No, soy un padre ansioso. —Me mira, su ceño fruncido traicionando su ansiedad.
—Eres un padre maravilloso, como supe que lo serías. —Acaricio su adorable cara, y él me da una tímida sonrisa.
—Me gusta esto —murmura, frotando y luego besando mi barriga—. Hay más de ti.
Hago un mohín.
—No me gusta más de mí.
—Es genial cuando te vienes.
—¡Pedro!
—Y estoy esperando con ansias saborear la leche materna de nuevo.
—¡Pedro! Eres un pervertido…
Desciende sobre mí de repente, besándome con fuerza, lanzando su pierna sobre la mía y agarrando mis manos de modo que están sobre mi cabeza.
—Amas el sexo pervertido —susurra, y roza su nariz con la mía. Sonrío, atrapada en su infecciosa y maliciosa sonrisa.
—Sí, amo el sexo pervertido. Y te amo a ti. Mucho.
******
Francisco ha despertado de su siesta, y él y Pedro están jugueteando en las cercanías.
Yazco calladamente, todavía maravillándome por la capacidad de Pedro para jugar. Su paciencia con Fran es extraordinaria, mucho más que conmigo. Bufo.
Pero entonces, es así como debería ser. Y mi hermoso niño, la manzana con los ojos de su madre y padre, no conoce el miedo. Pedro, por otro lado, todavía es demasiado sobre protector, o ambos. Mi dulce, volátil y controlador Cincuenta.
—Encontremos a mami. Está aquí en alguna parte del césped.
Fracisco dice algo que no escucho y Pedro se ríe con libertad, felizmente. Es un sonido mágico, lleno de su alegría paternal. No puedo resistirme. Lucho por apoyarme en mis codos para espiarlos desde mi escondite en el largo césped.
Pedro está balanceando a Francisco por todos lados, haciéndolo chillar una vez más con deleite. Se detiene, lo lanza en el aire, dejo de respirar, luego lo atrapa. Fran se estremece con abandono infantil y yo exhalo un suspiro de alivio. Oh, mi hombrecito, mi querido hombrecito, siempre al ruedo.
—¡Tavez, papi! —grita él. Pedro lo hace y mi corazón llega a mi boca una vez cuando lanza a Fran al aire y luego lo atrapa de nuevo, apretándolo cerca de sí.
Pedro besa el cabello cobrizo de Francisco y sopla un beso en su mejilla.
Fran es inconsciente. Él se retuerce, empujando el pecho de Pedro y queriendo salir de sus brazos.
Sonriendo, Pedro lo pone en el suelo.
—Encontremos a mami. Está escondiéndose en el césped.
Fran sonríe ampliamente, disfrutando el juego, y mira alrededor del jardín.
Agarrando la mano de Pedro, señala a algún lugar en donde no estoy, y aquello me hace reír. Me recuesto de nuevo rápidamente, deleitándome con este juego.
—Fracisco, escuché a mami. ¿La escuchaste?
—¡Mami!
Demasiado pronto escucho sus pisadas pisoteando a través del jardín y primero Francisco aparece y luego Pedro a través del amplio césped.
—¡Mami! —grita Francisco como si hubiese encontrado un tesoro perdido de la Sierra Madre y trepa sobre mí.
—¡Hola, bebé! —Lo acuno contra mí y beso su regordeta mejilla. Sonríe tontamente y me besa en respuesta, luego lucha por salir de mis brazos.
—Hola, mami. —Pedro me sonríe.
—Hola, papi. —Le sonrío yo a él. Se inclina, recoge a Fran y se sienta a mi lado con nuestro hijo en su regazo.
—Cuidado con mami —amonesta a Francisco. Yo esbozo una sonrisita, la ironía no se me ha escapado. De su bolsillo, Pedro saca su BlackBerry y se la da a Fran. Esto probablemente nos ganará cinco minutos de paz, como máximo. Fran lo estudia, con su pequeño ceño fruncido. Se ve tan serio, sus ojos azules concentrándose con fuerza, justo como cuando su papá lee sus e-mails. Pedro olisquea el cabello de Francisco y mi corazón se hincha al verlos a ambos. Como dos gotas de agua: mi hijo sentado con calma, por unos cuantos momentos, al menos, en el regazo de mi esposo. Mis dos hombres favoritos en el mundo.
Por supuesto, Francisco es el niño más hermoso y talentoso del planeta, pero soy su madre así que yo pensaría eso.
Y Pedro es… bueno, Pedro es sólo él mismo.
Con camiseta blanca y jeans, luce tan sexy como de costumbre. ¿Qué hice para ganar semejante premio?
—Te ves bien, Sra. Alfonso.
—Como tú, Sr. Alfonso.
—¿No es mami bonita? —susurra Pedro en la oreja de Fran.
Francisco lo desecha, más interesado en la BlackBerry de papi.
Me río tontamente.
—No puedes meterte con él.
—Lo sé. —Pedro sonríe y besa el cabello de Fran—. No puedo creer que cumpla dos años mañana. —Su tono es sabio. Estirándose, extiende su mano sobre mi barriga—. Tengamos muchos niños —dice.
—Uno más, al menos. —Sonrío, y él acaricia mi barriga.
—¿Cómo está mi hija?
—Está bien. Dormida, creo.
—Hola, Sr. Alfonso. Hola, Paula.
Ambos nos damos vuelta para ver a Sofia, la hija de diez años de Taylor, aparecer en el césped.
—Soeee —chilla Fran con placentero reconocimiento. Lucha por levantarse del regazo de Pedro, dejando de lado la BlackBerry.
—Tengo algunos helados de Marta—dice Sofia—. ¿Le puedo dar una a Fran?
—Seguro —digo. Oh, Dios, esto va a ser un problema.
—¡Tabeta! —Francisco extiende su manso y Sophie le pasa una. Ya está chorreando.
—Aquí… deja que mami la vea. —Me siento, tomo el helado de Fran, y rápidamente la deslizo en mi boca, lamiendo el exceso de jugo. Hmm… arándano, frío y delicioso.
—¡Mía! —protesta Francisco, su voz resonando con indignación.
—Aquí tienes. —Le devuelvo una paleta ligeramente menos derretida y ella va directo a su boca. Me sonríe.
—¿Podemos ir a caminar Fran y yo? —pregunta Sofia.
—Seguro.
—No vayan muy lejos —añade Pedro.
—No, Sr. Alfonso. —Los ojos avellana de Sofia están amplios y serios. Creo que está un poco asustada de Pedro.
Ella extiende su mano y Fran la agarra con buen gusto.
Caminan juntos lentamente a través del amplio césped.
Pedro los observa.
—Estarán bien, Pedro. ¿Qué podría pasarles aquí?
Frunce el ceño momentáneamente, y yo me arrastro hasta su regazo.
—Además, Fran está completamente entusiasmado con Sofia.
Pedro bufa y acaricia mi cabello. —Es una niña encantadora.
—Lo es. Muy bonita también. Un ángel rubio.
Pedro se endereza y pone sus manos en mi barriga. —¿Niñas, eh? — hay un destello de miedo en su voz. Pongo mi mano en su nuca—. No tienes que preocuparte por tu hija por al menos tres meses. Tengo todo cubierto aquí. ¿De acuerdo?
Me besa detrás de la oreja y mordisquea mi lóbulo.
—Como tú digas, Sra. Alfonso. —Luego me muerde. Gimo.
—Disfruté lo de anoche —dice—. Deberíamos hacerlo más a menudo.
—Yo también.
—Y podríamos hacerlo, si dejaras de trabajar…
Pongo los ojos en blanco y él afianza su brazo alrededor de mí y ríe en mi cuello.
—¿Me estás poniendo los ojos en blanco, Sra. Alfonso? —Hay una sensual amenaza implícita en su tono, que me hace estremecer, pero como estamos en el medio del prado con los chicos cerca, ignoro su invitación.
—Publicaciones Alfonso tiene a un autor de los Bestsellers del New York Times, las ventas de Boyce Fox son fenomenales, el área de e-books del negocio ha explotado, y finalmente tengo al equipo que quiero a mi alrededor.
—Y estás ganando dinero con estos tiempos difíciles —añade Pedro, orgulloso—. Pero… me gusta verte descalza y embarazada en mi cocina.
Me inclino para poder ver su rostro. Me mira, con los ojos brillantes.
—A mí también me gusta eso —murmuro, y me besa, con su mano aún en mi vientre.
Viendo que está de buen humor, decido traer un tema delicado. —¿Has vuelto a pensar en mi sugerencia?
Se tensa. —Paula, la respuesta es no.
—Pero Clara es un nombre tan hermoso.
—No nombraré a mi hija como mi madre. No. Fin de la discusión.
—¿Estás seguro?
—Sí. —Tomando mi barbilla, me mira profundamente, exasperando—. Paula, ya ríndete. No quiero a mi hija marcada por mi pasado.
—De acuerdo. Lo lamento. —Mierda… no quiero hacerlo enfadar.
—Así me gusta. Deja de intentar arreglarlo —murmura—. Hiciste que admitiera que la amaba, me arrastraste a su tumba. Suficiente.
Oh no. Me remuevo en su regazo para enfrentarlo y tomar su cara con mis manos. —Lo lamento. Enserio. Por favor, no te enfades conmigo, por favor. —Lo beso, y luego la esquina de sus labios. Después de un segundo, señala su otra esquina, y sonrío y la beso. Señala su nariz. También la beso. Sonríe y pone sus manos en mi cintura.
—Oh señora Alfonso… ¿qué voy a hacer contigo?
—Seguramente ya pensarás en algo —murmuro.
Sonríe y, moviéndose repentinamente, me empuja hacia la manta.
—¿Y si lo hago ahora? —susurra con una sonrisa lasciva.
—¡Pedro! —jadeo.
De repente hay un grito agudo de Francisco. Pedro se pone de pie con gracia felina y corre hacia la fuente del sonido. Lo sigo a un paso más tranquilo.
En secreto, no estoy tan preocupada como Pedro, no es un grito que me haría bajar los escalones saltando para averiguar que pasa.
Pedro toma a Fran en sus brazos. Nuestro niñito llora
inconsolablemente y señala al suelo, donde yacen los restos de su helado destrozado, derritiéndose en el césped.
—Lo dejó caer —dice tristemente Sofia—. Le habría dado el mío, pero ya lo terminé.
—Oh, Sofia cariño no te preocupes. —Le acaricio el cabello.
—¡Mami! —grita Fran, estirándome sus bracitos. Pedro lo deja ir reticentemente mientras me estiro hacia él.
—Ya, ya.
—Helado. —Solloza.
—Lo sé cariño. Iremos a ver a la señora Taylor y te conseguiremos otro. — Le beso la cabeza… oh, huele tan bien. Huele a mi bebé.
—Helado. —Señala. Tomo su manita y le beso los dedos pegajosos.
—Puedo saborearla en tus dedos.
Francisco deja de llorar y se examina la mano.
—Pon tus dedos en tu boca.
Lo hace. —¡Helado!
—Sí. Tu helado.
Sonríe. Mi hermoso niñito, justo como su padre. Bueno, al menos él tiene un excusa, sólo tiene dos años.
—¿Vamos a ver a la señora Taylor? —Asiente, sonriendo con su hermosa sonrisa infantil—. ¿Dejarás que papi te lleve? —Sacude la cabeza y envuelve sus brazos en mi cuello, abrazándome con fuerza y presionando su cabecita en mi garganta.
—Creo que papi también quiere saborear el helado. —Le susurro en su orejita. Fran me mira, luego a su mano y la sostiene hacia Pedro. Él sonríe y se pone los dedos de Francisco en la boca—. Hmm… sabroso
Fran ríe y se estira, queriendo que Pedro lo sostenga.
Pedro me sonríe y toma a Francisco en sus brazos, acomodándolo en su cadera.
—¿Dónde está Marta, Sofia?
—Estaba en la casa grande.
Miro a Pedro. Su sonrisa se vuelve agridulce, y me pregunto qué estará pensando.
—Eres tan buena con él —murmura.
—¿Este pequeñito? —Alboroto el cabello de Fran—. Sólo porque tengo tu ejemplo Alfonso. —Le sonrío a mi marido.
Él ríe. —Sí, lo haces, señora Alfonso.
Francisco se libera del agarre de Pedro. Ahora quiere caminar, mi hombrecito testarudo. Tomo una de sus manos, y su papi toma la otra, y juntos vamos hamacando a Fran entre los dos todo el camino a la casa, con Sofia saltando adelante.
Saludo a Taylor quien, en un raro día libre, está afuera en la cochera, vestido con vaqueros y una camiseta blanca, mientras manipula una vieja motocicleta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario