Me detengo afuera de la puerta del cuarto de Francisco y escucho a Pedro leyéndole. —¡Soy el Lórax! Yo hablo por los árboles…
Cuando miro, Fran está dormido mientras Pedro sigue leyendo.
Levanta la mirada cuando abro la puerta y cierra el libro. Se pone un dedo en los labios y enciende el parlantito para niños al lado de la cama de Francisco
Ajusta sus mantas, le acaricia la mejilla, y se endereza para acercarse hacia mí sin hacer un sonido. Es difícil no reír Afuera en el pasillo, Pedro me abraza. —Dios, lo amo, pero es genial cuando está dormido. —murmura en mis labios.
—No podría estar más de acuerdo.
Me mira suavemente. —Apenas puedo creer que lleva dos años con nosotros.
—Lo sé. —Lo beso, y por un momento soy transportada de regreso al nacimiento de Francisco: la cesárea de emergencia, la ansiedad contagiosa de Pedro, la calma sin sentido de la doctora Greene cuando mi Pequeño estaba en peligro. Tiemblo inconscientemente ante el recuerdo.
*******
—¡Ya era hora maldita sea! —Le gruñe Pedro. La doctora lo ignora.
—Pedro, tranquilo. —Aprieto su mano. Mi voz suena baja y débil y todo da vueltas, las paredes, las máquinas, la gente vestida de verde… sólo quiero dormir. Pero tengo algo importante que hacer antes… oh cierto—. Quiero tenerlo por mi misma.
—Señora Alfonso, por favor. Cesárea.
—Por favor Paula —ruega Pedro.
—¿Entonces podré dormir?
—Claro nena, por supuesto. —Es casi un sollozo, y Pedro besa mi frente.
—Quiero ver al pequeño.
—Lo harás.
—De acuerdo —susurro.
—Por fin —murmura la doctora—. Enfermera, avise al anestesista Miller, prepare para una cesárea. Sra. Alfonso, vamos a moverla al área de cirugía.
—¿Mover? —Hablamos Pedro y yo.
—Sí. Ahora mismo.
Y de repente nos estamos moviendo, rápidamente, con las luces del techo convirtiéndose en un solo borrón mientras soy llevada por el pasillo.
—Sr. Alfonso, tendrá que ponerse la ropa adecuada.
—¿Qué?
—Ahora señor Alfonso.
Aprieta mi mano y me suelta.
—Pedro. —Lo llamo, entrando en pánico.
Cruzamos unas puertas, y en nada de tiempo una enfermera pone una tela en mi pecho. La puerta se abre y cierra, y hay tanta gente en el cuarto.
Hay tanto ruido… quiero irme a casa.
—¿Pedro? —Busco a mi esposo en el cuarto.
—Estará con usted en un momento, señora Alfonso.
Un momento más tarde está a mi lado, con una bata azul, y tomo su mano.
—Tengo miedo —susurro.
—No nena, no. Estoy aquí. No tengas miedo. No tú, mi fuerte Paula. –—Besa mi frente, y sé por el tono de su voz que algo va mal.
—¿Qué es?
—¿Qué?
—¿Qué va mal?
—Nada va mal. Todo está bien. Nena, sólo estás agotada. —Sus ojos están llenos de miedo.
—Sra. Alfonso, ha llegado el anestesista. Va a ajustar su epidural, y luego podremos proceder
—Está teniendo otra contracción.
Todo se tensa como una barra de hierro en mi estómago.
¡Mierda! Trituro la mano de Pedro para liberarme un poco.
Esto es lo que me cansa, soportar el dolor. Estoy tan cansada. Siento el líquido desparramarse… y desparramarse. Me concentro en el rostro de Pedro. En la arruga entre sus cejas. Está tenso. Está preocupado. ¿Por qué está preocupado?
—¿Puede sentir esto, Sra. Alfonso? —Llega la voz amortiguada de la doctora Greene detrás de la cortina.
—¿Sentir qué?
—No puede sentirlo.
—Bien, doctor Miller, vamos.
—Lo estás haciendo bien Paula.
Pedro está pálido. Tiene sudor en la frente. Está asustado.
No tengas miedo, Pedro, no lo tengas.
—Te amo —susurro.
—Oh Paula —Solloza—. También te amo mucho.
Siento un tirón extraño en mi interior. Como nada que jamás he sentido.
Pedro mira sobre la cortina y palidece, pero mira fascinado.
—¿Qué está ocurriendo?
—¡Succión! Bien…
De repente, se oye un fuerte llanto agudo.
—Tiene un varón, Sra. Alfonso. Revisen su Apgar.
—Su Apgar es nueve.
—¿Puedo verlo? —jadeo.
Pedro desaparece de la vista un momento y reaparece enseguida, cargando a mi hijo, vestido de azul. Tiene el rostro rosado, cubierto de sangre y masa blanca. Mi bebé. Mi Blip. Francisco Reinaldo Alfonso.
Cuando miro a Pedro, tiene lágrimas en los ojos.
—Aquí está su hijo, Sra. Alfonso —susurra con la voz quebrada por la emoción.
—Nuestro hijo —susurro—. Es hermoso.
—Lo es —dice Pedro y besa la frente de nuestro hermoso niñito bajo su cabello negro. Francisco Reinaldo Alfonso es ajeno a ello. Con los ojos cerrados, y el llanto olvidado, se quedó dormido. Es la visión más hermosa que jamás he visto. Tan hermoso que comienzo a llorar.
—Gracias Paula —susurra Pedro, y también tiene lágrimas en los ojos.
*******
—Sólo recordaba el nacimiento de Francisco.
Pedro sonríe y toca mi barriga. —No pienso repetir eso. Cesárea programada esta vez.
—Pedro, yo…
—No, Paula. Casi te me moriste la última vez. No.
—No estuve cerca de morir.
—No. —Es enfático para que no le discuta, pero cuando me mira, su mirada se suaviza.
—Me gusta el nombre Olivia —susurra, y acaricia mi nariz con la suya.
—¿Olivia Alfonso? Olivia… sí, también me gusta. —Le sonrío.
—Bien. Quiero armar el regalo de Fran. —Toma mi mano, y vamos abajo.
Su emoción es palpable; Pedro ha esperado esto por todo el día.
*******
—Lo amará. Por dos minutos. Pedro, sólo tiene dos años.
Pedro ha terminado de armar el tren de madera que le compró a Francisco por su cumpleaños. Hizo que Barney de la oficina creara dos motores para que funcionaran con energía solar como el helicóptero que le regalé yo a él hace unos años. Pedro parece ansioso por el amanecer.
Sospecho que quiere jugar con el tren él mismo.
La alfombra cubre casi todo el suelo de piedra de nuestro cuarto exterior.
Mañana tendremos una fiesta familiar para Fran. Reinaldo y José vendrán y todos los Alfonso, incluyendo a la nueva prima de Fran Eva, la hija de dos meses de Lourdes y Gustavo. Espero con ansias ponerme al día con Lourdes y ver como le va con la maternidad.
Levanto la vista mientras el sol se hunde en la Península Olympic. Es todo lo que Pedro prometió que sería, y siento la misma alegría al verlo ahora que la primera vez.
Simplemente es deslumbrante: el atardecer en el Sound.
Pedro me tira en sus brazos.
—Es una vista increible.
—Lo es —responde Pedro, y cuando me doy vuelta, me está mirando.
Me besa suavemente en los labios—. Es una vista hermosa —murmura. —Mi favorita.
—Es casa.
Sonríe y vuelve a besarme. —Te amo, Sra. Alfonso.
—También te amo Pedro, siempre.
Fin.
Awwwwwww ¡ que hermosisimo final... para una gran historia de Amor ♥ gracias Carme por adaptarla !!
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