martes, 3 de marzo de 2015

CAPITULO ESPECIAL 2





Conociendo a Cincuenta Sombras


Lunes, Mayo 9, 2014


—Mañana —murmuro, despachando a Claude Bastille mientras está de pie en la entrada de mi oficina.


—Golf, esta semana Alfonso —Sonrie Bastille con fácil arrogancia, sabiendo que su victoria en el campo de golf está asegurada.


Lo miro con el ceño fruncido y él se gira y se va. Sus palabras de despedida frotan sal en mis heridas porque a pesar de mis heroicos intentos esta mañana en el gimnasio, mi entrenador personal había pateado mi trasero. Bastille es el único que puede derrotarme, y ahora quiere otra libra de carne humana en el campo de golf. Detesto el golf, pero los negocios se dan mejor en los espacios abiertos, tengo que soportar sus lecciones también ahí… y aunque odio admitirlo. Bastille de alguna manera mejora mi forma de juego.


Mientras miro al cielo de Seattle, la familiar sensación de hastío se filtra en mi consciencia. Mis días se están mezclando sin distinción, y necesito alguna clase de diversión. He trabajado todo el fin de semana y ahora, en los constantes confines de mi oficina, estoy inquieto. No debería sentirme de esta manera, no después de severas competencias con Bastille. Pero lo hago.


Frunzo. La triste realidad es que la única cosa que tiene mi interés últimamente ha sido mi decisión de enviar dos buques de carga a Sudan.


Lo que me recuerda; no se supone que Rose tiene que regresar con los números y la logística. ¿Qué diablos la detiene? Con la intensión de averiguar a que está jugando, le echo un vistazo a mi agenda y alcanzo el teléfono.


¡Oh Cristo! Tengo que aguantar una entrevista con la persistente Señorita Kavanagh de la revista estudiantil WSU. 


¿Por qué demonios accedí?


Detesto las entrevistas, preguntas vanas tras más vanas, mal informadas, idiotas vacías. El teléfono zumba.


—Sí —ataco a Andrea como si ella tuviese la culpa. Al menos puedo ocuparme de esta pequeña entrevista.


—La Sta. Chaves está aquí para verlo, Sr. Alfonso.


—¿Chaves? Estaba esperando a Lourdes Kavanagh.


—Es la Sta. Chaves la que está aquí, señor.


Frunzo el ceño. Odio lo inesperado.


—Dígale que entre —murmuro, sabiendo que sueno como un adolescente malhumorado pero sin que me importe una mierda.


Bueno, bueno… la señorita Kavanagh no está disponible. 


Conozco a su padre, el dueño de Kavanagh media. Hemos hecho negocios, parece un operario astuto y una buena persona. Esta entrevista es un favor para él, uno del que quiero sacar provecho cuando me convenga. Y tengo que admitir que estoy vagamente interesado en su hija, interesado por ver si la manzana ha caído lejos del árbol.


Una conmoción en la puerta me pone de pie, mientras un remolino de pelo castaño largo, extremidades pálidas, y botas cafés entra de cabeza en mi oficina. Pongo mis ojos en blanco y contengo mi enfado natural hacia tal torpeza mientras me apresuro hasta la chica que ha caído sobre sus manos y sus rodillas sobre el suelo. Juntando sus delgados hombros, la ayudo a ponerse de pie.


Claros, brillantes y apenados ojos de color azul encuentran los míos poniendo fin a mis preocupaciones. Son unos extraordinarios ojos de color azul pálido inocentes, y por un feo momento, creo que puede ver a través de mí. Me siento… expuesto. La idea es desconcertante. Es pequeña, un dulce rostro que ahora se ruboriza, de un inocente rosa pálido. Me pregunto brevemente si toda su piel es tan… perfecta, y como se vería rosa y caliente por un azote. Joder. 


Detengo mis descarriados pensamientos, alarmado por su dirección. ¿En qué diablos estás pensando Alfonso? Esta
chica es demasiado joven. Ella jadea y casi pongo de nuevo mis ojos en blanco. Sí, sí nena es sólo una cara belleza superficial. Se disipa mi hostilidad, admirando la mirada de esos grandes y ojos azules.


Hora del show Alfonso. Vamos a divertirnos.


—Señorita Kavanagh —me dice tendiéndome una mano de largos dedos en cuanto me he incorporado—. Soy Pedro Alfonso. ¿Está bien? ¿Quiere sentarse?


Ahí está de nuevo el rubor. Al mando de nuevo, la analizo. 


Es muy atractiva, de una manera torpe, pequeña, pálida, con una melena color caoba apenas agarrada por una goma para el pelo. Una morena. Sí, es atractiva. Extiendo mi mano, y ella tartamudea el inicio de una mortificada disculpa mientras pone su pequeña mano en la mía. Su piel está tan fría y suave, pero su apretón de manos es sorprendentemente firme.


—La señorita Kavanagh está indispuesta, así que me ha enviado a mí. Espero que no le importe, Sr. Alfonso. —Su voz es calmada con una vacilante musicalidad, y parpadea de forma irregular, largas pestañas revoloteando ante esos grandes ojos azules.


Incapaz de mantener la diversión en mi voz mientras recuerdo su menos que elegante entrada a mi oficina, le pregunto quien es.


—Paula Chaves. Estudio literatura inglesa con Lourdes… digo… Lourdes… bueno… la señorita Kavanagh, en la Estatal de Washington.


¿Una nerviosa, del tipo tímido, aficionada por los libros, eh? 

Lo parece.


Terriblemente vestida, ocultando su pequeño cuerpo debajo de un suéter sin forma y una falda recta color café. Cristo. ¿No tiene sentido de la moda en absoluto? Mira nerviosamente alrededor de mi oficina, a todas partes
menos a mi, lo noto con divertida ironía.


¿Cómo puede ser esta chica una periodista? No tiene siquiera un hueso firme en su cuerpo. Es toda encantadoramente nerviosa, mansa, suave… sumisa. Agito mi cabeza, asombrado por la dirección que mis inapropiados pensamientos están tomando. Murmurando una trivialidad, le pido que se siente, luego noto su perspicaz valoración hacia las pinturas de mi oficina.


Antes de que pueda detenerme, me encuentro explicándolas.


—Un artista local. Trouton.


—Son muy bonitos. Elevan lo ordinario a la categoría de extraordinario — dice soñadoramente, perdida en el exquisito y fino arte de mis pinturas. Su perfil es delicado, nariz respingona, labios suaves y carnosos, y en sus
palabras ha reflejado mis pensamientos. Lo ordinario a la categoría de extraordinario. Es una observación inteligente. 


La Sta. Chaves es brillante.


Murmuro mi concordancia y veo ese rubor aparecer lentamente de nuevo en su piel. Mientras me siento justo en frente de ella, trato de reprimir mis pensamientos.


Busca una arrugada hoja de papel y una grabadora en su gran bolso.


¿Una grabadora? ¿No funcionaban ésas con cintas para VHS? Cristo… es toda torpe, dejando caer la maldita cosa dos veces en mi mesa para café Bauhaus. Obviamente nunca ha hecho esto antes, pero por alguna razón que no puedo comprender, lo encuentro divertido. Normalmente esta clase de torpeza me irrita hasta la mierda, pero ahora escondo mi sonrisa tras mi dedo índice y resisto la necesidad de acomodarla por ella. Mientras se pone más nerviosa, se me ocurre que podría mejorar la velocidad de sus movimientos con la ayuda de una fusta. Hábilmente utilizada puede hacer que los más asustadizos se arrodillen. 


La errante idea me hace moverme en mi silla. Ella me mira de reojo y muerde su labio inferior. ¡Qué me jodan! ¿Cómo no noté esa boca antes?


— Pe… Perdón. No suelo utilizarla.


Eso seguro nena —mi pensamiento es irónico—. Pero en este momento me importa un rábano, porque no puedo alejar mis ojos de tu boca.


—Tómese todo el tiempo que necesite Sta. Chaves. —Y necesito otro momento para ordenar mis descarriados pensamientos. Chaves… para esto ahora.


—¿Le molestaría que grabe sus respuestas? —pregunta, su rostro está cándido y expectante.


Quiero reír. Oh gracias Cristo.


—¿Me lo pregunta ahora, después de lo que le ha costado preparar la grabadora? —Ella parpadea, sus ojos grandes y perdidos por un instante, y siento una desconocida punzada de culpa. Deja de ser un mierda, Alfonso.


—No, no me importa —murmuro, sin querer ser responsable de esa expresión.


—¿Le explicó Lourdes… digo… la señorita Kavanagh para dónde era la entrevista?


—Sí. Para el último número de este curso de la revista de la facultad, porque yo entregaré los títulos en la ceremonia de graduación de este año. —¿Por qué diablos acepté hacer eso? No lo sé. Sam mi relaciones públicas me dijo que era un honor, y el departamento de medio ambiente de ciencia
de Vancouver necesitaba la publicidad con el fin de atraer financiación adicional para igualar la concesión que les he dado.


La señorita Chaves parpadea, todos esos grandes ojos azules una vez más, como si mis palabras fueran una sorpresa y mierda, ¡luce desaprobatoria!


¿No ha hecho ningún trabajo a fondo para esta entrevista? 


Debería saber eso. La idea enfría mi sangre. No es placentera, no lo que esperaba de ella o de cualquiera al que le confiriese mi tiempo.


—Bien. Tengo algunas preguntas Sr. Alfonso. —Pone un mechon de pelo detrás de su oreja, distrayendo mi enfado.


—Eso pensé —murmuro secamente. Hagámosla retorcerse.
Complacientemente lo hace, luego se recompone, sentándose derecha y elevando sus pequeños hombros. Inclinándose presiona el botón de la grabadora, y frunce el ceño cuando baja su mirada hasta sus arrugadas notas.


—Es usted muy joven para haber amasado este imperio. ¿A qué se debe su éxito?


Oh, ¡Cristo! Seguramente puede hacerlo mejor que esto. 


Qué mierda de pregunta tan aburrida. Saco de nuevo mi usual respuesta sobre tener personas excepcionales trabajando conmigo por todos los Estados Unidos.
Gente en la que confió, en la medida en la que no confió en nadie, pago bien, bla, bla, bla… pero señorita Chaves, la simple respuesta es, soy un jodido genio en lo que hago. 


Para mi es como tumbar un tronco.


Comprando empresas en crisis y con mal manejo y arreglándolas, o si están en serio en quiebra, despojando sus bienes y vendiéndolos al mejor postor. Es una simple cuestión de saber la diferencia entre esas dos, y siempre se reduce a las personas a cargo. Para triunfar en los negocios necesitas buenas personas, y puedo juzgar a una persona, mejor que la mayoría.


—Quizá tan sólo ha tenido suerte —dice en voz baja.



¿Suerte? Un escalofrió de enojo corre por mi ¿suerte? No hay ni una mierda de suerte envuelta en esto, Sta. Alfonso. 


Luce humilde y tranquila, pero ¿esta pregunta? Nunca nadie me ha preguntado si tuve suerte.


Trabajo duro, acercar la gente a mi, vigilarlos de cerca, tratar de adivinar si hace falta; y si no están a la altura alejarlos sin piedad. Eso es lo que hago, y lo hago bien. ¡No tiene nada que ver con la suerte! Bueno a la mierda eso. Haciendo alarde de mi conocimiento, le cito las palabras mi empresario americano favorito.


—Parece usted un maniático del control —dice, y está perfectamente seria.


¿Qué demonios?


Quizás esos cándidos ojos puedan ver a través de mí. 


Control es mi segundo nombre.


La fulmino con la mirada.


—Oh, bueno, lo controlo todo, señorita Chaves. —Y me gustaría ejercerlo sobre usted, aquí y ahora.


Sus ojos se abren más. Ese atractivo rubor se extiende por su rostro una vez más, y muerde de nuevo su labio. Divago tratando de alejar mi concentración de su boca.


—Además, decirte a ti mismo, en tu fuero más íntimo, que has nacido para ejercer el control te concede un inmenso poder


—¿Siente que tiene un inmenso poder? —pregunta en un tono suave, pero alza una delicada ceja, revelando la censura de sus ojos. Mi enojo crece.


¿Está deliberadamente tratando de incitarme? ¿Son sus preguntas, su actitud, o el hecho de que la encuentro atractiva lo que me encabrona?


—Tengo más de cuarenta mil empleados, señorita Chaves. Eso me otorga cierto sentido de la responsabilidad… poder, si lo prefiere. Si decidiera que ya no me interesa el negocio de las telecomunicaciones y lo vendiera todo, veinte mil personas pasarían apuros para pagar la hipoteca en poco más de un mes.


Su boca cae abierta. Eso me gusta más. ¡Mámalo! Señorita Chaves Siento mi equilibrio retornar.


—¿No tiene una junta directiva a la cual responder?


—Soy dueño de mi compañía. No respondo ante una junta —respondo bruscamente. Debería saberlo. Alzo una ceja cuestionarte.


—¿Y tiene algún otro interés a parte del trabajo? —continua rápidamente, correctamente midiendo mi reacción. Sabe que estoy enojado, y por alguna inexplicable razón esto me place enormemente.


—Mis intereses son muy diversos Sta. Chaves. Muy diversos. —sonrío.


Imágenes de ella en una variedad de posiciones en mi cuarto de juegos pasan por mi mente: encadenada a la cruz, brazos y piernas extendidas en el poste, extendida sobre el banco de azotes. ¡Jodido infierno! ¿Hacia dónde va esto? Y he aquí, el rubor de nuevo. Es como un mecanismo de defensa.


Cálmate Alfonso.


—Pero si trabaja tan duro, ¿qué hace para relajarse?


—¿Relajarme? —Sonrío, esas palabras saliendo de su boca inteligente suenan extrañas. Además ¿cuándo tiempo tengo para tranquilizarme? ¿No tiene alguna idea del número de compañías que controlo? Pero me mira con esos ingenuos ojos azules, y para mi sorpresa me encuentro a mi mismo considerando su pregunta. ¿Qué hago para calmarme? 


Navegar, volar, coger... probar los límites de pequeñas chicas con el cabello marrón como ella, y llevarles el infierno... El pensamiento me hace moverme en mi asiento, pero le contesto suavemente, omitiendo mis dos actividades
favoritas.


—Inviertes en la fabricación, ¿por qué, específicamente?
Su pregunta me arrastra rudamente al presente.


—Me gusta construir cosas. Me gusta saber cómo funcionan las cosas, qué las mueve, cómo construirlas y desconstruirlas. Me encantan los barcos.
¿Qué puedo decir? —Ellos distribuyen comida alrededor del planeta... tomando bienes de quienes los tienen para los que no, y así otra vez. ¿Qué no debería gustarme?


—Eso suena como su corazón hablando, en vez de la lógica y los hechos.


¿Corazón? ¿Yo? Oh no, bebé. Mi corazón fue atacado salvajemente más allá del reconocimiento hace mucho tiempo.


—Posiblemente, aunque hay gente que dirá que no tengo corazón.


—¿Por qué dirían eso?


—Porque me conocen bien. —Le doy una sonrisa irónica. De hecho, nadie me conoce tan bien, tal vez Eleonora. Me pregunto que haría la Sta. Chaves. La chica es una masa de contradicciones: tímida, inquieta, obviamente brillante y excitante como el infierno. Sí, está bien, lo admito. Ella es una pequeña pieza atractiva...


Recita la siguiente pregunta de memoria.


—¿Tus amigos dirían que es fácil llegar a conocerte?


—Soy una persona muy privada, Sta. Chaves. Hago muchas cosas para proteger mi privacidad. Normalmente no doy entrevistas. —Haciendo lo que hago, viviendo la vida que he elegido, necesito mi privacidad.


—¿Por qué estuvo de acuerdo con esta?


—Porque soy un benefactor de la universidad, y a pesar de todos los intentos e intenciones, no podía liberarme de la Señorita Kavanagh. Ella fastidio y fastidio a mi gente de PR y admiro esa clase de tenacidad. —Pero me alegro de que seas tú quien se presento y no ella.


—También inviertes en tecnología de la agricultura. ¿Por qué estás interesado en esa área?



—Porque no podemos comer dinero, Sta. Steele, y hay demasiadas personas en este planeta que no tienen lo suficiente para comer. —La miro, con la cara impasible.


—Eso suena muy filantrópico. ¿Es algo que sientes apasionadamente? ¿Alimentar a los pobres del mundo? —Me considera con una expresión excéntrica como si fuera una clase de rompecabezas para ella, pero no hay manera de que quiera a esos grandes ojos azules mirar dentro de mi alma oscura. Eso no es un área abierta a discusión. Nunca.


—Es un negocio astuto. —Me encojo, fingiendo aburrimiento, y imagino coger su boca inteligente para distraerme de todos mis pensamientos sobre el hambre. Sí, esa boca necesita educación. Ahora ese pensamiento está
apareciendo y me dejo imaginarla sobre sus rodillas ante mí.


—¿Tienes una filosofía? Si es así, ¿cuál es? —recita de memoria otra vez.


—No tengo una filosofía como tal. Tal vez un principio que me guía, Carnegie: “Un hombre que adquiere la capacidad de tomar plena posesión de su propia mente puede poseer cualquier cosa sobre la que tenga derecho”. Soy muy singular. Me gusta el contról... de mi mismo y los que
están a mi alrededor.


—Entonces ¿quieres poseer cosas? —Sus ojos se agrandan.


Sí, nena. Tú, en primer lugar.


—Quiero merecer poseerlas, pero sí, esencialmente lo hago.


—Suenas como el consumidor final. —Su voz tiene un matiz de desaprobación, enfureciéndome de nuevo. Suena como una chica rica que tuvo todo lo que quería, pero cuando miro más de cerca a su ropa, está vestida en Walmart, o posiblemente la Vieja Marina, sé que no lo es. No ha crecido en una casa próspera.


Realmente podría cuidarte.


Mierda. ¿De dónde mierda vino eso? Aunque ahora que lo considero, necesito una nueva Sum. Ha pasado, qué ¿dos meses desde Susana? Y aquí estoy, salivando por una chica de cabello marrón. Intento una sonrisa y estoy de acuerdo con ella. Nada mal con la consumición... después de todo, maneja lo que queda de la economía americana.


—Fuiste adoptado. ¿Cuánto crees que eso ha formado tu forma de ser?


¿Qué mierda tiene que ver eso con el precio del aceite? Le frunzo el ceño.


Que pregunta ridícula. Si hubiera estado con la puta adicta al crack, probablemente habría muerto. La dejo plantada sin una respuesta, tratando de mantener el nivel de mi voz, pero ella me empuja, exigiendo saber cuántos años tenía cuando fui adoptado. ¡Cállala, Alfonso!


—Ese material es de registro público, Sta. Chaves. —Mi voz es ártica. Ella debería saber esta mierda. Ahora parece arrepentida. Bien.


—Has tenido que sacrificar una vida familiar por tu trabajo.


—Eso no es una pregunta —escupo.


Se sonroja de nuevo y muerde ese maldito labio. Pero tiene la gracia de disculparse.


—¿Tuviste que sacrificar una vida familiar por tu trabajo?


¿Que quiero con una familia de mierda?


—Tengo una familia. Tengo un hermano, una hermana y dos padres cariñosos. No estoy interesado en ampliar mi familia.


—¿Es homosexual, Sr. Alfonso?


¡Qué mierda! ¡No puedo creer que ella haya dicho eso en voz alta! La pregunta no pronunciada que mi propia familia no se atreve a preguntar, para mi entretenimiento. ¡Cómo se atreve ella! Tengo que luchar con el impulso de arrastrarla de su asiento, inclinarla sobre mi rodilla y azotarla hasta sacar toda esa mierda de ella; luego follarla sobre mi escritorio con sus manos atadas fuerte detrás su espalda. 


Eso contestaría su pregunta.


¿Cuán frustrante es esta mujer? Tomo una respiración honda y tranquilizante. Para mi placer vengativo, ella parece sumamente avergonzada por su propia pregunta.


—No, Paula, no lo soy. —Levanto mis cejas pero mantengo mi expresión impasible. Paula. Es un nombre encantador. Me gusta la forma en que mi lengua lo envuelve.


—Lo siento. Está um... escrito aquí. —Con nervios, coloca su pelo detrás de su oreja.


No conoce sus propias preguntas. Tal vez no son de ella. Le pregunto y se pone pálida. Mierda, ella es realmente atractiva, en una forma sobreindicada. Incluso llegaría a decir que es hermosa.


—Er... no… Lourdes... La Señorita Kavanagh... ella reunió las preguntas.


—¿Son colegas del periódico estudiantil?


—No, es mi compañera de cuarto.


No es asombroso que esté en todas partes. Rasco mi barbilla, debatiendo si darle un mal momento.


—¿Te ofreciste para hacer esta entrevista? —pregunto y soy recompensado con su mirada de sumisa: ojos grandes, nerviosos por mi reacción. Me gusta el efecto que tengo en ella.


—Me reclutaron. Ella no está bien —dice suavemente.


—Eso explica muchas cosas.


Hay un golpe en la puerta y aparece Andrea.


—Sr. Alfonso, discúlpeme por interrumpir, pero su próxima reunión es en dos minutos.


—No hemos terminado aquí, Andrea. Por favor, cancélala.


Andrea asiente, mirándome boquiabierta. La miro. ¡Afuera! ¡Ahora! Estoy ocupado con la pequeña Señorita Chaves aquí. 


Andrea se sonroja pero se recupera pronto.


—Muy bien, Sr. Alfonso —dice, y girando sobre sus talones, nos deja.


Vuelvo mi atención de nuevo hacia la intrigante y frustrante criatura en mi sofá.


—¿Dónde estábamos, Señorita Chaves?


—Por favor, no me deje interrumpir nada.


Oh no, nena. Es mi turno ahora. Quiero saber si hay algún secreto que descubrir detrás de esos ojos hermosos.


—Quiero saber de ti. Creo que es justo. —Mientras me inclino hacia atrás y presiono mis dedos contra mis labios, sus ojos se mueven rápido hacia mi boca y traga. Oh, sí... el efecto usual. Y es gratificante saber que no es completamente inconsciente de mis encantos.


—No hay mucho que saber —dice, regresando su rubor. La estoy intimidando. Bien.


—¿Cuáles son tus planes después de graduarte?


Ella se encoge.


—No he hecho ningún plan, Sr. Alfonso. Sólo necesito pasar mis exámenes finales.


—Tenemos un excelente programa de internos aquí. —Joder. ¿Qué me poseyó para decir eso? Estoy rompiendo la regla de oro: nunca jamás tengas sexo con el personal. Pero Alfonso, no lo estás cogiendo con esta chica. Ella luce sorprendida y sus dientes se hunden de nuevo en su labio.
¿Por qué eso es tan excitante?


—Oh. Lo tendré en cuenta —masculla. Después, a último momento dice:
—Aunque no estoy segura de si encajaría aquí.


¿Por qué diablos no? ¿Qué está mal con mi compañía?


—¿Por qué dices eso? —pregunto.


—Bueno, es obvio, ¿no?


—No para mí. —Su respuesta me confunde.



Está nerviosa de nuevo cuando se estira por el mini grabador. Mierda, se está yendo. Mentalmente, recorro mis horarios para esa tarde... no hay nada que me entretenga


—¿Te gustaría que te mostrara los alrededores?


—Estoy segura que está demasiado ocupado, Sr. Alfonso y tengo un largo viaje.


—¿Vas a conducir de regreso a WSU en Vancouver? —Miro a través de la ventana. Es un infierno de viaje y está lloviendo, pero no puedo prohibírselo. El pensamiento me irrita.


—Bueno, mejor conduzca con cuidado. —Mi voz es más severa de lo que me propongo.


..Ella juega con la mini grabadora. Ella quiere salir de mi oficina y, por alguna razón que no puedo explicar, no quiero que se vaya.


—¿Conseguiste todo lo que necesitabas? —Agrego en un claro intento de prolongar su estadía.


—Sí, señor —dice lentamente.


Su respuesta me deja anonadado, la forma en que suenan esas palabras, saliendo de esa boca inteligente, y brevemente imagino a esa boca a mi disposición y llamado.


—Gracias por la entrevista, Sr. Alfonso.


—El placer ha sido mío —respondo sinceramente, porque no he estado fascinado por alguien en mucho tiempo. El pensamiento es inquietante.


Ella se para y extiendo mi mano, impaciente por tocarla.


—Hasta que nos encontremos de nuevo, Sta.Chaves. —Mi voz es baja y ella ubica su pequeña mano en la mía. Sí, quiero azotar y joder a esta chica en mi cuarto de juegos. 


Tenerla atada y esperando... necesitándome,
confiando en mi. Trago. Eso no va a pasar, Alfonso.


—Sr. Alfonso —Ella asiente y retira su mano rápido... demasiado rápido.


Mierda, no puedo dejar que se vaya así. Es obvio que está desesperada por irse. La irritación e inspiración me golpean simultáneamente cuando la veo fuera.


—Sólo me aseguro de que pase por la puerta, Sta. Chaves.


Ella se ruboriza entrando, su deliciosa sombra rosada.


—Eso es muy considerado, Sr. Alfonso —escupe.


¡La Señorita Steele tiene dientes! Sonrío detrás de ella cuando sale y la sigo en su caminar. Tanto Andrea como Olga levantan la mirada con sorpresa. Sí, sí. Sólo estoy viendo a la chica irse.


—¿Trajiste abrigo? —pregunto.


—Sí.


Le frunzo el ceño a Olga quien inmediatamente salta para recuperar su abrigo. Tomándolo, la miro para que se vaya. Jesus, Olga es molesta... girando a mi alrededor todo el tiempo.


Hmm. El abrigo es de Walmart. La Señorita Paula Chaves debería estar mejor vestida.


Lo sostengo para ella y lo coloco sobre sus hombros delgados, toco la piel de la base de su cuello. Ella se queda quieta ante el contacto y palidece.


¡Sí! Ella está afectada por mi. El saberlo es inmensamente placentero.


Caminando hacia el ascensor, presiono el botón para llamarlo mientras ella está parada inquieta a mi lado.


Oh, yo puedo calmar tus nervios, nena.


La puerta se abre y ella se escurre adentro, luego se gira para enfrentarme.


—Paula —murmuro, diciendo adiós.


Pedro —susurra ella. Y las puertas del ascensor se cierran, dejando a mi nombre colgado en el aire, sonando extraño, desconocido, pero atractivo como el infierno.


Bueno, jódame. ¿Qué era eso?


Necesito saber más sobre esta chica.


—Andrea —escupo cuando camino de regreso a mi oficina—. Ponme a Welch en línea, ahora.


Mientras me siento en el escritorio y espero la llamada, miro las pinturas en la pared de mi oficina, y las palabras de la Señorita Chaves regresan a mi: “Elevando lo ordinario a lo extraordinario”. Fácilmente podría haberse estado describiendo a si misma.


Mi teléfono vibra.


—Tengo a Welch en línea para usted.


—Comunícalo.


—Sí, señor.


—Welch, necesito una investigación a fondo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario