miércoles, 4 de febrero de 2015

CAPITULO 103





Miro fijamente las llamas, hipnotizada. Bailan y ondean brillantes llamas de color naranja con puntas de azul cobalto en la chimenea del departamento de Pedro. Y a pesar del calor que irradia del fuego y la manta envuelta alrededor de mis hombros, estoy fría. Calada hasta los huesos.


Soy consciente de las voces que hablan en susurros, muchas voces que hablan en susurros. Pero están en el fondo, un zumbido distante. No escucho las palabras.


Todo lo que puedo oír, todo en lo que me puedo enfocar, es el suave siseo de los gases de la chimenea.


Mis pensamientos regresan a la casa que vimos ayer y las enormes chimeneas: chimeneas reales, de las que utilizan madera. Me gustaría hacer el amor con Pedro frente a un fuego real. Me gustaría hacer el amor con Pedro frente a este fuego. Sí, eso sería divertido. Sin duda, él pensaría en algún modo de hacerlo memorable al igual que todas las veces que hemos hecho el amor. Resoplo con ironía para mí misma, incluso las veces en que sólo estábamos follando. 


Sí, esas son bastante memorables, también. ¿Dónde está?


Las llamas brillan y titilan, manteniéndome cautiva, manteniéndome entumecida.


Me enfoco únicamente en su belleza de combustión y ardor. Son embrujadoras.


Paula, me has embrujado.


Él dijo eso la primera ves que durmió conmigo en mi cama. 


Oh no…


Envuelvo mis brazos a mi alrededor, y el mundo colisiona sobre mí y la realidad se desangra en mi consciencia. El aterrador vacío en mi interior se expande un poco más. 


Charlie Tango está desaparecido


—Paula. Aquí. —Gentilmente me engatusa la señora Jones, su voz me trae de regreso a la habitación, al ahora, a la angustia. Me entrega una taza de té. Tomo la taza y el platillo con gratitud, el ruido que hacen traiciona mis manos temblorosas.


—Gracias —suspiro, mi voz ronca por las lágrimas contenidas y el gran bulto en mi garganta.


Malena se sienta frente a mí en el más que largo sofá en forma de “U”, tomada de las manos con Gabriela. Ellas me miran, dolor y ansiedad grabados en sus bellos rostros.


Gabriela se ve mayor, como una madre preocupada por su hijo. Parpadeo desapasionadamente en su dirección. No puedo ofrecerles una sonrisa tranquilizadora, ni siquiera una lágrima… no hay nada, sólo vacuidad y un vacío cada vez mayor. Miro a Gustavo, José y a Lucas, quienes están de pie en la barra de desayuno, con sus rostros serios, hablando en voz baja. Discutiendo algo en suaves tonos bajos. Detrás de ellos, la señora Jones se mantiene ocupada en la cocina.


Lourdes está en la sala de TV, monitoreando las noticias locales. Escucho el tenue chillido de la enorme televisión de plasma. No puedo soportar ver la noticia una vez más —PEDRO ALFONSO DESAPARECIDO— su hermoso rostro en la televisión.


Extrañamente, se me ocurre que nunca he visto a tanta gente en esta habitación, sin embargo siguen siendo eclipsados por su gran tamaño. Pequeñas islas de perdidas y ansiosas personas en el hogar de mi Cincuenta. ¿Qué pensaría él de que ellos estén aquí?


En algún lugar, Taylor y Manuel están hablando con las autoridades que nos alimentan con goteos de información, pero nada tiene sentido. El hecho es, que él está desaparecido. Ha estado desaparecido por ocho horas. Ni una señal, ni una palabra de él. La búsqueda se ha suspendido: eso sí lo sé. Sencillamente está demasiado oscuro. Y no sabemos dónde está. Podría estar herido, hambriento, o peor. ¡No!


Ofrezco otra plegaria silenciosa a Dios. Por favor deja que Pedro esté bien. Por favor deja que Pedro esté bien. Lo repito una y otra vez en mi cabeza: mi mantra, mi salvación, algo concreto a lo que aferrarme en mi desesperación. Me rehúso a pensar en lo peor. No, no vayas ahí. Hay esperanza.


Tú eres mi salvación.


Las palabras de Pedro regresan para atormentarme. Sí, siempre hay esperanza.


No debo desesperarme. Sus palabras se hacen eco a través de mi mente.


Ahora soy un firme defensor de la gratificación inmediata. Carpe diem, Paula.


¿Por qué no aproveché el día?


Estoy haciendo esto porque finalmente he encontrado a alguien con quien quiero pasar el resto de mi vida.


Cierro mis ojos en una plegaria silenciosa. Por favor, no dejes que el resto de su vida sea así de corta. Por favor, por favor. No hemos tenido suficiente tiempo… necesitamos
más tiempo. Hemos hecho tanto este último par de semanas, hemos llegado tan lejos. No puede acabar. Todos nuestros momentos de ternura: la barra de labios, cuando me hizo el amor por primera vez en el hotel Olympic, él sobre sus rodillas ofreciéndose a mí, finalmente dejándome tocarlo.


Soy el mismo, Paula. Te amo y te necesito. Tócame. Por favor.


Oh, lo amo también. Seré nada sin él, nada más que una sombra… toda la luz eclipsada. No, no, no… mi pobre Pedro.


Este soy yo, Paula. Todo mi ser… y soy todo tuyo. ¿Qué hago para que te des cuenta de eso?
Para que te des cuenta de que te quiero de cualquier forma en que pueda tenerte. Que te amo.


Y yo a ti, mi Cincuenta Sombras.


Abro mis ojos y observo sin ver el fuego una vez más, recuerdos de nuestro tiempo juntos revoloteando por mi mente: su alegría infantil cuando estábamos navegando y deslizándonos; su suave, sofisticada, y caliente como el demonio apariencia en el baile de máscaras; bailando, oh sí, bailando aquí en el departamento al ritmo de Sinatra, girando alrededor de la habitación; su silenciosa y ansiosa esperanza ayer en la casa… esa impresionante vista.


Pondré mi mundo a tus pies, Paula. Te quiero a ti, en cuerpo y alma, para siempre.


Oh, por favor, deja que esté bien. No puede haberse ido. Él es el centro de mi universo.


Un sollozo involuntario se escapa de mi garganta, y presiono mi mano contra mi boca. No. Debo ser fuerte.


José está repentinamente a mi lado, ¿o lo ha estado desde hace un tiempo? No tengo idea.


—¿Quieres llamar a tu mamá o a tu papá? —pregunta con amabilidad.


¡No! Sacudo la cabeza y aprieto la mano de José. No puedo hablar, sé que me desmoronaré si lo hago, pero el cálido y suave apretón de su mano no me ofrece ningún consuelo.


Oh, mamá. Mis labios tiemblan al pensar en mi madre. 


¿Debería llamarla? No. No podría lidiar con su reacción. Tal vez Reinaldo, él no se pondría emocional… nunca se
pone emocional, ni siquiera cuando los Mariners pierden.


Gabriela se levanta para unirse a los chicos, distrayéndome. 


Ese debe ser el tiempo más largo que pasó quieta. Malena viene a sentarse junto a mí y agarra mi otra mano.


—Él regresará —dice ella, su voz inicialmente determinada pero quebrándose al final. Sus ojos se ven enormes y enrojecidos, su rostro pálido y agotado por la falta de sueño.


Miro a Lucas, que está observando a Malena y a Gustavo, quien tiene sus brazos alrededor de Gabriela. Miro el reloj. Son pasadas las once, avanzando hacia la medianoche. ¡Maldito tiempo! Con cada hora que pasa, el vacío interminable se expande, consumiéndome, ahogándome. Sé que muy profundo en mi interior me estoy preparando, preparando para lo peor. Cierro mis ojos y elevo otra plegaria silenciosa, aferrando las manos de Malena y José.


Abriéndolos de nuevo, miro las llamas una vez más. Puedo ver su tímida sonrisa: mi favorita de todas sus expresiones, un vistazo del Pedro real, mi Pedro real. Él es tantas personas: loco del control, Gerente General, acosador, dios del sexo, dominante —y al mismo tiempo— un absoluto niño con sus juguetes. Sonrío.
Su auto, su bote, su avión… Charlie Tango… no… no… mi chico perdido, realmente es mi chico perdido ahora. Mi sonrisa se desvanece y el dolor me atraviesa. Lo recuerdo en la ducha, enjuagándose las marcas del lápiz labial.


No soy nada, Paula. Soy la carcaza de un hombre. No tengo corazón.


El bulto en mi garganta se expande. Oh, Pedro, sí lo tienes, tienes un corazón, y es mío. Quiero amarlo por siempre. A pesar de que él es tan complejo y difícil, lo amo. Siempre lo amaré. Nunca habrá alguien más. Jamás.


Recuerdo estar sentada en Starbucks analizando mis pros y contras sobre Pedro. Todos esos contras, incluso esas fotografías que encontré esta mañana, son insignificantes ahora. Sólo está él, y la duda de si es que regresará. Oh, por favor, Señor, tráelo de regreso, por favor déjalo estar bien. Iré a la iglesia… haré cualquier cosa. Oh, si él regresaba, iba a aprovechar el día. Su voz se hace eco en mi cabeza una vez más: Carpe diem, Paula.


Miro con profundidad el fuego, las llamas todavía lamen y se encrespan unas alrededor de las otras, ardiendo brillantemente. Entonces Gabriela grita, y todo comienza a suceder en cámara lenta.


—¡Pedro!


Giro mi cabeza a tiempo de ver a Gabriela gritando al otro lado de la enorme sala en el sitio donde se había estado paseando en alguna parte detrás de mí, y ahí en la entrada se encuentra de pie un consternado Pedro. Está vestido en mangas de camisa y pantalones de traje, y está sujetando su chaqueta azul marino, zapatos y calcetines. Se ve cansado, sucio, y completamente hermoso.


Mierda santa… Pedro. Está vivo. Lo miro aturdida, intentando descubrir si estoy alucinando o si realmente él está aquí.


Su expresión es una de absoluto desconcierto. Deposita su chaqueta y zapatos en el suelo justo a tiempo para atrapar a Gabriela, quien lanza sus brazos alrededor de su cuello y lo besa con fuerza en la mejilla.


—¿Mamá?


Pedro la mira, completamente perdido.


—Pensé que nunca te vería otra vez —susurra Gabriela, expresando nuestro miedo colectivo.


—Mamá, estoy aquí. —Escucho la consternación en su voz.


—Morí de mil formas hoy —susurra ella, su voz apenas audible, haciendo eco de nuestros pensamientos. Ella jadea y solloza, sin ser capaz ya de reprimir sus lágrimas. Pedro frunce el ceño, horrorizado o mortificado —no sé cuál de las dos— y luego, después de un segundo, la envuelve en un enorme abrazo,sosteniéndola cerca.


—Oh, Pedro—se ahoga ella, envolviendo sus brazos a su alrededor, sollozando en su cuello —todo el auto control olvidado— y Pedro no se opone. Sólo la sostiene, balanceándolos de atrás hacia adelante, consolándola. 


Produciendo una piscina de lágrimas en mis ojos.


Manuel grita desde el pasillo:
—¡Está vivo! ¡Mierda… estás aquí! —Aparece desde la oficina de Taylor, sosteniendo su móvil, y los abraza a ambos, con los ojos cerrados en dulce alivio.


—¿Papá?


Malena chilla algo inteligible a mi lado, y luego está de pie, corriendo, uniéndose a sus padres, abrazándolos a todos, también.


Finalmente las lágrimas comienzan a correr por mis mejillas. 


Él está aquí, está bien.


Pero no puedo moverme.


Manuel es el primero en separarse, limpiándose los ojos y palmeando el hombro de Pedro. Malena los libera y Grace da un paso atrás.


—Lo lamento —murmura.


—No, mamá, no pasa nada —dice Pedro, la consternación todavía evidente en su rostro.


—¿Dónde estabas? ¿Qué sucedió? —Gabriela llora y apoya su cabeza en sus manos.


—Mamá —murmura Pedro. La atrae hacia sus brazos otra vez y besa la parte superior de su cabeza—. Estoy aquí. Estoy bien. Sólo me tomó una cantidad infernal de tiempo regresar desde Portland. ¿Qué hay con lo del comité de
bienvenida? —Levanta la mirada y escanea la habitación hasta que sus ojos se traban con los míos.


Parpadea y mira brevemente a José, quien deja ir mi mano. 


La boca de Pedro se tensa. Bebo de su vista y el alivio se dispersa a través de mí, dejándome agotada, exhausta, y completamente eufórica. Sin embargo mis lágrimas no se detienen.


Pedro regresa su atención a su madre.


—Mamá, estoy bien. ¿Qué está mal? —dice Pedro de forma tranquilizadora.


Ella pone sus manos a cada lado de su rostro.


Pedro, has estado desaparecido. Tu plan de vuelo… nunca llegaste a Seattle.¿Por qué no nos contactaste?


Las cejas de Pedro se levantan en sorpresa.


—No pensé que me fuera a tomar todo este tiempo.


—¿Por qué no llamaste?


—Mi móvil se quedó sin batería.


—¿No te detuviste… a llamar por cobrar?


—Mamá… es una larga historia.


—¡Oh, Pedro! ¡Nunca te atrevas a hacerme eso otra vez! ¿Entiendes? —casi le grita ella.


—Sí, mamá. —Él limpia sus lágrimas con su pulgar y la abraza una vez más.


Cuando ella se compone, él la libera para abrazar a Malena, quien lo golpea con fuerza en el pecho.


—¡Nos tenías tan preocupados! —suelta ella, y, también, está llorando.


—Estoy aquí ahora, por el amor de Dios —murmura Pedro.


A medida que Gustavo avanza, Pedro le entrega a Malena a Manuel, quien ya tiene un brazo alrededor de su esposa. Enrosca el otro alrededor de su hija. Gustavo abraza a
Pedro brevemente, para gran sorpresa de Pedro, y lo golpea con fuerza en la espalda.


—Me alegro de verte —dice Gustavo en voz alta, aunque un poquito brusco, intentando ocultar su emoción.


Mientras las lágrimas corren por mi rostro, puedo verlo todo. 


La gran sala está bañada en ello: amor incondicional. Él lo tiene en abundancia; sencillamente nunca lo ha aceptado antes, e incluso ahora está totalmente perdido.


¡Mira, Pedro, todas estas personas te aman! Tal vez ahora comenzarás a creerlo.


Lourdes está de pie detrás de mí —debe haber dejado el cuarto de TV— y acaricia suavemente mi cabello.


—Realmente está aquí, Paula —murmura de forma reconfortante.


—Ahora voy a decirle hola a mi chica —le dice Pedro a sus padres. Ambos asienten, sonríen, y dan un paso al costado.


Él se mueve hacia mí, sus ojos grises brillantes, aunque todavía cansados y aturdidos. Desde algún lugar profundo en mi interior, encuentro la fuerza para ponerme de pie y saltar a sus brazos abiertos.


—¡Pedro! —sollozo.


—Tranquila —dice él y me sostiene, enterrando su rostro en mi cabello e inhalando profundamente. Levanto mi cara llena de lágrimas hacia la suya, y me besa demasiado brevemente.


—Hola —murmura.


—Hola —susurro en respuesta, un bulto en la parte posterior de mi garganta ardiendo.


—¿Me extrañaste?


—Un poquito.


Él sonríe.


—Puedo decirlo. —Y con un suave toque de su mano, limpia las lágrimas que se niegan a dejar de correr por mis mejillas.


—Pensé… pensé… —me ahogo.


—Puedo verlo. Tranquila… estoy aquí. Lo lamento. Más tarde —murmura, y me besa castamente de nuevo.


—¿Estás bien? —pregunto, liberándolo y tocando su pecho, sus brazos, su cintura —oh, la sensación de este cálido, vital, sensual hombre bajo mis dedos— me reasegura que él está aquí, de pie frente a mí. Está de regreso. Ni siquiera se
inmuta. Sólo me mira intensamente.


—Estoy bien. No iré a ninguna parte.


—Oh, gracias Dios. —Lo aferro por la cintura otra vez, y él me abraza una vez más—. ¿Tienes hambre? ¿Necesitas algo de beber?


—Sí.


Doy un paso atrás para ir a buscarle algo, pero él no me deja ir. Me acomoda bajo su brazo y extiende una mano a José.


—Sr. Alfosno —dice José de manera uniforme.


Pedro resopla.


Pedro, por favor —dice.


Pedro, bienvenido de regreso. Me alegro de que estés bien… y um, gracias por dejar que me quede aquí.


—No hay problema. —Pedro entorna sus ojos, pero es distraído por la señora Jones, quien está repentinamente a su lado. Sólo se me ocurre ahora que ella no tiene su apariencia habitual. No lo había notado antes. Su cabello está suelto, y está usando unos suaves leggins grises y una enorme sudadera con Cougars WSU estampadas al frente. Se ve años más joven.


—¿Puedo traerle algo, Sr. Alfonso? —Ella limpia sus ojos con un pañuelo.


Pedro le sonríe con cariño.


—Una cerveza, por favor, Marta, una Budvar, y algún bocado para comer.


—Yo lo iré a buscar —murmuro, queriendo hacer algo por mi hombre.


—No. No te vayas —dice él en voz baja, apretando su brazo a mi alrededor.


El resto de su familia lo rodea, y Lucas y Lourdes se nos unen. Él aprieta la mano de Lucas y le da a Lourdes un rápido beso en la mejilla. La Sra. Jones regresa con una
botella de cerveza y un vaso. Él agarra la botella pero sacude su cabeza hacia el vaso. Ella le sonríe y regresa a la cocina.


—Me sorprende que no quieras algo más fuerte —murmura Gustavo—. Entonces, ¿qué mierdas te pasó? Lo primero que supe fue cuando papá me llamó para decir que el helicóptero63 había desaparecido.


—¡Gustavo! —lo regaña Gabriela.


—El helicóptero —gruñe Pedro, corrigiendo a Gustavo, quien sonríe, y sospecho que esta es una broma familiar.


—Sentémonos y les diré. —Pedro me empuja hasta el sofá, y todo el mundo se sienta, los ojos puestos en Pedro. Él toma un largo trago de su cerveza. Espía a Taylor vagando en la entrada y asiente. Taylor asiente en respuesta.


—¿Tu hija?


—Está bien ahora. Falsa alarma, señor.


—Qué bueno. —Pedro sonríe.


¿Hija? ¿Qué le sucedió a la hija de Taylor?


—Me alegra que esté de vuelta, señor. ¿Eso será todo?


—Tenemos un helicóptero que recuperar.


Taylor asiente.


—¿Ahora? ¿O podrá ser en la mañana?


—En la mañana, creo, Taylor.


—Muy bien, Sr. Alfonso. ¿Algo más, señor?


Pedro sacude la cabeza y levanta su botella hacia él. 


Taylor le da una rara sonrisa —más rara que la de Pedro, creo—, y se dirige, presumiblemente a su oficina o a su habitación.


Pedro, ¿qué sucedió? —demanda Manuel.


Pedro se lanza a la historia. Estaba volando con Rosario, su número dos en Charlie Tango para lidiar con un asunto de financiación en la WSU, en Vancouver. Apenas puedo seguirle el ritmo porque estoy tan aturdida. Simplemente sostengo la mano de Pedro y miro fijamente sus uñas de manicura, sus largos dedos, las arrugas de sus nudillos, su reloj de pulsera, un Omega con tres pequeñas esferas. Miro su hermoso perfil mientras él continúa su historia.
—Rosario nunca había visto el Monte St. Helens, así que en el camino de regreso tomamos un tour, como celebración. Escuché que la RTV64 fue levantada un rato antes y quería echar un vistazo. Bueno, es una fortuna que lo hiciéramos.
Estábamos volando bajo, a cerca de doscientos pies sobre el nivel del mar, cuando el tablero de mando se iluminó. Teníamos un incendio en la cola, no tuve más opción que cortar toda la electricidad y aterrizar. —Sacude la cabeza—. La aterricé por el Lago Silver, saqué a Rosario y nos las arreglamos para atender el incendio.


—¿Un incendio? ¿En ambos motores? —Manuel está horrorizado.


—Sip.


—¡Mierda! Pero pensé…


—Lo sé —lo interrumpe Pedro—. Fue pura suerte que estuviera volando tan bajo —murmura. Me estremezco. Él libera mi mano y pone su brazo a mi alrededor.


—¿Tienes frío? —me pregunta. Sacudo la cabeza.


—¿Cómo apagaron el incendio? —pregunta Lourdes, sus instintos de Carla Bernstein65 haciendo la entrada. Caray, ella suena seca algunas veces.


—Con el extinguidor. Tenemos que llevarlos, por ley —le responde Pedro al mismo nivel.


Sus palabras de hace tiempo dan vueltas en mi mente. 


Agradezco a la divina providencia todos los días porque fueras tú la que vino a entrevistarme y no Lourdes
Kavanagh.


—¿Por qué no llamaron o usaron la radio? —pregunta Gabriela.


Pedro sacude la cabeza.


—Con la electricidad cortada, no teníamos radio. Y no iba a arriesgarme a encenderla por el incendio. El GPS todavía estaba funcionando en el BlackBerry,así que pude navegar para ver el camino más cercano. Nos tomó cuatro horas
caminar allí. Rosario tenía tacones. —La boca de Pedro se presiona en una plana y desaprobadora línea.
—No teníamos recepción telefónica. No hay cobertura en Gifford. La batería de Rosario murió primero. La mía se acabó en el camino.


Infiernos. Me tenso y Pedro me empuja en su regazo.


—Entonces, ¿cómo regresaron a Seattle? —pregunta Gabriela, parpadeando ligeramente al vernos, sin dudar. Me sonrojo.


—Enganchamos y reunimos nuestros recursos. Entre los dos, Rosario y yo teníamos seiscientos dólares, y pensamos que tendríamos que sobornar a alguien para conducirnos de vuelta, pero el conductor de un camión se detuvo y estuvo de acuerdo en traernos a casa. Se negó a recibir el dinero y compartió su almuerzo con nosotros. —Pedro sacude su cabeza en consternación por el recuerdo—. Nos llevó por siempre. Él no tenía un celular… raro, pero cierto. No me di cuenta. —Se detiene, mirando a su familia.


—¿Qué nos preocuparíamos? —se mofa Gabriela—. ¡Oh, Pedro! —lo regaña—. ¡Nos hemos estado volviendo locos!


—Has llegado a las noticias, hermano.


Pedro pone los ojos en blanco.


—Sí. Me lo imaginé cuando llegué a esta recepción y por el puñado de fotógrafos afuera. Lo lamento, mamá, debí haberle pedido al conductor que se detuviera para poder llamar. Pero estaba ansioso por regresar. —Él mira a José.


Oh, es por eso, porque José se está quedando aquí. Frunzo el ceño por el pensamiento. Jesús, toda esa preocupación.


Gabriela sacude la cabeza.


—Sólo me alegra que estés de vuelta en una pieza, querido.


Empiezo a relajarme, mi cabeza contra su pecho. Huele a aire libre, ligeramente sudoroso, gel de ducha, y a Pedro, el aroma más bienvenido en el mundo. Las lágrimas empiezan a derramarse por mi cara de nuevo, lágrimas de gratitud.


—¿Ambos motores? —dice Manuel una vez más, frunciendo el ceño con incredulidad.


—Imagínalo. —Pedro se encoge de hombros y recorre mi espalda con su mano.


—Oye —susurra. Pone sus dedos bajo mi barbilla y levanta mi cabeza—. Deja de llorar.


Me limpio la nariz con la parte trasera de mi mano en una manera muy impropia de una dama.


—Deja de desaparecer. —Lloriqueo y sus labios se curvan.


—Fallo eléctrico… eso es raro, ¿verdad? —dice Manuel de nuevo.


—Sí, se me pasó por la mente también, papá. Pero justo ahora, sólo me gustaría ir a la cama y pensar en todo esa mierda mañana.


—Entonces, ¿los medios saben que el Pedro Alfonso ha sido encontrado sano y salvo? —dice Lourdes.


—Sí. Andrea y mis asistentes lidiaran con los medios. Rosario la llamó después de que la dejáramos en casa.


—Sí, Andrea me llamó para decirme que todavía estabas vivo —sonríe Manuel.


—Debo darle un aumento a esa mujer. De seguro es tarde —dice Pedro.


—Creo que esa es una pista, damas y caballeros, de que mi querido hermano necesita su sueño de belleza. —Se burla Gustavo sugestivamente. Pedro le hace una mueca.


—Manu, mi hijo está a salvo. Puedes llevarme a casa ahora.


¿Manu? Gabriela mira con adoración a su esposo.


—Sí. Creo que deberíamos dormir —responde Manuel, sonriéndole.


—Quédense —ofrece Pedro.


—No, cariño, quiero ir a casa. Ahora que sé que estás a salvo.


Pedro me deja en el sofá a regañadientes y se pone de pie. 


Gabriela lo abraza una vez más, presiona su cabeza contra su pecho y cierra sus ojos, contenta. Él envuelve sus brazos alrededor de ella.


—Estaba tan preocupada, querido —susurra.


—Estoy bien, mamá.


Ella se aparta un poco y lo estudia atentamente mientras él la sostiene.


—Sí, creo que lo estás —dice lentamente, me mira, y sonríe. 


Me sonrojo.


Seguimos a Manuel y Gabriela mientras se abren paso hacia el vestíbulo. Detrás de mí, me doy cuenta que Malena y Lucas están teniendo una acalorada conversación en susurros, pero no puedo escucharla.


Malena está sonriéndole tímidamente a Lucas, y él está boquiabierto ante ella y sacudiendo su cabeza. De repente, ella se cruza de brazos y se da la vuelta en sus tacones. Él se frota la frente con una mano, obviamente frustrado.


—Mamá, papá… espérenme —llama Malena hoscamente. Tal vez es tan volátil como su hermano.


Lourdes me abraza fuerte.


—Puedo ver que alguna mierda seria ha estado pasando desde que estuve felizmente ignorante en Barbados. Es obvio que ustedes dos están locos el uno por el otro. Me alegra que esté a salvo. No sólo por él, Paula, también por ti.


—Gracias, Lourdes —susurro.


—Sí. ¿Quién sabría que encontraríamos el amor al mismo tiempo? —Sonríe. Guau.


Lo ha admitido.


—¡Con hermanos! —Me río tontamente.


—Podríamos terminar siendo cuñadas —bromea.


Me tenso, luego mentalmente me pateo mientras Lourdes me mira con su mirada de qué-es-lo-que-no-me-estás-diciendo-Chaves. Me sonrojo. Maldita sea, ¿debería decirle que él me lo ha preguntado?


—Vamos, nena —la llama Gustavo desde el elevador.


—Hablamos mañana, Paula. Debes estar cansada.


Estoy exhausta.


—Seguro. También tú, Lourdes… has viajado una larga distancia hoy.


Nos abrazamos una vez más, luego ella y Gustavo siguen a los Alfonso en el elevador.


Lucas aprieta la mano de Pedro y me da un rápido abrazo. 


Parece distraído pero los sigue hacia el elevador y las puertas se cierran.


José está dando vueltas en el pasillo cuando salimos del vestíbulo.


—Miren. Me iré a acostar… los dejaré solos —dice.


Me sonrojo. Jesús, ¿por qué esto es incómodo?


—¿Sabes a dónde ir? —pregunta Pedro.


José asiente.


—Sí, el ama de llaves…


—La Sra. Jones —digo de pronto.


—Sí, la Sra. Jones, ella me mostró antes. Un gran lugar el que tienes aquí, Pedro.


—Gracias —dice cortésmente Pedro mientras viene a mi lado, poniendo su brazo alrededor de mis hombros. 


Inclinándose, besa mi cabello.


—Voy a comer lo que sea que la Sra. Jones haya hecho para mí. Buenas noches, José. —Pedro camina de regreso al gran salón, dejándonos a José y a mí en la entrada.


¡Guau! Sola con José.


—Bueno, buenas noches. —José parece incómodo de repente.


—Buenas noches, José, y gracias por quedarte.


—Seguro, Paula. Cada vez que tu rico novio ejecutivo se pierda… estaré ahí.


—¡José! —lo reprendo.


—Sólo bromeo. No te enojes. Me iré temprano en la mañana… te veré alguna vez,¿sí? Te he extrañado.


—Seguro, José. Espero que sea pronto. Lamento que esta noche fuera tan… de mierda. —Sonrió a modo de disculpa.


—Sí. —Él sonríe—. De mierda. —Me abraza—. En serio, Paula, me alegra que seas feliz, pero estoy aquí si me necesitas.


Lo miro.


—Gracias.


Me regala una triste y amarga sonrisa, y luego sube las escaleras.


Me doy vuelta hacia el gran salón. Pedro está junto al sofá, observándome con una expresión indescifrable en su rostro. Finalmente estamos solos y nos miramos el uno al otro.


—Él todavía lo pasa mal, sabes —murmura.


—¿Y cómo lo sabes, Sr. Alfonso?


—Reconozco los síntomas, señorita Chaves. Creo que tengo la misma aflicción.


—Pensé que jamás te vería de nuevo —susurro. Allí, las palabras han salido. Todos mis peores temores empacados en una corta oración ahora exorcizada.


—No fue tan malo como suena.


Recojo su chaqueta y sus zapatos de donde yacen en el piso y me muevo hacia él.


—Yo llevaré eso —susurra, extendiéndose por su chaqueta.


Pedro me mira como si yo fuera la razón de la vida y refleja mi mirada, estoy segura. Él está aquí, realmente aquí. Me empuja en sus brazos y se envuelve a mí alrededor.


Pedro —jadeo, y mis lágrimas empiezan a caer de nuevo.


—Tranquila —me calma, besando mi cabeza—. Sabes… en los pocos segundos de puro terror antes de que aterrizara, todos mis pensamientos fueron de ti. Eres mi talismán, Paula.


—Pensé que te había perdido —susurro. Nos quedamos ahí, sosteniéndonos uno al otro, y reasegurándonos. 


Mientras aprieto mis brazos a su alrededor, me doy
cuenta que todavía sostengo sus zapatos. Los dejo caer al piso.


—Ven y dúchate conmigo —murmura.


—De acuerdo. —Levanto la mirada hacia él. No quiero soltarlo. Estirándose,levanta mi barbilla con sus dedos.


—Sabes, incluso manchada de lágrimas eres hermosa, Paula Chaves —Se inclina y me besa suavemente—. Y tus labios son tan suaves. —Me besa de nuevo, profundizando el beso.


Oh, mi… y pensar que podría haberlo perdido… no… dejo de pensar y me rindo.


—Necesito poner mi chaqueta a un lado —murmura.


—Tírala —murmuro contra sus labios.


—No puedo.


Me aparto y levanto la mirada hacia él, perpleja.


Me sonríe son suficiencia.


—Es por esto. —De dentro de su bolsillo delantero saca la pequeña caja que le di, que contiene mi regalo. Cuelga la chaqueta en la parte trasera del sofá y pone la caja sobre él.


Aprovecha el día, Paula, me dice mi subconsciente. Bueno, es más de media noche, así que técnicamente es su cumpleaños.


—Ábrela —susurro, y mi corazón empieza a palpitar con fuerza.


—Estaba esperando que dijeras eso —murmura—. Esto me ha estado volviendo loco.


Sonrío pícaramente. Jesús, me siento mareada. Él me regala una tímida sonrisa, y me derrito a pesar de mi corazón golpeteando, deleitándome con su divertida e intrigada expresión. Con hábiles y largos dedos, desenvuelve y abre la caja. Su ceja se enarca mientras saca un pequeño llavero rectangular de plástico que lleva la imagen de pequeños pixeles que destellan como una pantalla LED. Representa el cielo de Seattle, enfocándose en el Space Needle, con la palabra SEATLE escrita audazmente a través del paisaje, destellando.


Él se lo queda mirando por un momento y luego me mira con desconcierto, un ceño fruncido estropeando su adorable ceja.


—Dale la vuelta —susurro, conteniendo el aliento.


Lo hace y sus ojos se disparan a los míos, amplios y grises, vivos con maravilla y alegría. Sus labios se entreabren con incredulidad.


La palabra destella en el llavero.


—Feliz cumpleaños —susurro.


63 Juego de palabras intraducible. Otra forma de decir helicóptero es “Chopper” (como lo dice Elliot
ahí), que también se usa para nombrar a un tipo de motocicleta.
64 RTV: Restricción Temporal de Vuelo
65 Carla Bernstein: Periodista investigativa Americana

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