miércoles, 4 de febrero de 2015
CAPITULO 104
—¿Te casarás conmigo? —susurra, incrédulo.
Asiento nerviosamente, sonrojándome y ansiosa y casi sin creer su reacción, este hombre quien pensé que había perdido. ¿Cómo no podía entender cuanto lo amaba?
—Dilo —ordena suavemente, con su mirada intensa y sexy.
—Sí, me casaré contigo.
Inhala fuertemente y se mueve de repente agarrándome y girando a mi alrededor, en forma no muy tipo Cincuenta Sombras. Se está riendo, joven y desenfadado, irradiando entusiasta alegría. Agarro sus brazos para sostenerme, sintiendo la ondulación de sus músculos bajo mis dedos, y su risa contagiosa me arrasa, una chica total y absolutamente enamorada de su hermoso hombre. Él me baja y me besa. Fuertemente. Sus manos están a ambos lados de mi cara, su lengua insistente, persuasiva… excitante.
—Oh, Paula —respira contra mis labios, y es una alegría que me deja tambaleando.
Él me ama, de lo que no tengo ninguna duda, y degusto el sabor delicioso de este hombre, este hombre que pensé que nunca podría ver de nuevo. Su alegría es evidente, sus ojos brillaban, su sonrisa juvenil, y su alivio es casi palpable.
—Pensé que te había perdido —murmuré, todavía deslumbrada y sin aliento de su beso.
―Cariño, hará falta algo más que un mal funcionamiento de 135 para mantenerme lejos de ti.
―¿135?
―Charlie Tango. Es un Eurocopter 135, el más seguro de su clase. —Una desconocida pero oscura emoción se cruza en su cara brevemente, distrayéndome.
¿Qué no me está diciendo? Antes de que pueda preguntarle se queda quiero y me mira, frunciendo el ceño, y por un momento pienso que va a decirme. Parpadeo a sus ojos grises especulativos.
—Espera un minuto. Me diste esto antes de ver a Flynn —dice, sosteniendo la llave. Se ve casi horrorizado.
¡Dios mío!, ¿a dónde va con esto? Asiento con la cabeza, manteniendo una cara seria.
Su boca se abre.
Me encojo de hombros como disculpándome.
—Quería que supieras que todo lo que Flynn dijo no haría una diferencia para mí.
Pedro parpadea hacia mí con incredulidad.
—Así que toda la tarde de ayer, cuando te estaba pidiendo una respuesta, ¿ya la tenías? —Esta consternado. Asiento con la cabeza otra vez, tratando desesperadamente de evaluar su reacción. Él me mira con asombro estupefacto,
pero luego estrecha sus ojos y su boca se tuerce con divertida ironía.
—Toda esa preocupación —susurra ominosamente. Le sonrió y me encojo de hombros una vez más—. Oh, no trates de ponerte toda tierna conmigo, señorita Chaves. Ahora mismo, quiero... —Corre su mano a través de su cabello, luego,mueve la cabeza y cambia de rumbo.
—No puedo creer que me dejaste en el aire —su susurro esta bañado de incredulidad. Su expresión se altera sutilmente, sus ojos brillaban con malicia, su boca torciéndose en una carnal sonrisa.
Santos cielos. Un escalofrío me recorre. ¿Qué está pensando?
—Creo que alguna retribución está en proceso, señorita Chaves —dice en voz baja.
¿Retribución? ¡Oh mierda! Sé que está jugando… pero tomo un cauteloso paso hacia atrás lejos de él. Sonríe.
—¿Ese es el juego? —susurra—. Porque te atraparé. —Y sus ojos arden con una brillante intensidad juguetona—. Y te estás mordiendo el labio —dice amenazante.
Todas mis entrañas se aprietan a la vez. Oh mi… Mi futuro marido quiere jugar.
Tomo otro paso atrás, luego giro para correr, pero fue en vano. Pedro me agarra, de un solo golpe fácil, mientras chillo de alegría, sorpresa y shock. Me alza por encima del hombro y se dirige por el pasillo.
—¡Pedro! —siseo, tomando en cuenta que José está arriba, aunque si podía oírnos es dudoso. Me mantengo equilibrada poniendo mis manos en lo bajo de su espalda, a continuación, en un impulso valiente, golpeo su trasero. Él me golpeó de vuelta.
—¡Auch! ―grito.
―Es momento de ducharse ―declara triunfalmente.
—¡Bájame! —intento y fallo al sonar desaprobadora. Mi lucha es inútil, su brazo me sujeta firmemente sobre mis muslos, y por alguna razón no puedo dejar de reír.
―¿Cómoda en esos zapatos? ―pregunta deleitado mientras abre la puerta de su baño.
—Prefiero que estén tocando el suelo —intento gruñirle, pero no es muy eficaz ya que no puedo evitar la risa de mi voz.
—Tus deseos son órdenes, señorita Chaves. —Sin ponerme abajo, él desliza mis zapatos y deja que resuenan en el piso de baldosas. Pausado por la vanidad, vacía sus bolsillos, su BlackBerry muerta, llaves, cartera, llavero. Sólo puedo imaginar cómo me veo en el espejo desde este ángulo.
Cuando ha terminado, se marcha directamente a su gran ducha.
—¡Pedro! — le regaño en voz alta, su intención es ahora clara.
Abre el agua al máximo. ¡Por Dios! Agua del ártico cae a chorros sobre mi espalda, y chillo, luego me detengo, consciente una vez más de que José está arriba de nosotros. Hace frío y estoy completamente vestida. El agua congelada se absorbe en mi vestido, mis bragas y el sujetador. Estoy empapada, y no puedo dejar de reír.
—¡No! —chillo—. ¡Bájame! —Lo golpeo de nuevo, más fuerte esta vez, y Pedro me suelta dejándome deslizar por su cuerpo ahora empapado. Su camisa blanca se pega a su pecho y sus pantalones de traje están mojados. Estoy empapada, también, sonrojada, mareada y sin aliento, y él está sonriendo hacia mí, luciendo tan… tan increíblemente sexy.
Él se despeja, con sus ojos brillantes, y pone mi cara entre sus manos otra vez, atrayendo mis labios a los suyos. Su beso es suave, acariciante, y me distrae por completo. Ya no me importa que esté completamente vestida y mojada en la ducha de Pedro. Somos apenas nosotros dos bajo el agua en cascada. Está de vuelta, está a salvo, es mío.
Mis manos se mueven involuntariamente a su camisa mientras esta se aferra a todas las líneas y tendones de su pecho, dejando al descubierto el vello debajo de la humedad blanca. Saco el dobladillo de la camisa de sus pantalones, y él gime en contra de mi boca, pero sus labios no dejan los míos. A medida que desabrocho su camisa, llega a mi cremallera, deslizando hacia abajo lentamente el cierre de mi vestido. Sus labios se vuelven más insistentes, su lengua invade mi boca, y mi cuerpo explota de deseo. Yo tiro duro de su camisa, rompiéndola. Los botones vuelan por todas partes, rebotando en las baldosas y desapareciendo sobre el suelo de la ducha. Mientras lo despojo del material húmedo de sus hombros y bajo sus brazos, lo presiono contra la pared, lo que dificulta su intento de desnudarme.
—Gemelos —murmura, sosteniendo sus muñecas donde su camisa cuelga empapada y blanda con los dedos luchando, libero primero uno y luego el otro puño, dejando que sus mancuernas de oro caigan descuidadamente en el suelo de baldosas y sigue su camisa. Sus ojos buscan los míos a través de la cascada de agua, su mirada ardiendo, carnal, caliente como el agua. Alcanzo la pretina de sus pantalones, pero él niega con la cabeza y agarra mis hombros, volteándome, así que estoy de espaldas a él.
Termina el largo viaje hacia al sur con mi cremallera,retira el cabello mojado lejos de mi cuello y pasa la lengua por el cuello hasta el cuero cabelludo y hacia la espalda de nuevo, me besa y chupa a medida que avanza.
Gimo y poco a poco él despega el vestido de mis hombros y lo baja más allá de mis pechos, besando mi cuello por debajo de la oreja. Desabrocha mi sostén y lo empuja fuera de mis hombros, liberando mis pechos. Sus manos los envuelven y los toma cada uno mientras murmura su apreciación en mi oído.
—Tan hermosa —susurra.
Mis brazos están atrapados entre mi sostén y el vestido, los cuales cuelgan desabrochados debajo de mi pecho, mis brazos todavía en las mangas, pero mis manos están libres.
Giro mi cabeza, dándole a Pedro un mejor acceso a mi
cuello y presiono mis pechos a sus manos mágicas.
Desplazo la mano detrás de mí y doy la bienvenida a su ingesta aguda de respiración mientras mis dedos curiosos
se ponen en contacto con su erección. Empuja su ingle en mis manos acogedoras.
Maldita sea, ¿por qué no dejó que le quitara los pantalones?
Él tira de mis pezones, y mientras se endurecen y se extienden bajo su toque experto, desaparecen todos los pensamientos de los pantalones y el placer repunta libidinoso y agudo en mi vientre. Inclino mi cabeza hacia atrás contra él y gimo.
―Sí ―exhala y me voltea una vez más, atrapando mi boca en la suya.
Retira el sujetador, el vestido y las bragas hacia abajo de manera que se unen a la camisa empapada en un montón en el piso de la ducha.
Agarro el gel de baño a nuestro lado. Pedro se queda quieto al darse cuenta de lo que voy a hacer. Mirándolo fijamente a los ojos, arrojo un chorro de algo del gel perfumado en mi palma y sostengo mi mano en frente de su pecho, a la espera de una respuesta a mi pregunta no formulada. Sus ojos se abren, entonces me da un gesto casi imperceptible.
Pongo la mano en su esternón y comienzo a frotar el jabón en la piel. Su pecho se eleva a medida que inhala fuertemente, pero se queda inmóvil. Después de un segundo, sus manos estrechan mis caderas, pero él no me rechaza. Me mira con recelo, su intensa mirada llena con más que miedo, pero sus labios se separan a medida que aumenta su respiración.
―¿Esto está bien? ―susurro.
―Sí. ― Su respuesta corta y entrecortada es casi un jadeo.
Me acuerdo de las muchas duchas que hemos tenido juntos, pero la del Olympic es un recuerdo agridulce.
Bueno, ahora puedo tocarlo. Le lavo en círculos suaves, limpiando a mi hombre, me traslado a las axilas, por encima de sus costillas, por su vientre firme y plano, hacia su sendero feliz, y la cintura de sus pantalones.
―Mi turno ―susurra y alcanza el champú, quitándonos fuera del alcance de la corriente de agua y solo cayendo algo de ella en la parte superior de mi cabeza.
Creo que esta es mi señal para detener su lavado, así que engancho los dedos en su pretina. Aplica el champú en mi cabello, sus dedos largos y firmes masajeando mi cuero cabelludo. Gimiendo en gratitud, cierro mis ojos y me entrego a la sensación celestial. Después de todo el estrés de la tarde, esto es justo lo que necesitaba.
Él se ríe y abro un ojo para encontrar que me esta sonriendo.
—¿Te gusta?
—Mmm…
Sonríe.
—A mi también —dice y se inclina para besar mi frente, sus dedos continúan su firme y dulce fricción de mi cuero cabelludo.
—Date la vuelta —dice con autoridad. Hago lo que me ha dicho, y sus dedos poco a poco trabajan sobre mi cabeza, limpiando, relajando, amándome a medida que avanzan.
Oh, esto es una bendición. Él se estira para conseguir más champú y gentilmente lava las largas trenzas por mi espalda. Cuando ha terminado, me pone bajo la ducha de nuevo.
—Inclina tu cabeza hacia atrás —ordena tranquilamente.
Cumplo de buen grado, y enjuaga cuidadosamente la espuma. Cuando lo ha hecho, lo afronto una vez más y voy directo a sus pantalones.
—Quiero lavarte todo ―susurro.
Él sonríe con esa sonrisa torcida y levanta sus manos en un gesto que dice “Soy todo tuyo, nena”. Sonrió, se siente como Navidad. Me pongo a trabajar en su cierre, y pronto los pantalones y los calzoncillos se reúnen con el resto de nuestra ropa. Me paro y alcanzo la esponja del cuerpo y la loción corporal.
—Parece que estás encantado de verme —murmuro secamente.
―Siempre estoy encantado de verle, señorita Chaves. —Me sonríe.
Enjabono la esponja, y luego vuelvo a mi viaje sobre su pecho. Está más relajado, tal vez porque no estoy realmente tocándolo. Me dirijo hacia el sur con la esponja, a través de su vientre, a lo largo de su sendero feliz, a través de su vello púbico, y otra vez hasta su erección.
Le doy un vistazo y me mira con los ojos entornados y una nostalgia sensual.
Mmm… me gusta esa mirada. Suelto la esponja y uso las manos, agarrándolo con firmeza. Cierra los ojos, lleva su cabeza hacia atrás, y gime, empujando sus caderas en mis manos.
¡Oh, sí! Es tan excitante. Mi Diosa interior ha vuelto a resurgir después de su noche de mecerse y llorar en una esquina, y está usando lápiz labial color rojo carmín de prostituta.
Sus ojos ardientes se cierran con los míos. Él ha recordado algo.
—Es sábado —exclama, con los ojos brillantes con maravilla lujuriosa, y agarra mi cintura, empujándome hacia él y besándome salvajemente.
¡Whoa! ¡Cambio de ritmo!
Sus manos barren hacia debajo de mi resbaladizo cuerpo húmedo, alrededor de mi sexo, sus dedos explorando, provocando, y su boca es implacable, dejándome sin aliento. Su otra mano está en mi cabello mojado, que me sostiene en su posición, mientras soporto toda la fuerza de su pasión desatada. Sus dedos se mueven dentro de mí.
―Ahh ―gimo dentro de su boca.
—Sí —me susurra y me alza, con sus manos detrás de mi trasero—. Envuelve tus piernas alrededor de mí, cariño. —Mis pierdas se pliegan alrededor de él, y me agarro como una lapa a su cuello. Él me refuerza contra la pared de la ducha y se detiene, mirándome fijamente.
—Ojos abiertos —murmura—. Quiero verte.
Parpadeo, mi corazón martillando, mi sangre latiendo caliente y pesada a través de mi cuerpo, el deseo, real y desenfrenado surgiendo a través de mí.
Luego se introduce en mí oh-tan-lentamente, llenándome, reclamándome, piel contra piel. Me empuja hacia abajo contra él y gime en voz alta. Una vez que está dentro de mí, su cara se tensa, intensa.
—Eres mía, Paula —susurra.
—Siempre.
Él sonríe victorioso y se menea, lo que me corta la respiración.
—Y ahora podemos hacérselo saber a todos, porque dijiste que sí. —Su voz es reverencial, y se inclina hacia mí, capturando mi boca con la suya, y comienza a moverse… lento y dulce. Cierro mis ojos e inclino mi cabeza hacia atrás mientras mi cuerpo se arquea, mi voluntad sumiéndose a la de él, esclava de su ritmo lento y embriagador.
Sus dientes mordisquean mi mandíbula, el mentón, y abajo hacia mi cuello mientras coge el ritmo, empujándome hacia adelante, hacia arriba, lejos de este plano terrenal, de la ducha, del miedo escalofriante de la noche. Sólo somos mi hombre y yo moviéndonos al unísono, moviéndonos como uno, completamente absorbidos en el otro, nuestros jadeos y gruñidos se mezclan. Me deleito en el exquisito sentimiento de su posesión mientras mi cuerpo estalla y florece alrededor de él.
Podía haberlo perdido… y lo amo… lo amo tanto, y de repente estoy sobrecogida por la enormidad de mi amor y la profundidad de mi compromiso con él. Pasaré el resto de mi vida amando a este hombre, y con ese pensamiento inspirador, detono alrededor de él, un sanador orgasmo de catarsis, gritando su nombre mientras las lágrimas fluyen por mis mejillas.
Él llega a su clímax y acaba dentro de mí. Con su cara enterrada en el cuello, se hunde hasta el piso, sosteniéndome con fuerza, besando mi rostro, y besando mis lágrimas mientras el agua caliente está a nuestro alrededor, lavándonos.
—Mis dedos están todos arrugados —murmuro, después del coito y saciada mientras me apoyo contra su pecho.
Levanta mis dedos a sus labios y besa a su vez cada uno.
—Realmente debemos salir de esta ducha.
—Estoy cómoda aquí. —Estoy sentada entre sus piernas y él me mantiene cerca.
No me quiero mover.
Pedro murmura su asentimiento. Pero, de repente estoy cansada hasta los huesos, cansada del mundo. Muchas cosas han pasado esta semana pasada, lo suficiente para una vida de drama, y ahora me estoy casando. Una risita incrédula se escapa de mis labios.
—¿Algo divertido, señorita Chaves? —pregunta con cariño.
―Ha sido una semana ocupada.
Sonríe.
—Así es.
—Doy gracias a Dios que estas de vuelta de una sola pieza, Sr. Alfonso —susurro, viéndolo desde el punto de vista de lo que podría haber sido. Se tensa y de inmediato me arrepiento de recordarle.
—Estaba asustado —confiesa para mi gran sorpresa.
—¿Antes?
Asiente, con su expresión seria.
Santa mierda.
—¿Y cuidaron de tranquilizar a tu familia?
―Sí. Era demasiado bajo para aterrizar bien. Pero de alguna manera lo hice.
Mierda. Mis ojos barren los de él, y él luce sepulcral mientras el agua cae en cascada sobre nosotros.
—¿Cuán cerca estuvo? —Baja su mirada hacia mí.
—Cerca —se detiene—. Por unos pocos terribles segundos, pensé que nunca te vería de nuevo.
Lo abracé fuertemente.
―No puedo imaginarme la vida sin ti, Pedro. Te amo tanto que me da miedo.
—Yo también —suspira—. Mi vida estaría vacía sin ti. Te amo tanto. —Sus brazos se tensan alrededor de mí y acaricia mi cabello—. Nunca te dejaré ir.
―No me quiero ir, nunca. ―Beso su cuello, y se inclina y me besa gentilmente.
Después de un momento, se remueve.
—Vamos, sequémonos y vayamos a la cama. Estoy exhausto y tú luces abatida.
Me inclino hacia atrás y arqueo una ceja a su elección de palabras. Él ladea la cabeza hacia un lado y me sonríe.
—¿Tiene algo que decir, señorita Chaves?
Niego con la cabeza y me paro de forma vacilante.
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