miércoles, 4 de febrero de 2015

CAPITULO 105




Estoy sentada en la cama. Pedro insistió en secar mi cabello, es algo hábil en eso. Cómo eso ocurrió es un pensamiento desagradable, así que lo desecho inmediatamente. Son pasadas las dos de la mañana, y estoy lista para dormir.


Pedro baja su mirada hacia mí y vuelve a examinar el llavero antes de subir a la cama. Sacude su cabeza, de nuevo incrédulo.


—Esto es tan increíble. El mejor regalo de cumpleaños que he tenido. —Me mira, sus ojos suaves y cálidos—. Mejor que mi cartel autografiado de Guiseppe DeNatale.


—Te habría dicho antes, pero como era tu cumpleaños… ¿Qué le das al hombre que tiene todo? Pensé en darte… a mí.


Pone el llavero en la mesita de noche y se arrima atrás de mí, atrayéndome a sus brazos contra su pecho, así estamos en cucharita.


—Es perfecto. Como tú.


Sonrío con suficiencia, a pesar de que no puede ver mi expresión.


—Estoy lejos de la perfección, Pedro.


—¿Está sonriendo, señorita Chaves?


¿Cómo sabe?


—Tal vez. —Río tontamente—. ¿Puedo preguntarte algo?


—Por supuesto. —Me acaricia el cuello.


—No necesitabas tu viaje de vuelta a Portland. ¿En realidad lo hiciste por José? ¿Estabas preocupada de que estuviera sola con él?


Pedro no dice nada. Me giro para verlo, y sus ojos están anchos por mi reproche.


—¿Sabes cuán ridículo es eso? ¿En cuánto estrés nos pusiste a tu familia y a mí? Todos te amamos mucho.


Pestañea un par de veces y luego me da su tímida sonrisa.


—No tenía idea de que estarían todos tan preocupados.


Frunzo mis labios.


—¿Cuándo vas a hacer atravesar por tu grueso cráneo que eres amado?


—¿Grueso cráneo? —Sus ojos se ensanchan con sorpresa.


Asiento.


—Sí. Grueso cráneo.


—No creo que la densidad ósea de mi cabeza sea significantemente mayor a la de ninguna en mi cuerpo.


—¡Hablo en serio! Deja de intentar hacerme reír. Sigo un poco enojada contigo, aunque está un poco eclipsado por el hecho de que estás en casa sano y salvo cuando pensé… —Mi voz se desvanece al recordar esas ansiosas horas—. Bueno, sabes lo que pensé.


Sus ojos se suavizan cuando alcanza a acunar mi rostro.


—Lo siento. Bien.


—También tu pobre mamá. Fue bastante conmovedor, verte con ella —susurro.


Sonríe tímidamente.


—Nunca la había visto de esa manera. —Pestañea con el recuerdo—. Sí, eso fue realmente algo. Normalmente está tan compuesta. Fue una sorpresa.


—¿Ves? Todos te aman. —Sonrío—. Tal vez ahora vas a comenzar a creerlo. — Me inclino y lo beso suavemente—. Feliz cumpleaños,Pedro. Estoy feliz de que estés aquí para compartir tu día conmigo. Y no has visto lo que tengo para ti mañana um… hoy. —Sonrío con suficiencia.


—¿Hay más? —dice, atónito, y su cara cambia a una sonrisa que quita el aliento.


—Oh sí, Señor Alfonso, pero vas a tener que esperar hasta entonces.



* * *


Fui repentinamente despertada por un sueño o pesadilla, y mi pulso está acelerado. Me giro, con pánico, y para mi alivio, Pedro está profundamente dormido a mi lado. Porque me giré, se remueve y se estira dormido, envolviendo su brazo sobre mí, y descansa su cabeza en mi hombro, suspirando suavemente.


La habitación está inundada con luz. Son después de las ocho. Pedro nunca duerme hasta tan tarde. Me recuesto y calmo mi acelerado corazón. ¿Por qué la ansiedad? ¿Es la secuela de anoche?


Me giro y lo miro fijamente. Está allí. Está a salvo. Tomo una profunda y tranquilizadora respiración y observo su bello rostro. Un rostro que ahora es tan familiar, todas sus hendiduras y sombras eternamente grabadas en mi mente.


Luce mucho más joven cuando está dormido, y sonrío porque hoy es todo un año más viejo. Me abrazo, pensando en mi regalo. Oooh… ¿qué hará? Tal vez debería comenzar por traerle el desayuno a la cama. Aparte, José tal vez todavía esté aquí.


Encuentro a José en el mostrador, comiendo un plato de cereal. No puedo evitar sonrojarme cuando lo veo. Él sabe que he pasado la noche con Pedro. ¿Por qué me siento repentinamente tan tímida? No es como si estuviera desnuda ni nada.


Estoy usando mi bata de seda larga hasta el suelo.


—Buenas, José. —Sonrío vergüenza fuera.


—¡Hola, Paula! —Su rostro se ilumina, genuinamente feliz de verme. No hay pista de bromas o desdén lascivo en su expresión.


—¿Dormiste bien? —pregunto.


—Claro. Qué vista desde aquí arriba.


—Sí. Es algo especial. —Como el dueño de este departamento—. ¿Quieres un desayuno de hombre real? —bromeo.


—Me encantaría.


—Es el cumpleaños de Pedro hoy, le haré el desayuno en la cama.


—¿Está despierto?


—No, creo que está frito por ayer. —Rápidamente giro la mirada lejos de él y me dirijo al refrigerador para que no pueda ver mi sonrojo. Jesús, es sólo José. Cuando tomo los huevos y tocino del refrigerador, José me está sonriendo abiertamente.


—Realmente te gusta, ¿no?


Frunzo mis labios.


—Lo amo, José.


Sus ojos se ensanchan momentáneamente y luego sonríe.


—¿Qué hay para no amar? —pregunta haciendo gestos alrededor de la habitación.


Frunzo el ceño.


—Dios, ¡gracias!


—Oye, Paula, solo bromeo.


Hmm… ¿siempre tendré este prejuicio? ¿Que me caso con Pedro por su dinero?


—En serio, estoy bromeando. Nunca has sido ese tipo de chica.


—¿Está bien el omelet para ti? —pregunto, cambiando el tema. No quiero discutir.


—Claro.


—Y a mí —dice Pedro mientras entra a la habitación. 


¡Santa mierda, está usando solo los pantalones de su pijama que cuelgan de esa manera totalmente ardiente de sus caderas, Jesús!


—José. —Asiente.


Pedro —José devuelve solemnemente su asentimiento.


Pedro se gira hacia mí y sonríe con suficiencia mientras lo observo. Ha cumplido su propósito. Entrecierro mis ojos hacia él, desesperadamente intentando recuperar mi equilibrio, y la expresión de Pedro cambia sutilmente. 


Sabe que sé lo que trama, y no le importa.


—Iba a llevarte el desayuno a la cama.


Pavoneándose, envuelve su brazo alrededor de mí, levanta mi barbilla, y planta un sonoro y húmedo beso en mis labios. ¡Muy no Cincuenta!


—Buenos días, Paula —dice. Quiero fruncirle el ceño y decirle que se comporte, pero es su cumpleaños. Me sonrojo. ¿Por qué es tan territorial?


—Buenos días, Pedro. Feliz cumpleaños. —Le doy una sonrisa, y me sonríe complacido.


—Estoy esperando mi otro regalo —dice y eso es. Me sonrojo del color de la Habitación Roja del Dolor y miro nerviosamente a José, quien luce como si hubiera tragado algo desagradable. Me giro y comienzo a preparar la comida.


—Así que, ¿cuáles son tus planes hoy, José? —pregunta Pedro, aparentemente casual mientras se sienta en un taburete.


—Me dirijo a ver a mi papá y Reinaldo, el papá de Paula.


Pedro frunce el ceño.


—¿Se conocen?


—Sí, estuvieron en el ejército juntos. Perdieron el contacto hasta que Paula y yo estuvimos en la universidad juntos. Es algo tierno. Son mejores amigos ahora. Se van a un viaje de pesca.


—¿Pesca? —Pedro está genuinamente interesado.


—Sí, hay buenas atrapadas en estas aguas de costa. Los salmones y truchas pueden crecer muy grandes.


—Cierto. Mi hermano Gustavo y yo sacamos a uno de quince y medio kilos una vez.


¿Están hablando de pesca? ¿Qué tiene la pesca? Nunca lo he entendido.


—¿Quince y medio kilos? Nada mal. El papá de Paula, sin embargo, mantiene el record. Uno de diecinueve y medio kilos.


—¡Estás bromeando! Nunca lo dijo.


—Feliz cumpleaños, de todas formas.


—Gracias. Así que, ¿dónde te gusta pescar?


Me desconecto. No necesito saber esto. Pero al mismo tiempo estoy aliviada. ¿Lo ves, Pedro? José no es tan malo.



* * *¨


Para el momento en que José está preparado para irse, ambos están mucho más relajados el uno con el otro. 


Pedro se cambia rápidamente a una camiseta y unos jeans y descalzo nos acompaña a José y a mí al vestíbulo.


—Gracias por dejarme irrumpir aquí —dice José a Pedro mientras estrechan manos.


—En cualquier momento. —Pedro sonríe.


José me abraza rápidamente.


—Cuídate, Paula.


—Seguro. Fue genial verte. La próxima vez tendremos una noche fuera apropiada.


—Te haré mantenerlo. —Nos despide con la mano desde dentro del elevador, y entonces se ha ido.


—Ves, no es tan malo.


—Aún quiere estar dentro de tu ropa interior, Paula. Pero no puedo decir que lo culpe.


Pedro, ¡eso no es verdad!


—No tienes idea, ¿o sí? —Me sonríe hacia abajo—. Te ha deseado. Mucho tiempo.


Frunzo el ceño.


Pedro, es solo un amigo, un buen amigo. —Repentinamente me doy cuenta de que sueno como Pedro cuando está hablando de la Sra. Robinson. 


El pensamiento es inquietante.


Pedro extiende sus manos en un gesto aplacador.


—No quiero pelear —dice suavemente.


¡Oh! No estamos peleando… ¿o sí?


—Tampoco yo.


—No le dijiste que nos vamos a casar.


—No. Pensé que debería decírselo primero a mamá y a Reinaldo. —Mierda. Es la primera vez que pienso en esto desde que dije que sí. Jesús; ¿qué van a decir mis padres?


Pedro asiente.


—Sí, estás en lo cierto. Y yo… um, debería preguntarle a tu padre.


Me río.


—Oh, Pedro; no estamos en el siglo dieciocho.


Santa mierda. ¿Qué dirá Reinaldo? El imaginarme esa conversación me llena de horror.


—Es tradicional. —Pedro se encoge de hombros.


—Hablemos de eso más tarde. Quiero darte tu otro regalo. —Mi intención es distraerlo. El pensar en mi regalo es como un agujero quemando en mi conciencia.


Necesito dárselo y ver cómo reacciona.


Me da su sonrisa tímida, y mi corazón se salta un latido. 


Tanto tiempo como viva, nunca me cansaré de ver esa sonrisa.


—Estas mordiendo tu labio —dice y tira de mi barbilla.


Un estremecimiento recorre mi cuerpo mientras sus dedos me tocan. Sin una palabra, y mientras aún tengo un poco de coraje, tomo su mano y lo llevo de vuelta a la habitación. 


Suelto su mano, dejándolo parado por la cama, y de debajo de mi lado de la cama, saco las dos cajas de regalo restantes.


—¿Dos? —dice, sorprendido.


Tomo una respiración profunda.


—Compré esta antes del, um… incidente de ayer. No estoy segura de ello ahora. — Rápidamente le entrego uno de los paquetes antes de cambiar de opinión. Me mira, intrigado, sintiendo mi vacilación.


—¿Estás segura de que quieres que lo abra?


Asiento, ansiosamente.


Pedro rompe la envoltura del paquete y mira sorprendido la caja.


—Charlie Tango —susurro.


Sonríe. La caja contiene un pequeño helicóptero de madera con un gran rotor de hélices a energía solar. Lo abre.


—A energía solar —murmura—. Wow. —Y, antes de que lo sepa, está sentado sobre la cama ensamblándolo. Encaja junto rápidamente, y Pedro lo sostiene sobre la palma de su mano.


Un helicóptero de madera azul. Levanta su mirada hacia mí dándome su sonrisa gloriosa de chico americano, entonces se dirige a la ventana de manera que el pequeño helicóptero es bañado en la luz solar y el rotor empieza a girar.


—Mira eso —exhala, examinándolo de cerca—. Lo que podemos hacer con esta tecnología. —Lo sostiene al nivel de sus ojos, mirando las aspas girar. Esta fascinado y es fascinante de ver cómo se pierde a sí mismo en sus pensamientos, mirando el pequeño helicóptero ¿Qué está pensando?


—¿Te gusta?


—Paula, lo amo. Gracias. —Me agarra y me besa rápidamente, entonces se gira para mirar el rotor girar—. Lo agregaré al planeador en mi oficina —dice distraídamente, mirando las hélices girar. Mueve su mano fuera de la luz del sol, y las hélices lentamente giran más lento hasta detenerse.


No puedo esconder mi sonrisa divide-rostro, y quiero abrazarme a mí misma. Lo ama. Por supuesto, es acerca de tecnología alternativa. Lo olvidé al momento de comprarlo. 


Colocándolo sobre la cómoda, se gira para encararme.


—Me hará compañía hasta que salvemos a Charlie Tango.


—¿Es salvable?


—No lo sé. Eso espero. Lo extrañaré, de otra forma.


¿Lo? Me sorprendo a mí misma por la pequeña punzada de celos que siento por un objeto inanimado. Mi subconsciente resopla con una risa burlona. La ignoro.


—¿Qué hay en la otra caja? —pregunta, sus ojos amplios con entusiasmo casi infantil.


Santo joder.


—No estoy segura si este regalo es para ti o para mí.


—¿De veras? —pregunta, y sé que he picado su interés. 


Nerviosamente le entrego la segunda caja. La sacude gentilmente y ambos oímos el pesado traqueteo.


Levanta la mirada hacia mí—. ¿Por qué estás tan nerviosa? —pregunta perplejo. Me encojo de hombros, avergonzada y excitada mientras me sonrojo.
Levanta una ceja hacia mí—. Me tienes intrigado, señorita Chaves —susurra, y su voz corre directo a través de mí, deseo y anticipación reproduciéndose en mi vientre—. Tengo que decir que disfruto tu reacción. ¿Qué has estado haciendo? — Entrecierra sus ojos especulativamente.


Sigo con los labios apretados mientras contengo la respiración.


Remueve la tapa de la caja y saca una pequeña tarjeta. El resto del contenido está envuelto en papel tisú. Abre la tarjeta, y sus ojos se oscurecen rápidamente hacia los míos; abriéndose con shock o sorpresa. Simplemente no lo sé.


—¿Hacer cosas rudas contigo? —murmura. Asiento y trago. 


Inclina su cabeza a un lado con cautela, evaluando mi reacción, y frunce el ceño. Entonces vuelve su atención de regreso a la caja. Desgarra a través del papel tisú azul pálido y saca una máscara de ojos, algunas pinzas para pezones, un tapón anal, su iPod, su corbata gris-plata; y por último pero no menos importante, las llaves de su sala de juegos.


Me observa, su expresión oscura, ilegible. Oh mierda. ¿Es un mal movimiento?


—¿Quieres jugar? —pregunta suavemente.


—Sí —suspiro.


—¿Por mi cumpleaños?


—Sí. —¿Puede sonar mi voz más pequeña?


Una mirada de emociones cruza su rostro, ninguna de las cuales puedo situar, pero se decide por ansioso. Hmm… No exactamente la reacción que esperaba.


—¿Estás segura? —pregunta.


—No los látigos y esas cosas.


—Lo entiendo.


—Sí, entonces. Estoy segura.


Sacude se cabeza y mira hacia abajo al contenido de la caja.


—Sexo loco e insaciable. Bien, creo que podemos hacer algo con este lote — murmura casi para sí mismo, entonces pone el contenido de regreso en la caja.


Cuando me mira otra vez, su expresión ha cambiado completamente. Cielo santo, sus ojos grises queman, y su boca se eleva en una sonrisa lenta y erótica. Extiende su mano—. Ahora —dice, y no es una petición. Mi vientre se contrae, apretado y duro, profundo, profundamente abajo.


Pongo mi mano en la suya.


—Ven —ordena, y lo sigo fuera de la habitación, mi corazón en mi boca. Deseo corriendo espeso y caliente a través de mi sangre y mi interior se aprieta con hambrienta anticipación. Mi Diosa interior se levanta alrededor de su chaise longue. ¡Finalmente!







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