miércoles, 11 de febrero de 2015

CAPITULO 127






Me gusta que Pedro me haya dado la biblioteca. Ahora alberga una atractiva mesa de madera blanca en la que se puede trabajar. Saco mi laptop y reviso mis notas de los cinco manuscritos que leí en mi luna de miel.


Si, tengo todo lo que necesito. Una parte de mí teme volver a trabajar, pero nunca le podría decir eso a Pedro. Vería una oportunidad para hacerme renunciar. Recuerdo la apopléjica reacción de Roach cuando le dije que me iba a casar y con quien, y como, poco tiempo después, mi posición fue confirmada. Me di cuenta ahora que era porque me iba a casar con el jefe. El pensamiento ahora no es bienvenido. Ya no estoy actuando en la comisión editora —soy Paula Chaves, coordinadora editorial.


Aun no me he armado de valor para decirle a Pedro que no voy a cambiar ni nombre en el trabajo. Creo que mis razones son sólidas.


Necesito alguna distancia de él, pero sé que habrá una pelea cuando finalmente se dé cuenta de eso. Tal vez debería discutirlo con él esta noche.


Sentándome en mi silla, empiezo mi tarea final del día.


 Observo el reloj digital en mi laptop, el cual me dice que son las siete de la noche.


Pedro sigue sin salir de su estudio, así que tengo tiempo. 


Sacando la tarjeta de memoria de la cámara Nikon, la cargo en la laptop para transferir las fotografías. Mientras las fotos se cargan, reflexiono sobre el día. ¿Gutierrez ha vuelto? ¿O sigue en su camino hacia Portland? ¿Ya ha atrapado a la misteriosa mujer? ¿Pedro tuvo noticias suyas? Quiero algunas respuestas. No me importa si él está ocupado; quiero saber que está pasando y de repente siento un poco de resentimiento de que me esté manteniendo en la oscuridad. Me levanto, con la intención de ir y confrontarlo en su estudio, pero mientras lo hago, las fotos de los últimos días de nuestra luna de miel salen en la pantalla.


¡Mierda!


Foto tras foto de mí. Dormida, muchas dormida, mi cabello sobre mi cara o esparcido en la almohada, labios entre abiertos…. Mierda... chupando mi dedo gordo. ¡No había chupado mi dedo gordo en años! Muchas fotos. No tenía ni idea que me las hubiera tomado. Hay unas cuantas fotos largas y planas, incluyendo una mia apoyada en la barandilla del barco, mirando melancólicamente en la distancia. ¿Cómo no me di cuenta de él tomándome esta? 


Sonrío ante las fotos donde estoy acurrucada sobre él
riendo: mi cabello volando mientras lucho, peleo contra sus cosquillosos y tormentosos dedos. Y hay una nuestra en la cama en la cabina principal que él tomó con su brazo estirado. Estoy acurrucada en su pecho y él mira a la cámara, joven, ojos abiertos… enamorados. Su otro brazo agarra mi cabeza, y estoy sonriendo como un tonta enamorada, pero no puedo sacar mis ojos de Pedro, oh, mi hermoso hombre, su rizado cabello recién cogido, sus ojos grises brillando, sus labios abiertos y sonriendo. Mi
hermoso hombre, quien no soporta que le hagan cosquillas, quien hasta hace poco no aguantaba ser tocado y ahora tolera mi toque. Debo preguntarle si le gusta, o si me deja tocarlo por mi propio placer en vez de por el suyo.


Frunzo el ceño, mirando abajo a la imagen, de repente abrumada por mis sentimientos por él. Alguien por ahí quiere hacerle daño: primero Charlie Tango, luego el incendio en GEH y esa maldita persecución de coches.


Jadeo, poniendo mi mano en mi boca mientras un sollozo involuntario se escapa. Abandonado mi ordenador, me precipito a encontrarlo, no para confrontarlo, sólo para revisar que esté a salvo.


Sin importarme golpear, irrumpo en su estudio. Pedro está sentado en su escritorio hablando por el teléfono. Mira arriba en sorprendidamente molesto, pero la irritación en su cara desaparece cuando ve que soy yo.


—¿Así que no puedes mejorarlo más? —dice, continuando con su conversación telefónica, aunque no quita sus ojos de mi. Sin dudar,camino alrededor del escritorio, y él se gira en su silla quedando de cara hacia mi, frunciendo el ceño. 


Puedo decir que está pensando: ¿que quiere?


Cuando me arrastro a su regazo, sus cejas se levantan en sorpresa. Pongo mis brazos alrededor de su cuello y me acurruco contra él. Con cautela, pone sus brazos alrededor de mí.


—Um… si, Barney. ¿Podrías esperar un momento?


Él ahueca el teléfono sobre su hombro.


—Paula, ¿qué pasa?


Niego con mi cabeza. Levantando mi barbilla, me mira a los ojos. Libero mi cabeza de su agarre, metiéndola debajo de su barbilla, y acurrucándome más pequeña en su regazo.


Perplejo, me envuelve más fuertemente con su brazo libre y me besa en la parte de arriba de mi cabeza.


—Sí, Barney, ¿que estábamos diciendo? —continua, acuñando el teléfono entre la oreja y el hombro, y golpea una tecla del ordenador


Una imagen de CCTV granulado blanco y negro aparece en la pantalla. Un hombre con el pelo oscuro usando un mono blanco, aparece en la pantalla.


Pedro presiona otra tecla y el hombre camina hacia la cámara pero su cabeza inclinada. Él está parado en una habitación blanca brillante con lo que parece una larga línea de largos gabinetes negros en su izquierda.


Esto debe ser la habitación de servicio de GEH.


—Bien, Barney, una vez más.


La pantalla cobra vida. Una caja aparece alrededor de la cabeza del hombre en las imágenes de CCTV y nos acercamos. Me siento, fascinada.


—¿Barney está haciendo esto? —pregunto suavemente.


—Si — responde Pedro— ¿podrías mejorar toda la foto? —le dice a Barney.


La imagen borrosa, luego vuelve a enfocar moderadamente más nítida al hombre conscientemente mirando hacia abajo y evitando la cámara de CCTV. Mientras lo miro, un escalofrío de reconocimiento recorre mi columna vertebral. 


Hay algo familiar en la línea de su mandíbula. Tiene el
pelo negro, desaliñado y corto, con un aspecto extraño y descuidado… y en la imagen recién mejorada, veo un arete, un pequeño aro.


¡Mierda! Sé quien es.


Pedro —susurro—. Ese es Jeronimo Hernandez.





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