La mujer aun sigue cantando. Pedro siempre pone las canciones para que se repitan aquí. Extraño. Estoy acurrucada en sus brazos sobre su regazo, nuestras piernas enredadas juntas, con mi cabeza descansando en su pecho. Estamos en el suelo del salón de juegos junto a la mesa.
—Bienvenida de vuelta —dice, quitándome la venda de los ojos. Parpadeo mientras mis ojos se acostumbran a la tenue luz. Jalando mi barbilla hacia atrás, él planta un suave beso en mis labios, sus ojos centrados y ansiosos buscando los míos. Alcanzo su cara para acariciarla. Él sonríe.
—Bueno, ¿cumplí las instrucciones? – pregunta, divertido.
Frunzo el ceño.
—¿Instrucciones?
—Tú querías rudo —dice gentilmente.
Sonrío, porque no puedo evitarlo.
—Si. Creo que lo hiciste…
Él levanta sus cejas y me sonríe.
—Estoy muy encantado de escucharlo, Sra. Alfonso. Te ves completamente bien cogida y hermosa en este momento.
Él acaricia mi cara, sus dedos largos acariciando mi mejilla.
—Lo siento —ronroneo
El baja y me besa con ternura, sus labios suaves, cálidos y generosos sobre los míos.
—Tú nunca decepcionas. —se inclina para mirarme—. ¿Cómo te sientes? —Su voz es suave, con interés.
—Bien —murmuro, sintiendo un desagradable sonrojo en mi cara—,completamente bien cogida. —Sonrío tímidamente.
—Porqué, Sra. Alfonso, tienes una sucia, sucia boca—Pedro finje una expresión ofendida, pero puedo escuchar su diversión.
—Eso es porque estoy casada con un sucio, sucio hombre, Sr. Alfonso.
Él sonríe una ridículamente sonrisa estúpida y contagiosa.
—Estoy encantado que estés casada con él. —Gentilmente se apodera de mi trenza, la levanta a sus labios y besa el final con reverencia, sus ojos brillando con amor. Oh mi… ¿alguna vez tuve oportunidad de resistirme a este hombre?
Alcanzó su mano izquierda y planto un beso en su anillo de matrimonio, una banda de platino sencilla como la mía.
—Mio —susurro.
—Tuyo —responde. Curva sus brazos alrededor de mí y presiona su nariz contra mi cabello.
—¿Puedo darte un baño?
—Hmmm. Sólo si me acompañas.
—Está bien —dice. Me pone sobre mis pies y se para detrás de mí. Él sigue usando sus jeans.
—¿Vas a usar tus… er.. otros jeans?
Frunce el ceño hacia mí.
—¿Otros jeans?
—Aquellos que solías usar aquí.
—¿Esos jeans? —murmura parpadeando con perpleja sorpresa.
—Te ves muy sexy en ellos.
—¿Lo hago?
—Si… quiero decir. Muy sexy.
Él sonríe tímidamente.
—Bueno, por ti, Sra. Alfonso, tal vez lo haga. —Se inclina para darme un beso; entonces agarra la taza pequeña de la mesa que contiene el tampón del trasero, el tubo de lubricante, la venda de ojos y mi ropa interior.
—¿Quien limpia esos juguetes? —le pregunto mientras lo sigo hacia el cofre.
Frunce el ceño hacia mí, como si no entendiera la pregunta.
—Yo. Sra. Jones.
—¿Qué?
El asiente, divertido y apenado, creo. Cambia la música.
—Bueno… um…
—¿Tus sirvientes solían hacerlo? —termino la frase.
Me da un encogimiento de hombros disculpándose.
—Aquí. —me entrega su camiseta y me la pongo, envolviéndola a mi alrededor. Su aroma todavía se aferra a la ropa y mi disgusto sobre el lavado del tampón del culo, se olvida. Deja las cosas en el cofre. Tomando mi mano, quita el seguro de la puerta de la habitación de juegos y me lleva afuera bajando las escaleras. Lo sigo dócilmente.
La ansiedad, el mal humor, la emoción, el miedo y la excitación de la persecución del coche, se han ido. Estoy relajada, finalmente saciada y en calma. Mientras entramos a nuestro baño, bostezo y me estiro con fuerza... a gusto conmigo misma por un cambio.
—¿Qué es? —pregunta Pedro mientras abre el grifo.
Niego con mi cabeza.
—Dime —me pide suavemente. Derrama aceite de baño de jazmín en el agua corriente, llenando la habitación con su aroma dulce y sensual. Me sonrojo.
—Sólo me siento mejor.
Él sonríe.
—Si, hoy has estado en un extraño humor, Sra.Alfonso—Parándose, me jala hacia sus brazos—. Sé que te estás preocupando sobre los eventos recientes. Siento que hayas sido atrapada por ellos. No sé si es un vengador, un exempleado, o un rival de negocios. Si algo llegara a pasarte por mí... —Su voz cayó en un doloroso susurro.
Encorvé mis brazos alrededor de él
—¿Que tal si algo te pasa a ti, Pedro? —vociferé mi miedo.
Bajo su mirada hacia mi.
—Vamos a resolver esto. Ahora vamos a sacarte de esta camiseta y meterte en este baño.
—¿No deberías hablar con Salazar?
—Él puede esperar. —Su boca se endurece, y siento una repentina punzada de lástima por Salazar. ¿Qué ha hecho para molestar a Pedro?
Pedro levanta su camiseta de mi y frunce el ceño mientras me volteo hacia él. Mis pechos todavía tienen moretones descoloridos de los chupones que me dio durante nuestra luna de miel, pero decido no retarlo por eso.
—¿Me pregunto si Gutierrez se ha puesto al día con el Dodge?
—Veremos luego de este baño. Entra. —Me sostiene la mano. Entro a la caliente y fragante agua y me siento tentativamente
—Ow. —Mi trasero está sensible y el agua caliente me hace hacer muecas de dolor.
—Con cuidado, nena —me advierte Pedro, pero mientras lo dice, la incomoda sensación se desvanece.
Pedro se quita la ropa y entra detrás de mí, acercándome a su pecho.
Me anido en medio de sus piernas y permanecimos inactivos en el agua caliente. Paso mis dedos por sus piernas y recogiendo mi trenza con una mano, la enrosca en medio de sus dedos.
—Necesitamos terminar los planes de la casa nueva. ¿Más tarde esta noche?
—Claro. —La mujer esta volviendo. Mi subconsciente alza la vista del tercer volumen de Obras completas de Charles Dickens y frunce el ceño.
Estoy con mi subconsciente. Suspiro. Desafortunadamente, los diseños de Georgina Matteo son impresionantes
—Debo dejar listas las cosas para el trabajo —susurro.
Él se queda quieto.
—Sabes que no tienes que volver a trabajar —murmura.
Oh, no. No esto de nuevo.
—Pedro, hemos pasado por eso. Por favor no resucites ese argumento.
Él tira de mi trenza para que mi cara se incline hacia arriba y atrás.
—Solo digo… —planta un suave beso en mis labios.
* * *
—¿Donde diablos estabas?
Oh, mierda. Está gritando a Salazar. Con verguenza, me precipito hacia el salón de juegos. Realmente no quiero escuchar lo que él tiene que decirle, sigo encontrando intimidante al gritón Pedro. Pobre Salazar.
Al menos puedo gritar de nuevo.
Recojo mi ropa y los zapatos de Pedro, luego noto el pequeño tazón de porcelana con el tampón de culo aun en la tapa del cofre. Bueno... supongo que debo limpiarlo. Lo agrego a la pila y hago mi camino de vuelta bajando las escaleras. Echo un vistazo nerviosamente a través de la sala principal, pero todo está callado.
Gracias al cielo.
Taylor va a volver mañana en al noche y Pedro generalmente está más tranquilo cuando él está cerca. Hoy y mañana Taylor está pasando tiempo de calidad con su hija. Me pregunto distraídamente s alguna vez llegaré a conocerla.
La Sra. Jones sale de la habitación de servicio. Nos miramos.
—Sra. Alfonso. No la vi aquí. —¡Oh, soy la Sra. Alfonso ahora!
—Hola, Sra. Jones.
—Bienvenida a casa y felicidades. —Sonrie.
—Por favor llamame Paula.
—Sra.Alfonso, no me sentiría comoda haciendo eso.
¡Oh! ¿Porque todo debe cambiar solo porque tengo un anillo en mi dedo?
—¿Le gustaría repasar los menús de la semana? —pregunta, mirando expectante.
¿Menús?
—Um… —Esta no es una pregunta que alguna vez hubiera previsto que me hagan.
Ella sonríe.
—La primera vez que trabajé para el Sr. Alfonso, cada domingo por la noche repasábamos los menús de la próxima siguiente con él y una lista de todo lo que él podría necesitar de la tienda.
—Veo.
—¿Puedo tomar esto por usted?
Ella sostiene su mano esperando mi ropa.
—Oh…. Um. De hecho, no he terminado con esto. —¡Y están escondiendo el tazón con el tapón de culo! Me pongo roja. Es un milagro que me pueda dirigir a la Sra. Jones a los ojos. Ella sabe lo que hacemos... ella limpia la habitación. Por Dios, es tan raro no tener privacidad.
—Cuando esté lista, Sra. Alfonso. Estaría más que feliz de repasar las cosas con usted.
—Gracias. —Somos interrumpidas por un pálido Salazar quien sale del estudio de Pedro y rápidamente cruza la sala principal. Él nos da un breve asentimiento, sin mirarnos a ninguna de los dos a los ojos y se escabulle dentro del estudio de Taylor. Estoy agradecida por su intervención ya que ahora mismo no deseo discutir menús o tampones de culo con la Sra. Jones. Ofreciéndole una breve sonrisa, corro a refugiarme en el estudio. ¿Alguna vez me acostumbraré a tener servicio domestico a mi entera disposición? Negué con mi cabeza… un día, tal vez.
Tiro al suelo los zapatos de Pedro y mi ropa en la cama, y tomo el tazón con el tampón de culo hacia el baño. Lo miro sospechosamente. Se ve bastante inocuo y sorprendentemente limpio. No quiero detenerme en eso y lo lavo rápidamente con agua y jabón. ¿Eso será suficiente? Tengo que preguntarle al Sr. Sexesperto si debe ser esterilizado o algo. Me estremezco ante el pensamiento.
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