martes, 3 de febrero de 2015

CAPITULO 101





Pedro continúa conduciendo pasando junto a casas de una sola planta, bien cuidadas, donde los chicos juegan en grupos alrededor de los aros de baloncesto en sus patios o van en bicicleta y están corriendo en la calle.


Todo tiene una apariencia próspera y saludable con las casas enclavadas entre los árboles. ¿Quizás vamos a visitar a alguien? ¿A quién?


Unos minutos más tarde, Pedro se vuelve bruscamente hacia la izquierda, y nos encontramos en frente de dos puertas de metal blanco ornamentado en una pared de piedra arenisca de seis metros de altura. Pedro presiona un botón en el pomo de la puerta y la ventana eléctrica zumba tranquilamente bajo el marco de la puerta. Pica un número en el teclado numérico y las puertas se abren dándonos la
bienvenida.


Me mira, y su expresión ha cambiado. Parece intranquilo, nervioso incluso.


—¿Qué pasa? —le pregunto, y no puedo ocultar la preocupación en mi voz.


—Una idea —dice tranquilamente y desliza el Saab a través de las puertas.


Nos dirigimos hacia una senda arbolada lo suficientemente amplia como para dos coches. Por un lado, los árboles cercan un área densamente boscosa y por el otro hay una inmensa pradera donde, el campo cultivado ha sido cosechado y arado.


Las hierbas y las flores silvestres, han reclamado su espacio, creando una idílica pradera rural, donde la brisa de la tarde ondea suavemente a través de la hierba y el sol del atardecer cubre de una fina capa dorada las flores silvestres. Es precioso, absolutamente tranquilo, y de repente me imagino estirada en el césped mirando hacia arriba a un cielo de verano azul claro. El pensamiento es tentador, pero por alguna extraña razón me hace sentir nostalgia. Lo que es extraño.


La senda serpentea alrededor y se abre en una amplia calzada delante de una imponente casa de estilo Mediterráneo de piedra arenisca rosa suave. Es magnífica


Todas las luces están encendidas, y cada ventana brillantemente iluminada en el atardecer. Hay un elegante, BMW negro estacionado delante del garaje para cuatro
coches, pero Pedro sigue adelante hasta quedar fuera del gran pórtico.


Hmm… ¿Me pregunto quién vive aquí? ¿Por qué lo estamos visitando?


Pedro me mira ansiosamente cuando apaga el motor del automóvil.


—¿Mantendrás una mente abierta? —me pregunta.


Frunzo el entrecejo.


Pedro, he necesitado a una mente abierta desde el día que te conocí.


Él sonríe irónicamente y asiente con la cabeza.


—Buen razonamiento, Srta. Chaves. Vamos.


Las puertas de madera oscuras se abren, y una mujer con el cabello de color castaño oscuro, una sonrisa sincera, y un traje lila fuerte está esperando. Estoy agradecida de haberme cambiado a mi nuevo vestido azul marino para
impresionar al Dr. Flynn. De acuerdo, no llevo unos tacones asesinos como ella,pero aun así no visto unos desgastados pantalones vaqueros.


—Sr. Alfonso—Ella sonríe cálidamente y se estrechan las manos.


—Srta. Kelly —dice educadamente.


Ella me sonríe y yo sostengo su mano mientras la estrecho.


 Su rubor del tipo “¿no es él deslumbrantemente hermoso? Desearía que fuera mío“ no pasa desapercibido.


—Olga Kelly —anuncia despreocupadamente.


—Paula Chaves —murmuro de vuelta. ¿Quién es esta mujer? Ella está de pie a un lado, dándonos la bienvenida a la casa. Es un shock cuando camino dentro. El lugar está vacío, completamente vacío. Nos encontramos en un gran vestíbulo. Las paredes son de un color amarillo pálido con marcas del lugar dónde unos cuadros debieron de haber estado colgados alguna vez. Todo lo que queda son las lámparas de cristal anticuado. Los suelos son de madera leñosa. Hay puertas cerradas a cada lado de nosotros, pero Pedro no me da tiempo para asimilar lo que está
pasando.


—Ven —dice, y tomando mi mano, me lleva a través de la entrada en forma de arco delante de nosotros hacia un vestíbulo interno más grande. Está dominado por una amplia escalera de caracol con una balaustrada de hierro intrincado pero él no se detiene aún. Me lleva hasta el salón principal, que está vacío, salvo por una gran alfombra descolorida en color oro, la alfombra más grande que he visto alguna vez. Oh, y hay cuatro candelabros de cristal.


Pero la intención de Pedro ahora es clara, cuando nos dirigimos a través de la habitación y salimos a través de las puertas francesas abiertas a una gran terraza de piedra. Por debajo de nosotros hay medio campo de fútbol de cuidado césped, pero más allá las vistas del paisaje son... ¡Wow!


La panorámica, la vista ininterrumpida es impresionante, asombrosa: el crepúsculo sobre The Sound. ¡Oh mi…!


En la distancia se encuentra la isla de Bainbridge y aún más sorprendente, sobre el cristalino crepúsculo, con el sol hundiéndose lentamente en el horizonte, resplandeciendo y brillando, más allá el Parque Nacional Olympic. Los tonos
bermellón sangran en el cielo, los ópalos, las aguamarinas, los cerúleos, se fusionan con los morados oscuros de las escasas nubes tenues y la tierra más allá The Sound.


Es la mejor naturaleza, una sinfonía visual orquestada en el cielo y reflejada en las aguas profundas, que todavía riegan The Sound. Estoy perdida en la vista, mirando fijamente, intentando absorber tanta belleza.


Me doy cuenta que estoy conteniendo la respiración asombrada, y Pedro todavía está sosteniendo mi mano. 


Cuando a regañadientes aparto mis ojos de la vista, él me está mirando ansiosamente.


—¿Me trajiste aquí para admirar la vista? —susurro. Él asiente con expresión seria.


—Es asombroso, Pedro. Gracias —murmuro, mientras permito a mis ojos contemplar una vez más. Él suelta mi mano.


—¿Te gustaría poder contemplarlo el resto de tu vida? —respira.


¿Qué? Lanzo mi cara de vuelta a él, pensativo, sus ojos son de color gris azulado.


Creo que mi boca se abre, y balbuceo inexpresivamente.


—Siempre he querido establecerme en la costa. Navego arriba y debajo en el The Sound envidiando estas casas. Este lugar no ha estado mucho tiempo en el mercado. Quiero comprarlo, demolerlo, y construir una casa nueva… para nosotros —susurra, y sus ojos brillan, translúcidos con sus esperanzas y sueños.


¡Santo cielo! De alguna manera permanezco erguida. Estoy delirando. ¡Vivir, aquí!


¡En este hermoso refugio! Para el resto de mi vida...


—Es simplemente una idea —agrega, con cautela.


Miro atrás para evaluar el interior de la casa. ¿Cuánto vale? 


Debe ser, qué, ¿cinco, diez millones de dólares? No tengo ni idea. ¡Mierda!


—¿Por qué quieres demolerla? —le pregunto, mirándole. 


Su cara parece decepcionada. ¡Oh no!


—Me gustaría hacer un hogar más sostenible, utilizando las últimas técnicas ecológicas. Gustavo podría construirla.


Miro atrás en la sala de nuevo. La Srta. Olga Kelly está en un extremo, mariposeando por la entrada. Es de la inmobiliaria, claro. Observo que la habitación es enorme y de doble altura, un poco como la gran sala en el Escala.


Hay un balcón superior, que debe ser el rellano del segundo piso. Hay una enorme chimenea y toda una línea de puertas francesas que abren hacia la terraza. Tiene un encanto del viejo mundo.


—¿Podemos echar una ojeada alrededor de la casa?


Él parpadea hacia mí.


—Claro —se encoge de hombros, perplejo.


La cara de Srta. Kelly se ilumina como si fuera Navidad cuando nos dirigimos dentro. Está encantada de llevarnos de gira y nos da la charla.


La casa es enorme: tres mil setecientos metros cuadrados en dos mil quinientas hectáreas de terreno. Así como esta sala principal, hay un comedor… no, una isla que separa, la cocina adjunta con el cuarto de estar… ¡Familiar! Un cuarto de música, una biblioteca, un estudio y, para mi gran sorpresa, una piscina cubierta y una suite para ejercitarse con sauna y vapor adjunta. Abajo en el sótano hay un cine —¡Jesús!— y una sala de juegos. Hmm... ¿Qué tipo de juegos podríamos jugar aquí?


La Srta. Kelly señala todo tipo de características, pero básicamente la casa es bonita y evidentemente una vez fue una casa familiar feliz. Es ahora un poco vieja, pero nada que TLC no pudiera arreglar.


Cuando seguimos a la Srta. Kelly hasta la magnífica escalera principal al segundo piso, apenas puedo contener mi emoción... esta casa tiene todo lo que jamás podría desear en una casa.


—¿No podría hacer la casa existente más ecológica y auto-suficiente?


Pedro parpadea hacia mí, confundido.


—Tendría que preguntarle a Gustavo. Él es el experto en todo esto.


La Srta. Kelly nos lleva a la suite principal donde unas enormes ventanas deslizantes dan paso a un balcón, y la vista todavía es espectacular. Podría sentarme en la cama y mira fuera todo el día, observando los barcos de vela y el
cambio climático.


Hay cinco habitaciones adicionales en este piso. Jesús: niños. Aparto a un lado este pensamiento de prisa. Tengo demasiado que procesar ya. La Srta. Kelly está sugiriendo diligentemente a Pedro cómo se pueden acomodar centro de equitación y un área cercada. ¡Caballos! Flashes de imágenes espantosas de mis pocas lecciones de equitación pasan través de mi mente, pero Pedro no parece estar escuchando.


—¿El área cercada estaría dónde está el prado ahora? —pregunto.


—Sí —dice la Srta. Kelly alegremente.


Para mí el prado parece un lugar para dejar crecer el césped y hacer picnics, no para que algún demonio de cuatro de patas vagabundee.


De regreso a la sala principal, la Srta. Kelly desaparece discretamente, y Pedro me lleva una vez más a la terraza. 


El sol se ha puesto y las luces de los pueblos en la península Olympic parpadean en un extremo del The Sound.


Pedro tira de mí a sus brazos y levanta mi barbilla con su dedo índice, mirando fijamente abajo hacia a mí.


—¿Difícil de superar? —pregunta, con expresión ilegible.


Asiento con la cabeza.


— Quería comprobar que te gustara antes de comprar.


—¿Las vistas?


Él asiente.


—Me encantan las vistas, y me gusta la casa que hay aquí.


—¿Te gusta?


Le sonrío tímidamente.


Pedro, me ganaste con en el prado.


Sus labios se separan cuando él inhala fuertemente, luego su cara se transforma con una sonrisa y de repente sus manos están enterradas en mi cabello y su boca está sobre la mía.



* * *


De regreso en el automóvil, nos dirigimos hacia Seattle, el humor de Pedro se ha levantado considerablemente.


—¿Así que vas a comprarla? —pregunto.


—Sí.


—¿Pondrás Escala a la venta?


Él frunce el entrecejo.


—¿Por qué haría eso?


—Para pagar... —mi voz se arrastra hasta apagarse. Me ruborizo.


Él sonríe con satisfacción.


—Confía en mí, puedo pagarla.


—¿Te gusta ser rico?


—Sí. Muéstrame a alguien que no le guste —dice oscuramente.


De acuerdo, dejemos ese asunto rápidamente.


—Paula, vas tener que aprender a ser rica, también, si dices que sí —dice suavemente.


—La riqueza no es algo a lo que haya aspirado alguna vez, Pedro—frunzo el entrecejo.


—Lo sé. Me encanta eso de ti. Pero entonces nunca has tenido hambre —dice simplemente. Sus palabras son inquietantes.


—¿Dónde vamos? —pregunto alegremente, cambiando de tema.


—A celebrarlo. —Pedro se relaja.


¡Oh!


—A celebrar qué, ¿la casa?


—¿Ya te has olvidado? Tu papel del editor suplente.


—Oh sí. —Sonrío ampliamente. Increíblemente, me había olvidado.


—¿Dónde?


—Allá arriba en mi club.


—¿Tu club?


—Sí. Uno de ellos.



* * *


El Mile High Club está en el piso setenta y seis de Columbia Tower, superior incluso al apartamento de Pedro. Es muy nuevo y tiene las mejores vistas giratorias sobre Seattle.


—¿Una copa, señora? —Pedro me da una copa de champan helada mientras nos sentábamos en un taburete.


—Qué tengo que agradecer, señor. —Subrayo la última palabra coquetamente, moviendo mis pestañas deliberadamente hacia él.


Él me mira fijamente y su cara se oscurece.


—¿Estás coqueteando conmigo, Srta. Chaves?


—Sí, Sr. Alfonso, lo estoy. ¿Qué vas hacer sobre eso?


—Estoy seguro que puedo pensar en algo —dice, en voz baja—. Ven, nuestra mesa está lista.


Cuando nos acercamos a la mesa, Pedro me detiene, con su mano en mi codo.


—Ve y quítate las bragas —me susurra.


¿Ah? Un cosquilleo delicioso corre por mi espina dorsal.


—Ve —ordena en voz baja.


¡Guau! ¿Qué? Parpadeo hacia él. No está sonriendo, está mortalmente serio. Cada músculo debajo de mi cintura se tensa. Le doy mi copa de champán, giro bruscamente en mis talones, y me dirijo hacia el baño.


¡Mierda! ¿Qué va hacer? Quizás el nombre de este club es muy apropiado.


Los baños están a la altura del diseño moderno, todo de madera oscura, granito negro y focos de luz de halógenos estratégicamente colocados. En la intimidad del cubículo, sonrío burlonamente cuando me despojo de mi ropa interior. 


De nuevo agradezco haberme cambiado por el vestido azul marino. Pensé que era el atuendo adecuado para cumplir con el buen Dr. Flynn, no había esperado que la tarde
tomara este inesperado curso.


Ya me estoy emocionando. ¿Por qué él me afecta así? 


Lamento un poco la facilidad con la que caigo bajo su hechizo. Ahora sé que no pasaremos la tarde hablando de
todos nuestros problemas y recientes acontecimientos… ¿pero cómo puedo resistirme a él?


Comprobando mi apariencia en el espejo, mi mirada se ilumina y me ruborizo con excitación. Cuestión de dejarse llevar.


Respiro profundamente y me encamino de regreso al club. 


Quiero decir, no es como si no hubiera ido nunca sin bragas antes. Mi Diosa interior se cubre con una suave boa de plumas rosa y diamantes, pavoneándose con ella entre su coño y mis zapatos.


Pedro se encuentra sentado educadamente cuando regreso a la mesa, con expresión inescrutable. Se le ve perfecto, atractivo, tranquilo, y sereno. Claro, que ahora conozco la diferencia.


—Siéntate a mi lado —dice. Me deslizo en el asiento y él se sienta—. He ordenado para ti. Espero que no te importe. —Me devuelve mi copa medio acabada de champán, mirándome intensamente y bajo su escrutinio, mi sangre calienta nuevamente. Él descansa sus manos sobre sus muslos. Y me tenso y abro mis piernas ligeramente.


El camarero llega con un plato de ostras en hielo picado. 


Ostras. El recuerdo de nosotros dos en el comedor privado del Heathman llena mi mente. Estábamos discutiendo su contrato. Oh chico. Desde entonces hemos recorrido un largo camino.


—Creo que te gustaron las ostras última vez que las probaste. —Su voz es seductoramente, baja.


—Sólo las he probado una vez hace tiempo —murmuro, con voz entrecortada. Sus labios se contraen bruscamente con una sonrisa.


—Ah, Srta. Chaves... ¿cuándo aprenderás? —Reflexiona.


Él toma una ostra del plato y levanta su otra mano de su muslo. Yo retrocedo con expectación, pero él alcanza una rodaja de limón.


—¿Aprender qué? —pregunto. ¡Dios, mi pulso está acelerado! Sus dedos largos, experimentados exprimen suavemente el limón sobre el marisco.


—Come —dice, sosteniendo la concha cerca de mi boca. Yo abro mis labios, y él pone la concha suavemente en mi labio inferior—. Inclina la cabeza hacia atrás despacio —murmura.


Lo hago como me pide y la ostra se desliza por mi garganta. 


Él no me toca sólo a la concha.


Pedro toma una para él, y luego me da otra a mí. Nosotros continuamos esta tortuosa rutina hasta que toda la docena desaparece. Su piel nunca conecta con la mía. Está haciéndome enloquecer.


—¿Todavía te gustan las ostras? —pregunta cuando trago la última.


Asiento con la cabeza, enrojecida, anhelando su toque.


—Bueno.


Me muevo en mi asiento. ¿Por qué esto está tan excitante?


Él pone su mano casualmente en su propio muslo nuevamente, y yo me derrito.


Ahora. Por favor. Tócame. Mi Diosa interior está de rodillas, desnuda, excepto por sus bragas… mendigando. Él mueve su mano arriba y abajo de su muslo, la levanta, luego vuelve a colocarla donde estaba.


El camarero vuelve a llenar nuestras copas de Champán y de inmediato retira nuestros platos. Momentos más tarde regresa con nuestro plato principal, lubina…


—¡no puedo creerlo!— servida con una salsa holandesa, espárragos y patatas salteadas.


—¿Unos de tus platos favoritos, Sr. Alfonso?


—Definitivamente, Srta. Chaves. Aunque creo que era bacalao en el Heathman. —Su mano se mueve en su muslo de arriba abajo. Mi respiración pincha, pero aun así no me toca. Es muy frustrante. Trato de concentrarme en nuestra conversación.


—Me parece recordar que estábamos en un comedor privado, discutiendo los contratos.


—Días felices —dice, sonriendo burlonamente—. Esta vez espero conseguir follar contigo. —Él mueve su mano para recoger su cuchillo.


¡Argh!


Él toma un bocado de su lubina. Lo está haciendo a propósito.


—No cuentes con ello —murmuro con un mohín y él me mira, divertido—. Hablando de contratos —agrego—. El CDC.


—Rómpelo —dice simplemente.


¡Vaya!


—¿Qué? ¿En serio?


—Sí.


—¿Estás seguro de que no me voy a correr al Seattle Times con una revelación? — bromeo.


Él se ríe y es un sonido maravilloso. Parece tan joven.


—No. Confío en ti. Te voy a dar el beneficio de la duda.


Oh. Le sonrío tímidamente.


—Lo mismo —dejo escapar.


Sus ojos se iluminan.


—Estoy muy contento de que estás usando un vestido —murmura. Y bam, el deseo recorre mi sangre ya sobrecalentada.


—¿Por qué no me has tocado, entonces? —siseo.


—¿Extrañando mi tacto? —pregunta con una sonrisa. Se ha divertido... el hijo de puta.


—Sí —me enfurezco.


—Come —ordena.


—No vas a tocarme, ¿verdad?


—No. —Niega con la cabeza.


¿Qué? Jadeo en voz alta.


—Sólo imagina cómo te sentirás cuando estemos en casa —susurra—. No puedo esperar para llevarte a casa.


—Será tu culpa si hago combustión aquí en el piso 76 —murmuro con los dientes apretados.


—Oh, Paula. Encontraremos una manera de apagar el fuego —dice, sonriendo escabrosamente hacia mí.


Echando humo, excavo en mi lubina, y mi Diosa interior entrecierra los ojos en silenciosa, y tortuosa contemplación. 


También podemos jugar este juego. Aprendí lo básico durante nuestra comida en el Heathman. Tomo un bocado de mi lubina.


Se derrite en la boca, delicioso. Cierro mis ojos, saboreando el sabor. Cuando los abro, empiezo mi seducción a Pedro Alfonso, levantando muy lentamente mi falda, dejando al descubierto más de mis muslos.


Pedro hace una pausa momentánea, un bocado de pescado suspendido en el aire.


Tócame.


Después de un latido, sigue comiendo. Tomo otro bocado de lubina, ignorándolo.


Luego, bajando mi cuchillo, me paso los dedos por la parte interior del muslo inferior, golpeando ligeramente mi piel con la punta de mis dedos. Es una distracción, incluso para mí, especialmente cuanto estoy ansiando su toque.


Pedro se detiene una vez más.


—Sé lo que estás haciendo. —Su voz es baja y ronca.


—Sé que los sabes, Sr. Alfonso —le respondo en voz baja—. Ese es el punto.


Tomo un espárrago, lo miro de reojo por debajo mis pestañas, y luego sumerjo el espárrago en la salsa holandesa, agitando la punta una y otra vez.


—No me estás pagando con la misma moneda, señorita Chaves. —Sonriendo estira su mano y me quita el espárrago, increíble y molestamente arreglándoselas para no tocarme de nuevo. No, esto no está bien, esto no va de acuerdo al plan. ¡Agh!


—Abre tu boca —ordena.


Estoy perdiendo esta batalla de voluntades. Lo miro de nuevo, y sus ojos resplandecen gris brillante. Separando mis labios una fracción paso mi lengua por mi labio inferior. 


Pedro sonríe y sus ojos se oscurecen aún más.


—Ábrela más —deja escapar, separando sus labios para que yo pueda ver su lengua. Gimo interiormente, y me muerdo el labio inferior, luego hago lo que me pide.


Oigo cómo toma aire cortantemente, él no es tan inmune. 


Bueno, finalmente estoy llegando a él. El puño de mi Diosa interior sube y baja en el aire por encima de su chaise longue.


Manteniendo mis ojos clavados en los de él, tomo el espárrago en mi boca y succiono, suavemente... con delicadeza... en el extremo. La salsa holandesa es
deliciosa. Muerdo, gimiendo en voz baja con apreciación.


Pedro cierra los ojos. ¡Sí! Cuando los abre de nuevo, sus pupilas se han dilatado. El efecto sobre mí es inmediato. 


Gimo y estiro mi mano para tocar su muslo. Para mi sorpresa, él utiliza su otra mano para agarrar mi muñeca.


—Oh, no lo hagas, señorita Chaves—murmura en voz baja. 


Levantando mi mano hacia su boca, suavemente roza mis nudillos con sus labios, y me retuerzo. ¡Por fin!


Más, por favor.


—No toques —me regaña en voz baja, y vuelve a colocar mi mano sobre mi rodilla.


Es tan frustrante, este contacto insatisfactoriamente breve.


—No juegas limpio —hago pucheros.


—Lo sé. —Levanta su copa de champaña para proponer un brindis, reflejo sus acciones.


—Felicitaciones por tu ascenso, señorita Chaves. —Hacemos tintinear las copas y me ruborizo.


—Sí, es medio inesperado —murmuro. Él frunce el ceño como si algún pensamiento desagradable hubiera pasado por su cabeza.


—Come —ordena—. No te llevaré a casa hasta que hayas terminado tu comida, y entonces podremos celebrar de verdad. —Su expresión está tan caliente, tan cruda, tan autoritaria. Me estoy derritiendo.


—No tengo hambre. No de comida.


Sacude su cabeza, completamente disfrutando de sí mismo, pero entrecierra sus ojos hacia mí de la misma manera.


—Come, o te pondré en mi rodilla, justo aquí, y entretendremos a los demás comensales.


Sus palabras me hacen retorcerse. ¡No se atrevería! Él y su palma nerviosa. Aprieto mi boca en una línea dura y lo miro. 


Recogiendo un espárrago, él sumerge la cabeza en la salsa holandesa.


—Cómete esto —murmura en voz baja y seductora


Accedo de buena gana.


—Realmente no comes lo suficiente. Has perdido peso desde que te conozco. —Su tono es suave.


No quiero pensar en mi peso, la verdad es, que me gusta estar así de delgada. Me trago el espárrago.


—Sólo quiero ir a casa y hacer el amor —murmuro con desconsuelo. Pedro sonríe.


—Yo también, y lo haremos. Come.


De mala gana, vuelvo a mi comida y empiezo a comer. 


Sinceramente, me he quitado mi ropa interior y todo. Me siento como un niño al que le ha sido negado un dulce. Él es tan bromista, un delicioso, sexy, bromista juguetón, y todo mío.


Me interroga acerca de Lucas. Ya que resulta, que Pedro hace negocios con el padre de Lourdes y Lucas. 


Hmm... Es un mundo pequeño. Me alivia saber que no
menciona al Dr. Flynn o la casa ya que me resulta difícil concentrarme en nuestra conversación. Quiero ir a casa.


La anticipación carnal está desplegándose entre nosotros. 


Él es tan bueno en esto.


Haciéndome esperar. Preparando la escena. Entre bocado y bocado, pone su mano en su muslo, muy cerca del mío, pero todavía no me toca sólo para burlarse de mí aún más.


¡Bastardo! Finalmente termino mi comida y coloco mi cuchillo y tenedor en el plato.


—Buena chica —murmura, y esas dos palabras contienen muchas promesas.


Le frunzo el ceño.


—¿Y ahora qué? —pregunto, el deseo clavando sus uñas en mi vientre. Oh, quiero a este hombre.


—¿Ahora? Nos vamos. Creo que tienes ciertas expectativas, señorita Chaves. Que tengo la intención de cumplir con lo mejor de mi capacidad.


¡Vaya!


—¿Lo mejor... de tu ha... bili... dad? —tartamudeo. Santa mierda.


Él sonríe y se pone de pie.


—¿No tenemos que pagar? —le pregunto, sin aliento.


Él ladea la cabeza hacia un lado.


—Soy un miembro aquí. Me mandarán la cuenta. Ven, Paula, después de ti. — Se hace a un lado, y me pongo de pie para salir, consciente de que no estoy usando mi ropa interior.


Él me mira oscuramente, como si me estuviera desnudando, y me regodeo con su valoración carnal. Eso simplemente me hace sentir muy sexy, este bello hombre me desea. ¿Siempre disfrutaré de esto? Deliberadamente deteniéndome frente a él, me aliso el vestido por encima de mis caderas.


Pedrosusurra en mi oído:
—No puedo esperar a llegar a casa. —Pero aun así no me toca.


Mientras salimos murmura algo sobre el automóvil al maître, pero no estoy escuchando, mi Diosa interior está incandescente con anticipación. Por Dios, ella podría iluminar Seattle.


Esperando junto a los ascensores, estamos acompañados por dos parejas de mediana edad. Cuando las puertas se abren, Pedro toma mi codo y me conduce a la parte posterior. Miro a mi alrededor, y estamos rodeados por espejos oscuros de vidrio ahumado. Mientras las otras parejas entran, un hombre en un traje marrón más bien poco halagador saluda a Pedro.


—Alfonso —asiente con la cabeza educadamente. Pedro asiente con la cabeza en respuesta, pero no dice nada.


Las parejas se paran delante de nosotros, enfrentando las puertas del ascensor.


Obviamente son amigos, las mujeres conversan en voz alta, entusiasmadas y animadas después de la comida. Creo que todos están un poco borrachos.


Mientras las puertas se cierran, Pedro se inclina brevemente a mi lado para atar el cordón de su zapato. Raro, los cordones de sus zapatos no están desatados.


Discretamente pone su mano sobre mi tobillo, sorprendiéndome, y mientras se pone de pie su mano se desplaza con rapidez por mi pierna, rodando deliciosamente sobre mi piel, vaya, directamente arriba. Tengo que ahogar mi grito de sorpresa cuando su mano llega a mi trasero. 


Pedro se mueve detrás de mí.


Oh mí. Me quedo boquiabierta hacia la gente delante de nosotros, mirando a la parte trasera de sus cabezas. No tienen ni idea de lo que estamos haciendo.


Envolviendo su brazo libre alrededor de mi cintura, Pedro me jala hacia él, sosteniéndome en mi lugar mientras sus dedos exploran. Santa puta mierda... ¿aquí?


El ascensor viaja suavemente hacia abajo, deteniéndose en el piso 53 para dejar entrar a otras personas más, pero no estoy prestando atención. Estoy enfocada en cada pequeño movimiento que sus dedos hacen. Dando vueltas... ahora
moviéndose hacia adelante, cuestionándose, a retroceder.


Una vez más reprimo un gemido cuando sus dedos encuentran su objetivo.


—Siempre tan lista, señorita Chaves —susurra mientras desliza un largo dedo dentro de mí. Me retuerzo y jadeo. 


¿Cómo puede hacer esto con toda esta gente aquí?


—Mantente quieta y en silencio —advierte, murmurando en mi oído.


Estoy sonrojada, caliente, con ganas, atrapada en un ascensor con siete personas, seis de ellos ajenos a lo que está ocurriendo en la esquina. Su dedo se desliza dentro y fuera de mí, una y otra vez. Mi respiración. Vaya, es vergonzoso. Quiero decirle que se detenga... y continúe... y se detenga. Me hundo contra él, y él aprieta su brazo a mi alrededor, su erección contra mi cadera.


Nos detenemos de nuevo en el piso 44. Oh... ¿por cuánto tiempo va a continuar esta tortura? Adentro... afuera... adentro... afuera... Sutilmente me oprimo contra su persistente dedo. Después de todo este tiempo de no tocarme, ¡él escoge ahora!


¡Aquí! Y eso me hace sentir tan… libertina.


—Silencio —respira, sin parecer afectado cuando otras dos personas suben a bordo. El ascensor se está llenando. 


Pedro nos mueve un poco más atrás, de modo que ahora estamos presionados en la esquina, sosteniéndome en mi lugar y torturándome más. Él acaricia mi cabello. Estoy segura de que lucimos como una joven pareja enamorada, besuqueándose en la esquina, si alguien se molestara en
dar la vuelta y ver lo que estamos haciendo... Y él introduce un segundo dedo dentro de mí.


¡Joder! Gimo, y estoy agradecida de que la manada de gente delante de nosotros todavía está charlando, totalmente inconsciente.


Oh, Pedro, qué me haces. Inclino mi cabeza contra su pecho, cerrando los ojos y entregándome a sus implacables dedos.


—No te vengas —susurra—. Quiero eso más tarde. —Extiende su mano sobre mi vientre, haciendo una leve presión, a medida que continúa su dulce persecución.


La sensación es exquisita.


Finalmente, el ascensor llega a la primera planta. Con un fuerte pitido las puertas se abren, y casi al instante los pasajeros empiezan a salir. Pedro lentamente desliza sus dedos fuera de mí y besa la parte de atrás de mi cabeza. 


Echo un vistazo alrededor hacia él, y sonríe, y luego asiente de nuevo al señor traje-marrónmal- ajustado que responde su gesto de reconocimiento mientras sale del ascensor con su esposa. Yo apenas lo noto, concentrándome en cambio en permanecer de pie y tratando de controlar mis jadeos. 


Por Dios, me siento dolorida y privada.


Pedro me libera, dejándome pararme por mi cuenta, sin apoyarme en él.


Dando la vuelta, lo miro. Se ve fresco e imperturbable, con su habitual compostura.


Hmm... Esto es tan injusto.


—¿Lista? —pregunta. Sus ojos brillan perversamente mientras desliza primero el índice, luego el dedo corazón en su boca y los chupa—. Muy bien, señorita Chaves —susurra. Estuve a punto de convulsionar en el acto.


—No puedo creer que hayas hecho eso —me quejo, y estoy prácticamente viniéndome abajo.


—Te sorprenderías de lo que puedo hacer, señorita Chaves —dice. Extendiendo su mano, coloca un mechón de cabello detrás de mi oreja, una leve sonrisa traicionando su diversión.


—Quiero llegar a casa, pero tal vez sólo logremos llegar hasta el coche —dice sonriendo hacia mí mientras toma mi mano y me lleva fuera del ascensor.


¡Qué! ¿Sexo en el automóvil? ¿No podemos simplemente hacerlo aquí en el mármol frío del piso del vestíbulo... por favor?


—Ven.


—Sí, lo quiero.


—¡Señorita Chaves! —Me advierte con fingido horror divertido.


—Nunca he tenido relaciones sexuales en un automóvil —murmuro. Pedro se detiene y pone esos mismos dedos bajo mi barbilla, inclinando mi cabeza hacia atrás y mirándome.


—Estoy muy contento de escuchar eso. Tengo que decir que estaría muy sorprendido, por no decir enojado, si lo hubieras hecho.


Me sonrojo, parpadeando hacia él. Por supuesto, sólo he tenido relaciones sexuales con él. Le frunzo el ceño.


—Eso no es lo que quise decir.


—¿Qué quieres decir? —Su tono es inesperadamente duro.


Pedro, fue sólo una expresión.


—La famosa expresión: “Nunca he tenido relaciones sexuales en un automóvil”. Sí, eso simplemente común.


Por Dios... ¿cuál es su problema?


Pedro, no estaba pensando. Por el amor de Dios, acabas... um, de hacerme eso en un ascensor lleno de gente. Mi ingenio se encuentra disperso.


Levanta sus cejas.


—¿Qué te hice? —Me desafía.


Le frunzo el ceño. Él quiere que lo diga.


—Me excitaste, a lo grande. Ahora llévame a casa y fóllame.


Su boca se cae abierta luego se ríe, sorprendido. Ahora se ve joven y desenfadado.


Oh, oírlo reír. Me encanta porque es muy raro.


—Naciste siendo romántica, señorita Chaves. —Toma mi mano, y nos dirigimos hacia el edificio donde se encuentra el ayudante de valet junto a mi Saab.


—Así que quieres sexo en el auto —murmura Pedro mientras enciende el auto.


—Francamente, habría estado feliz con el piso del vestíbulo.


—Confía en mí Paula, igual yo. Pero no me apetece ser arrestado a esta hora de la noche y no quiero follarte en el baño. Bueno, no hoy.


¡Qué!


—¿Quieres decir que existía la posibilidad?


—Oh sí.


—¡Regresemos!


Se vuelve a mirarme y ríe. Su risa es infecciosa; pronto ambos estamos riendo… maravillosas, catárticas, carcajadas de cabeza-inclinada-atrás. Estirándose, coloca su mano en mi rodilla, acariciándola suavemente con sus largos dedos habilidosos.


Dejo de reír.


—Paciencia Paula —murmura y entra en el tráfico de Seattle.




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