martes, 3 de febrero de 2015

CAPITULO 100




En la calle, se da la vuelta hacia mí.


—¿Cómo ha sido eso? —Su voz está ansiosa.


—Estaba bien.


Me mira sospechosamente. Ladeo mi cabeza a un lado.


—Señor Alfonso, por favor no me mire de esa forma. Bajo las órdenes del doctor le voy a dar el beneficio de la duda.


—¿Qué significa eso?


—Ya verás.


Su boca se tuerce y sus ojos se estrechan.


—Entra en el auto —me ordena mientras abre la puerta del pasajero del Saab.


Oh, cambio de dirección. Mi BlackBerry vibra. Lo saco de mi bolso.


¡Mierda, José!


—Hola.


—Paula, hola…


Miro fijamente a Cincuenta, quien me está mirando sospechosamente.


—José —vocalizo hacia él. Me mira sin inmutarse, pero sus ojos se endurecen.


¿Cree que no me doy cuenta? Vuelvo mi atención a José otra vez.


—Siento no haberte llamado. ¿Es sobre mañana? —preguntó a José, pero miro a Pedro.


—Sí, escucha… hablé con un tipo en la casa de Alfonso, así que sé dónde voy a enviar las fotos, y debería llegar entre las cinco y las seis… Después de eso, estoy libre.


Oh.


—Bueno, la verdad es que estoy con Pedro en este momento, y si quieres, dice que te puedes quedar en su casa.


Pedro aprieta su boca en una dura línea. Hmm, menudo anfitrión está hecho.


José está callado un momento, absorbiendo esta noticia. Me encojo. No he tenido oportunidad de hablarle sobre Pedro.


—Bien —dice finalmente—. Esta cosa con Alfonso, ¿es seria?


Le doy la espalda al auto y ando al otro lado de la acera.


—Sí.


—¿Cuán serio?


Pongo los ojos en blanco y paro. ¿Por qué tiene Pedro que estar escuchando?


—Serio.


—¿Está ahora contigo? ¿Por eso estás hablando en monosílabos?


—Sí.


—De acuerdo. ¿Tienes permitido salir mañana?


—Claro que lo tengo permitido. —Espero. Automáticamente cruzo los dedos.


—Así que, ¿dónde quedamos?


—Podrías recogerme del trabajo —ofrezco.


—Está bien.


—Te enviaré la dirección por mensaje.


—¿Qué hora?


—¿Di seis?


—Claro. Te veré entonces, Paula. Estoy deseándolo. Te echo de menos.


Sonrío.


—Genial. Te veré entonces.


Apago el móvil y me doy la vuelta.


Pedro está inclinado contra el auto mirándome cuidadosamente, su expresión imposible de leer.


—¿Cómo está tu amigo? —pregunta fríamente.


—Está bien. Me va a recoger del trabajo, y creo que iremos a tomar algo. ¿Te gustaría unírtenos?


Pedro duda, sus ojos grises fríos.


—¿No crees que intentará algo?


—¡No! —Mi tono es exasperado, pero me abstengo de poner los ojos en blanco.


—Está bien. —Pedro sube las manos en derrota—. Sales con tu amigo, y te veo más tarde por la noche.


Estaba esperando una pelea, y su fácil consentimiento me desconcierta.


—¿Ves? Puedo ser razonable. —Sonríe con suficiencia.


Mi boca se tuerce. Eso ya lo veremos.


—¿Puedo conducir?


Pedro parpadea hacia mí, sorprendido por mi petición.


—Preferiría que no lo hicieras.


—¿Por qué, exactamente?


—Porque no me gusta que me lleven.


—Lo soportaste esta mañana, y pareces tolerar que Taylor te lleve.


—Confío en la conducción de Taylor incondicionalmente.


—¿Y no la mía? —Pongo mis manos en mis caderas—. Honestamente, tu obsesión por el control no conoce límites. He estado conduciendo desde que tenía quince años.


Se encoge de hombros en respuesta, como si eso no tuviese importancia en absoluto. Oh, ¡es tan exasperante!


¿Beneficio de la duda? Bueno, que se joda.


—¿Es éste mi coche? —pregunto.


Frunce el ceño hacia mí.


—Claro que es tu coche.


—Entonces dame las llaves, por favor. Lo he conducido dos veces, y solo para ir y volver del trabajo. Te estás llevando toda la diversión. —Estoy en modo pucheros completamente.


Los labios de Pedro se mueven con una sonrisa reprimida.


—Pero no sabes a dónde vamos.


—Estoy segura de que puedes iluminarme, señor Alfonso. Has hecho un gran trabajo hasta ahora.


Me mira asombrado y después sonríe, su nueva sonrisa tímida que me desarma completamente y me deja sin respiración.


—Gran trabajo, ¿eh? —murmura.


Me sonrojo.


—La mayor parte, sí.


—Bueno, en ese caso. —Me da las llaves, da la vuelta hasta la puerta del conductor, y la abre para mí.



* * *


—Izquierda aquí —ordena Pedro, y nos dirigimos norte hacia la I-5—. Demonios, suavemente,Paula. —Se sujeta del tablero.


Oh, por todos los cielos. Pongo los ojos en blanco, pero no me giro para mirarlo.


Van Morrison canta con voz suave de fondo a través del sistema de sonido del coche.


—¡Frena!


—¡Estoy frenando!


Pedro suspira.


—¿Qué ha dicho Flynn? —Oigo su ansiedad en su voz.


—Te lo he dicho. Dice que debería darte el beneficio de la duda. —Maldición, quizás debería haber dejado a Pedro conducir. Entonces le podría mirar. 


De hecho… señalo para parar el coche.


—¿Qué estás haciendo? —replica, alarmado.


—Dejándote conducir.


—¿Por qué?


—Para poder mirarte.


Ríe.


—No, no, querías conducir. Así que, tú conduces, y yo te miro.


Le miro con el ceño fruncido.


—¡Mantén tus ojos en la carretera! —grita.


Mi sangre hierve. ¡Bien! Paro en la cuneta justo antes de un semáforo y salgo furiosa del coche, dando un portazo, y me quedo de pie en la acera, los brazos cruzados, lo miro. Él sale del coche.


—¿Qué estás haciendo? —pregunta enfadado, mirándome fijamente.


—No. ¿Qué estás tú haciendo?


—No puedes estacionar aquí.


—Lo sé.


—¿Entonces por qué lo has hecho?


—Porque me he cansado de tus órdenes ladradas. ¡O conduces o te callas sobre mi conducción!


—Paula, entra en el coche antes de que consigamos una multa.


—No.


Parpadea hacia mí, perdido completamente, después pasa sus manos por su cabello, y su enfado se convierte en desconcierto. Es tan cómico de repente, y no puedo evitar sonreírle. Frunce el ceño.


—¿Qué? —dice bruscamente una vez más.


—Tú.


—¡Oh, Paula! Eres la mujer más frustrante del planeta. —Lanza sus manos al aire—. Bien, conduciré yo.


Agarro los bordes de su chaqueta y lo empujo hacia mí.


—No, tú eres el hombre más frustrante del planeta, señor Alfonso.


Me mira, sus ojos oscuros e intensos, enreda sus brazos alrededor de mi cintura y me abraza, sujetándome cerca.


—Puede que estemos hechos el uno para el otro entonces —dice suavemente e inhala profundamente, su nariz en mi cabello. Envuelvo mis brazos a su alrededor y cierro los ojos. Por primera vez desde esta mañana, siento cómo me relajo.


—Oh… Paula, Paula, Paula —respira, sus labios presionados contra mi cabello. Aprieto mis brazos a su alrededor, y nos quedamos de pie, inmóviles, disfrutando un momento de inesperada tranquilidad, en la calle. 


Soltándome, abre la puerta del pasajero. Entro y me siento en silencio, mirándolo dando la vuelta al coche.


Volviendo a encender el coche, Pedro sale al tráfico, tarareando distraídamente con Van Morrison.


Whoa. Nunca lo he escuchado cantar, ni siquiera en la ducha, nunca. Frunzo el ceño. Tiene una voz preciosa, por supuesto. Hmm… ¿me ha escuchado cantar?


¡No te estaría pidiendo que te casaras con él si lo hubiera hecho! Mi subconsciente tiene sus brazos cruzados y está llevando Burberry a cuadros… caray. La canción termina y Pedro sonríe con suficiencia.


—Sabes, si hubiésemos conseguido una multa, el coche está a tu nombre.


—Bueno, es algo bueno que me hayan ascendido, puedo permitírmelo —digo con suficiencia, observando su adorable perfil. Sus labios se mueven… Otra canción de Van Morrison empieza a reproducirse mientras coge la vía de acceso a la I-5, dirigiéndose al norte.


—¿A dónde vamos?


—Es una sorpresa. ¿Qué más dijo Flynn?


Suspiro.


—Habló sobre FFFSTB o algo.


—STBT. La última opción terapéutica —murmura.


—¿Has probado otras?


Pedro bufa.


—Nena, he estado sometido a todas ellas. Cognitivismo, Freud, funcionalismo, Gestalt, conductismo… Lo nombras, a lo largo de los años lo he hecho —dice y su tono traiciona su amargura. El rencor en su voz es angustiante.


—¿No crees que este último acercamiento vaya a ayudar?


—¿Qué dijo Flynn?


—Dijo que no escarbara en tu pasado. Que te concentraras en el futuro, donde quieras estar.


Pedro asiente pero se encoge de hombros a la vez, su expresión cuidadosa.


—¿Qué más? —insiste.


—Habló sobre tu miedo a ser tocado, aunque lo llamó de otra manera. Y sobre tus pesadillas y tu auto aborrecimiento. —Lo miro, y en la luz de la tarde, está pensativo, mordiéndose la uña del pulgar mientras conduce. 


Me mira rápidamente.


—Los ojos en la carretera, señor Alfonso—lo amonesto, mi ceja levantada hacia él.


Parece divertido, y ligeramente exasperado.


—Has estado hablando con él eternamente, Paula. ¿Qué más dijo?


Trago.


—No cree que seas un sádico —susurro.


—¿De verdad? —dice Pedro en voz baja y frunce el ceño. La atmósfera en el coche desciende en picado.


—Dice que el término no está reconocido en psiquiatría. No desde los noventa — murmuro, rápidamente intentando rescatar el ánimo entre nosotros.


La cara de Pedro se oscurece, y exhala lentamente.


—Flynn y yo tenemos opiniones discrepantes en eso —dice en voz baja.


—Dice que siempre piensas lo peor de ti mismo. Sé que eso es verdad — murmuro—. También mencionó sadismo sexual, pero dijo que eso era una elección de estilo de vida, no una condición psiquiátrica. Puede que eso sea sobre lo que estás pensando.


Sus ojos grises van hacia mí otra vez, y su boca se asienta en una línea sombría.


—Así que… una charla con el buen doctor y eres una experta —dice ácidamente y gira sus ojos al frente.


Oh querido… Suspiro.


—Mira, si no quieres escuchar lo que ha dicho, no me preguntes —murmuro suavemente.


No quiero discutir. De todos modos él está en lo cierto, ¿qué demonios sé yo sobre toda esa mierda? ¿Quiero siquiera saber? Puedo hacer una lista con sus puntos salientes, su obsesión por el control, su posesividad, sus celos, su sobreprotección, y comprendo completamente de dónde viene. Puedo incluso entender por qué no quiere ser tocado, he visto las cicatrices físicas. Solo puedo imaginar las mentales, y sólo he echado un vistazo a sus pesadillas una vez. Y el doctor Flynn dijo…


—Quiero oír lo que discutieron —Pedro interrumpe mis pensamientos mientras sale de la I-5 en la salida 172, dirigiéndose al oeste hacia el sol que se está hundiendo lentamente.


—Me llamó tu amante.


—¿Lo hizo? —Su tono es reconciliador—. Bueno, no es nada sino fastidioso en esos temas. Creo que esa es una descripción acertada. ¿No lo crees?


—¿Pensabas en tus sumisas como amantes?


La frente de Pedro se arruga una vez más, pero esta vez está pensando. Gira el Saab suavemente al norte otra vez. ¿A dónde vamos?


—No. Eran compañeras sexuales —murmura, su voz cuidadosa otra vez—. Eres mi única amante. Y quiero que seas más.


Oh… ahí está esa palabra mágica otra vez, rebosante de posibilidades. Me hace sonreír, y por dentro me abrazo a mí misma, mi Diosa interior irradiando alegría.


—Lo sé —susurro, intentando mucho esconder mi entusiasmo—. Sólo necesito un poco de tiempo, Pedro. Para entender estos últimos pocos días.


Me mira extrañamente, perplejo, su cabeza inclinada a un lado.


Después de un latido, el semáforo en el que estábamos parados se vuelve verde. Él asiente y sube el volumen de la música, y nuestra conversación se ha acabado.


Van Morrison está todavía cantando, más optimistamente ahora, sobre ser una noche maravillosa para bailar a la luz de la luna. Miro por la ventana a los pinos y los abetos espolvoreados de oro por la luz que se desvanece del sol, sus largas sombras estirándose a través de la carretera. Pedro ha entrado en una calle más residencial, y estamos dirigiéndonos al oeste hacia el Sound.


—¿A dónde vamos? —pregunto otra vez mientras gira en la carretera. Capto una señal de tráfico, 9th Ave NW. Estoy perpleja.


—Sorpresa —dice y sonríe misteriosamente.


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