sábado, 31 de enero de 2015

CAPITULO 92






Pedro de rodillas a mis pies, me sostiene con su firme mirada gris, es la más espeluznante y aleccionadora visión que he visto, más aún que Lorena y su pistola. La débil borrosidad alcohólica que estoy sufriendo se evapora en un instante y es reemplazada por un cuero cabelludo picoso y un extraño sentido de dominación mientras la sangre deja mi cara.


Inhalo bruscamente con sorpresa. No. No, esto es malo, tan malo y tan perturbador.


Pedro, por favor, no hagas esto. No lo quiero.


Él continúa contemplándome pasivamente, sin moverse, sin decir nada.


Oh joder. Mi pobre Cincuenta. Mi corazón se aprieta y retuerce. ¿Qué diablos le he hecho? Las lágrimas pican mis ojos.


—¿Por qué estás haciendo esto? Háblame —susurro.


Él pestañea una vez.


–¿Qué quisieras que dijera? –dice suavemente, sosamente, y por un momento estoy aliviada de que esté hablando, pero no así, no. No.


Las lágrimas comienzan a rebosar por mis mejillas, y de pronto es demasiado verlo en la misma posición abatida como la patética criatura que era Lorena. La imagen de un poderoso hombre que todavía es un niñito, que fue horriblemente abusado y abandonado, que se siente desmerecedor del amor de su perfecta familia y su mucho menos que perfecta novia… mi niño perdido… rompe el corazón.


Compasión, pérdida, y desesperación se agrandan en mi corazón, y siento un ahogante sentimiento de desesperación. Voy a tener que pelear para traerlo de vuelta, para traer de vuelta a mi Cincuenta.


El pensamiento de mí dominando a alguien es terrible. El pensamiento de dominar Pedro es nauseabundo. Me haría como ella, la mujer que le hizo esto.


Me estremezco con el pensamiento, peleando con la bilis en mi garganta. No hay forma de que yo pueda hacer eso. No hay forma en que yo quisiera eso.


Cuando se aclaran mis pensamientos, puedo ver sólo un camino. Sin quitar mis ojos de él, bajo a mis rodillas al frente de él.


El piso de madera es duro contra mis espinillas, y quito mis lágrimas bruscamente con la parte de atrás de mi mano.


De esta forma, somos iguales. Estamos al mismo nivel. Esta es la única forma en que lo voy a recuperar.


Sus ojos se ensanchan levemente mientras lo miro, pero más allá de eso su expresión y trance no cambian.


Pedro, no tienes que hacer esto —suplico—. No voy a escapar. Te lo he dicho y dicho, no voy a escapar. Todo lo que ha pasado… es abrumador. Sólo necesito algo de tiempo para pensar… tiempo para mí. ¿Por qué siempre asumes lo peor? —Mi corazón se encoje de nuevo porque lo sé; es porque él es tan inseguro, tan lleno de odio hacia él.


Las palabras de Eleonora vuelven para atormentarme. 


“¿Acaso ella sabe cuán negativo eres sobre ti mismo? ¿Sobre todos tus problemas?”


Oh, Pedro. El miedo empuña mi corazón una vez más y comienzo a balbucear:
—Iba a sugerir volver a mi departamento por esta tarde. Nunca me das nada de tiempo… tiempo para sólo pensar las cosas —sollozo, y el fantasma de una arruga cruza por su cara—. Sólo tiempo para pensar. Apenas nos conocemos, y todo este equipaje que acarreas… necesito… necesito tiempo para pensarlo. Y ahora Lorena está… bueno, lo que sea que ella es… está fuera de las calles y ya no es una amenaza… pienso… Pienso… –Mi voz se debilita y lo miro fijamente. Me contempla intensamente y creo que está escuchando.
–Verte con Lorena… —Cierro mis ojos cuando el doloroso recuerdo de su interacción con su ex-sumisa me corroe de nuevo—. Fue un shock. Pude ver un atisbo de cómo ha sido tu vida… y… —Bajo la mirada a mis enredados dedos, lágrimas todavía corriendo por mis mejillas—. Esto es sobre mí no siendo lo suficientemente buena para ti. Fue una comprensión de tu vida, y estoy tan asustada de que te aburrirás de mí, y luego te irás… y terminaré como Lorena… una sombra. Porque te amo, Pedro, y si me dejas, va a ser como un mundo sin luz. Estaré en la oscuridad.
No quiero huir. Solo estoy tan asustada de que me dejes…
Me doy cuenta cuando le digo estas palabras —con la esperanza de que esté escuchando— cuál es mi verdadero problema. Sólo no entiendo por qué le gusto. Nunca he entendido por qué le gusto.
—No entiendo por qué me encuentras atractiva —murmuro—. Tú eres, bueno, tú eres tú… y yo soy… —Me encojo de hombros y levanto la mirada hacia él—. Sólo no lo veo. Tú eres hermoso y sexy y exitoso y bueno y dulce y humanitario —todas esas cosas— y yo no. Y no puedo hacer las cosas que a ti te gustan. No puedo darte lo que necesitas. ¿Cómo podrías ser feliz conmigo? ¿Cómo yo podría posiblemente
contenerte? —Mi voz es un susurro cuando expreso mis miedos más oscuros—. Nunca he entendido qué vez en mí. Y verte con ella, lo trajo todo de vuelta a casa. —Sorbo y limpio mi nariz con la parte de atrás de mi mano, mirando su imperturbable expresión.


Oh, es tan exasperante. ¡Háblame, demonios!


–¿Vas a arrodillarte aquí toda la noche? Porque yo también lo haré —le digo bruscamente.


Creo que su expresión se suaviza, tal vez se ve un poco sorprendido. Pero es difícil decir.


Podría estirarme y tocarlo, pero eso sería un asqueroso abuso de la posición en que me ha puesto. No quiero eso, pero no sé qué quiere él, o qué está intentando decirme. Simplemente no lo entiendo.


Pedro, por favor, por favor… háblame —le ruego, retorciendo mis manos en mi regazo. Estoy incómoda en mis rodillas, pero continúo arrodillada, mirando fijamente sus serios, hermosos, ojos grises, y espero.


Y espero.


Y espero.


–Por favor, –ruego una vez más.


Su intensa mirada se oscurece de pronto y pestañea.


—Estaba tan asustado —susurra.


¡Oh, gracias a Dios! Por dentro, mi subconsciente se tambalea hacia atrás en su sillón, flaqueando con alivio, y toma un largo trago de ginebra.


¡Está hablando! La gratitud me abruma, y trago, intentando contener mi emoción y la nueva batalla de lágrimas que amenaza.


Su voz es suave y baja.


—Cuando vi a Lucas llegar afuera, sabía que alguien te había dejado entrar a tu apartamento. Ambos Taylor y yo saltamos fuera del auto. Nosotros sabíamos y verla allí así contigo, y armada. Creo que morí mil muertes, Paula. Alguien amenazándote… todos mis peores miedos realizados. Estaba tan enojado, con ella, contigo, con Taylor, conmigo.


Sacude su cabeza revelando su agonía.


—No sabía cuán volátil podría ser ella. No sabía qué hacer. No sabía cómo ella reaccionaría. —Se detiene y frunce el ceño—. Y luego me dio una pista; se veía tan arrepentida. Y sólo supe qué tenía qué hacer. —Se detiene, mirándome, intentando medir mi reacción.


—Continúa —susurro.


Él traga.


—Verla en ese estado, sabiendo que yo podría haber tenido algo que ver con su crisis emocional… —Cierra sus ojos una vez más—. Ella siempre fue tan traviesa y alegre. —Se estremece y toma una áspera respiración, casi como un sollozo. Es una tortura escucharlo, pero me arrodillo, atenta, absorbiendo esta confesión.


—Ella podría haberte herido. Y habría sido mi culpa. —Sus ojos se desvían, llenos con terror incomprendido, y está en silencio una vez más.


—Pero no lo hizo —susurro—. Y no fuiste responsable de que ella estuviera en ese estado, Pedro. —Lo miro, alentándolo a continuar.


Entonces se aclara en mí que todo lo que él hizo fue para mantenerme a salvo, y tal vez a Lorena también, porque además se preocupa por ella. ¿Pero cuanto se preocupa por ella? La pregunta se queda en mi cabeza, poco bienvenida. 


Él dice que me ama, pero entonces fue muy duro, echándome de mi propio departamento.


—Solo quería que te fueras —murmura, con su extraña habilidad para leer mis pensamientos—. Te quería lejos del peligro, y… Tú. Solo. No. Te. Ibas —susurra con sus dientes apretados y sacude su cabeza. Su exasperación es tangible.


Me mira intensamente.


—Paula Chaves, eres la mujer más terca que conozco. —Cierra sus ojos y sacude su cabeza una vez más incrédulo.


Oh, está de vuelta. Respiro un largo, aclarante suspiro de alivio.


Abre sus ojos de nuevo, su expresión es desolada, sincera.


—¿No ibas a escapar? —pregunta.


—¡No!


Cierra sus ojos de nuevo y todo su cuerpo se relaja. Cuando abre sus ojos, puedo ver su dolor y angustia.


—Pensé… —Se detiene—. Este soy yo, Paula. Todo yo… y soy todo tuyo. ¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta de eso? Hacerte ver que te quiero de cualquier forma en que te pueda obtener. Que te amo.


—También te amo, Pedro, y verte así… —Me ahogo y mis lágrimas comienzan de nuevo—. Pensé que te había roto.


—¿Roto? ¿A mí? Oh no, Paula. Justo lo contrario. —Se estira y toma mi mano—. Eres mi vida —susurra, y besa mis nudillos antes de presionar mi palma contra la suya.


Con sus ojos grandes y llenos de miedo, suavemente tira de mi mano y la pone en su pecho sobre su corazón, en la zona prohibida. Su respiración se acelera. Su corazón está bombeando un frenético, pulsante latido bajo mis dedos. No quita sus ojos de mí; su mandíbula está tensa, sus dientes apretados.


Jadeo. ¡Oh mi Cincuenta! Me está dejando tocarlo. Y es como si todo el aire de mis pulmones se ha vaporizado, ido. 


La sangre está latiendo en mis oídos cuando el ritmo de mi corazón aumenta para igualar el suyo.


Él deja ir mi mano, dejándola en su lugar sobre su corazón. 


Flexiono levemente mis dedos, sintiendo la calidez de su piel bajo la tela de su camiseta. Está sosteniendo el aliento. 


No puedo soportarlo. Intento mover mi mano.


—No —dice rápidamente y pone su mano una vez más sobre la mía, presionando mis dedos contra él—. No.


Más valiente por estas dos palabras, me arrastro más cerca así que nuestras rodillas se están tocando y tentativamente levanto mi otra mano para que él sepa exactamente lo que quiero hacer. Sus ojos se ensanchan pero no me detiene.


Suavemente comienzo a soltar los botones de su camisa. Es difícil con una mano.


Flexiono mis dedos bajo su mano y él me suelta, dejándome usar ambas manos para quitarle la camisa. Mis ojos no lo dejan mientras abro su camiseta, revelando su pecho.


Él traga, y sus labios se abren cuando su respiración se acelera, y siento su creciente pánico, pero no se aleja. ¿Está todavía en modo sumiso? No tengo idea.


¿Debería hacer esto? No quiero herirlo, física o mentalmente. La vista de él así, ofreciéndose hacia mí, ha sido un llamado de atención.


Me estiro, y mi mano se cierne sobre su pecho, y lo miro fijamente… pidiendo su permiso. Muy sutilmente inclina su cabeza hacia un lado, endureciéndose en la anticipación de mi toque, y la tensión irradia de él, pero esta vez no es de rabia, es de dolor. Vacilo. ¿Puedo hacerle esto?


—Sí —susurra, de nuevo con la rara habilidad de contestar mis preguntas no hechas.


Extiendo las yemas de mis dedos en su vello de pecho y suavemente los acaricio bajo su esternón. Él cierra sus ojos, y su rostro se arruga como si estuviera esperando dolor intolerable. Es insoportable ser testigo, así que levanto mis dedos inmediatamente, pero él rápidamente toma mi mano y la pone de vuelta firmemente, estirada en su desnudo pecho así los vellos cosquillean mi palma.


—No —dice, su voz forzada—. Lo necesito.


Sus ojos están cerrados tan fuertemente. Debe ser agónico. 


Es verdaderamente un tormento mirar. Cuidadosamente dejo que mis dedos recorran su pecho hacia su corazón, maravillándome con su sentir, aterrada de que sea un paso muy lejos.


Abre sus ojos, son fuego gris, quemándome.


Santo cielo. Su mirada es abrazadora, salvaje, más allá de intensa, y su respiración es rápida. Estimula mi sangre. Me retuerzo bajo su mirada.


No me ha detenido, así que muevo la yema de mis dedos a través de su pecho de nuevo, y su boca se afloja. Está jadeando, y no sé si es por miedo, o algo más.


He querido besarlo allí por tanto tiempo que me inclino en mis rodillas y sostengo su mirada por un momento, haciendo mi intención perfectamente clara. Entonces me agacho y suavemente planto un suave beso sobre su corazón, sintiendo su cálida, de un dulce olor piel bajo mis labios.


Su sofocado gruñido me mueve tanto que me siento atrás en mis talones, con miedo de lo que veré en su cara. Sus ojos están cerrados fuertemente, pero no se ha movido.


—De nuevo —susurra, y me inclino hacia su pecho una vez más, esta vez para besar una de sus cicatrices. Él jadea, y yo beso otra y otra. Gime fuertemente, y de pronto sus brazos están alrededor de mí, y su mano está en mi cabello, tirando mi cabeza hacia arriba dolorosamente para que mis labios lleguen a su insistente boca.


Y nos estamos besando, mis dedos enredándose en su cabello.


—Oh,Paula —suspira, y me gira y tira al suelo para que esté debajo de él. Subo mis manos para acunar su hermoso rostro, y en ese momento, siento sus lágrimas.


Está llorando… no. ¡No!


Pedro, por favor, no llores. Lo decía en serio cuando dije que nunca te dejaré.
Lo hice. Si te di cualquier otra impresión, lo siento mucho… por favor, por favor perdóname. Te amo. Siempre te amaré.


Se impone sobre mí, bajando la mirada hacia mi rostro, y su expresión es de dolor.


—¿Qué es?


Sus ojos se agrandan.


—¿Cuál es el secreto que te hace creer que correré hacia las montañas? ¿Qué te tiene tan determinado a creer que me iré? —ruego, mi voz nerviosa–. Dime, Pedro, por favor…


Se sienta derecho, pero esta vez cruza sus piernas y lo sigo, mis piernas estiradas.


Vagamente me pregunto si nos podemos parar del suelo. 


Pero no quiero interrumpir su tren de pensamiento. 


Finalmente va a confiar en mí.


Baja la mirada hacia mí, y se ve completamente desolado. 


Oh mierda, es malo.


—Paula… —Se detiene, buscando las palabras, su expresión adolorida… ¿Oh?


¿Dónde diablos está dirigiéndose esto?


Toma una profunda respiración y traga.


—Soy un sádico, Paula. Me gusta azotar pequeñas chicas morenas como tú porque todas lucen como la perra adicta al crack, mi madre biológica. Estoy seguro de que puedes adivinar por qué —lo dice rápidamente como si hubiera tenido esta oración en su cabeza por días y días y está desesperado por deshacerse de ella.


Mi mundo se detiene. ¡Oh no!


Esto no es lo que esperaba. Esto es malo. Realmente malo. 


Lo miro, intentando entender la implicación de lo que acaba de decir. Eso sí explica por qué todas lucimos igual.


Mi pensamiento inmediato es que Lorena estaba en lo correcto: “El amo es oscuro.”


Recuerdo la primera conversación que tuve con él sobre sus tendencias cuando estábamos en la Habitación Roja del Dolor.


—Dijiste que no eras un sádico —susurro, desesperadamente intentando entender… crear alguna excusa por él.


—No, dije que era un Dominante. Si te mentí, fue una mentira por omisión. Lo siento. —Baja la mirada brevemente hacia sus cuidadas uñas.


Creo que está mortificado. ¿Mortificado por mentirme? ¿O por lo que él es?


—Cuando me hiciste esa pregunta, me había imaginado una relación muy diferente entre nosotros —murmura. Puedo decir por su mirada que está aterrado.


Y entonces me golpea como una bola de demolición. Si es un sádico, realmente necesita toda la mierda del azote y los golpes. Oh joder. Pongo mi cabeza en mis manos.


—Así que es verdad —susurro, levantando la mirada hacia él—. No puedo darte lo que necesitas. —Es todo… esto realmente significa que somos incompatibles.


El mundo comienza a caerse a mis pies, colapsando alrededor de mí mientras el pánico aprieta mi garganta. Es todo. No podemos hacer esto.


Él frunce el ceño.


—No, no, no, Paula. No. Tú puedes. Tú sí me das lo que necesito. —Aprieta sus puños—. Por favor créeme —murmura, sus palabras una vehemente súplica.


—No sé qué creer, Pedro. Esto es tan retorcido —susurro, mi garganta ronca y dolorosa mientras se cierra, ahogándome con lágrimas sin derramar.


Sus ojos están anchos y luminosos cuando me mira de nuevo.


—Paula, créeme. Luego de que te castigué y me dejaste, mi visión del mundo cambió. No estaba bromeando cuando dije que evitaría sentirme así de nuevo. — Me mira con una dolorosa súplica—. Cuando dijiste que me amabas, fue una
revelación. Nunca nadie me lo ha dicho antes, y fue como si hubiera dejado algo descansar, o tal vez tú lo dejaste descansar, no lo sé. Con el Dr. Flynn todavía estamos en una profunda discusión sobre eso.


Oh. La esperanza destella brevemente en mi corazón. Tal vez estaremos bien.


Quiero que estemos bien. ¿No?


—¿Qué significa todo eso? —susurro.


—Significa que no lo necesito. Ahora no.


¿Qué?


—¿Cómo lo sabes? ¿Cómo puedes estar tan seguro?


—Sólo lo sé. El pensamiento de herirte… de cualquier forma… es detestable para mí.


—No entiendo. ¿Y qué con las reglas y las palmadas y todo lo de follar pervertido?


Corre una mano por su cabello y casi sonríe pero en su lugar suspira con pesar.


—Estoy hablando de la mierda pesada, Paula. Deberías ver lo que puedo hacer con un bastón o una gata.


Mi boca se abre, sorprendida.


—Preferiría que no.


—Lo sé. Si quisieras hacer eso, entonces bien… pero no quieres y lo entiendo. No puedo hacer toda esa mierda contigo si tú no quieres. Te lo dije una vez, tú tienes todo el poder. Y ahora, desde que volviste, no siento esa compulsión, para nada. — Lo miro por un momento intentando adentrar todo esto.


—Pero, cuando nos conocimos eso era lo que querías, ¿no?


—Sí, indudablemente.


—¿Cómo puede ser que tu compulsión desaparezca Pedro? ¿Como si yo fuera algún tipo de panacea, y tú estas —a falta de una mejor palabra— curado? No lo entiendo.


Suspira una vez más.


—Yo no diría curado… ¿No me crees?


—Lo encuentro… increíble. Que es diferente.


—Si nunca me hubieras dejado, entonces no me sentiría de esta manera. Tú dejándome fue lo mejor que pudiste haber hecho… por nosotros. Me hizo darme cuenta de cuánto te quiero, solo tú, y lo digo en serio, te tomo de cualquier manera que pueda tenerte.


Lo mire. ¿Puedo creer esto? Mi cabeza me duele sólo de pensar en todo esto, y en el fondo me siento… adormecida.


—Sigues aquí. Creí que ya ibas a estar en la puerta para cuando acabara —susurra.


—¿Por qué? ¿Por qué puede que piense que estás loco por azotar y tener sexo con mujeres que lucen como tu madre? ¿Qué te daría esa impresión? —sisee.


Palidece ante la dureza de mis palabras.


—Bueno, yo no lo habría puesto así, pero sí —dice, con sus ojos grandes y heridos.


Su expresión estaba seria y me arrepentí de lo que dije sin pensar. Fruncí la frente, sintiendo un pinchazo de culpa.


Oh, ¿qué estoy haciendo? Lo miro y luce contrito, sincero… luce como mi Cincuenta.


Y espontáneamente recuerdo la fotografía en su dormitorio de niño, y en ese momento me doy cuenta porque la mujer me parecía tan familiar. Ella luce como él. Ella debió de haber sido su madre biológica.


Su despido fácil de ella viene a mi mente: Nadie de consecuencia… Ella es responsable de todo esto… Y me parezco a ella… ¡Mierda!


Él me observa, pero sé que está esperando mi próximo movimiento. Parece genuino. Dijo que me ama, pero estoy realmente confundida.


Esto está hecho un desastre. Me aclaro lo de Lorena, pero ahora sé con mayor certeza que nunca, que ella fue capaz de darle sus patadas. La idea es cansada y desagradable. 


Estoy tan cansada de todo esto.


Pedro, estoy cansada. ¿Podemos discutir esto mañana? Quiero ir a la cama.


Él parpadea sorprendido.


—¿No te vas a ir?


—¿Quieres que me vaya?


—¡No! Creí que me ibas a dejar una vez que supieras.


De todas las veces que ha aludido dejarlo una vez que supiera sus secretos más oscuros pasaron por mi mente… y ahora sé. Mierda. El Amo es oscuro.


¿Debería irme? Lo mire, este loco hombre que amo, sí, amo.


¿Puedo dejarlo? Lo deje una vez, y casi me rompió… y a él. 


Lo amo. Lo sé a pesar de su revelación.


—No me dejes —susurra.


—Oh, por el amor de Dios, ¡no! ¡No me voy a ir! —grito y es catártico. Ya, lo dije. Y no me voy a ir.


—¿De verdad? —Sus ojos muy abiertos.


—¿Qué puedo hacer para hacerte entender que no me voy a ir? ¿Qué puedo decir?


Él me mira, revelando su miedo y angustia otra vez. Traga.


—Hay una cosa que puedes hacer.


—¿Qué? —estallo.


—Cásate conmigo —susurra.


¿Qué? De verdad él…


Por segunda vez en menos de media hora mi mundo se detiene.



4 comentarios:

  1. Ayyyyyyy, Dios mío. Lloré con estos caps como lloré cuando leí la historia original

    ResponderEliminar
  2. Que angustia por dios !! No podía leer por las lágrimas.... por suerte se Aman mucho

    ResponderEliminar
  3. Ay! qué capítulos!!! amo esta parte de la novela! tiene todo los condimentos y es tan revelado a la vez! Emoción pura!

    ResponderEliminar
  4. wow buenísimos los capítulos!!!

    ResponderEliminar