—Mac regresará pronto —murmura.
—Uhm. —Mis ojos se abren para encontrarse con su suave
mirada de color gris. Señor, sus ojos son de un color asombroso —especialmente aquí, en el mar— reflejando la luz rebotando en el agua a través de las pequeñas ventanillas laterales en la cabina.
—Por mucho que me gustaría estar aquí contigo toda la tarde, él necesitará una mano con el bote. —Inclinándose, Pedro me besa tiernamente—.Pau, te ves tan hermosa en este momento, toda desordenada y sexy. Hace que te quiera más.
Sonríe y se levanta de la cama. Me recuesto de lado admirando la vista.
—Tú tampoco estas mal, capitán. —Paso la lengua por mis labios con admiración y sonríe.
Lo veo moverse con gracia por la cabina mientras se viste.
Realmente es divinamente hermoso, y lo que es más, me acaba de hacer el amor dulcemente de nuevo. Casi no puedo creer mi buena suerte. Casi no puedo creer que este hombre es mío. Se sienta a mi lado para ponerse sus zapatos.
—Capitán, ¿eh? —dice secamente—. Bueno, yo soy él dueño de este buque.
Ladeó mi cabeza hacia un lado.
—Eres el dueño de mi corazón, Sr. Alfonso. —Y mi cuerpo... y mi alma.
Sacude su cabeza con incredulidad y se inclina para besarme.
—Estaré en la cubierta. Hay una ducha en el baño si quieres darte un baño. ¿Necesitas algo? ¿Una bebida? —pregunta consideradamente, y todo lo que puedo hacer es sonreírle. ¿Es éste el mismo hombre? ¿Es este el mismo Cincuenta?
—¿Qué? —dice, en respuesta a mi estúpida sonrisa.
—Tú.
—¿Yo qué?
—¿Quién eres y qué has hecho con Pedro?
Sus labios se tuercen con una sonrisa triste.
—Él no está muy lejos, nena —dice en voz baja, y hay un toque de melancolía en su voz que me hace lamentar al instante el hacer la pregunta. Pero la sacudo—. Lo verás muy pronto… —me sonríe—, sobre todo si no te levantas.
Estirando su mano, me golpea duro en el trasero, así que grito y me río, al mismo tiempo.
—Me tenías preocupada.
—¿Yo, ahora? —La frente de Pedro se arruga—. Emites algunas señales mezcladas, Paula. ¿Cómo se supone que un hombre mantenga el ritmo? —Se inclina y me besa de nuevo—. Hasta más tarde, nena —añade, y con una sonrisa deslumbrante, se levanta y me deja con mis pensamientos dispersos.
* * *
¿Hablando con quién? me pregunto. Deambula hacia mí, y me acerca a él, besando mi cabello.
—Excelentes noticias... bien. Sí... ¿En serio? ¿La escalera de emergencia?... Ya veo... Sí, esta noche.
Presiona el botón para finalizar, y el sonido de los motores encendiéndose me asusta. Mac debe estar en la cabina de arriba.
—Es hora de regresar —dice Pedro, besándome una vez más mientras me ata mi chaleco salvavidas.
* * *
—Puede que algún día te ate —murmuro malhumora.
Su boca se tuerce con humor.
—Tendrás que atraparme primero, señorita Chaves.
Sus palabras traen a mi mente lo que me persigue alrededor del apartamento, la emoción, y luego el horrible resultado.
Frunzo el ceño y me estremezco. Después de eso, lo dejé.
¿Lo dejaría de nuevo ahora que ha admitido que me ama?
Levanto la mirada hacia sus ojos grises claros. ¿Podría alguna vez dejarlo de nuevo, sin importar lo que me hizo? ¿Podría traicionarlo de esa manera? No, no creo que pueda.
Me ha dado el más exhaustivo recorrido en este hermoso barco, explicando todos los diseños innovadores y técnicas, y los materiales de alta calidad utilizados para construirlo.
Recuerdo la entrevista, cuando lo conocí. Me percaté entonces de su pasión por los barcos. Pensé que su amor era sólo por los cargueros que van al mar y que su compañía construye, no también por un catamarán súper-sexy, y elegante.
Y, por supuesto, me ha hecho el amor de forma dulce, sin prisas. Sacudo mi cabeza, recordando mi cuerpo arqueado y con ganas bajo sus expertas manos. Él es un amante excepcional, estoy segura, aunque, por supuesto, no tengo comparación. Sin embargo, Lourdes habría delirado más si siempre fuera así, no es como si ella escatimara en detalles.
Pero, ¿por cuánto tiempo será esto suficiente para él?
Simplemente no lo sé, y el pensamiento es inquietante.
Ahora se sienta, y me quedo en el seguro círculo de sus brazos durante horas, al parecer, en un silencio cómodo, y sociable mientras EL GABRIELA se desliza cada vez más cerca de Seattle. Tengo el volante, Pedro asesorándome acerca de los ajustes cada cierto tiempo.
—Hay poesía tan antigua como el mundo en navegar —murmura en mi oído.
—Eso suena como una cita.
Siento su sonrisa.
—Lo es. Antoine de Saint-Exupéry.
—Oh... me encanta El Principito.
—A mí también.
* * *
Una multitud se reúne en el muelle mientras Pedro da vuelta al barco en un espacio relativamente pequeño. Lo hace con facilidad y en reversa suavemente en el mismo muelle que dejamos antes. Mac salta en el muelle y amarra El GABRIELA de forma segura a un amarradero.
—De vuelta otra vez —murmura Pedro.
—Gracias —murmuro con timidez—. Esta fue una tarde perfecta.
Pedro sonríe.
—También lo creo. Tal vez podamos inscribirte en la escuela de navegación, así podemos salir por unos días, sólo nosotros dos.
—Me encantaría eso. Podemos bautizar el dormitorio una y otra vez.
Se inclina y me besa bajo la oreja.
—Mmm... lo espero con ansias, Paula—susurra, haciendo que cada folículo capilar en mi cuerpo se levante.
¿Cómo hace eso?
—Ven, el apartamento está limpio. Podemos regresar.
—¿Qué pasa con nuestras cosas en el hotel?
—Taylor ya las ha recogido.
¡Oh! ¿Cuándo?
—Hoy más temprano, después de que hizo un barrido en El Gabriela con su equipo — responde Pedro a mi pregunta no formulada.
—¿Ese pobre hombre duerme en algún momento?
—Sí duerme. —Pedro arquea una ceja hacia mí, perplejo—. Sólo está haciendo su trabajo,Paula, en el cual es muy bueno. Julian es un verdadero hallazgo.
—¿Julian?
—Julian Taylor.
Recuerdo cuando pensaba que Taylor era su nombre de pila. Julian. Le queda bien, sólido, confiable. Por alguna razón eso me hace sonreír.
—Te gusta Taylor —dice Pedro, mirándome con especulación.
—Supongo que sí. —Su pregunta me hace descarrilar. Frunce el ceño—. No me siento atraída por él, si es por eso que estás frunciendo el ceño. Detente.
Pedro esta casi haciendo pucheros, malhumorado.
Por Dios, él es tan niño a veces.
—Creo que Taylor cuida de ti muy bien. Es por eso que me gusta. Parece amable, confiable y leal. Él tiene un atractivo como de tío para mí.
—¿Cómo de tío?
—Sí.
—Está bien, como de tío. —Pedro está poniendo a prueba la palabra y el significado. Me río.
—Oh, Pedro, madura, por amor de Dios.
Su boca cae abierta, sorprendido por mi arrebato, pero luego frunce el ceño, como si estuviera considerando mi declaración.
—Lo estoy intentando —dice finalmente.
—Lo haces. Mucho —respondo en voz baja, pero luego pongo los ojos en blanco hacia él.
—Qué recuerdos evocas al poner tus ojos en blanco hacia mí, Paula —dice sonriendo.
Le sonrío.
—Bueno, si te portas bien, tal vez podamos revivir algunos de esos recuerdos.
Su boca se tuerce con humor.
—¿Si me porto bien? —Levanta sus cejas—. De verdad, señorita Chaves, ¿qué te hace pensar que quiero revivirlos?
—Probablemente, la forma en que tus ojos se encendieron como si fuera Navidad cuando dije eso.
—Ya me conoces tan bien —dice secamente.
—Me gustaría conocerte mejor.
Sonríe suavemente.
—Y yo a ti,Paula
* * *
—Siempre es un placer, Sr. Alfonso, y adiós. Paula, un placer conocerte.
Sacudo su mano con timidez. Él debe saber lo que Pedro y yo estábamos haciendo en el barco, mientras bajaba a tierra.
—Buen día, Mac, y gracias.
Me sonríe y me guiña un ojo, haciéndome sonrojar. Pedro toma mi mano y caminamos por el muelle hacia el paseo marítimo.
—¿De dónde es Mac? —le pregunto, curiosa por su acento.
—Irlanda... Irlanda del Norte. —Pedro se corrige.
—¿Es tu amigo?
—¿Mac? Él trabaja para mí. Ayudó a construir El GABRIELA.
—¿Tienes muchos amigos?
Frunce el ceño.
—En realidad no. Al hacer lo que hago... no cultivo amistades. Sólo hay… —Se detiene, su ceño fruncido profundizándose, y sé que iba a mencionar a la señora
Robinson—. ¿Hambrienta? —pregunta, tratando de cambiar de tema.
Asiento con la cabeza. En realidad, me muero de hambre.
—Comeremos donde dejé el automóvil. Ven.
Junto a SP está un pequeño restaurante italiano llamado Bee’s. Esto me recuerda al lugar en Portland, unas pocas mesas y cabinas, la decoración muy fresca y moderna con una gran fotografía a blanco y negro de una fiesta de cambio de siglo que actúa como un mural.
Pedro y yo estamos sentados en una cabina, estudiando detenidamente el menú y tomando un delicioso y ligero Frascati. Cuando levanto la vista del menú, después de haber hecho mi elección, Pedro está mirándome especulativamente.
—¿Qué? —pregunto.
—Te ves hermosa, Paula. El exterior armoniza contigo.
Me sonrojo.
—Mi piel se siente un poco irritada por el viento a decir verdad. Pero tuve una hermosa tarde. Una tarde perfecta. Gracias.
Sonríe, sus ojos se vuelven cálidos.
—El placer es mío —murmura.
—¿Te puedo preguntar algo? —Decido ir en una misión de investigación.
—Cualquier cosa, Paula. Ya lo sabes. —Ladea su cabeza hacia un lado, luciendo delicioso.
—No pareces tener muchos amigos. ¿Por qué es eso?
Se encoge de hombros y frunce el ceño.
—Te lo dije, realmente no tengo tiempo. Tengo socios de negocios, aunque eso es muy diferente a amistades, supongo. Tengo a mi familia y eso es todo. Además de Eleonora.
Ignoro la mención de la perra duende.
—¿Sin amigos varones de tu misma edad con los que puedas salir y desahogarte?
—Ya sabes cómo me gusta desahogarme, Paula. —La boca de Pedro se tuerce—. Y he estado trabajando, construyendo el negocio. —Se ve desconcertado—. Eso es todo lo que hago, excepto navegar y volar de vez en cuando.
—¿Ni siquiera en la universidad?
—En realidad no.
—¿Sólo Eleonora, entonces?
Asiente con la cabeza, con expresión cautelosa.
—Debes estar solo.
Sus labios se curvan en una pequeña sonrisa nostálgica.
—¿Qué te gustaría comer? —pregunta, cambiando de tema otra vez.
—Comeré risotto.
—Buena elección. —Pedro llama al camarero, poniendo fin a la conversación.
Después de que hiciéramos nuestro pedido, me moví incómodamente en mi asiento, mirando fijamente mis dedos enlazados. Si él está de buen humor, tengo que aprovechar la ocasión.
Necesito hablar con él sobre sus expectativas, sobre sus uhm… necesidades.
—Paula, ¿qué está mal? Dime.
Observo su rostro preocupado.
—Dime —dice con más fuerza, y su preocupación cambia, ¿a qué? ¿Miedo? ¿Ira?
Respiro profundamente.
—Simplemente estoy angustiada de que esto no sea suficiente para ti. Ya sabes,que no puedas desahogarte.
Su mandíbula se tensa y sus ojos se endurecen.
—¿Te he dado algún indicio de que esto no es suficiente?
—No.
—Entonces, ¿por qué lo crees?
—Sé lo que te gusta. Qué… uhm… necesitas —tartamudeo.
Cierra sus ojos y se frota la frente con sus largos dedos.
—¿Qué tengo que hacer?
Su voz es ominosamente suave como si estuviera enfadado, y mi corazón da un vuelco.
—No me malinterpretes… has estado magnifico y sé que han pasado tan sólo unos días, pero espero no estar obligándote a ser alguien que no eres
—Sigo siendo yo, Paula… con todas mis monstruosos-jodidos cincuenta tonos. Sí, tengo que luchar con el impulso y luchar contra las ganas de controlar... pero esa es mi naturaleza, como siempre he tratado de hacer con mi vida. Sí, espero que te comportes de una manera determinada, y cuando no lo haces es un desafío sorprendente, y muy refrescante. Aún hacemos lo que me gusta hacer. Me permitiste zurrarte después de tu ultrajante oferta ayer. —Sonríe tiernamente ante el recuerdo—. Me gusta castigarte. No creo que el impulso desparezca alguna vez… pero lo estoy intentando, y no es tan duro como pensé que sería.
Me retuerzo y palidezco, mientras recuerdo nuestro ilícito escarceo en el dormitorio de su infancia.
—No me importó —susurro, sonriendo tímidamente.
—Lo sé. —Sus labios se curvan con una sonrisa renuente—. A mí tampoco. Pero déjame decirte, Paula, esto es nuevo para mí y estos últimos días han sido los mejores de mi vida. No quiero cambiar nada.
¡Oh!
—También, han sido los mejores de mi vida, sin excepción —murmuro y su sonrisa se ensancha. Mi Diosa interior cabecea frenéticamente de acuerdo… y me da un codazo con fuerza. Muy bien, de acuerdo.
—¿Así que quieres tomarme en tu sala de juegos?
Traga y palidece, todo el rastro de humor ha desparecido.
—No, no lo haré.
—¿Por qué no? —susurro. Esta no es la respuesta que esperaba.
Y sí, ahí está, esa pequeña pizca de decepción. Mi Diosa interior se muestra descontenta y pone mala cara, cruzando sus brazos como un niño pequeño enfadado.
—La última vez que estuvimos allí me dejaste —dice tranquilamente—. Me alejaré de cualquier cosa que pueda hacer que me dejes de nuevo. Quedé destrozado cuando te fuiste. Te lo expliqué. No quiero volver a sentirme nunca más así de nuevo. Te he dicho lo que siento por ti. —Sus ojos grises están muy abiertos y su mirada es profundamente sincera.
—Pero, no me parece justo. No puede ser muy cómodo para ti… estar constantemente preocupado por cómo me siento. Has hecho todos estos cambios por mí, y yo… creo que debería corresponder de alguna manera. No sé, quizás...
experimentar… algún juego de rol —tartamudeo, y mi cara está enrojecida como las paredes de la sala de juegos.
¿Por qué es tan difícil hablar sobre esto? He practicado todo tipo de sexo pervertido sin sentido con este hombre, cosas de las que incluso no había oído hablar hace unas semanas, cosas que nunca hubiera creído posibles, sin embargo es muy difícil estar hablando con él sobre todo esto.
—Paula, has correspondido de más, lo sabes. Por favor, no te sientas así.
Pedro parece estar en trance, silencioso. Sus ojos ahora están más abiertos, alarmados, y eso es desgarrador.
—Pequeña ha sido sólo un fin de semana —continúa él—. Démonos algún tiempo.
Pensé mucho sobre nosotros cuando me dejaste la semana pasada. Necesitamos tiempo. Necesitas confiar en mí y yo en ti. Tal vez con el tiempo podemos disfrutar, pero me gusta como estás ahora. Me gusta verte feliz, relajada y
tranquila, sabiendo que tengo algo que ver con ello. Yo nunca he… —Se detiene y pasa su mano a través de su cabello—. Tenemos que caminar antes de que podamos correr.
De repente sonríe satisfecho.
—¿Qué te parece divertido?
—Flynn. Él dice esto todo el tiempo. Nunca pensé que lo citaría.
—Un Flynnismo.
Pedro ríe.
—Exactamente.
El camarero llega con nuestras entradas y bruschettas, y nuestra conversación cambia de rumbo relajando a Pedro.
Pero cuando ponen los platos inverosímilmente grandes ante nosotros, no puedo dejar de pensar en como he visto a Pedro hoy… relajado, feliz y tranquilo. Por lo menos él está riéndose ahora, a gusto de nuevo.
Respiro y suspiro interiormente aliviada cuando empieza a preguntarme por los lugares donde he estado. Es un diálogo corto, breve, ya que nunca he estado en ningún sitio excepto en el continente de Estados Unidos. En cambio Pedro, ha viajado por todo el mundo. Y nos dejamos caer en una conversación más fácil, más feliz, hablando de todos los lugares que ha visitado.
* * *
Es como si se estuviera permitiendo dejarse llevar o redescubriendo algo… no sé.
¿Quién hubiera dicho que él podría ser tan dulce? ¿Lo hacía?
Cuando le echo vistazo, también parece perdido en sus pensamientos. Me viene a la cabeza entonces que él nunca tuvo una adolescencia, una normal de todas formas. Y agito mi cabeza.
Mi mente deriva de vuelta al baile y a mí bailando con el Dr. Flynn y el miedo de Pedro de que Flynn me hubiera contado todo sobre él. Pedro todavía está escondiéndome algo. ¿Cómo vamos a poder seguir si se siente de esa manera?
Piensa que podría dejarlo si lo conociera. Cree que podría dejarlo si fuera él mismo.
¡Oh, este hombre es tan complicado!
Cuando nos acercamos a su casa, él empieza a radiar tensión hasta que es palpable.
A medida que conducimos, examina las aceras y esquinas de los callejones, con sus ojos en todas partes al mismo tiempo, y sé que está buscando a Lorena. Empiezo a mirar, también. Cada joven morena es una sospechosa, pero no la vemos.
Cuando entra en el garaje, su boca se contrae en una tensa línea sombría. Me pregunto por qué hemos regresado aquí si va a estar tan cauto y tenso. Salazar está en el garaje, patrullando. El Audi profanado ha desaparecido. Se acerca para abrir mi puerta mientras Pedro sale al otro lado de la camioneta.
—Hola, Salazar —murmuro un saludo.
—Srta. Chaves —Asiente—. Sr. Alfonso.
—¿Ninguna señal? —pregunta Pedro.
—No, señor.
Pedro asiente, agarra mi mano y se dirige al ascensor. Sé que su cerebro esta haciendo un trabajo extra… está distraído. Una vez estamos dentro se vuelve hacía mí.
—No puedes salir de aquí sola. ¿Entiendes? —chasquea.
—De acuerdo. —¡Caray… mantén la calma! Excepto que su actitud me hace sonreír.
Quiero abrazar a este hombre… ahora, todo dominante y enamorado de mí, lo sé.
Me maravillo que lo hubiera encontrado tan amenazador sólo una semana antes, cuando me hablaba de esta manera. Pero ahora, lo entiendo mucho mejor. Ese es su mecanismo de supervivencia. Está estresado sobre Lorena, porque me ama, y quiere protegerme.
—¿Qué te hace tanta gracia? —murmura, con un toque de diversión en su expresión.
—Tú.
—¿Yo? ¿Srta. Chaves? ¿Por qué soy gracioso? —Pone mala cara. Cuando Pedro pone mala cara es… caliente.
—No pongas mala cara.
—¿Por qué? —Él tiene una expresión más divertida.
—Porque tiene el mismo efecto sobre mí que cuando yo hago esto. —Me muerdo mi labio deliberadamente.
Él levanta sus cejas, sorprendido y complacido al mismo tiempo.
—¿En serio? —Pone mala cara de nuevo y se inclina hacia abajo para darme un rápido beso casto.
Levanto mis labios para encontrar los suyos, y en el nanosegundo que nuestros labios se tocan, cambia la naturaleza del beso… propagando el fuego por mis venas desde este punto de contacto íntimo, conduciéndome a él.
De repente, mis dedos están retorciendo su cabello mientas él me agarra y me empuja contra la pared del ascensor, con sus manos enmarcando mi cara, manteniendo sus labios mientras nuestras lenguas se retuercen una contra la otra.
Y no sé si es estar en el ascensor lo que hace todo mucho más real, pero siento su necesidad, su ansiedad, y su pasión.
¡Santa mierda! Lo quiero, aquí, ahora.
El ascensor hace un sonido metálico al detenerse, y las puertas se deslizan abriéndose, y Pedro arrastra su cara de la mía, sus caderas todavía me fijan a la pared, con su erección clavándose en mí.
—¡Guau! —murmura jadeante.
—¡Guau! —lo imito, mientras me esfuerzo por llevar aire a mis pulmones.
Me mira fijamente, con ojos ardientes.
—¿Qué estás haciendo conmigo, Paula? —Y traza mi labio inferior con su pulgar.
Por el rabillo del ojo, Taylor camina hacia atrás por lo que queda fuera de mi campo visual. Alcanzo y beso a Pedro en la esquina de su boca bellamente esculpida.
—¿Qué estás haciendo conmigo, Pedro?
Da un paso atrás y toma mi mano, con sus ojos más oscuros ahora, y encapotados.
—Ven —me dice.
Taylor todavía está en el vestíbulo, mientras espera discretamente por nosotros.
—Buenas tarde, Taylor —le dice Pedro cordialmente.
—Sr. Alfonso, Srta.Chaves.
—Yo era la Sra. Taylor ayer. —Sonrío a Taylor que se ruboriza.
—Eso suena muy bien, Srta. Chaves —dice Taylor sarcásticamente.
—Pienso lo mismo.
Pedro aprieta más mi mano, mientras frunce el ceño.
—Si ustedes dos realmente han terminado, me gustaría una sesión informativa. —Mira con rabia a Taylor que ahora parece incómodo y me encojo interiormente.
Me he pasado de la raya.
—Lo siento —le digo insonoramente a Taylor que se encoge de hombros y sonríe amablemente antes de que me vuelva para seguir a Pedro.
—En seguida estaré contigo. Sólo quiero hablar un momento con la Srta. Chaves —le dice Pedro a Taylor, y sé que me metí en un problema.
Pedro me lleva a su dormitorio y cierra la puerta.
—No coquetees con el personal, Paula —me riñe.
Abro la boca para defenderme… después la cierro de nuevo, entonces la abro.
—No estaba coqueteando. Estaba siendo amigable, hay una gran diferencia.
—No seas amistosa con el personal o coquetees con ellos. No me gusta.
¡Ah! Adiós, al tolerante Pedro.
—Lo siento —murmuro y miro hacia abajo a mis dedos. Él no me ha hecho sentirme como una niña durante todo el día. Alcanzando mi barbilla ahueca su mano y levanta mi cabeza, para encontrarme con su mirada.
—Ya sabes cuán celoso soy —susurra.
—No tienes ninguna razón para tener celos, Pedro. Me tienes en cuerpo y alma.
Parpadea como si procesar este hecho le fuera muy difícil.
Se inclina hacia abajo y me besa rápidamente, pero no con la pasión que experimentamos un momento antes en el ascensor.
—No tardaré mucho. Estás en tu casa —dice malhumoradamente y se gira, dejándome sola en su dormitorio, desconcertada y confundida.
¿Por qué de todo el mundo tendría que tener celos de Taylor? Agito mi cabeza con escepticismo.
Mirando el despertador, me doy cuenta que simplemente son un poco más de las ocho. Y decido preparar mi ropa para trabajar mañana. Me dirijo a mi cuarto y abro el armario. Está vacío. Toda la ropa ha desaparecido. ¡Oh no!
Pedro me tomó la palabra y se ha deshecho de mi ropa.
¡Mierda!
Mi subconsciente me mira enfadada. Bueno, eso pasa por tener la boca tan grande.
¿Por qué me tomó la palabra? El consejo de mi madre vuelve a rondarme, "Los hombres son tan literales, querida".
Pongo mala cara, mientras miro fijamente el espacio vacío.
Había un poco de ropa bonita, también, como el vestido color plateado que llevé al baile.
Vago desconsoladamente por la habitación. Espera un momento… ¿qué está pasando?
El iPad ha desaparecido. ¿Dónde está mi Mac? ¡Oh no! Mi primer pensamiento poco caritativo es que esa Lorena puede haberlos robado.
Regreso al piso inferior y vuelvo a la habitación de Pedro. En la mesita junto a la cama están mi Mac, mi iPad, y mi maletín. Está todo aquí.
Abro la puerta del armario de golpe. Mi ropa está toda aquí… toda, compartiendo el espacio con la ropa de Pedro. ¿Cuándo pasó esto? ¿Por qué nunca me advierte antes de hacer cosas así?
Me giro, y está de pie en la puerta.
—Oh, ellos hicieron el traslado —murmura, distraídamente.
—¿Qué está mal? —pregunto. Su cara está seria.
—Taylor piensa que Lorena ha entrado por la escalera de emergencia. Debía de tener una llave. Todas las cerraduras se han cambiado ahora. El equipo de Taylor ha hecho un barrido en cada cuarto del apartamento. Ella no está aquí. —Se detiene y pasa una mano a través de su cabello—. Me gustaría saber dónde estuvo ella. Está evadiendo todos nuestros esfuerzos por encontrarla cuando necesita ayuda.
Él frunce el entrecejo, y mi anterior resentimiento desaparece. Pongo mis brazos alrededor de él. Acurrucándome en su abrazo, besa mi cabello.
—¿Qué harás cuando la encuentres? —pregunto.
—El Dr. Flynn tiene un lugar.
—¿Qué pasa con su esposo?
—Él se ha lavado las manos con respecto a ella. —El tono de Pedro es amargo— Su familia está en Connecticut. Creo que ella está en gran medida por su cuenta allí afuera.
—Eso es triste.
—¿Estás de acuerdo con que todas tus cosas estén aquí? Quiero que compartamos mi habitación —murmura.
Vaya, un rápido cambio de dirección.
—Sí.
—Te quiero durmiendo conmigo. No tengo pesadillas cuando estás conmigo.
—¿Tienes pesadillas?
—Sí.
Aprieto mi agarre a su alrededor. Santo cielo. Más equipaje.
Mi corazón se contrae por este hombre.
—Sólo estaba preparando mi ropa para el trabajo mañana —murmuro.
—¡Trabajo! —Pedro exclama como si fuera una mala palabra, y me libera, mirándome fijamente.
—Sí, trabajo —respondo, confundida por su reacción.
Me mira con completa incomprensión.
—Pero Lorena, ella está ahí fuera. —Hace una pausa—. No quiero que vayas a trabajar.
¿Qué?
—Eso es ridículo, Pedro. Tengo que ir a trabajar.
—No, no tienes que hacerlo.
—Tengo un nuevo trabajo, que me gusta. Por supuesto que tengo que ir a trabajar.
—No, no tienes que hacerlo —repite enérgicamente.
—¿Crees que voy a quedarme aquí haciendo girar mis pulgares mientras estás fuera siendo el amo del universo?
—Francamente... sí.
Oh, Cincuenta, Cincuenta, Cincuenta... dame fuerzas.
—Pedro, tengo que ir a trabajar.
—No, no tienes que hacerlo.
—Sí. Tengo que hacerlo —lo digo lentamente, como si fuera un niño.
Me frunce el ceño.
—No es seguro.
—Pedro... tengo que trabajar para ganarme la vida, y voy a estar bien.
—No, no necesitas trabajar para vivir, y, ¿cómo sabes que vas a estar bien? — Casi está gritando.
¿Qué quiere decir? ¿Me va a mantener? Oh, esto es más que ridículo, lo he conocido por cuanto, ¿cinco semanas?
Él está enojado ahora, sus ojos grises tempestuosos y relampagueando, pero me importa una mierda.
—Por el amor de Dios, Pedro, Lorena estaba de pie al final de tu cama, y no me hizo daño, y sí, tengo que trabajar. No quiero estar en deuda contigo. Tengo que pagar mis préstamos estudiantiles.
Su boca se presiona en una línea sombría, mientras pongo mis manos en mis caderas. No voy a ceder en esto. ¿Quién demonios se cree que es?
—No quiero que vayas a trabajar.
—No depende de ti, Pedro. Esta no es tu decisión.
Pasa su mano por su cabello mientras me mira fijamente.
Segundos, minutos pasan, mientras nos miramos el uno al otro.
—Salazar irá contigo.
—Pedro, eso no es necesario. Estás siendo irracional.
—¿Irracional? —gruñe—. O él va contigo, o seré realmente irracional y te mantendré aquí.
Él no lo haría, ¿verdad?
—¿Cómo, exactamente?
—Oh, encontraría una manera, Paula. No me presiones.
—¡Está bien! —concedo, levantando las dos manos, aplacándolo. Santa Jodida, Cincuenta está de regreso con una venganza.
Nos quedamos de pie, frunciendo el ceño el uno al otro.
—Está bien, Salazar puede venir conmigo, si te hace sentir mejor —concedo rodando mis ojos. Pedro entrecierra los suyos y da un paso amenazador hacia mí. De inmediato doy un paso atrás. Se detiene y toma un respiro profundo, cierra sus ojos, y pasa ambas manos por su cabello. Oh, no.
Cincuenta está bien y verdaderamente furioso.
—¿Quieres que te de un recorrido?
¿Un recorrido? ¿Estás bromeando?
—Está bien —murmuro con cautela. Otro cambio de rumbo, el Sr. Voluble está de vuelta en la ciudad. Extiende su mano y cuando la tomo, aprieta la mía suavemente.
—No pretendía asustarte.
—No lo hiciste. Sólo me estaba preparando para correr —le digo en broma.
—¿Correr? —Los ojos de Pedro se amplían.
—¡Estoy bromeando! —¡Oh, por Dios!
Me conduce fuera del armario, y me tomo un momento para calmarme. La adrenalina sigue fluyendo a través de mi cuerpo. Una pelea con Cincuenta no es para tomarse a la ligera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario