No puedo contener mi júbilo. Mi subconsciente me traiciona con mi boca abierta en el silencio atónito, y pongo una sonrisa de las que dividen la cara mientras miro con nostalgia hacia los amplios ojos torturados de Pedro.
Su confesión suave y dulce me llama en algún nivel profundo y elemental, como si estuviera buscando indulgencia; sus tres pequeñas palabras son mi regalo del cielo.
Lágrimas picaron en mis ojos una vez más. Sí, lo haces. Sé que lo haces.
Es una comprensión liberadora, como si hubiese dejado de lado una carga. Este hermoso, jodido hombre, a quien alguna vez pensé como mi héroe romántico, fuerte, solitario, misterioso, posee todas estas características, pero también es frágil y enajenado y lleno de odio hacia sí mismo. Mi corazón se llena no sólo de alegría, sino también de dolor por su sufrimiento. Y en este momento sé que mi corazón es lo suficientemente grande para los dos. Espero que sea lo suficientemente grande para los dos.
Levanto los brazos para sujetar a su querido, querido, hermoso rostro y besarlo suavemente, vertiendo todo el amor que siento en esta dulce conexión. Quiero devorarlo debajo de la cascada de agua caliente. Pedro gime y me rodea con sus brazos, sosteniéndome como si yo fuera el aire que necesita respirar.
—Oh,Paula —susurra con voz quebrada—. Te deseo, pero no aquí.
—Sí —murmuro fervientemente en su boca.
Él cierra la ducha y toma mi mano, sacándome y envolviéndome en mi bata de baño. Agarrando una toalla, la envuelve alrededor de su cintura, luego toma una más pequeña y comienza a secar suavemente mi cabello.
Cuando está satisfecho, enrolla la toalla alrededor de mi cabeza de modo que cuando me veo en el gran espejo sobre el lavabo parece que estuviese usando un velo. Él está de pie detrás de mí y nuestros ojos se encuentran en el espejo, de un gris provocativo a un brillante azul, y eso me da una idea.
—¿Puedo corresponderte? —pregunto.
Él asiente, aunque su frente se arruga. Busco otra toalla de la gran cantidad de suaves toallas apiladas junto a la cómoda y parándome frente a él de puntillas, empiezo a secarle el cabello. Se inclina hacia adelante, haciendo el proceso más fácil, y mientras aprovecho la oportunidad de vislumbrar su rostro debajo de la toalla, veo que está sonriéndome como un niño pequeño.
—Hace tiempo que nadie hace esto por mí. Mucho tiempo —murmura, pero luego frunce el ceño—. De hecho creo que nadie ha secado mi cabello jamás.
—Seguramente Gabriela lo hizo, ¿secarte el cabello cuando eras joven?
Sacude la cabeza, lo que dificulta mi progreso.
—No. Ella respetó mis límites desde el primer día, a pesar de que era doloroso para ella. Yo era muy autosuficiente de niño —dice en voz baja.
Siento una patada en las costillas mientras pienso en un pequeño niño de cabello cobrizo cuidando de sí mismo porque no le importaba a nadie más. La idea es asquerosamente triste. Pero no quiero que mi melancolía dañe esta floreciente intimidad.
—Bueno, me siento honrada —me burlo de él cuidadosamente.
—Ahí lo tiene, señorita Chaves. O tal vez soy yo quien se siente honrado.
—Eso es evidente, Sr. Alfonso —respondo con aspereza.
Termino con su cabello, busco otra toalla y me muevo alrededor hasta quedar detrás de él. Nuestros ojos se encuentran de nuevo en el espejo y su mirada vigilante e interrogante me obliga a hablar.
—¿Puedo probar algo?
Después de un momento, él asiente. Con mucho cuidado y muy suavemente, corro el paño suave hacia su brazo izquierdo, tomando el agua que se ha moldeado en su
piel. Mirando hacia arriba, compruebo su expresión en el espejo. Parpadea hacia mí, sus ojos ardiendo en los míos.
Me inclino hacia adelante y beso sus bíceps, y una parte de sus labios se curva infinitesimalmente. Le seco el otro brazo de una manera similar, dándole pequeños besos alrededor de sus bíceps, y una pequeña sonrisa juega en sus labios.
Con cuidado, limpio su espalda para quitar la línea de lápiz labial que todavía es visible. No había dado la vuelta para lavarle la espalda.
—Toda la espalda —dice en voz baja—, con la toalla. —Él toma una bocanada de aire y aprieta sus ojos mientras lo seco, cuidadosa en tocarlo sólo con la toalla.
Él tiene una espalda tan amplia y atractiva, hombros esculpidos, todos los pequeños músculos bien definidos. Realmente se ocupa de sí mismo. La hermosa vista se ve ensombrecida sólo por sus cicatrices.
Con dificultad, las ignoro y reprimo mi abrumadora necesidad de besar todas y cada una de ellas. Cuando termino él exhala, y me inclino hacia delante recompensándolo con un beso en el hombro.
Poniendo mis brazos a su alrededor, le seco el estómago. Nuestros ojos se encuentran una vez más en el espejo, tiene una expresión divertida pero también cuidadosa.
—Sostén esto. —Le doy una pequeña toalla facial y él me frunce el ceño, desconcertado—. ¿Recuerdas cuando estábamos en Georgia? Me hiciste tocarme usando tus manos —agrego.
Su rostro se oscureció, pero ignoro su reacción y pongo mis brazos a su alrededor.
Mirándonos a los dos en el espejo, su belleza, su desnudes y yo con el cabello cubierto, lucimos casi Bíblicos, como una antigua pintura barroca del Antiguo Testamento.
Busco su mano, la cual me confía de buena gana y lo guío hacia su pecho, secándolo, barriéndolo con la toalla suavemente, con torpeza a través de su cuerpo.
Una vez, dos veces, una vez más. Él está completamente inmovilizado, rígido por la tensión, a excepción de sus ojos, que siguen mi mano apretada contra la suya.
Mi subconsciente mira con aprobación, su habitual boca fruncida, sonriendo, y yo soy la suprema titiritera. La preocupación ondula su espalda en olas, pero mantiene el contacto visual, a pesar de que sus ojos se oscurecen, son más mortales. Tal vez mostrando sus secretos.
¿Es éste un lugar al que quiero ir? ¿Quiero enfrentarme a sus demonios?
—Creo que ya estás seco —le susurro dejando caer mi mano, mirando a la profundidad de sus ojos grises en el espejo. Su respiración se acelera, los labios entreabiertos.
—Te necesito, Paula —susurra.
—Yo también te necesito. —Y mientras digo esas palabras, me llama la atención cuán reales son. No puedo imaginarme estando sin Pedro, nunca.
—Déjame amarte —dice con voz quebrada.
—Sí —le respondo, y girando me transporta en sus brazos, sus labios buscando los míos, rogándome, adorándome, acariciándome... amándome.
* * *
Siento exactamente lo mismo.
—Así que puedes ser gentil —murmuro.
—Hmm… según parece, señorita Chaves.
Sonrío.
—No lo fuiste particularmente la primera vez que... um, hicimos esto.
—¿No? —Él sonríe—. Cuando te robé tu virtud.
—No creo que me hayas robado —murmuro con arrogancia. Por Dios, yo no soy una doncella indefensa—. Creo que mi virtud fue ofrecida muy libre y voluntariamente.Yo también te deseaba, y si no recuerdo mal, incuso lo disfruté. —Le sonreí tímidamente, mordiéndome el labio.
—También yo, si no recuerdo mal, señorita Chaves. Estamos para complacer. —Su voz es cansina y su rostro se suaviza, serio—. Y eso significa que eres mía, completamente. —Todo rastro de humor se desvanece cuando me mira.
—Sí, lo soy —murmuro en respuesta—. Quiero preguntarte algo.
—Adelante.
—Tu padre biológico... ¿Sabes quién era? —Esta idea me ha estado molestando.
Su frente se arruga, y luego sacude la cabeza.
—No tengo idea. No era el salvaje que fue su proxeneta, lo cual es bueno.
—¿Cómo lo sabes?
—Es algo que mi padre... es algo que Manuel me dijo.
Miro a mi Cincuenta expectante, esperando. Él me sonríe.
—Demasiado ávida de información, Paula. —Suspira sacudiendo la cabeza—. El proxeneta descubrió el cuerpo de la perra drogadicta y llamó a las autoridades.Aunque le tomó cuatro días descubrirlo. Cerró la puerta cuando se fue... me dejó con ella... con su cuerpo. —Sus ojos se nublan ante el recuerdo.
Inhalé con fuerza. Pobre bebé, el horror es demasiado sombrío para contemplar.
—La policía lo interrogó después. Negó completamente que yo tuviese algo que ver con él, y Manuel dijo que no se parecía en nada a mí.
—¿Recuerdas cómo lucía?
—Paula, esta no es una parte de mi vida que repaso a menudo. Sí, me acuerdo cómo lucía. Nunca lo olvidaré. —El rostro de Pedro se oscurece y endurece, volviéndose más angular, sus ojos se congelan con ira—. ¿Podemos hablar de otra cosa?
—Lo siento. No era mi intención disgustarte.
Sacude la cabeza.
—Son asuntos viejos, Paula. No es algo en lo que quiero pensar.
—Entonces, ¿cuál es esa sorpresa? —Tengo que cambiar de tema antes de que se vuelva todo Cincuenta conmigo.
Su expresión se ilumina de inmediato.
—¿Puedes soportar salir por un poco de aire fresco? Quiero mostrarte algo.
—Por supuesto.
Estoy maravillada de lo rápido que cambia de estado de ánimo, voluble como siempre. Me regala una sonrisa juvenil, libre de preocupaciones, como de sólo tengo- veintisiete, y mi corazón da sacudidas en mi boca. Así que es algo cercano a su corazón, puedo decir. Me aplasta juguetonamente el trasero.
—Vístete. Un par de jeans estarían bien. Espero que Taylor haya empacado algunos para ti.
Se levanta y tira de sus bóxer. Oh… Podría sentarme aquí todo el día, viéndolo pasear por la habitación. Mi Diosa interior está de acuerdo, desmayándose mientras se lo come con los ojos desde su chaise longue.
—De prisa —regaña, mandón como siempre. Miro hacia él, sonriendo.
—Sólo admiraba la vista.
Me rueda los ojos.
Mientras nos vestimos, me doy cuenta de que nos movemos con la sincronización de dos personas que se conocen bien, cada uno atento y muy consciente del otro, intercambiando la ocasional sonrisa tímida y dulce toque. Me doy cuenta de que esto es tan nuevo para él como lo es para mí.
—Sécate el cabello —ordena Pedro una vez que estamos vestidos.
—Dominante como siempre. —Le sonrío y él se inclina para besar mi cabello.
—Eso nunca va a cambiar, nena. No quiero que te enfermes.
Le ruedo los ojos y su boca se tuerce de la diversión.
—Mis manos aún tiemblan, ya sabes, señorita Chaves.
—Me alegro de oírlo, Sr. Alfonso. Estaba empezando a pensar que estaba perdiendo su ventaja —replico.
—Podría demostrarle fácilmente que ese no es el caso, si así lo desea. — Pedro toma un suéter color crema de punto trenzado de su bolsa y lo coloca artísticamente sobre sus hombros. Con su camiseta blanca y pantalones vaqueros, su cabello artísticamente desaliñado y ahora esto, luce como si hubiera salido de las páginas de una revista de moda.
Nadie debería lucir así de bien. No sé si será la distracción momentánea de su imagen perfecta o el conocimiento de que me ama, pero su amenaza ya no me llena de pavor.
Este es mi Cincuenta tonos, esta es la manera en que es.
Mientras tomo el secador de cabello, florece un tangible rayo de esperanza. Vamos a encontrar un término intermedio. Sólo tenemos que reconocer las necesidades del otro y adaptarnos a ellas. Yo puedo hacer eso, ¿verdad?
Me miro en el espejo del tocador. Tengo una camiseta azul clara que Taylor compró y empacó para mí. Mi cabello es un desastre, mi cara enrojecida, mis labios hinchados; los toco recordando los ardientes besos de Pedro y no puedo evitar sonreír mientras me miro. Sí, lo sé, dijo.
* * *
Pedro toca un lado de su nariz y me guiña un ojo con complicidad, mirando como si estuviera tratando desesperadamente de contener su alegría. Francamente,es muy poco Cincuenta.
Estuvo así cuando fuimos a volar en planeador… tal vez eso es lo que vamos a hacer. Le devuelvo una sonrisa radiante. Se queda mirándome en esa forma superior que tiene con su sonrisa torcida. Inclinándose, me besa suavemente.
—¿Tienes alguna idea de lo feliz que me haces sentir? —murmura.
—Sí... Lo sé con exactitud. Dado que haces lo mismo conmigo.
El conductor se acerca con el auto de Pedro, luciendo una sonrisa de oreja a oreja. Vaya, todo el mundo está tan feliz hoy.
—Grandioso auto, señor —murmura mientras le entrega las llaves. Pedro le guiña el ojo y le da una propina escandalosamente grande.
Le frunzo el ceño. Francamente.
* * *
—Tengo que hacer un desvío. No debe tomar mucho tiempo —dice abstraídamente, distrayéndome de la canción.
Oh, ¿por qué? Me intriga conocer la sorpresa. Mi Diosa interior está rebotando como un niño de cinco años de edad.
—Claro —murmuro. Algo anda mal. De repente, se ve severamente determinado.
Se desvía hacia un gran concesionario de autos, detiene el suyo y voltea a mirarme con una expresión cautelosa.
—Tenemos que conseguirte un auto nuevo —dice. Lo miro boquiabierta.
¿Ahora? ¿Un domingo? ¿Qué demonios? Y esto es un concesionario de Saab.
—¿No será un Audi? —Es, estúpidamente, la única cosa que se me ocurre decir, y lo bendigo, incluso se ruboriza.
¡Santo cielo! Pedro avergonzado. Esta es la primera vez.
—Pensé que te gustaría algo más —murmura. Está casi retorciéndose.
Oh, por favor. . . Esta es una oportunidad demasiado valiosa para no burlarme de él.
Sonrío.
—¿Un Saab?
—Sí. Un 9-3. Ven.
—¿Qué pasa contigo y los autos extranjeros?
—Los alemanes y los suecos hacen los autos más seguros del mundo, Paula.
¿En serio?
—Pensé que ya me habías ordenado otro Audi A3.
Me da una mirada oscura, divertida.
—Puedo cancelarlo. Ven. —Saliendo sin problemas del coche, se pasea con gracia hacia mi lado y abre la puerta—. Te debo un regalo de graduación —dice en voz baja mientras extiende la mano hacia mí.
—Pedro, realmente no tienes que hacer esto.
—Sí, lo sé. Por favor. Ven. —Su tono de voz dice que no está jugando.
Me resigno a mi suerte. ¿Un Saab? ¿Quiero un Saab? Me gusta el Audi Especial Sumisa. Era muy ingenioso.
Por supuesto, ahora está bajo una tonelada de pintura blanca... Me estremezco. Y ella todavía está afuera.
Tomo la mano de Pedro y nos aventuramos hacia la sala de exposición.
Troy Turniansky, el vendedor, está encima de Cincuenta como un traje barato.
Puede oler una venta. Extrañamente su acento suena del Atlántico, ¿británico tal vez? Es difícil de decir.
—¿Un Saab, señor? ¿De segunda mano? —Se frota las manos con regocijo.
—Nuevo. —Pedro aprieta sus labios en una línea dura.
¡Nuevo!
—¿Tiene algún modelo en mente, señor? —Y también es adulador.
—9-3 Sport Sedan 2.0T.
—Excelente elección, señor.
—¿De qué color, Paula? —Pedro inclina la cabeza.
—Em... ¿negro? —Me encojo de hombros—. Realmente no necesitas hacer esto.
Frunce el ceño.
—El negro no es fácil de ver por la noche.
¡Oh, por el amor de Dios! Resisto a la tentación de rodar los ojos.
—Tú tienes un auto negro.
Me frunce el ceño.
—Entonces Amarillo canario brillante. —Me encojo de hombros.
Pedro hace una cara, el amarillo canario definitivamente no es lo suyo.
—¿Qué color quieres que tenga? —le pregunto como si fuera un niño pequeño, lo cual es, en muchos sentidos. La idea no es bienvenida, triste y aleccionadora a la vez.
—Plata o blanco.
—Plata, entonces. Sabes que me quedaría con el Audi —agrego, escarmentada por mis pensamientos.
Troy palidece, sintiendo que está perdiendo una venta.
—¿Tal vez a la señora le gustaría un convertible? —pregunta, aplaudiendo con entusiasmo.
Mi subconsciente está encogido con disgusto, mortificado por toda la cosa de comprar un auto, pero mi Diosa interior lo bloquea contra el suelo. ¿Convertible?
¡Baba!
Pedro frunce el ceño y me mira.
—¿Convertible? —pregunta, alzando una ceja.
Me sonrojo. Es como si tuviera una línea directa con mi Diosa interior, lo que por supuesto, tiene. Es más inoportuno a veces. Miro hacia mis manos.
Pedro se gira hacia Troy.
—¿Cuáles son las estadísticas de seguridad en relación al convertible?
Troy, detectando la vulnerabilidad de Pedro, se dispone a matar, soltando toda clase de estadísticas.
Por supuesto, Pedro quiere que yo esté segura. Es una religión con él, y como el fanático que es, escucha atentamente el muy afinado golpeteo de Troy. A Cincuenta realmente le importa.
Sí. Lo hago. Recuerdo sus susurradas y estranguladas palabras de esta mañana y un brillo de fusión se extiende como miel caliente a través de mis venas. Este hombre, un regalo de Dios para las mujeres, me ama.
Me encuentro sonriéndole adorablemente y cuando mira hacia mí, luce divertido pero desconcertado por mi expresión. Sólo quiero abrazarme a mí misma, estoy tan feliz.
—Sea lo que sea en lo que esté pensando, quiero un poco, señorita Chaves — murmura mientras Troy se dirige a su computadora.
—Estoy pensando en usted, señor Alfonso.
—¿En serio? Bueno, desde luego luce intoxicada. —Me besa brevemente—. Y gracias por aceptar el coche. Fue más fácil que la última vez.
—Bueno, no es un Audi A3.
Él sonríe.
—Ese no es el auto para ti.
—Me gustaba.
—Señor, ¿el 9-3? He localizado uno en nuestro concesionario de Beverly Hills. Podemos tenerlo aquí en un par de días. —Troy brilla con triunfo.
—¿Tope de línea?
—Sí, señor.
—Excelente. —Pedro entrega su tarjeta de crédito, ¿o es la de Taylor? La idea es desconcertante. Me pregunto cómo es Taylor y si Lorena se encuentra en el apartamento. Froto mi frente. Sí, allí también está todo el equipaje de Pedro.
—Si me acompaña por aquí, señor... —Troy mira el nombre en la tarjeta—… Alfonso.
* * *
—Gracias —dije cuando se sentó a mi lado.
Sonríe.
—Eres más que bienvenida, Paula.
La música comienza de nuevo mientras Pedro enciende el motor.
—¿Quién es? —pregunto.
—Eva Cassidy.
—Tiene una voz preciosa.
—Lo hace, lo hizo.
—Oh.
—Murió joven.
—Oh.
—¿Estás hambrienta? No terminaste todo tu desayuno. —Me mira rápidamente, desaprobación perfilada en su cara.
Uh-oh.
—Sí.
—Primero el almuerzo, entonces.
Pedro maneja hacia el paseo marítimo y luego se dirige hacia el norte por el Camino de Alaska. Es otro hermoso día en Seattle. Ha estado inusitadamente bien por las últimas dos semanas, medito.
Pedro luce feliz y relajado mientras nos sentamos escuchando la dulce y conmovedora voz de Cassidy y bajamos por la carretera. ¿Alguna vez me he sentido tan cómoda en su compañía antes? No lo sé.
Estoy menos nerviosa por sus cambios de humor, confiada en que no me va a castigar, y él parece más cómodo conmigo también. Dobla a la izquierda, siguiendo la ruta de la costa, y finalmente se detiene en un estacionamiento al frente de un gran puerto.
—Comeremos aquí. Abriré tu puerta —dice de tal manera que sé que no es aconsejable moverse, y lo veo caminar alrededor del auto. ¿Alguna vez me cansaré de esto?
Paseamos del brazo por la línea de la costa donde el puerto deportivo se extiende frente a nosotros.
—Tantos barcos —murmuro con asombro. Hay cientos de ellos de todas formas y tamaños, subiendo y bajando en las todavía tranquilas aguas del puerto deportivo.
Fuera en el Sonido hay docenas de velas en el viento, entrelazándose de un lado a otro, disfrutando del buen tiempo. Es una saludable vista de la actividad al aire libre. El viento ha repuntado un poco, así que puse mi chaqueta a mi alrededor.
—¿Tienes frío? —pregunta y tira de mí con fuerza contra él.
—No, sólo estoy admirando la vista.
—Podría mirarla todo el día. Vamos, por aquí.
Pedro me lleva a un bar frente a la amplia línea del mar y camina hacia el mostrador. La decoración es más “Nueva Inglaterra” que “Costa Este”, blancas paredes de cal, muebles azul pálido, y parafernalias de navegación colgando por todas partes. Es un brillante y alegre lugar.
—¡Señor Alfonso! —El barman saluda calurosamente a Pedro—. ¿Qué puedo ofrecerle esta tarde?
—Dante, buenas tardes. —Pedro sonríe mientras ambos nos deslizamos en los asientos del bar—. Esta encantadora señorita es Paula Chaves.
—Bienvenida a SP's Place. —Dante me da una sonrisa amistosa. Es negro y hermoso, sus ojos oscuros evaluándome y no encontrándome deseable, aparentemente. Un gran pendiente de diamante me guiña desde su oreja. Me gusta de inmediato—. ¿Qué le gustaría tomar, Paula?
Miro a Pedro, que me mira expectante. Oh, me va a dejar elegir.
—tomaré lo que sea que esté tomando Pedro. —Le
sonrío tímidamente a Dante. Cincuenta es mucho mejor para el vino que yo.
—Voy a tomar una cerveza. Éste es el único bar en Seattle donde puedes conseguir Adnam’s Explorer.
—¿Una cerveza?
—Sí. —Me sonríe—. Dos Explorers, por favor, Dante.
Dante asiente y pone las cervezas en el bar.
—Ellos hacen una deliciosa sopa de mariscos —dice Pedro.
Me está preguntando.
—Sopa y cerveza suena bien. —Le sonrío.
—¿Dos sopas? —pregunta Dante.
—Por favor. —Pedro le sonríe.
Conversamos mientras comemos, como nunca antes lo hicimos. Pedro está relajado y tranquilo, luce joven, feliz, y animado a pesar de todo lo sucedido ayer.
Relata la historia de Alfonso Enterprises Holding, y mientras más revela, más siento su pasión por arreglar las empresas y sus problemas, sus esperanzas por la tecnología que está desarrollando, y sus sueños de hacer la tierra en el tercer
mundo más productiva. Escucho embelesada. Él es divertido, inteligente, filantrópico, y hermoso, y me ama.
A su vez, me atormenta con preguntas acerca de Reinaldo y mi mamá, acerca de crecer en los frondosos bosques de Montesano, y mis breves períodos en Texas y Vegas.
Exige saber mis libros y películas favoritos, y estoy sorprendida por lo mucho que tenemos en común.
Mientras hablamos, me parece que ha pasado de Alec Hardy a Angel, humillando un alto ideal en un corto período de tiempo.
Es pasada las dos cuando terminamos nuestra comida. Pedro paga la cuenta a Dante, que nos da una despedida cariñosa.
—Éste es un buen lugar. Gracias por la comida —digo mientras Pedro toma mi mano y dejamos el bar.
—Vendremos de nuevo —dice, y paseamos por la costa—. Quería mostrarte algo.
—Lo sé… y no puedo esperar para verlo, sea lo que sea.
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