miércoles, 28 de enero de 2015

CAPITULO 81




Caminamos de la mano a lo largo de la costa. Es una tarde muy agradable. La gente está afuera disfrutando su domingo, paseando perros, admirando los botes, viendo a sus chicos correr a lo largo del paseo marítimo.


Mientras nos dirigimos al puerto, los botes se vuelven más grandes progresivamente. Pedro me lleva al muelle y se detiene al frente de un enorme catamarán.


—Pienso que podemos salir a navegar esta tarde. Éste es mi barco.


Santo cielo. Debe medir por lo menos doce, quizás quince metros. Dos elegantes cascos blancos, una cubierta, una cabina espaciosa, y elevándose por encima de ellos un mástil muy alto. No sé nada de botes, pero puedo decir que éste es especial.


—Wow… —murmuro asombrada.


—Construido por mi compañía —dice orgullosamente y mi corazón se hincha—. Ella ha sido diseñada desde cero por los mejores arquitectos navales en el mundo y construida aquí en Seattle en mi patio. Tiene motores eléctricos híbridos, paneles de cruz asimétricos, una vela mayor con cubierta cuadrada…


—Está bien… me has perdido Pedro.


Él ríe.


—Ella es un gran barco.


—Ella se ve muy bien, Sr. Alfonso.


—Ella lo hace, Srta. Chaves.


—¿Cuál es su nombre?


Tira de mí hacia el costado entonces puedo ver su nombre: EL GABRIELA. Estoy sorprendida.


—¿La nombraste por tu mamá?


—Sí. —Él ladea la cabeza hacia un lado, burlón—. ¿Por qué encuentras eso extraño?


Me encojo de hombros. Estoy sorprendida, él siempre parecía ambivalente en su presencia.


—Adoro a mi mamá, Paula. ¿Por qué no nombraría a un barco por ella?


Me sonrojo.


—No, eso no es lo que… es sólo… —Mierda, ¿cómo puedo poner esto en palabras?


—Paula, Gabriela Trevelyan salvó mi vida. Le debo todo.



Lo miro, y dejo que la reverencia en su confesión con voz suave se arrastre sobre mí. Es obvio para mí, por primera vez, que ama a su madre. ¿Por qué entonces su extraña y tensa ambivalencia hacia ella?


—¿Quieres venir a bordo? —pregunta, sus ojos brillantes, excitados.


—Sí, por favor. —Sonrío.


Luce encantado y encantador en un paquete delicioso. 


Agarrando mi mano, avanza por la pequeña pasarela y me lleva a bordo para que nos paremos sobre la cubierta bajo un toldo rígido.


A un lado hay una mesa y una banqueta en forma de U forrada en cuero azul pálido, en la que se pueden sentar al menos ocho personas. Miro a través de las puertas corredizas al interior de la cabina y salto, sorprendida cuando espío a alguien ahí. El alto hombre rubio abre las puertas corredizas y sale, —todo bronceado, cabello rizado y ojos marrones— usando una descolorida camiseta polo de mangas cortas, bermudas, y zapatos náuticos. Debe estar a principio de los treinta años.


—Mac —saluda Pedro.


—¡Señor Alfonso! Bienvenido de nuevo. —Estrechan sus manos.


—Paula, éste es Liam McConnell. Liam, mi novia,Paula Chaves.


¡Novia! Mi Diosa interior realizó un rápido arabesco. Ella todavía sigue sonriendo por el convertible. Tengo que acostumbrarme a esto, ésta no es la primera vez que dice eso, pero oírlo decirlo todavía es una conmoción.


—¿Cómo está? —Liam y yo nos estrechamos las manos.


—Llámame Mac —dice cálidamente, y no puedo ubicar su acento—. Bienvenida a bordo, señorita Chaves.


—Paula, por favor —murmuro, ruborizándome. Él tiene profundos ojos marrones.


—¿Cómo se está perfilando, Mac? —interviene Pedro rápidamente, y por un momento, pienso que está hablando de mí.


—Ella está lista para el rock and roll, señor —señala Mac. 



Oh, el bote, GABRIELA .Tonta de mí.


—Vamos a ponerla en macha, entonces.


—¿Va a salir con ella?


—Sip. —Pedro le da a Mac una rápida sonrisa maliciosa—. ¿Visita rápida,Paula?


—Sí, por favor.


Lo sigo al interior de la cabina. Un sofá en forma de L de cuero color crema está directamente en frente de nosotros, y sobre éste, una gran ventana curva ofrece una vista panorámica de puerto deportivo. Hacia la izquierda está el área de cocina, muy bien provista, todo en madera clara.


—Éste es el salón principal. Al lado de la cocina —dice Pedro, ondeando su mano hacia la cocina.


Toma mi mano y me lleva a través de la cabina principal. Es sorprendentemente espaciosa. El piso es de la misma madera clara. Se ve moderno y elegante y tiene un ambiente luminoso, aireado, pero todo es muy funcional, como si no pasara mucho tiempo aquí.


—Baños de ambos lados. —Pedro apunta a dos puertas, luego abre una puerta pequeña, de forma extraña directamente frente a nosotros y entra. Estamos en una habitación de lujo. Oh…


Tiene una cama de cabaña de un tamaño descomunal y es toda de lino azul pálido y madera clara como su dormitorio en La Escala. Pedro obviamente elige un tema y se pega a éste.


—Esta es la cabina principal. —Baja su mirada hacia mí, sus ojos grises brillando—. Tú eres la primera chica aquí, aparte de la familia —sonríe—. Ellos no cuentan.


Me sonrojo bajo su mirada caliente, y mi pulso se acelera.


 ¿De verdad? Otra primera vez. Me tira dentro de sus brazos, sus dedos enredados en mi cabello, y me besa,
largo y duro. Ambos estamos sin aliento cuando se retira.


—Podría tener que bautizar esta cama —susurra contra mi boca.


Oh, ¡en el mar!


—Pero no ahora. Vamos, Mac estará soltando amarras. —Ignoro la punzada de desilusión mientras toma mi mano y me conduce de vuelta a través del salón. 


Indica otra puerta.


—Allí la oficina, y aquí en la parte delantera dos cabinas más.


—¿Entonces cuántos pueden dormir a bordo?


—Este es un catamarán de seis literas. He tenido sólo a mi familia a bordo, sin embargo. Me gusta navegar solo. Pero no cuando tú estás aquí. Necesito mantener un ojo en ti.


Escarba en un cofre y saca un chaleco salvavidas rojo brillante.


—Aquí. —Poniéndolo sobre mi cabeza, tensa todas las correas, una leve sonrisa jugando en sus labios.


—Amas atarme, ¿no?


—De cualquier forma —dice, una sonrisa maliciosa en sus labios.


—Eres un pervertido.


—Lo sé. —Levanta sus cejas y su sonrisa se ensancha.



—Mi pervertido —murmuro.


—Sí, tuyo.


Una vez asegurada, agarra los lados de la chaqueta y me besa.


—Siempre —respira, luego me suelta antes que tenga la posibilidad de responder.


¡Siempre! Santa mierda.


—Vamos. —Toma mi mano y me conduce afuera, subiendo unos escalones, y hacia el piso superior a una pequeña cabina que alberga un gran timón y un elevado asiento. En la proa del barco, Mac está haciendo algo con las sogas.


—¿Es aquí dónde aprendiste todos tus trucos de cuerda? —pregunto a Pedro inocentemente.


—Los clavos de amarre han venido muy bien —dice, mirándome valorativamente—. Señorita Chaves, suena curiosa. Me gusta tu curiosidad, nena. Estaré más que feliz de demostrar qué puedo hacer con una cuerda. —Me sonríe, y lo miro de vuelta sin inmutarme como si me hubiera disgustado. Su cara decae.


—Te tengo. —Sonrío.


Su boca se tuerce y estrecha sus ojos.


—Voy a tener que tratar contigo más tarde, pero justo ahora, tengo que manejar mi bote. —Se sienta en los controles, presiona un botón, y el motor ruge a la vida.


Mac viene arrimándose por el lado del barco, sonriéndome, y salta a la cubierta inferior donde comienza a desatar la soga. Quizás él sabe algunos trucos con cuerdas también. 


La idea surge inoportuna en mi cabeza y me sonrojo.


Mi subconsciente me mira. Mentalmente me encojo de hombros hacia ella y miro a Pedro, culpo a Cincuenta. 


Levanta el receptor y radio llamando a los guardacostas mientras Mac dice que estamos listos para ir.


Una vez más, estoy deslumbrada por la experiencia de Pedro. Es tan competente. ¿No hay nada que este hombre no pueda hacer? Luego recuerdo su serio intento de cortar y picar un pimiento en mi apartamento el viernes. El
recuerdo me hace sonreír.


Lentamente, Pedro saca a EL GABRIELA fuera de su amarradero y hacia la entrada del puerto. Detrás de nosotros una pequeña multitud se ha reunido en el muelle para ver nuestra partida. Niños pequeños están saludando, y les devuelvo el saludo.


Pedro mira sobre su hombro, luego me tira entre sus piernas y señala varios diales y aparatos en la cabina del piloto.


—Toma el timón —ordena, mandón como siempre, pero hago lo que me dijo.


—¡Sí, sí, capitán! —Río.


Colocando las manos cómodamente sobre las mías, continúa dirigiendo nuestro rumbo fuera de la marina, y en pocos minutos, estamos en mar abierto, golpeando dentro de las frías aguas azules del Estrecho de Puget. Lejos de la sombra de la pared de protección de la marina, el viento es más fuerte, y los tonos del mar ruedan debajo de nosotros.


No puedo evitar sonreír, sintiendo la emoción de Pedro, esto es tan divertido.


Hacemos una gran curva hasta que nos estamos dirigiendo hacia el oeste, hacia la Península Olímpica, con el viento detrás de nosotros.


—Salimos a tiempo —dice Pedro, emocionado—. Aquí, tómala. Mantenla en este rumbo.


¿Qué? Sonríe, reaccionando ante el horror en mi cara.


—Nena, es realmente fácil. Sostén el timón y mantén tu mirada en el horizonte sobre el arco. Lo vas a hacer genial, siempre lo haces. Cuando las velas suban, sentirás el arrastre. Sólo tienes que mantenerla constante. Voy a indicarte cómo — hace un movimiento de recorte a través de su garganta—, y puedes cortar los motores. Con este botón de aquí. —Señala a un botón negro de gran tamaño—.
¿Entiendes?


—Sí. —Asiento frenéticamente, sintiendo pánico. ¡Jesús, esperaba no hacer nada!


Me besa rápidamente, luego se baja de la silla de capitán, y se mueve dando saltos a la parte delantera del barco para unirse a Mac donde inicia el despliegue de velas, cuerdas de desvinculación, y los abrestantes de operación y poleas. 


Trabajan muy bien juntos en equipo, gritando diversos términos náuticos entre sí, y es reconfortante ver a Cincuenta interactuando con alguien más de una manera tan despreocupada.


Tal vez Mac es amigo de Cincuenta. No parece tener muchos, en la medida que puedo decir, pero entonces, yo no tengo muchos tampoco. Bueno, no aquí en Seattle. La única amiga que tengo está de vacaciones tomando sol en St. James, en la costa oeste de Barbados.


Tengo una repentina punzada por Lourdes. Extraño a mi compañera de habitación más de lo que pensaba que haría cuando se fue. Espero que ella cambie de opinión y vuelva a casa con su hermano Lucas, en lugar de prolongar su estancia con Gustavo, el hermano de Pedro.


Pedro y Mac izan la vela mayor. Se llena y sopla cuando el viento se apodera de ella hambrientamente y el barco se tambalea de repente, comprimiéndose hacia adelante. Lo siento a través del timón. ¡Vaya!


Se ponen a trabajar en la vela de proa, y observo fascinada a medida que vuela por el mástil. El viento la atrapa, extendiéndola tensa.


—¡Mantenla constante nena y corta los motores! —Pedro grita hacía mí sobre en el viento, indicándome que apague los motores. Sólo puedo escuchar su voz, pero asiento entusiásticamente, mirando al hombre que amo, todo despeinado, entusiasmado y apoyándose en contra de la inclinación y orientación de la embarcación.


Presiono el botón, el rugido de los motores se detiene, y EL GABRIELA se eleva hacia la Península Olímpica, casi rozando el agua como si estuviera volando. Quiero chillar y gritar y animar, ésta tiene que ser una de las experiencias más emocionantes de mi vida, excepto por quizás el planeador, y tal vez la Habitación Roja del Dolor.


¡Santo cielo, este barco se puede mover! Me mantengo firme, agarrando el timón, luchando contra él, y Pedro está detrás de mí una vez más, sus manos sobre las mías.


—¿Qué piensas? —grita por encima del sonido del viento y el mar.


—¡Pedro! Esto es fantástico.


Rebosa de alegría, con una sonrisa de oreja a oreja.


—Espera hasta pasar el bosquecillo. —Señala con la barbilla hacia Mac, quien está desplegando el espinaquer, una vela que es de un rico color rojo oscuro. Me recuerda a las paredes del cuarto de juegos.


—Interesante color —grito.


Me da una sonrisa lobuna y un guiño. Oh, es intencionado.


Las copas del bosquecillo sobresalen, una extraña forma elíptica, poniendo a EL GABRIELA sobre marcha. Encontrando su dirección, acelera sobre el estrecho.


—Vela asimétrica. Para la velocidad. —Pedro responde a mi pregunta no dicha.


—Es increíble. —No puedo pensar en nada mejor que decir. Tengo la sonrisa más ridícula en mi cara mientras nos movemos rápidamente a través del agua, en dirección a la majestuosidad de las Montañas Olímpicas y la Isla de Bainbridge.


Mirando hacia atrás, veo a Seattle reduciéndose detrás de nosotros, el Monte Rainier en la distancia.


No había apreciado realmente cuán hermoso y robusto es el paisaje de los alrededores de Seattle, verde, exuberante, y con árboles de hoja perenne de clima templado, y acantilados que sobresalen aquí y allá. Tiene una belleza salvaje pero serena, en esta gloriosa tarde soleada, que me quita el aliento. La quietud es impresionante en comparación con nuestra velocidad a medida que avanzamos con rapidez a través del agua.


—¿A qué velocidad vamos?


—Está haciendo 15 nudos.


—No tengo idea de lo que significa.


—Son aproximadamente 27 kilómetros por hora.


—¿Eso es todo? Se siente mucho más rápido.


Él aprieta mis manos, sonriendo.


—Te ves hermosa, Paula. Es bueno ver un poco de color en tus mejillas. . . y no de rubor. Te ves como lo haces en las fotos de José.


Me doy la vuelta y lo beso.


—Usted sabe cómo hacer que una chica pase un buen momento, Sr. Alfonso.


—Estamos para complacer, señorita Chaves. —Saca mi cabello fuera del camino y besa la parte de atrás de mi cuello, enviando deliciosos hormigueos en mi espalda—. Me gusta verte feliz —murmura y aprieta sus brazos alrededor de mí.


Miro hacia fuera sobre la ancha agua azul, preguntándome qué podría haber hecho en el pasado para tener a la fortuna sonriéndome y entregándome a este hermoso hombre.


Sí, eres una perra con suerte, mi subconsciente chasquea. 


Pero tienes trabajo que practicar en ser fría con él. No va a querer esta mierda de vainilla para siempre... vas a tener que comprometerte. Miro mentalmente a su cara, sarcástica, insolente y descanso mi cabeza contra el pecho de Pedro. Pero en el fondo sé que mi subconsciente tiene razón, pero destierro los pensamientos. No quiero echar a perder mi día.



* * *


Una hora más tarde, estamos anclados en una cala pequeña y solitaria fuera de la isla de Bainbridge. Mac se ha ido a tierra en el inflable, por qué, no sé, pero tengo mis sospechas porque tan pronto como Mac inicia el motor fuera de borda, Pedro toma mi mano y casi me arrastra a su camarote, un hombre con una misión.


Ahora está delante de mí, exudando su embriagadora sensualidad mientras sus hábiles dedos hacen el trabajo rápido de las correas de mi chaleco salvavidas. Lo lanza a un lado y mira fijamente hacia mí, sus oscuros ojos dilatados.


Ya estoy perdida y apenas me ha tocado. Levanta la mano a mi rostro, y sus dedos se mueven por mi barbilla, la columna de mi garganta, mi esternón, abrasándome con su toque, hacía el primer botón de mi blusa azul.


—Quiero verte. —Exhala y con destreza desabrocha el botón. Inclinado, planta un suave beso en mis labios entreabiertos. Estoy jadeando y con ganas, suscitadas por
la potente combinación de su cautivadora belleza, su sexualidad en bruto en los confines de esta cabina, y el suave balanceo de la embarcación. Él está de vuelta.


—Desnúdate para mí —susurra, sus ojos ardiendo.


Oh mi… Estoy muy feliz de cumplir. Sin quitar mis ojos de él, poco a poco desabrocho cada botón, saboreando su ardiente mirada. ¡Oh, esto es algo embriagador! Puedo ver su deseo, es evidente en su rostro… y en otros lugares.


Dejo que mi blusa caiga al suelo y alcanzo el botón de mis jeans.


—Para —ordena—. Siéntate.


Me siento en el borde de la cama, y en un movimiento fluido está de rodillas delante de mí, deshaciendo los cordones primero de una, luego de la otra zapatilla deportiva, tirando cada una fuera, seguidas de mis calcetines. Levanta mi pie
izquierdo y lo alza, planta un suave beso en la yema de mi dedo gordo, y a continuación, roza los dientes contra él.


—¡Ah! —gimo mientras siento el efecto en la ingle. Se para en un suave movimiento, extiende la mano hacía mí, y me tira para arriba, afuera de la cama.


—Continua —dice y se pone de nuevo a mirarme.


Bajo con facilidad la cremallera de mis jeans y engancho los pulgares en la cintura como en un desfile y luego deslizo los jeans de algodón por mis piernas. Una suave sonrisa juega en sus labios, pero sus ojos siguen siendo oscuros.


Y no sé si es porque me hizo el amor esta mañana, y quiero decir que realmente me hizo el amor, suavemente, dulcemente, o si fue su apasionada declaración de “sí…
lo hago” pero no me siento avergonzada en absoluto. Quiero ser sexy para este hombre. Se merece algo sexy, me hace sentir sexy.


Está bien, esto es nuevo para mí, pero estoy aprendiendo bajo su experta tutela. Y, entonces otra vez, mucho es nuevo para él, también. Equilibra el sube y baja entre nosotros un poco, creo.


Estoy usando mi nueva ropa interior, una tanga de encaje blanco y sujetador a juego de una marca de diseño con un precio demasiado elevado. Salgo de mis jeans y estoy allí para él en la lencería que ha pagado, pero ya no me siento barata.


Me siento de él.


Llegando atrás, desengancho el sujetador, deslizando las correas por mis brazos y colocándolo en la parte superior de la blusa. Lentamente, deslizo mis bragas, dejándolas caer a mis tobillos, y saliendo de ellas, sorprendida por mi gracia.


De pie delante de él, estoy desnuda y sin vergüenza, y sé que es porque me ama.


No tengo qué ocultar. No dice nada, sólo me mira. Todo lo que veo es su deseo, su adoración incluso, y algo más, la profundidad de su necesidad, la profundidad de su amor por mí.


Se agacha, levanta el borde de su suéter de color crema, y tira de él sobre su cabeza, seguido por la camiseta, dejando al descubierto su pecho, sin apartar sus audaces ojos grises de los míos. Sus zapatos y los calcetines siguen antes de que agarre el botón de sus jeans.


Alcanzándolo, le susurro:


—Déjame.


Sus labios se fruncen brevemente formando un ooh, y sonríe.


—Adelante.


Doy un paso hacia él, deslizando mis dedos sin miedo dentro de la pretina de sus jeans, y tirando por lo que se ve obligado a dar un paso más cerca de mí. Jadea involuntariamente con mi inesperada audacia, luego me sonríe. Desabrocho el botón, pero antes de bajar la cremallera dejo vagar mis dedos, trazando su erección
a través del suave pantalón de algodón. Flexiona sus caderas en la palma de mi mano y cierra los ojos un instante, disfrutando de mi tacto.


—Te estás volviendo tan audaz, Paula, tan valiente —susurra y toma mi cara entre ambas manos, inclinándose para besarme profundamente.


Pongo mis manos en sus caderas, la mitad en su fría piel y la otra mitad en la baja pretina de sus pantalones.


—Tú también —murmuro contra sus labios mientras mis pulgares frotan lentos círculos sobre su piel, y él sonríe.


—Quítalos.


Muevo mis manos a la parte delantera de sus jeans y tiro hacia abajo la cremallera.


Mis intrépidos dedos se mueven a través del vello púbico de su erección, y lo sujeto con fuerza.


Hace un sonido bajo en su garganta, su dulce aliento lavando sobre mí, y me besa de nuevo, amorosamente. A medida que mi mano se mueve por encima de él, en torno a él, acariciándolo, apretándolo con fuerza, pone sus brazos alrededor de mí, su mano derecha plana contra el centro de mi espalda y sus dedos propagándose.


Su mano izquierda está en mi cabello, sosteniéndome en su boca.


—Oh, te deseo tanto, nena —respira, y de repente da un paso atrás para quitarse los pantalones y calzoncillos en un rápido y ágil movimiento. Es un hermoso espectáculo, dentro o fuera de su ropa, cada centímetro de él.


Es perfecto. Su belleza profanada sólo por sus cicatrices pienso con tristeza. Y ellas corren profundamente en su piel.


—¿Qué pasa, Paula? —murmura y acaricia suavemente mí mejilla con sus nudillos.


—Nada. Ámame, ahora.


Él tira de mí hacia sus brazos, me besa, retorciendo las manos en mi cabello.


Nuestras lenguas entrelazadas, me encamina hacia atrás a la cama y suavemente me reduce en ella, siguiéndome hacia abajo de manera que él está yaciendo a mi lado.


Dirige su nariz a lo largo de la línea de mí mandíbula mientras mis manos se mueven a su cabello.


—¿Tienes alguna idea de lo exquisito que es tu aroma, Paula? Es irresistible.


Sus palabras hacen lo de siempre —llamean en mi sangre, aceleran mi pulso—, y él arrastra su nariz bajando por mi garganta, a través de mis pechos, besándome reverentemente mientras lo hace.


—Eres tan hermosa —murmura, mientras toma uno de mis pezones en la boca y succiona suavemente.


Gimo mientras arqueo mi cuerpo de la cama.


—Déjame escucharte, nena.


Su mano se arrastra hasta mi cintura, y estoy en la gloria con la sensación de su tacto, piel con piel, su boca hambrienta en mis pechos y sus hábiles y largos dedos acariciándome, rozándome, apreciándome. Moviéndose sobre mis caderas, detrás de mí, y por mi pierna hasta mi rodilla, y todo este tiempo está besando y chupando mis pechos. Oh mi…


Agarrando mi rodilla, de repente tira de mi pierna, que se enreda sobre sus caderas, haciéndome jadear, y siento más que ver su sonrisa responder sobre mi piel. Me pasa por encima por lo que estoy a horcajadas sobre él y me entrega un paquete de papel de aluminio.


Me desplazo hacia atrás, tomándolo en mis manos, y simplemente no puedo resistirme a él en toda su gloria. Me inclino y lo beso, llevándolo a mi boca, mi lengua girando a su alrededor, y luego chupando. Se queja y flexiona la cadera por lo que está más profundo en mi boca.


Mmm… tiene buen sabor. Lo quiero dentro de mí. Me siento y lo miro, está sin aliento, la boca abierta, mirándome fijamente.


A toda prisa rasgo el condón y lo desenrollo sobre él. 


Extiende sus manos para mí.


Tomo una y con la otra mano, me situó por encima de él, luego, lentamente, lo reclamo como mío.


Él gime bajo en su garganta, cerrando sus ojos.


La sensación de él dentro de mí... estirándome... llenándome, me quejo suavemente, es divina. Coloca sus manos sobre mis caderas y me mueve hacia arriba, abajo, y empuja dentro de mí. Oh... esto es tan bueno.


—Oh, nena —susurra, y de repente se sienta así que estamos cara a cara, y la sensación es extraordinaria, tan llena. Grito, agarrando sus brazos más arriba mientras toma mi cabeza en sus manos y me mira a los ojos, sus ojos grises intensos, ardiendo de deseo.


—Oh, Paula. Lo que me haces sentir —murmura y me besa apasionadamente con ferviente ardor. Lo beso de vuelta, mareada con la deliciosa sensación de él enterrado profundamente en mí.


—Oh. Te amo —murmuro. Él se queja, como si le doliera escuchar mis palabras susurradas y se da la vuelta, me lleva con él sin romper nuestro valioso contacto, por lo que estoy yaciendo debajo de él. Envuelvo mis piernas alrededor de su cintura.


Se queda mirando hacia abajo con maravillada adoración, y estoy segura de que reflejo su expresión mientras acaricio su hermoso rostro. Muy lentamente, comienza a moverse, cerrando los ojos mientras lo hace y gimiendo suavemente.


El suave balanceo del barco y la paz y la calmada tranquilidad de la cabina se rompen solamente por nuestro aliento mezclándose mientras él se mueve lentamente dentro y fuera de mí, tan controlado y tan bueno, es celestial. Pone su brazo sobre mi cabeza, su mano en mi cabello, y acaricia mi cara con la otra mientras se inclina para besarme.


Estoy arropada por él, mientras él me ama, moviéndose lentamente dentro y fuera, disfrutando de mí. Lo toco, apegándome a los límites, sus brazos, su cabello, su espalda, su hermoso trasero y mi respiración se acelera mientras su ritmo constante me empuja más y más alto. 


Está besando mi boca, la barbilla, la mandíbula, y luego acariciando mi oreja. Puedo oír sus respiraciones entrecortadas con cada suave embestida de su cuerpo.


Mi cuerpo empieza a temblar. Oh... Esta sensación que ahora conozco tan bien... Estoy cerca... Oh...


—Eso es, nena... renuncia a ello por mí... Por favor... Paula —murmura y sus palabras son mi perdición.


Pedro —digo en voz alta, y él gime mientras ambos nos venimos juntos.



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