miércoles, 28 de enero de 2015

CAPITULO 79




Estamos en la habitación y la doctora Greene está mirándome con la boca abierta.


Está vestida más casualmente que la otra vez que nos vimos con una camisa rosa pálido de cashmire y pantalones negros, y su fino cabello rubio está suelto.


—¿Y dejaste de tomarlas? ¿Sólo así?


Me sonrojo, sintiéndome más que tonta.


—Sí. —¿Podía mi voz ser más pequeña?


—Podrías estar embarazada —dice con seguridad.


¡¿Qué?! El mundo cae a mis pies. Mi subconsciente colapsa en el piso y creo que voy a enfermarme. ¡No!


—Ten, haz pis en esto. —Está en plan negocios hoy. Sin tomar prisioneros.


Humillada, tomo el contenedor plástico que me ofrece y camino hacia el baño.


No. No. No. Imposible, imposible… Por favor, no. No.


¿Qué haría Cincuenta? Palidezco. Enloquecería.


¡Por favor, no! Suspiro en una silenciosa plegaria.


Le entrego a la doctora mi muestra, y cuidadosamente coloca un palito blanco en él.


—¿Cuándo comenzó tu período?


¿Cómo se supone que piense en eso cuando todo lo que puedo hacer es mirar fijamente al palito blanco?


—Eh… ¿Miércoles? No el pasado, el anterior. Primero de Junio.


—¿Y cuándo paraste de tomar la píldora?


—El domingo. El domingo pasado.


Ella aprieta los labios.


—Deberías estar bien —dice agudamente—. Puedo decir por tu expresión que un embarazo no planeado no serían noticias placenteras. Así que Medroxyprogesterona es una buena idea si no puedes recordar tomas la píldora todos los días. —Me da una mirada fija, y me encojo bajo su mirada autoritaria.


Levantando el palito, lo mira—. Estás bien. No has ovulado aún, así que si has tomado las precauciones apropiadas, no deberías estar embarazada. Ahora, déjame decirte algo sobre la inyección. La descartamos la vez pasada por los efectos secundarios, pero francamente, el efecto secundario de un bebé es más peligroso y dura años. —Sonríe, feliz consigo misma y su broma, pero no puedo comenzar a contestar, estoy demasiado asombrada.


La doctora se lanza a una explicación de los efectos secundarios, y me siento paralizada de alivio, sin escuchar una palabra. Toleraría a cualquier número de extrañas mujeres al pie de mi cama que confesar a Pedro que podría estar embarazada.


—Paula—dispara la Dra. Green—. Hagámoslo. —Me saca de mi ensoñación y con mucho gusto me levanto la manga.



* * *


Pedro cierra la puerta tras ella y me mira interrogante.


—¿Todo bien? —pregunta. Asiento muda, e inclina su cabeza a un lado, su cara tensa de preocupación—. Paula, ¿qué pasa? ¿Qué dijo la doctora?


Sacudo mi cabeza.


—Estará listo en siete días.


—¿Siete días?


—Sí.


—Paula, ¿qué sucede?


Trago.


—No es nada para preocuparse. Por favor, Pedro, sólo déjalo.


Pedro se cierne sobre mí. Me agarra de la babilla, inclinando mi cabeza hacia atrás, y mira con énfasis mis ojos, tratando de descifrar mi pánico.


—Dime —dispara insistentemente.


—No hay nada que decir. Me gustaría vestirme. —Retiro mi barbilla de su alcance.


Él suspira y pasa una mano por su cabello, frunciendo el seño.


—Vamos a ducharnos —dice eventualmente.


—Por supuesto —murmuro, y su boca se tuerce.


—Ven —dice suavemente, tomando mi mano firmemente. 


Me dirige al baño mientras lo sigo. Parece que no soy la única malhumorada. Encendiendo la ducha, Pedro se desnuda antes de girarse ante mí.


—No sé que te molestó, o si sólo estás malhumorada por la falta de sueño — dice mientras desata mi bata—. Pero quiero que me lo digas. Mi imaginación está corriendo lejos y no me gusta.


Giro mis ojos y él me mira fijamente, entrecerrando los suyos. ¡Mierda! De acuerdo… aquí viene.


—La doctora Greene me riñó por no seguir tomando la píldora. Dijo que podría estar embarazada.


—¿Qué? —Empalidece, y su mano se congela en la mía, repentinamente cenicienta.


—Pero no lo estoy. Hizo una prueba. Fue un shock, eso es todo. No puedo creer que fui tan estúpida.


Se relaja visiblemente.


—¿Segura?


—Sí.


Deja salir un pesado suspiro.


—Bien. Sí. Puedo ver que una noticia como esa sería muy molesta.


Frunzo el ceño. ¿Molesta?


—Estaba más preocupada por tu reacción.


Arruga sus cejas, intrigado.


—¿Mi reacción? Bueno, naturalmente, estoy aliviado… sería la cima de la falta de cuidado y modales embarazarte.


—Entonces quizás deberíamos abstenernos —disparo.


Me mira por un momento, intrigado como si fuera alguna clase de experimento científico.


—Tienes un mal temperamento esta mañana.


—Fue un shock, eso es todo —repito petulantemente.


Arropándome con la bata, me da un cálido abrazo, besa mi cabello y presiona mi cabeza en su pecho. Me distrae su vello del pecho mientras cosquillea mi mejilla.


Oh, si tan sólo pudiera acariciarlo.


—Paula, no estoy acostumbrado a esto —murmura—. Mi inclinación natural es sacártelo a golpes, pero dudo seriamente que te gustara.


Santa mierda.


—No, no me gustaría. Esto ayuda. —Abrazo más fuerte a Pedro y nos mantenemos así por una era en un extraño abrazo, el desnudo y yo envuelta en una bata. Una vez más me asombra su honestidad. No sabe nada de relaciones, yo
tampoco, excepto lo que he aprendido de él. Bueno, él ha pedido fe y paciencia, quizás debería hacer lo mismo.


—Ven, vamos a bañarnos —dice eventualmente, soltándome.


Alejándose, me quita la bata y lo sigo a la cascada de agua, levantando mi cara al torrente. Hay sitio para ambos bajo la inmensa ducha. Pedro alcanza el shampoo y lava su cabello. Me lo pasa y hago lo mismo.


Esto se siente bien. Cerrando mis ojos, sucumbo ante la limpia y cálida agua.


Mientras enjuago el shampoo, siento sus manos en mí, enjabonando mi cuerpo, mis hombros, mis brazos, bajo mis brazos, mis pechos, mi espalda. Gentilmente me gira y me atrae a él mientras continúa bajando, mi estómago, sus dedos experimentados entre mis piernas —hmmm— mi trasero. Oh, eso se siente bien, y tan íntimo. Me gira para mirarlo de nuevo.


—Aquí —dice suavemente pasándome el jabón corporal—. Quiero que me quites los restos de labial


Mis ojos se abren con asombro y se disparan hacia él. Me mira intensamente, mojado y bello, sus gloriosos y brillantes ojos grises sin dar nada.


—No te salgas de las líneas, por favor —murmura apretadamente.


—De acuerdo —murmuro, tratando de absorber la enormidad de lo que me acaba de pedir, tocarlo al límite de la zona prohibida.


Tomo un poco de jabón, lo mezclo en las manos para crear espuma y lo pongo en sus hombros y gentilmente lavo la línea de labial en ambos lados. Él se queda quieto y cierra los ojos, su cara impasible, pero respira rápidamente, y sé que no es lujuria sino miedo. Me enternece al instante. Con dedos temblorosos cuidadosamente sigo la línea por el lado de su pecho, enjabonando y quitando suavemente, y él traga, su mandíbula tensa como si sus dientes estuvieran apretados. ¡Oh! Mi corazón se contrae y mi garganta se aprieta. Oh no. Voy a llorar.


Me detengo para tomar más jabón y lo siento relajarse frente a mí. No lo puedo mirar. No puedo soportar ver su dolor, es demasiado. Trago.


—¿Listo? —murmuro y la tensión es clara en mi voz.


—Sí —susurra, su voz áspera, mezclada con el miedo.


Gentilmente pongo mis manos a cada lado de su pecho y se congela de nuevo. Es demasiado. Me abruma su confianza en mí, abrumada por su miedo, por el daño hecho a este bello caído y lastimado hombre.


Las lágrimas se juntan en mis ojos y bajo mi cara, perdida en el agua de la ducha.


¡Oh, Pedro! ¿Quién te hizo esto?


Su diafragma se mueve rápido con cada respiración, su cuerpo esta rígido, la tensión radiando de él en ondas mientras mis manos se mueven por la línea, borrándola. Oh, si tan solo pudiese borrar su dolor, lo haría, haría cualquier cosa, y no quiero más que besar cada cicatriz que veo, besar y borrar esos horribles años de negligencia. Pero sé que no puedo, y mis lágrimas caen incontenibles por mis mejillas.


—No. Por favor, no llores —murmura, su voz angustiada mientras me abraza firmemente—. Por favor no llores por mí. —Y exploto en un girar de resoplidos enterrando mi cara en su cuello, al pensar en el pequeño niño perdido en un mar de miedo y dolor, asustado, rechazado, abusado, lastimado más allá de lo posible.


Alejándose, agarra mi cabeza con sus manos, la inclina hacia atrás y se inclina para besarme.


—No llores, Paula, por favor —murmura contra mi boca—. Fue hace mucho. Me muero por que me toques, pero apenas puedo soportarlo. Es demasiado. Por favor, por favor no llores.


—Quiero tocarte también. Más de lo que imaginas. Verte así… asustado y lastimado, Pedro… me hiere profundamente. Te amo tanto.


Acaricia con su pulgar mi labio inferior.


—Lo sé, lo sé —murmura,


—Eres muy fácil de amar, ¿no lo ves?


—No, nena, no lo veo.


—Lo eres. Yo te amo y también tu familia. Y Eleonora y Lorena. Tienen una extraña manera de demostrarlo pero te aman. Vales la pena.


—Detente. —Pone un dedo en mis labios y sacude la cabeza, una expresión agonizante en su rostro—. No puedo oír esto. No soy nada, Paula. Soy la sombra de un hombre, no tengo corazón.


—Sí tienes. Y lo quiero, todo. Eres un buen hombre, Pedro, un muy buen hombre. Nunca lo dudes. Mira lo que has hecho… lo que has conseguido — sollozo—. Mira lo que has hecho por mí… lo que has dejado, por mí — susurro—. Yo sé, sé cómo te sientes por mí.


Me mira, sus ojos amplios y con pánico, y lo único que podemos oír es el ruido de la ducha mientras cae el agua sobre nosotros.


—Me amas —susurro.


Sus ojos se abren más y su boca se abre. Toma un profundo respiro. Se ve torturado, vulnerable.


—Sí —murmura—. Te amo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario