Solemnemente empaco una pequeña maleta y coloco mi Mac, el BlackBerry, mi iPad y Charlie Tango en mi mochila.
—¿Charlie Tango también viene? —pregunta Pedro.
Asiento y él me da una pequeña sonrisa indulgente.
—Lucas regresa el jueves —murmuro.
—¿Lucas?
—El hermano de Lourdes. Se quedará aquí hasta que encuentre un lugar en Seattle.
Pedro me mira en blanco, pero noto la frialdad crepitando en sus ojos.
—Bien, es bueno que te quedes conmigo. Le da más espacio —dice tranquilamente.
—No creo que tenga las llaves. Necesitaré estar de regreso para entonces.
Pedro me mira impasiblemente pero no dice nada.
—Eso es todo.
Pedro agarra mi maleta y nos dirigimos a la puerta. Mientras caminamos alrededor de la parte trasera del edificio al estacionamiento, me doy cuenta de que estoy mirando sobre mi hombro. No sé si mi paranoia está llevándome lejos o si alguien realmente está mirándome. Pedro abre la puerta del pasajero del Audi y me mira expectante.
—¿Entrarás? —pregunta.
—Pensé que conduciría.
—No. Yo conduciré.
—¿Algún problema con mi forma de conducir? No me digas que sabes cuánto fue mi puntaje en mi examen de manejo… No me sorprendería con tus tendencias acosadoras. —Quizás sabe que sólo pasé raspando el examen escrito.
—Entra en el auto, Paula —chasquea furiosamente.
—Está bien. —Entro reticentemente. Honestamente, frío, verdad.
Quizás él tiene la misma sensación de inquietud, también.
Algún oscuro centinela observándonos… Bueno, una pálida morena con ojos marrones que tiene un extraño parecido con su servidora y muy posiblemente un arma de fuego oculta.
Pedro nos mete en el tráfico.
—¿Tus sumisas fueron todas morenas?
Frunce el ceño y me mira rápidamente.
—Sí —murmura. Suena incierto, e imagino que está pensando, ¿a dónde va con esto?
—Solo preguntaba.
—Te lo dije. Prefiero las morenas.
—La señora Robinson no es una morena.
—Ese es probablemente el por qué —murmura—. Me arruinó para las rubias para siempre.
—Estás bromeando —jadeo.
—Sí. Estoy bromeando —replica, exasperado.
Miro impasiblemente fuera de la ventana, espiando morenas por todos lados, ninguna de ellas es Lorena, creo.
Entonces, solo le gustan las morenas. Me pregunto por qué.
¿Realmente la Sra. Extraordinariamente-glamorosa-a-pesar-de-ser-vieja Robinson lo habrá arruinado para las rubias? Sacudo mi cabeza. Pedro-jodido-Alfonso.
—Dime acerca de ella.
—¿Qué quieres saber? —La frente de Pedro se arruga, y su tono de voz trata de advertirme.
—Háblame acerca de sus arreglos de negocios.
Se relaja visiblemente, feliz de hablar de trabajo.
—Soy un socio silencioso. No estoy particularmente interesado en el negocio de la belleza, pero ella está convirtiéndolo en una empresa exitosa. Solo invertí y la ayudé a empezar.
—¿Por qué?
—Se lo debía.
—¿Oh?
—Cuando abandoné Harvard, ella me prestó cien mil dólares para empezar mi negocio.
Joder… es rica, también.
—¿Abandonaste?
—No era lo mío. Hice dos años. Desafortunadamente mis padres no fueron tan comprensivos.
Frunzo el ceño. El Sr. Alfonso y la Dra. Gabriela Trevelyan desaprobando, no puedo imaginarlo.
—No parece haberte ido mal abandonando la carrera. ¿Cuál era tu especialidad?
—Política y Economía.
Hmm… me lo figuraba.
—¿Entonces ella es rica? —murmuro.
—Ella era una esposa trofeo aburrida,Paula. Su esposo era adinerado… un gran maderero.
Sonríe.
—Nunca la dejó trabajar. Ya sabes, era controlador.
Algunos hombres son así. —Me dio una rápida sonrisa ladeada.
—¿De veras? Un hombre controlador, ¿seguramente una criatura mítica? —No creo que pueda exprimir más sarcasmo de mi respuesta.
La sonrisa de Pedro se vuelve más grande.
—¿Te prestó el dinero de su marido?
Asiente y una pequeña sonrisa maliciosa aparece en sus labios.
—Eso es terrible.
—Él consiguió su revancha —dice Pedro oscuramente mientras entra en el garaje subterráneo en el Escala.
¿Oh?
—¿Cómo?
Pedro sacude su cabeza como si rememorara un recuerdo particularmente agrio y estaciona junto al Audi Quattro SUV.
—Ven. Franco llegará dentro de poco.
* * *
—¿Sigues enfadada conmigo? —pregunta de manera casual.
—Mucho.
Asiente.
—Está bien —dice, y sigue mirando hacia adelante.
Taylor está esperando por nosotros cuando llegamos al vestíbulo. ¿Cómo es que siempre sabe? Toma mi maleta.
—¿Welch se ha puesto en contacto? —pregunta Pedro.
—Sí, señor.
—¿Y?
—Todo arreglado.
—Excelente. ¿Cómo está tu hija?
—Está bien, gracias, señor.
—Bien. Tendremos un estilista llegando a la una, Franco De Luca.
—Señorita Chaves. —Taylor asiente hacia mí.
—Hola, Taylor. ¿Tienes una hija?
—Sí señora.
—¿Cuántos años tiene?
—Tiene siete.
Pedro me mira impacientemente.
—Vive con su madre —aclara Taylor.
—Oh, ya veo.
Taylor me sonríe. Esto es inesperado. ¿Taylor es padre?
Sigo a Pedro al gran salón, intrigada por esta información.
Miro alrededor. No he estado aquí desde que me fui.
—¿Tienes hambre?
Sacudo mi cabeza. Pedro me mira por un instante y decide no discutir.
—Tengo que hacer algunas llamadas. Siéntete como en casa.
—Está bien.
Pedro desaparece en su estudio, dejándome parada en la gran galería de arte que llama hogar y preguntándome qué hacer conmigo misma.
¡Ropa! Cogiendo mi mochila, me apresuro por las escaleras a mi habitación y le echo un vistazo al vestidor. Sigue lleno de ropa… toda de marca, nueva y con la etiqueta del precio puesta. Tres largos vestidos de noche, tres vestidos de coctel y tres más para vestir diario. Todos deben haber costado una fortuna.
Compruebo la etiqueta de uno de los vestidos de noche: $ 2,998. Joder. Me hundo en el piso.
Esta no soy yo. Pongo mi cabeza en mis manos y trato de procesar las pasadas horas. Es exhaustivo. ¿Por qué, oh, por qué tenía que enamorarme de alguien que está plenamente loco; hermoso, sexy como la mierda, rico como Creso, y loco con L mayúscula?
Pesco mi BlackBerry de mi bolsillo trasero y llamo a mamá.
—¡Paula, cariño! Cuando tiempo. ¿Cómo estás querida?
—Oh, tu sabes…
—¿Qué está mal? ¿Aún no funciona con Pedro?
—Mamá, es complicado. Creo que le falta un tornillo. Ese es el problema.
—Dímelo a mí. Hombres, simplemente no puedes leerlos a veces. Roberto se pregunta si mudarnos a Georgia fue bueno.
—¿Qué?
—Sí, está hablando de regresar a las Vegas.
Oh, alguien más tiene problemas. No soy la única.
Pedro aparece en la entrada de la puerta.
—Ahí estás. Pensé que habías huido. —Su alivio es obvio.
Extiendo mi mano para indicarle que estoy al teléfono.
—Disculpa mamá. Tengo que irme. Te llamare pronto otra vez.
—Está bien, cariño, cuídate. ¡Te amo!
—También te amo, mamá.
Cuelgo y miro a Pedro. Frunce el ceño, luciendo extrañamente incómodo.
—¿Por qué te estás escondiendo aquí? —pregunta.
—No me estoy escondiendo. Me estoy desesperando.
—¿Desesperando?
—Por todo esto, Pedro. —Ondeo mi mano en la dirección general de las prendas.
—¿Puedo entrar?
—Es tu armario.
Frunce el ceño otra vez y se sienta, de piernas cruzadas, encarándome.
—Son solo prendas. Si no te gustan, las enviaré de vuelta.
—Eres demasiado para afrontar, ¿sabes?
Parpadea hacia mí y rasca su barbilla… su barbilla sin afeitar. Mis dedos pican por tocarlo.
—Lo sé. Estoy tratando —murmura.
—Estás intentando muy fuerte.
—Igual que tu, señorita Chaves.
—¿Por qué estás haciendo esto?
Sus ojos se amplían y su cautela regresa.
—Sabes por qué.
—No, no lo sé.
Pasa su mano a través de su cabello.
—Eres una mujer frustrante.
—Puedes tener una linda sumisa morena. Una que diga “¿qué tan alto?” cada vez que dices salta, siempre que tenga permiso de hablar, por supuesto. Entonces, ¿por qué yo Pedro? Simplemente no lo entiendo.
Se queda mirándome por un momento, y no tengo idea de qué está pensando.
—Me haces ver el mundo de manera diferente, Paula. No me quieres por mi dinero. Me haces… desear —dice suavemente.
¿Qué? El Sr. Críptico está de regreso.
—¿Desear qué?
Se encoge de hombros.
—Más. —Su voz es baja y tranquila—. Y tienes razón. Estoy acostumbrado a que las mujeres hagan exactamente lo que digo, cuando lo digo, que hagan exactamente lo que quiero. Se vuelve viejo rápidamente. Hay algo acerca de ti, Paula, algo que me llama en algún nivel profundo que no entiendo. Es un canto de sirena. No puedo resistirme a ti, y no quiero perderte. —Se estira y toma mi mano—. No corras por favor; ten un poco de fe en mí y un poco de paciencia.
Por favor.
Se ve tan vulnerable… Caray, es perturbador. Apoyándome en mis rodillas, me inclino hacia adelante y lo beso suavemente en los labios.
—Okey. Fe y paciencia, puedo vivir con eso.
—Bien. Porque Franco está aquí.
* * *
—¡Qué cabello tan hermoso! —borbotea con un acento italiano extravagante, probablemente falso. Apuesto que es de Baltimore o cerca, pero su entusiasmo es infeccioso.
Pedro nos lleva a ambos a su cuarto de baño, sale a toda prisa y vuelve a entrar, cargando una silla de su habitación.
—Los dejaré solos —murmura.
—Grazie, Sr. Alfonso. —Franco se gira hacia mí—. Bene, Paula, ¿qué haremos contigo?
* * *
Quita el aliento. Pedro levanta la mirada y sonríe, distrayéndome de la música.
—¡Ves! Te dije que le gustaría —dice Franco con entusiasmo.
—Te ves hermosa, Paula —dice Pedro apreciativamente.
—Mi trabajo está hecho —exclama Franco.
Pedro se levanta y pasea hacia nosotros.
—Gracias, Franco.
Franco se gira, Me envuelve en un enorme abrazo de oso, y me besa en ambas mejillas.
—¡Nunca dejes que nadie más corte tu cabello, bellissima Paula!
Me río, ligeramente avergonzada por su familiaridad.
Pedro le muestra la puerta del vestíbulo y regresa momentos después.
—Me alegra que lo mantuvieras largo —dice mientras camina hacia mí, sus ojos brillando. Toma un mechón entre sus dedos—. Tan suave —murmura mirándome—. ¿Sigues molesta conmigo?
Asiento y él sonríe.
—¿Por qué exactamente estás molesta conmigo?
Ruedo mis ojos.
—¿Quieres la lista?
—¿Hay una lista?
—Una larga.
—¿Podemos discutirlo en la cama?
—No. —Hago pucheros como una niña.
—Durante el almuerzo, entonces. Estoy hambriento, y no solo de comida. —Me da una sonrisa lasciva.
—No voy a dejar que me deslumbres con tus técnicas sexuales de distracción.
Ahoga una sonrisa.
—¿Qué es lo que te molesta específicamente, señorita Chaves? Escúpelo.
Está bien.
—¿Qué me molesta? Bien, está tu brutal invasión a mi privacidad, el factor de que me llevaste a un lugar donde tu ex amante trabaja y que usaste para llevar a tus otras ex amantes para que tengan sus tratamientos de depilado con cera, manipularme en la calle como si tuviera seis años; y para colmo ¡dejaste que tu Sra. Robinson te toque! —Mi voz ha ascendido en crescendo.
Levanta las cejas, y su buen humor se evapora.
—Esa es una gran lista. Pero déjame aclararte una vez más… ella no es mi Sra. Robinson.
—Ella puede tocarte —repito.
Presiona sus labios.
—Ella sabe dónde.
—¿Qué significa eso?
Pasa ambas manos a través de su cabello y cierra sus ojos brevemente, como si estuviera pidiendo inspiración divina de alguna clase. Traga saliva.
—Tú y yo no tenemos reglas. Nunca he tenido una relación sin reglas, y nunca sé dónde vas a tocarme. Me pone nervioso. Tu toque por completo… —Se detiene, buscando las palabras—. Simplemente significa más… mucho más.
¿Más? Su respuesta es completamente inesperada, tirando de mí, y ahí está esa pequeña palabra con gran significado colgando entre nosotros otra vez.
Mi toque significa… más. Santo cielo. ¿Cómo se supone que voy a resistir cuando dice esta clase de cosas? Alfonso busca mis ojos, observando, aprehensivo.
Tentativamente extiendo una mano y la aprehensión se convierte en alarma.
Pedro retrocede y cae mi mano.
—Límite duro —susurra urgentemente, su rostro luce adolorido, con pánico.
No puedo dejar de sentir una decepción aplastante.
—¿Cómo te sentirías si no pudieras tocarme?
—Privado y devastado —dice inmediatamente.
Oh, mi Cincuenta Tonos. Sacudo mi cabeza, le ofrezco una pequeña, reconfortante sonrisa y se relaja.
—Vas a tener que decirme exactamente por qué es un límite duro un día, por favor.
—Un día —murmura y parece encajarse fuera de su vulnerabilidad en un nanosegundo.
¿Cómo puede cambiar con tanta rapidez? Es la persona más caprichosa que conozco.
—Entonces, el resto de tu lista. Invadir tu privacidad. —Su boca se curva mientras contempla esto—. ¿Porque conozco tu cuenta bancaria?
—Sí, eso es indignante.
—Verifico los antecedentes de todas mis sumisas. Te mostraré. —Se gira y se dirige a su estudio.
Obedientemente los sigo, aturdida. De un armario cerrado con llave, saca un folder manila etiquetado en la ficha: PAULA CHAVES.
Santa jodida mierda. Lo miro.
Se encoge de hombros en tono de disculpa.
—Puedes quedártela —dice tranquilamente.
—Bueno, vaya, gracias —chasqueo. Ojeo a través del contenido. Hay una copia de mi certificado de nacimiento, por amor de Dios, mis límites duros, el CDC, el contrato. Caray… Mi número de seguridad social, mi currículum vitae, registros de empleo.
—¿Entonces sabías que trabajaba en Clayton?
—Sí.
—No fue una coincidencia. ¿No pasaste simplemente por ahí?
—No.
No sé si estar enojada o alabada.
—Esto es bastante jodido. ¿Sabes?
—No lo veo de esa forma. Con lo que hago, debo tener cuidado.
—Pero esto es privado.
—No hago mal uso de la información. Cualquier persona puede conseguirla si tiene medio cerebro, Paula. Para tener control; necesito información. Es como siempre opero.
—Me mira su expresión vigilante e ilegible.
—No haces mal uso de la información. Depositaste veinticuatro mil dólares que no quería en mi cuenta.
Su boca se presiona en una línea dura.
—Te lo dije. Eso es lo que Taylor se las arregló para conseguir por tu auto. Increíble, lo sé, pero ahí tienes.
—Pero el Audi…
—Paula, ¿tienes idea de cuánto dinero hago?
Me sonrojo, por supuesto que no.
—¿Por qué debería? No necesito conocer la línea inferior de tu cuenta bancaria, Pedro.
Sus ojos se suavizan.
—Lo sé, es una de las cosas que amo de ti.
Lo miro impresionada. ¿Lo que ama de mí?
—Paula, gano alrededor de cien mil dólares por hora.
Mi boca cae abierta. Esa es una obscena suma de dinero.
—Veinticuatro mil dólares no es nada. El auto, los libros de Tess, la ropa, no son nada. —Su voz es suave.
Lo miro fijamente. Realmente no tiene idea. Extraordinario.
—Si fueras yo, ¿cómo te sentirías acerca de toda esta… generosidad viniendo de ti?
Me mira en blanco, y ahí está su problema en una cáscara de nuez. La empatía o la falta de la misma. El silencio se extiende entre nosotros.
Finalmente se encoge de hombros.
—No lo sé —dice y luce genuinamente perplejo.
Mi corazón se hincha. Esto es, la esencia de sus cincuenta tonos, seguramente. No puede ponerse en mis zapatos.
Bien, ahora lo sé.
—No se siente bien. Quiero decir, eres muy generoso, pero me hace sentir incómoda. Te lo he dicho suficientes veces.
Suspira.
—Quiero regalarte el mundo, Paula.
—Solo te quiero a ti, Pedro. No todos los adicionales.
—Son parte de la oferta. Parte de lo que soy.
Oh, esto no va a ninguna parte.
—¿Comemos? —pregunto. La tensión entre nosotros es drenada.
Frunce el ceño.
—Seguro.
—Cocinaré.
—Bien. De lo contrario hay comida en la nevera.
—¿La Sra. Jones está fuera los fines de semana? ¿Así que comes fiambres los fines de semana?
—No.
—¿Oh?
Suspira.
—Mis sumisas cocinan. Paula.
—Oh, por supuesto. —Me sonrojo. ¿Cómo puedo ser tan estúpida? Le sonrío dulcemente—. ¿Qué le gustaría comer al amo?
Sonríe.
—Lo que sea que el ama pueda encontrar —dice oscuramente.
Qué genial cómo lo está domesticando, me encanta esta parte jaja. Ayyyyyy, se viene la fiesta!!!!!!!!!!!!!
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