domingo, 25 de enero de 2015

CAPITULO 70



Inspeccionando el impresionante contenido de la nevera. Me decido por tortilla española. Incluso hay patatas frías, perfecto. Es rápido y fácil. Pedro sigue en su estudio, sin duda invadiendo la privacidad de algún pobre tonto inocente y recopilando información. El pensamiento es desagradable y deja un sabor amargo en mi boca. Mi mente se tambalea. 


Él realmente no conoce límites.


Necesito música si voy a cocinar, y ¡voy a cocinar sin ser sumisa! Me acerco a la conexión para iPod junto a la chimenea y cojo el iPod de Pedro. Apuesto a que hay más de la elección de Lorena aquí. La misma idea me asusta.


¿Dónde está? me pregunto. ¿Qué quiere?


Me estremezco. Qué legado. No puedo envolver mi cabeza alrededor de esto.


Avanzo a través de la extensa lista. Quiero algo optimista. Hmm, Beyoncé… No suena como el gusto de Pedro. Crazy in love28. ¡Oh sí! Que apta. Presiono el botón de repetir y lo pongo en voz alta.


Zigzagueo de vuelta a la cocina y busco un tazón, abro la nevera y saco los huevos.


Los abro y empiezo a batir, bailando al mismo tiempo.
Incursionando en la nevera una vez más, recojo patatas, jamón y ¡sí! Guisantes del congelador. Todo esto lo hará. 


Encuentro un sartén, La pongo sobre la estufa poniendo un poco de aceite de oliva y regreso a batir.


Sin empatía, reflexiono. ¿Es solo Pedro? Quizás todos los hombres son así, desconcertados por las mujeres, simplemente no lo sé. Quizás no es una gran revelación.


Quisiera que Lourdes estuviera en casa; ella sabría. Ha estado en Barbados por mucho tiempo. Debería estar de vuelta a finales de semana después de sus vacaciones adicionales con Gustavo. Me pregunto si es todavía lujuria a primera vista para ellos.


Una de las cosas que amo de ti.


Paro de batir. Él dijo eso. ¿Eso significa que hay otras cosas? Sonrío por primera vez desde que vi a la Sra. Robinson, una sonrisa genuina, de corazón, enloquecida.


Pedro desliza sus brazos alrededor de mí, haciéndome saltar.


—Interesante elección de música —ronronea mientras me besa bajo la oreja—. Tu cabello huele bien. —Acaricia mi cabello con la nariz e inhala profundamente.


El deseo se enrosca en mi vientre. No. Me encojo fuera de su abrazo.


—Aún sigo enojada contigo.


Frunce el ceño.


—¿Por cuánto tiempo vas a seguir con esto? —pregunta, arrastrando una mano a través de su cabello.


Me encojo de hombros.


—Al menos hasta que hayamos comido.


Sus labios tiemblan con diversión. Girándose, toma el control remoto del mostrador y apaga la música.


—¿Lo pusiste en tu iPod? —pregunto.


Sacude su cabeza, su expresión sombría, y sé que fue ella… la chica fantasma.


—¿No piensas que estaba tratando de decirte algo en ese entonces?


—Bien, en retrospectiva, probablemente —dice quedamente.


QED Sin empatía. Mi subconsciente cruza sus brazos y suena sus labios con disgusto.


Me sonríe y se dirige a la conexión del iPod mientras regreso a batir.


Momentos después la voz celestial, dulce, llena de alma de Nina Simone llena la habitación. Es una de las favoritas de Ray: I put a Spell on you


Me sonrojo, girándome para mirar a Pedro. ¿Qué está tratando de decirme? Él ha puesto un hechizo en mí hace tiempo. Oh Dios… su mirada ha cambiado, la ligereza se ha ido, sus ojos se oscurecen, intensos.


Lo miro, cautivada mientras lentamente, como el depredador que es, me acecha al ritmo del lento, sensual latido de la música. Está descalzo, vistiendo solo una camisa blanca fuera del pantalón, jeans y una mirada ardiente.


Nina canta, Tú eres mío mientras Pedro me alcanza, su intención clara.


Pedro, por favor —susurro, la batidora quitada de mi mano.


—¿Por favor qué?


—No hagas esto.


—¿Hacer qué?


—Esto.


Se para frente a mí, mirándome hacia abajo.


—¿Estás segura? —Exhala y se estira, toma la batidora de mi mano y la coloca de regreso en el recipiente con los huevos. Mi corazón está en mi boca. No quiero esto


—Sí lo quiero— malamente.


Es tan frustrante. Es tan caliente y deseable. Arranco mi mirada de su mirada hechizante.


—Te deseo, Paula —murmura—. Amo y odio, y amo discutir contigo. Es tan nuevo. Necesito saber que estamos bien. Es la única manera que conozco.


—Mis sentimientos por ti no han cambiado —susurro.


Su proximidad es sobrecogedora, estimulante. La familiar atracción está ahí, todas mis sinapsis incitándome hacia él, mi Diosa interior está en su modo más libidinoso. Mirando al parche de vello en la V de su camisa, muerdo mi labio, en busca de ayuda, llevada por el deseo… Quiero probarlo ahí.


Está tan cerca, pero no me toca. Su calor calentando mi piel.


—No voy a tocarte hasta que digas que sí —dice suavemente—. Pero justo ahora, después de esta mañana realmente de mierda, quiero enterrarme en ti y simplemente olvidar todo excepto a nosotros.


Oh mi… Nosotros. Una mágica combinación, un pequeño pero potente pronombre que cierra el trato. Levanto la cabeza para mirar su hermoso y a la vez serio rostro.


—Voy a tocar tu rostro —digo en voz baja, y veo su sorpresa reflejada brevemente en sus ojos antes de registrar su aceptación.


Levantando mi mano, acaricio su mejilla, y paso mis uñas alrededor de su barba.


Cierra sus ojos y exhala, inclinando su rostro en mi toque.


Se inclina lentamente, y mis labios automáticamente se alzan para encontrar los suyos. Se cierne sobre mí.


—¿Sí o no, Paula? —susurra.


—Sí.


Su boca suavemente se cierra sobre la mía, persuadiendo, coaccionando a mis labios a abrirse mientras sus brazos se pliegan a mi alrededor, jalándome hacia él.


Su mano se mueve hacia arriba por mi espalda, sus dedos enredándose en el cabello de la parte de atrás de mi cabeza y tirando suavemente, mientras su otra mano aplasta mi trasero, forzándome contra él. Gimo suavemente.


—Sr.Alfonso. —Taylor tose, y Pedro me suelta inmediatamente.


—Taylor —dice, su voz frígida.


Me giro para ver a un incómodo Taylor parado en el umbral de la sala principal.


Pedro y Taylor se miran el uno al otro, una comunicación sin palabras pasa entre ellos.


—Mi estudio —chasquea Pedro, y Taylor camina rápidamente por la sala.


—Revisión de rutina —me susurra Pedro antes de seguir a Taylor fuera de la habitación.


Tomo una profunda, calmante respiración. Santo infierno. 


¿No puedo resistirme a él por un minuto? Sacudo mi cabeza, disgustada conmigo misma, agradecida por la interrupción de Taylor, a pesar de que es vergonzoso.


Me pregunto lo que Taylor ha tenido que interrumpir en el pasado. ¿Qué ha visto?


No quiero pensar en eso. Almuerzo. Haré el almuerzo. Me ocuparé a mí misma cortando patatas. ¿Qué querría Taylor? 


Mi mente corre; ¿es acerca de Lorena?


Diez minutos después, emergen, justo cuando la tortilla está lista. Pedro luce preocupado mientras me mira.


—Les informaré en diez —dice a Taylor.


—Estaré listo —responde Taylor y deja el gran salón.


Saco dos platos calientes y los coloco en la isla de la cocina.


—¿Almuerzo?


—Por favor —dice Pedro mientras se posa en uno de los taburetes de la barra.


Ahora está mirándome cuidadosamente.


—¿Problema?


—No.


Frunzo el ceño. No me está diciendo. Sirvo el almuerzo y me siendo a su lado, resignada a quedarme en la oscuridad.


—Está bueno —murmura Pedro apreciativamente mientras toma un bocado—.¿Te gustaría una copa de vino?


—No, gracias. —Necesito mantener la cabeza clara alrededor tuyo, Alfonso.


Sabe bien, aunque creo que no tengo tanta hambre. Pero como, sabiendo que Pedro me molestará si no lo hago. 


Eventualmente Pedro rompe nuestro melancólico silencio y enciende la pieza clásica que escuché antes.


—¿Qué es? —pregunto.


—Canteloube, Songs of the Auvergne31 . Esta se llama Bailero.


—Es hermosa. ¿Qué idioma es?


—Está en francés antiguo; occitano, de hecho.


—Hablas francés, ¿lo entiendes? —Recuerdos del impecable francés que habló en la cena de sus padres viene a mi mente…


—Algunas palabras, sí. —Pedro sonríe, visiblemente relajado—. Mi madre tenía un mantra: Instrumento musical, lengua extranjera, arte marcial. Gustavo habla español, Malena y yo hablamos francés. Gustavo toca la guitarra, yo toco el piano, y Malena el Cello.


—Wow. ¿Y las artes marciales?


—Gustavo practica Judo. Malena plantó los pies a los doce y se negó. —Sonríe ante el recuerdo.


—Desearía que mi madre hubiera sido tan organizada.


—La Dra. Gabriela es formidable cuando se trata de los logros de sus hijos.


—Debe estar muy complacida por ti. Yo lo estaría.


Un pensamiento oscuro destella por el rostro de Pedro, y se ve momentáneamente incómodo. Me mira con recelo como si estuviera en territorio inexplorado.


—¿Has decidido qué vestirás esta tarde? ¿O necesito ir y escoger algo para ti? —Su tono es repentinamente brusco.


¡Whoa! Suena enojado. ¿Por qué? ¿Qué he dicho?


—Um… no aún. ¿Elegiste toda esa ropa?


—No, Paula, no lo hice. Le di una lista y tu talla a un asistente de compras en Neiman Marcus. Deberían quedarte. Sólo para que lo sepas, he ordenado seguridad adicional para esta tarde y los siguientes días. Con Lorena impredecible y perdida, en algún lugar de las calles de Seattle, pienso que es una sabia precaución.No quiero que salgas sin acompañamiento. ¿Está bien?


Parpadeo ante él.


—Está bien. —Qué pasó con el Alfonso Debo-tenerte-ahora.


—Bien. Voy a informarles. No demoraré mucho.


—¿Están aquí?


—Sí.


¿Dónde?


Recogiendo su plato, Pedro lo coloca en el fregadero y desaparece de la habitación. ¿De qué infiernos se trata? Es como varias personas diferentes en un solo cuerpo. ¿No es ese un síntoma de esquizofrenia? Debo Googlearlo.


Limpio los platos, lavándolos rápidamente, y me dirijo arriba hacia mi habitación llevando el expediente PAULA CHAVES. 


De regreso en el vestidor. Saco los tres vestidos largos de noche. Ahora, ¿Cuál?



* * *


Recostándome en la cama. Miro mi Mac, mi iPad y mi BlackBerry. Estoy abrumada con la tecnología. Me dedico a trasferir la lista de reproducción de Pedro del iPad a la Mac y luego cargar Google para navegar por la red.


Estoy recostada a través de la cama mirando en mi Mac cuando Pedro entra.


—¿Qué estás haciendo? —inquiere suavemente.


Entro en pánico brevemente, preguntándome si debo dejarlo ver el sitio web en el que estoy: Desórdenes de personalidad múltiple: Los síntomas.


Acercándose a mí, ojea la página web con diversión.


—¿En este sitio por alguna razón? —pregunta con indiferencia.


El Pedro brusco se ha ido; el juguetón Pedro está de regreso. ¿Cómo infiernos se supone que debo continuar con esto?


—Investigación. Sobre una dificultad personal. —Le doy mi más inexpresiva mirada.


Sus labios tiemblan con una sonrisa reprimida.


—¿Una dificultad personal?


—Mi propio proyecto mascota.


—¿Ahora soy un proyecto mascota? Una línea alternativa. Un experimento de ciencia, quizás. Cuando pensaba que lo era todo, señorita Chaves, me hiere.


—¿Cómo sabes que eres tú?


—Descabellada suposición. —Sonríe.


—Es verdad que eres el único jodido, voluble, controlador que conozco, íntimamente.


—Pensé que era la única persona que conocías íntimamente. —Arquea una ceja.


Me sonrojo.


—Sí. Eso también.


—¿Ya has sacado alguna conclusión?


Me giro y lo miro. Está tendido de lado, extendido, con la cabeza descansando en su codo, su expresión suave, divertida.


—Pienso que necesitas terapia intensiva.


Se estira y gentilmente mete mi cabello detrás de mis orejas.


—Pienso que necesito de ti. Aquí. —Me alcanza un tubo de lápiz labial.


Le frunzo el ceño, perpleja. Es rojo ramera, no mi color del todo.


—¿Quieres que me ponga esto? —chillo.


Se ríe.


—No Paula, no a menos que quieras. No estoy seguro de que sea tu color—termina secamente.


Se sienta sobre la cama de piernas cruzadas y arrastra su camisa fuera sobre su cabeza. Oh mi...


—Me gusta tu idea del mapa de carreteras.


Me quedo mirándolo en blanco. ¿Mapa de carreteras?


—Las áreas de “no ir” —dice a modo de explicación.


—Oh. Estaba bromeando.


—Yo no,


—Quieres que dibuje sobre ti, ¿con lápiz de labios?


—Se lavará, eventualmente.


Significa que podré tocarlo libremente. Una pequeña sonrisa de asombro juega en mis labios, y le sonrío.


—¿Qué te parece algo más permanente como un rotulador?


—Puedo tatuarme. —Sus ojos se iluminan con humor.


¿Pedro Alfonso con un tatuaje? ¿Marcar ese hermoso cuerpo, cuando está marcado de tantas maneras ya? ¡De ninguna manera!


—¡No al tatuaje! —Río para ocultar mi horror.


—Lápiz labial, entonces. —Sonríe.


Cerrando la Mac, la empujo a un lado. Esto puede ser divertido.


—Ven. —Me ofrece sus manos—. Siéntate sobre mí.


Me saco mis zapatillas, poniéndome en una posición sentada, y gateo hacia él. Se acuesta sobre la cama pero mantiene las rodillas flexionadas.


—Apóyate contra mis piernas.


Trepo sobre él y me siento a horcajadas como me ha instruido. Sus ojos están amplios y cautelosos. Pero también está divertido.


—Pareces… entusiasmada por esto —comenta secamente.


—Siempre estoy ansiosa de información, Sr. Alfonso, y hará que te relajes, porque sabré dónde están los límites.


Sacude la cabeza, como si no pudiera creer que me dejará dibujar sobre todo su cuerpo.


—Abre el lápiz labial —ordena.


Oh, está en su modo de jefe autoritario, pero no me preocupo.


—Dame tu mano.


Le doy mi otra mano.


—La que tiene el lápiz de labios. —Me rueda los ojos.


—¿Me estás rodando los ojos?


—Sip.


—Eso es muy rudo, Sr. Alfonso. Conozco algunas personas que se ponen positivamente violentas ante una rodada de ojos.

—¿Las conoces? —Su tono es irónico.


Le doy mi mano con el lápiz labial, y repentinamente se sienta así que estamos nariz con nariz.


—¿Lista? —pregunta en un bajo, suave murmullo que hace a todas las cosas tensarse dentro de mí. Oh wow.


—Sí —susurro. Su proximidad es seductora, su tonificado cuerpo cerca, su olor a Pedro mesclado con mi gel corporal. Guía mi mano hacia arriba a la curva de su hombro.


—Presiona —susurra, y mi boca se seca mientras baja mi mano directamente desde lo alto de su hombro, alrededor de la órbita de su brazo, entonces hacia abajo por el lado de su pecho. El lápiz labial deja una raya ancha de lívido rojo en su camino.


Se detiene en la parte inferior de su caja torácica. Entonces me dirige a través de su estómago. Se tensa y se queda mirando, aparentemente impasible, en mis ojos.


Pero por debajo de su mirada cuidadosamente en blanco, veo su contención.


Su aversión se mantiene bajo estricto control, la línea de su mandíbula se tensa, y,hay tensión alrededor de sus ojos. A medio camino de su estómago murmura:


—Y arriba al otro lado. —Libera mi mano.


Imito la línea que he dibujado en su lado izquierdo. La confianza que me está dando es embriagadora pero moderada por el hecho de que puedo contener su dolor. Siete pequeñas cicatrices redondas marcan su pecho, y es el profundo oscuro  ¿purgatorio ver esta horrible y malvada profanación de su hermoso cuerpo.


¿Quién podría hacerle eso a un niño?


—Ahí, hecho —susurro, conteniendo mi emoción.


—No, no lo has hecho —replica, y traza una línea con su largo dedo índice alrededor de la base de su cuello. Sigo la línea de su dedo con una marca escarlata.


Terminando, miro en la profundidad gris de sus ojos.


—Ahora mi espalda —murmura. Cambia de posición, por lo que tengo que bajar de él, entonces se gira sobre la cama y se sienta de piernas cruzadas de espaldas a mí—. Sigue la línea de mi pecho, todo el camino alrededor al otro lado. —Su voz es baja y ronca.


Hago como me ha dicho, hasta que una línea color carmesí 
atraviesa la mitad de su espalda. Y mientras lo hago, cuento más cicatrices marcando su hermoso cuerpo.


Nueve en total.


Joder. Tengo que pelear contra la imperiosa necesidad de besar cada una y detengo las lágrimas llenando mis ojos. 


¿Qué clase de animal pudo hacer esto? Su cabeza está abajo, y su cuerpo tenso mientras completo el circuito alrededor de su espalda.


—¿Alrededor de tu cuello, también? —susurro.


Asiente, y dibujo otra línea encontrando la primera alrededor de la base de su cuello por debajo de su cabello.


—Terminado —murmuro, y parece como si vistiera un bizarro chaleco color piel con un borde rojo ramera.


Sus hombros se desploman mientras se relaja, y se gira lentamente para encararme una vez más.


—Esos son los límites —dice tranquilamente, sus ojos oscuros y sus pupilas dilatadas… ¿por miedo? ¿Por lujuria? Me quiero lanzar contra él, pero me contengo y lo miro con asombro.


—Puedo vivir con eso. Justo ahora quiero lanzarme sobre ti —susurro.


Me da una sonrisa malvada y extiende sus manos en un gesto de súplica.


—Bien, señorita Chaves. Soy todo suyo.


Chillo con alegría infantil y me catapulto a sus brazos, dejándolo plano. Se retuerce, dejando escapar una risa de niño lleno de alivio de que la prueba haya terminado. De alguna manera termino bajo él sobre la cama.


—Ahora, en lo que estábamos… —dice en voz baja y su boca reclama la mía una vez más.



 QED: quod erat demonstrandum: Del latín “Lo que queda demostrado”
 I put a spell on you: He puesto un hechizo en ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario