sábado, 24 de enero de 2015
CAPITULO 68
—¿Greta, con quién está hablando el Sr.Alfonso? —Mi cuero cabelludo está tratando de dejar el edificio. Está pinchando con aprehensión, y mi subconsciente está gritándome que la siga.
Pero sueno lo suficiente despreocupada.
—Oh, esa es la Sra. Mitre. Ella posee el lugar con el Sr. Alfonso —Greta parece más que feliz de compartir.
—¿La Sra.Mitre? —Creo que la Sra. Robinson se divorció.
Quizás volvió a casarse con algún pobre diablo.
—Sí. Usualmente ella no está aquí, pero uno de los técnicos enfermó hoy así que ella está reemplazándolo.
—¿Sabes cuál es el primer nombre de la Sra. Mitre?
Greta levanta la mirada hacia mí, frunciendo el ceño, y presiona sus labios rosa brillante, cuestionándose mi curiosidad. Mierda, quizás este es un paso muy lejano.
—Eleonora —dice casi renuentemente.
Soy inundada por una extraña sensación de alivio que mi sentido arácnido no me haya defraudado.
Sentido arácnido. Se burla mi subconsciente, sentido contra pedófilas.
Aún están inmersos en la discusión. Pedro está hablándole rápidamente a Eleonora, y ella luce preocupada, asintiendo, haciendo gestos y sacudiendo la cabeza.
Alcanzándolo, frota su brazo con dulzura mientras se muerde el labio. Otro asentimiento, y ella me mira y me ofrece una pequeña sonrisa reafirmante.
Sólo puedo quedarme mirándola con cara de piedra. Pienso que estoy en shock.
¿Cómo pudo traerme aquí? Ella le murmura algo a Pedro, y él mira en mi dirección brevemente entonces se gira hacia ella y replica. Ella asiente, y pienso que ella le está deseando suerte, pero mis habilidades de lectura de labios no están muy desarrolladas.
Cincuenta vuelve hacia mí, ansiedad grabada en su rostro.
Maldita regla. La Sra. Robinson regresa a la habitación de atrás, cerrando la puerta tras ella. Pedro frunce el ceño.
—¿Estás bien? —pregunta, pero su voz es tensa, cautelosa.
—No realmente. ¿No querías presentarme? —Mi voz suena fría, dura.
Su boca cae abierta, se ve como si hubiera jalado la alfombra bajo sus pies.
—Pero pensé…
—Para ser un hombre brillante, algunas veces… —Las palabras me fallan—. Quiero irme, por favor.
—¿Por qué?
—Sabes por qué. —Ruedo mis ojos.
Baja su mirada hacia mí, sus ojos ardiendo.
—Lo lamento, Paula. No sabía que estaría aquí. Nunca está aquí. Ella abrió un nuevo local en Barben Center, y es ahí donde normalmente está su base. Alguien estaba enfermo hoy.
Me giro sobre mis talones hacia la puerta.
—No necesitamos a Franco, Greta —chasquea Pedro mientras nos dirigimos a la puerta. Tengo que suprimir el impulso de correr. Quiero correr rápido y muy lejos. Tengo la abrumadora urgencia de llorar. Solo necesito irme lejos de toda esta jodida situación.
Pedro camina sin decir palabra detrás de mí mientras trato de meditar todo esto en mi cabeza. Envolviendo mis brazos a mi alrededor protectoramente, mantengo mi cabeza abajo, evitando los árboles en la segunda avenida. Sabiamente no se mueve para tocarme. Mi mente hierve con preguntas sin responder. ¿Confesará el Sr. Evasivo?
—¿Lo usabas para llevar a tus sumisas ahí? —chasqueo.
—Algunas de ellas, sí —dice calmadamente, su tono cortante.
—¿Lorena?
—Sí.
—El lugar se ve muy nuevo.
—Fue renovado recientemente.
—Ya veo. Entonces la Sra. Robinson conoce a todas tus sumisas.
—Sí.
—¿Saben ellas acerca de ella?
—No. Ninguna de ellas lo hizo. Solo tú.
—Pero yo no soy tu sumisa.
—No, definitivamente no lo eres.
Me detengo y lo encaro. Sus ojos están muy abiertos, temerosos. Sus labios están presionados en una dura e inflexible línea.
—¿Puedes ver cuán jodido es esto? —Levanto la mirada hacia él, mi voz es baja.
—Sí. Perdóname. —Y tiene la gracia de parecer contrito.
—Quiero tener mi corte de cabello, preferiblemente en algún lugar donde no hayas follado al personal o la clientela.
Él se estremece.
—Ahora, si me disculpas.
—No estás corriendo. ¿O sí? —pregunta.
—No, sólo quiero un maldito corte de cabello. Algún lugar en donde pueda cerrar mis ojos, tener alguien que lave mi cabello, y olvidar todo este equipaje que te acompaña.
Pasa una mano por su cabello.
—Puedo hacer que Franco venga al departamento o al tuyo —dice calmadamente.
—Ella es muy atractiva.
Él parpadea.
—Sí, lo es.
—¿Sigue casada?
—No. Se divorció hace cerca de cinco años.
—¿Por qué no estás con ella?
—Porque se acabó lo que hubo entre nosotros. Te lo dije. —Su frente se arruga repentinamente. Alzando un dedo, pesca su BlackBerry del bolsillo de su chaqueta.
Debe haber vibrado porque no oí el timbre.
—Welch —chasquea, entonces escucha. Estamos parados en la Segunda Avenida, miro fijamente en dirección al retoño de árbol frente a mí, que lleva el verde más nuevo.
La bulliciosa gente nos pasa, perdidos en sus quehaceres de la mañana del sábado.
Sin duda contemplando sus propios dramas personales. Me pregunto si incluyen acosadoras ex sumisas, deslumbrantes ex dominantes, y un hombre que no se rige por el concepto de privacidad bajo las leyes de los Estados Unidos.
—¿Muerto en un accidente de auto? ¿Cuándo? —Pedro interrumpe mi ensimismamiento.
Oh no. ¿Quién? Escucho más de cerca.
—Esa es la segunda vez que el bastardo está siendo inaccesible. Él debería saber. ¿Es que no tiene ningún sentimiento por ella? —Pedro sacude su cabeza con disgusto—. Esto comienza a tener sentido… no… explica el por qué, pero no el dónde. —Pedro mira alrededor de nosotros como si buscara algo, y me encuentro a mí misma reflejando sus acciones. Nada capta mi mirada. Solo hay compradores, el tráfico y los árboles.
—Está aquí —continúa Pedro—. Está observándonos… si… no. Dos o cuatro, veinticuatro siete… No lo he abordado aún. —Pedro me mira directamente. ¿Abordar qué? Le frunzo el ceño, y él me considera con recelo.
—Qué… —susurra y palidece sus ojos abriéndose ampliamente—. Ya veo.¿Cuándo?... ¿Recientemente? ¿Pero cómo…? ¿Sin revisión a fondo?... Ya veo.
Envíame por correo el nombre, dirección, y fotos si las tienes… Veinticuatro siete, para esta tarde. Ponte en contacto con Taylor. —Pedro cuelga.
—¿Bien? —pregunto, exasperada. ¿Va a decirme?
—Era Welch.
—¿Quién es Welch?
—Mi asesor de seguridad.
—Okey. Entonces, ¿qué está pasando?
—Lorena dejó a su esposo hace cerca de tres meses y huyó con un chico que fue asesinado en un accidente de auto hace cuatro semanas.
—Oh.
—El jodido psiquiatra debió encontrar eso —dice enojado—. Una lástima, es lo que es. Ven. —Ofrece su mano, y automáticamente pongo la mía en la suya antes de arrebatársela otra vez.
—Espera un minuto. Estábamos en medio de una discusión, acerca de nosotros.Acerca de ella, tu Sra. Robinson.
El rostro de Pedro se endurece.
—Ella no es mi Sra. Robinson. Podemos hablar de ella en mi casa.
—No quiero ir a tu casa. ¡Quiero tener mi corte de cabello! —grito. Si puedo enfocarme en esta única cosa…
Agarra su BlackBerry de su bolsillo otra vez y marca un número.
—Greta, Pedro Alfonso. Quiero a Franco en mi casa en una hora. Pregunta a la Sra. Mitre… Bien. —Aleja el teléfono—. Llegará en una hora.
—¡Pedro…! —balbuceo, exasperada.
—Paula, obviamente Lorena está sufriendo un quiebre psicótico. No sé si está detrás de ti o de mí, o qué tan lejos está preparada para llegar. Iremos a tu casa, coge tus cosas, y puedes quedarte conmigo hasta que la localicemos.
—¿Por qué querría hacer eso?
—Así puedo mantenerte a salvo.
—Pero…
Él me mira.
—Vendrás de regreso a mi apartamento así tenga que arrastrarte hasta ahí del cabello.
Boqueo hacia él… Esto es increíble. Cincuenta tonos en glorioso tecnicolor.
—Pienso que estás sobre reaccionando.
—No lo hago. Podemos continuar nuestra discusión de regreso en mi casa. Ven.
Me cruzo de brazos y lo miro. Esto ha ido demasiado lejos.
—No —declaro obstinadamente. Tengo que poner un alto.
—Puedes caminar o puedo cargarte. No me importa, de cualquier forma,Paula.
—No te atreverías. —Le frunzo el ceño. ¿Seguramente no haría una escena en la Segunda Avenida?
Me da una media sonrisa, pero la sonrisa no llega a sus ojos.
—Oh, nena, ambos sabemos que si arrojas el guante, estaré más que dispuesto a recogerlo.
Nos miramos el uno al otro. Y abruptamente me barre desde abajo, abrazándome por las piernas y levantándome. Antes de darme cuenta, estoy sobre su brazo.
—¡Bájame! —grito. Oh, se siente bien gritar.
Empieza a caminar a grandes zancadas a lo largo de la Segunda Avenida, ignorándome. Abrazando sus brazos firmemente alrededor de mis piernas, azota mi trasero con su mano libre.
—¡Pedro! —grito. La gente nos mira. ¿Podría ser esto más humillante?—.¡Caminaré!, caminaré.
Me baja, y antes de que incluso se levante, me alejo pisando fuerte en dirección a mi apartamento, hirviendo, ignorándolo. Por supuesto, está a mi lado al momento, pero continúo ignorándolo. ¿Qué voy a hacer? Estoy tan enojada, pero ni siquiera estoy segura de por qué estoy enojada. Hay demasiado.
Mientras camino de regreso a casa, hago una lista mental:
1. Cargarme sobre su hombro… inaceptable para alguien por encima de los seis años de edad.
2. Llevarme al salón que maneja con su ex amante… ¿cuán estúpido puede ser?
3. El mismo lugar al que llevaba a sus sumisas… la misma estupidez en juego aquí.
4. No darse cuenta incluso de que era una mala idea... y se supone que es un chico brillante.
5. Tener locas ex novias. ¿Puedo echarle la culpa por eso? Estoy tan furiosa; sí, sí puedo.
6. Conocer mi número de cuenta bancaria… eso es simplemente demasiado acosador a medias.
7. Comprar AIPS… tiene más dinero que sentido.
8. Insistir en que me quede con él… la amenaza de Lorena debe haber sido peor de lo que temía… no lo mencionó ayer.
Oh no, me percato. Algo cambió. ¿Qué puede ser? Me detengo, y Pedro se detiene conmigo.
—¿Qué está pasando? —demando.
Frunce el ceño.
—¿A qué te refieres?
—Con Lorena.
—Te lo dije.
—No, no lo hiciste. Hay algo más. No insististe en que fuera a tu casa ayer, así que, ¿qué está pasando?
Se remueve incómodo.
—¡Pedro! ¡Dime! —chasqueo.
—Ella se las arregló para conseguir una licencia para portar armas ayer.
Oh mierda. Lo miro, parpadeando, y siento la sangre drenarse de mi rostro mientras absorbo estas noticias. Puedo desmayarme. ¿Supone que ella quiere matarlo? No.
—Eso significa que simplemente puede comprar una pistola —susurro.
—Paula —dice, su voz llena de preocupación. Pone sus manos sobre mis hombros, jalándome cerca de él—. No creo que haga nada estúpido, pero… no quiero tomar riesgos contigo.
—No conmigo… ¿Qué hay acerca de ti? —susurro.
Frunce el ceño hacia mí y envuelvo mis brazos alrededor de él y lo abrazo fuertemente, mi rostro contra su pecho. No parece importarle.
—Regresemos —murmura, y se inclina y besa mi cabello, y es todo.
Toda mi furia se ha ido, no olvidada. Disipada bajo la amenaza de algún daño viniendo sobre Pedro. El pensamiento es insoportable.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario