Me despierto. Demasiado caliente, y estoy envuelta en un desnudo Pedro Alfonso.
A pesar de que está dormido, me sostiene cerca. La suave luz de la mañana se filtra a través de las cortinas. Mi cabeza está sobre su pecho, mi pierna enredada con las suyas, mi brazo sobre su estómago.
Levanto la cabeza ligeramente, con miedo de poder despertarlo. Se ve tan joven, tan relajado en su sueño, tan absolutamente hermoso. Aún no puedo creer que este Adonis sea mío, todo mío.
Hmm… Estirándome, tentativamente acaricio su pecho, corriendo las yemas de mis dedos a través de un puñado de vello, y no se mueve. ¡Santo cielo! Simplemente no puedo creerlo. Realmente es mío; por unos preciosos momentos más. Me inclino y tiernamente beso una de sus cicatrices.
Gime suavemente pero no se levanta, y sonríe. Beso otra y sus ojos se abren.
—Hola. —Le sonrío, con culpa.
—Hola —responde con cautela—. ¿Qué haces?
—Mirándote. —Corro mis dedos hacia abajo por su camino feliz . Captura mi mano, entrecerrando los ojos, entonces sonríe con una brillante sonrisa de “Pedro relajado” y me relajo. Mi toque secreto sigue siendo secreto.
Oh… ¿por qué no dejas que te toque?
Repentinamente se mueve sobre mí, presionándome contra el colchón, sus manos sobre las mías, avisándome. Acaricia su nariz con la mía.
—Creo que estás tramando algo malo, señorita Chaves —me acusa, pero su sonrisa permanece.
—Me gusta tramar algo malo sobre ti.
—¿Te gusta? —pregunta y me besa ligeramente en los labio—. ¿Sexo o desayuno? —pregunta, sus ojos oscuros pero llenos de humor. Su erección enterrándose en mí, y levanto mi pelvis para encontrarlo.
—Buena elección —murmura contra mi garganta, mientras traza besos hacia abajo hacia mi pecho
* * *
Miro su cuerpo hambrienta.
—¿Con qué frecuencia te ejercitas? —pregunto.
—Todos los días de la semana —dice, subiendo su cremallera.
—¿Qué haces?
—Correr, pesas, kickboxing. —Se encoge de hombros.
—¿Kickboxing?
—Sí, tengo un entrenador personal, un ex competidor olímpico que me enseña. Su nombre es Claude. Es muy bueno. Te gustará.
Me giro para mirarlo mientras empieza a abotonar su camisa blanca.
—¿A qué te refieres con que me gustará?
—Te gustará como entrenador.
—¿Por qué necesitaría un entrenador personal? Te tengo a ti para mantenerme en forma. —Le sonrío.
Se acerca y envuelve sus brazos alrededor de mí, sus ojos se oscurecen encontrando los míos en el espejo.
—Pero quiero que estés en forma, nena, para lo que tengo en mente. Necesito que te mantengas.
Me sonrojo mientras recuerdos del cuarto de juegos inundan mi mente. Sí… el cuarto rojo del dolor es exhaustivo. ¿Me llevará de regreso ahí? ¿Quiero regresar ahí?
¡Por supuesto que quieres! Mi Diosa interior me grita desde su chaise longue.
Miro en sus insondables, cautivantes ojos grises.
—Sé qué es lo que quiero —vocaliza hacia mí.
Me sonrojo, y el indeseable pensamiento de que Lorena probablemente podría seguirle el ritmo, se desliza injusto y no bienvenido en mi mente. Presiono mis labios juntos y Pedro me frunce el ceño.
—¿Qué? —pregunta, preocupado.
—Nada. —Sacudo mi cabeza negando hacia él—. Está bien, conoceré a Claude.
—¿Lo harás? —El rostro de Pedro se ilumina en asombrada incredulidad. Su expresión me hace sonreír. Se ve como si hubiera ganado la lotería,aunque probablemente Pedro nunca compró un boleto, no lo necesitó.
—Sí, Jesús; si eso te hace tan feliz —me burlo.
Aprieta sus brazos alrededor de mí y besa mi mejilla.
—No tienes idea —susurra—. Entonces; ¿qué te gustaría hacer hoy? —Me acaricia, enviando un delicioso hormigueo a través de mi cuerpo.
—Me gustaría un corte de cabello, y um… necesito ir al banco a cobrar un cheque y comprar un auto.
—Ah —dice entendiendo y mordiendo su labio. Quitando una mano de mí, rebusca en los bolsillos de sus jeans y saca la llave de mi pequeño Audi.
—Está aquí —dice tranquilamente, su expresión incierta.
—¿A qué te refieres con que está aquí? —Chico. Sueno enojada. Mierda. Estoy enojada. Mi subconsciente lo mira furiosa. ¡Cómo se atreve!
—Taylor lo trajo de regreso ayer.
Abro mi boca, entonces la cierro y repito el proceso dos veces, pero me he quedado sin palabras. Me está regresando el auto. Doble mierda. ¿Por qué no preví esto?
Bien, dos pueden jugar este juego. Pesco del bolsillo trasero de mis jeans y saco el sobre con su cheque.
—Aquí, esto es tuyo.
Pedro me mira con curiosidad, entonces, reconociendo el sobre, levanta ambas manos y retrocede lejos de mí.
—Oh no. Es tu dinero.
—No, no lo es. Me gustaría comprarte el auto.
Su expresión cambia completamente. Furia, sí, furia, barre su rostro.
—No, Paula. Tu dinero, tu auto —me chasquea.
—No, Pedro. Mi dinero, tu auto. Te lo compraré.
—Te di ese auto como regalo de graduación.
—Si me hubieras dado un lapicero, ese sería un regalo de graduación aceptable.Me diste un Audi.
—¿Realmente quieres discutir acerca de esto?
—No.
—Bien; aquí están las llaves. —Las pone sobre la cómoda.
—¡Eso no es a lo que me refiero!
—Fin de la discusión, Paula. No me presiones.
Le frunzo el ceño, entonces la inspiración me golpea.
Tomando el sobre, lo parto en dos, luego en dos otra vez y vacío el contenido en la papelera. Oh, esto se siente bien.
Pedro me mira impasiblemente, pero sé que solo acabo de encender la mecha y estaría bien retroceder. Acaricia su barbilla.
—Estás, como siempre, desafiándome, señorita Chaves —dice secamente. Se gira sobre sus talones y entra acechando en la otra habitación. No es la reacción que esperaba. Estaba anticipando un Armagedón a gran escala.
Me miro en el espejo y me encojo de hombros, decidiéndome por una cola de caballo.
Mi curiosidad se despierta. ¿Qué está haciendo Cincuenta?
Lo sigo a la otra habitación, y él está en el teléfono.
—Sí, Veinticuatro mil dólares. Directamente.
Levanta la mirada hacia mí, aún impasible.
—Bien… ¿Lunes? Excelente… No, es todo, Andrea.
Cuelga el teléfono de golpe.
—Depositado en tu cuenta bancaria, lunes. No juegues este tipo de juegos conmigo. —Está hirviendo de enfado, pero no me importa.
—¡Veinticuatro mil dólares! —prácticamente grito—. ¿Y cómo sabes cuál es mi número de cuenta?
Mi ira toma a Pedro por sorpresa.
—Se todo acerca de ti, Paula —dice tranquilamente.
—No hay forma de que mi auto costara veinticuatro mil dólares.
—Estaría de acuerdo contigo, pero tiene que ver con conocer el mercado, ya sea que estés comprando o vendiendo. Algún lunático ahí afuera quería esa trampa mortal y estaba dispuesto a pagar ese monto de dinero.
Aparentemente es un clásico. Pregunta a Taylor si no me crees.
Le frunzo el ceño y él me devuelve el ceño fruncido, dos idiotas rebeldes furiosos frunciéndose el ceño el uno al otro.
Y lo siento, la atracción, la electricidad entre nosotros; tangible; jalándonos juntos.
Repentinamente me agarra y me presiona contra la puerta, su boca sobre la mía, reclamándome hambrientamente, una mano en mi trasero, presionándome contra su ingle y la otra en el cabello en mi nuca, jalando mi cabeza hacia atrás. Mis dedos están en su cabello, retorciéndolo fuertemente, jalándolo hacia mí. Aplasta su cuerpo contra el mío, imprimiéndose en mí, su respiración entrecortada. Lo siento.
Me desea, y estoy embriagada y tambaleante con excitación mientras reconozco su necesidad de mí.
—¿Por qué, por qué me desafías? —murmura entre sus besos calientes.
Mi sangre canta en mis venas. ¿Tendrá siempre ese efecto sobre mí? ¿Y yo sobre él?
—Porque puedo. —Estoy sin aliento. Siento más que ver su sonrisa contra mi cuello, y presiona su frente contra la mía.
—Señor, quiero tomarte ahora, pero me quedé sin preservativos. Nunca podré tener suficiente de ti. Eres una enloquecedora, enloquecedora mujer.
—Y tú me vuelves loca —susurro—, en todo el sentido de la palabra.
Sacude su cabeza.
—Vamos, salgamos a desayunar. Conozco un lugar donde puedes tener tu corte de cabello.
—Está bien. —Consiento y así de simple, nuestra pelea está terminada.
* * *
Me frunce el ceño.
—Tienes que ser más rápido por aquí, Alfonso.
—Estoy de acuerdo, tengo que serlo —dice amargamente, pero creo que es broma.
—No luzcas tan crucificado. Soy veinticuatro mil dólares más rica de lo que era esta mañana. Puedo afrontarlo. —Miro la cuenta—. Veintidós dólares y sesenta y siete centavos por el desayuno
—Gracias —dice a regañadientes. ¡Oh, el colegial malhumorado está de vuelta.
—¿Ahora a dónde?
—¿Realmente quieres tu corte de cabello?
—Sí, míralo.
—Te ves encantadora para mí. Siempre te ves encantadora.
Me sonrojo y miro hacia abajo a mis dedos entrecruzados sobre mi regazo.
—Y está la función de tu padre esta tarde.
—Recuerda, es de corbata de lazo negro.
Oh Jesús.
—¿Dónde será?
—En la casa de mis padre. Tienen una carpa. Ya sabes, las obras.
—¿Para qué es la caridad?
Pedro frota sus manos en sus piernas, mirando incómodo.
—Se trata de un programa de rehabilitación de drogas para padres con niños pequeños llamado “Enfrentarlo juntos”
—Suena como una buena causa —digo suavemente.
—Ven, vamos. —Se levanta, deteniendo efectivamente el tema de conversación y me ofrece su mano. Mientras la tomo, aprieta sus dedos alrededor de los míos.
Es extraño. Es tan demostrativo en algunos casos y aún tan cerrado en otros. Me saca del restaurant, y caminamos calle abajo. Es una encantadora, suave mañana.
El sol brilla, y el aire huele a café y pan recién horneado.
—¿Dónde vamos?
—Sorpresa.
Oh, está bien. Realmente no me gustan las sorpresas.
Caminamos dos cuadras, y las tiendas se vuelven decididamente más exclusivas.
Aún no he tenido oportunidad de explorar, pero está realmente a la vuelta de la esquina de donde vivo. Lourdes va a estar encantada. Hay un montón de pequeñas boutiques para alimentar su pasión por la moda.
Ahora, necesito comprar algunas faldas vaporosas para el trabajo.
Pedro se detiene fuera de un gran salón de belleza de aspecto manchado y abre las puertas para mí. Se llama Esclava. En el interior todo es blanco y de cuero. En la recepción de un blanco crudo se sienta una joven mujer rubia en un uniforme blanco crujiente. Mira hacia arriba mientras entramos.
—Buenos días, Sr. Alfonso —dice brillantemente, color envolviendo sus mejillas mientras bate sus pestañas hacia él. Es el efecto Alfonso, pero, ¡ella lo conoce! ¿Cómo?
—Hola, Greta.
Y él la conoce. ¿Qué es esto?
—¿Lo usual, señor? —pregunta educadamente. Lleva un lápiz labial muy rosa.
—No —dice rápidamente, mirándome con nerviosismo.
¿Lo usual? ¿Qué quiere decir con lo usual?
¡Joder! Es la regla número seis, el maldito salón de belleza.
Toda la absurda depilación con cera… ¡mierda!
¿Es aquí donde traía a todas sus sumisas? ¿Quizás también a Lorena? ¿Qué infiernos se supone que debo hacer con esto?
—La señorita Chaves le dirá lo que quiere.
Lo fulmino con la mirada. Él está introduciendo las reglas con sigilo. ¿He accedido al entrenador personal y ahora esto?
—¿Por qué aquí? —le siseo.
—Soy dueño de este lugar, y tres más como este.
—¿Eres dueño? —Jadeo en sorpresa. Bien, esto es inesperado.
—Sí, es una línea alternativa. De cualquier manera; lo que sea que quieras, lo puedes tener aquí, por cuenta de la casa. Toda clase de masajes; swedish, shiatsu, piedras calientes, reflexología, baños de algas, tratamientos faciales y todas esas cosas que le gustan a las mujeres, Todo. Lo hacen aquí. —Ondea la mano de largos dedos con desdén.
—¿Depilación con cera?
Se ríe.
—Sí, depilación con cera también. En todas partes —susurra en tono conspirador, disfrutando mi incomodidad.
Me sonrojo y miro a Greta, quien me mira expectante.
—Me gustaría un corte de cabello, por favor.
—Por supuesto, señorita Chaves.
Greta es todo lápiz labial rosa y eficiencia alemana ajetreada mientras revisa la pantalla de su ordenador.
—Franco estará libre en cinco minutos.
—Franco está bien —dice Pedro tranquilizándome. Trato de envolver mi cabeza alrededor de eso. Pedro Alfonso Gerente General dueño de una cadena de salones de belleza.
Levanto la mirada y repentinamente está pálido; algo, o alguien ha capturado su mirada. Me giro para ver a dónde está mirando, y justo en la parte trasera del salón una elegante rubia platinada ha aparecido, cerrando una puerta tras ella y hablando a uno de los estilistas.
La rubia platinada es alta, bronceada, encantadora, y está en sus treinta, o a lo mucho cuarenta; es difícil de decir.
Viste el mismo uniforme que Greta, pero en negro. Se ve impresionante. Su cabello brilla como un halo. Cortado perfilado hacia dentro, liso y corto hasta la barbilla. Mientras se gira, captura la mirada de Pedro y le sonríe, una deslumbrante sonrisa de cálido reconocimiento.
—Discúlpame —murmura Pedro apresurado.
Camina rápidamente a través del salón, pasando a las estilistas todas de blanco, pasando a las aprendices en los lavabos, y se acerca a ella, demasiado lejos de mí para escuchar su conversación. La rubia platinada lo saluda con afecto evidente, besándolo en ambas mejillas, sus manos descansando sobre sus brazos, y hablan juntos animadamente.
—¿Señorita Chaves?
Greta, la recepcionista trata de llamar mi atención.
—Espera un momento, por favor. —Miro a Pedro, fascinada.
La rubia platinada gira y me mira, y me da la misma sonrisa deslumbrante, como si me conociera. Sonrío educadamente de vuelta.
Pedro se ve alterado por algo. Esta razonando con ella, y ella consiente extendiendo las manos y sonriendo. Él le está sonriendo, claramente se conocen bien el uno al otro.
¿Quizás han trabajado juntos por largo tiempo? Quizás ella
maneja el lugar; después de todo, tiene ciertamente una apariencia dominante.
Entonces me golpea como una bola de demolición, y entonces lo sé, y en lo más profundo de mis entrañas a un nivel visceral, sé quién es. Es ella. Deslumbrante, mayor, hermosa.
Es la Sra. Robinson.
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