miércoles, 18 de febrero de 2015

CAPITULO 150





Taylor nos lleva a la pista en Sea-Tac y da la vuelta hacia donde nos espera el jet GEH. Es un día gris en Seattle, pero me niego a dejar que el clima me baje el ánimo. Pedro está mucho más animado. Está emocionado por algo, iluminado como la navidad e inquieto como un chiquillo con un gran secreto. Me pregunto qué habrá maquinado. Se ve soñador, con el cabello alborotado, una camiseta blanca, y vaqueros negros. Para nada un Gerente General hoy. Toma mi mano mientras Taylor para a pocos metros del jet.


—Te tengo una sorpresa —murmura y me besa los nudillos.


Le sonrío. —¿Es una buena?


—Eso espero. —Sonríe cálidamente.


Hmm… ¿qué puede ser?


Salazar se baja y abre mi puerta. Taylor abre la de Pedro y toma nuestras maletas del baúl. Stephan está esperando arriba de las escaleras cuando entramos en el avión. Miro la cabina de mando y veo al Primer Oficial Beighley manejando el increíble panel de control.


Pedro y Stephan se sacuden la mano. —Buenos días señor. —Stephan sonríe.


—Gracias por acceder con tan poco aviso. —Pedro le devuelve la sonrisa—. ¿Ya llegaron nuestros invitados?


—Sí, señor.


¿Invitados? Me doy vuelta y jadeo. Lourdes, Gustavo, Malena y Lucas están todos sonriendo sentados en los asientos de cuero color crema. ¡Guau! Me vuelvo hacia Pedro.


—¡Sorpresa! —dice.


—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Quién? —murmuro, intentando contener mi sorpresa y alegría.


—Dijiste que no veías a tus amigos lo suficiente. —Se encoge de hombros y me sonríe a modo de disculpa.


—Oh, Pedro, gracias. —Me arrojo mis brazos alrededor de su cuello y lo beso frente a todos. Pone sus manos en mi cadera, enganchando sus pulgares en los ojales para el cinturón de mis vaqueros, y profundiza el beso.


Santo cielo.


—Sigue así y te arrastraré al dormitorio —murmura.


—No te atreverías —susurro en sus labios.


—Oh,Paula. —Sonríe, sacudiendo la cabeza.


Me libera y sin previo aviso, se agacha, toma mis piernas, y me carga sobre su hombro.


—¡Pedro, bájame! —le golpeo la espalda.


Llego a ver la sonrisa de Stephen mientras se da vuelta y entra en la cabina de control. Taylor está de pie en la puerta, intentando contener la risa. Ignorando mis ruegos y golpes, Pedro pasa junto a Malena y Lucas en la estrecha cabinas, quienes están sentados uno frente a otro en asientos individuales, pasa a Lourdes y Gustavo, que están sacudiéndose de la risa.


—Si me disculpan —les dice a nuestros invitados—. Tengo que discutir algo con mi esposa en privado.


—¡Pedro! —grito—. ¡Bájame!


—Todo a su tiempo, cariño.


Puedo ver a Malena, Lourdes y Gustavo riendo. ¡Maldición! 


Esto no es divertido, es vergonzoso. Lucas nos mira, con la boca abierta sorprendido, mientras desaparecemos en la cabina.


Pedro cierra la puerta detrás de él y me libera, dejándome caer por su cuerpo lentamente, por lo que siento todos sus músculos en mi camino.


Me da su sonrisa infantil, claramente satisfecho.


—Ese fue todo un espectáculo, Sr. Alfonso—murmuro, cruzándome de brazos y mirándolo indignada


—Eso fue divertido, Sra. Alfonso. —Y su sonrísa se ensancha. Oh, hombre. Se ve tan joven.


—¿Vas a seguir con esto? —Arqueo una ceja, no muy segura de cómo sentirme. Quiero decir, los otros van a oírnos, por el amor de Dios. De repente, me siento tímida. 


Mirando ansiosamente la cama, siento un rubor teñir mis mejillas mientras recuerdo nuestra noche de bodas. 


Hablamos tanto ayer, hicimos tanto ayer. Siento como si hubiéramos abierto una nueva puerta, pero ese es el problema. Es desconocida.


Mis ojos se encuentran con la intensa pero divertida mirada de Pedroy no puedo seguir con una expresión seria. Su risa es muy contagiosa.


—Supongo que sería desconsiderado hacer esperar a nuestros invitados — dice tontamente mientras avanza un paso hacia mí.


¿Desde cuándo le importa lo que piense la gente? 


Retrocedo contra la pared de la cabina y él me atrapa, manteniéndome en mi lugar con el calor de su cuerpo. Se inclina y acaricia mi nariz con la suya.


—¿Buena sorpresa? —susurra, y noto un tono de ansiedad en su voz.


—Oh Pedro, fue una magnífica sorpresa. —Paso mi mano por su pecho, la envuelvo en su cuello, y lo beso.


—¿Cuándo organizaste todo? —pregunto cuando retrocedo, acariciando su cabello.


—Anoche, cuando no podía dormir. Les envíe un correo electrónico a Gustavo y Malena, y aquí están.


—Eso fue muy considerado. Gracias. Lo vamos a pasar genial.


—Eso espero. Creí que sería más fácil evadir a la prensa de Aspen que la de casa.


¡Los paparazzi! Tiene razón. Si nos hubiéramos quedado en Escala, estaríamos atrapados allí. Un temblor recorre mi espalda cuando recuerdo los flashes de las cámaras de los fotógrafos que Taylor tuvo que alejar esta mañana.


—Ven. Será mejor que nos sentemos, Stephan despegará pronto. —Me ofrece su mano y caminamos de vuelta a la cabina juntos.


Gustavo aplaude cuando entramos. —¡Eso sin duda fue un servicio a bordo rápido! —Se burla.


Pedro lo ignora.


—Por favor, damas y caballeros, permanezcan sentados dado que pronto comenzará el despegue.


La voz de Stephan resuena tranquila y cocheritariamente en la cabina. La mujer morena, umm… ¿Natalie?, que estaba en el vuelo de nuestra noche de bodas aparece y se lleva las tazas de café vacías.


Natalia… su nombre es Natalia.


—Buenos días Sr. Alfonso, Sra. Alfonso —dice con un ronroneo. ¿Por qué me hace sentir incómoda? Quizás porque es morena.Pedro ya ha admitido que jamás emplea morenas porque las encuentra atractivas. Él le sonríe amablemente a Natalia y se desliza alrededor de la mesa para sentarse frente a Gustavo y Lourdes. Abrazo a Lourdes y Malena y saludo a Lucas y Gustavo antes de sentarme y acurrucarme junto a Pedro. Pone su mano en mi rodilla y la presiona cariñosamente. Parece relajado y feliz a pesar de que tenemos compañía. Me pregunto por qué no puede ser siempre así, nada dominante.


—Espero que hayas empacado tus botas de escalar —dice con un tono cálido.


—¿No vamos a esquiar?


—Eso sería un desafío en agosto —dice divertido.


Oh, claro.


—¿Tú esquías, Paula? —Nos interrumpe Gustavo.


—No.


Pedro mueve su mano de mi rodilla para darle palmaditas.


—Estoy seguro que mi hermanito puede enseñarte. —Gustavo me guiña un ojo—. También es bastante rápido en las pendientes.


Y no puedo evitar sonrojarme. Cuando miro a Pedro, le está dando una mirada impaciente a Gustavo, pero creo que intenta contener la risa. El avión comienza a avanzar en la pista.


Natalia explica los procedimientos de seguridad en un tono claro y cantarín. Lleva una falda de tubo color azul marino con una camisa a juego. Su maquillaje está impecable, realmente es bonita. Mi subconsciente alza su ceja de siempre hacia mí.


—¿Estás bien? —me pregunta Lourdes intencionadamente—. Quiero decir, ¿siguiendo el negocio Hernandez?


Asiento. No quiero pensar ni hablar de Hernandez, pero Lourdes tiene otros planes.


—¿Y por qué enloqueció de rabia de esa forma? —pregunta, llegando al fondo del asunto como sólo ella puede. Se quita el cabello de la cara como si se preparara para investigar el asunto.


Mirándola fríamente, Pedro se encoge de hombros. —Lo despedí —dice llanamente.


—¿Oh? ¿Por qué? —Lourdes tuerce la cabeza, y sé que está en su estilo Nancy Drew.


—Intentó hacer algo conmigo —murmuro. Intento patear a 
Lourdes bajo la mesa, pero fallo. ¡Mierda!


—¿Cuándo? —Lourdes me mira.


—Hace mucho tiempo.


—¡Nunca me lo dijiste! —Espeta.


Me encojo de hombros, disculpándome.


—No puede haber sido sólo por eso, honestamente. Quiero decir, su reacción fue muy exagerada. —Prosigue Lourdes, pero ahora dirige su pregunta a Pedro—. ¿Es mentalmente inestable? ¿Y qué hay de toda la información que tiene sobre ti Alfonso? —Que interrogue así a Pedro me pone nerviosa, pero ella ya sabe que yo no sé nada, por lo que no me puede preguntar. La idea me molesta.


—Creemos que hay una conexión con Detroit. —Se limita a decir Pedro. Demasiado limitado. Oh no,Lourdes. Por favor, déjalo por ahora.


—¿Hernandez también es de Detroit?


Pedro asiente.


El avión acelera, y aumento mi agarre en la mano de Pedro


Me mira reconfortantemente. Sabe que odio los despegues y aterrizajes. Aprieta mi mano y su pulgar acaricia mis nudillos, para calmarme.


—¿Qué sabes tú sobre él? —pregunta Gustavo, ignorando el hecho de que estamos arriba de un diminuto avión que está haciendo una carrera en la pista, a punto de lanzarse al cielo, y también ignora la mirada exasperada de Pedro a Lourdes. Lourdes se inclina, escuchando atentamente.


—Esto tiene que quedar fuera de los registros. —Le dice Pedro directamente a Lourdes. Ella hace una fina línea con sus labios. Trago. Oh mierda.


—Sabemos poco sobre él. —Continúa Pedro—. Su padre murió en una pelea en un bar. Su madre bebía hasta perder la conciencia. Él estuvo entrando y saliendo de hogares adoptivos de niño… y también de problemas. Más que nada asaltar coches. Pasó tiempo en la correccional de menores. 
Su mamá se curó con un programa, y Hernandez se transformó. Ganó una beca para Princeton.


—¿Princeton? —La curiosidad de Lourdes es alertada.


—Síp. Es bastante listo. —Pedro se encoge de hombros.


—No tanto. Lo atraparon —murmura Gustavo.


—¿Pero están seguros de que no puede haber hecho todo esto solo? — pregunta Lourdes.


Pedro se tensa a mi lado. —Aún no lo sabemos. —Su tono es muy bajo.


Santa mierda. ¿Podría haber trabajado con alguien más? 


Miro horrorizada Pedro. Aprieta mi mano de nuevo pero no me mira a los ojos. El avión se eleva lentamente, y siento esa horrible sensación de hundimiento en el estómago.


—¿Cuántos años tiene? —Le pregunto a Pedro, inclinándome para que sólo él pudiera oír. Aunque me encantaría saber lo que pasa, no quiero alentar a Lourdes. 


Sé que está irritando a Pedro, y estoy segura de que está en su lista negra desde la fiesta.


—Treinta y dos. ¿Por qué?


—Curiosidad. Es todo.


Pedro tensa su mandíbula. —No seas curiosa respecto a Hernandez. Sólo me alegra que el infeliz esté encerrado. —Es casi una reprimenda, pero decido ignorar su tono.


—¿Tú crees que trabajaba con alguien?


La idea de que hubiera alguien más involucrado me enferma. Significaría que esto no se ha acabado.


—No lo sé —responde Pedro, volviendo a endurecer la mandíbula.


—¿Quizás alguien que tenga algo contra ti? —Sugiero. Santa mierda.Espero que no sea la bruja zorra—. ¿Como Eleonora? —susurro. Comprendo que he murmurado su nombre en alto, pero sólo él puede oírme.


Miro ansiosamente a Lourdes, pero está metida en una charla con Gustavo, que parece enfadado con ella.


Hmm.


—¿Realmente te gusta hacerla el villano, eh? —Pedro pone los ojos en blanco y sacude la cabeza, disgustado—. Ella puede ser rencorosa, pero no haría algo así. —Me mira sombríamente—. No hablemos de ella. Sé que no es tu tema favorito de conversación.


—¿La has confrontado? —susurro, no muy segura de si quiero saber.


—Paula, no he hablado con ella desde mi fiesta de cumpleaños. Por favor, para. No quiero hablar de ella. —Levanta mi mano y besa mis nudillos.


Sus ojos se posan en los míos, y sé que no debería presionarlo con esto ahora.


—Consíganse una habitacón. —Nos molesta Gustavo—. Oh claro... ya lo tienen, pero no lo necesitaron por mucho. —Sonríe


Pedro mira a Gustavo —Vete al diablo, Gustavo —dice sin malicia.


—Hermano, sólo te digo las cosas como son. —La mirada de Gustavo es burlona.


—Como si supieras —murmura sardónicamente Pedro, alzando una ceja.


Gustavo sonríe, disfrutando el desafío. —Te casaste con tu primera novia. — Gustavo me señala.


Oh mierda. ¿A dónde quiere ir? Me sonrojo.


—¿Puedes culparme? —Pedro vuelve a besar mi mano.


—No. —Gustavo se ríe y sacude la cabeza.


Me vuelvo a sonrojar, y Lourdes golpea a Gustavo en el brazo.


—Deja de ser un imbécil —le dice.


—Escucha a tu novia —dice Pedro a Gustavo, sonriendo, y sus preocupaciones parecen haber desaparecido. Mis oídos se tapan al ganar altitud, y la tensión en la cabina se disipa mientras el avión se eleva. Lourdes le frunce el ceño a Gustavo. 


Hmm… ¿Pasará algo entre ellos? No estoy segura. Gustavo tiene razón, hago una mueca por la ironía. Yo soy—fui—la primer novia de Pedro, y ahora soy su esposa. Las quince y la malvada Sra. Robinson, no cuentan. Pero Gustavo no sabe de ellas, y claramente Lourdes no le ha dicho. Le sonrío, y ella me guiña el ojo conspirativamente. Mis secretos están a salvo con Lourdes.


—De acuerdo, damas y caballeros, viajaremos a una altitud crucero de aproximadamente treinta y dos mil pies, y nuestro tiempo estimado de vuelo es una hora y cincuenta y seis minutos. —Anuncia Stephan—. Ahora pueden pasear por la cabina.


Natalia aparece abruptamente.


—¿Puedo ofrecer un café? —pregunta.





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