miércoles, 18 de febrero de 2015

CAPITULO 151





Aterrizamos suavemente en Sardy Field a las 12:25pm 
(MST ).


Stephan detiene el avión a poca distancia de la terminal principal, y a través de las ventanas veo una larga minivan Volkswagen esperándonos.


—Buen aterrizaje. —Pedro sonríe y aprieta la mano de Stephan mientras nos preparamos para salir en fila del jet.


—La densidad de la altitud es todo, señor. —Stephan sonríe en respuesta—. Beighley aquí presente es buena con las matemáticas.


Pedro asiente al primer oficial de Stephan.


—Diste en el clavo, Beighley. Suave aterrizaje.


—Gracias, señor. —Sonríe satisfecha.


—Disfruten su fin de semana, Sr. Alfonso, Sra. Alfonso. Nos veremos mañana.


—Stephan da un paso a un lado para dejarnos desembarcar y tomando mi mano, Pedro me conduce por las escaleras de la aeronave hacia donde Taylor está esperando junto al vehículo.


—¿Minivan? —dice Pedro sorprendido mientras Taylor abre la puerta.


Taylor le dirige una sonrisa apretada y contrita y un leve encogimiento de hombros.


—Último minuto, lo sé —dice Pedro, inmediatamente aplacado. Taylor regresa al avión para retirar nuestro equipaje.


—¿Quieres que nos besemos en la parte de atrás de la van? —murmura Pedro, un brillo travieso en sus ojos.


Suelto un risita. ¿Quién es este hombre, y qué ha hecho con el Sr. Increíblemente Enfadado de los últimos días?


—Vamos ustedes dos. Entren —dice Malena detrás de nosotros, rebozando impaciencia junto a Lucas. Nos subimos, nos tambaleamos hacia el asiento doble en la parte trasera y nos sentamos. Me acurruco junto a Pedro, y él pone su brazo sobre la parte trasera de mi asiento.


—¿Cómoda? —murmura mientras Malena y Lucas ocupan el asiento frente a nosotros.


—Sí. —Sonrío y él besa mi frente. Y por alguna incomprensible razón hoy me siento tímida con él. ¿Por qué? ¿Por lo de anoche? ¿Por qué tenemos compañía? No puedo definirlo.


Gustavo y Lourdes se nos unen finalmente mientras Taylor abre la compuerta levadiza para guardar el equipaje. Cinco minutos después, estamos en camino.


Miro por la ventana mientras nos dirigimos hacia Aspen. Los árboles están verdes, pero un susurro del otoño venidero es evidente aquí y allá en las puntas amarillentas de las hojas. 


El cielo es de un azul cristalino, aunque hay nubes oscuras en el oeste. Alrededor de nosotros, en la distancia, se
ciernen las Rocosas, el pico más alto directamente en frente. Son verdes y exuberantes, y las más altas están coronadas con nieve y lucen como el dibujo de un niño.


Estamos en el lugar de los juegos de invierno de los ricos y famosos. Y tengo una casa aquí. Apenas puedo creerlo. Y desde lo profundo de mi psiquis, la familiar incomodidad que siempre está presente cuando intento comprender la riqueza de Pedro se cierne sobre mí y se burla,haciéndome sentir culpable. ¿Qué he hecho para merecer este estilo de vida? No he hecho nada, nada excepto enamorarme.


—¿Has estado antes en Aspen, Paula? —Lucas se gira y me pregunta, sacándome de mi ensueño.


—No, primera vez. ¿Tú?


—Lourdes y yo solíamos venir mucho cuando éramos adolescentes. Papá es un entusiasta esquiador. Mamá menos.


—Tengo la esperanza de que mi esposo me enseñe a esquiar. —Le doy una mirada a mi hombre.


—No cuentes con eso —murmura Pedro.


—¡No seré tan mala!


—Podrías romperte el cuello. —Su sonrisa se ha ido.


Oh. No quiero discutir y amargar su buen humor, así que cambio de tema.


—¿Hace cuánto tienes este lugar?


—Casi dos años. Ahora también es suyo, Sra. Alfonso —dice suavemente.


—Lo sé —susurro. Pero de alguna manera no siento el coraje en mi convicción. Inclinándome, beso su mandíbula y me acurruco una vez más contra su costado oyéndolo reír y bromear con Lucas y Gustavo. Malena interviene de vez en cuando, pero Lourdes está en silencio, y me pregunto si está meditando sobre Jeronimo Hernandez u otra cosa. 


Luego lo recuerdo. Aspen… la casa de Pedro aquí fue rediseñada por Georgina Matteo y reconstruida por
Gustavo. Me pregunto si eso es lo que preocupa a Lourdes. 


No puedo preguntarle delante de Gustavo, dada su historia con Georgina. ¿Lourdes siquiera está al tanto de la conexión de Georgina con la casa? Frunzo el ceño preguntándome qué podría estar molestándole y resuelvo preguntárselo cuando estemos a solas.


Conducimos por el centro de Aspen y mi estado de animo mejora a la vez que estudio la ciudad. Hay construcciones bajas, la mayoría de ladrillos rojos, chalets de estilo suizo, y numerosas casitas de fines de siglo pintadas de colores divertidos. Muchos bancos y tiendas de diseñador también, traicionando la riqueza de la población local. Por supuesto que Pedro encaja aquí.


—¿Por qué escogiste Aspen? —le pregunto.


—¿Qué? —Me mira con curiosidad.


—Para comprar una casa.


—Mamá y Papá solían traernos aquí cuando éramos niños. Aprendí a esquiar aquí, y me gusta el lugar. Espero que a ti también… de lo contrario, venderemos la casa y escogeremos otro lugar.


¡Tan simple como eso!


Pone un mecho de mi cabello detrás de mi oreja.


—Estás hermosa hoy —murmura.


Mis mejillas arden. Simplemente visto mi ropa de viaje: jeans y una camiseta y una ligera chaqueta azul marino. Maldita sea. ¿Por qué me hace sentir tímida?


Me besa, un beso tierno, dulce y amoroso.


Taylor nos conduce fuera de la ciudad, y comenzamos a subir por el otro lado del valle, serpenteando por una carretera de montaña. Entre más alto vamos, más me entusiasmo, y Pedro se tensa junto a mí.


—¿Qué sucede? —pregunto mientras tomamos una curva.
—Espero que te guste —dice quedamente—. Llegamos.


Taylor baja la velocidad y gira por una entrada hecha de piedras grises, beige y rojas. Toma el camino y finalmente se detiene frente a una impresionante casa. Con puerta central y habitaciones frontales, techo a dos aguas y construida con madera oscura y la misma piedra mezclada de la entrada. Es deslumbrante; moderna, austera, muy del estilo de Pedro.


—Hogar —articula hacia mí mientras nuestros huéspedes comienzan a salir de la van.


—Parece bonita.


—Ven a ver —dice, con un emocionado, aunque ansioso brillo en sus ojos como si estuviese a punto de mostrarme su proyecto de ciencias o algo.


Malena sube las escaleras corriendo hacia donde una mujer está de pie en la entrada. Es pequeña y su cabello oscuro está manchado con gris. Malena lanza los brazos alrededor de su cuello y la abraza con fuerza.


—¿Quién es? —pregunto mientras Pedro me ayuda a salir de la van.


—La Sra. Bentley. Vive aquí con su esposo. Cuidan el lugar.


Oh, Dios… ¿más personal? Malena está haciendo presentaciones, Lucas; luego Lourdes. Gustavo también abraza a la Sra. Bentley. Mientras Taylor descarga la van, Pedro toma mi mano y me lleva hasta la puerta del frente.


—Bienvenido de vuelta, Sr. Alfonso. —Sonríe la Sra. Bentley.


—Carmen, ésta es mi esposa, Paula —dice Pedro orgullosamente.


Su lengua acaricia mi nombre, haciendo que mi corazón tartamudee.


—Sra. Alfonso. —La Sra. Bentley asiente en un respetuoso saludo. Extiendo la mano y nos saludamos. No es sorpresa para mí que sea más formal con Pedro que con el resto de la familia.


—Espero que hayan tenido un vuelo placentero. Se supone que el clima estará bien todo el fin de semana, aunque no estoy segura. —Mira las oscuras nubes detrás de nosotros—. El almuerzo estará listo cuando lo deseen. —Sonríe de nuevo, sus oscuros ojos centellando, y me siento cómoda con ella inmediatamente.


—Ven. —Pedro me toma en brazos y me levanta.


—¿Qué estás haciendo? —chillo.


—Cargándola por otro umbral, Sra. Alfonso.


Sonrío mientras me carga hasta el ancho vestíbulo, y luego de un breve beso, me deja suavemente en el suelo de madera dura. La decoración interior es austera y me recuerda al gran salón de Escala; paredes completamente blancas, madera oscura, y arte contemporáneo abstracto.


El vestíbulo se abre hacia una gran sala de estar, donde tres sofás blancuzcos de cuero rodean una chimenea de piedra que domina el cuarto.


El único color proviene de los suaves cojines dispersos en los sofás. Malena toma la mano de Lucas y lo arrastra hacia el interior de la casa. Pedro entrecierra los ojos en dirección a las salientes siluetas, su boca aplanándose. Sacude la cabeza y luego se gira hacia mí.


Lourdes silba con fuerza.


—Bonito lugar.


Miro alrededor para ver a Gustavo ayudando a Taylor con nuestro equipaje.


Una vez más me pregunto si ella sabe que Georgina tuvo que ver con esta casa.


—¿Recorrido? —me pregunta Pedro, y lo que fuera que estuviera en su mente sobre Malena e Lucas se ha ido. Irradia emoción, ¿o es ansiedad? Es difícil decirlo.


—Seguro. —Una vez más estoy abrumada por la riqueza. 


¿Cuánto costó este lugar? Y yo no he contribuido en nada. 


Brevemente soy transportada a la primera vez que Pedro me llevó a Escala. También estuve abrumada entonces. Te acostumbraste, sisea mi subconsciente.


Pedro frunce el ceño pero toma mi mano, llevándome a través de varios cuartos. La cocina de última generación, toda de mármol pálido y alacenas negras. Hay una impresionante bodega de vinos, y un gran estudio escaleras abajo, completo con un gran televisor de pantalla de plasma, suaves sillones… y una mesa de billar. Quedo boquiabierta ante ella y Pedro me ve.


—¿Quieres jugar? —pregunta, un malvado brillo en su ojo. 


Sacudo la cabeza, y su ceño se frunce una vez más. 


Tomando mi mano una vez más, me lleva al primer piso. 


Hay cuatro cuartos arriba, cada uno con un baño privado.


La habitación principal es otra cosa. La cama es inmensa, más grande que la cama en casa, y tiene en frente un enorme ventanal que da una panorámica de Aspen y las verdes montañas.


—Ésa es la montaña Ajax… o la montaña Aspen, si prefieres —dice Pedro, mirándome con cautela. Está de pie en la entrada, los pulgares metidos en las presillas de sus jeans negros.


Asiento.


—Estás muy callada —murmura.


—Es encantador, Pedro —Y de repente, ardo con deseos de volver a Escala.


En cinco largos pasos está frente a mí, tirando de mi barbilla, y liberando mi labio inferior del asidero de mis dientes.


—¿Qué sucede? —pregunta, sus ojos examinándome.


—Eres muy rico.


—Sí.


—A veces, simplemente me toma por sorpresa cuán rico eres.


—Somos.


—Somos —murmuro automáticamente.


—No te estreses por eso, Paula, por favor. Es sólo una casa.


—¿Y qué hizo Georgina aquí exactamente?


—¿Georgina? —Alza las cejas sorprendido.


—Sí. ¿Ella remodeló este lugar?


—Lo hizo. Diseñó el estudio de abajo. Gustavo lo construyó. —Pasa una mano por su cabello y me frunce el ceño—. ¿Por qué estamos hablando de Georgina?


—¿Sabías que tuvo una aventura con Gustavo?


Pedro me mira por un momento, ojos grises ilegibles.


—Gustavo se ha acostado con la mayoría de Seattle, Paula.


Jadeo.


—En su mayoría mujeres, hasta donde tengo entendido —bromea. Creo que está divertido por mi expresión.


—¡No!


Pedro asiente.


—No es mi problema. —Levanta las manos.


—No creo que Lourdes lo sepa.


—No estoy seguro de que él comparta esa información. Lourdes parece tener la suya propia.


Estoy sorprendida. ¿El dulce, modesto, rubio y de ojos azules Gustavo? Miro fijamente con incredulidad.


Pedro inclina la cabeza, examinándome.


—Esto no puede ser sólo por Georgina o la promiscuidad de Gustavo.


—Lo sé. Lo lamento. Después de todo lo que ha sucedido esta semana, sólo… —Me encojo de hombros, sintiéndome llorosa de repente. Pedro parece hundirse con alivio. 


Tomándome en brazos, me abraza con fuerza, su nariz en mi cabello.


—Lo sé. También lo lamento. Relajémonos y disfrutemos, ¿de acuerdo? Puedes quedarte aquí y leer, ver la espantosa televisión, ir de compras, de caminata, incluso pescar. Lo que sea que quieras hacer. Y olvida lo que dije sobre Gustavo. Fue indiscreto de mi parte.


—De alguna manera explica por qué siempre se está burlando de ti — murmuro, acariciando su pecho con la nariz.


—En realidad no tiene idea de mi pasado. Te lo dije, mi familia asumió que yo era gay. Célibe, pero gay.


Suelto una risita y comienzo a relajarme en sus brazos.


—Yo pensé que eras célibe. Qué equivocada estaba. —Lo envuelvo con los brazos, maravillándome ante la ridiculez de que Pedro fuera gay.


—Sra. Alfonso, ¿se está burlando de mí?


—Quizás un poco —consiento—. Sabes, lo que no entiendo es por qué tienes este lugar.


—¿A qué te refieres? —Besa mi cabello.


—Tienes el barco, lo cual entiendo, tienes ese lugar en Nueva York para los negocios pero, ¿por qué aquí? No es como si lo compartieras con alguien.


Pedro se queda quieto y silencioso por varios latidos.


—Estaba esperando por ti —dice suavemente, los ojos de un gris oscuro y luminosos.


—Eso… eso es algo muy bonito.


—Es cierto. No lo sabía en ese momento. —Me da su tímida sonrisa.


—Me alegra que esperaras.


—Vale la pena esperar por usted, Sra. Alfonso. —Inclina mi barbilla hacia arriba con su dedo, se inclina, y me besa tiernamente.


—Por usted también. —Sonrío—. Aunque siento que hice trampa. No tuve que esperar en absoluto.


Él sonríe.


—¿Tanto premio soy?


Pedro, eres la lotería del estado, la cura para el cáncer, y los tres deseos de la lámpara de Aladino todo en uno.


Él levanta una ceja.


—¿Cuándo te darás cuenta de eso? —lo reto—. Eras un soltero muy codiciado. Y no me refiero a todo esto. —Hago un gesto desdeñoso con la mano hacia nuestro lujoso entorno—. Quiero decir aquí. —Pongo mi mano sobre su corazón, y sus ojos se agrandan. Mi seguro, sexy esposo ha desaparecido, y estoy frente a mi niño perdido—. Créeme, Pedro, por favor —susurro y sujeto su rostro, tirando de sus labios hacia los míos. Él gime, y no sé si es por lo que ha oído o si es su usual respuesta primitiva.


Lo reclamo, mis labios moviéndose contra los suyos, mi lengua invadiendo su boca.


Cuando ambos estamos sin aliento, él se aparta, mirándome dubitativo.


—¿Cuándo vas hacer que pase por tu cráneo excepcionalmente grueso que te amo? —pregunto, exasperada.


Él traga.


—Algún día —dice.


Es un progreso. Sonrío y soy recompensada con una sonrisa tímida en respuesta.


—Ven. Vamos a comer algo… los demás se estarán preguntando dónde estamos. Podemos discutir lo que todos queremos hacer.





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