Juliana tiene mi latte esperando. Lo olfateo y mi estómago se enturbia.
—Um… ¿Puedo tomar té, por favor? —murmuro, avergonzada.
Sabía que había una razón por la que nunca me gustó de verdad el café.
Dios, huele asqueroso.
—¿Estás bien, Paula?
Asiento y me escabullo a la seguridad de mi oficina. Mi BlackBerry vibra.
Es Lourdes.
—¿Por qué estaba Pedro buscándote? —pregunta sin preámbulos.
—Buenos días, Lourdes. ¿Cómo estás?
—Corta el rollo, Chaves. ¿Qué pasa? —La Inquisición Lourdes Kavanagh empieza.
—Pedro y yo tuvimos una pelea, eso es todo.
—¿Te ha hecho daño?
Pongo los ojos en blanco.
—Sí, pero no de la manera en la que estás pensando. —No puedo lidiar con Lourdes ahora mismo. Sé que lloraré, y ahora mismo estoy muy orgullosa de mí misma por no derrumbarme esta mañana—. Lourdes, tengo una reunión. Te llamaré.
—Bueno. ¿Estás bien?
—Sí. —No—. Te llamo después, ¿vale?
—Vale, Paula, hazlo a tu manera. Estoy aquí para ti.
—Lo sé —susurro y lucho contra la reacción de emociones por sus palabras amables. No voy a llorar. No voy a llorar.
—¿Está Reinaldo bien?
—Sí —susurro la palabra.
—Oh, Paula —murmura.
—No.
—Vale. Hablamos luego.
—Sí.
******
A las cinco en punto Salazar y yo salimos para ir al hospital para ver a Reinaldo. Salazar está extra vigilante, e incluso sobre solícito. Es irritante.
Mientras nos acercamos a la habitación de Reinaldo, revolotea sobre mí.
—¿Debería traerle algo de té mientras visita a tu padre? —pregunta.
—No gracias, Salazar. Estaré bien.
—Esperaré afuera. —Abre la puerta para mí, y estoy agradecida de librarme de él durante un momento.
Reinaldo está sentado en la cama leyendo una revista. Está afeitado, y lleva la parte de arriba de un pijama, se ve como su viejo yo.
—Hey, Pau. —Sonríe. Y su cara cae.
—Oh, papi… —Corro a su lado, y en un movimiento muy inusual, abre sus brazos y me abraza.
—¿Pau? —murmura—. ¿Qué pasa? —Me sujeta firmemente y besa mi pelo. Mientras estoy en sus brazos, me doy cuenta de cuán raros estos momentos entre nosotros han sido. ¿Por qué es eso? ¿Es eso el por qué me gusta gatear en el regazo de Pedro? Después de un momento, me alejo de él y me siento en la silla al lado de la cama. La frente de Reinaldo está fruncida con preocupación.
—Cuéntaselo a tu viejo.
Sacudo la cabeza. No necesita mis problemas ahora mismo.
—No es nada, papá. Tienes buen aspecto. —Agarro su mano.
—Sintiéndome más como yo mismo, a pesar de que esta pierna escayolada es pucante.
—¿Pucante? —Sus palabras provocan mi sonrisa.
Me sonríe de vuelta.
—Pucante suena mejor que picante.
—Oh, papá, estoy tan contenta de que estés bien.
—Yo también, Pau. Me gustaría balancear a algún nieto en esta rodilla pucante algún día.
Parpadeo hacia él. Mierda. ¿Lo sabe? Y lucho contra las lágrimas que remuerden las esquinas de mis ojos.
—¿Están tú y Pedro llevándose bien?
—Tuvimos una pelea —murmuro, intentando hablar a través del nudo de mi garganta—. Lo solucionaremos.
Asiente.
—Es un buen hombre, tu marido —dice Reinaldode modo tranquilizador..
—Tiene sus momentos. ¿Qué han dicho los doctores? —No quiero hablar de mi marido ahora mismo; él es un difícil tema de conversación.
*****
De vuelta en Escala,Pedro no está en casa.
—Pedro llamó y dijo que va a estar trabajando hasta tarde —me informa la Sra. Jones excusándose.
—Oh. Gracias por hacérmelo saber. —¿Por qué no me lo podía decir él?
Dios, de verdad está llevando su mal humor a un nivel completamente nuevo. Me recuerda brevemente a la pelea sobre nuestros votos de boda y la gran pataleta que había tenido entonces. Pero soy la ofendida aquí.
—¿Qué le gustaría para comer? —La señora Jones tiene un brillo determinado, férreo en sus ojos.
—Pasta.
Sonríe.
—¿Espaguetis, penne, fusilli?
—Espagueti, tu boloñesa.
—Marchando. Y Paula… debería saber que el señor Alfonso era sincero esta mañana cuando pensaba que te habías ido. Estaba muy apenado. —Sonríe con cariño.
Oh…
Todavía no ha llegado a casa a las nueve. Estoy sentada en mi escritorio en la biblioteca, preguntándome dónde está. Lo llamo.
—Paula —dice, su voz fría.
—Hola.
Inhala suavemente.
—Hola —dice, con voz baja.
—¿Vas a venir a casa?
—Más tarde.
—¿Estás en la oficina?
—Sí. ¿Dónde esperabas que estuviera?
Con ella.
—Te dejaré ir.
Los dos nos quedamos callados, el silencio estirándose y tensándose entre nosotros.—Buenas noches, Paula —dice al final.
—Buenas noches, Pedro.
Cuelga.
Oh mierda. Miro mi BlackBerry. No sé qué espera él que haga. No le voy a dejar que me pisotee totalmente. Sí, está enfadado, bastante. Yo estoy enfadada. Pero estamos donde estamos. No he corrido indiscreta hacia mi ex amante pedófila. Quiero que sepa que ésa no es una forma aceptable de comportarse.
Me apoyo en el respaldo de la silla, mirando larga y fijamente a la mesa de billar de la biblioteca, y recuerdo momentos divertidos jugando al snooker.
Pongo mi mano en mi estómago. Puede que simplemente sea demasiado pronto. Tal vez esto no está destinado a ser… Incluso mientras pienso en ello, mi subconsciente está gritando ¡no! Si termino este embarazo, nunca me perdonaré a mí misma, o a Pedro.
—Oh, Blip, ¿qué nos has hecho?
No puedo afrontar hablar con Lourdes. No puedo afrontar hablar con nadie.
Le envío un mensaje, prometiendo llamar pronto.
A las once, no puedo mantener más mis párpados abiertos.
Resignada, me marcho a mi vieja habitación.
Acurrucándome bajo el edredón nórdico, finalmente me dejo llevar, sollozando en mi almohada, grandes pesados
sollozos de dolor nada propios de una dama…
*****
Me levanto y balanceo fuera de la cama. En el suelo al lado de la cama está la corbata plateada gris de Pedro, mi favorita.
No estaba ahí cuando me fui a la cama anoche. La levanto y la observo, acariciando el sedoso material entre mis pulgares e índices, después la acaricio contra mi mejilla. Ha estado aquí, mirándome dormir. Y un brillo de esperanza brilla dentro de mí.
La señora Jones está ocupada en la cocina cuando llego abajo.
—Buenos días —dice brillantemente
—Buenas. ¿Pedro? —pregunto.
Su cara cae.
—Ya se ha ido.
—¿Así que ha venido a casa? —Necesito comprobarlo, incluso a pesar de que tengo su corbata como prueba.
—Sí que lo hizo —se detiene—. Paula, por favor perdóneme por hablar sin permiso, pero no lo abandone. Es un hombre cabezota.
Asiento y ella para. Estoy segura de que mi expresión le dice que no quiero discutir mi marido errante ahora mismo.
*****
De: Pedro Alfonso
Asunto: Portland
Fecha: 15 de Septiembre, 2014 06:45
Para: Paula Alfonso
Paula,Estoy volando a Portland hoy.
Tengo algunos negocios para concluir con WSU.
Pensé que lo querrías saber.
Pedro Alfonso
Gerente General, Alfonso Enterprises Holdings Inc.
Oh. Lágrimas aparecen en mis ojos. ¿Es eso? Mi estómago se da la vuelta.
¡Mierda! Voy a estar enferma. Corro al baño de señoras y lo consigo justo a tiempo, depositando mi desayuno en el váter.
Me hundo hasta el suelo del cubículo y pongo mi cabeza en las manos. ¿Podría ser más miserable?
Después de un rato, hay un suave golpe en la puerta.
—¿Paula? —Es Juliana.
Mierda.
—¿Sí?
—¿Estás bien?
—Estaré fuera en un momento.
—Boyce Fox está aquí para verte.
Mierda.
—Mételo en la sala de reuniones. Estaré ahí en un minuto.
—¿Quieres un poco de té?
—Por favor.
******.
Mi BlackBerry vibra, haciéndome saltar. Miro a la pantalla, es Malena. Jesús, eso es todo lo que necesito, su efusividad y entusiasmo. Vacilo, preguntándome si podría solo ignorarla, pero la cortesía gana.
—Malena —respondo alegremente.
—Bueno, hola allí, Paula… cuanto tiempo sin hablar.
La voz masculina es familiar. ¡Mierda!
Mi cuero cabelludo se eriza y todo el pelo de mi cuerpo salta a la atención mientras la adrenalina inunda a través de mi sistema y mi mundo para de girar.
Es Jeronimo Hernandez.
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