jueves, 26 de febrero de 2015
CAPITULO 178
Me despierto de repente, momentáneamente desorientada…
Oh sí; estoy en el cuarto de juegos. Porque no hay ventanas, no tengo idea de qué hora es.
El pomo de la puerta se agita.
—¡Paula! —grita Pedro del otro lado de la puerta. Me congelo, pero no entra. Oigo voces ahogadas, pero se alejan. Exhalo y reviso la hora en mi BlackBerry. Son las siete cincuenta, y tengo cuatro llamadas perdidas y dos mensajes de voz. Las llamadas perdidas son mayormente de Pedro, pero también hay una de Lourdes. Oh, no. Él debe haberla llamado. No tengo tiempo para escucharlos. No quiero llegar tarde al trabajo.
Me envuelvo con el cobertor y levanto mi bolso antes de hacer mi camino hacia la puerta. Abriéndola lentamente, espío afuera. No hay señales de nadie. Oh, mierda… Quizás esto es un poco melodramático. Pongo los ojos, respiro profundamente, y me dirijo abajo.
Taylor, Salazar,Gutierrez, la Sra. Jones y Pedro están todos parados en la entrada del gran salón, y Pedro está dando rápidas instrucciones.
Como si fueran uno, todos se vuelven y me miran con la boca abierta.
Pedro todavía viste la ropa con la que durmió anoche. Luce tan desaliñado, pálido y hermoso que detiene el corazón.
Sus ojos grises están muy abiertos, y no sé si está atemorizado o enfadado. Es difícil de decir.
—Salazar, estaré lista para salir en más o menos veinte minutos — murmuro, envolviendo el cobertor alrededor de mí más apretadamente para protección.
Él asiente, y todos los ojos se vuelven a Pedro, quién todavía me mira intensamente.
—¿Le gustaría algo de desayuno, Sra. Alfonso? —pregunta la Sra. Jones.
Sacudo la cabeza.
—No tengo hambre, gracias. —Ella presiona los labios pero no dice nada.
—¿Dónde estabas? —pregunta Pedro, su voz baja y ronca.
De repente Salazar, Taylor, Gutierrez y la Sra. Jones se dispersan, escurriéndose hacia la oficina de Taylor, el vestíbulo y la cocina como ratas aterrorizadas huyendo de un barco que se hunde.
Ignoro a Pedro y marcho hacia nuestra habitación.
—Paula —me llama—, respóndeme —oigo sus pasos detrás de mí mientras camino hacia la habitación y continúo hacia nuestro baño. Rápidamente, cierro la puerta con llave.
—¡Paula! —Pedro golpea la puerta con fuerza. Abro la ducha. La puerta suena bruscamente—. Paula, abre la maldita puerta.
—¡Vete!
—No me voy a ir a ningún lado.
—Como quieras.
—Paula, por favor.
Me meto en la ducha, bloqueándolo con éxito. Oh, está tibio.
El agua curativa cae como una cascada sobre mí, limpiando el agotamiento de la noche de mi piel. Oh Dios. Se siente tan bien. Por un momento, un momento corto, puedo pretender que todo está bien. Lavo mi cabello y para cuando he terminado, me siento mejor, más fuerte, lista para enfrentarme al tren sin control que es Pedro Alfonso.
Envuelvo mi cabello en una toalla, enérgicamente me seco con otra, y la envuelvo alrededor de mí.
Abro la cerradura y la puerta para encontrar a Pedro apoyado contra la pared opuesta, las manos detrás de la espalda. Su expresión es cautelosa, la de un predador de caza. Paso a grandes zancadas frente a él y hacia nuestro guardarropa.
—¿Me estás ignorando? —pregunta Pedro sin poder creerlo a la vez que se para en la puerta del guardarropa.
—¿Perceptivo, verdad? —murmuro distraídamente mientras busco algo que ponerme. Ah, sí; mi vestido color ciruela. Lo saco de la percha, elijo mis botas negras de taco aguja, y me dirijo hacia la habitación. Hago una pausa para que Pedro salga de mi camino, lo cual hace, eventualmente; sus buenos modales intrínsecos apoderándose de él.
Siento sus ojos penetrándome mientras camino hacia mi cómoda, y lo espío por el espejo, de pie inmóvil en la puerta, observándome. En un acto digno de una ganadora del Oscar, dejo caer la toalla al suelo y pretendo que soy inconsciente de mi cuerpo desnudo. Oigo su jadeo ahogado y lo ignoro.
—¿Por qué estás haciendo esto? —pregunta. Su voz es baja.
—¿Por qué crees? —Mi voz es suave como el terciopelo mientras saco un bonito par de bragas negras de encaje de La Perla.
—Paula… —se detiene mientras me las pongo.
—Ve y pregúntale a tu Sra. Robinson. Estoy segura de que ella tendrá una explicación para ti —murmuro mientras busco el corpiño que hace juego.
—Paula, te lo he dicho antes, ella no es mi…
—No quiero oírlo, Pedro —hago un gesto desdeñoso con la mano—. El momento para hablar fue ayer, pero en su lugar decidiste despotricar y emborracharte con la mujer que abusó de ti durante años. Llámala. Estoy segura de que estará más que deseosa de escucharte ahora. —Encuentro el corpiño que hace juego y lentamente me lo pongo y lo prendo. Pedro entra más en la habitación y pone las manos en sus caderas.
—¿Por qué estuviste fisgoneando? —dice.
A pesar de mi decisión me ruborizo.
—Ese no es el punto, Pedro —estallo—. El hecho es que las cosas se ponen difíciles, y tú corres a ella.
Su boca forma una línea sombría.
—No fue así.
—No estoy interesada. —Tomando un par de medias negras hasta el muslo con encaje en la parte superior, retrocedo hacia la cama. Me siento, enderezo el pie, y suavemente deslizo la tela de gasa por mi muslo.
—¿Dónde estabas? —pregunta, sus ojos siguiendo mis manos por mis piernas, pero continúo ignorándolo mientras hago rodar la otra media.
Poniéndome de pie, me inclino para secar mi cabello con la toalla. Por entre mis muslos separados, puedo ver sus pies desnudos, y siento su intensa mirada. Cuando he terminado, me pongo de pie y retrocedo hacia la cómoda de donde tomo mi secador de cabello.
—Respóndeme. —La voz de Pedro es baja y ronca.
Enciendo el secador de cabello para no poder oírlo más y lo observo por entre mis pestañas en el espejo mientras seco mi cabello con los dedos. Él me da una mirada feroz, los ojos entrecerrados y fríos, helados incluso.
Alejo la mirada, concentrándome en la tarea que estoy haciendo e intentando reprimir el escalofrío que corre a través de mí. Trago con fuerza y me concentro en secar mi cabello. Todavía está enfadado.
Sale con esa maldita mujer, ¿y está enfadado conmigo?
¡Cómo se atreve!
Cuando mi cabello luce salvaje e indomable, me detengo.
Sí… me gusta.
Apago el secador.
—¿Dónde estabas? —susurra, su tono ártico.
—¿Qué te importa?
—Paula, detente. Ahora.
Me encojo de hombros, y Pedro se mueve rápidamente a través de la habitación hacia mí. Me vuelvo enseguida, alejándome cuando él extiende sus manos.
—No me toques —siseo y él se congela.
—¿Dónde estabas? —demanda. Sus manos forman puños a los lados.
—No estaba afuera emborrachándome con mi ex —digo furiosa—. ¿Te acostaste con ella?
Él jadea.
—¿Qué? ¡No! —me mira con la boca abierta y tiene el coraje de lucir herido y enfadado a la vez. Mi subconsciente exhala un pequeño, bienvenido suspiro de alivio.
—¿Crees que te engañaría? —su tono es uno de ultraje moral.
—Lo hiciste —gruño—. Al tomar nuestra vida privada y contarle tu debilidad a esa mujer.
Su boca se abre.
—Debilidad. ¿Eso es lo que crees? —Sus ojos arden.
—Pedro, vi el mensaje. Eso es lo que sé.
—Ese mensaje no era para ti —gruñe.
—Bueno, el hecho es que lo vi cuando tu BlackBerry cayó de tu chaqueta mientras te desvestía porque estabas demasiado borracho para desvestirte solo. ¿Tienes una idea de cuánto me has lastimado al ir a ver a esa mujer?
Él palidece momentáneamente, pero estoy en una racha, mi perra interna se desata.
—¿Recuerdas anoche cuando volviste a casa? ¿Recuerdas lo que dijiste?
Me mira en blanco, su rostro congelado.
—Bueno, pues tenías razón. Elijo a este bebé indefenso en lugar de ti. Eso es lo que cualquier padre cariñoso haría. Eso es lo que tu madre debería haber hecho por ti. Y lamento que no lo haya hecho… porque no estaríamos teniendo esta conversación ahora mismo si lo hubiera hecho.
Pero ahora eres un adulto… necesitas crecer y abrir los ojos y dejar de comportarte como un adolescente malhumorado. Puede que no estés feliz con este bebé. Yo no estoy eufórica al respecto, dado el momento y tu respuesta menos que tibia a esta nueva vida, esta carne de tu carne. Pero bien puedes hacer esto conmigo, o lo haré sola. La decisión es tuya.
Mientras te revuelcas en tu hoyo de autocompasión y odio por ti mismo, yo voy a ir a trabajar. Y cuando vuelva llevaré mis pertenencias a la habitación de arriba.
Parpadea hacia mí, impactado.
—Ahora, si me disculpas, me gustaría terminar de vestirme. —Estoy respirando fuerte.
Muy lentamente, Pedro se retira un paso, su conducta endureciéndose.
—¿Es lo que quieres? —susurra.
—Ya no sé lo que quiero. —Mi tono refleja el suyo, y toma un esfuerzo monumental fingir desinterés mientras casualmente meto las puntas de los dedos en mi crema hidratante y las esparzo suavemente sobre mi cara.
Me miro en el espejo. Ojos azules abiertos, cara pálida, pero mejillas sonrojadas. Lo estás haciendo bien. No te eches atrás ahora. No te eches atrás ahora.
—¿No me quieres? —murmura.
Oh, no… oh no, no lo hagas, Alfonso.
—Estoy aquí todavía, ¿no? —replico. Cogiendo mi máscara, aplico un poco primero a mi ojo derecho.
—¿Has pensado en irte? —Sus palabras son apenas audibles.
—Cuando el marido de una prefiere la compañía de su ex-amante, normalmente no es una buena señal. —Puse el desdén al nivel justo, evadiendo su pregunta. Ahora pintalabios. Hago un puchero con mis brillantes labios a la imagen del espejo. Mantente fuerte, Chaves… um, Alfonso.
Jodida mierda, ni siquiera puedo recordar mi nombre.
Recojo mis botas, me dirijo a la cama a zancadas una vez más, y rápidamente me las pongo, tirando de ellas hasta mi rodilla. Síp. Me veo bien sólo en ropa interior y botas. Lo sé.
De pie, lo miro desapasionadamente. Parpadea hacia mí, y sus ojos viajan rápidamente y avariciosamente por mi cuerpo.
—Sé lo que estás haciendo —murmura, y su voz ha adquirido un borde caliente y seductor.
—¿Sí? —Y mi voz se parte. No, Paula… aguanta.
Él traga y da un paso adelante. Doy un paso atrás y pongo mis manos en alto.
—Ni lo pienses, Alfonso—susurro amenazadoramente.
—Eres mi esposa —dice suavemente, en tono amenazador.
—Soy la mujer embarazada que abandonaste ayer, y si me tocas gritaré hasta tirar la casa abajo.
Sus cejas se levantan en incredulidad.
—¿Gritarías?
—Altísimo. —Entrecierro los ojos.
—Nadie te oiría —susurra, su mirada intensa, y brevemente recuerdo nuestra mañana en Aspen. No. No. No.
—¿Estás intentando asustarme? —murmuro sin aliento, deliberadamente tratando de descarrilarlo.
Funciona. Se queda quieto y traga.
—No era mi intención. —Frunce el ceño.
Apenas puedo respirar. Si me toca, sucumbiré. Sé el poder que ejerce sobre mí y sobre mi traidor cuerpo. Lo conozco.
Me agarro a mi enfado.
—Tomé algo con alguien con quien solía ser cercano. Despejamos la atmósfera. No la voy a volver a ver otra vez.
—¿La buscaste?
—No al principio. Intentaba ver a Flynn. Pero me la encontré en el salón.
—¿Y pretendes que me crea que no la vas a volver a ver? —No puedo contener mi furia mientras le siseo—. ¿Qué hay de la siguiente vez que cruce alguna línea imaginaria? Esta es la misma discusión que tenemos una y otra vez. Como si estuviésemos en algún tipo de rueda de Ixion. Si la cago otra vez, ¿vas a volver corriendo a ella?
—No la voy a volver a ver —dice con una finalidad helada—. Ella finalmente entiende cómo me siento.
Parpadeo hacia él.
—¿Qué significa eso?
Se estira y pasa una mano por su pelo, exasperado y enfadado y mudo.
Intento una táctica diferente.
—¿Por qué puedes hablar con ella y no conmigo?
—Estaba enfadado contigo. Como lo estoy ahora.
—¡No lo dices! —replico—. Bueno yo estoy enfadada contigo ahora mismo.
Enfadada contigo por ser tan frío e insensible ayer cuando te necesitaba.
Enfadada contigo por decir que me quedé embarazada deliberadamente, cuando no lo hice. Enfadada contigo por traicionarme. —Consigo reprimir un sollozo. Su boca se abre de impacto, y cierra los ojos brevemente como si lo hubiera abofeteado. Trago. Tranquilízate, Paula.
—Debería haber seguido mejor las citas de mis inyecciones. Pero no lo hice a propósito. Este embarazo es un shock para mí también —murmuro, intentando adoptar un mínimo de cortesía—. Podría ser que la dosis fallara.
Me mira hostilmente, en silencio.
—Ayer realmente la cagaste —susurro, dejando salir mi enfado—. He tenido un montón con lo que lidiar las últimas semanas.
—Tú realmente la cagaste hace tres o cuatro semanas. O cuando sea que olvidases tu dosis.
—Bueno, ¡Dios prohibió que fuera perfecta como tú!
Oh para, para, para. Estamos de pie lanzándonos miradas fulminantes el uno al otro.
—Esto se parece bastante una actuación, Sra. Alfonso —murmura.
—Bueno, me alegro de que incluso embarazada sea entretenida.
Me mira fijamente, inexpresivo.
—Necesito una ducha —susurra.
—He suministrado suficiente espectáculo en vivo.
—Es un poderoso espectáculo en vivo —murmura.
Da un paso adelante, y doy un paso atrás otra vez.
—No.
—Odio que no me dejes tocarte.
—¿Irónico, eh?
Sus ojos se entrecierran una vez más.
—No hemos resuelto mucho, ¿verdad?
—Diría que no. Excepto que me voy a mudar de esta habitación.
Sus ojos llamean y se ensanchan brevemente.
—Ella no significa nada para mí.
—Excepto cuando la necesitas.
—No la necesito a ella. Te necesito a ti.
—No ayer. Esa mujer es un límite duro para mí, Pedro.
—Está fuera de mi vida.
—Desearía poder creerte.
—Joder, Paula.
—Por favor, déjame vestirme.
Suspira y pasa una mano por su pelo una vez más.
—Te veré por la tarde —dice, su voz sombría y desprovista de sentimiento.
Y por un breve momento quiero cogerlo en mis brazos y calmarlo… pero resisto porque estoy demasiado enfadada.
Se da la vuelta y se dirige al baño. Me quedo congelada hasta que oigo la puerta cerrarse.
Voy tambaleándome hasta la cama y me tiro en ella. Mi diosa interior y mi subconsciente están levantadas dándome una ovación. No recurrí a las lágrimas, a gritar, o asesinar, ni sucumbí a su sexpertismo. Me merezco
una Medalla de Honor del Congreso, pero me siento tan mal. Mierda. No hemos resuelto nada. Estamos al borde del precipicio. ¿Está nuestro matrimonio en punto muerto aquí? ¿Por qué no puede ver qué completo y total idiota ha sido al correr hacia esa mujer? ¿Y qué quiere decir cuando dice que nunca la va a volver a ver? ¿Cómo se supone que debo creer eso?
Miro a la alarma de la radio, ocho treinta. ¡Mierda! No quiero llegar tarde.
Tomo una respiración profunda.
—La Ronda Dos ha sido empate, Pequeño Blip —susurro, acariciando mi vientre—. Papi puede ser una causa perdida, pero espero que no. ¿Por qué, oh por qué, viniste tan pronto, Pequeño Blip? Las cosas se estaban poniendo buenas. —Mi labio tiembla, pero tomo una profunda y limpiadora respiración y pongo mis emociones rodantes bajo control.
—Vamos. Pateemos traseros en el trabajo.
No le digo adiós a Pedro. Está todavía en la ducha cuando Salazar y yo nos vamos. Mientras miro fuera de los cristales tintados del SUV, mi compostura se desliza y mis ojos se mojan. Mi humor se refleja en el gris, deprimente cielo, y siento una extraña sensación de aprensión. La verdad es que no hemos discutido del bebé. He tenido menos de veinticuatro horas para asimilar la noticia de Pequeño Blip.
Pedro ha tenido incluso menos tiempo.
—Ni siquiera sabe tu nombre. —Acaricio mi vientre y seco las lágrimas de mi cara.
—Sra. Alfonso —Salazar interrumpe mi ensueño—. Estamos aquí.
—Oh. Gracias, Salazar.
—Voy a ir al Deli, señora. ¿Quiere que le traiga algo?
—No. Gracias, no. No tengo hambre.
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Quiero seguir leyendo!! Me encanta la novela
ResponderEliminarWowwwwwww, qué coraje Paula!!!!!!! Me encantaron los 3 caps.
ResponderEliminarQué capítulos! muy bien la actitud de Paula!!!
ResponderEliminarBien por Paula.. mujer tiene q ser ¡!
ResponderEliminarwow buenísimos los capítulos!!!
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