viernes, 27 de febrero de 2015

CAPITULO 180






—Jeronimo —Mi voz ha desaparecido, sofocada por el miedo.


¿Cómo salió de la cárcel? ¿Por qué tiene el teléfono de Malena?


La sangre se drena de mi rostro, y me siento mareada.


—Me recuerdas —dice, su tono suave. Siento su sonrisa amarga.


—Sí. Por supuesto —respondo automáticamente mientras mi mente corre.


—Probablemente te preguntarás por qué te llamo.


—Sí.


Cuelga.


—No cuelgues. He estado teniendo una charla con tu pequeña cuñada.


¿Qué? ¡Malena! ¡No!


—¿Qué has hecho? —susurro, tratando de reprimir el miedo.


—Escucha, tú, calienta pollas, perra excava oro. Tú jodiste mi vida. Alfonso jodió mi vida. Me lo debes. Tengo a la pequeña perra conmigo ahora. Y tú, ese chupa pollas con el que te casaste, y su jodida familia, van a pagar.


El desprecio y mal genio de Jeronimo me golpean.


¿Su familia? ¿Qué infiernos?


—¿Qué quieres?


—Quiero su dinero. Realmente quiero su jodido dinero. Si las cosas fueran diferentes, podría haber sido mio. Así que vas a traerlo para mí. Quiero cinco millones de dólares, hoy.


—Jeronimo, no tengo acceso a esa cantidad de dinero.


Resopla su desdén.


—Tienes dos horas para traerlo. Así es; dos horas. No se le digas a nadie o esta pequeña perra lo pagará. No acudas a la policía. Ni al gilipollas de tu marido, ni a su equipo de seguridad. Lo sabré si lo haces. ¿Entiendes? — Se detiene y trato de responder, pero mi pánico y miedo sellan mi garganta.


—¡¿Entiendes?! —grita.


—Sí —susurro.


—O la mataré.


Jadeo.


—Mantén tu teléfono contigo. No se lo digas a nadie o la violaré antes de matarla. Tienes dos horas.


—Jeronimo, necesito más tiempo. Tres horas. ¿Cómo sé que la tienes?


La línea muere.


Boqueo con horror el teléfono, mi boca seca por el miedo, dejando el mal sabor metálico del terror. Malena, tiene a Malena. ¿O no? Mi mente zumba ante la obscena posibilidad, y me estómago se retuerce otra vez. Creo que voy a enfermar, pero inhalo profundamente, tratando de calmar mi pánico, y las náuseas pasan. Mi mente vuela a través de las posibilidades. ¿Decirle a Pedro? ¿Decirle a Taylor? ¿Llamar a la policía? ¿Cómo lo sabrá Jeronimo?
¿Realmente tiene a Malena? Necesito tiempo, tiempo para pensar, pero solo puedo lograrlo siguiendo sus instrucciones. 


Cojo mi bolso y me dirijo a la puerta.


—Juliana, tengo que salir. No estoy segura de cuánto tiempo estaré fuera.
Cancela mis citas de esta tarde. Hazle saber a Elisa que tengo que tratar con una emergencia.


—Seguro, Paula. ¿Todo bien? —Juliana frunce el ceño, la preocupación grabada en su rostro mientras me ve huir.


—Sí —respondo distraídamente apresurándome hacia recepción donde Salazar está esperando.


—Salazar. —Se levanta de un salto del sillón al sonido de mi voz y frunce el ceño cuando ve mi rostro.


—No me estoy sintiendo bien. Por favor, llévame a casa.


—Seguro, señora. ¿Quiere esperar aquí mientras traigo el coche?


—No, iré contigo. Tengo prisa por llegar a casa.



******


Miro por la ventana en absoluto terror, corriendo a través de mi plan. Ir a casa, cambiarme. Encontrar el talonario. 


Escapar de Gutierrez y Salazar de algún modo. Ir al banco. Infiernos, ¿Cuánto espacio necesito para llevar cinco millones de dólares? ¿Pesará? ¿Necesito una maleta? ¿Debo llamar al banco por adelantado? Malena. Malena ¿Y qué si no tiene a Malena? ¿Cómo puedo verificarlo? Si llamo a Gabriela levantará sospechas, y posiblemente pondría en peligro a Malena. Él dijo que puede saberlo. Miro hacia afuera por la parte trasera del SUV. ¿Estoy siendo seguida? 


Mi corazón corre mientras examino los autos siguiéndonos. 


Se ven lo suficientemente inofensivos. Oh, Salazar, conduce rápido. 


Por favor. Mis ojos se mueven para encontrar los
suyos en el espejo retrovisor y su frente se arruga.


Salazar presiona un botón en sus audífonos Bluetooth para responder una llamada.


—T… quería dejarte saber que la Sra. Alfonso está conmigo. — Los ojos de Sawyer encuentran los míos una vez más antes de volver la vista a la carretera y continuar—. No se siente bien. La llevo de vuelta a Escala… Ya veo… señor.


Los ojos de Salazar se mueven de la carretera a los míos otra vez en el espejo retrovisor.


—Si —acuerda, y cuelga.


—¿Taylor? —susurro.


Asiente.


—¿Está con el Sr.Alfonso?


—Sí, señora. —La mirada de Salazar se suaviza en simpatía.


—¿Aún están en Portland?


—Sí, señora.


Bien. Tengo que mantener a Pedro a salvo. Bajo la mano a mi tripa, y empiezo a frotarla distraídamente.


—¿Puedes darte prisa, por favor? No me estoy sintiendo bien.


—Sí, señora. —Salazar presiona el acelerador y el coche se desliza a través del tráfico.


La señora Jones no se ve por ninguna parte cuando Salazar y yo llegamos a departamento. Ya que su coche no está en el garaje, asumo que está haciendo recados con Gutierrez. 


Salazar se dirige a la oficina de Taylor mientras yo me encierro en el estudio de Pedro. Escabulléndome con
pánico alrededor del escritorio, tiro del cajón para encontrar los talonarios.


El arma de Lorena se desliza en la vista. Siento una incongruente punzada de molestia de que Pedro no tenga esta arma en un lugar seguro. No sabe nada acerca de armas. Jesús, podría herirse.


Después de un momento de vacilación, cojo la pistola, me aseguro de que esté cargada y la meto en la cinturilla de mis pantalones negros. Quizás la necesite. Suspiro fuertemente. 


Solo he practicado sobre blancos. Nunca he disparado con una pistola a nadie; desearía que Reinaldo me perdonara.


Vuelvo mi atención a localizar el talonario de cheques correcto. Hay cinco, y solo uno está a nombre de P.Alfonso y Sra. P. Alfonso. Tengo alrededor de cincuenta y cuatro mil dólares en mi cuenta personal. No tengo idea de cuánto dinero hay en ésta. Pero Pedro deberá estar bien con cinco
millones de dólares, seguramente. ¿Quizás hay dinero en la caja fuerte?


Mierda. No tengo idea de cuál es la clave. ¿Acaso no mencionó que la clave estaba en su formulario en el gabinete? Pruebo el gabinete, pero está cerrado. Mierda. 


Tendré que apegarme al plan A.


Tomo una respiración profunda, de una forma más serena pero determinada, camino a nuestra habitación. La cama ha sido hecha, y por un momento, siento una punzada. Quizás debería haber dormido aquí la noche pasada. ¿Cuál era el punto de discutir con alguien que, por su propia admisión, es cincuenta sombras? Ni siquiera me habla ahora. No; no tengo tiempo para pensar en esto.


Rápidamente, cambio mis pantalones, poniéndome unos jeans, una camiseta con capucha, un par de zapatillas y pongo la pistola en la cinturilla de mis jeans, a mi espalda. 


Saco una gran bolsa blanda de lona del armario. ¿Cabrán cinco millones aquí? El maletín de gimnasio de Pedro está descansando ahí, en el suelo. Lo abro esperando encontrarlo lleno de ropa sucia, pero no; su kit está limpio y fresco. La señora Jones, efectivamente, llega a todas partes. 


Vacío el contenido sobre el suelo y meto su maletín de gimnasio en mi bolsa. Ahí, eso tendrá que funcionar. Verifico que tengo mi licencia de conducir como identificación para el banco y verifico la hora.


Han pasado cerca de treinta y un minutos desde que Jeronimo llamó. Ahora sólo tengo que salir de Escala sin que Salazar me vea.


Voy hacia el vestíbulo lenta y tranquilamente, consciente de la cámara de CCTV instalada en el ascensor. Creo que Salazar aún está en la oficina de Taylor. Cautelosamente, abro la puerta del vestíbulo, haciendo el más mínimo ruido posible. Cerrándola tranquilamente detrás de mí, estoy en el umbral de la misma, contra la puerta, fuera de la vista de la lente del CCTV. Pesco mi móvil de mi bolso y llamo a Salazar.


—Sra. Alfonso.


—Salazar, estoy en la habitación encima de las escaleras, ¿Me puedes echar una mano con algo? —Mantengo mi voz baja, sabiendo que está justo bajo el vestíbulo al otro lado de esta puerta.


—Estaré ahí con usted, señora —dice, y oigo su confusión. Nunca antes lo había llamado para pedir ayuda. Mi corazón está en mi garganta, palpitando en un ritmo discordante, frenético. ¿Funcionará? Cuelgo y escucho como sus pasos cruzan el vestíbulo y suben las escaleras. Tomo otra profunda y tranquilizante respiración y brevemente contemplo la ironía de escapar de mi propio hogar como un criminal.


Una vez que Salazar ha alcanzado el rellano de la escalera, corro hacia el ascensor y presiono el botón de llamada. Las puertas se deslizan abriéndose con un demasiado sonoro ping que anuncia que el ascensor está listo. Me lanzo al interior y apuñalo frenéticamente el botón del garaje en el sótano. Después de una pausa agonizante, las puertas lentamente empiezan a deslizarse cerrándose, y mientras lo hacen oigo el grito de Salazar.


—¡Sra. Alfonso! —Justo cuando las puertas del ascensor se cierran, lo veo derrapar en el vestíbulo—. ¡Paula! —grita con incredulidad. Pero llega demasiado tarde, y desaparece de la vista.


El ascensor desciende sin problemas hasta el nivel del garaje. Tengo un par de minutos de ventaja sobre Salazar y sé que tratará de detenerme.


Miro con nostalgia mi R8 mientras me apresuro hacia el Saab, abro la puerta, tirando la bolsa de lona en el asiento del pasajero, y me deslizo en el asiento del conductor.


Enciendo el Saab, y las llantas chirrían mientras acelero hacia la entrada y espero once segundos de agonía a que la barrera se levante. En el instante en que está libre avanzo, atrapando un vistazo de Salazar en mi espejo retrovisor mientras se lanza fuera del ascensor de servicio en el garaje. 


Su expresión desconcertada y herida me persigue mientras giro fuera de la rampa en la Cuarta Avenida.


Dejo salir mi aliento contenido durante mucho tiempo. Sé que Salazar llamará a Pedro o a Taylor, pero trataré con ello cuando tenga que hacerlo, no tengo tiempo de pensar en ello ahora. Me remuevo incómodamente en mi asiento, sabiendo en mi fuero interno que Salazar perdería su trabajo. No pienses. Tengo que salvar a Malena. Tengo que llegar al banco y recoger cinco millones de dólares. Miro en el espejo retrovisor, nerviosamente anticipando la vista del SUV estallando del garaje. Pero mientras me alejo conduciendo, no hay señal de Salazar.


El banco es elegante, moderno y sobrio. Hay murmullos, haciéndose eco en los pisos, y vidrios verde pálido grabados por todas partes. Camino a zancadas hacia el escritorio de información.


—¿Puedo ayudarla, señora? —Una joven me da una brillante e hipócrita sonrisa, y por un momento me arrepiento de haberme puesto jeans.


—Me gustaría retirar una gran suma de dinero.


La señorita Sonrisa Hipócrita arquea una ceja incluso más hipócrita.


—¿Tiene una cuenta con nosotros? —Falla en ocultar su sarcasmo.


—Sí —chasqueo—. Mi esposo tiene una cuenta muy elevada aquí. Su nombre es Pedro Alfonso.


Sus ojos se amplían fraccionalmente y la hipocresía da paso al shock. Sus ojos me barren de arriba abajo una vez más, esta vez con una combinación de incredulidad y asombro.


—Por aquí, señora —susurra, y me lleva a una oficina pequeña, escasamente amueblada con más paredes de vidrio verde grabado.


—Por favor, tome asiento. —Hace un gesto hacia la silla de cuero negro en un escritorio de vidrio con un ordenador de última generación y un teléfono—. ¿Cuánto retirará hoy, señora Alfonso? —pregunta agradablemente.


—Cinco millones de dólares. —La miro fijamente a los ojos como si pidiera esta cantidad de efectivo todos los días


Palidece.


—Ya veo. Iré a buscar al administrador. Oh, perdone la pregunta, pero ¿tiene alguna identificación?


—La tengo. Pero me gustaría hablar con el administrador.


—Por supuesto, Sra.Alfonso —se escabulle hacia afuera. Me hundo en mi asiento, y una ola de náuseas me barre mientras la pistola presiona incómodamente en la parte baja de mi espalda. No ahora. No puedo estar enferma ahora.


Tomo una profunda y limpiadora respiración, y la ola pasa. 


Nerviosamente compruebo mi reloj. Veinticinco minutos pasadas las dos.


Un hombre de mediana edad entra en la habitación. Tiene entradas en el cabello, pero lleva un impecable, caro traje carbón con corbata a juego.


Extiende su mano.


—Sra. Alfonso. Soy Troy Whelan —sonríe, estrechamos manos, y se sienta en el escritorio de cara a mí—. Mi colega me dijo que le gustaría retirar una elevada suma de dinero.


—Es correcto. Cinco millones de dólares.


Se gira hacia su elegante ordenador y teclea unos cuantos números.


—Por lo general pedimos que nos avisen previamente cuando son grandes sumas de dinero —se detiene, y me destella una sonrisa tranquilizadora pero arrogante—. Sin embargo, afortunadamente, mantenemos la reserva de todo el noreste del pacífico —presume. Jesús, ¿Está tratando de impresionarme?


—Sr. Whelan, tengo prisa. ¿Qué necesito hacer? Tengo mi licencia de conducir, y nuestro talonario de cuenta mancomunada. ¿Sólo tengo que hacer un cheque?


—Primero lo primero, Sra. Alfonso. ¿Puedo ver su identificación? —Cambia el look jovial por el de banquero serio.


—Tome. —Le alcanzo mi licencia.


—Sra. Alfonso… éste dice Paula Chaves.


Oh mierda.


—Oh… sí. Um.


—Llamaré al Sr. Alfonso.


—Oh no, eso no será necesario.


¡Mierda!


—Debo de tener algo con mi nombre de casada. —Rebusco a través de mi bolso. ¿Qué tengo con mi nombre en él? 


Saco mi billetera, la abro y encuentro una fotografía mía y de Pedro en la cama en la cabina del Fair Lady. ¡No puedo mostrarle eso! Escarbo y saco mi tarjeta negra de American Express.


—Aquí.


—Señora Paula Alfonso—lee Whelan—. Sí, esto debe servir. —Frunce el ceño—. Esto es muy irregular, señora Alfonso.


—¿Quiere que le haga saber a mi esposo que su banco ha sido poco cooperativo? —Cuadro mis hombros y le doy mi mirada más amenazante.


Hace una pausa, revaluándome momentáneamente, creo.


—Necesita hacer un cheque, Sra. Alfonso.


—Claro. ¿De esta cuenta? —Le muestro mi talonario, tratando de calmar mi corazón, que late con fuerza.


—Esa estará bien. También necesitaré que complete algo de papeleo adicional. ¿Si me disculpa un momento?


Asiento, y se levanta y camina fuera de la oficina. Otra vez, libero mi respiración contenida. No tenía idea de que sería tan difícil. Torpemente, abro mi talonario y saco un lapicero de mi bolso. ¿Solo lo hago en efectivo?


No tengo idea. Escribo con dedos temblorosos: Cinco millones de dólares.$5.000.000.


Oh Dios, espero estar haciendo lo correcto. Malena, piensa en Malena. No puedo decirle a nadie.


Las palabras escalofriantes y repugnantes de Jeronimo me persiguen. “No le digas a nadie o la violaré antes de matarla”.


El señor Whelan regresa, con la cara pálida, y avergonzado.


—¿Sra. Alfonso? Su esposo quiere hablar con usted —murmura y señala el teléfono sobre la mesa de vidrio entre nosotros.


¿Qué? ¡No!


—Está en la línea uno. Sólo presione el botón. Estaré fuera. —Tiene la gracia de parecer avergonzado. Benedict Arnold no tiene nada que hacer con Whelan. Le frunzo el ceño, sintiendo la sangre drenándose de mí otra vez mientras se apresura fuera de la oficina.


¡Mierda!, ¡mierda! ¡Mierda! ¿Qué le voy a decir a Pedro? Él lo sabrá.Intervendrá. Pondrá en peligro a su hermana. Mi mano tiembla mientras cojo el teléfono. Lo sostengo contra mi oído, tratando de calmar mi respiración errática, y presiono el botón de la línea uno.


—Hola —murmuro, tratando en vano de calmar mis nervios.


—¿Estás dejándome? —Las palabras de Pedro son un susurro agonizante y sin aliento.


¿Qué?


—¡No! —Mi voz refleja la suya. Oh no. Oh no. Oh no, ¿cómo puede pensar eso? ¿El dinero? ¿Piensa que me voy por el dinero? Y en un momento de horrible claridad, me doy cuenta de que la única manera en que mantendré a Pedro a un brazo de distancia, fuera de daños, y a su hermana a salvo… es mentir.


—Sí —susurro. Y abrasadoras lanzas de dolor me traspasan, lágrimas brotan de mis ojos.


Jadea, casi un sollozo.


—Paula, yo… —se ahoga.


¡No! Mi mano cubre mi boca para reprimir mis emociones en conflicto.


Pedro, por favor. No. —Peleo para contener las lágrimas.


—¿Te vas? —dice.


—Sí.


—Pero, ¿por qué el dinero? ¿Ha sido siempre el dinero? —Su voz torturada es apenas audible.


¡No! Las lágrimas ruedan hacia abajo por mi rostro.


—No —susurro.


—¿Cinco millones es suficiente?


Oh, por favor, ¡para!


—Sí.


—¿Y el bebé? —Su voz es un eco sin aliento.


¿Qué? Mi mano se mueve de mi boca a mi vientre.


—Cuidaré del bebé —murmuro.


Mi Pequeño Blip… nuestro Pequeño Blip.


—¿Es esto lo que quieres?


¡No!


—Sí.


Inhala bruscamente.


—Cógelo todo —sisea.


Pedro —sollozo—. Es por ti. Por tu familia. Por favor. No.


—Cógelo todo, Paula.


Pedro. —Y casi me derrumbo. Casi le digo acerca de Jeronimo, acerca de Malena, acerca del rescate. ¡Solo créeme, por favor! Silenciosamente le ruego.


—Siempre te amaré. —Su voz es ronca. Cuelga.


—¡Pedro! No… También te amo. —Y toda la estúpida mierda que hemos hecho pasar al otro en los días pasados cae en la insignificancia. Le prometí nunca dejarlo. No lo estoy dejando. Estoy salvando a su hermana.


Me levanto de la silla, llorando copiosamente en mis manos.


Soy interrumpida por el toque tímido en la puerta. Whelan entra, a pesar de no haberlo invitado. Mira a todas partes excepto a mí. Está mortificado.


¡Le llamaste, bastardo! Lo miro llena de odio.


—Tiene carta blanca, Sra. Alfonso —dice—. El Sr. Alfonso ha accedido a liquidar algunos de sus activos. Dice que puede tomar lo que sea que necesite.


—Sólo necesito cinco millones de dólares —murmuro a través de mis dientes apretados.


—Sí, señora. ¿Está usted bien?


—¿Parece que estoy bien? —replico.


—Perdone, señora. ¿Algo de agua?


Asiento hoscamente. Simplemente acabo de dejar a mi esposo. Bien, Pedro piensa que lo he hecho. Mi subconsciente presiona sus labios.


Porque tú le has dicho eso.


—Haré que mi colega le traiga un poco mientras preparo el dinero. Si puede sólo firmar aquí, señora… y hacer el cheque efectivo y firmar esto, también.


Coloca un formulario en la mesa. Garabateo mi firma a lo largo de la línea de puntos del cheque, después el formulario. Paula Alfonso. Gotas de lágrimas caen sobre el escritorio, fallando por poco el papeleo.


—Tomaré éstas, señora. Nos tomará cerca de media hora preparar el dinero.


Rápidamente compruebo mi reloj. Jeronimo dijo dos horas, eso debería llevarnos a las dos horas. Asiento hacia Whelan, y sale de puntillas de la oficina, dejándome con mi miseria.


Unos momentos, minutos, horas, más tarde, no lo sé, la señorita Sonrisa Hipócrita vuelve a entrar con una jarra de agua y un vaso.


—Sra. Alfonso —dice suavemente mientras coloca un vaso en el escritorio y lo llena.


—Gracias. —Tomo el vaso y bebo agradecida. Ella sale dejándome con mis desordenados y asustados pensamientos. Arreglaré las cosas con Pedro de alguna forma… si no es demasiado tarde. Al menos está fuera de cuadro. Ahora solo tengo que concentrarme en Malena. 


¿Suponer que Jeronimo está mintiendo? ¿Suponer que no la tiene? Seguramente debería llamar a la policía.


“No le digas a nadie o la violaré antes de matarla”. No puedo. Vuelvo a sentarme en la silla, sintiendo la presencia tranquilizadora de la pistola de Lorena en mi cintura, clavándose en mi espalda. ¿Quién hubiera pensado que alguna vez me sentiría agradecida de que Lorena me apuntara con una pistola? Oh, Reinaldo, me alegra tanto que me enseñaras a disparar.


¡Reinaldo! Jadeo. Estará esperando que lo visite esta tarde. 


Quizás puedo simplemente tirarle el dinero a Jeronimo. 


Puedo correr mientras llevo a Malena a casa. ¡Oh, eso suena absurdo!


Mi BackBerry salta a la vida, Your love is king llena la habitación. ¡Oh, no!


¿Qué quierePedro? ¿Retorcer el cuchillo en mis heridas?


“¿Ha sido siempre el dinero?”


Oh, Pedro, ¿cómo puedes pensar eso? El enfado llamea en mis entrañas. Sí, rabia. Eso ayuda. Envío la llamada al buzón de voz. Trataré con mi esposo más tarde.


Hay un toque en la puerta.


—Sra. Alfonso. —Es Whelan—. El dinero está listo.


—Gracias. —Me levanto y la habitación gira momentáneamente. Agarro la silla.


—Sra. Alfonso, ¿se siente bien?


Asiento y le doy una mirada de “retroceda ahora, señor”.


Tomo otra calmante respiración profunda. Tengo que hacer esto. Tengo que hacer esto.


Debo salvar a Malena. Tiro el borde de mi sudadera con capucha hacia abajo, ocultando la culata de mi pistola en la parte trasera de mis jeans.


El Sr. Whelan frunce el ceño pero mantiene la puerta abierta, y me impulso hacia adelante con mis piernas temblorosas.


Salazar está esperando en la entrada, escaneando el área pública. ¡Mierda!


Nuestros ojos se encuentran, y me frunce el ceño, midiendo mi reacción.


Oh, está furioso. Levanto mi dedo índice en un gesto de “estaré contigo en un minuto”. Asiente y responde una llamada en su teléfono móvil. ¡Mierda!


Apuesto a que es Pedro. Me giro abruptamente, casi chocando con Whelan justo detrás de mí, y vuelvo a la pequeña oficina.


—¿Sra. Alfonso? —Whelan suena confuso mientras me sigue de regreso adentro.


Salazar podría estropear el plan entero. Levanto la mirada hacia Whelan.


—Hay alguien ahí afuera al que no quiero ver. Alguien siguiéndome.


Los ojos de Whelan se amplían.


—¿Quiere que llame a la policía?


—¡No! —Santo joder, no. ¿Qué voy a hacer? Miro mi reloj. 


Son casi las tres y cuarto. Jeronimo llamará en un momento. 


Piensa, Paula, ¡Piensa! Whelan me está mirando con creciente desesperación y desconcierto. Debe pensar que
estoy loca. Estás loca, chasquea mi subconsciente—.Necesito hacer una llamada. ¿Puede darme algo de privacidad, por favor?


—Desde luego —responde Whelan; agradecido, creo, de dejar la habitación. Cuando ha cerrado la puerta, llamo al móvil de Malena con dedos temblorosos.


—Bueno, si es mi cheque —responde Jeronimo desdeñosamente.


No tengo tiempo para mierda.


—Tengo un problema.


—Lo sé. Tu seguridad te siguió al banco.


¿Qué? ¿Cómo infiernos lo sabe?


—Tienes que perderlo. Tengo un coche esperando en la parte trasera del banco. Un SUV negro, un Dodge. Tienes tres minutos para llegar ahí.


¡El Dodge!


—Puede tomarme más de tres minutos. —Mi corazón sube otra vez a mi garganta.


—Eres lista para ser una puta escarba oro, Alfonso. Lo has pillado. Y tira tu móvil una vez alcances el vehículo. ¿Lo has captado, perra?


—Sí.


—¡Dilo! —replica.


—Lo he captado.


Cuelga.


¡Mierda! Abro la puerta y encuentro a Whelan afuera esperando pacientemente.


—Señor Whelan, necesitaré algo de ayuda para llevar las bolsas a mi coche. Está aparcado afuera, en la parte trasera del banco. ¿Tiene una salida en la parte trasera?


Frunce el ceño.


—La tenemos, sí. Para el personal.


—¿Podemos ir por ese camino? Puedo evitar la atención indeseada de la puerta.


—Si lo desea, Sra. Alfonso. Haré que dos empleados la ayuden con las bolsas y dos guardias de seguridad lo supervisen. ¿Si puede seguirme?


—Tengo un favor más que pedirle.


—Por supuesto, señora Alfonso.


Dos minutos después mi comitiva y yo estamos en la calle,
encaminándonos hacia el Dodge. Sus ventanas han sido tintadas, y no puedo decir quién está al volante. Pero mientras lo alcanzamos, la puerta del conductor se abre, y una mujer vestida de negro con una gorra negra calada hasta su rostro sale con gracia del coche. ¡Elisa! Se mueve a la parte trasera del SUV y abre el maletero. Los dos jóvenes empleados del banco que llevan el dinero colocan las pesadas bolsas en la parte de atrás.


—Sra. Alfonso. —Tiene el descaro de sonreír como si estuviéramos yendo a un paseo amigable.


—Elisa —mi saludo es ártico—. Que bueno verte fuera del trabajo.


El señor Whelan se aclara la garganta.


—Bien, ha sido una tarde interesante, Sra. Alfonso —dice. Y me veo forzada a observar las sutilezas sociales de estrechar su mano y agradecerle mientras mi mente se enreda. ¿Elisa? ¿Qué infiernos? ¿Por qué está mezclada con Jeronimo? Whelan y su equipo desaparecen de regreso en el banco, dejándome sola con la jefa de personal de AIPS que está envuelta en secuestro, extorsión y muy posiblemente en otros delitos. ¿Por qué?


Elsa abre la puerta trasera del pasajero y me acomoda dentro.


—¿Su teléfono, señora Alfonso? —pregunta, mirándome con recelo. Se lo alcanzo, y ella lo tira en un basurero cercano.


—Eso quitará a los perros de escena —dice con aire de suficiencia.


¿Quién es esta mujer? Elisa cierra mi puerta de un portazo y sube al asiento del conductor. Miro ansiosamente detrás de mí mientras entra en el tráfico, hacia el este. Salazar no está en ningún lugar a la vista.


—Elisa, tienes el dinero. Llama a Jeronimo. Dile que deje ir a Malena.


—Creo que quiere agradecértelo en persona.


¡Mierda! La miro atónita en el espejo retrovisor.


Está pálida y un ansioso ceño fruncido estropea su rostro de otro modo encantador.


—¿Por qué haces esto, Elisa? Creí que no te gustaba Jeronimo.


Me mira brevemente a través del espejo y veo una fugaz mirada de dolor en sus ojos.


—Paula, nos llevaremos bien si mantienes la boca cerrada.


—Pero no puedes hacer esto. Está mal.


—Silencio —dice, pero siento su inquietud.


—¿Tiene él algún tipo de poder sobre ti? —pregunto. Sus ojos se disparan hacia los míos y frena en seco, tirándome hacia adelante con tanta fuerza que golpeo mi rostro contra la cabecera del asiento de adelante.


—He dicho silencio —gruñe—. Y te sugiero que te pongas el cinturón de seguridad.


Y en ese momento sé que lo tiene. Algo tan terrible que ella esté dispuesta a hacer esto por él. Me pregunto brevemente qué podría ser. ¿Robo a la compañía? ¿Algo de su vida privada? ¿Algo sexual? Me estremezco ante el pensamiento. Pedro dijo que ninguna de las asistentes de Jeronimo hablaría. Quizás es la misma historia con todas ellas. Eso es el por qué quería follarme a mí también. La bilis sube a mi garganta con repulsión ante el pensamiento.







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