Pedro está trabajando en su ordenador. Es una brillante mañana temprana, y está tipeando un correo electrónico, creo.
—Buenos días —murmuro tímidamente desde la puerta. Se voltea y me sonríe.
—Sra. Alfonso. Te levantaste temprano. —Abre los brazos.
Atravieso la suite corriendo y me enrosco en su regazo.
—Tú también.
—Sólo estaba trabajando. —Se mueve mientras besa mi cabello.
—¿Qué? —pregunto, sintiendo que algo anda mal.
Suspira.
—Recibí un correo electrónico del Detective Clark. Quiere hablar contigo sobre ese hijo de puta de Hernandez.
—¿En serio? —Me inclino hacia atrás para mirar a Pedro.
—Sí. Le dije que estabas en Portland por el momento, así que tendría que esperar. Pero dice que le gustaría entrevistarte aquí.
—¿Va a venir?
—Aparentemente. —Pedro luce aturdido.
Frunzo el ceño.
—¿Qué es tan importante que no puede esperar?
—Exactamente.
—¿Cuándo vendrá?
—Hoy. Le responderé el correo electrónico.
—No tengo nada que ocultar. Me pregunto, ¿qué querrá saber?
—Lo descubriremos cuando llegue aquí. Yo también estoy intrigado. — Pedro se mueve una vez más—. El desayuno estará aquí pronto.Comamos, después podemos ir a ver a tu padre.
Asiento.
—Puedes quedarte aquí si quieres. Puedo ver que estás ocupado.
Él frunce el ceño.
—No, quiero ir contigo.
—De acuerdo. —Sonrío, y rodeo su cuello con mis brazos y lo beso.
******
Reinaldo está de mal humor. Es una alegría. Está incómodo, molesto e impaciente.
—Papá, has estado en un grave accidente de coche. Te tomará un tiempo sanar. Pedro y yo queremos trasladarte a Seattle.
—No sé por qué se molestan por mí. Estaré bien aquí solo.
—No seas ridículo. —Aprieto su mano con cariño, y tiene la gracia de sonreírme—. ¿Necesitas algo?
—Mataría por una dona, Pau.
Le sonrío indulgentemente.
—Te conseguiré una o dos. Iremos a Voodoo.
—¡Genial!
—¿Quieres un café decente, también?
—¡Demonios, sí!
—De acuerdo, te traeremos un poco.
******
Realmente debería armar una oficina aquí. Extrañamente, está solo, a pesar de que las otras camas de la UCI están ocupadas. Me pregunto si Pedro ha espantado a los otros visitantes. Cuelga.
—Clark estará aquí a las cuatro de la tarde.
Frunzo el ceño. ¿Qué puede ser tan urgente?
—De acuerdo. Reinaldo quiere café y donas.
Pedro ríe.
—Creo que yo también querría eso si hubiera estado en un accidente.
Pídele a Taylor que vaya.
—No, iré yo.
—Lleva a Taylor contigo. —Su voz es severa.
—De acuerdo. —Pongo los ojos en blanco y él me da una mirada feroz.
Luego sonríe e inclina la cabeza.
—No hay nadie aquí. —Su voz es deliciosamente baja, y sé que está amenazando con darme nalgadas. Estoy a punto de desafiarlo, cuando una joven pareja entra en el cuarto.
Ella está llorando suavemente.
Me encojo de hombro en un gesto de disculpas, y él asiente.
Recoge su portátil, toma mi mano y me saca del cuarto.
—Necesitan más privacidad que nosotros —murmura Pedro—. Nos divertiremos luego.
Afuera Taylor espera pacientemente.
—Vayamos todos a buscar café y donas.
*****
—Sr. Alfonso, Sra. Alfonso, gracias por recibirme.
—Detective Clark. —Pedro le da la mano y le indica que se siente. Me siento en el sofá donde gocé tanto anoche. La idea me hace ruborizar.
—Es a la Sra. Alfonso a quien deseo ver —dice Clark intencionadamente a Pedro y a Taylor parado junto a la puerta. Pedro mira y luego asiente casi imperceptiblemente a Taylor, quien da media vuelta y se va, cerrando la puerta detrás de él.
—Cualquier cosa que quiera decirle a mi esposa puede decirla frente a mí. —La voz de Pedro es fría y profesional. El Detective Clark se vuelve hacia mí.
—¿Está segura de que quiere que su esposo esté presente?
—Por supuesto. No tengo nada que ocultar. ¿Sólo me está entrevistando?
—Sí, señora.
—Me gustaría que mi esposo se quedara.
Pedro se sienta junto a mí, irradiando tensión.
—Está bien —murmura Clark resignado. Se aclara la garganta—. Sra. Alfonso, el Sr. Hernandez mantiene que usted lo acosó sexualmente y que le hizo varios avances lascivos.
¡Oh! Casi estallo en carcajadas, pero pongo mi mano en el muslo de Pedro para contenerlo a la vez que se mueve hacia adelante en su asiento.
—Eso es absurdo —farfulla Pedro. Aprieto su pierna para silenciarlo.
—Eso no es verdad —declaro calmadamente—. De hecho, fue a la inversa. Él me hizo propuestas deshonestas de una manera muy agresiva, y fue despedido.
La boca del Detective Clark se aplana brevemente en una fina línea antes de continuar.
—Hernandez alega que usted fabricó una historia de acoso sexual para lograr que fuera despedido. Dice que hizo eso por que él rechazó sus avances y porque quería su trabajo.
Frunzo el ceño. Maldición. Jeronimo está incluso más demente de lo que había pensado.
—Eso no es verdad. —Sacudo la cabeza.
—Detective, por favor no me diga que condujo hasta aquí para hostigar a mi esposa con estas ridículas acusaciones.
El Detective Clark vuelve su fría mirada azul hacia Pedro.
—Necesito oír esto de la Sra. Alfonso, señor —dice con calmado control.
Aprieto la pierna de Pedro una vez más, implorándole silenciosamente que mantenga la calma.
—No necesitas oír esta mierda, Paula.
—Creo que debería hacerle saber al Detective Clark lo que sucedió.
Pedro me mira impasible por el latido de un corazón, luego hace un gesto de resignación con la mano.
—Lo que Hernandez dice simplemente no es verdad. —Mi voz suena calma, aunque no me siento así en lo absoluto. Estoy desconcertada por todas estas acusaciones y nerviosa por que Pedro pueda explotar. ¿Cuál es el juego de Hernandez?
—. El Sr. Hernandez me abordó en la cocina de la oficina una noche. Me dijo que fue gracias a él que yo había sido contratada y que esperaba favores sexuales a cambio. Intentó chantajearme, usando correos electrónicos que yo le había enviado a Pedro quien no era mi esposo en ese entonces. No sabía que Hernandez había estado monitoreando mis correos.
Él está delirando; incluso me acusó de ser una espía enviada por Pedro, presumiblemente para ayudarlo a apoderarse de la compañía.
Él no sabía que Pedro ya había comprado SIP. —Sacudo la cabeza mientras recuerdo mi estresante y tenso encuentro con Hernandez—. Finalmente, yo… yo lo derribé.
Las cejas de Clark se elevan con sorpresa.
—¿Lo derribó?
—Mi padre solía estar en el ejército. Hernandez… um, me tocó, y yo sé cómo defenderme.
Pedro me mira con una breve mirada de orgullo.
—Ya veo —Clark se inclina hacia atrás en el sofá, suspirando pesadamente.
—¿Ha hablando con alguna de las anteriores AP de Hernandez? —pregunta Pedro casi afablemente.
—Sí, lo hemos hecho. Pero la verdad es que no podemos lograr que ninguna de sus asistentes hable con nosotros. Todas dicen que él es un jefe ejemplar, aunque ninguna duró más de tres meses.
—Nosotros también hemos tenido ese problema —murmura Pedro.
¿Oh? Miro a Pedro con la boca abierta al igual que lo hace el Detective Clark.
—Mi jefe de seguridad. Él entrevistó a las cinco AP de Hernandez.
—¿Y por qué hizo eso?
Pedro le da una mirada acerada.
—Porque mi esposa trabajaba para él, y hago revisiones de seguridad sobre todas las personas que trabajan con mi esposa.
El Detective Clark se sonroja. Me encojo de hombros en señal de disculpa con una sonrisa que dice bienvenido a mi mundo.
—Ya veo —murmura Clark—. Creo que aquí hay más de lo que se ve, Sr. Alfonso. Mañana llevaremos a cabo una búsqueda más exhaustiva de su departamento, así que quizás aparezca. Aunque al parecer no ha vivido ahí por largo tiempo.
—¿Ya han revisado?
—Sí. Lo haremos de nuevo. Una búsqueda de huellas dactilares esta vez.
—¿Todavía no lo han acusado por el intento de homicidio de Rosario Bayley y de mí? —dice Pedro suavemente.
¿Qué?
—Esperamos encontrar más evidencia relacionada con el sabotaje de su helicóptero, Sr. Alfonso. Necesitamos más que una huella parcial, y mientras él esté en custodia, podemos construir un caso.
—¿Eso es por todo lo que vino hasta aquí?
Clark se eriza.
—Sí, Sr. Alfonso, lo es, ¿a menos que se le haya ocurrido algo más sobre la nota?
¿Nota? ¿Qué nota?
—No. Se lo dije. No significa nada para mí. —Pedro no puede ocultar su irritación—. Y no puedo ver por qué no podríamos haber hecho esto por teléfono.
—Creo haberle dicho que prefiero un enfoque práctico. Y estoy visitando a mi tía abuela quien vive en Portland… dos pájaros… un tiro. —Clark mantiene una expresión de piedra ante el mal humor de mi esposo.
—Bueno, si hemos terminado, tengo trabajo que atender. —Pedro se pone de pie y el Detective Clark entiende la señal.
—Gracias por su tiempo, Sra. Alfonso —dice cortésmente.
Asiento.
—Sr. Alfonso. —Pedro abre la puerta, y Clark se va.
Me hundo en el sofá.
—¿Puedes creer a ese imbécil? —explota Pedro.
—¿Clark?
—No, ese hijo de puta, Hernandez.
—No, no puedo.
—¿Cuál es su maldito juego? —susurra Pedro a través de dientes apretados.
—No lo sé. ¿Crees que Clark me creyó?
—Por supuesto que lo hizo. Sabe que Hernandez es un retorcido hijo de puta.
—Eres muy insultador.
—¿Insultador? —Pedro sonríe—. ¿Es esa siquiera una palabra?
—Lo es ahora.
Inesperadamente él sonríe y se sienta junto a mí, tomándome en sus brazos.
—No pienses en ese hijo de puta. Vayamos a ver a tu padre e intentemos hablar sobre el traslado mañana.
—Él fue firme al decir que quería quedarse en Portland y no ser una molestia.
—Hablaré con él.
—Quiero viajar con él.
Pedro me mira, y por un momento creo que va a decir que no.
—De acuerdo. Iré también. Salazar y Taylor pueden tomar los autos. Dejaré que Salazar conduzca tu R8 esta noche.
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