martes, 24 de febrero de 2015

CAPITULO 170





Recién salida de mi baño, lavada, afeitada y sintiéndome mimada, me siento en el borde de la cama y pongo en marcha el secador de pelo.


Pedro se pasea en el dormitorio. Creo que ha estado trabajando.


—Ven, déjame —dice, señalando la silla delante del tocador.


—¿Secarme el pelo?


Asiente con la cabeza. Cierro los ojos ante él.


—Ven —dice, mirándome fijamente. Conozco esa expresión, y la conozco muy bien como para desobedecer. Lenta y metódicamente, seca mi pelo, un mechón a la vez. 


Obviamente, ha hecho esto antes... a menudo.


—No eres nuevo en esto —me quejo. Su sonrisa se refleja en el espejo, pero no dice nada y sigue con el cepillo por mi pelo. Hmm... Es muy relajante.



*****


Cuando entramos en el ascensor de camino a la cena, no estamos solos.


Pedro se ve delicioso, con su camisa de firma de lino blanca, jeans negros y una chaqueta. Sin corbata. Las dos mujeres dentro disparan miradas de admiración hacía él y menos generosas en mí. Escondo mi sonrisa. Sí, señoras, es mío. 


Pedro toma mi mano y tira de mí más cerca mientras viajamos en silencio hasta el nivel de entresuelo.


Está ocupado, lleno de gente vestida de noche, sentados alrededor charlando y bebiendo, comenzando su noche de sábado. Estoy agradecida de encajar. El vestido me abraza, deslizándose sobre mis curvas y lo mantiene todo en su lugar. Tengo que decirlo, me siento... atractiva con lo que llevo. Sé que Pedro lo aprueba.


En un primer momento, creo que vamos hacia el comedor privado donde discutimos por primera vez el contrato, pero me lleva más allá de esa puerta y en el otro extremo se abre la puerta a otra habitación con paneles de madera.


—¡Sorpresa!


¡Oh, por Dios!


Lourdes y Gustavo, Lucas y Malena, Manuel y Gabriela, el Sr. Rodríguez y José, y mi madre y Roberto están todos ahí alzando sus copas. Me quedo boquiabierta ante ellos, sin palabras. ¿Cómo? ¿Cuándo? Me giro con consternación
hacía Pedro, y me aprieta la mano. Mi madre se adelanta y envuelve sus brazos alrededor de mí. ¡Oh, mamá!


—Cariño, te ves hermosa. Feliz cumpleaños.


—¡Mamá! —chillo abrazándola. Oh, mami. Las lágrimas caen por mi rostro a pesar de la audiencia, y entierro mi cara en su cuello.


—Cariño, querida. No llores. Reinaldo va a estar bien. Él es un hombre fuerte. No llores. No en el día de tu cumpleaños. —Su voz se quiebra, pero mantiene la compostura. Agarra mi cara entre sus manos y con los pulgares enjuga las lágrimas.


—Creí que te habías olvidado.


—¡Oh, Paula! ¿Cómo podría? Diecisiete horas de parto no es algo que olvidamos con facilidad.


Me río a través de mis lágrimas, y ella sonríe.


—Seca tus ojos, cariño. Hay mucha gente que está aquí para compartir tu día especial.


Sollocé, sin querer mirar a nadie más en la habitación, avergonzada y muy contenta de que todo el mundo haya hecho tanto esfuerzo para venir a verme.


—¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Cuándo llegaste?


—Tu marido envió a su avión, querida. —Ella sonríe, impresionada.


Y yo me río. —Gracias por venir, mamá. —Me limpia la nariz con un pañuelo como sólo una madre lo haría—. ¡Mamá! —la regaño, componiéndome a mí misma.


—Eso está mejor. Feliz cumpleaños, cariño. —Ella se hace a un lado mientras todo el mundo se alinea para abrazarme y desearme feliz cumpleaños.


—Lo está haciendo bien, Paula. El Dr. Sluder es uno de los mejores en el país. Feliz cumpleaños, ángel. —Gabriela me abraza.


—Llora todo lo que quieras Paula, es tu fiesta. —José me abraza.


—Feliz cumpleaños, querida niña. —Manuel me sonríe, ahuecando mi cara


—¿Qué pasa nena? Tu viejo va a estar bien. —Gustavo me envuelve en sus brazos—. Feliz cumpleaños.


—Está bien. —Tomando mi mano, Pedro me tira de los brazos de Gustavo—. Basta ya de acariciar a mi esposa. Ve a acariciar a tu prometida.


Gustavo sonríe maliciosamente y le guiña el ojo a Lourdes.


Un camarero que no había notado antes se presenta ante mí y Pedro con copas de champaña rosado.


Pedro se aclara la garganta. —Esto sería un día perfecto si Reinaldo estuviera aquí con nosotros, pero él no está lejos. Lo está haciendo bien, y sé que le gustaría que disfrutes, Paula. A todos ustedes, gracias por venir a compartir el cumpleaños de mi bella esposa, el primero de muchos por venir. Feliz cumpleaños, mi amor. —Pedro levanta su copa hacía mí en medio de un coro de feliz cumpleaños y tengo que luchar otra vez para mantener a raya mis lágrimas.



*****


Observo las animadas conversaciones en la mesa de la cena. Es extraño estar envuelta en el seno de mi familia, sabiendo que el hombre que yo considero mi padre está en un equipo de soporte de vida en los fríos alrededores clínicos de la UCI. Estoy separada de la reunión, pero agradecida de que están todos aquí.


Mirando el combate entre Gustavo y Pedro, el listo ingenio tibio de José, el entusiasmo de Malena y su entusiasmo por la comida, Lucas disimuladamente mirándola. Creo que le gusta... aunque es difícil de decir.


El Sr. Rodríguez está sentado hacia atrás, como yo, disfrutando de las conversaciones. Él se ve mejor. Reposado. José está muy atento a él, cortando su comida, manteniendo el vaso lleno. Tener a su padre sobreviviendo de haber estado tan cerca de la muerte ha hecho que José aprecié más al Sr. Rodríguez... Lo sé.


Miro a mamá. Ella está en su elemento, encantadora, ingeniosa y cálida.


La amo demasiado. Tengo que acordarme de decirle. La vida es tan preciosa, me doy cuenta ahora.


—¿Estás bien? —me pregunta Lourdes con una voz extrañamente suave.


Asiento con la cabeza y la tomo de la mano. —Sí. Gracias por venir.


—¿Crees que el Sr. Mega dólares podría alejarme de ti en tu cumpleaños? ¡Llegamos a volar en el helicóptero! —Sonríe.


—¿En serio?


—Sí. Todos nosotros. Y pensar que Pedro puede volarlo.


Asiento con la cabeza.


—Eso es un poco caliente.


—Sí, creo que sí.


Sonreímos.


—¿Te quedas aquí esta noche? —pregunto.


—Sí. Todos lo hacemos, creo. ¿No sabías nada acerca de esto?


Niego con la cabeza.


—Zalamero, ¿o no?


Asiento con la cabeza.


—¿Qué te regaló por tu cumpleaños?


—Esto. —Alzo mi pulsera.


—¡Oh, linda!


—Sí.


—Londres, París... ¿helado?


—No quieres saber.


—Puedo adivinar.


Nos reímos, y me sonrojo al recordar, Ben & Jerry’s & Ana.


—Oh... y un R8.


Lourdes escupe su vino cayendo con poco atractivo por su barbilla, haciendo que ambas nos riamos un poco más.


—Un bastardo de altura, ¿no? —se ríe.



*****


Para el postre se me presenta una tarta de chocolate con suntuosas veintidós velas plateadas ardiendo y un creciente coro de “Feliz Cumpleaños”. Gabriela observa a Pedro cantando con el resto de mis amigos y familiares, y sus ojos brillan con amor. Atrapándome viendo, me tira un beso.


—Pide un deseo —me susurra Pedro. En un instante soplo todas las velas, deseando fervientemente que mi padre esté mejor. Papi, mejórate.



Por favor, ponte bien. Te amo tanto.



*****


A medianoche, el Sr. Rodríguez y José se despiden.


—Muchas gracias por venir. —Abrazo a José con fuerza.


—No me lo perdería por nada del mundo. Me alegro de que Reinaldo se dirija en la dirección correcta.


—Sí. Tú, el señor Rodríguez, y Reinaldo tienen que venir a pescar con Pedro en Aspen.


—¿Sí? Suena bien. —Sonríe José antes de irse a buscar el abrigo de su padre, y me agacho para decir adiós al Sr. Rodríguez.


—Tú sabes Paula, hubo un tiempo… bueno, pensé que tú y José... —Su voz se desvanece, y él me mira, su intensa mirada oscura, pero de amor.


¡Oh, no!


—Le tengo mucho cariño de su hijo, Sr. Rodríguez, pero él es como un hermano para mí.


—Hubieras sido una buena hija, por parentesco. Y lo eres. Para los Alfonso.


—Sonríe con tristeza y me ruborizo.


—Espero que se conforme con una amiga.


—Por supuesto. Tu marido es un buen hombre. Elegiste bien, Paula.


—Yo creo que sí —le susurro—. Lo amo demasiado. —Abrazo al Sr. Rodríguez.


—Trátalo bien, Paula.


—Lo haré —prometo.



*****


Pedro cierra la puerta de nuestra suite.


—Al fin solos —murmura, echándose hacia atrás contra la puerta, mirándome.


Doy un paso hacia él y corro mis dedos por encima de las solapas de su chaqueta.


—Gracias por un maravilloso cumpleaños. De verdad eres el más reflexivo, atento y generoso marido.


—Un placer.


—Sí... un placer. Vamos a hacer algo al respecto —le susurro. Apretando mis manos alrededor de sus solapas, tiro de sus labios a los míos.






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